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viernes, 22 de diciembre de 2023

LA PLAZA VILLAMANÍN: EL TRANVÍA, LOS CHIGRES, EL ORIGEN DEL SPORTING, LA FARMACIA Y EL TOMATE DE SOMIÓ (GIJÓN/XIXÓN, ASTURIAS) EL BENEFACTOR DIONISIO CIFUENTES, EL QUIOSCO Y EL CONVENTO DE LAS AGUSTINAS RECOLETAS

La Plaza Villamanín (Somió)

Procedente del barrio de Candenal y tras entrar en el de Foxanes, el Camino de Santiago del Norte llega a la emblemática Plaza de Villamanín, una pequeña carbayera o bosquete de carbayos (robles) en el barrio de La Redonda, corazón de la parroquia gijonesa de Somió y a muy escasa distancia del paso secular al casco urbano de Gijón/Xixón por La Guía, por donde llegaba antaño y desde 1890 el tranvía (hasta 1909 de tracción animal -mulas-), lo que favoreció la transformación de la parroquia en residencial y de ocio y esparcimiento, abriendo en ella numerosos chigres y merenderos, bailes, clubes y tertulias, no pocos alrededor de esta plaza, donde algunos siguen haciéndolo


La Plaza Villamanín, redondeada, era ideal para que diese vuelta el tranvía, como luego lo hizo, a partir de 1964, la línea del autobús municipal, que lo sustituyó. No todo eran negocios hosteleros, también viviendas y, al fondo, la la Quinta del Obispo, adquirida por el obispo Ramón Martínez Vigil en 1885, quemada en la Guerra civil y, desde 1947, convento de las Agustinas Recoletas. A nuestra derecha Casa Oscar Vera, solar de la más antigua Casería de Valledor


Pegada a ella y a su izquierda, El Estanco de Somió, mesón que, al cargo de Juan Santamaría Fernández, recuperó uno de los nombres tradicionales de los negocios que aquí se fundaron a partir de la llegada del tranvía, pues en esta casa estuvo el Estanco de Joaquina (Joaquina Fernández Cifuentes) y antes fue la tienda de Ignacio, pues así se llamaba su fundador, vinculado a la familia de Pachu Benita, mencionada por Carmina Díaz en su artículo Ramón de la Nieta publicado en el portfolio de las fiestas de Somió de 2007 y que hallamos en el web de la Asociación de Vecinos San Julián de Somió:
"Ramón Díaz Zarracina, que era el verdadero nombre de mi abuelo, nació y se crió en el barrio de La Pipa, en una casa transformada hoy en un reconocido restaurante y donde aún se pueden observar inalterados por el tiempo algunos rasgos propios de la primitiva casa como son las vigas de roble y castaño de los techos combinadas con la rusticidad de la piedra, lo cual le da un encanto especial.  
De familia de labradores fueron varios hermanos, tres varones y dos hermanas gemelas. De niño era muy revoltoso y travieso, trayendo a su madre por la calle de la amargura; he oído contar que a menudo desaparecía del pote de fabes o de verduras el chorizo, con gran extrañeza de su madre, hasta que un día, para su asombro, vio que Ramón metía la mano en el pote y se lo comía. A medida que se iba haciendo mayor se fue convirtiendo en una persona responsable y emprendedora.  
No tenía reparo e realizar toda clase de trabajos, como barbero y sastre entre otros. Se casó con una guapa moza de Villamanín, Benita, que provenía de una familia no menos conocida, la de “Pachu Benita”. La madre de ella era hermana de Ignacio, el fundador de la tienda de Ignacio o El Estanco, y de José el de Palmira. La hermana más pequeña, Luisa, se hizo maestra, se casó y puso escuela en su casa, hoy propiedad de Kiti Cangas. Fue muy querida y respetada y también muy guapa. Rara es la familia en Somió en que alguno de sus miembros no haya sido alumno suyo. Murió muy joven, sólo contaba 37 años, a consecuencia de una epidemia de tifus que hubo en el año 1918. 
Mis abuelos, después de casados, pusieron un chigre en Cimadevilla. Como ella era una hábil cocinera consiguieron pronto una escogida clientela. Sin embargo, añoraban su barrio y decidieron comprar un pequeño terreno del Ayuntamiento llamado “Vivero del Rey”, situado al lado de la carbayera de La Pipa, que en aquellos tiempos era muy extensa. Una parte del terreno, el derecho, se lo vendieron luego a Don Santiago Piñera; otra a la izquierda se lo cedió a sus cuñados Joaquín Viña y Manolín de la Nieta y finalmente en la parte restante, la central, se construyó su casa cuya planta baja destinó a un nuevo chigre, que era su ilusión. 
Dado su carácter extrovertido contaba con numerosas amistades y supo conquistar grandes afectos. Nunca escatimó los medios de hacer favores, si un vecino tenía un problema acudía a él para que lo resolviera, no hay que olvidar que al chigre acudía gente del Ayuntamiento de Gijón con la influencia precisa para resolverlo. La gente que allí acudía era variopinta, no sólo eran personas de Somió sino también de Gijón. Una, que pasó la niñez en casa de los abuelos, recuerda a Don Camilo de Blas, que era propietario de una famosa confitería en la calle Corrida, y que acudía todas las tardes en su coche a tomar café con el abuelo y siempre me traía caramelos. Como los pequeños detalles nos hacen recordar, parece que estoy viendo a la abuela lustrar las calderas de cobre que luego brillaban como el oro en las que hacía dulce con las ciruelas claudia y prunos que le mandaba de su casa natal de Villamanín su hermana Bárbara y que me sabía a gloria. A él le recuerdo dándole la manivela al fonógrafo (gramófono) para escuchar a sus cantantes favoritos que no eran otros que los cuatro ases: Cuchichi, Botón, Miranda y Claverol, aquellas canciones inolvidables asturianas como Unce les Vaques ramona, Caminito de Avilés, la añada… 
Su carácter socarrón le permitía poner motes que duraban para siempre; ejemplo claro lo tenemos en Sapolín. Trabajaba empleado en la fábrica de cristales de Gijón y en sus ratos libres se dedicaba a pintar por las casas. Pues bien, un buen día llegó al chigre con una pequeña lata de pintura. Al preguntarle mi abuelo qué traía, él le contestó: “vengo de Sapolín” (tienda de pinturas de Gijón), apodo que le acompañó por el resto de su vida. Sapolín era una persona simpatiquísima. Me contaba él, que en una ocasión el párroco de Cabueñes le mandó pintar la sacristía. Pues bien: estando rezando los fieles el rosario, atravesó de esquina a esquina del altar con la escalera al hombro, la lata de pintura, cosa muy natural en un pintor, pero en la cabeza llevaba un gorro diseñado por él hecho con papel de periódico, dándole un aspecto tan cómico que causó risas entre los fieles y por un instante hubo de suspenderse el rezo del rosario. Como era de esperar, al finalizar llegó la consabida bronca de Don Rafael, primero a los fieles y luego a Sapolín. Y todos sabemos, los que conocimos a Don Rafael, cómo se las gastaba cuando se enfadaba. Otro caso, el de Joaquín, hermano pequeño de Sapolín. Éste era menudo y delgado, y cuando se fue a la mili, al verlo mi abuelo vestido de soldado, dijo: “hombre, aquí llega Quintín” y de esta manera le quedó el mote para siempre a él también. Y para terminar, y no hacerlo más extenso, es el caso del chisme. Éste estaba de criado en una casa de labranza de La Pipa. Un día, le mandaron ir a comprar un boliche al chigre, y el pobre hombre era incapaz de recordar el nombre, hasta que al verlo en la estantería exclamó “esi chisme ye lo que quiero” y “El Chisme” le quedó. 
Más tarde el abuelo se animó a poner una fábrica de gaseosas que llegó a tener mucho éxito en Gijón. Sus hijos se encargaron de ayudarle: Ramón repartía la gaseosa y los sifones por los bares de Quintes, Deva, La Guía; pepe, por el barrio de Cimadevilla y alrededores; Luciano por el centro de Gijón, siendo sus clientes habituales restaurantes y bares tan famosos como “El Retiro”, “El Centenario”, “Hotel Asturias”, “La Botica” y un largo etc. Me atrevo a asegurar que fue la fábrica de gaseosas más famosa de Gijón. Con el paso del tiempo el abuelo se dedicaba más al chigre, pues la clientela había aumentado considerablemente entre otras cosas gracias a que los pollos asados por la abuela habían alcanzado mucha fama a la par que su destreza e la cocina. 
Los abuelos fueron unos trabajadores natos, incansables, no había fiesta para ellos, siempre estaban trabajando. Él sólo se permitía acudir a las corridas de toros a las que era muy aficionado, siendo Rafael “El Gallo” su torero favorito. La labor que emprendieron no dejó de ser meritoria, ya que empezaron prácticamente de nada. Ramón falleció a los 71 años, en el mes de julio del año 1935. Yo, a modo de epitafio, le pondría “contigo se fueron los años más dulces y felices de mi niñez."

Hemos de recordar también a Casa Jorge, El Zapateru, fundada en 1909 (año del tranvía eléctrico) y donde hubo baile a cargo de la Sociedad La Bombilla y el chigre La Mariñana. Con motivo del fallecimiento del propietario del primero el periódico El Comercio publicaba el 13-3-2021 esta interesante reseña biográfica:
"Juan Jorge Díaz González, propietario del emblemático bar Casa Jorge de Somió, falleció ayer a los 73 años en Arriondas, de donde era su esposa y donde residía desde hacía tiempo. Durante años regentó en la plaza de Villamanín el establecimiento hostelero que era punto de encuentro en la parroquia y contaba con una fiel clientela. Su apreciada cocina y sus tertulias reunieron a muchos de los que fueron sus vecinos de toda la vida en el bar abierto por sus padres, América y Jorge, y del que él se hizo cargo luego. Cerró sus puertas en los 90.

Casado con Rita María Sánchez García, originaria de Arriondas, tuvo dos hijos, Juan Antonio (Pichu) y Mirta María. Su cuñado, Luismi, fue jugador del Sporting."

