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jueves, 1 de febrero de 2024

EL "MARTILLO" O MANZANA DE CAPUA (2): LA CIUDADELA DE CELESTINO SOLAR (GIJÓN/XIXÓN, ASTURIAS)

 

Patio pequeño de la Ciudadela de Celestino Solar o Ciudadela de Capua

Este dibujo de Ernesto García del Castillo, Neto, recrea los tiempos en los que estuvo habitada (durante más de un siglo) la Ciudadela de Celestino Solar o, completando todos sus apellidos, de Celestino González Solar, también conocida, entre otras denominaciones, como Ciudadela de Capua, al ser su acceso por la calle gijonesa de este nombre. Situada en el gran patio de manzana del denominado Martillo de Capua y rodeada de edificios, se trata de una de las más de 200 agrupaciones de viviendas obreras de este tipo que existieron en la ciudad


Y este es el patio pequeño de la ciudadela, restaurada como museo, en la actualidad. Al fondo, los edificios, también restaurados que, formando parte de la manzana del Martillo de Capua, miran al otro lado hacia el Mar Cantábrico, con la Playa de San Lorenzo y el Paseo del Muro


La viviendas eran pequeñas y paupérrimas, no tenían baño (había uno comunitario al fondo del patio) y algunas habitaciones, minúsculas, eran ciegas, es decir, sin ventanas, por lo que se vivía en unas condiciones deplorables, si bien era la única forma, durante mucho tiempo, que tuviesen acceso al pago de un modesto alquiler, gran parte de los trabajadores (de muchos ámbitos, como veremos) y sus familias


Este es el patio grande, del que solamente se conservan algunos muros, de la ciudadela que, edificada en 1877, contaba con no menos de cien habitantes, si bien fue despoblándose según mejoraban las condiciones sociales y los modelos de vivienda al acabar la posguerra española, hasta que fue clausurada por el Ayuntamiento en 1987, pues durante el último periodo de su existencia sus condiciones se habían tornado aún más insalubres


Rehabilitada en 2003, buena parte de las casas del patio pequeño se han reconstruido, y las demás y las de patio grande, consolidado parte de sus muros, así como acondicionado todo el entorno para abrirlo como museo, con salas de exposiciones permanentes dedicados a la ciudadela, sus habitantes, sus propietarios y el contexto en el que surgió, así como la recreación de una de estas humildes moradas obreras. Un conjunto pues, que estimamos muy oportuno recomendar visitar


Como hemos dicho, la ciudadela se encuentra dentro de un gran patio de manzana y no puede verse desde el exterior, existiendo para ello dos razones, una, que no se viesen desde fuera las condiciones de vida imperantes (muchas fueron clausuradas por insalubres entre 1880 y 1920 principalmente), y otra el no pagar los propietarios las tasas correspondientes a las casas con fachadas a la calle. Actualmente en la manzana hay dos clases de edificios, unos originales de los tiempos de la urbanización del Ensanche del Arenal (casi todos restaurados e incluso "recrecidos"), y otros construidos a partir de 1960 cuando se derribaron buena parte de los antiguos


Desde el exterior, los peregrinos del Camino de Santiago que, guiados por las flechas amarillas, recorren el Paseo del Muro, lo que verán serán estas fachadas de la manzana del llamado Martillo de Capua, casas de vecindad, restauradas las más, que ya reunían mejores condiciones, tanto es así que, tras ser rehabilitada, una de ellas llegó a ser la más cara de la ciudad. Estas casas eran las originales de las que rodeaban el gran patio de esta ciudadela


Este frente de casas, junto con la Ciudadela de Celestino Solar, viene a ser lo que queda de los primeros edificios construidos en el famoso Ensanche del Arenal, por donde la ciudad fue creciendo, sobre dunas arenosas, cubiertas de limos producto del dragado del muelle local (para hacer terrenos cultivables), según avanzaba el siglo XIX y tras demolerse la muralla erigida en 1837 al ser la villa declarada plaza fuerte con el estallido de la Primera Guerra Carlista


Si bien hubo dos planes de derribo efectivo, dentro de los proyectos de descongestión de la abigarrada trama urbanística resultante en el ensanche, uno en 1937 y otro en 1979, este conjunto se salvó de la demolición las dos veces, siendo posteriormente acogido a protección como elemento a preservar, aunque, al sí demolerse los edificios que había a sus lados mirando al mar (y los antiguos balnearios) formó el saliente o martillo urbanístico actual, donde se estrecha extraordinariamente la calle Ezcurdia. Diversos proyectos tendentes a la peatonalización de El Muro se han quedado en el cajón y uno, aplicado entre 2020 y 2022, fue revertido judicialmente, por lo que la zona es un verdadero cuello de botella con abundante tráfico gran parte del día


La manzana del Martillo de Capua forma un triángulo cuyo vértice occidental es el Palacio de los Alvargónzález, construido donde estaba la muralla; de él y todas estas casas hablábamos en la entrada de blog dedicada a la primera parte de este conjunto primigenio del histórico ensanche gijonés


Desde él y a su derecha, la calle de Capua, dedicada al alcalde Andrés de Capua y Lanza, bajo cuyo mandato se aplicaron los primeros proyectos del Ensanche del Arenal, sigue uno de los lienzos de la muralla de la carlistada, que tenía forma de estrella. Allí, en la Plaza de Romualdo Alvargonzález, hubo otra ciudadela, la llamada del nº 4 de la calle Capua, con El Patio del Rebeco, cerca del también demolido convento de las Agustinas Recoletas, cuyo solar fue ocupado después por el llamado Mercado de San Agustín, luego Centro San Agustín


Al fondo de la calle de se ven los árboles la Plaza de San Miguel, conocida también como La Plazuela, la cual está en lo que fue uno de los vértices de la citada muralla en estrella. A partir de ella se perfilaba la nueva trama viaria del Ensanche del Arenal, desde lo que fue El Balagón o El Praón de Rendueles (actual calle Dindurra y sus alrededores), donde se configuró el barrio de El Tejedor, luego llamado Zarracina por la célebre industria sidrera y alimentaria que allí existió (carretera y luego avenida de la Costa) durante muchos años


La Ciudadela de Celestino Solar, el actual museo, tiene su entrada por este portón, a escasos metros de La Plazuela y a pocos metros del cruce con la calle del Marqués de Casa Valdés, dedicada a Félix Valdés de los Ríos, Primer Marqués de Casa Valdés, quien adquirió la mayor parte de estos terrenos, subastados tras revertir al Ayuntamiento su propiedad al planificarse el derribo de la inútil muralla y su insalubre foso. En esa calle, existió otra ciudadela, la de Juan Jacobí, habitada entre 1875 y 1962, cuando fue derribada. Su propietario, como solía suceder, vivía cerca, en concreto en una de las casas de esta manzana que hemos visto en la calle Ezcurdia. Su viuda se defendía así, a finales del siglo XIX, de los requerimientos municipales que le ordenaban adecentarlas:
"Reúnen dichas casas condiciones higiénicas puesto que hay en el interior de cada una sesenta metros cúbicos de aire respirable, están situadas a mediodía y el terreno en el que se hallan emplazadas tiene una anchura de once metros libres de edificación"

