Los Canapés |
Entrando en el centro urbano de Avilés, viniendo de El Pozón y Villalegre, Los Canapés, lugar cuyo nombre se debe a sendos canapés, dos grandes bancos pétreos de casi doce metros de largo, tres y medio de alto y más de dos y medio de ancho donde se sentaban viajeros y paseantes, hechos en el año 1786, obra del arquitecto y escultor ovetense José Bernardo de la Meana Costales en la actual Avenida de Oviedo, construida en la segunda mitad del
siglo XVIII con el plan de obras públicas de la Ilustración impulsadas
por Carlos III y actualmente peatonalizada en este tramo
Situados uno frente a otro, uno a cada lado de la antigua carretera, y están hechos en sillería, a imitación de los muchos que se hicieron por entonces a la entrada de numerosas poblaciones
"En la segunda mitad del siglo XVIII, se abrió un nuevo tramo en la carretera que transcurría entre Avilés a Oviedo y que unía esta villa con la cuesta del Vidriero. Este tipo de paseos eran muy frecuentes en la arquitectura de la Ilustración que impulsó el rey Carlos III.
No solo servía para adornar los parajes con obras monumentales, sino también se utilizaban fuentes, puertas, arcos o bancos de piedra, como los que estamos citando, para marcar la entrada de las ciudades importantes, como ocurría en Madrid con la Puerta de Alcalá. Si estos bancos son especiales, es porque cuando se construyeron hace tres siglos, se convirtieron en la entrada principal de la ciudad de Avilés.
Si por algo se caracteriza la villa de Avilés, es por ser una población española con un sello de la arquitectura tradicional y el sabor peculiar de sus calles y casas que no se ha alterado con el tiempo contando con monumentos de interés.
Con esta obra se pretendía evitar la marginación de Avilés con respecto a otras ciudades portuarias como la de Gijón. La verdad es que los canapés no gozan de mucho entusiasmo y según la ciudad de Avilés fue creciendo, quedaron camuflados en el paisaje y relegados a un segundo plano."
Pese a su monumentalidad no aparecen mencionados en los escritos de la época salvo el del prócer gijonés Gaspar Melchor de Jovellanos, pero no con mucho éxito, sencillamente no le gustaron...
"El célebre escritor Gaspar Melchor de Jovellanos fue un viajero incansable que relató en su ‘Diario Cuarto’, correspondiente al año 1792, el viaje desde Gijón hasta la comarca avilesina y la zona de Pravia. El afamado escritor habla de un enorme y feo canapé en medio de un gran trozo de camino levantado sobre fuertes paredones.
El escritor relata que en el camino hay bellísimos prados y heredades. En este viaje, éste iba acompañado de su hermana Gertrudis y varios viajeros más. Tras cuatro horas de camino entró en Avilés donde visitó a personas importantes como al obispo Juan de Llano Ponte.
En el texto encontramos un dato curioso. Aunque, sin duda, Jovellanos se refiere a los Canapés, el autor los menciona en singular. El escritor asturiano deja claro que no le gustaron estos bancos pero, a pesar de ello, les da visibilidad en su obra.
Sobre ellos escribía Gaspar Melchor de Jovellanos lo siguiente: «Nueva carretera, ancha y bien trabajada, plantada de álamos malos al principio, buenos y mejores después. Enorme y feo canapé en medio de un gran trozo de camino levantado sobre altísimos y fuertes paredones, y que debió por lo mismo ser muy costoso».
Los Canapés fueron declarados Monumento Histórico Artístico en 1955 y el gran arquitecto Enrique Rodríguez Bustelo reclamó atención institucional para con ellos, dado que son dos ejemplares únicos en Asturias. En su origen eran parte de un tramo flanqueado por álamos
El erudito cronista de la vida local Alberto del Río Legazpi los pone también en valor en Los episodios avilesinos, que escribe para el periódico El Comercio-La Voz de Avilés, en concreto el titulado Los Canapés, aperitivo escondido del casco histórico de Avilés, "(Un intento de ‘darle marcha’ al conjunto monumental menos conocido y más maltratado de la villa)", publicado el 12-10-2014:
"No piensen en manducatoria, porque los canapés a los que me refiero son de piedra educada y figuran en el menú histórico-artístico que figura en la carta del monumental casco antiguo de Avilés.
Pero a efectos artísticos-gastronómicos –esos que dicen que alimentan mente, espíritu y tal– Los Canapés permanecen ignorados por la autoridad y el personal en general que, sin embargo, se deleitan saboreando opíparos platos del menú que ofrece la villa de Avilés y que va desde manjares como Camposagrado, El Carbayo, Galiana o El Parche… y hasta La Fruta, de postre, claro.
Y sin embargo la gente no prueba, ni de coña, Los Canapés. Generalmente porque no los encuentra.
Antes lucían más, porque entre ambos asientos de piedra transcurría el tránsito rodado de la carretera general entre Oviedo y Avilés. Estaban a la vista y ahora aquella calzada nacional se ha convertido en un camino peatonal.
Estos vistosos bancos de piedra –incluidos en una selección de lugares y monumentos del casco antiguo local, que fue declarado en 1955 por el Estado español Conjunto Histórico-Artístico– están cercados y acogotados por una lado: una estación de servicio y por el otro: una maloliente zona verde donde se suelen acumular desperdicios sin control. Por debajo, prácticamente, son traspasados por una carretera de gran tráfico y por encima están coronados, por así decirlo, por el viaducto de la circunvalación de Avilés. Vaya por Dios.
Los Canapés fueron colocados en 1786, en tiempos del reinado de Carlos III, aquel monarca que favoreció la moda del adorno arquitectónico a la entrada de las poblaciones importantes. Por ejemplo, y sin ánimo de hacer comparaciones, en la Villa y Corte de Madrid se hizo con la Puerta de Alcalá, y en la Villa de Avilés con Los Canapés. Que fueron colocados a ambos lados de la principal calzada, que entonces era la que la comunicaba con Oviedo.
Son dos grandes ‘sillones’ de piedra de11,64 metrosde largo, 2,60 de ancha y 3,30 de alto, que fueron diseñados por José Bernardo de la Meana –Maestro Mayor de la Catedral de Oviedo y vinculado también a la obra pública del Ayuntamiento de Avilés– y realizados bajo la dirección del maestro de obras Roque Bernardo de Quirós con piedra, que estaba literalmente a pie de obra, pues la cantera de Bustiello está situada a unos metros de distancia del lugar de emplazamiento.
Los bancos muestran inscripciones, en uno de ellos: «Reynandola Majestadd el Sr. Dn. Carlos III se hizo esta obra» y en el otro: «A expensas de los propios y arbityrios (sic) de esta villa año MDCCLXXXVI».
A Gaspar Melchor de Jovellanos Los Canapés no le gustaron un pelo. Vaya por Dios. En su ‘Diario Cuarto’, correspondiente al sábado 14 de julio de 1792, dice, después de referirse a Villalegre como ‘bellísima parroquia’ y al hablar de la nueva calzada de Oviedo a Avilés: «Nueva carretera, ancha y bien trabajada, plantada de álamos malos al principio, buenos y mejores después. Enorme y feo canapé en medio de un gran trozo de camino levantado sobre altísimos y fuertes paredones, y que debió por lo mismo ser muy costoso».
Para gustos hicieron Los Canapés. La verdad es que mucho entusiasmo no levantan y más desde mediados el siglo pasado, cuando nos cayó encima la, hoy, difunta ENSIDESA –y demás familia metalúrgica y cristalera– y Avilés creció a lo loco, fueron quedando camuflados de mala manera. Sin embargo, aun escondidos y apabullados como están, han sido capaces de dar nombre a un centro cultural y deportivo, a una estación de servicio y hasta una pequeña travesía.
En 2009 se restauró –a cargo de un equipo dirigido por Teresa Imaz de las Alas– el primero de ellos. Para el otro (justamente el que proclama «A expensas de los arbityrios de esta villa…») no hubo presupuesto –vaya por Dios– y hoy luce oscuro, enmohecido y atrapado por la maleza.
Nada se puede hacer por Los Canapés de Avilés, como no sea retirarlos de ahí –como se propuso informalmente hace unos años– donde no tienen el respeto que se les debe, o bien darles otro tipo de marcha, la musical por ejemplo. Así que propongo nuevamente –al público en general y a los amantes del casco histórico de Avilés en particular– que tomando como base la famosa y pegadiza canción ‘La Puerta de Alcalá’ –popularizada por Ana Belén y Víctor Manuel, con letra y música de Bernardo Fuster, Luís Mendo y Francisco Villar– se readapte para esta ocasión, cambiando el nombre de un monumento por el otro y un par de licencias gramaticales más –todo ello en aras del patrimonio, faltaba más– y se tararee algo así:
«Una mañana fría, Carlos III, con aire insigne se quitó el sombrero muy lentamente bajó de su caballo, con voz profunda le dijo a su lacayo: ahí están, ahí están, ahí están viendo pasar el tiempo… ahí donde los ves, están Los Canapés.