Si bien el Camino sigue a la izquierda, por la calle Pérez Pimentel, nosotros vamos primero a cruzar hacia la plaza, para conocerla, así como todo su entorno. Al fondo a la derecha vemos un poco mejor el convento de las Agustinas Recoletas en la Quinta del Obispo, donde está la actual parada del autobús, y a la izquierda el Geographic, antigua Casa la Buznega 


El primer tranvía gijonés, partiendo de la céntrica calle Corrida no llegaba a Villamanín sino a La Guía, también en Somió, pero al lado del casco urbano y zona ya de célebres merenderos y bailes, el 30 de marzo de 1890. Su éxito fue tal (unos 300.000 viajeros en nueve meses) que al año siguiente llegaría aquí, a Villamanín. Más tarde lo haría a los barrios obreros e industriales de El Natahoyo (1893), La Calzada (1895) y El Llano (1905). Allá mediados los años de la década 1980, el periódico El Comercio, en un reportaje dedicado a Somió dentro de una serie de pedanías del concejo, explicaba que había sido el famoso industrial Florencio Valdés quien ya en 1887 había solicitado la concesión de un tranvía de tracción animal al Ministerio de Fomento que fue autorizado dos años más tarde:
"El día 5 de junio de 1889 se constituye, con un capital de 250.000 pesetas repartidas en 500 acciones y propiedad de 28 personas, todas ellas varones, la Compañía de Tranvías de Gijón. Tal fue el éxito de la línea que en 1890, pese a entrar en funcionamiento el día 30 de marzo, transportó a 296.000 viajeros, dejando un beneficio neto de 15.486 pesetas. Posteriormente, en 1901, se constituyó en Gijón la Sociedad Gijonesa de Omnibús y Ripperss, que intentó "comerle" el mercado al tranvía. El resultado fue negativo y el tranvía siguió adelantes, modernizándose, y el 10 de abril de 1909 se inauguraba el tranvía eléctrico a Somió. Estos artilugios metálicos se movían con considerable lentitud y fueron, durante años, punto de concentración de la sociedad. En 1901, cuando todavía la tracción era animal, costaba el billete del tranvía 15 céntimos y, precisamente por esa carestía del billete al electrificar la línea, en 1917 hubo una huelga de viajeros para tratar que se bajar el precio del viaje. En el tranvía se bajaban los productos del campo, se leía el periódico (aportado por la Compañía para entretener a los viajeros en las grandes esperas) y hasta se participaba en rifas con premios del estilo de una máquina de coser, con los números adjuntados en los billetes. Era, pues, en unos años en que el transporte individual prácticamente no existía, un aspecto vital para la vida de los gijoneses y, más aún, para quien vivía en Somió y echaba la cuarta parte de su vida subido en aquellos aparatos. Como dato indicativo de la importancia que la línea de Somió tuvo a lo largo de muchos decenios (...) cabe citar el número de viajeros que tuvo en ciertos años. En 1910 tuvo 876.015 viajeros; en 1911, 918.491; en 1912, 913.511; en 1916, 1.109.954; en 1917, 1.011.592 (influyó la huelga de viajeros); 1923, 1.593.888; 1939, 233.0568 (tras la guerra civil); 1941, 1.307.155; 1950, 4.335.788; 1954, 3. 632.535; 1957, 3.428.885, y 1960, hasta el día 25 de agosto en que cesó la explotación de la línea, 1.814.936 viajeros. La muerte del tranvía supuso una inestimable pérdida para Somió y todavía los vecinos lamentan que nos se hay conservado, al menos como contrapunto de tipismo, al igual qu, por citar dos ejemplos, el tranvía de Sóller, en Mallorca, o el tranvía del Tibidado, en Barcelona"

Puede destacarse por tanto que el tranvía llegó antes a los barrios del ocio que a los de la industria, aunque bien es verdad que el primero ya era una más que incipiente industria, pesando también en ello que, desde aproximadamente 1860 y tras las desamortizaciones, Somió se estaba transformando en un enclave residencial de veraneo para la aristocracia y la cada vez más pujante alta burguesía industrial, promovido grandemente por la construcción, en el cercano barrio de Candenal, de La Quinta'l Duque en 1864, que fue del segundo duque de Tarancón, Fernando María de Muñoz y Borbón, hermanastro de Isabel II, por lo que se auspiciaban contactos políticos, y con ellos sociales y empresariales, con las más altas instancias del Estado


Villamanín, ya antes de todo ello, debió de ser un núcleo de cierta entidad en relación a su tiempo la paso del viejo Camín Real de la Costa; el villa de su topónimo revela un núcleo poblacional y el manín el nombre de un antiguo posesor. Lo explica muy bien el filólogo Ramón d'Andrés en su Diccionario toponímico del concejo de Gijón:
"Formación del topónimo: topónimo compuesto formado por dos elementos. El primero es el sustantivo asturiano villa, que en este caso debe entenderse como ‘grupo de casas que forman una unidad dentro de un pueblo’. El segundo componente es -manín, no reconocible en el asturiano actual fuera de su uso como topónimo (la existencia de manín como apelativo de confianza, aféresis de hermanín, es pura coincidencia). Este topónimo se escribe con una sola palabra, porque tiene un único acento en la sílaba «nín». 3. 
Etimología: sobre la etimología de villa, ver Cimavilla. Al respecto de -manín, puede ser un derivado del nombre romano Manĭus o *Manīnus, de manera que Villamanín significa en origen ‘la finca o propiedad de Manius o de Maninus’"

No todo eran negocios hosteleros, en Villamanín daba servicio a los vecinos la Farmacia Castaño o de Trini, Trinidad Castaño, quien fuera farmacéutica en Somió 43 años, "auténtica agente de salud vecinal", su farmacia "lo mismo era sede de encuentros vecinales que se salía de allí con una cura para el catarro o se lograban los "polvos mágicos" para lograr un envasado perfecto del tomate en temporada: "ácido salicílico que ella preparaba en papelinos, con la instrucción de echar un gramo por kilo de tomate", según recordaba la por entonces presidenta vecinal Soledad Lafuente a La Nueva España del 30-6-2012. Tal vez el secreto del tan preciado Tomate de Somió, raza oriunda de esta parroquia ( y cercanas), que aunque haya dejado de ser rural su nombre sigue estando presente en este preciado manjar del que dice así el escritor Xandru Martino Ruz en la página Caldones, Vega y Valle de Ranón:
""El tomate de Gijónmarmande antiguo, el de toda la vida, el más sabroso de todos los tomates, piel fina, blando, poca semilla, son algo arrugaos,val pa comer en crudo, en ensalada, pa salsa….tien el sabor natural de lo de antes, muy rico sabe a tomate, tomate.
Ye una raza muy antigua, en Somió plantaben finques enteres de esti tomate rastrero sin entutorar ni nada o en la güerta por el borde del maíz y les fabes y aguantaba sin dañase dando unos carraos tremendos que llevaben a la plaza de Gijón. 
A mi pásamelo una paisana de Candanal (Villaviciosa), menos mal que tovia queda gente entusiasta de estes coses en los pueblos de la zona rural faciendo una labor encomiable porque sino probe de nosotros."
Tomates de Somió. Foto de Caldone, Vega y Valle de Ranón on WordPress.com

Jessica M. Puga, periodista de El Comercio que publica el artículo El momento del tomate el 30-8-2018, dice que la precocidad es uno de sus puntos fuertes, "un producto que tanto tiempo y paciencia necesita que cuando por fin nace, apetece" y el productor Javier Runza, de la cercana parroquia villaviciosina y mariñana de Quintueles, añade:
 «Antes, cuando no había invernaderos, o sea que estoy hablando de hace más de 40 años, los tomates de Somió eran los primeros que nacían porque la zona tiene una orientación al sur y, por ello, soleada, además de estar resguardada de los vientos fríos»

Otro negocio célebre en esta plaza fue El Quiosco Villamanín, estilo racionalista y proyecto de 1945 del arquitecto Pedro Cabello Máiz muy similar al que trazó su homólogo Manuel García Rodríguez para la Plazuela San Miguel, en el centro urbano. Estaba al otro lado y fue derribado en en 1970 para hacer, un poco más allá, otro, empotrado en el muro de la Quinta del Obispo, obra este de Enrique Álvarez Sala y demolido a su vez en 2014, tras su cierre. Por su parte, en El Zapateru habría estado el origen del mítico Real Sporting de Gijón, según revela La página del Sporting en El Real Sporting nació en 1905:
"Con anterioridad, tras la llegada del fútbol a Gijón, coincidiendo con el comienzo del siglo, se formó el Gijón Sport Club, en el año 1902. Nace a continuación la Sportiva de Gijón, que dio paso al Sporting Gijonés, primera denominación del primer club representativo de la ciudad, que pasó a llamarse Sporting de Gijón en 1911, tras integrarse la Sportiva Gijonesa, después de la cesión de varios jugadores para disputar un encuentro en La Coruña, en una reunión que tuvo lugar en Casa El Zapatero, en Somió. 
En 1956, con motivo del cincuentenario, Eustaquio Campomanes, presidente del Sporting, propició que la redacción de un acta notarial que diera fe de la fundación del club, para lo que el notario Tomás Albi solicitó la declaración de Julio Bernaldo de Quirós Debrás, Florentino García Sordo, Ángel Pardo Botella, Corsino de la Riera Acebal, Jacobo Argüelles Álvarez, Emilio Fernández Menéndez y Emilio López Sánchez, quienes se manifestaron como fundadores y jugadores del Sporting Gijonés, del que fue continuador el Real Sporting de Gijón."

Y este es el busto del gran benefactor de Somió Dionisio Cifuentes, nacido en 1859, filántropo y benefactor gijonés, concejal y fundador del Real Grupo Cultura Covadonga, colaborador con el Monte de Piedad, el Hospital de Caridad y con muchas obras y donaciones en favor de Somió, su pueblo


El busto, obra del muy prestigioso escultor Francisco González Macías, se inauguró solemnemente el 17 de junio de 1973. Al cumplirse los 50 años de esta efeméride el periódico El Comercio publica el artículo El gran benefactor, glosando su biografía:
"Si alguien se merecía un busto en Somió, ese era Dionisio Cifuentes Suárez. Y se le puso. Hace ahora, concretamente, medio siglo, y con la presencia del alcalde de Gijón, Luis Cueto-Felgueroso; Ricardo de la Viña, presidente de la Asociación de Cabezas de Familia de Somió; el escultor, González Macías, y Fernanda Cifuentes, prima del filántropo. «Su villa natal no ha olvidado tantos favores y su vida entera dedicada a su pueblo», dijimos, por entonces. La ciudad mostraba, «con este monumento levantado a su memoria a las generaciones venideras el ejemplo de un hombre, hijo de Gijón, para que les sirva como recuerdo permanente de emulación». 
Buen ejemplo era. Nacido en 1859, en Somió, Dionisio Cifuentes había emigrado a La Habana siendo un niño, y volvió, con mucho dinero en el bolsillo, en 1900. Tenía por delante medio siglo de filantropía, el sentimiento que llevaba a Cifuentes, por ejemplo, a costear comidas extraordinarias de navidad en la cocina económica; a colaborar con la Escuela Laica, en el Sporting de Gijón o, sobre todo, con el grupo Covadonga. Son incontables los logros de Dionisio Cifuentes, que moriría soltero, volcado como andaba siempre al negocio y a la generosidad. Fue el empresario, por ejemplo, que construiría el Gijón Cinema o que financió el arreglo de los caminos y de la iglesia de su adorado Somió. 
«Dedicó su vida en favor de su pueblo y de sus hombres», decíamos en 1973. «Él fomentó la industria, dándole nuevos impulsos hasta entonces desconocidos. Prestó auxilios necesarios para que muchas obras culturales de nuestra villa prosiguieran adelante con su quehacer. Ayudó generosamente a la erección de nuevos templos derruidos durante la guerra civil española. Demostró siempre un corazón generoso para cuantas personas se le acercaron solicitando su apoyo y ayuda, a lo que nunca supo negarse, tal era su ánimo». Ahora, el recuerdo de Dionisio Cifuentes se materializaba en un busto en bronce en la plazoleta de Villamanín. Ahí sigue, medio siglo después, a más de 70 años de la muerte de un hombre bueno."