Aquí, uno de los ejemplos del recrecido en edificios antiguos que tanto caracterizan gran parte de las rehabilitaciones de casas históricas gijonesas de un tiempo a esta parte. Abajo a su izquierda el portón y pasillo de entrada al patio del actual Museo Ciudadela de Celestino Solar. Este edificio, junto con el de la izquierda del portón, formó parte de las operaciones inmobiliarias llevadas a cabo en esta parte del Ensanche del Arenal por Manuel González Solar, hermano de Celestino, el fundador que da nombre a la ciudadela, tras casarse con su viuda, Vicenta Faes, y figurar como propietario de estos terrenos, como explica Nuria Vila Álvarez en su libro Un patio gijonés, la ciudadela de Celestino González Solar (1877-1977):
(...) Celestino González Solar falleció el 14 de diciembre de 1882, quedando como herederas de sus bienes su mujer, Vicenta Faes Martínez, y sus hijas María de las Nieves y Celestina González Solar y Faes; a esta última, nacida dos días después de la muerte de su padre,63 le correspondió como herencia la ciudadela. La viuda de Solar se casó en julio de 1886 con su cuñado Manuel González Solar64 y continuó con la operación inmobiliaria iniciada por su marido en la primera manzana del ensanche. En abril de 1887 construyó tres casas de planta baja, piso y buhardillas en la calle del Marqués de Casa Valdés. (...) , en 1895, solicitó licencia para construir una fachada con huecos entre los números 13 y 17 de la calle de Capua. Fue en ese momento cuando tomó forma el actual pasillo de acceso a la ciudadela, cuya entrada se adornó con un arco igual a los de los edificios colindantes, intentando que el conjunto resultase armónico visto desde fuera. Se segregó también entonces parte del terreno perteneciente a la huerta de la casa número 1 de la calle del Marqués de Casa Valdés para agregarlo al actual edificio número 17 de la calle de Capua. En el terreno sobrante, se construyó una casa de planta baja y piso dentro del perímetro de la ciudadela, tras la casa número 1 de la calle del Marqués de Casa Valdés, a la que se dio el número 15 de la calle de Capua.

 Sobre la fachada levantada en 1895, se le concedió licencia a Manuel González Solar, tres años después, para construir los edificios números 13 y 17 de la calle de Capua. Estas edificaciones, al igual que las que se construyeron en la calle de Ezcurdia entre 1890 y 1900 y que rodearon a la ciudadela por su parte este, respondían claramente a un modelo de construcción destinado a clases medias y burguesas, con composiciones de fachada muy homogéneas cuyo principal elemento de ornato y estatus lo constituían los miradores y balcones de las fachadas principales. En esta primera manzana del ensanche está presente también como tipología constructiva el hotelito burgués, de estilo ecléctico; tal es el caso de la casa de la familia Alvargonzález, en la intersección de las calles de Capua y de Ezcurdia, cuya licencia de construcción data de 1889 y que fue ampliado posteriormente en 1899. Con la construcción de los edificios números 13, 15 y 17 de la calle de Capua, la familia González Solar completó su operación inmobiliaria en la manzana que nos ocupa. De acuerdo con los datos proporcionados por el Registro Fiscal de Edificios y Solares (1920-1923)"

Aquí estuvo muchos años el bar El Altillo, un chigre popular que desde 1915 perteneció a Luciano Castañón, por lo que fue mucho tiempo conocido como Casa Castañón, que tenía su almacén en dicha calle y cuyos dueños tenían estrechas relaciones con los vecinos de la ciudadela. También el cercano bar El Deporte, a la vuelta de la esquina en Marqués de Casa Valdés, o casa Luisa en Casimiro Velasco, que era donde solían ir los hombres del poblado



El edificio de la izquierda, también construido por iniciativa de Manuel y también recrecido. Al fondo, la Ciudadela de Celestino Solar, que aparece denominada como de La Garita, nombre antiguo de este lugar, a causa de una garita con centinela que existió a la altura de lo que ahora es la Escalera 5 del Paseo del Muro y acceso a la Playa de San Lorenzo, la cual formaba parte de la muralla de la antigua plaza fuerte gijonesa:
"Manuel González Solar adquirió, en nombre de sus sobrinas y con dinero procedente de la herencia de estas, los solares números 7 y 8, situados inmediatamente a la izquierda del cercado de la ciudadela, que actualmente se corresponden con los números 13 y 17 de la calle de Capua"

En 1895, Manuel González Solar, como hemos dicho propietario de la ciudadela tras casarse con la viuda de su hermano Celestino, fallecido en 1880, levantó esta fachada con un arco, siendo a partir de entonces la entrada a la ciudadela, oculta del todo hasta entonces, y de cuyos primeros accesos nos informa también Nuria Vila Álvarez en su libro:
"Tras la construcción del cerramiento, se estableció, por la parte oeste de la ciudadela de Celestino Solar, colindante con la casa número 1 de la calle del Marqués de Casa Valdés, una servidumbre de paso de unos dos metros y medio, contados a partir de la casa número 1 de esta calle que forma esquina con la de Capua, para dar acceso a la huerta de esta edificación cuya entrada principal estaba por la calle del Marqués de Casa Valdés. La ciudadela de Celestino Solar, si nos fijamos en la cartografía de la época, contaba también con un pequeño paso a la altura del actual número 16 de la calle de Ezcurdia (edificación inexistente en ese momento), aunque, de acuerdo con lo relacionado en el inventario de los bienes de Celestino Solar a su muerte, realizado en noviembre de 1883, ante el notario Antonio García Mon, la entrada «oficial» a la ciudadela de Capua se realizaba por la portilla situada en la calle de Capua que: 

[…] tenía una servidumbre de paso de cosa de ocho pies que es común a la casa de que se trata (la n.º 1 de Marqués de Casa Valdés), siendo de advertir que la indicada servidumbre se extiende desde la puerta más próxima a la esquina de la sobredicha casa que da a la calle del Retiro (actual calle Capua), o sea, por donde se entra a las citadas casitas (Ciudadela de Celestino Solar), […] a donde termina el indicado cerramiento que es por la puerta donde se entra a las casitas de esta herencia (Ciudadela de Capua)"

Existe aquí una primera referencia a Les Cases del Manquín, también en La Garita, que podría tratarse de una antigua ciudadela más o ser una denominación que le da el erudito Julio Somoza en su artículo Un conflicto probable o un peligro posible, a esta de Capua o de Celestino Solar, por lo que sería la misma. Sea como fuere lo cierto que la revista en la que lo publicó, El Productor Asturiano del 13-12-1878, fue secuestrada por orden del Ayuntamiento el mismo día de su publicación, pues se quejaba muy críticamente de lo degradante de esta construcción:
"El 21 de noviembre de 1878 se hablaba de la denuncia de las casas construidas frente a la Garita, a la entrada de la calle Ezcurdia, vulgarmente llamadas del Manquín. Fuimos a verlas en compañía de un facultativo cuando aún no construidas iban los vecinos a habitarlas. ¡Ya se ve! El jornalero encontraba habitación por treinta y siete céntimos de peseta diarios y se apresuraba a todo trance a alojarse en ellas; por supuesto a costa de su vida, porque, por robusto que un hombre fuera, era incapaz de soportar la estancia en aquellas habitaciones húmedas, sin ventilación y chorreando agua por todas partes e imposible además que escapara sin reuma o tisis en estación tan malsana como aquella y en tan crudo invierno."

Exactamente un año antes, en diciembre de 1877, Celestino González Solar, nacido en Ciares y emigrante a Cuba retornado con cierta fortuna, había comprado estos terrenos de la zona de La Garita a Rafael González Posada. El marqués de Casa Valdés, siguiendo el proyecto de nuevas calles en cuadrícula, vendió lotes de sus terrenos adquiridos en subasta a varios particulares, que a su vez vendían a otros que edificaban y a la vez vendían o arrendaban


Esta multiplicación de la propiedad llegó a dar algunos problemas a la hora de aplicar el plan y urbanizar las calles y las nuevas edificaciones, tal vez una premonición de lo que pasaría en los años 60 y 70 del siglo XX con el desarrollismo que dio a traste con las normas de construcción (sobre todo en altura) y echó a pique todo proyecto existente de hacer una ciudad-jardín o parque-playa en la franja más cercana al mar


Volviendo a Celestino Solar, su historia y el porqué compró estos terrenos, está bien explicada por Vila Álvarez en su obra:
"Celestino González Solar, nacido en la parroquia de Ceares, había emigrado a Cuba a mediados del siglo xix. A su regreso a Gijón, hacia 1876, invirtió parte del capital traído de la isla, donde había constituido una casa de comercio denominada Lezano, Solar y Cía., en la adquisición de terrenos en el ensanche gijonés. Parece que Celestino González volvió con la intención de abandonar el comercio, convertirse en propietario y vivir como rentista.47 Para ello eligió la compra de solares en esta nueva zona de crecimiento de la ciudad, donde el precio del suelo, no demasiado elevado, permitía una rápida amortización de las inversiones realizadas. Así, además de las propiedades adquiridas a Rafael González Posada, en junio de 1878 compró otro terreno en la misma zona, en la actual calle de Eladio Carreño.