Lanceros con casaca, monarcas de otras tierras, fanfarrones que llegan inventando la guerra, milicias que resisten bajo el “no pasarán” y el sueño eterno como viene se va… y ahí están, ahí están, ahí están viendo pasar el tiempo… ahí donde los ves, ahí, están Los Canapés.
Todos los tiranos se abrazan como hermanos, exhibiendo a las gentes sus calvas indecentes, manadas de mangantes, doscientos estudiantes inician la revuelta son los años sesenta y ahí están, ahí están, ahí están viendo pasar el tiempo… ahí, ahí donde los ves, están Los Canapés.
Un travestí perdido, un guardia pendenciero, pelos colorados, chinchetas en los cueros, rockeros insurgentes, modernos complacientes, poetas y colgados, aires de libertad… ahí están, ahí están, ahí están viendo pasar el tiempo… ahí donde los ves, están Los Canapés.
Los miro de frente y me pierdo en sus ojos, sus piedras me vigilan, su sombra me acompaña, no intento esconderme, nadie los engaña, toda la vida pasa por su mirada…Míralos, míralos, míralos, míralos… ahí donde los ves, están Los Canapés… Míralos, míralos, míralos, míralos… ahí donde los ves, están Los Canapés…»
Aunque para mirarlos hay que encontrarlos y ese ya es otro cantar, pues no están señalizados. Cosa impropia para estos bancos de piedra del siglo XVIII, que forman parte de los monumentos componentes del ‘Casco Histórico-Artístico’ de Avilés.
Pena de Canapés que podían haber sido el aperitivo ideal del banquete monumental avilesino y están amojamaos. Vaya por Dios.
Otro siglo será."
"Son grandes, de piedra, de belleza contundente y muy poco conocidos. Los canapés de Avilés no suelen formar parte de ninguna ruta turística, ni siquiera han aparecido citados en muchos libros o guías desde su inauguración, en el siglo XVIII. Apenas una referencia en un texto de Jovellanos. Pero ahí siguen, recientemente rehabilitados, casi como nuevos, en la Avenida de Oviedo, bajo el bullicio de la N-632.
En la segunda mitad del XVIII se inauguró un nuevo tramo de carretera entre Avilés y Oviedo. En ese punto, en 1786, se construyeron los llamados Canapés de Avilés, obra del arquitecto y escultor José Bernardo de la Meana Costales (1715-1790), autor también del retablo mayor de la iglesia del Convento de Santo Domingo (Oviedo) y del escudo de la fachada del hospicio y hospital real de Oviedo (1758).
Son dos bancos de piedra (procedente de la cantera de Bustiello) iguales, uno frente al otro, a los dos lados de una calle, realizados en sillería. Son ciertamente grandes (11,67 metros de largo, 2,60 de ancho y 3,30 de alto), con un asiento dividido en tres partes para apoyar los brazos. Desde 1955 son monumento histórico-artístico. Aún se les llama los Canapés de Carlos III, aunque parece que el monarca nunca estuvo en Avilés.
La referencia a Carlos III tiene que ver probablemente con una forma de construcción que se hizo popular en aquella época. En las entradas de la ciudades se hacían bancos de piedra, como estos de Avilés, fuentes o puertas, como la de Alcalá, en Madrid.
Estos bancos de piedra nunca tuvieron mucho arraigo, difíciles de ver por su situación en las afueras de la ciudad, junto a una gasolinera, como broche impensable en un barrio bautizado precisamente como Los Canapés. Siguen siendo bellos… y también desconocidos, sobre todo fuera de Avilés. Sin embargo, ahora pueden tener una segunda vida y quizá un mayor reconocimiento, tras su reciente restauración.
Los trabajos comenzaron en diciembre y finalizaron en mayo, con un contrato de 306.841 euros cofinanciados en un 80% por el Fondo Europeo de Desarrollo Regional (FEDER), y ha incluido un nuevo pavimento de adoquín entre los dos bancos, la limpieza y saneamiento de la piedra original y la recuperación del entorno."
Este canapé es el del medallón en el que se lee "A expensas de los propios y arvitrios de esta villa. Año de MDCCLXXXVI"
Sobre el medallón y, como en el otro canapé, parece por la forma del remate que hubiese estado pintado un escudo
Detalle decorativo del canapé y, justo detrás, puente ferroviario de la línea, inaugurada en 1890, para comunicar las minas de Villabona (Llanera) con las dársenas del puerto de Avilés en San Xuan de Nieva, comunicación también con Oviedo/Uviéu y que favoreció la minería en la zona, junto con el transporte de viajeros, siendo en los veranos 'el tren de la playa'. Era de la Compañía de Caminos de Hierro del Norte de España que en 1941 pasó a RENFE
De Bustiello apenas vemos nada, pero entre la vegetación de su promontorio aparecen señales de las antiguas canteras así como algunos edificios de la Guardia Civil
En cuanto a Los Canapés, compartimos también el artículo a ellos dedicado por el escritor y periodista Ramón Baragaño titulado Los Canapés, un monumento poco conocido y publicado en El Comercio-La Voz de Avilés del 13-2-2010:
"En la segunda mitad del siglo XVIII se abre el nuevo tramo de la carretera de Avilés a Oviedo que unía la villa con el inicio de la cuesta del Vidriero, por donde entonces discurría la vía. Formaba un paseo flanqueado de álamos elevado sobre terrenos bajos y propensos a la inundación, que evitaba el rodeo que daba el anterior acceso. Estos paseos, en las afueras de las ciudades y villas, fueron frecuentes en la arquitectura de la Ilustración, impulsada por el rey Carlos III, que además gustaba de adornar esos parajes con obras monumentales, tales como fuentes, postes leguarios, puertas, arcos y bancos de piedra.
Éste es el origen de los Canapés de Avilés, construidos en el paraje llamado después Entrecarreteras, donde aún hoy se conservan. Datan del año 1786 y son obra del arquitecto y escultor ovetense José Bernardo de la Meana Costales (1715-1790). Son dos bancos iguales, colocados uno frente al otro a ambos lados de la carretera, realizados en sillería, con asiento dividido en tres partes por apoyabrazos avolutados . De grandes proporciones, miden 11,67 metros de largo, 2,60 de ancho y 3,30 de alto. Ambos cuentan con una cartela con inscripción en la parte alta del respaldo. Según se sale de Avilés, el de la derecha pone: «Reynando la magestad del Señor Don Carlos III se hizo esta obra». Y el de la izquierda: «A expensas de los propios y arvitrios de esta villa. Año de MDCCLXXXVI». Aunque en algún libro se dice que fueron construidos «con ocasión de la visita hecha a nuestra Villa por el rey Carlos III», no es cierto, ya que este monarca no estuvo nunca en Asturias ni, por consiguiente, en la Avilés.
Estos monumentales bancos de piedra no han tenido demasiada suerte a la hora de ser citados por cronistas, viajeros o historiadores. El inglés Joseph Townsend viajó de Oviedo a Avilés el 21 de agosto de 1786 y escribió: «La antigua carretera rodeaba alrededor de doscientos cincuenta pasos para evitar una pradera baja y pantanosa; pero ahora se han decidido a obtener, con grandes costos, una avenida recta y espaciosa de cerca de tres millas, como las de las otras ciudades». Dado que este minucioso viajero no menciona los Canapés, hay que deducir que éstos aún no habían sido colocados en su emplazamiento cuando pasó por allí Townsend.
El único escritor de la época que los cita es, naturalmente, Gaspar Melchor de Jovellanos, viajero infatigable por Asturias, que en su 'Diario Cuarto', correspondiente al sábado 14 de julio de 1792, dice: «Salimos de Gijón a las cuatro dadas de la tarde. Sol fuerte, templado por el Nordeste (...) Parroquia de Trasona: lo bajo igualmente hermoso y poblado; lo alto como todo. Río de Martimbó y luego la bellísima parroquia de Villalegre, más poblada y con más señales de riqueza que las otras por su caserío. Nueva carretera, ancha y bien trabajada, plantada de álamos malos al principio, buenos y mejores después. Enorme y feo canapé en medio de un gran trozo de camino levantado sobre altísimos y fuertes paredones, y que debió por lo mismo ser muy costoso. Al salir de Villalegre se ve la hermita (sic) de Nuestra Señora de la Luz y la parroquia de Vidriero a la izquierda, y en ella la casa de don Ramón de Miranda Carreño. Al lado del camino, bellísimos prados y heredades. País delicioso por todas partes, aunque no pudimos observarle bien por ser ya de noche (...) Llegada a Avilés». Es curioso este texto de Jovellanos. Se refiere, sin duda, a los Canapés, aunque los menciona en singular, y no le gusta el monumento, que le parece 'enorme y feo', además de costoso.