Unas semanas después y en el mismo periódico es el escritor y periodista Janel Cuesta quien le realiza una semblanza para la edición del 23 de agosto de ese año, titulada Dionisio Cifuentes. Recuerdo a un Hijo Predilecto de Gijón. Ya tiempo atrás, el 24-6-2017, Hernán Piniella Iglesias publicaba en la página Gijón a través del tiempo su biografía en Un señor de Somió:
"A veces al mundo le nace un alma generosa, a menudo de esas veces esa alma nace en Somió, un tan apartado como cercano e íntimo lugar de Gijón, en donde el apellido Cifuentes tiene solar y raigambre desde que existen escritos que lo constaten, desde que la humanidad dejo constancia de sus actos, ya sea en un papel, o en una memoria. 
Don Dionisio Cifuentes Suárez, nace en Somió en el año 1859 y tras impregnar su alma de la generosidad de aquel paisaje, tras recibir de sus padres todo lo necesario para saber subsistir en este mundo, emigró a la Isla de Cuba, provincia española en el Caribe mar, tras cruzar un proceloso océano en un barco velero, cuando tenía tan solo 14 años.  
Allá en La Habana prosperó en sociedad con otro asturiano, este de Piloña, de nombre Don Manuel Huerta, de la unión de sus ambiciones forjaron un emporio comercial e industrial, se hicieron muy ricos y tras 26 años de permanencia en Cuba, a Don Dionisio le llegó el canto de sirena de su Gijón, de su tierra amada. 
En 1900 con casi 40 años de vida, está de nuevo en casa, adquiere una vivienda en el número 32 de la calle Covadonga y adquiere casi medio Somió y adyacencias, se hace dueño de inmensas fincas dentro y fuera de lo que es la villa de Gijón.  
Es célibe, tiene una hermana, Doña Dolores, a la que adora y que por virtud de los refranes le concede los sobrinos en defecto de los hijos que él no tuvo. Le sobreviviran su hermana y sus cuatro sobrinos, Don Ceferino, Don Dionisio que sera conocido como el abogado de la republica, Don Benigno y Don Patricio  
Don Dionisio Cifuentes Suárez, está casado, por así decir, con una idea singular de caridad humana que le hace desvivirse en ayudar sin mayor motivo a quien lo necesite, sin descuidar su proverbial buen ojo para los negocios, sigue acumulando ganancias terrenales y comienza a ganarse la gloria en la memoria de esta ciudad que conocerá desde entonces a este buen señor tal y como si fuera una empresa: Donaciones Dionisio. 
Compra una cantera de grijo cercana a Somió, para que en andecha los propios lugareños reparen unos caminos intransitables nueve meses al año. En el año 1913 se realiza a expensas suyas la mejora y traída de aguas hasta la Fuente de la Pipa y manda construir la de Fuejo y la de Somió. 
Dona unos terrenos de su propiedad para construir el cementerio, levanta a sus expensas las escuelas de Somió. Desde su retorno a Gijón en 1900, hasta su muerte en 1951, con motivo de las fiestas navideñas los días 23, 24, 25 y 26 de Diciembre, costeaba cientos de comidas extraordinarias en la cocina económica. 
Benefactor que nunca hizo distingos en los destinos de su caridad, tan pronto colaboraba con la Escuela Laica como con el Asilo de las hermanitas de los pobres, con la Cocina Económica como con el Hospital de Caridad, con el Sporting de Gijón como con el grupo Covadonga.  
Tan larga y merecida era su fama de persona caritativa, que en el trayecto matutino diario de su casa en la calle Covadonga hasta el banco Minero en los Jardines de la Reina y el vespertino desde Corrida hasta el Círculo mercantil en el paseo de Begoña, había tortas entre los mendigos profesionales por ubicarse en lugares estratégicos por donde pasaba derramandose la generosidad de aquel buen señor. 
Como empresario fue siempre asaz discreto al igual que con su caridad, nuca supo una mano lo que hacia la otra y era enemigo de toda publicidad fatua y pretenciosa, estaba privado de cualquier afán de protagonismo en materia alguna. Construyó entre las calles Marques de San Esteban y Rodríguez San Pedro un hermoso cine inaugurado en 1926, el Gijón Cinema, fue accionista del diario el Noroeste y de muchas otras empresas estrictamente personales que a nadie le era licito preguntarle por las mismas ni a su proverbial discreción comunicarlo. Era inmensamente rico, un hombre acaudalado que no gustaba hablar de sus asuntos, tan solo compartir con todos sus beneficios y Gijón se beneficiaba de ello. 
Tenía Don Dionisio un alma tan luminosa como un día de Junio, sus ojos debían de ser transparentes o reflejaban aun el verdor que se les metió dentro cuando embarcó siendo tan niño, aferrado como a un sueño a la batayola de estribor, mientras el navío se alejaba a devorar el horizonte, el niño con los ojos atestados de llanto, miraba hacia el verde y lejano Somió.  
De aquel Gijón que se fue con él, grabado a fuerza de amor en su retina, le dolía como una inmensa llaga en el alma, la breve iglesiuca de Somió y hacia 1931 pudo realizar su sueño de dotar a su parroquia de un templo en condiciones, proyectado por Don Juan Manuel Del Busto y una vez derruida la anterior residencia de Dios, se inició en Marzo de 1931, la construcción de la iglesia de San Julián de Somió.  
Por petición de Don Dionisio, cada vecino aportara su granito de arena y él pondría el resto, tanto puso que en 1932, costeada por él, echaba su canto a los aires la campana en la torre bendecida y dedicada a San Dionisio en su honor, también pagó aparte unos altares a la advocación de San Bruno, que era el nombre de su padre y el del Salvador, dedicado a Jesús del Amor, que era el nombre de su Dios.  
Era un cristiano confeso y devoto, un alma caritativa que compartía su fortuna con los más necesitados. Fue presidente del partido republicano liberal y democrático y tan grande era su aura, su fama, que no le pasó factura su credo politico en las violencias que acometerían España en aquellos años de odios y rencores desmedidos. 
En 1931 crea una institución asistencial de Auxilio económico en Somio dotada con 250.000 pesetas con un fondo en el banco Minero de otras 250.000 para ayudas directas. Cede los terrenos de su propiedad 33 días de bueyes (4 hectáreas) valorados en 200.000 pesetas, cercanos al Puente de Viyao para que se levante una granja pecuaria que sirva como fuente de empleo y como despensa para la Cocina Económica. Cede los terrenos necesarios para levantar la capilla nueva de La Providencia a sus expensas. Dona los terrenos donde se levantará el Grupo Cultura Covadonga, cabe decir que desde la orilla occidental del Piles, hasta la calle Ezcurdia tenía terrenos este señor, incluso por el Molinón pagaba una cantidad simbólica el Sporting por su uso. Los terrenos de la calle del Molino, conocidos como “La Huerta” fueron oficialmente vendidos al grupo en 270.000 pesetas, pagaderas en 20 anualidades de las que Don Dionisio solo percibió de sí mismo la primera, el resto lo donó, pagandolo él mismo a la Asociación Gijonesa de Paz y Caridad, era como si se cobrara y se diera el vuelto. En el Grupo Covadonga a razón de reconocer su extrema generosidad hay un busto de este Señor de Somió, realizado por Don Manuel Laviada. 
En 1933 durante los días difíciles de la segunda república donaba el dinero necesario para que las gentes necesitadas pudieran desempeñar sus ropas de abrigo en el Monte de Piedad. La cárcel del Coto también conocerá su generosidad sin medida, patrocinara una Fundación para las defensas juridicas de los insolventes, otorgara fianzas que se las llevara el viento, al fin y al cabo los delincuentes eran eso, y una vez en la calle, practicaban aquello del si te he visto no me acuerdo. Pero este Don Dionisio no repartía dinero para que lo recordasen, no era ese su fin. 
Redacto un manual propio de él, un visionario, para enfrentar los dos dramas acuciantes de aquella patria suya; el paro y las pensiones para la vejez. Los que tenían que prestarle oídos para aquellos buenos consejos y prácticas efectivas económicas dictadas por un experto y un triunfador en dicho campo, estaban demasiado ocupados insultándose y sembrando España de odios intestinos.  
En mitad de aquel desorden, en 1934, el ayuntamiento republicano de la ciudad se acuerda de él y le otorga su nombre a la calle que va por delante de la iglesia de San Julián de Somió, desde la del profesor Pimentel hasta la carretera del Piles al Infanzón. Se abre una suscripción popular para sufragar los gastos de las fiestas en su honor, están todos los sitos de Somió dispuestos para apuntarse al homenaje más grande jamás dado a un vecino en vida del mismo, Casa Alvarín en Fojanes, Casa el Pinchu en La Guía, Casa Ramonín en la Pipa, Casa El Coletu en Fontanía, Casa Pinón en San Lorenzo, casa Arturo Loché en Les Caseries y Casa el Casín en El Pisón, la fiesta grande será en el Somio Park.  
Muchos años después en 1973, otro ayuntamiento de otra ideología, le colocara en Villamanin un busto obra de Don Francisco González Macías. Así de grandes y de sanos serían sus méritos. 
En el mes de Octubre de 1936 le queman “su” iglesia de San Julián, que se reparará a sus expensas al finalizar la contienda, al igual que la de la Divina Providencia. Volverán a ser bendecidas en 1944, con su altar al Salvador, mejorado don el añadido de las imágenes de Jesús, San Cristóbal y San Dionisio. En agosto se celebra la fiesta del Salvador que la gente llama de Don Dionisio, que mejor santo que el nombre de un Dios viejo al que se le rendía culto bebiendo vino y danzando hasta que el cuerpo aguante. 
En 1945 ya en edad provecta va buscando el camino de su salvación personal como si no la tuviera asegurada, pero su modestia es tal que nada le basta para alcanzar la paz espiritual. Manda construir dos nuevos altares en la iglesia de Somió, a las advocaciones de La Piedad y Nuestra Señora del Carmen, un año después reabre al culto la capilla de la Divina Providencia. En 1949 dona 500.000 pesetas para el Hospital de Caridad, permanentemente acuciado por las deudas.  
En octubre de ese año es nombrado hijo predilecto de Gijón. 
Es tarde y hace frio, mucho frio, es nueve de Enero de 1951, y es Gijón, bate el Nordeste y el orbayu se entremezcla con las lágrimas, hace días que se hacen vigilias voluntarias ante el número 32 de la calle Covadonga. Adentro de la casa está agonizando el señor de Somió, el hombre que amó Gijón se muere. Su Dios lo reclama para asuntos de su interés en los espacios celestiales, mientras detrás de su cuerpo derrotado por 91 años de hermosa y generosa vida, miles de gijoneses toman rumbo al cementerio de Somio, bajo la lluvia.  
Quieren despedir el duelo en Los Campos, pero como posesos las personas siguen el féretro donde van los restos de algo más que un hombre bueno, van los residuos humanos del niño aquel que se fue cruzando un océano y que ahora por fin regresa a Somió, ya para siempre jamás."