En 1880 completó la adquisición de solares en la llamada zona de la Garita con la compra de un terreno a Manuel Rodríguez León y Menéndez, residente en Cuba y con quien habría podido trabar conocimiento durante su estancia en la isla.49 En estos años, algunos de los compradores que habían adquirido sus solares en el ensanche al marqués de Casa Valdés procedían a su venta ante la imposibilidad de revalorizar más su propiedad debido a los múltiples problemas por los que atravesaba la urbanización del ensanche, que no conseguía atraer inversiones inmobiliarias destinadas a las clases dominantes debido a la carencia de casi todo tipo de servicios en la zona. De hecho, en el diario El Comercio de estos años se publicaron con cierta frecuencia anuncios de venta de solares en condiciones ventajosas en el ensanche.

El promotor de la ciudadela de Capua responde a la perfección al perfil de propietarios de la pequeña y mediana burguesía deseosos de conseguir un beneficio fácil, con mínima inversión y casi nulo riesgo, alquilando habitaciones modestas y baratas a una población obrera en constante crecimiento. Por su parte, Juan Jacobí, operario cualificado venido desde Lieja para trabajar en la fábrica de vidrio, conocía de primera mano los problemas de alojamiento de la clase obrera, con quien compartía el día a día en la fábrica, y los beneficios que una inversión inmobiliaria de este tipo podría reportarle. Es posible que entre estos primeros promotores de ciudadelas en el ensanche se establecieran redes generadas a partir del conocimiento mutuo y la existencia de intereses comunes. En este sentido, para el caso de la ciudadela de Capua, resulta muy interesante el hecho de que José Antonio Muñiz, nombrado curador de las hijas de Celestino González Solar a la muerte de éste, fuese, además de administrador de la conocida ciudadela de Hermenegildo Carvajal, promotor de dos ciudadelas entre 1872 y 1880, una en la calle del Molino y otra en la calle de Aguado, esquina a Ezcurdia."

En este callejón de acceso a la Ciudadela de Capua o de Celestino Solar, más dibujos de Neto nos presentan escenas de la vida en este poblado obrero, empezando por la entrada, ya por sí de notoria historia


Y también los edificios colindantes, donde como hemos visto su hermano continuó las operaciones urbanísticas en los terrenos adquiridos. Al fondo, El Muro, La Escalerona (la escalera más grande de acceso a la playa, la nº 4) y, al fondo, Cimavilla con la iglesia de San Pedro


El patio pequeño, con sus casas, imagen con la que abríamos esta entrada de blog. En el suelo un canal de inmundicias, al fondo el excusado o retrete compartido y, más atrás, la parte trasera de los edificios de la calle Ezcurdia. Las obras de la ciudadela empezaron prontamente, nada más que Celestino González Solar adquirió estos terrenos, según escribe Vila Álvarez:
"Inmediatamente después de la adquisición de los terrenos en El Arenal, buscando una pronta rentabilización de éstos, Celestino González Solar comenzó la construcción de la ciudadela que lleva su nombre. Esta estaba formada por 24 casas dispuestas en cuatro hileras, dos enfrentadas a la derecha de la calle de Capua entre las que se formaba un pasillo empedrado (denominado por los vecinos patio pequeño) y otras dos, una a la espalda de la primera, desde el actual pasillo de entrada, y otra al fondo del solar, lindando con la calle de Ezcurdia (patio grande, cuyo suelo era de arenón); los dos patios no tenían comunicación entre sí desde el interior"

El patio grande, recreado en este cuadro de Neto, con los edificios de Ezcurdia cerrándolo por el norte. Dice Nuria Vila Álvarez:
"Los servicios comunes del patio estaban formados por cuatro retretes que lindaban con la calle de Capua y un pozo en el patio grande. Si bien en el expediente municipal sobre la inspección de ciudadelas en El Arenal de san Lorenzo, llevada a cabo en 1890,53 se hace referencia a que el patio de Capua contaba con un lavadero, su ubicación no ha podido ser localizada."

Una de las casas, la que ha sido reconstruida con sus muebles y enseres en el patio pequeño, que veremos en nuestra visita. Así las describe Vila Álvarez:
"Las casas tenían una superficie de entre 38 y 28 metros cuadrados, cada una repartidos en cocina, salita y dos dormitorios.51 La cocina, que se encontraba situada frente a la entrada, contaba como equipamientos de obra con un fregadero, de arena y grava; una meseta de madera, y la cocina propiamente dicha, compuesta por una chapa de hierro, por donde se alimentaba, y un frente de ladrillos con un hueco abovedado por el cual se sacaban las cenizas.52 Bajo el fregadero y la cocina quedaban unos huecos de cemento que hacían la función de estanterías, para guardar el carbón o la leña y otros útiles de cocina. El suelo de este cuarto era de ladrillo macizo. A la izquierda de la puerta de entrada estaba la salita, que contaba con una ventana, la única de las casas, en el momento de su construcción; esta habitación era la que comunicaba todos los cuartos de la casa y desde ella se accedía, por la izquierda, al dormitorio más pequeño, y enfrente, a la habitación matrimonial. El suelo de todas estas habitaciones era de tablilla, y las puertas que comunicaban con la habitación pequeña y con la cocina tenían cristales biselados en su parte superior para conseguir algo más de luminosidad."

Al fondo está la casa tapón, el doble de grande que las demás, cuya función era la de ocultar el patio desde el exterior y dividir el patio grande del patio pequeño, incomunicados entre sí. La ciudadela perteneció a Celestino, familia y descendientes, durante años, si bien con el tiempo fue adquirida por una empresa gijonesa. Así fueron sus primeros años, explicados en Wikipedia:
"La ciudadela fue edificada en el patio interior de la manzana del Martillo de Capua, proyectada por el plan de ensanche de Gijón en 1867. Celestino González Solar, un indiano que retornó de Cuba con cierta fortuna, compró en 1877 la parcela a Rafael González-Posada y Busto, destacado republicano local, y de María Álvarez Acevedo. El mismo año edificó las veinticuatro casas de ladrillo y madera para trabajadores gijoneses poco pudientes. Al morir Celestino en diciembre de 1882 el testamento dejó la propiedad a sus dos hijas: María de las Nieves y Celestina que, al ser menores, fueron tuteladas por su madre Vicenta Faes Martínez y por José Antonio Muñiz. En el año 1907 los dueños del terreno y casas son Vicenta Faes Martínez, su hija María de las Nieves González Faes, que ya estaba casada con Ángel Tuya Valdés, y su otra hija Celestina González Faes, ya mayor de edad. Con el paso de los años el terreno pasó a ser propiedad de una empresa inmobiliaria local."

A la izquierda, el patio grande. Aquí, unas placas ofrecen información del actual Museo de la Ciudadela de Celestino Solar, en cuya página se presenta de esta manera:

"La Ciudadela de Capua, como también se la conoció, fue construida por el indiano Celestino Solar en los terrenos del Ensanche de El Arenal, en un solar interior. Las viviendas que la componen siempre estuvieron ocultas a la vista desde la calle. Entre 1880 y 1890 dentro de un muro y, a principios del siglo XX, tras la construcción de los edificios que actualmente la rodean, en el interior de un patio de vecinos al que se accedía por  el mismo pasillo que hoy da entrada al Museo. Más de cien vecinos compartieron espacio y vida en este patio gijonés.