Más recientemente, el arquitecto Enrique Rodríguez Bustelo ('Arquitectura y arquitectos del Renacimiento en Asturias', 1951) escribe: «A la entrada de Avilés, sobre la carretera de Oviedo, hay a ambos lados de ésta, dos espléndidos bancos de piedra llamados canapés, que merecen ser citados por lo que significan en el arte o decoración de las carreteras y por su historia, a los que debiera prestarles la debida atención el Estado, en evitación de su total ruina, hoy ya bien acusada, al ser arrastrados por el desplazamiento de los muros posteriores sobre los que descansan y que contrarrestan deficientemente el empuje de la carretera, construida en terraplén». Una foto da fe del lamentable estado en que se encontraban en aquella fecha, y añade que son «dos interesantes ejemplares, únicos en Asturias». Afirmación esta última que suscribe el periodista y escritor Juan Antonio Cabezas ('Guías artísticas de España. Asturias', 1966), y que no es cierta del todo, ya que en Oviedo se conserva la llamada Silla del Rey. Aunque ha perdido la inscripción, se trata de un canapé de piedra construido en 1776 por el arquitecto Manuel Reguera y formaba parte de la decoración del paseo que iba de Oviedo a Las Caldas. Es un único banco y de menor tamaño que los avilesinos.
Nuestros Canapés, que dan nombre a una zona que es hoy un importante nudo de comunicaciones, han sido declarados, junto con el casco histórico avilesino, Monumento Histórico-Artístico en 1955. El de la derecha ha sido restaurado recientemente; el otro continúa a la espera. Sin embargo, el entorno en el que se hallan emplazados ha sufrido un deterioro monstruoso en los últimos 35 años. De aquel paseo (hoy llamado avenida de Oviedo) apenas quedan unos maltrechos árboles y algunos pretiles de la vieja carretera. Los Canapés se hallan hoy prácticamente ocultos por una gasolinera, el viaducto de la variante y un tráfico intenso, en un paraje feo y degradado. La mayoría de los viajeros que lo intentan no consiguen dar con ellos. Insisto: nunca han tenido demasiada suerte estos monumentales bancos de piedra."
"Entre la toponimia menor avilesina existe la de Los Canapés, situada al sur de la metrópoli, a media distancia entre La Rocica y Avilés.
La derivación etimológica no ofrece dificultad alguna a los investigadores, habida cuenta que es un galicismo, «canapé» que, castellanizado, se define como «escaño que comúnmente tiene acolchado el asiento y el respaldo para mayor comodidad y sirve para sentarse o acostarse».
Los canapés del epígrafe distan mucho de ser tan cómodos, como pretende el Diccionario de la Lengua Española, pues son de piedra caliza. Pero sirvieron, en su tiempo, para dignificar el acceso, por el camino de Oviedo, principal vía de penetración a una villa que acababa de erigir un magnífico Ayuntamiento neoclásico, según traza del arquitecto Juan de Estrada, construido entre los años 1670 y 1677, configurando una espaciosa plaza porticada, delimitada por palacios y edificios nobles blasonados.
Son dos, simétricamente opuestos, los que el Ayuntamiento de Avilés construyó, a sus expensas, ubicados en el antiguo camino de la vía, cabe el moderno viaducto de la variante de la A-6, al aeropuerto de Asturias, en un espacio anodino, que no favorece, hoy día, su monumentalidad histórica.
El concejo trató de sumarse al ejemplo del urbanismo ilustrado, imperante en el siglo XVIII, para mejora de sus comunicaciones y los colocó al principio del denominado Camino de Oviedo, según puede apreciarse en la cuadrícula B2, de la actual guía de teléfonos QDQ - 2008 / 2009, cuyo nombre conserva, todavía, de avenida de Oviedo. Dicho monumento enraizó, de tal manera, que prestó su apelativo a varias instalaciones en su ámbito geográfico.
Con ello, se pretendía evitar la marginación de Avilés, con respecto a ciudades portuarias, principalmente, Gijón que, con el impulso del genial Jovellanos, crecía desmesuradamente.
Las dimensiones de obra son: 11,67 metros, de largo; 2,60 metros, de ancho; y 3,30, de alto. La cama o lecho mide 3,40 x 0,60 metros. El conjunto ornamental es obra del arquitecto-escultor, José Bernardo de la Meana Costales, nacido en Oviedo, en 1715, en cuya Catedral se formó profesionalmente, arquitecto municipal de Avilés, a la sazón, que murió en su ciudad natal, el año 1790.
El diseño, en barroco decadente, con profusión de volutas, es cual corresponde a un sofá (de ahí su nombre) con apoyabrazos flanqueados por sendos poyos o bancos corridos, que terminan en ángulo recto. Remata en un airoso templete, timbrado con falso capitel jónico. En el centro del espaldar, dentro de un medallón se lee en uno de ellos: «Reynando la magestad del Sr. D. n. Carlos III se hizo esta obra».
Nacido este rey en la bella y sensual Nápoles, fomentó la Ilustración, movimiento filosófico y cultural de vanguardia, que revolucionó, por igual, las artes, las ciencias, la arquitectura y el urbanismo, hacia un modernismo, que dio lugar en la villa al «ensanche barroco», en cuyas aras se sacrificó la vetusta y obsoleta muralla medieval, para dar paso al progreso.
El laude del gemelo reza así: «A expensas de los propios y arvitrios de esta villa año de MDCCLXXXVI».
Las arcas municipales se nutrían, principalmente, de los bienes comunes, denominados, ordinariamente, propios, como eran heredades, dehesas, montes fincas, casas, tabernas, panaderías, carnicerías, etcétera, cuyas rentas satisfacían los gastos comunales; y la recaudación por vía de arbitrios, o sea, derechos e imposiciones con que se arbitraban fondos para gastos públicos, por lo general, municipales, como el gravamen del vino en las tabernas; del pan en las tahonas; el de la carne en los macelos; y la sal en los alfolíes.
Si éstos fallaban y, en caso de urgentes necesidades inherentes al municipio, se practicaba la «sisa», que consistía en la reducción de una octava parte, de las medidas de capacidad, o peso, en productos como el aceite, el vino, el vinagre, la sal, etcétera. Es decir: 1 / 8 x 100 = 12,5 por ciento, menos de lo reglamentado, que debían apechar los villanos pecheros, ya que la nobleza y el clero estaban exentos de tributos municipales.
Tal práctica había sido impuesta, tres siglos atrás (1488), bajo la supervisión de los Reyes Católicos, para sufragar la reparación de la barra del puerto de Avilés, por haberse invadido de arena.
Pero este sistema dio lugar a dos clases de medidas «legales»: las completas y las sisadas, distintas, incluso, dentro de una misma región, que provocaron engaños, encontronazos y litigios frecuentes.
Es de advertir que ninguna localidad podía imponer arbitrios sin autorización regia y debía señalar, en caso positivo, el tipo de gravamen, la utilidad y el tiempo de duración del mismo. A tal efecto y, para evitar fraudes, se crearon los fieles almotacenes, encargados de comprobar el peso, la medida, la moneda, la calidad de las mercaderías y de dirimir las diferencias transaccionales entre vendedores y compradores. Para un estricto cumplimiento de las ordenanzas existían los fielatos (oficinas dotadas de pesos y medidas regulados, para la correcta tasación de los productos comerciales).
Si Los Canapés hablaran nos revelarían comentarios, comunes a la problemática de hoy día; porque la historia, como es proverbial, se repite.
Dice Víctor Hugo, al respecto, que toda la historia antigua está inserta en las lápidas y escudos de armas de los personajes que la protagonizaron. Es cierto y así deberán seguir mostrando a las generaciones venideras su crónica, plena de vigor en una época, hasta que el tiempo implacable borre, definitivamente, la última grafía del relieve.
Un respeto, pues, a estos seculares sillares, que fueron notarios de su tiempo. Alguien pretendió cambiarlos de sitio. Pero... ¿dónde encontrar un entorno digno, a su definitiva colocación? Las cosas deben quedar donde están, máxime, cuando han enraizado..."