A nuestra izquierda, según avanzamos por este pasillo de losas que atraviesa La Plaza Villamanín de parte a parte, vemos el Geographic, que durante décadas fue un referente de los establecimientos de música y copas de Somió con el empresario Fernando Espina, a quien la periodista Teté F. Balseiro le dedicó El Arte de vivir la vida, día a día, con motivo de su cumpleaños, aquí celebrado. Así salió publicado en La Nueva España el 19-9-2011:
«Queridos amigos: gracias por acompañarme hoy y siempre». Con esta frase, Fernando Espina, conocidísimo empresario y hostelero gijonés, comenzó su pequeño pero cariñosísimo discurso de cumpleaños, para proseguir diciendo: «Vive la vida como si te fueras a morir mañana, trabaja como si no necesitaras el dinero y baila como si nadie te viera». Y después, sin soltar la mano de su compañera Raquel Leguizamon, sopló las velas de una gran tarta. 
Todo ocurrió en su local de Somió, el Geographic, que rebosó de amigos de Espina y donde, por supuesto, se encontraba su hijo Fernando, al que ha encargado especialmente la gerencia de sus negocios. «Yo quiero jubilarme y descansar en Ibiza», apostilló a algunos de los presentes, como Gloria Miravalles y su marido, el empresario y abogado Javier Menéndez, amigos inseparables de los anfitriones en una de las calas ibicencas. También acudieron compañeros de partida de «La Endecha» y de la sociedad gastronómica «Puente de Mando», como Pedro Pablo Droman, Carlos Roibás, Juan Dopico, Cesar Telenti, Nacho Platero, Leonardo Verdín, Paco Arqués, Falo Cueto y José Carlos Álvarez. La presencia femenina no faltó y tanto la notaria Montse Martínez como Nines Oliva, Eva Cecchini, Gabriela Aguilera, esposa del también presente empresario José Antonio Aguilera y muchísimas amigas bailaron con el dúo Javi Ramos y Portu Martínez y sus temas de los «Beatles» para que el próximo año la terraza del «Geographic» vuelva a adornarse de serpentinas y amistad para volver a homenajear a Fernando."

En el mismo periódico La Nueva España y con motivo de su fallecimiento, daba así la noticia el 21-7-2016 con una pequeña semblanza biográfica:
"El hostelero gijonés José Fernando González Espina ha fallecido esta mañana a los 59 años de edad tras una larga enfermedad. 
Fernando Espina nació en Infiesto en 1957 y era el mayor de tres hermanos. Vivió en Gijón desde los once años y era un gran aficionado a los viajes, llegó a visitar 32 países, y también al deporte, en especial al balonmano que practicó en el equipo del Grupo Covadonga que jugó en División de Honor. 
Gestionó 42 negocios con más de 1.300 empleados donde estacan entre otros el Caribe, Indian Café o el Mirador del Cantábrico. En esa larga lista destacan sobremanera "El Rinconín de Deva, siempre fue al que más cariño tuve, y siempre fue el que me permitió hacer todas las chifladuras que hice. Me deba una especie de base para lanzarme a otras aventuras. El Geographic es otro local al que tengo mucho cariño", como señaló el propio Espina en una de sus últimas entrevistas en LA NUEVA ESPAÑA."

Ese mismo día también lo hacía El Comercio, con una glosa de su biografía empresarial y personal:
"José Fernando González Espina, referente de la hostelería gijonesa, ha fallecido este jueves después de cuatro años de lucha contra el cáncer, al que siempre encaró con el convencimiento de quien aún le resta mucho por hacer. 
Por sus manos pasaron más de 40 locales de obligada visita en Gijón. Establecimientos ideados por Fernando Espina, como Caribe, Indian Café, el Mirador del Cantábrico, Geographic, el bar acristalado del Cerro de Santa Catalina o, más recientemente, El Rinconín de Deva. 
Pero antes de forjarse como uno de los más destacados empresarios del sector de la hostelería en Gijón, este piloñés (nació en Infiesto, hace 59 años (los cumplió el pasado día 19) ejerció de soldador, calderero, vendedor y un largo etcétera de oficios más. Empezó a trabajar a los 15 años y, según él mismo explicó a EL COMERCIO en una entrevista publicada en 2013, llegó un día, «con 18 años, que vi que la hostelería el mundo que me gustaba. De hecho, nunca sentí que estaba trabajando, porque tuve la suerte de hacer algo que me gustaba». 
A la misma edad que empezó a trabajar se inició también en otra de las que serían sus pasiones; el balonmano. Llegó a jugar en División de Honor con el equipo del Grupo Covadonga, pero también formó parte de algunas de las plantillas más destacadas del panorama balonmanístico nacional, como el Teucro, de Pontevedra, y el Ciudad Naranco, de Oviedo. Su gran carrera en el balonmano quedaría bruscamente interrumpida debido a una lesión en el tendón de Aquiles."


Tiempo después, el 15-3-2021, se anunciaba también en El Comercio que El Geographic dará paso a la construcción de tres chalés de lujo en la plaza de Villamanín. Es posible que, cuando vengáis pues, encontréis este lugar muy cambiado respecto a estas fotos


Y llegados al otro extremo de la plaza, este es el solar del antiguo Quiosco Villamanín, al que antes nos referíamos, donde despachaba Maricarmen. Dado que estaba en un estratégico punto neurálgico fue empleado como fielato o puesto de recaudación en base a tasas sobre bienes de consumo en la posguerra


Y enfrente, el lugar al que fue trasladado, donde antes estaba La Fuente Villamanín, con su cabeza de león, la cual fue a su vez trasladada cerca de aquí, a un pequeño espacio verde, La Placina, llamado también por su forma El Triángulo de Fandiño, que veremos al seguir Camino. A su derecha se llegan a ver los muros de la Fundación Museo Evaristo Valle, con espléndidos jardines y dedicada al gran pintor asturiano, que puede visitarse. Es la finca La Redonda, la cual fue anteriormente una quinta residencial levantada en 1881 por el cónsul inglés William Perlington Macalister sobre una quintana hecha en la que fue la torre señorial de los Menéndez Valdés, de origen bajomedieval y una de aquellas fortalezas, luego casonas hidalgas, precedentes lejanos de las quintas del Somió señorial de entresiglos. Extraemos esta información del museo de su correspondiente entrada en Wikipedia:
"La Fundación Museo Evaristo Valle es un museo dedicado a la trayectoria y obra del pintor gijonés Evaristo Valle. Fundada en 1981, su artífice principal fue María Rodríguez del Valle, sobrina del artista. El museo, inaugurado el 5 de marzo de 1983, acoge obras del pintor gijonés, pero también ha organizado exposiciones temporales sobre otros artistas. Ha sido galardonado con la Medalla de Honor de la Real Academia de San Fernando en 1984 y con una Mención de Honor del Consejo de Europa a través de su comité para el «premio del museo europeo del año» en 1985. Fue declarado bien de interés cultural el 24 de julio de 2015"

Ahí se ve el hueco del antiguo quiosco, un semicírculo que había cedido el obispo Martínez Vigil para hacer le desaparecida fuente, la cual, como aún no se disponía de agua corriente en las casas, daba servicio a muchos vecinos. El industrial Gervasio de la Riera (de Astilleros Riera) donó su famoso caño de bronce con cabeza de León que pronto veremos. El agua sobrante iba a dar al bebederu del ganado de La Carbayera Foxanes. Muy cerca de ese cruce se encuentra la Quinta Peláez, llamada así por el coronel de Artillería que había sido su propietario, la cual pasó en 1926 a ser el celebérrimo baile del Somió Park, toda una institución gijonesa que en la actualidad, ampliada y reformada, es restaurante. En el citado reportaje que el periódico El Comercio dedicaba en los años 1980 a la parroquia de Somió dentro de la serie Pedanías Gijonesas, podemos leer:
"A mediados de los años 20 era uno de los bailes de moda en Gijón y desde el domingo de Resurreción hasta el segundo domingo de octubre, había baile todos los domingos, lunes y jueves, amenizados por las orquestas y la Banda de Música de Gijón. Allí se celebraba la famosa "jira campestre" organizada por la Asociación Gijonesa de Caridad una vez al año en beneficio de los pobres y en la que estaba presente toda la "jet set" de Asturias. Después de la guerra civil, los jesuitas trataron de comprar la finca para hacer un colegio, ya que Franco había dicho que las ruinas del Simancas no se podían tocar. Cundió la alarma en la Compañía de Tranvías, que veía esfumarse de esta forma buena parte del tráfico de viajeros a Somió. La solución la encontró José Luis Alvargonzález, ingeniero-director de la Compañía de Tranvías. No fue otra que comprar el Somió Park por 27.000 duros y permitir su explotación como baile. Treinta años más tarde, la finca era vendida pro 28 millones de pesetas y, muy poco después, el 31 de julio de 1977, los bailes de Somió Park -durante los años del franquismo llamado obligatoriamente Somió Parque- morían definitivamente"