La Ciudadela fue inaugurada como museo en 2003 y, desde 2018, cuando abrió de nuevo sus puertas con una museografía totalmente renovada. "

El Museo de la Ciudadela fue inaugurado, como hemos dicho, en 2003, si bien años después fue reacondicionado y reabrió sus puertas con una museografía totalmente renovada:

"La Ciudadela fue inaugurada como museo en 2003 y, desde 2018, cuando abrió de nuevo sus puertas con una museografía totalmente renovada. Como testimonio de la Revolución industrial que es, forma parte del área de Museos Industriales de la Fundación Municipal de Cultura, Educación y Universidad Popular de Gijón/Xixón, junto con el Museo del Ferrocarril de Asturias.

El museo ocupa el mismo espacio de la antigua ciudadela de Celestino Solar. Su objetivo principal es interpretar y explicar, a partir del espacio de habitación, las condiciones de vida de la clase obrera gijonesa y asturiana desde los inicios de la Revolución industrial, en el último cuarto del siglo XIX, hasta las últimas décadas del siglo XX. La exposición permanente cuenta con cuatro unidades temáticas diferentes, y explica quién fue la familia propietaria de la ciudadela, cómo evolucionó desde su construcción a su total desalojo y quiénes las personas que la habitaron. Además puede visionarse un audiovisual donde antiguos inquilinos cuentan su experiencia vital en el patio de Capua. Las diferentes secciones del museo se distribuyen del siguiente modo."

Abajo, una flecha en un círculo verde indica en suelo comenzar nuestra visita yendo a la izquierda. A su lado, una flecha indica la salida luego de que demos vuelta a todo el recinto y regresemos a este callejón por el patio pequeño

En los planos que nos ofrecen vemos la estructura del Museo de la Ciudadela y sus partes, señalando nuestro recorrido a través de los dos patios


En la casa tapón figura la placa con el nombre con el que fue conocida en los censos oficiales del Ayuntamiento, aunque fue llamada de diversas maneras, según Wikipedia:
"En los primeros años fue llamada Ciudadela de la Garita y luego a lo largo del siglo xx se la conoció como Ciudadela de Manuel González Solar, Ciudadela de Solar, Ciudadela de Capua, de Celestino González Solar, de herederos de Solar... hasta que a partir de 1930 una placa, situada a la entrada del callejón, la tituló definitivamente como Ciudadela de Celestino Solar."

Nos dirigimos entonces a la izquierda, al patio grande, convertido en zona ajardinada tras la reforma de 2003, que explica así en Wikipedia, así como la de su reinauguración en 2018:

"En el año 2000 el Ayuntamiento de Gijón asumió la propiedad del terreno y, tras las intervenciones tendentes a acondicionar el terreno y rehabilitar alguna de las casitas, la ciudadela fue abierta como espacio etnográfico para preservar la memoria del hábitat obrero en Gijón. Seguía un proyecto del arquitecto Luis Estébanez Garrido que comprendió la urbanización del patio, la recreación de los volúmenes de una parte de las antiguas casas y la creación de una zona ajardinada. Abrió en abril de 2003. El sitio ocupa una parcela 1.649 metros cuadrados con una superficie construida de 277 metros.

En 2016 y 2017, permaneció unos meses cerrada mientras se realizaban importantes obras de reparación y mejora del recinto y las edificaciones. Por otra parte, se rediseñó enteramente la museografía del espacio, con nuevos contenidos en sus exposiciones permanente y temporal, a las que se une, como gran novedad, una cuidadísima recreación de una vivienda obrera, todo ello a la luz de nuevas investigaciones. Estas tareas se llevaron a cabo bajo la gestión del Museo del Ferrocarril de Asturias dirigido por Javier Fernández López. Finalmente fue abierta de nuevo al público el 26 de enero de 2018. El diseño museográfico y difusión ha corrido a cargo de Paz García Quirós. Por otra parte, la historiadora Nuria Vila responsable de la investigación histórica que ha servido de base a los trabajos, ha formado un archivo sonoro, de gran importancia social, con entrevistas con antiguos residentes en este patio de la calle de Capua."

Este patio, espacio de socialización de la ciudadela, donde jugaban los niños, conserva los muros maestros de las viviendas y cuatro grupos de paneles explicativos

Otro elemento importante es el muro de cierre de la ciudadela, erigido antes de que se construyesen los edificios burgueses que la rodeaban y conservado en parte. Antes de él, las casas de los patios estaban a merced del viento y de los movimientos de las arenas, no obstante, su altura, no demasiado elevada no evitaría la virulencia del nordeste; escribe de su construcción Nuria Vila Álvarez:

"Las obras para cerrar el perímetro de la ciudadela por su parte norte con un muro de mampostería sobre el que se colocaron pilastras de ladrillo y un enverjado de madera se acometieron en 1880. En este muro se abrieron dos puertas para dar acceso a la ciudadela; una, en la calle de Capua, a la izquierda de la casa número 1 de la calle del Marqués de casa Valdés, y otra, en la calle de Ezcurdia. 

Por su parte sur la ciudadela quedaba oculta tras el muro y el portón de madera que en su día había levantado Juan Jacobí para cerrar las casas de su propiedad en la calle del Marqués de Casa Valdés."

Una placa en la fachada de la casa tapón nos explica el itinerario a seguir en base a un plano de los dos patios, visita bien descrita también en Wikipedia:

"La visita a la ciudadela se organiza en dos áreas: el patio pequeño y el patio grande. La organización detallada actual del espacio es la siguiente: 
Pasillo de entrada con diferentes dibujos de gran formato de espacios representativos de la ciudadela, desde el pasillo de entrada hasta el interior de una de las casas, realizados por el dibujante Neto. 
Patio grande, donde se puede ver una plaza ajardinada donde se conservan los muros de las casas y restos del suelo original de las antiguas cocinas. Se le ha dotado de paneles de contextualización de la ciudadela en el marco general de la industrialización asturiana y gijonesa y en el específico de la vivienda obrera. 
Exposiciones temporales, con dos salas destinadas a exposiciones temporales, En 2018 se ha instalado una muestra sobre la vivienda obrera en Asturias, comisariada por las especialistas en vivienda obrera en Asturias Nuría Vila Álvarez y María Fernanda Fernández Gutiérrez. 
Segunda casa del patio pequeño, presenta una exposición permanente con un resumen de la historia de la propia Ciudadela, incluyendo un audiovisual realizado gracias a la familia Rúa Martínez, antiguos habitantes de la ciudadela. 
En la primera casa del patio pequeño, se ha recreado el interior y exterior de una de las viviendas, en el estado que presentaba hacia los años cincuenta del siglo xx. Ha implicado la reconstrucción de la propia vivienda y la dotación completa de mobiliario de época y ajuar. 
Con la ciudadela de Celestino Solar se completa un circuito sobre la historia económica, social e industrial de Asturias de más de 125 años. Un itinerario que se inicia en el Museo del Pueblo de Asturias, sigue en el Museo del Ferrocarril de Asturias y finaliza en este museo de sitio, ejemplo de vida urbana de la clase obrera."