Como podemos comprobar, distintos autores repiten ciertos datos pero cada uno, a la vez, aporta algo nuevo al estudio del monumento, el cual va recibiendo ciertas atenciones tras mucho tiempo de abandono en un lugar que ha cambiado mucho urbanísticamente, como todo el extrarradio avilesino y su zona periurbana, que abarca a varios concejos
Y es que, de la misma forma que otras antiguas campiñas y diseminadas aldeas de los alrededores, el crecimiento desbordante del casco urbano a raíz de la instalación de la Empresa Nacional Siderúrgica transformó para siempre estos lugares
Los Canapés, zona antaño más conocida como Entrecarreteres, se convirtió en un importante nudo de comunicaciones de las nuevas carreteras de entrada, salida y circunvalación de Avilés que nosotros salvamos ahora sobre un puente
Poco más allá, las calles no son peatonales pero hay buenos paseos que nos permitirán llegar sin demasiado agobio al ya muy cercano albergue de peregrinos Pedro Solís, que suele ser donde los peregrinos fijan su final de etapa, o en algún otro alojamiento de las inmediaciones
El puente peatonal hace un poco de rampa en subida seguido de otra en bajada, con barandillas a los lados. Seguimos todo de frente hacia los bloques de La Vidriera, ante nosotros
Las zonas no edificadas al borde de la Travesía de los Canapés son ahora una intrincada selva de matorrales donde zarzas y arbustos forman una barrera vegetal
A lo lejos, algunas instalaciones de la antigua Ensidesa, actualmente ArcelorMittal, por ahí empieza La Ría, el gran estuario avilesino origen de su puerto y villa y por ahí llega al centro urbano el ramal del Camino del Norte procedente de Gijón/Xixón y del que nos separamos en Casquita (Villaviciosa) para tomar el camino de la Sancta Ovetensis, haciendo caso a aquella máxima de origen medieval, que resonaba en toda Europa, diciendo que "quien va a Santiago y no al Salvador, visita al criado y olvida al señor"
Allí, la gran chimenea del sínter en el PEPA, Parque Empresarial del Principado de Asturias, hecho en antiguos terrenos de la vieja empresa estatal, guarda el testimonio de los tiempos de esplendor de Ensidesa y nos sirve de referencia visual y geográfica en estos metros de trayecto antes de llegar al albergue
Más a lo lejos, los montes de Valliniello (San Pedro Navarro), plantados de ocalitos para las fábricas de celulosa. Esa parroquia pasó del concejo de Gozón al de Avilés en el año 1924
Aquí más cerca, por las casas de Puente Azud, popularmente llamado Puente Azul, entra en el centro de Avilés la carretera AS-19 que seguiría más o menos el trazado del camino antiguo de Gijón/Xixón, si bien se ha habilitado en el ribera un paseo sobre La Ría que, desde La Marzaniella, en Trasona Corvera, puede ser una buena alternativa para los peregrinos que han escogido esa variante del Camino, pudiendo retomar el trazado histórico y oficial en la Plaza de los Oficios
Más allá de las casas reconocemos parcialmente la blanca cúpula de uno de los edificios del Centro Cultural Oscar Niemeyer, inaugurado en 2011 en la Dársena de San Agustín, instalaciones portuarias que también fueron de Ensidesa
Pasamos los bolardos del tramo peatonal y seguimos de frente por la Avenida de Oviedo, otro tramo de la carretera antigua, ahora transformado en travesía o calle plenamente urbana
Bancos de forja y madera y muretes al estilo de bancos corridos de piedra conforman un bello paseo peatonal, junto con el carril-bici paralelo
No suele haber tráfico en comparación con las cercanas carreteras y travesías y esta ancha acera y explanada nos proporciona un muy agradable trayecto a manera de bulevar
Es una zona muy apreciada por los paseantes, si bien estas fotos, tomadas al principio del verano y a la hora de comer, la muestran casi vacía...
A nuestra derecha, el edificio de la Fundación del Fomento para la Economía Social (FFES), creada en 1989
Esta fila de árboles y alguno suelto que hemos visto en el trayecto, tal vez sean el último testimonio de los que había en la antigua alameda de la carretera, la cual no se dio por terminada hasta 1847, tras sucesivas crisis y guerras, con el ingeniero Severo Robles
Aquí la Avenida de Oviedo confluye con la calle Ignacio Trabanco, que viene a nuestra izquierda. Nosotros cruzaremos y seguiremos de frente
También está ahí, calle Ignacio Trabanco 1, la sede de Protección Civil del Ayuntamiento de Avilés. Observemos de nuevo a lo lejos la chimenea del sínter, asomando sobre los árboles que ocultan la vía del tren
Figuran ahora tanto como Avenida de Oviedo la calle de la izquierda como la explanada peatonal, guardada por más bolardos, hacia la que nos dirigimos, pues era este su antiguo trazado antes de la existencia de todas estas urbanizaciones. En este edificio que tenemos delante está el Café Las Lunas
Edificio de soportales a nuestra derecha, avanzamos delante de él todo recto
Este trayecto es para nosotros un magnífico paseo, fijémonos en las nuevas concepciones urbanísticas imperantes en estos barrios, con edificios grandes pero espaciados y a cierta distancia unos de otros, evitando abigarramientos y angosturas
A la derecha, las terrazas de la Cafetería Papón y, de frente, los edificios de la Travesía de La Vidriera, a los que nos dirigimos, donde estuvo, unos metros más adelante, la fábrica de vidrio fundada en 1844 por Antonio Orobio y varios socios llamada Orobio, Alvaré, Mas y Cía, que luego pasó a ser Antonio Orobio y Compañía, más conocida como La Vidriera, que según Alberto del Río Legazpi en Avilés de cristal fue "la primera industria de Avilés y de Asturias", artículo de sus Episodios avilesinos publicado para El Comercio-La Voz de Avilés del 19-4-2015:
"Llegó a tener 120 empleados, algunos de ellos especialistas (manchoneros) venidos de Bélgica. En La Vidriera se fabricaba vidrio plano, tejas para lucernas aparte de ser pionera en los vidrios de colores. Su funcionamiento tuvo interrupciones y significados altibajos en la producción. Durante la guerra civil sus naves fueron convertidas en campo de concentración de presos republicanos.
Estaba ubicada en el barrio avilesino popularmente conocido como El Arbolón. Uno de sus límites coincidía con el final de la actual calle Llano Ponte, en su acera izquierda (donde hoy está ubicado el Centro Municipal de Arte y Exposiciones ò CMAE) y ocupaba gran parte de la urbanización que hoy conocemos como Puerta de la Villa y que es un episodio aparte."
Por el medio pasa, canalizado, El Ríu la Madalena, que cruzaremos sobre un puente, cuyo hidrónimo se debe a la iglesia de Santa María Magdalena de los Corros, vinculada a la malatería u hospital de leprosos de esta advocación que existió un poco más al sur, en otro de los antiguos accesos meridionales a la villa y puerto de Avilés
Acercándonos al río, al otro lado, vemos La Perla, Villa Maribona, bello chalet de época construido en 1873 para Francisco Rodríguez Maribona por el arquitecto Arturo Fernández Cueto.
Francisco y su hermano José habían vuelto de Cuba agraciados por la fortuna en negocios de banca y textiles e invirtieron a su regreso en diversos negocios industriales de la comarca avilesina, como la Azucarera de Villalegre, la Harinera Ceres y La Curtidora, fábrica de curtidos situada en las inmediaciones y de la que hablaremos enseguida. En el blog Casonas de Indianos nos dicen así de esta mansión:
"El edificio es de pequeñas dimensiones comparado con otras casonas de indianos. Destacan las cenefas decorativas de madera que cuelgan de los aleros y balcones, en la fachada principal el porche acristalado de forma hexagonal y en las fachadas laterales los corredores acristalados. Fue restaurado y convertido en una parte de un Centro de día y de Rehabilitación Siquiátrica."
A simple vista parecería otra chimenea, con su color ladrillo, pero no lo es
Desconocemos la razón de la existencia del obelisco en este lugar y quién es su autor, si está relacionado con La Vidriera y su campo de concentración o no, pero llama la atención de losa que pasan y se fijan en él, el mismo Alberto del Río Legazpi dice desconocer su autoría en Plantación de estatuas en Avilés
A la izquierda del puente, la canalización del río y su paseo fluvial por ambas márgenes, así como los muros de la quinta La Perla
La Perla, si se compara con otras casas de indianos, es una mansión más bien pequeña, aunque muy trabajada en sus cenefas de madera, profusamente decoradas en aleros y balcones. A los lados hay buenos balcones-galería acristalados
Al lado, el nuevo edificio del Centro de Día, dentro de la misma finca cerrada por muros de piedra centenarios
Algo más allá asoman los edificios de La Texera (derecha de la foto), otro populoso barrio de Avilés construido, como su nombre indica, donde en tiempos lejanos hubo un bosque de tejos. A su izquierda, otra industria emblemática cuyo edificio, rehabilitado y reconvertido para nuevos usos, sí se conserva, La Curtidora que, con su alta chimenea, da nombre al lugar
"El industrial Sabas Rodríguez de La Flor encargó la construcción de una fábrica para la producción de curtidos en 1820. El edificio fue obra de Manuel Suárez García, que se basó en los planos del ingeniero francés Primault.
En el año 1902 la fábrica curtidora fue adquirida por los industriales indianos Francisco y José Rodríguez Maribona. La fábrica fue ampliada y modernizada, y pasó a llamarse Fábrica de Curtidos Maribona Hermanos, en la que llegaron a trabajar unos 200 empleados. Más tarde se conocería como Fábrica de curtidos Maribona por sus siguientes propietario.