La presión urbanística hace que algunos edificios de locales históricos hayan desaparecido, sustituidos por nuevos bloques de apartamentos. Aquí ahora está, a la izquierda de El Estanco, la parada de taxi. Un buen lugar para recordar a Margarita la del Somió Park, vinculada también al desaparecido Zapateru, cuya memoria rescata pormenorizadamente Carmina Díaz en el portfolio de las fiestas del Carmen de Somió del año 2005:
"Si a una de las personas nacidas hace ya muchos años en Somió, donde aún tenemos el privilegio de vivir, nos preguntan por Margarita Díaz Fernández, por un momento, quedaremos dubitativas pensando ¿Quién es? ¿Quién puede ser? Pero si a continuación añaden “la del Somió Park”, exclamaremos ¡ah! ¡Claro! Y es que su vida estaba tan asociada al parque que resulta inimaginable recordarla sin él, que tanto significó en su vida, y al cual ella correspondió con su personalidad y saber hacer, dándole una popularidad y haciéndole tan conocido que llegó a ser como un símbolo más para Somió durante mucho tiempo. 
Cuando sólo contaba cinco años, su familia se estableció en el bello lugar de Villamanín, fundando un “chigre” llamado “Casa el Zapateru”. Pronto llegó a ser una familia muy querida y conocida. Margarita, persona muy sencilla, alegre y divertida, tenía muchas cualidades: lo mismo cocinaba muy bien que tocaba el piano estupendamente, pero brillaba sobre todas ellas la virtud de la caridad. 
Muchas fueron las familias pobres de la parroquia a las que ella repartió limosnas con largueza. Pudo haberse hecho millonaria, pero era demasiado esplendida y desprendida para llegar a serlo. 
Como además cantaba muy bien, perteneció al coro de la parroquia durante algún tiempo, las nanas a las que nos tenía acostumbradas durante las fiestas navideñas eran irrepetibles. 
Al morir sus padres se convirtió en la protectora de sus hermanos ayudada por su hermana más joven, Marujina, lo que precisamente no era moco de pavo: cuando se juntaban su pandilla, entre otros, Brunín el de Servanda, Tinín el hojalateru, Frasio el de Covián, la cosa era para echarse a temblar. Sus bromas y travesuras siempre fueron muy conocidas y comentadas por todo Somió, por ejemplo cuando iban a tocar las pandorgas o, cuando a una persona determinada le cogían manía o antipatía, le escribían y cantaban coplas, no exentas de picardía, tirándolas a veces por los caminos para que la gente las viese y leyera, y que, forzosamente, a las que iban dirigidas les molestaba y les parecía fatal. 
Un señor ya mayor de Somió y de memoria privilegiada, hace algún tiempo, recordaba alguna de ellas, dejándome pasmada y admirada del ingenio con el que estaban hechas, y me preguntaba ¿Cómo era posible que aquellos “rapazos” que a lo sumo fueron a la escuela del maestro cuatro o cinco años fueran capaces de hacerlas? Eran los años ingratos y difíciles cuarenta, cuarenta y uno… una llegó a la siguiente conclusión: “que era el mismo diablo quien se las inspiraba” y no se rían, al fin y al cabo, las Sagradas Escrituras nos dicen que Lucifer no solamente era bello, además era listo. 
El Somió de aquel entonces éramos como una gran familia, por lo que las noticias y los hechos corrían como un reguero de pólvora. A Margarita le crearon problemas y le originaron disgustos que ella resolvía con eficacia, realmente el mayor daño se lo hacían a ellos mismos. 
Dichos “rapazos” murieron todos ya, y excepto Frasio, todos eran solteros. A pesar de sus fechorías eran muy buenas personas, amigos de hacer favores, por lo que todo el mundo les apreciaba. Aquello de genio y figura hasta la sepultura, puede muy bien aplicársele a Frasio, porque hasta su muerte sus bromas y picardías no le abandonaron. Era muy simpático. Como no pronunciaba bien la erre, su dicción especial le hacía ser, si cabe, más gracioso. Dios los tenga en la gloria. 
El Somió Park lo reunía todo, desde un pequeño paseo parecido a una alameda, un campo de futbol, donde acudían por semana las madres con los críos en el tranvía desde Gijón y donde Vicente, el  heladero, se cansaba de vender aquellos riquísimos helados que él hacía. Había una gran cantina en la que se vendían botellas de sidra, gaseosas, bocadillos… Al lado, el gran edificio, que por el invierno, el primer piso era habilitado como salón de baile, y más tarde, como restaurante que Margarita y su marido regentaban, y debajo de este, la bodega que frecuentaba gente pudiente. 
No puedo olvidarme cuando cogía mi bicicleta y, a la velocidad de vértigo, bajaba por El Fondal, camino paralelo a la carreta del Infanzón, e iba al Somió Park, donde me reunía con otras amigas quinceañeras, no podíamos olvidar que a las ocho teníamos que estar en casa: Lolina, las hermanas Puente, Ana María la de Lalo, Esther la de “La Pondala” y otras. Allí lo pasábamos muy bien charlando sobre nuestras ilusiones, refrescos… en ocasiones se nos unía también Lolina Rimada, que, aunque era una persona adulta, dado su carácter jovial y espíritu juvenil, que no la abandonó hasta su muerte, era una más. 
Qué largas y tediosas se nos hacían las siete semanas de cuaresma sin música, eso sí, cumplíamos fielmente con nuestros deberes religiosos; añorábamos y deseábamos que llegase pronto el Sábado de Gloria, cuando se inauguraba de nuevo el baile, donde tímidamente acudíamos a solicitar una determinada pieza a Ramona. La pista de baile no tiene ningún parecido a las pistas de hoy en día, tan sofisticadas, pero nosotros no por eso lo pasábamos peor. Las verbenas del Sacramento y de El Carmen gozaban de mucha popularidad. Los sábados y domingos el parque se llenaba a rebosar de gente de Gijón y continuó así por muchos años hasta que terminó por cerrarse. El restaurante, alcanzó también mucho éxito; los sanjacobos que cocinaban alcanzaron mucha fama. 
A lo largo de su vida, margarita cosechó muchas y variadas amistades, pero ella tenía cierta predilección por la pandilla compuesta por vecinas de Somió, que era bastante numerosa, la mayoría ya fallecidas, como ella, y que yo denomino “las espigadoras”, si Dios quiere, en otro número les explicaré. Purina la de Lalo, siempre tan agradable y con su palabra fácil, me decía un poco afligida “solo quedo yo y dos o tres más”. 
No fue fácil la vida de Margarita, de muy joven pasó ya por experiencias desagradables a las que hubo de enfrentarse, pero nada menoscabó su voluntad y fortaleza. Mi recuerdo por una persona por la que siempre he sentido admiración."

De la misma manera que la de Villamanín fue de las primerísimas líneas de tranvía también lo fue, en 1953, del autobús, junto con la que unía el centro con El Coto y Tremañes. Aquí tenemos su parada, al lado de la Quinta del Obispo, con su mansión y capilla, adquirida por el obispo Ramón Martínez Vigil en 1885, quemada en la guerra civil y desde 1947 convento de las Agustinas Recoletas


Fue en principio una posesión de recreo del beneficiado (cargo eclesiástico) de la catedral de Oviedo Juan Menéndez Jove, que adquirió el obispo en la fecha reseñada junto con dos fincas más colindantes para hacer una sola de 2,32 hectáreas de extensión la cual mandó cerrar con cal y canto, así como reformar la casa-palacio del anterior propietario con proyecto del arquitecto diocesano Luis Bellido, del que resultó un palacete neogótico con capilla dedicada a Nuestra Señora del Rosario. Tras ser incendiada en la Guerra Civil, la quinta fue vendida en 1942 a las Agustinas Recoletas, cuyo convento (en el solar del actual Mercado San Agustín (sucesor de otro anterior en el mismo solar), había sido arrasado en el conflicto 


Al reconstruirse, el palacio obispal propiamente dicho desapareció, excepto la capilla, para las habitaciones de las monjas, cocinas, salas y demás dependencias conventuales. Se trata del primer convento de clausura de Somió (luego se fundaron más). Las Agustinas Recoletas tuvieron diferentes sedes en Gijón/Xixón desde su llegada en 1668, primero en el barrio alto de Cimavilla, que con las desamortizaciones pasó a fábrica de tabacos (La Tabacalera) y posteriormente en el citado convento del ahora mercado antes de venir aquí. En Esta Hora, Semanario de Información del Seminario de Oviedo 1278 (14-7-2016) se publica un interesante reportaje de esta comunidad con motivo de una obras de reforma en esta capilla del monasterio:
"Todavía hay gente que recuerda una profecía atribuida al beato Diego José de Cádiz, un fraile franciscano del siglo XVIII conocido en su época como el “gran apóstol de España”, ya que recorrió el país entero predicando en lo que se conocían como las misiones populares. La profecía afirmaba que “Si las Agustinas faltan de Gijón, el mar se tragará la ciudad”. 

En el convento de las Agustinas Recoletas de Gijón, situado en el barrio de Somió desde los años 40 del siglo XX, también la recuerdan. Y llevan a gala y con orgullo ser el primer monasterio que se asentó en la ciudad, en el año 1670, en el edificio que hoy se conoce como La Tabacalera. Fue iniciativa de la madre María de Santo Tomé, y funcionó también como escuela para niñas. 

Las religiosas permanecieron allí hasta la desamortización, cuando se convirtió, en 1842, en fábrica de tabacos, una importante industria de Gijón, con una plantilla integrada por mujeres. Las religiosas se instalaron entonces en la manzana que hoy ocupa el Centro Comercial San Agustín, lugar del que tuvieron que volver a salir obligadas, cuando estalló la Guerra Civil. “Decían que los cacos salían del tejado de las monjas y entonces las echaron del lugar”, explica la superiora, Sor Gloria Vigón –Madre Asunción, como todo el mundo la conoce–. Mientras duró el conflicto, las religiosas se dispersaron entre las familias y los amigos, y al finalizar, ya en el año 1947, se instalaron en el actual convento, anexo a una iglesia que pertenecía al Obispado.

Hoy, en la comunidad viven tan sólo cuatro religiosas: la mayor, de 92 años, que no puede asistir a esta entrevista; la más joven, tiene 56. La superiora de la comunidad –”una monja más”, dice ella de sí misma– tiene 82 años. Lleva “la friolera” de 63 años en el convento, pues ingresó a la edad de 19 años. Sin embargo, nadie podría revelar su edad, por su actitud vital, su carácter jovial y su amena conversación, repleta de citas y recuerdos que convierten la entrevista en un momento entrañable. 

Cuando la Madre Asunción ingresó en las Agustinas Recoletas, la comunidad estaba formada por unas 25 religiosas. “Había que tener una gran vocación para entrar en el convento –afirma–, porque entonces la vida sí que era dura y austera. Comparándolo con ahora, esto es coser y cantar”, afirma riéndose. “Todo era muy rígido, por poner un ejemplo –añade–, en el locutorio teníamos no una, como ahora, sino tres rejas. Una de hierro con pinchos que miraban para fuera, que cuando la gente venía lo veía, nos preguntaba que por qué no poníamos los pinchos mirando para nosotras. Otra reja de madera, y después unas mamparas de tela. Los agujeros que tenía la reja de hierro eran de grandes como una moneda de 50 céntimos. Además, nada más ingresar, yo, por ejemplo, recuerdo que estuve seis meses sin poder ver a mi familia”, recuerda.

A pesar de la dureza de aquella vida, Sor Gloria afirma que no eran muchas las jóvenes que se acercaran hasta el convento para profesar como religiosas y después se echaran atrás. “No era común, las que venían parece que sabían lo que hacían. Tan sólo recuerdo el caso de una joven, que era muy maja y luego nos venía a ver, que la pobre ingresó, pero acabó diciéndonos que no iba a continuar, porque ella no tenía vocación, el que la tenía era su padre”, recuerda la superiora entre risas.

Las religiosas llevan una vida intensa de oración y trabajo, como es habitual en la vida consagrada. Sus rutinas se han visto últimamente alteradas con motivo de las obras de rehabilitación de la iglesia anexa al convento, del siglo XIX, que se han prolongado durante siete meses. Hasta hace bien poco, estuvieron confeccionando mermelada para un conocido, que les traía grandes cantidades de fruta. Durante muchos años llevaron a cabo trabajos de lo más variado: “hicimos de todo lo que nos presentasen”, explica Madre Asunción. “Desde envolver chocolatinas para una fábrica, hacer paraguas para otra, alpargatas de esparto, y durante mucho tiempo, hicimos sillas para los discapacitados del Sanatorio Marítimo”. 