Vemos los paneles, con fotos de época, los primeros, los de la industrialización en Asturias, con textos base de Nuria Vela

En esta foto, las instalaciones de la Empresa Nacional Siderúrgica S.A. en Avilés en 1955 con El Puente de San Sebastián, sobre La Ría, que veremos, reconstruido, cuando lleguemos a la Villa del Adelantado

Primer panel, la industrialización, ligada a la minería

A la izquierda El Pozu San Antonio en Morea (Aller/Ayer) hacia 1960 y, arriba a la derecha, El Pozu Tres Amigos en Mieres, El Pozu Barredo, también en Mieres y El Pozu Santa Bárbara, La Rebaldana, en Turón (concejo de Mieres)


El desarrollo industrial gijonés, con la Estación de Ferrocarril del Norte en 1884 a la izquierda y, arriba a la derecha, el Taller de Cigarrillos de la Fábrica de Tabacos de Gijón en 1906, la fábrica textil La Algodonera en 1900 y la siderúrgica de Moreda en 1922


La vivienda obrera en Asturias, foto de los cuarteles (viviendas obreras) de Santa Cruz en Mieres


Cuarteles de San Francisco para los mineros de la Sociedad Hullera de Turón, año 1916. Fábrica Nacional de Trubia con su barrio obrero en 1950. Grupo José Antonio promovido por Obra Sindical en Mieres, año 1949 y, a la derecha del todo, grupo chabolista gijonés en 1975


Los cuarteles y ciudadelas, los primeros tiempos de la vivienda obrera en Asturias


Abajo, el barrio de Bustiello en Mieres, año 1920. Arriba, de izquierda a derecha, el barrio de Junigro, construido por la Fábrica de Armas de Trubia para sus trabajadores, año 1967. Casería de La Felguera en Turón (Mieres) hacia 1900. Ciudadela en el interior de las instalaciones del matadero municipal de Mieres, 1956


De las casas baratas el polígono. El siglo XX: abajo a la izquierda, inauguración de las viviendas de Roces en 1951. Arriba, las Casas Baratas de Mieres en construcción hacia 1920, el barrio de Santa Marina en Mieres hacia 1955 y la barriada del Serrallo en Sotrondio en 1970


Y estas son las casas del patio grande, de las que como hemos dicho solamente quedan muros medianeros que han perdido su carga y han quedado en piedra vista. A la derecha es la casa tapón, que como hemos dicho es más grande que las demás. Vemos en el suelo, marcada con líneas de ladrillos, su distribución: la puerta, a la que sigue un muy pequeño pasillo de acceso, con la cocina al fondo (véase en la pared el hueco de salida de humos a manera de chimenea) y, a la izquierda, pequeña sala y dos diminutas habitaciones. Esta vivienda abarca el espacio entre la línea de ladrillos que vemos en medio y las paredes del fondo


La ciudadela fue realmente una edificación pionera, pues en este y otros terrenos ganados a la muralla y a todo el Ensanche del Arenal fue tarea especialmente dilatada por cuestiones burocráticas, escribe Nuria Vila:
"Tras numerosos avatares administrativos, desde que el Estado autorizase el derribo de la muralla, finalmente, en enero de 1877, Alfonso XII sancionó el Dictamen de la Comisión de las cortes del Senado relativo al proyecto de ley sobre la cesión al Ayuntamiento de Gijón del suelo que ocupaban las fortificaciones. Pero aún se demoró diez años más el proceso para la enajenación del suelo liberado, hasta que en 1887 los terrenos que formaban parte de las antiguas fortificaciones de la villa salieron a subasta pública. 

En 1873 ya se había realizado la parcelación y división como suelo edificable de la superficie que ocupaban las fortificaciones desde la Garita a la plazuela de San Miguel. En ese momento, el técnico municipal, Cándido González, levantó un croquis de los terrenos y se numeraron las parcelas para su venta posterior. Sin embargo, la sesión extraordinaria para deliberar sobre la conveniencia y utilidad de enajenar los terrenos procedentes de la antigua fortificación no se celebró hasta el 30 de abril de 1887. Los solares de la primera manzana del ensanche quedaron agrupados como emplazados «en el sitio de la Garita», formando un total de unos tres mil metros cuadrados, en la zona donde, en la confluencia de las calles de Ezcurdia y de Capua, estaba situada una garita de vigilancia, punto de comienzo de la fortificación".

Las siguientes casas del patio grande y al fondo, otra hilera más, con los edificios de la calle Ezcurdia más allá, todos rehabilitados, construidos posteriormente a la ciudadela. En su libro Ciudadelas, patios, callejones y otras formas similares de vivienda obrera en Gijón (1860-1960), el cronista oficial gijonés Luis Miguel Piñera comenta la evolución de la ciudadela a partir de las primeras casas:
"Aunque las viviendas primitivas fueron 24 situadas en la parte este del patio formando las dos clásicas hileras, dado que esta ciudadela pervivió habitada más de 100 años, el patio restante se fue completando con el tiempo con otras edificaciones similares a las originales; primero apareció un bloque espalda contra espalda que es visible desde el callejón y más tarde toda una hilera en el fondo del patio en la parte trasera de los portales 10,12 y 14 de la calle Ezcurdia"

Recreación, en uno de los paneles de cuadros de Neto que hay a la entrada, del aspecto de la ciudadela cuando estaba totalmente habitada, con este patio grande a la izquierda y el patio pequeño a la derecha. Así se vería desde uno de los pisos de las casas hechas por Manolo Solares cerrando el patio por Marqués de Casa Valdés. Según un informe municipal titulado Estado sanitario en que se hallan las edificaciones conocidas con el nombre de ciudadelas, redactado en 1890, se señala que está formada por 24 casas, que sus dueños son los Herederos de Solar, que están hechas en ladrillo y su altura es de 2,40 metros, así como que hay un pozo (el de cuya ubicación no se ha podido localizar) y que la anchura del patio (el primigenio o pequeño, que forma calle, a la derecha, es de 5,10 metros. Contaba con 4 excusados y un lavadero


El eminente filósofo, activista y catedrático José Luis García-Rúa, nacido en esta ciudadela, escribió de ella en su libro Mis Ciudades: Gijón. En la marea del Siglo, que "Capua es la calle y un patio mísero y sin limonero alguno. Solo barro y pedrusco, espacio avaro para cuerpos que un solo palmo piden"



Efectivamente, el aspecto de la ciudadela en sus orígenes difiere notablemente respecto a su evolución posterior, tanto internamente en lo relacionado con sus viviendas como externamente, cuando quedó  rodeada de casas burguesas de varios pisos. Abunda en ello Nuria Vela Álvarez:
"La ciudadela de Celestino González Solar no adoptó su situación actual, en el interior de la manzana, con un pasillo como única forma de acceso y rodeada de edificios burgueses en sus partes norte, este y oeste —tal como puede verse en la actualidad— hasta el inicio del siglo xx. La parte sur conservó un carácter más popular, con edificaciones de planta baja, piso y buhardillas, así como la ciudadela de Jacobí. Durante más de una década, las características de las edificaciones presentes en esta primera manzana del ensanche (ciudadela de Celestino González Solar, patio de Jacobí, vivienda nº 1 de la calle del Marqués de Casa Valdés y números 6, 8 y 10 de la calle Eladio Carreño) así como el perfil profesional de sus habitantes respondían claramente a los de un espacio residencial de clases populares"

Otras dos viviendas del patio grande y, al fondo, la parte trasera de los edificios que dan al este a la calle de Eladio Carreño. Estas formaban parte de los edificios burgueses que empezaron a rodear la ciudadela, ocupados por clases medias y altas, lo que acarreó las primeras quejas vecinales contra esta y otras ciudadelas del Ensanche del Arenal. A causa de ello, más que por verdadero interés socio-sanitario institucional, se emprendió la creación de una comisión municipal de inspección de las mismas:
"En 1891, el Ayuntamiento de Gijón formó una comisión para estudiar las condiciones de habitabilidad de los distintos patios y ciudadelas de la ciudad tras las denuncias formuladas al Consistorio por algunos vecinos de las calles de Uría y del Marqués de Casa Valdés contra un particular por «haber construido varias casitas que califican de antihigiénicas sobre una huerta de su propiedad». Esta denuncia dio lugar a una propuesta de la Comisión de Policía Urbana (5/5/1891) para realizar un «reconocimiento general de las ciudadelas no autorizadas por el Ayuntamiento».