Se trata de una fábrica con un cuidado diseño de estilo ecléctico y neorrománico, mediante el juego y combinación en sus fachadas de diferentes materiales como son la piedra y el ladrillo, además de la fusión de varios colores.
El conjunto se compone de tres naves de las cuales, las laterales sobrepasan en longitud por ambos extremos a la central, configurando una planta en forma de “E”. La nave central sobrepasa en altura a las laterales, la cual se cerraba con un hastial que simulaba una disposición basilical inexistente, presidiendo la fachada un pequeño reloj. Entre las naves laterales y la central se interponen unos corredores cubiertos de hierro y cristal que dan lugar a diversos tipos de espacios internos: patios abiertos, corredores acristalados o pasos cerrados. Completaban las instalaciones un pequeño pabellón para el portero situado al norte de las naves, y una gran chimenea al mismo lado.
Es un conjunto con una configuración de volumetrías de geometrías sencillas y contundentes con un estilo ecléctico; con una organización unitaria reflejada en la organización de la planta. Lo más atractivo del diseño de la fachada es la combinación de materiales de diferentes colores, mampostería enlucida para el muro, sillares de piedra y ladrillo para los ángulos y la embocadura de los vanos, y piedra artificial para adornos y molduras. Estas características confieren al conjunto de cierta condición de monumentalidad.
En 1936 pasa a manos del sindicato anarquista CNT, siendo devuelta a sus propietarios en el año 1939, dejando de funcionar definitivamente en la década de los años 40. A partir del cierre de la producción, y desde los años 60, los propietarios fragmentaron las instalaciones para que pudieran ser arrendados. Debido a esa fragmentación se realizó alguna modificación interior y exterior cambiando vanos. Se dañaron algunas zonas de las instalaciones por un incendio y por un vendaval que ocurrieron durante los años 90. Las naves se encontraban en un estado bastante ruinoso antes de su rehabilitación.
A finales de los años 80 La Curtidora pasó a ser propiedad del Ayuntamiento de Avilés, que pretendía convertirla en un centro de empresas.
Se encargó la rehabilitación y reconversión de la fábrica al grupo de arquitectos Juan González Moriyón, Jesús Menéndez Fernández, Fernando Nanclares Fernández y Nieves Ruiz Fernández. El proyecto es cofinanciado por el Principado de Asturias y la Unión Europea a través del programa RESIDER, de reconversión de zonas siderúrgicas.
Con las obras ya iniciadas, un vendaval derribó el hastial de la nave central. Finalmente la rehabilitación se finalizó con éxito tras superar ciertas calamidades acontecidas, inaugurando el complejo de empresas en el año 1995."
Y esta es la versión y descripción que nos ofrece Natalia Tielve García, profesora de Historia del Arte, para la web Patrimoniu Industrial:
"La Curtidora Maribona fue erigida entre los años 1901 y 1902 por la Sociedad Avilés Industrial, regentada por los hermanos José y Francisco Rodríguez Maribona. Indianos retornados de Cuba, se involucraron en empresas como la Compañía del Tranvía Eléctrico de Avilés, la Banca Maribona o las azucareras de Veriña y Villalegre.
Las instalaciones de la Curtidora Avilés Industrial estuvieron dedicadas desde su entrada en funcionamiento, en 1903, al proceso productivo de curtición, basado en la utilización del cromo. El conjunto arquitectónico está constituido por tres naves de planta rectangular, entre las que sobresale en cuanto a dimensiones y tratamiento la central. Resulta especialmente destacable el juego cromático que introduce el despiece de dovelas de ladrillo rojo alternando con piedra, que de forma reiterada se introduce en los vanos y los ángulos del complejo.
Con la quiebra de la Banca Maribona se inició el declive de la actividad fabril. Tras años de inactividad las instalaciones fueron adquiridas por el Ayuntamiento de Avilés en la década de 1980. Siguiendo el proyecto que, en 1989, elaboraba el equipo de arquitectos integrado por Fernando Nanclares, Nieves Ruíz, Jesús Menéndez y Juan González Moriyón, el conjunto fue objeto de una rehabilitación y acondicionamiento como semillero de empresas.
Arrasadas a consecuencia de un incendio las cubiertas y el interior del edificio, apenas pudieron conservarse algunos elementos estructurales y los muros perimetrales, con especial incidencia en la carga escenográfica de su fachada principal. La estructura del conjunto fue reforzada, se introdujo una reforma de la cubierta, aprovechando parte de las cerchas existentes y se remodelaron los espacios interiores, de acuerdo con las necesidades derivadas de los nuevos usos. En el edificio central se introdujo un corredor en las plantas altas, con luz y ventilación cenital, concebido como espacio de relación y de distribución. Una vez culminadas las obras de rehabilitación, en el año 1995, La Curtidora comenzaba a funcionar como centro de empresas."
Una vez cruzado el puente seguimos junto a la verja de La Perla, en una de cuyas columnas una flecha amarilla nos indica continuar por la Travesía de la Vidriera
Seguimos por zona totalmente peatonal muy agradable para el paseo; aunque en pleno centro urbano nos apartamos de la vorágine del tráfico
Nosotros seguimos todo de frente por la Travesía de la Vidriera y su gran explanada
A partir de aquí la Travesía de la Vidriera, que sigue recta, deja de ser peatonal, pero con buenas aceras a ambos lados, como corresponde a estas calles de esta zona de expansión urbana de Avilés
Abundan ya también desde aquí los bajos comerciales donde encontraremos negocios y tiendas de todo tipo, además de oficinas bancarias y otros servicios

En la esquina, el Café Bidul, también con terraza, la travesía sigue siendo un bello bulevar arbolado
Son calles anchas, como lo son las aceras, agradables para caminar y para el paseo, bastante descongestionadas pues el tráfico suele fluir sin dificultad y los peatones tienen bastante espacio para caminar por las aceras
Otra flecha amarilla en una farola, estemos pendientes pues pronto dejaremos esta calle para ir a la izquierda en el siguiente cruce
Y aquí es donde dejamos la Travesía de La Vidriera para tomar dicha Avenida de Gijón, en L'Arbolón
Aquí es donde dejamos la Travesía de la Vidriera para tomar, a la izquierda, la Avenida de Gijón
Aquí estuvo además, aprovechando las instalaciones de la fábrica, el campo de concentración de La Vidriera, para presos republicanos en la Guerra Civil, que fue de los más importantes del norte de España, tanto por el número de reclusos como por su tamaño y permanencia en el tiempo. Así en junio de 1938, caído el Frente Norte, se elabora un "Informe sobre la situación y características de los actuales campos de concentración de prisioneros" que dice:
"Situación.- Antigua fábrica que ha servido para diferentes menesteres. Posee varias naves separadas por patios amplios. Aunque los locales estaban en malas condiciones, merced a los desvelos del personal destinado en el Campo, se han mejorado extraordinariamente sus condiciones y hoy puede considerarse francamente aceptable. Posee locales para todas las dependencias accesorias.
Comunicaciones.- Excelentes por carretera y ferrocarril.
Capacidad.- Ochocientos cincuenta hombres.
Agua de bebida.- Abundante y de la conducción de la villa y en buenas condiciones de potabilidad.
Agua de aseo.- También abundante y de la conducción de la villa. Existe un local con veintiún grifos para duchas.
Retretes.- En buenas condiciones y suficientes. Su instalación es debida también a los desvelos de los Jefes del Campo.
Enfermería.- En dos locales muy bien instalados con dieciséis camas uno y veinte el otro.
Resumen.- Buen Campo para ochocientos cincuenta prisioneros. Actualmente se albergan en él mil doscientos ochenta y ocho"
El 22 de agosto de ese año Inspección de Campos registra, en contraste con las cifras anteriores, que había 657 presos, estimándose su capacidad máxima en 1.800. En meses posteriores llegarían prisioneros del campo de concentración de Mozarrífar en Zaragoza, de Figueras/As Figueiras (Castropol, Asturias) y de la cárcel gijonesa de El Coto
En La Vidriera, un campo de concentración y baloncesto, C. del Río publica también en El Comercio-La Voz de Avilés nuevos datos sobre este lugar:
"Una de las peculiaridades de abordar una investigación histórica es que esta «se abre como un abanico», topando a veces con asuntos que en sí mismos podrían ser objeto de estudio o con anécdotas curiosas. Como la que se topó María Isabel Lorenzo cuando documentaba el funcionamiento de La Vidriera, un centro de tortura que llegó a tener «más de mil prisioneros y presentados» y que funcionó entre 1938 y 1939. En este lugar fue el primero en el que se practicó el baloncesto en Avilés.
María Isabel Lorenzo se ha remitido a los Archivos Militares de Ávila y Guadalajara, entre otros, para documentar la actividad de un centro «en el que te metían porque sí». «Te cogían por la calle, te llevaban allí y tenías que demostrar qué habías hecho en los últimos años», explica Lorenzo. Nunca reclutaban a los afines al Régimen, pero sí a individuos cualesquiera que solo salían de allí «si alguien hablaba por ellos o tenían un padrino».