Hace algo más de dos años que no trabajan. Tampoco la edad acompaña para seguir el ritmo que han llevado hasta el momento, aunque en la comunidad esperan con ilusión la llegada de algunas hermanas jóvenes que les han prometido desde Méjico. 

Mientras tanto, la vida continua en el monasterio, con su eucaristía a diario, abierta al público y celebrada por el párroco de San Julián de Somió Luis Muiña, a las ocho y media de la mañana, y a las nueve todos los domingos y festivos. “Participa gente del barrio, que nos conoce y nos visita”, destaca la Superiora. 

La obra no ha sido fácil. “Nos decidimos a hacerla porque teníamos el tejado muy deteriorado –explica–. Nos llovía dentro de la iglesia, y tuvimos que arreglar todo; también pintamos toda la iglesia y se arregló el suelo.” 

El actual capellán de las Agustinas es el párroco de San Julián de Somió, Luis Muiña. Él cogió el testigo de los Agustinos que las atendían hasta hace unos diez años. “Ellas llevan toda una vida en Somió –afirma–, y son muy queridas y conocidas por la gente del barrio”. 

Este sacerdote estará también presente el próximo viernes 22, a las seis de la tarde, cuando inauguren la iglesia tras la finalización de las obras, en una eucaristía que estará presidida por el Arzobispo de Oviedo, Mons. Jesús Sanz Montes."

El tímpano de la capilla obispal sí tuvo una reforma al hacerse monacal para colocar una imagen del patrón de la Orden, San Agustín de Hipona


Muy cerca, aunque ya un poco fuera del Camino, se encuentra la iglesia parroquial de San Julián de Somió junto con el lugar de El Cuadrante, otro histórico lugar del Somió de siempre con lugares y establecimientos muy a destacar, que fue además capital momentánea del concejo de Gijón/Xixón cuando las guerras trastamaristas asolaron la villa en la baja Edad Media. Nos quedamos aquí de momento con estos bellos recuerdos del convento que nos transmite María Isabel Meana Herrero en la revista de las fiestas del Carmen de Somió de 2004 y que, como los demás, encontramos en la página de la Asociación de Vecinos San Julián de Somió:
"Decía julio Cortázar “después de los cuarenta años la verdadera cara la tenemos en la nuca, mirando desesperadamente hacía atrás”. En mi caso cambiaría “desesperadamente” por “agradablemente” ya que los primeros recuerdos de mi vida están relacionados con este convento de las Madres Agustinas Recoletas de Somió y cada vez que paso por la plazoleta Y miro el edificio me trasporto a mi infancia. Hablo de los años 60, cuando de la mano de mi madre acudía diariamente a ver a unos niños que a través de una reja jugaban en un jardín a la hora del recreo. Lo hacían en corro y a mí me fascinaba tanto colorido de mandiles y de lazos. Los observaba atentamente unos minutos y luego volvía a casa tarareando las canciones que acababa de escuchar: “Cantinerita, niña bonita, si yo pudiera lograr tu amor…” y “el conejo no está aquí, se ha marchado esta mañana y a la tarde va a venir…” 
Hasta que un día mi madre decidió que ya era hora de participar. Nunca olvidaré ese día. Entré fácilmente en el jardín pero cuando llegó la hora de entrar en clase la cosa se complicó. Aún recuerdo mis botas rojas, una a cada lado de la estrecha puerta que el edificio tiene a la izquierda, impidiendo mi entrada. Resistí todo lo que pude pero no por mucho tiempo. Una monja joven pudo más y me alzó como una pluma. Lloré y me pasé todo el tiempo mirando a la puerta. Llevaba cuatro años sin separarme de mi madre y no estaba dispuesta a renunciar a ella. Afortunadamente ahora estas situaciones no existen pero antes el primer día de colegio era un auténtico drama y mucho más para mí, con esas mujeres que no conocía vestidas de negro incluso por la cabeza. 
Mi madre me hizo un uniforme negro, plisado, con cinturón y un cuello muy duro con polea. Luego las monjitas me regalaron una medalla del Papa Juan XXIII que aún conservo. Así empezó mi vida escolar, rodeada de niños que cantaban mucho y unas monjitas muy cariñosas y pacientes. 
Nos enseñaron a leer, a escribir y la tabla de multiplicar que repetíamos tardes enteras con esa cantinela tan pegadiza. Eran muy exigentes en cuanto a caligrafía y limpieza de los trabajos. Por las tardes dormíamos la siesta recostados en los anchos pupitres de madera que teníamos, después de guardar las cosas en su interior. Después hacíamos costura con una monja muy jovencita que nos enseñaba a hacer cerezas a punto de cruz. Teníamos oraciones al entrar, al mediodía (el Ángelus) y al salir. Casi siempre rezábamos a la Virgen maría y en el mes de mayo con mayor intensidad. Pusieron un altar y los niños llevábamos flores y cantábamos “con flores a María, que madre nuestra es…” 
Las tres navidades que viví con ellas tenían un objetivo para nosotros muy interesante y era la construcción de El Belén. Era mucho más grande que el que teníamos en casa y todos aportábamos figuritas para que fuese aún mayor. Cuando nos portábamos bien nos obsequiaban con los recortes de las formas que ellas mismas elaboraban. Era algo delicioso y siempre andábamos detrás de esa persona grande y bonachona, que era el padre José, para ver si él nos daba algún recorte más. Lo recuerdo con mucho cariño, sobretodo su risa. Y entre esos momentos intensos que tengo en mi memoria está el de su funeral. Vino muchísima gente, y allí estábamos los niños, con nuestros uniformes. Por mi parte fue el primer funeral de mi vida. 
Al año siguiente de entrar yo, lo hizo mi hermano Alejandro después de estar también unas semanas observándonos desde fuera. Pero la cosa no fue igual. No era tan dócil y recuerdo que era una clase en la que la Madre Agustina intentaba enseñarnos la hora, mi hermano rompió el reloj de cartón que tenía y a continuación se escapó de la clase. Salimos todos  corriendo detrás de él hacía la plazoleta de Vilamanín (afortunadamente apenas había trafico) y dimos una vuelta completa. Pasamos delante de EL Llar, de la huerta de Pipi, de la tienda de ultramarinos de Joaquina, de la farmacia, de Casa Jorge y de la fuente de Villamanín y al final lo pillamos frente a cas Casimira, frente a la tienda de Oliva. 
Hizo varias trastadas más, pero la que más agradecimos fue que rompiera una larga regla de madera con la que a veces nos pegaban en la palma de la mano cuando ya no podían más con nosotros. 
Fuimos muchos los niños que pasamos por el colegio de las Madres Agustinas. Recuerdo a Mª José del Campo y su hermano, a Begoña Amado, a las hermanas Galvao, a los hermanos Rafael y Monchu Baldó, a María Muñiz Galarza, a Mª Paz Álvarez y a los también hermanos Rosario, Alejo y Agustín de LA GUIA. 
Acabaré citando a Jaime Morán aunque son muchos lo que me quedan en el tintero. Todos ellos tendrán muchos más recuerdos y les animo desde aquí a que los expongan si lo desean ya que son nuestras primeras vivencias y eso siempre queda. 
Gracias a las Madres Agustinas Recoletas por haber comprado en el año 1940 la quinta, en ruinas, del obispo de la Diócesis, por haberla reconstruido formando un convento y por formar parte de la vida de Somió durante todos estos años dando clase a este grupo de niños y otros tantos que seguro no las olvidan. 
Cuando hice la comunión dejé el colegio y continúe en el “Blanca Nieves”.

Tomando como referencia el busto de Dionisio Cifuentes retomamos el Camino de Santiago y de La Plaza Villamanín nos dirigimos a la Avenida del Profesor Pérez Pimentel, gran promotor del turismo en Asturias y especialmente recordado por acometer, con un nutrido grupo de colaboradores y gran apoyo social e institucional, la obra del famoso mirador de El Fitu



En la primera casa, en chaflán, era el chigre de Casa Jamino, fundado en 1949 por Benjamín Barbero, Jamino y Florentina García, Lenta. Antes se llamó Casa Serafa y que luego se trasladó un poco más atrás en esta misma calle. Escribe de esta afamado bar del Somió más entrañable un miembro de esta Saga, el gran dibujante Ruma Barbero en el porfolio de fiestas del Carmen del año 2009:
"Casa Jamino fue creado el año 1949 por el matrimonio formado por Benjamín Barbero (Jamino) y Florentina García (Lenta). En plena posguerra y con muy pocos recursos, este matrimonio con dos hijos de 3 y 1 año, (Ruma y Miguelín), dan el paso alquilando un pequeño local situado en la plaza de Villamanín en Somió. Dicho local venía funcionando desde un tiempo atrás, aunque sin demasiado éxito. Con gran esfuerzo y con la ayuda de una hermana de Jamino, María, relanzan el pequeño bar. 
En aquellos tiempos se construía el Orfelinato Minero (hoy “La Laboral”) lo que producía una gran afluencia de trabajadores desde Gijón a Villamanín, en los famosos tranvías que daban vuelta a la plazoleta. Estos obreros ya fuera a la entrada o la salida del trabajo, paraban en los bares de la zona, “Casa Jorge” (ya desaparecido) “Casa Alvarín” (hoy “Casa Víctor”) y “Casa Jamino”, para repostar de bebidas y viandas y esperar la llegada del tranvía. 
Otros de los clientes habituales de la Casa, eran los propios “tranviarios”, conductor y cobrador, que siempre tenían en una esquina del mostrador, la media de vino marcada con un palillo  “Jamino déjamela ahí pa la vuelta”. Conocidos eran Luis (Patones), Ramón Layende (el de la Pipa) de Somió y uno que no recuerdo su nombre que le llamábamos “El Cantaor” por su costumbre de entrar en el bar cantando, que era de Gijón. 
Luego estaban los clientes habituales de Somió que sería prolijo enumerar, aunque se pueden recordar algunos. Como por ejemplo: “Frasio” , “El Nene” , “Che”, “Primo” , “Joaquinín el de Lirato” , “Segundo el del camión “ y un largo etcétera. 