El Ayuntamiento llevó a cabo este reconocimiento de las condiciones de habitabilidad de las ciudadelas gijonesas empujado por las denuncias de la burguesía del ensanche, y no tanto por motivos de higiene pública. En la sesión municipal del diez de diciembre de 1891, se exponían cuáles habían sido las causas que dieron origen a la elaboración del informe sobre las condiciones de habitabilidad de las ciudadelas de El Arenal. El Consistorio decía haberse decidido a actuar porque «se trata de un asunto que está llamando la atención de la opinión pública». Hay que preguntarse entonces quién formaba la opinión pública en aquel momento, cuál era el grupo social que tenía el poder de hacerse oír en la esfera pública. Es decir, a quien molestaban las ciudadelas era a la burguesía, que tenía el privilegio, como grupo hegemónico en la sociedad, de hacerse escuchar en la esfera pública, y fue en ese preciso momento cuando el Ayuntamiento, presionado nuevamente por los propietarios, decidió actuar.

Por otra parte, el hecho de que el desalojo fuese la única solución propuesta por la Comisión Municipal para atajar el problema de las construcciones insalubres, una vez examinadas las precarias condiciones de habitabilidad de las ciudadelas de El Arenal, manifestaba el deseo de hacer desaparecer de esta zona poblaciones y modelos constructivos más propios de los barrios periféricos. El cambio del carácter socioeconómico del ensanche, especialmente en las manzanas más cercanas al centro histórico, llevaba asociado un aumento del valor del suelo que no podía maximizarse debido al alto número de residentes de clases populares que desvalorizaban los terrenos y disuadían a la burguesía de residir en este espacio."

De todas maneras, inspecciones urbanísticas sí parece haber desde un principio, en Un patio gijonés. La ciudadela de Celestino González Solar, Nuria Vila Álvarez nos señala que, durante las obras de construcción del muro perimetral de cierre de la ciudadela, Celestino González Solar hizo dos tendejones que posteriormente la autoridad mandó derribar, siendo multado por ello:

"El cierre del perímetro de la ciudadela creó, en la parte colindante con la trasera de la calle de Ezcurdia, dos pequeños espacios trapezoidales entre el muro y la hilera de casas. Uno, en la esquina izquierda del volumen del fondo cuya trasera linda con la calle de Ezcurdia, y otro, al final del primer volumen de casas cuya trasera coincide con la ciudadela de Jacobí (actualmente el espacio ocupado por el garaje de la calle del Marqués de Casa Valdés). En estos dos huecos, de unos diez metros cuadrados, Celestino González Solar construyó dos tendejones de forma ilegal en 1880. En septiembre de ese año la Comisión de Policía Urbana denunció estas construcciones, obligó al derribo de la obra, y condenó a su promotor al pago de una multa por acometer una construcción ilegal. Celestino González Solar abonó la multa impuesta de veinte pesetas y solicitó formalmente la autorización para la construcción de dos almacenes en sus casas, así como para:

[…] hacer un trozo de alcantarilla para dar salida a las aguas del patio de sus casas cuya alcantarilla desagüe en la zanja que hoy desagua la que actualmente están haciendo para desagüe de la fuente de la travesía del Convento que están haciendo por cuenta de ese Municipio.

Tras la concesión de la licencia por el Ayuntamiento, los dos tendejones, pequeños espacios sin compartimentar, se alquilaron como viviendas. La licencia para la construcción de un empalme con la alcantarilla del municipio también se concedió a condición de que «las aguas que por aquel han de correr sean las que recoge el patio entre la verja y el frente de los edificios, pero nunca las inmundicias de los excusados, ni aguas de los albañales»


Llegamos a los paneles dedicados a la vivienda obrera gijonesa. En la foto, una calle de El Llano en 1935. La proliferación de ciudadelas, dice Nuria Vila, junto con las presiones vecinales, hicieron necesarias las pertinentes inspecciones dada la precariedad de muchas construcciones:

"Desde 1880, para evitar, en cierta medida, la construcción de infraviviendas y establecer un control sobre las condiciones de habitabilidad de los alojamientos para clases populares, la Comisión de Policía Urbana obligaba a que las nuevas edificaciones fuesen reconocidas por uno de los médicos titulares del municipio, quien debía certificar sus condiciones de habitabilidad antes de ser alquiladas. No se ha logrado averiguar cuál fue el rigor de estos reconocimientos y si se produjeron en todos los casos, aunque no parece que fuesen muy exhaustivos, ya que en todos los expedientes de licencias de obras consultados se repite la misma coletilla que en éste. Tras conceder la licencia de obras y cobrar los cánones correspondientes, el informe de Policía Urbana apostillaba que: 

[…] no podrá habitar las casas que está construyendo hasta que sean reconocidas por uno de los médicos titulares y éste certifique que se encuentran en condiciones de poder vivirlas."

Siglo XIX, ciudadelas y casas de vecinos. Abajo, viviendas construidas por la fábrica de loza La Asturiana en El Cortijo. Arriba El Prau de Don Gaspar en Cimavilla, casa de vecinos con entrada a un patio en la cercana calle del Marqués de Casa Valdés en 1967 y ciudadela de la calle La Libertad en 1969. Si bien no pocas fueron demolidas otras, como estamos viendo, pervivieron hasta muy avanzado el siglo XX:

"Tras la inspección municipal, llevada a cabo en un total de unos sesenta patios y ciudadelas, las conclusiones sobre su grado de habitabilidad y las medidas que debían adoptarse para solucionar los problemas de salubridad fueron tajantes: 

[…] procede urgentemente el desocupo [sic] de las habitaciones con los inquilinos, ordenándole así a los dueños de las mismas y haciéndolo efectivo por los medios de que dispone la autoridad. 

El Ayuntamiento no preveía la concesión, tras el desalojo de las ciudadelas, de indemnización alguna a los propietarios, transgrediendo, por tanto, el derecho de propiedad privada. Contra ello recurrieron los dueños de las ciudadelas, lo que dio al traste con la mayoría de las resoluciones de desahucio, puesto que, si los propietarios recurrían ante los tribunales de justicia para defender su derecho de propiedad, el Consistorio no se hallaba en situación de poder atender a los pagos de las posibles indemnizaciones que se resolviesen por vía judicial. 

Se clasificaron las ciudadelas en tres grupos atendiendo a sus condiciones de habitabilidad y se les aplicaron plazos diferentes para el desalojo, que oscilaban entre seis meses para las más insalubres, el primer grupo, y un año y medio para las del tercero. El grupo más numeroso, el segundo, que comprendía 29 construcciones, tenía como plazo para el desalojo un año; en éste se incluyó la ciudadela de la calle de Capua. 

Algunas órdenes de desalojo se hicieron efectivas,77 pero tras las reclamaciones de los propietarios que aceptaron la realización de reformas en las construcciones, la mayoría de los patios inspeccionados volvieron a ser habitados. Éste fue el caso de la ciudadela de Juan Alonso, primera construida en el ensanche, en la calle del Marqués de Casa Valdés (...)

La viuda del propietario de la ciudadela de Solar, Vicenta Faes Díaz, adujo en su defensa y contra la orden de desalojo que cuando en 1877 su marido construyó la ciudadela no estaban vigentes las adicionales de las ordenanzas del 6 de abril de 1880, y entonces no se precisaba licencia municipal para las edificaciones que no daban a la calle. Y que, además, las solicitudes para la colocación del cierre habían sido concedidas por el Municipio en 1880 sin que se hubiese hecho mención alguna a las condiciones de habitabilidad de las viviendas. Ante el escrito presentado por la viuda de Solar, los informes del arquitecto municipal y el inspector de sanidad fueron favorables a que las casas continuasen habitadas, siempre que se llevaran a cabo «obras de aireación y traslado al interior de los excusados que lindan con Capua»

Como medidas imprescindibles para frenar el desalojo, los informes facultativos obligaron a que: 

[…] se coloquen tragaluces móviles en las habitaciones que no tengan comunicación directa con el exterior […] y la traslación de los lugares excusados que están lindando con una vía pública como la calle Capua hoy ya bastante importante y concurrida dándose el repugnante espectáculo que es consiguiente y que desdice de una población de la importancia de esta villa […] por tener su depósito mal cubierto y en el interior falta de limpieza muchas veces.