Pese a todo, apunta la investigadora que de todos los campos que existieron en España, este «era uno de los que mejores condiciones de salubridad e higiene tenía». Quizás debido a que su director había sido prisionero en otro campo.
«Aquí, aparte de la instrucción militar, los guardias civiles realizaban actividades deportivas y se celebraban todo tipo de charlas, hasta del cuidado de gallinas», ilustra Lorenzo.
Los reclutados iban en su mayoría a luchar al Frente, salvo de los que no podían fiarse, a los que convertían en mano de obra. «¿Cómo crees si no que se levantó Oviedo o el pozo Fondón?», concluye."
El campo de concentración sirvió, especialmente, para encerrar a los fugaos, los combatientes republicanos que se escondieron en el monte, a veces siguiendo una guerra de guerrillas, tras la caída del Frente Norte en 1937, tal y como leemos en la web Asturias 1936:
"El campo de concentración de la Vidriera en Avilés se convirtió en uno de los más importantes del Norte de España, creado en noviembre de 1937 pronto albergará a 2000 mil presos que llegaran de los distintos frentes. Pero el campo también se convirtió en una pieza fundamental en la represión de los huidos. A principios de 1938 las autoridades rebeldes estaban preocupadas por el todavía número enorme de "fugaos" en el monte, para ello desplegaron una estrategia de acoso y derribo al entorno de los fugitivos. Los familiares eran interrogados, torturados y muchos internados en el campo de Arnao en Figueras. En octubre de 1939 uno de los informes de la columna de operaciones en Asturias da la cifra de 204 presentados, 55 detenidos y 12 muertos en choques con la fuerza pública. Presentados y detenidos eran llevados al campo de concentración de Avilés, allí esperaban a que se realizasen sus juicios.
Las autoridades franquistas estaban preocupadas por la propaganda del centro queriendo venderlo como un lugar agradable donde los presos podían redimir sus penas, para ello utilizaron la prensa que en varias ocasiones pudo acceder al centro y realizar reportajes. En mayo de 1938 entrevistan al oficial al mando el "señor Balauzat"
"Al abrir la puerta, sentimos también el bramido así como de una fusta. Era el eco de la primera señal dada en los patios de que el jefe de la Prisión había entrado, […] previniendo de que había que recibirlo con todos los honores, esto es, estáticos, con la frente levantada y el brazo extendido".
Nos decidimos a preguntar al señor:
– ¿Cuántos prisioneros hay en “La Vidriera”?
– Cerca de los 1.500. Y como preveo que mandarán mucha más gente a este campo de concentración, los vengo empleando estos días en poner en condiciones de habitabilidad este otro local, que es inmenso, como usted podrá comprobar"
Una de las grandes preocupaciones de las autoridades es atraer a los "fugaos" a presentarse para ello lanzaron una campaña de propaganda basada en octavillas y la utilización de medios como la radio.
La estrategia de las autoridades franquistas tuvo sus frutos y los informes hablan de unos 200 presentados, a pesar de ello los mandos reconocían la fatiga y la extraordinaria situación de Asturias, donde la guerra todavía no había terminado."
Toda esta zona ha sido completamente urbanizada y nada recuerda a simple vista los episodios aquí acontecidos a lo largo de la historia
Aquí, en la actual unión de la Avenida de Gijón con las calles Llano Ponte y Gutiérrez Herrero, estaba el gran árbol que dio nombre a L'Arbolón, barrio que transmite en su topónimo la memoria del viejo olmo de 30 metros que aquí se alzaba antaño, testimonio de cuando los alrededores del antiguo Avilés estaban rodeados de bosques
Este símbolo de la villa y ciudad fue talado hace ya muchos años dado su precario estado, muy afectado por las inclemencias del tiempo. El viejo árbol fue una referencia geográfica en torno a la que creció el barrio y con él fue nombrado. Alrededor de él jugaban los niños, a todo menos al fútbol, pues no había de espacio de lo grande que era, lo recuerda en El Comercio-La Voz de Avilés del 3-5-2015 Borja Pino con El arbolón que dio nombre a un barrio:
"Basta con adentrarse unos pocos kilómetros en el territorio asturiano a través de cualquiera de sus fronteras para percatarse, a primer golpe de vista, de la íntima relación de esta región y la Naturaleza. Los mares, los ríos, las montañas y, muy especialmente, los bosques son un elemento esencial que conforman la personalidad de esta tierra que, pese a la imparable evolución de la civilización y del progreso tecnológico, no ha permitido que ese vínculo se quiebre. La ciudad de Avilés tampoco ha rechazado esa filosofía, aunque el expansionismo industrial y urbano haya transformado algunas de sus otrora 'zonas verdes' en áreas edificadas. Muchas de la zonas de la actual urbe, como El Carbayedo o Bustiello, acogieron en otros tiempos amplias extensiones vegetales. Sin embargo, si existe un barrio que a día de hoy se ha convertido por sí mismo en símbolo de esa relación es El Arbolón, cuyo nombre proviene del que fue durante décadas el árbol más llamativo de la ciudad: un colosal olmo de casi treinta metros de altura, que hace ahora cuarenta años fue talado tras los daños que su tronco sufrió como consecuencia de un temporal invernal.
Ya nadie recuerda cuándo comenzaron a aferrarse a la tierra las raíces de esta planta, a la que muchos de quienes presenciaron su final atribuyen una edad centenaria en el momento de su fin. Y, de todos modos, poco importa en qué momento se inició su vida. En el espacio de tiempo que abarca la memoria de todos aquellos que llegaron a verlo con sus propios ojos, erguido y majestuoso en el cruce de las calles Gutiérrez Herrero, Llano Ponte y de la avenida Gijón, ese olmo aún figura como uno de los testigos más longevos de la historia reciente de Avilés. Los efectos devastadores de la Guerra Civil, el advenimiento de la dictadura franquista, el progreso económico experimentado a partir de la década de los 50... Esos y muchos otros acontecimientos destacables tuvieron por espectador pasivo e imperturbable, aunque siempre presente, al gigantesco árbol.
Con su dilatada existencia a cuestas, el olmo presenció desde la primera fila cómo poco a poco, año a año, se alzaba a su alrededor el barrio que llegaría a tomar su extraordinario tamaño como inspiración para su nombre: El Arbolón. Desde las primeras casas humildes y negocios artesanos, a los grandes bloques de viviendas y comercios de gran entidad, el crecimiento de la zona orbitó en torno al grueso tronco, auténtico corazón natural del lugar. Y, cómo no, el árbol no tardó en convertirse en una referencia para los habitantes del lugar, independientemente de su origen, edad o condición. «Justo delante estaba el fielato en el que los comerciantes declaraban sus mercancías, y cuando echó el cierre se convirtió en un kiosco en el que vendían cromos y golosinas», evoca Pedro Barros Soberón, quien, a sus casi sesenta años, aún tiene grabada a fuego en su mente la imagen «de los rapacinos jugando alrededor del tronco a la maza, al escondite... De todo menos al fútbol, porque no había sitio de lo exageradamente grande que era».
También historias menos lúdicas, pero igualmente emotivas, tuvieron por escenario la base del árbol. Al caer la noche, parejas de enamorados se desplazaban al lugar, lejos de miradas indiscretas, y no tardaron en aparecer en la madera, grabados a navaja, mensajes de amor juvenil, entre los nombres de las peñas de amigos y las caricaturas. «Era nuestro árbol, el de todos nosotros. Sentíamos algo muy especial por aquel trozo de madera».
Apuntalado y moribundo
Pero el paso del tiempo causa estragos en todos los seres vivos, y el simbólico olmo de El Arbolón, pese al cariño que suscitaba entre quienes convivían a diario con él, no fue una excepción. El lento transcurrir de los años fue pudriendo su tronco, deshojando sus ramas y transformando aquel magnífico monumento natural en un foco de preocupación para los vecinos. «Al final ya tuvieron que apuntalarlo de lo débil que estaba. Días antes de que llegase su fin, cayó una rama considerable, que podría haber matado a alguien», explica Barros.
Así es como lo recuerda Nelly Fernández Arias, actual presidenta de la Asamblea Local de Cruz Roja, que en 1965, momento de su llegada al barrio, contaba 33 años. «Por aquel entonces ya estaba muy mal, muy seco, y parecía a punto de caerse en cualquier momento», rememora, mientras vuelve a ver en su mente a los mayores del barrio prohibiendo a los niños que se acercasen a aquel tronco moribundo. «Los padres no les dejaban jugar cerca por la cantidad de astillas que se desprendían. Es verdad que hubo gente sensible que pidió conservarlo, pero la mayoría éramos conscientes de que aquello no podía durar».