Nos ofrece Ruma Barbero una muy buena descripción de cómo era el día a día en los chigres antes de la llegada de la televisión, un verdadero documento de las vivencias de aquellos tiempos:
"Famosas eran las llamadas “pescatas” que se organizaban entre unos cuantos, yendo a la mar y con todo lo que se traía  se hacía una suculenta merienda-cena que duraba hasta las tantas de la madrugada. Llegadas esas horas se cantaba y reía a base de bien .En una ocasión acertaron a pasar la pareja de la “guardia civil”, haciendo la ronda habitual y cazaron al grupo simulando un funeral, con “El Nene” envuelto en una sábana a modo de mortaja, con su vela encendida y a “Frasio”, que había sido monaguillo, rezando un responso. No cerraron el chigre de casualidad. 
Estamos hablando de los “años 50”, la televisión aún no había irrumpido, en la vida cotidiana de parroquianos y chigreros. El tiempo se consumía entre partidas de cartas, tertulias y discusiones, sobre el ganado, las cosechas, la climatología, etc. 
Otra de las cosas que ocupaba mucho las tardes-noches después del trabajo eran los pasatiempos, acertijos, “experimentos” como ahogar una mosca y luego resucitarla. O la habilidad para colocar un vaso de sidra, en equilibrio sobre una moneda. Siempre aparecía alguien con alguna prueba nueva para entretenerse. 
Era costumbre en la casa la venta de cacahuetes a granel calentados al lado de la chapa de la cocina, “Lenta, ponme una peseta de manís”. En una ocasión y para entretenerse, “Acebal el carpinteru”, fue colocando los cacahuetes en la mesa unos detrás de otros, sacó el metro plegable de madera y los midió, median justamente 1 metro, desde entonces hacía la comanda de cacahuetes por metros “Lenta, ponme un metro de manís”. 
En aquellos años en “Casa Jamino” no existía carta, las viandas se apuntaban en una pizarra negra con tiza,” todos los lunes sopa de pixín”. Había clientes que después del trabajo y habiendo cenado, venían a tomar la sopa. También tenía mucha aceptación la carne asada, los calamares rellenos y los callos. Y según la época “les llámpares”, el bonito y los “oricios”. 
Mención aparte merecen los “oricios”, cocidos al modo tradicional en agua con sal y servidos en un plato, junto con una pequeña tabla y un mazo de madera para abrirlos. Menudo festival de golpes se formaba. A propósito, se acompañaban de un buen trozo de pan. Se vendían por docenas escogiendo por los mayores, pero cuando estos se terminaban, los pequeños salían sin contar en platos hondos que llamábamos “gorretaes”

Había fechas festivas muy destacar, como las Navidades y sobre todo la Nochevieja. Justo a la izquierda, el edificio del toldo es la actual Casa Jamino:
Llegado Diciembre, por la Navidad, se engalanaba el chigre con guirnaldas y farolillos del “Chino de Cimavilla”. Nunca faltaba el día 28, la inocentada de todos los años. Tuvo gran aceptación aquella que consistía en atornillar al suelo y camuflada por el serrín, una moneda de 5 pesetas. Más de uno se agachaba disimuladamente a atarse los zapatos y de paso, sin éxito, llevarse “el duru” al bolsillo, con el regocijo de los presentes.  Estas fiestas eran muy entretenidas e interactivas. Sobremanera la Nochevieja, se cenaba, se repartían las uvas y se comían al ritmo de golpes de mazo de “oricios” contra bandeja a modo de campana, recuérdese que aún no había televisión. Otro de los actos fundamentales consistía en quemar los viejos calendarios en la calle y a continuación colgar los nuevos. Ya a altas horas de la madrugada y cantando “se va el caimán” unos se marchaban para su casa mientras otros llegaban, a comer las sopas de ajo. 
Todo esto acontecía en el local primitivo, lo que hoy conocemos como “Sociedad Recreativa El Llar”. 
En el año 1963 “Casa Jamino” se traslada al local contiguo, propiedad del matrimonio y junto con sus hijos ya jovenzuelos, siguen en la brecha."

Enfrente estaba Casa Muñiz, El MédicuJosé Muñiz González (1907-1990), quien estudió Medicina en Madrid y ejerció tanto en su consulta de Somió como en el Dispensario de Begoña, ejerciendo hasta 1990 y al que se le dedicó una merecida calle. Con motivo del Día de la Ardilla (fiesta vecinal de reconocimientos anuales a personas destacadas y que lleva la ardilla como emblema, animal totémico de las carbayeras y espacios verdes de Somió) del 29-6-2007, se le dedica un sentido homenaje póstumo al cumplirse además los 100 años de su nacimiento:
"Don José Muñiz González nació en Gijón en 1907. Desde niño ya quería ser medico, como su padre el doctor Don Juan Muñiz Cárdenas, cosa que no le agradaba a su madre Doña María González Suárez, pues su padre murió durante una epidemia de tifus en el año 1911 mientras atendía a los enfermos. Terminó  el bachillerato en el Instituto Jovellanos de Gijón en el año 1924 e ingresó en la Facultad de Medicina de Oviedo ese año, realizando los estudios de Licenciatura en la Facultad de San Carlos en Madrid obteniendo el titulo en 1931. Tras unos años de estudios en centros hospitalarios, se establece en Gijón, en 1939, como medico internista. En el año 1944 contrae matrimonio con Doña Marisol Galarza Sánchez-Dindurra y logran crear una gran familia con seis hijos y diecisiete nietos. Sus grandes aficiones fueron el ajedrez y el fútbol. Tomó parte en todos los campeonatos de España de Ajedrez para médicos y también participó en numerosos campeonatos de Asturias. En el año 1976 fue designado como el mejor deportista asturiano de Ajedrez. Su gran pasión fue el Sporting acudiendo al Molinón a animar a su equipo hasta que sus piernas se lo impidieron. Se ocupó de gestiones en la Junta Parroquial colaborando y participando con Don Pío sin perderse ninguna de las festividades religiosas junto a su numerosa familia y en la Asociación de Cabezas de Familia de Somió donde fue secretario durante muchos años siendo, además, una de las personas fundadoras. Pero los vecinos de Somió (donde se instaló definitivamente en el año 1946)  le recuerdan sobre todo como un buen profesional de la Medicina, y algo mas: ha sido para todos un amigo. Supo ganarse el cariño de los que le conocieron por su disponibilidad allá donde se necesitase su presencia a cualquier hora del día o de la noche, siendo a la vez generoso con todos ellos. Y es que el Doctor Muñiz vivía para ayudar y hacer el bien sin hacer acepción de personas tanto desde la Medicina como fuera de ella. Durante cincuenta años pasó consultas a particulares y visitó  los domicilios de personas enfermas, en la parroquia de Somió y sus alrededores, sin ningún interés económico, siempre con su sonrisa agradable y sus palabras cariñosas para con los pacientes. Fueron miles de personas, de lo más dispar, las que atendió en distintas circunstancias y siempre su conducta ha sido callada y discreta. Ejerció la medicina hasta el año 1990, ya que aunque con gran pena por su parte tuvo que dejar el ejercicio de la profesión por motivos de salud a sus 83 años. Falleció celebrando la Navidad en 1996 rodeado de toda su familia, como a él le gustaba, a los 89 años. Como reconocimiento a su labor altruista un nutrido grupo de amigos realizaron las gestiones necesarias ante el Ayuntamiento de Gijón para dar su nombre a una calle próxima a donde él vivió, de esto hace diez años. Hoy, confraternizamos en Homenaje Póstumo entorno a sus hijos, nietos, familiares y amigos de Muñiz, un nutrido grupo de vecinos de Somió, para otorgarle la distinción “Ardilla” dirigido a él por el afecto y la defensa que siempre hizo de sus convecinos y en beneficio de la parroquia."

Antaño estuvieron también en esta calle Casa Marcelo, que tenía casería de vacas y El Güertu de Piri. Ahora está la Quinta Antares. A la derecha, la antigua Casa Jamino es El Llar, sociedad gastronómica fundada en 1963 a raíz de las tertulias del Somió-Park. Teté Balseiro les realiza también un reportaje, publicado para La Nueva España del 20-4-2010 y titulada El Llar se paró en los cien:
"Los miércoles tienen un sabor especial para los miembros de una de las peñas gastronómicas más conocidas de la ciudad El Llar. Hace ya más de cuatro décadas, desde 1963, que nombres conocidos e ilustres de la villa de Jovellanos se enfundan el mandil blanco para disfrutar no solo de los deliciosos platos de la cocina del local ubicado en la plazuela de Villamanín, sino también de animadas y largas charlas a mantel puesto. 
La sociedad gastronómica que nació de las tertulias del antiguo Somió Park, cuenta con cien socios. Ni uno más ni uno menos. Por esa razón, para pertenecer a El Llar hay que estar pendientes de las bajas que se puedan producir. Desgraciadamente, entre el pasado año y este 2010 han desaparecido Joaquín Fernández, Manolo Rúa, Antonio Allende y hace apenas un mes José María Jiménez Caso, fundador de calzados Chema; sin olvidar a los recordados, Luís Cueto-Felgueroso, ex alcalde de Gijón, y Benigno Meana Toraño, socios fundadores del grupo gastronómico. Pero dejando los emotivos recuerdos aparcados en un trocito del corazón de cada uno de los todavía presentes, en la última reunión se dieron cita Oscar Mori, Joaquín Loredo, Dionisio y Jaime Cifuentes, José Luís Núñez, Félix Margolles, Isidoro Fernández-Quirós, Josechu Valdés, Alfonso Arcos, José Ángel Botas, Tino Fano, José García Bernardo, Fernando Ruiz y José Luis Tinturé, presidente en estos momentos de El Llar. 
El encargado de los fogones es Joaquín Loredo, al que todos ponderan considerándolo un excelente cocinero, especialista en cocinar rabo de toro, bacalao a la vizcaína y sobre todo en kokotxas, plato con el que deleita a los comensales cada mes de agosto. Todo gracias a la generosidad de otro gran conocido de la villa, Justo Ojeda, empresario que regala desde hace años a este grupo 24 kilos de este preciado y apreciado manjar, que Loredo suele cocinar al pilpil."