Vicenta Faes aceptó realizar reformas en el patio para que no se hiciese efectiva la orden de desalojo, argumentando que esta era la única renta con la que contaban sus hijas y herederas para subsistir. La viuda de Celestino González Solar propuso al Consistorio:

Una modificación en los edificios-ciudadelas, que satisfaciendo mejor la necesidad de ventilación, venga a completar sus condiciones de higiene cual es el de dotar a las habitaciones interiores de ventiladores; aunque, a decir verdad, haya inquilinos en ellas hace más de diez años que no han sufrido enfermedades y no ha reinado epidemia alguna en las mismas. 

Para cumplir los requisitos de ventilación se instalaron claraboyas en las habitaciones interiores de las casas y una ventanita en la habitación que daba al patio. Los retretes que lindaban con la calle de Capua se trasladaron al interior del patio grande y se construyeron posteriormente otros dos en el patio pequeño, cuando se cerró la entrada por la calle de Ezcurdia. 

Las palabras del informe facultativo sobre las condiciones de habitabilidad de la ciudadela de Solar cuando se refieren a la calle de Capua como «bastante importante y concurrida» reflejan el cambio que en la valoración del suelo de esta primera manzana del ensanche se estaba produciendo. Como se ha apuntado, en la última década del siglo xix, las clases medias y burguesas comenzaron a instalarse en la zona del ensanche, prefiriendo para ello las manzanas más cercanas al centro de la ciudad y las de los alrededores de la plaza de San Miguel."

Siglo XX, otro tipo de construcciones, las Casas baratas, los tocotes (por lo de "¿tocóte casa?" en lo años de las asignaciones de viviendas de fundaciones, patronatos y obras sindicales) y los polígonos: Abajo a la izquierda las Casas Baratas de El Coto y arriba el poblado chabolista de La Cábila en 1939, El Poblao o poblado minero de La Camocha y las viviendas de Gijón Fabril para sus empleados

Y ahora unos ejemplos de vivienda burguesa en esta ciudad: abajo un chalet en la calle Uría, la zona oriental del Ensanche del Arenal, de que la Plazuela va a Los Campos (antes Los Campos Elíseos). Arriba, un proyecto de vivienda burguesa del arquitecto catalán, afincado en Asturias, Mariano Marín Magallón, quien hizo algunas de las que vemos en la calle Ezcurdia, además del Palacio de los Alvargonzález en la esquina del Martillo de Capua. Luego vemos la calle Corrida, la gran calle burguesa por excelencia, hacia 1900 y por último unos edificios de las misma época en el Paseo de Begoña, parte del Ensanche Jovellanista, por el que la ciudad creció algo hacia el sur en tiempos del ilustrado prócer Gaspar Melchor de Jovellanos y su Plan de Mejoras


La pervivencia de esta Ciudadela de Celestino González Solar, así como otras, durante bastantes años, no estuvo exenta de problemas en un área en continua revalorización, la cual incluso podemos decir sin duda que aumenta en nuestros días. Sin embargo pocas obras se acometieron en ella a lo largo del siglo siguiente a las correcciones impuestas a la viuda del fundador:
"Además de la importancia que la playa estaba tomando desde el último cuarto del siglo XIX como lugar de esparcimiento para las clases altas, y la apuesta por que Gijón se convirtiese en uno de los principales destinos turísticos del norte que se llevó a cabo a partir de 1914, el cambio del perfil social de esta zona del ensanche y el aumento del valor del suelo lo certifican otros hechos, como el derribo, en 1893, del lavadero de la calle de Capua sólo cuatro años después de haber sido construido. En el informe que el arquitecto municipal Mariano Medarde realizó sobre la conveniencia del derribo del lavadero, entre algunas razones de índole constructiva, como que pisaba sobre el terreno, aducía que una infraestructura de este tipo deslucía, dada la importancia que estaba adquiriendo la calle en que se encontraba. En la enumeración de las condiciones para la venta de los terrenos ocupados por el lavadero dejaba bien claro que, al estar transformándose la calle de Capua en «una de las principales de Gijón», había «aumentado el valor en el que se tasó el lavadero». Este lavadero, situado en la confluencia de las calles de Capua, de la Muralla y de Casimiro Velasco, había sido una ambiciosa obra municipal. De acuerdo con el proyecto de construcción, estaba equipado con todo tipo de servicios para el lavado y secado de ropas, organizados en varias plantas, y nacía impulsado por la necesidad que de una instalación así tenía el gran número de población de carácter modesto de la zona, ya que el casco urbano contaba entonces con un único lavadero situado en la plaza del Humedal, hasta que en 1890 se construyeron dos lavaderos más en los barrios obreros de Cimadevilla y El Natahoyo. 

Las reformas que obligó a realizar la inspección de ciudadelas de 1890 fueron las únicas emprendidas por los propietarios de la ciudadela desde su construcción hasta su abandono, en la década de los años setenta del siglo xx. Únicamente, y tras las reiteradas quejas de los vecinos al Ayuntamiento, a finales de los años cincuenta se instaló una fuente en el patio grande. Los únicos cambios que se realizaron fueron las mejoras que los propios vecinos llevaron a cabo en el interior de las casas para hacerlas más habitables, así como la construcción, completamente ilegal, de una casa de unos veinte metros cuadrados cuya parte trasera se apoyaba en el muro del patio grande, realizada por uno de los vecinos del patio en los años cincuenta del siglo XX"

No deja de ser un contraste que, por un lado se emiten quejas sobre las penurias de estos y otros patios, se crea una comisión de inspecciones, se realizan diversos derribos pero, muchos siguen habitados y además sin prácticamente cambios o muy superficiales, como continúa diciendo Nuria Vila:
"La inspección municipal de ciudadelas de 1890, única emprendida por el Municipio de forma sistemática, no se tradujo en una mejora sustancial de las condiciones de habitabilidad de las ciudadelas gijonesas. Como puede comprobarse con el ejemplo del patio de Capua y otros cercanos, las mejoras en la construcción y los servicios a las que obligaba el Ayuntamiento para evitar el desalojo se llevaron a cabo con pequeños arreglos no demasiado costosos para la propiedad. En ningún momento el Ayuntamiento consideró el reconocimiento de ciudadelas como el paso previo para, una vez examinadas las condiciones en que se encontraban los alojamientos destinados a clases populares de la Villa, reglamentar la construcción y el alquiler de este tipo de viviendas. Se trató únicamente de un lavado de cara, como ya había ocurrido con la obligatoriedad de cerrar patios y huertas para que tuviesen un mejor aspecto visto desde la calle. Al mismo tiempo, se atendían las demandas de los nuevos propietarios de El Arenal, que ponían en marcha operaciones inmobiliarias de mayor valor que la anterior construcción de viviendas para clases populares y deseaban valorizar al máximo estas inversiones, para lo cual la existencia de patios y ciudadelas suponía una traba.

No obstante, las ciudadelas no desaparecieron ni siquiera en las manzanas más cercanas al casco histórico, como es el caso de la ciudadela de Capua, y el ensanche, aunque acogió de forma creciente a un nuevo sector social constituido por clases medias y burguesas, no perdió del todo su impronta popular."