Los vaticinios de Fernández y de tantos otros se cumplieron una tormentosa noche de finales de 1974, en pleno ciclo de vendavales marinos. «Tuvimos una semana de grandes vientos», reconoce Barros. «Una mañana me levanté, salí a la calle de camino al trabajo y me lo encontré tirado en el suelo, partido en dos». Desde ese momento, y hasta la fecha, ha sido prácticamente imposible alcanzar un consenso acerca de qué o quién tumbó aquella mole vegetal. Algunos achacan su muerte a los efectos de un rayo que impactó en una de sus ramas; otros, como el propio Barros, creen que fueron las violentas rachas de viento las que terminaron por hacer caer al arbolón. Sea como fuere, lo que sí es cierto es que, a pesar de los ruegos de algunos nostálgicos, el Ayuntamiento tomó la decisión de retirar el olmo del lugar. «Hubo vecinos que se congregaron en torno a los operarios públicos y no pudieron reprimir las lágrimas», asegura Barros, uno de los muchos que se reunieron allí para decir adiós al que durante tantas décadas fuese su compañero de aventuras inerte. «A todos nos dio pena, pero era lo único que se podía hacer».
Cuarenta años después de esa despedida, poco queda ya en ese cruce, hoy urbanizado, del que fuera el árbol que llegó a dar nombre a todo un barrio. Sólo la nostalgia del sonido de sus hojas mecidas por el viento, perdido para siempre entre las brumas del tiempo."
"Cuesta imaginárselo. Pero hubo un tiempo en que Avilés era solamente una Ría, mayúscula eso si. Luego surgió una villa amurallada de unos 45.000 metros cuadrados (algo así como la mitad del parque Ferrera), y un barrio marinero, extramuros, de nombre Sabugo (donde curaban todo con ‘fervidiellos’ o infusiones de la flor de saúco, que abundaba por allí).
El resto: bosques y más bosques. No había ni Parche, ni Cámara, ni Galiana, ni su tía. Árboles, sólo árboles.
Por allí, por cuando solo había Ría, andaba la primitiva sociedad avilesina con sus ritos, donde tenían un protagonismo importante dos árboles: robles y tejos –que en Asturias también conocemos como carbayos y texos– que destacaban por sus grandes dimensiones.
Avilés no era ajeno a la costumbre de otros pueblos que también consideraban al carbayo un árbol sagrado: los griegos los consagraban al dios Júpiter y las siete colinas de Roma (una de ellas llamada El Quirinal, por cierto) fueron recubiertas de carbayos. Los druidas celtas utilizaban hojas y muérdago del mítico árbol para preparar las pociones utilizadas en sus ceremonias.
Pero dejo de andar por las ramas de los carbayos y cojo la cuestión de que, en Avilés, heredamos el mayor número de topónimos derivados del carbayo del mundo entero.
Empezando por la recoleta plaza del Carbayo, centro del medieval barrio marinero de Sabugo, y llamada así porque tenía plantado un carbayo frente a su iglesia del siglo XIII. Era un homenaje a la madera carbayona, materia prima en la construcción de barcos en las ‘carpinterías de ribera’ –que así se llamaban, entonces, los astilleros– del Campo de Bogaz, situado donde ahora está la estación central de Avilés, y donde se fabricaron multitud de embarcaciones de madera, desde simples barcas hasta galeones durante los siglos XVI al XVIII.
Otra es la espectacular plaza del Carbayedo, situada en la parte alta de la ciudad y famosa históricamente, por su bosque de carbayos, por cobijar durante años la mayor feria de ganado de Asturias. Hoy es un deseado vergel donde se liban vinos, sidras y demás familia.
También están Los Carbayedos, barrio situado en la margen derecha de la ría, donde termina resbalando por una colina para quedar atracado, casi a pie de muelle. Pertenece a la parroquia San Pedro Navarro, donde hay un centro de enseñanza, en cuyo patio se levanta un monumento en memoria de Fernández Carbayeda, histórico maestro de Valliniello.ç
Y también están: La Carbayeda, pequeño núcleo rural encajado entre Llaranes y Corvera. O Los Carbayos, que es un caserío de San Román de Naveces, muy cerca del aeropuerto.
Y no sigo. Porque entre los topónimos y los nombres de negocios o de apellidos, o motes, relacionados con él, esto se puede convertir en una guía telefónica. La sombra que ha dejado el carbayo, árbol totémico de Avilés, es tan gruesa y alargada como él.
Otra es que la principal exportación que se hizo, durante siglos, por el puerto avilesino fue la maderera y dentro de esa categoría, mayoría de carbayos.
Pero, coime, si en Avilés la madera ha llegado hasta el mismísimo fútbol. No se si estaba de madre o no, pero hasta no hace mucho estuvo compitiendo un equipo de fútbol que llevaba por nombre ‘Histórico Carbayedo’, en el barrio del mismo nombre, claro.
En el de Bustiello hay cuatro calles con la siguiente rotulación: Pino, Laurel, Castaño y Álamo.
El colmo es que hasta tenemos un barrio, sitio o lugar ciudadano, totalmente identificable, llamado el Arbolón. Es un clásico en Avilés, allí al final de Rivero, aunque hoy es Arbolón sin árbol, porque el olmo que le daba nombre se murió –de viejo y ayudado por una tormenta– y en su lugar plantaron un par de edificios en un pís-pás, no fuera a ser que prendiera un arbolín que generara otro arbolón.
Esta abundancia de topónimos vegetales es un termómetro de la importancia que los árboles siempre han tenido aquí y, de paso, otra singularidad Made in Avilés. La marca, el recuerdo que han dejado en el callejero, es algo que difícilmente se encuentra en otra población del mundo entero.
Hoy ya no exportamos madera, no por nada, sino porque casi no nos queda, razón por la que destruir un árbol, en plena ciudad, es una violación social en toda regla."
Vamos a la derecha para cruzar aquí la calle Llano Ponte. En este lugar estaba el antiguo fielato, especie de aduana interior de la posguerra, que posteriormente pasaría a ser kiosco de periódicos y golosinas
Como no podía ser de otra manera, Alberto del Río Legazpi le dedica otro de sus Episodios... Llano Ponte, o la pequeña historia de la calle más trajinada de Avilés:
"Llano Ponte es calle que se inicia y termina en dos de los lugares más conocidos de Avilés: la ‘plaza del Pescado’ (o de la ‘Pescadería’) y ‘El Arbolón’, que así denomina el personal, respectivamente, a la plaza de Santiago López y a la zona donde se cruzan las calle de Llano Ponte y Gutiérrez Herrero. Aunque también es verdad que en la plaza, hoy ya no hay pescado, sino peaje gratuito al Centro Niemeyer; y que el Arbolón –un olmo negrillo de considerable envergadura– ya viejo y carcomido, lo remató un rayo, en 1974, y hoy da nombre a la zona donde estuvo plantado.
En 1852 ya se habían establecido, entre la calle Rivero y la ría avilesina, algunas fundiciones, por eso bautizaron la calle, en primera instancia, como ‘De la Industria’. Gran parte de los terrenos (la llamada ‘Huerta de los Ponte’) habían sido cedidos por la familia Llano Ponte, propietarios del palacio de ese nombre (también conocido como de García Pumarino), pero identificado popularmente –y lo que te rondaré morena– como ‘cine Marta y María’, aunque ya tampoco sea cine.
El Ayuntamiento rectificó, agradecido por la cesión, y renombró en 1892, la calle como ‘Llano Ponte’. Posteriormente, con los años, se formarían la calle Palacio Valdés y las tres travesías (hoy calles de Pablo Iglesias, Libertad y Las Artes) que unen Llano Ponte con Rivero.ç
También fue lugar de mercados como ‘el de los gochos’ (aunque Palacio Valdés escribiese, con retranca, ‘que nunca vio, en su vida, un gocho en Avilés’). Y en 1921, cuando comenzó a funcionar, el tranvía eléctrico, que convirtió un solar de la calle en su central operativa.ç
Llano Ponte, que nació con la primera modernidad industrial de Avilés –la de mediados el siglo XIX– fue capital en la segunda, aquella del ‘boom ENSIDESA’. Por la calle circularon cientos de miles de camiones, que entraban y salían del puente de San Sebastián, con material para la construcción de la siderúrgica.
A partir de entonces, su función de circunvalación se vio ampliada, convirtiéndose el tráfico, endemoniado, en su mayor cruz. Su cara, fue ser protagonista del Seguro y la seguridad.
Porque aquí estaba el Ambulatorio, el primer gran centro local de la Seguridad Social, que atendía a miles de personas. Anteriormente, en los años 40, se había construido un edificio para cuartel de la Guardia Civil.
Luego, un día, el cuartel fue derribado, por viejo, y allí quedó el solar asolado. Otro día, de diciembre de 2004, demolieron el ambulatorio central (más conocido como ‘el Seguro’) de Avilés y cuyo agujero, hoy, sigue allí cantando que se mata. Pero, la cosa sanitaria se ve que estaba latente, porque en aquel solar militar levantaron un centro de salud, eso sí con filosofía arquitectónica de fortín o bunker. Que cosa.