En el blog Caminando por Asturias con Pablo Lara, este miembro de El Llar nos transmite esta la primera de sus crónicas culinarias, fecha del 22-9-2010:
"Aquí os traigo la primera crónica del Llar, sociedad gastronómica de Gijón a la que yo pertenezco hace ya unos 25 años y de la que me hizo socio el bueno de mi padre (Dios le tenga en el cielo poniéndose ciego a marisco) el cual era un gran cocinero y un amante del buen comer y del buen beber. 
Puede que estas crónicas no tengan mucho que ver con la montaña pero como nos solemos juntar casi siempre los que vamos de monte y como me piden que las cuelgue en el blog aquí pongo la primera de la temporada que la hicimos el 17 de setiembre del 2010 
Esta primera crónica del vicio y el despiporre, arranco el mismo viernes a eso de las seis de la tarde cuando el amigo Rafa (montañero de pro) y yo nos dirigimos a recoger las viandas que teníamos preparadas para el festín de la cena. 
Una vez recogido los encargos tanto en la famosa frutería de María José una de las mejores de Gijón donde compramos las ensaladas con sus tomates de Somió y los famosos pimientos del Padrón nos dirigimos a por los estupendos chuletones que había conseguido el doctor (Rafa), una vez recogido todos los encargos nos dirigimos a la sociedad gastronómica donde habíamos quedado con todos a eso de las siete y trenta de la tarde.
Una vez dejado todo en la sociedad y para hacer aún más hambre de la que ya tenemos habitualmente y por naturaleza, nos dirigimos al bar El Estanco en Villamanín, sobra decir que enseguida encontramos una terraza en la que descansar nuestras almas al abrigo de unas cervezas y unas sidras bien frescas. 
Transcurrida una hora, más o menos, recogimos nuestra «trompa» y nos dirigimos sin más a preparar la ansiada pitanza. 
Los privilegiados a este convite fueron los montañeros: Paco, Carlos, Johnny, Rafa, Ramón y el que escribe y los urbanitas: Guty, Álvaro y Marín. 
Una vez instalados en la mesa magníficamente puesta como siempre por el amigo Johnny y servidas las copas con un glorioso cava que nos trajo Ramón, dio comienzo el convite con una buena fuente de quesos asturianos que nos trajo Carlos, compuesta por Gamoneu, Cabrales y la Peral, guarnecido con unos tomates de Somió con ajo y bacalao crudo que quitaba el sentido. 
Cuando menos lo esperábamos, entró en escena el «carrusel» de carne a la plancha, todo un festival que no dábamos crédito a tal calidad de carne. 
La carne era de ver y no creer, jugosa y de una textura en boca insuperable, con una grasa infiltrada que era puro perfume y que acompañada de los pimientitos de Padrón era algo del otro mundo. 
Detrás de la cena un festín de cafés y copas de alta graduación, un poco más tarde mientras jugábamos unas partidinas a los dados con su tertulia inteligente no nos quedó otro remedio que tomar unas ginebras y unas tónicas «on the rock´s», somos sufridores natos"

Dos años después de trasladarse Casa Jamino a este nuevo chigre, contiguo al anterior, un acontecimiento transformaría el ambiente de este y casi todos los bares, la televisión. Esta segunda fase, cambio de local y de modelo de socialización, la explica Ruma Barbero en su citado artículo, continuando la historia del establecimiento hasta nuestros día:
"Acuciada por la competencia, en 1965 llega la televisión a “Casa Jamino”, Philips 32 pulgadas, blanco y negro, solo dos cadenas (“la primera” y la “U.H.F.”). Se pierde mucha de la familiaridad del chigre, ya no hay tantas tertulias, ya no hay pasatiempos, a la tele se le empieza a llamar “la caja tonta”. Se recuerda con gracia cuando Jamino cubre la pantalla con un vinilo, coloreado en azul, en su zona alta y degradándose hacia la zona baja en tono verde. Cuando la imagen era de un paisaje, daba la impresión de estar viendo una tele de color. Lo malo venía cuando aparecía un presentador, su aspecto era la de un extraterrestre. 
Se recuerda un cliente muy desconfiado y testarudo él, que cuando los E.E.U.U. televisan la llegada a la luna, discute de forma acalorada “esto ye mentira ¿a quién quieren engañar estos?”.Bueno pues mira por donde, hoy día se pone en duda la llegada de los americanos a la luna. ¿Quizás estaba acertado?          
Llegan los años 70 y con ellos la jubilación del matrimonio fundador. El bar es alquilado sucesivamente al “Pilu y Aurora”, actuales del “Merenderu el Pilu” que lo explotan durante un tiempo y con los que trabaja una joven que se llama Mª Cruz. Cuando “el Pilu” y Aurora montan el merendero, se hace cargo del bar Mª Cruz y su familia. 
Más adelante les siguen durante poco tiempo, los hijos y nuera de Jamino y Lenta, hasta que uno de los hijos (Miguel), fontanero de profesión desmonta el bar e instala en el local un taller de fontanería. 
Después de un tiempo dedicado a la fontanería, Miguel vuelve a montar el bar manteniendo el nombre por el que se conocía, aunque la mayoría de los clientes, le  llamaban  “El Plomillo” castellanización del plombier (fontanero francés). 
Posteriormente vuelve a explotar el chigre el hijo mayor (Ruma y Feli su mujer) durante unos tres años, pasados los  cuales es alquilado el mismo a otro matrimonio que lo lleva de  manera poco profesional hasta el año 1999 en que hundido de clientela y abandonado a su suerte, el bar no marcha y se cierra. 
Se reabre de nuevo en el año 2000, esta vez con un equipo totalmente profesionalizado y con experiencia y dedicación. La nueva dirección está formada por el matrimonio Ruma y Feli  con la incorporación de su yerno Chema curtido camarero. 
Se dota al establecimiento con nuevas maquinarias en la cocina y en la barra y se decora lo más posible con madera para darle calidez. Son de destacar en su decoración, los cuadros cedidos por el amigo pintor Felipe del Campo. 
Con el fin de que tenga un tono aún más asturiano, se le retoca el nombre y así queda como “CHIGRE CASA JAMINO”. Se diseña un logotipo y se prepara una carta con platos y raciones sencillas, pero sobre todo elaboradas en la casa con productos totalmente naturales. 
Tienen mucha predilección por parte de los clientes, los callos, las croquetas de cabrales y la ensalada de canónigos con gulas. Pero sobre todos los platos, cabe resaltar la gran acogida que recibe el llamado “Almuerzo de aldea”, que está compuesto por dos huevos fritos con patatas, picadillo de matanza y un “tortu” de maíz frito. También en temporada el bonito a la plancha y los caracoles. 
En la actualidad, después de más de ocho años y llegada la jubilación de Ruma, el bar es regentado por Luís y Paula, experimentados profesionales de la hostelería, que mantienen la misma filosofía, en cuanto a precios, calidad y buen hacer."

Los viejos caminos se fueron ensanchando, se allanaron, se asfaltaron, se pusieron aceras y farolas y se hicieron calles, las caserías y las quintas de recreo dejaron paso a las nuevas urbanizaciones en la Quinta Antares 


Pasamos junto a estos edificios de viviendas construidos donde antes estuvieron Casa Ramón el Cristaleru y Casa Leta, Lola y Remigia


En el muro, el nombre de la urbanización, al lado de la entrada
 

Admiramos al pasar esta hermosísima buganvilla que cubre esta parte de la fachada


A la izquierda la clínica veterinaria de María Muñiz Galarza, hija del médico José Muñiz y de Marisol Galarza, que presta su servicio en Somió desde 1985 y colabora también en el portfolio de las fiestas con artículos tan suculentos como este, Los voladores de Somió, donde cuenta emotivas anécdotas de su familia:
"Los más ancianos de Somió ya recuerdan las fiestas acompañadas por el fuerte sonido de los voladores. Las procesiones de la parroquia no parecerían lo mismo si no tuviésemos los resplandores en el cielo con esa pequeña explosión, algunos niños tapándose los oídos y perros ladrando que componen el paisaje de nuestras fiestas. 
Creemos recordar que, hace aproximadamente 42 años, uno de los propietarios de la panadería de La Guía era el encargado de tirar los voladores. Colocaba el paquete de voladores apoyado en la pared de la iglesia y los iba tirando a mano al lado de la escuelina; la mala suerte hizo que un día, al encender uno de ellos, saltaran unas chispas que prendieron fuego al paquete, produciéndose una fuerte explosión que rompió una vidriera de la iglesia. 
Por seguridad y para evitar accidentes mi padre, José Muñiz, ofreció tirar voladores desde mi casa. Mi hermano José Luis fue el encargado de tirarlos desde entonces. Al principio se tiraban durante las procesiones de La Sacramental y El Carmen diez docenas de voladores para cada una; estos últimos años también se tiraban en las procesiones de la Virgen del Rosario y de San Julián. 
Mi padre, por precaución, no dejaba que mi hermano los tirase con la mano y a alguien se le ocurrió utilizar una plancha de uralita como lanzadera. Media hora antes de la procesión José preparaba el campo de lanzamiento, coloca la uralita, abre el paquete de voladores, lo pone bien protegido y se sienta a leer el periódico con su cajetilla de tabaco, dispuesto a encender el pitillo que le sirve para prender la mecha de los voladores. 
Aunque normalmente Cándido del Campo nos anunciaba el inicio de la procesión con el primer repique de campanas, siempre había algún Muñiz pequeño de piernas ligeras que corría a avisar que había salido la procesión para que José empezase a lanzar los voladores cada veinte segundos; alguna vez ya estaba la procesión dentro de la iglesia y se seguían oyendo los voladores hasta que otro Muñiz corría desde la iglesia para avisar a José que se había acabado la procesión. 
En una ocasión una avioneta debió de llevar un buen susto al acercarse demasiado a donde explotaban los voladores, dio un giro, salió zumbando y no se le volvió a ver en toda la mañana. 
Otro año una persona entró en casa saltando el muro cuando estaban tirando los voladores y le dijo a José que era de la Comisión de Fiestas y que estaba acostumbrado a tirar voladores, que le dejase tirar uno. Como se puso tan pesado José acabó dejándole uno, en vez de cogerlo por la carga lo cogió por la vara y al salir le quemó los dedos (evidentemente no había tirado un volador nunca). A partir de entonces José nunca más dejó tirar voladores “a mano” a nadie. 
Un año un amigo de Cangas del Narcea, que pertenece a una peña de lanzadores de voladores de los festejos del Carmen de Cangas, nos regaló unos palenques muy potentes (la vara era una caña de bambú que medía 2.5 metros y el cartucho tenía unos 6 centímetros de diámetro), no se pudieron tirar desde la uralita por la longitud de la vara, colocándose un tubo de PCV colgado de la terraza de la casa desde donde se pudieron lanzar. Aquel Carmen muchos vecinos preguntaron qué tipo de voladores se habían tirado, ya que la explosión era mucho mayor que otras veces. 
Algún año hubo un pequeño susto con una partida de voladores defectuosos que explotaban nada más salir y de ello da cuenta el vecino Guillermo Barredo, que le explotó uno en la pared de su casa. 
En el año 1963 mi madre estuvo muy grave debido a una apendicitis y después de veintinueve días ingresada al llegar a casa fue tanta la alegría que José lo festejó con unos voladores. A partir de aquello los acontecimientos importantes en mi casa, como era el nacimiento de los nietos, se celebraban con voladores. José tenía preparadas 11 salvas si era niña y 21 si era niño, así que fue tirando 11 salvas por cada una de sus cinco hijas, teniendo que dejar las 21 para sus sobrinos. La última de las nietas fue Covadonga en noviembre de 2001 y José no faltó a su cita de los 11 voladores. 
A pesar de que mis padres ya no están con nosotros para celebrarlo y José, hijo, ya es padre, tío y pronto será abuelo, seguirá encendiendo el pitillo y anunciando a sus nietos y acompañando las procesiones de Somió con los voladores que mis padres seguro que escucharan desde el cielo."

Al fondo unos árboles: es La Placina, frente Casa Lola, ahí está actualmente la cabeza de león que donó Gervasio de la Riera para la Fuente de Villamanín, otro hermoso rincón verde, pequeño pero muy coqueto de Somió al paso del Camino de Santiago, a un paso ya del casco urbano gijonés por La Guía









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