Llano Ponte tuvo tres locales clásicos hosteleros (la sidrería ‘Medero’, el bar ‘La Estaca’ y ‘Casa Cabrera’ y su recordado, por celebrado, ‘pixín alangostado’)
Hoy, la calle se inicia dejando a la izquierda la pasarela principal peatonal al Centro Niemeyer y a la derecha sigue luciendo un sensacional grupo de edificios de principios del siglo XX. Al avanzar cuenta con la bendición de una zona ajardinada antes de entrar en la zona más reciente, más angosta y más poblada.
No es calle del casco histórico –que en Avilés son, casi todas ellas, tan antiguas como el toser– pero si es la primera calle industrial de la historia local. Y hoy puede presumir de ir de vanguardia a vanguardia. Porque comienza en el acceso principal al Centro Internacional Oscar Niemeyer y termina en el Centro Municipal de Arte y Exposiciones (CMAE).
Arte de cabo a rabo ¿No?"
Antes de cruzar, aquel edificio clásico al fondo a la derecha de la foto, en la calle Gutiérrez Herrero, fue la fábrica de harinas El Águila, fundada en 1893 y que llegó a producir 7.000 toneladas anuales, importando para ello trigo de Castilla, Rusia y Estados Unidos. Cuando el negocio cerró se conservó el edificio principal, de tres alturas, junto con la nave anexa, para ser parque de bomberos. Justo a su derecha, un pequeño edificio de planta baja es la 'puerta de atrás', podríamos decir, del albergue de peregrinos Pedro Solís, al que se entra por el otro lado, por la calle Magdalena
Tras ser parque de bomberos tuvo otros usos y es en nuestros días el Centro de Formación Ocupacional de Avilés. Cruzamos aquí la calle Llano Ponte, como habíamos dicho, y seguimos todo de frente a la de Gutiérrez Herrero
De tan histórico inmueble, uno de los pioneros de la industrialización avilesina, paso de las moliendas tradicionales de los molinos de la zona rural a las fábricas de harinas, pues existía aquí un arroyo que le daba la fuerza motriz a su maquinaria, según nos explica asimismo Natalia Tielve García en Patrimoniu Industrial:
"Establecida en el año 1893 en la zona de Los Molinos, la fábrica de harinas El Águila es uno de los testimonios más tempranos – y de los escasos vestigios que se han conservado - del incipiente proceso industrializador avilesino.
La fábrica, erigida a instancias de Juan Oría y Ortiz, aprovechaba un salto de agua en el arroyo de Los Molinos para la producción harinera. Contaba con un motor hidráulico de noventa caballos de potencia, junto con un motor auxiliar de sesenta caballos. Producía unos 20.000 kilos de harina diarios, destinados al mercado gallego y asturiano y comercializados bajo las marcas Oria y Tres Estrellas. Su favorable emplazamiento, en una zona relativamente bien comunicada, en el extremo suroriental de la villa y, en particular, la cercanía del puerto facilitaba la comercialización de los productos. En sus inmediaciones fueron instaladas otras factorías – desaparecidas - como la fábrica de vidrio de Osorio y Cia.
Las instalaciones de la fábrica de harinas se organizaban a partir de un cuerpo central, destinado a oficinas y dos naves de planta rectangular anexas, con cubrición a doble vertiente, que acogían la maquinaria. Tras años sin uso, el complejo fue reconvertido como sede del cuartel de bomberos y, más recientemente, rehabilitado y acondicionado – como ocurre con otras antiguas instalaciones industriales encabezadas por la Curtidora Maribona - para acoger el Centro de Formación Ocupacional de Avilés.
Entre los elementos preservados del conjunto resulta particularmente reseñable, por su calidad arquitectónica, el cuerpo principal, que acogía las dependencias administrativas. Con una distribución en alzado en tres plantas y cierres de mampostería enlucida, presenta cubierta a dos aguas. La fachada principal, enmarcada por dos pilastras rematadas con jarrones ornamentales, se presenta articulada mediante fajas e impostas de piedra. En ella se abren vanos de buen tamaño, organizados por pisos, con remate en arcos rebajados y de medio punto, que incorporan motivos decorativos geométricos. Corona la fachada un pretil, sobre un óculo central, en el que se dispone el nombre de la empresa y sobre el que se emplaza un águila, a modo de emblema."
A la izquierda, eran los garajes del antiguo parque de bomberos, también reaprovechados, a la derecha es el edificio de las antiguas oficinas de la harinera de la que Alberto del Río Legazpi nos aporta estos datos en Patrimonio industrial, habas contadas:
"llegó a alcanzar una producción anual de 7.000 toneladas partiendo de trigos de Castilla, Rusia y Estados Unidos. Cerrado el negocio se conservó el edificio principal, una fachada de tres alturas coronado con un águila metálica, así como una nave anexa que sirvieron durante años de cuartel de bomberos. Hoy el inmueble, propiedad municipal, acoge escuelas–taller de formación profesional."
En en Plan Especial de Protección y Catálogo Urbanístico del Municipio de Avilés, aprobado en 2006, se nos dice que la empresa nace, como la de La Curtidora, La Vidriera y otras de la época y de esta zona, "como respuesta
a la coyuntura económica favorable y a la tradición portuaria de Avilés,
así como a la instalación del ferrocarril. El valor de este edificio reside
una vez más en ser testigo de un momento clave de la evolución
histórica de la sociedad avilesina, de su ciudad, de la búsqueda de la
calidad en sus fachadas, así como el pertenecer a una tipología
representativa de una época y de la primera industrialización moderna
de Avilés."
En lo alto de esta artística fachada, el nombre de EL ÁGUILA y la figura del águila, emblema de la empresa, extendiendo sus alas, como emprendiendo el vuelo
Y abajo, como hemos dicho, la entrada posterior del albergue de peregrinos, dedicado a Pedro Solís, quien fundara el que existió en el siglo XVI en la calle Rivero
Calle Rivero que tenemos justo ahí enfrente, al otro lado de la calle Magdalena y Avenida Cervantes: aquel es su arranque, donde se unen este camino, procedente de la Sancta Ovetensis, con el que viene de la Villa de Jovellanos, a la derecha
En esta fachada, una placa rememora la tradición hospitalaria avilesina en la peregrinación jacobea con el arcediano Pedro Solís, cuyo hospital-alberguería de romeros hasta la fecha extraordinariamente tardía de 1948
Normalmente esta puerta está cerrada por lo que se orienta a los peregrinos continuar calle adelante unos pocos metros más para acceder a la puerta principal
En las farolas las flechas indican seguir esa dirección
Estas calles, Gutiérrez Herrero, Llano Ponte y Avenida de Cervantes son de las de mayor tráfico de Avilés, no así la de Rivero, peatonalizada y el tramo de la Madalena enfrente del albergue, peatonalizado también
Por eso, lo que mejor podemos hacer es seguir la calle Gutiérrez Herrero, sin cruzarla hasta llegar al paso de peatones, regulado por semáforos existente a continuación del albergue, y cruzar allí
A la derecha tenemos pues la Avenida de Cervantes, con su intenso tráfico casi siempre, al ser una de las principales entradas-salidas de la ciudad por el este
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Pero si deseamos hospedarnos o visitar el albergue de peregrinos, antes de cruzar la Avenid de Cervantes seguimos un par de metros por la acera
Y aquí a la izquierda tenemos la entrada al albergue Pedro Solís, en la calle Magdalena 1, peatonalizada delante de él, como hemos dicho, formando una explanada hasta el cruce de la Avenida de Cervantes con la calle Los Molinos, por donde iba el río de ese nombre, con cuyas aguas embalsadas funcionaba la fábrica de harinas El Águila
Y en este rellano un crucero de piedra, elemento jacobeo por excelencia, resalta la ubicación del albergue
Como es habitual en muchos de ellos, a un lado del crucero, en este caso el que mira a la calle, vemos la imagen de Cristo crucificado
Y en el reverso, mirando hacia el albergue, la Dolorosa. Fijémonos en el capitel, con motivos vegetales
La puerta del albergue suele estar abierta en horario de recepción, sino habría de llamarse por teléfono
Composición de azulejos conmemorando la inauguración del albergue, hecho por el Museo Escuela Municipal de Cerámica de Avilés, con el escudo de la ciudad y concejo, un bordón con calabaza y el texto:
Albergue Pedro Solísfundador en 1513 de un(Albergue-Hospital) en dondese daba a los peregrinos(a Santiago) "cubierto, camay fuego"Avilés 1997
Según la fuente consultada aparece la fecha de 1513 o de 1515 como la de fundación de dicho hospital avilesino, del que hablamos concienzudamente en la entrada de blog dedicada a la calle Rivero, el siguiente tramo del Camino...
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