No obstante, según se acercaba la mitad del siglo XX sí hubo unos cuantos cambios de propiedad de estos patios y otras casas y ciudadelas cercanas, así como proyectos de edificación de bloques de pisos que, en el caso de esta Ciudadela de Celestino Solar, no fueron llevados a cabo:
"En 1945, la ciudadela dejó de pertenecer a la familia González Solar. Celestina, su propietaria, la vendió a la empresa madrileña Gronto-Casas Industriales, S. A., representada por Francisco Clemente Campillo, un industrial vigués. En 1950 se disolvió esa empresa y las casas pasaron a ser propiedad de Julio Campillo Jiménez, quien las vendió, en 1958, a los gijoneses Guillermo Cuesta Sirgo y Ceferino Luis Díaz Moro. La familia González Solar se había ido deshaciendo de sus propiedades en la zona y, a partir de la década de los años veinte, los herederos de Solar enajenaron sus propiedades en esta manzana. 

Tras la prematura muerte de María de las Nieves González Solar y Faes en 1918, su marido y heredero, Ángel Tuya Valdés, vendió la casa número 15 de la calle de Capua y la casa número 1 de Marqués de Casa Valdés a Genaro Alonso Hernández, en noviembre de 1924, reservando para sí la propiedad del edificio número 17 de la calle de Capua, de mayor valor inmobiliario.

Del mismo modo, el patio de Jacobí pasó a ser propiedad de Benito Conde88 en la primera década del siglo xx, y adjudicado posteriormente por herencia a su hijo Manuel Conde Olañeta en diciembre de 1924, quien lo vendió en 1951 a Cipriano Rodríguez Monte. Los herederos de éste enajenaron la ciudadela de Jacobí a favor del contratista de obras Eduardo García Hermosilla en el año 1957. Al año siguiente se construyeron en este solar el garaje y el edificio de pisos que actualmente existen, quedando la ciudadela de Celestino González Solar como el único vestigio de las edificaciones obreras presentes en esta primera manzana del ensanche.89 Desde el momento de la adquisición de la ciudadela por Ceferino Moro, se empezó a hablar de la gran operación inmobiliaria que podría realizarse en esta zona, que, a partir de los años sesenta, era considerada por las inmobiliarias como «primera línea de playa»

Si ya al poco de la construcción de los primeros edificios burgueses en esta manzana sus nuevos inquilinos ya se quejaban de la ciudadela, apetecida también por los especuladores inmobiliarios en este lugar ahora situado a la vez en pleno centro de la ciudad y a un paso de la playa, esto se incrementó con el desarrollismo iniciado en los años de la década de 1960 que afectó a todo el ensanche, pero el tiempo fue pasando y esta ciudadela, aunque parcialmente, pervivió y se transformó en el museo que es ahora:
"El caserío procedente del período de entre siglos, habitado por inquilinos con rentas antiguas en la mayoría de los casos, se degradaba. Los nuevos compradores en el barrio de La Arena demandaban servicios modernos, ascensores y pisos altos, mientras las edificaciones más antiguas agonizaban. La manzana de las calles de Capua, Ezcurdia y Marqués de Casa Valdés, es una, por no decir la única, de las que conserva una buena parte de la morfología de las edificaciones del ensanche gijonés en el período de entre siglos: edificios de clases medias y burguesas y, en su interior, patios obreros como el de Capua.

Si bien el plan de Valentín Gamazo, aprobado en 1947, había dado un carácter residencial de ciudad jardín al ensanche, especialmente en su parte más oriental, casi despoblada, ocupada únicamente por huertas y pequeñas construcciones,92 y en 1958 un plan parcial firmado por Emilio Larrodera reafirmaba este carácter, muy pocos años después se concedieron licencias para construir en altura en la franja costera. Se modificaron las ordenanzas de construcción y se pasó a una edificación cerrada de densidad media, que dio como resultado el abigarramiento constructivo y la superpoblación del barrio de La Arena. 

En este contexto especulativo donde las ordenanzas municipales permitían la construcción de edificios de hasta trece pisos, la primera manzana del ensanche, justo enfrente de un símbolo como la Escalerona, fue pretendida por los constructores desde los últimos años de los sesenta. Los intentos para derribar el llamado martillo de Capua y la ciudadela de Solar fueron constantes desde los años setenta, y originaron un intenso debate en la opinión pública gijonesa, que salió en defensa de la conservación de las construcciones de esta manzana, casi la única que mantiene hasta hoy en día la morfología original, más o menos, de las edificaciones de El Arenal. Los diarios se hicieron eco de este movimiento vecinal, y así, en La Hoja del Lunes del 25 de diciembre de 1978, se recogía un artículo sobre la denominada manzana de la discordia con el siguiente titular «La desaparición de este conjunto urbano daría lugar a una operación urbanística de alto bordo». En él se hablaba de la desaparición del martillo de Capua y la ciudadela de Solar y de la importante operación urbanística a que esto daría lugar. Se incluía una entrevista a Ramón Alvargonzález, quien remarcaba la importancia del conjunto obrero de la calle de Capua como exponente de un tipo de edificación muy popular en el ensanche, en el período de entre siglos, y que casi se daba ya por desaparecido. El debate sobre la conservación de la ciudadela y los edificios que la rodeaban como testigos del proceso de formación del suelo urbano en Gijón, frente a los intereses de los constructores, estaba servido.

Finalmente, la sensatez se impuso y esta primera manzana de El Arenal conservó, no del todo, desgraciadamente, la morfología propia del ensanche a principios del siglo XX"

Panel dedicado a las ciudadelas gijonesas: a la izquierda la entrada a una ciudadela en la calle Ezcurdia nº 120, otra de las del Ensanche del Arenal, foto de 1969. Muchas veces las casas tapón daban a la calle y no se veían las viviendas obreras en su patio interior. A la derecha una huerta en una ciudadela próxima, en la calle del Marqués de Casa Valdés en 1967:
"Si se analizan los datos extraídos de las operaciones de transmisión de propiedad de los solares y edificios de la primera manzana del ensanche, puede comprobarse la evolución inmobiliaria en esta zona y los intereses existentes tras ella. En un primer momento se aprecia cómo, ejemplificado a través de la ciudadela de Celestino Solar y las otras propiedades de la familia en la calle del Marqués de Casa Valdés y la de Eladio Carreño, los propietarios que habían adquirido solares en la zona de la Garita al marqués de Casa Valdés, ante la imposibilidad de revalorizar más sus terrenos, traspasaron la propiedad de éstos a nuevos propietarios, que acometieron la construcción de viviendas para clases populares; tal es el caso de Celestino González Solar o Juan Jacobí. Estos compradores, andando el tiempo, pasaron a formar parte de la nueva burguesía local, gracias en parte a los beneficios extraídos de la construcción de viviendas, y, en un segundo momento, a partir de la última década del siglo xix, acometieron la construcción de edificaciones de mayor valor destinadas a clases medias y burguesas, como los pisos que enmarcan la ciudadela levantados por Manuel González Solar o las casas de Eladio Carreño y Marqués de Casa Valdés, reformadas a finales del siglo XIX para aumentar su valor inmobiliario.

Por último, en la década de los cincuenta del siglo xx, la burguesía local dejó paso en el mercado inmobiliario a los contratistas de obras y constructores surgidos durante el período de la autarquía, quienes, desde mediados de los años cincuenta y especialmente en las décadas de los sesenta y setenta, coparon el mercado inmobiliario en Gijón".

Definición del concepto de ciudadela, existente en muchas ciudades industriales como es el caso de Lille, en Francia, donde vemos una de ellas en esta foto de 1967 abajo a la izquierda. Arriba una ciudadela en Garcilaso de la Vega, en medio la entrada al callejón de la calle Santa Lucía y, a la derecha, la calle Covadonga en 1970


Ciudadelas gijonesas: abajo la de Justo del Castillo en la calle Ezcurdia 

 
Y arriba la entrada a una ciudadela de la calle Covadonga y en medio la ciudadela del Patio de Jacoby o Jacoby (que como mencionábamos estaba al lado mismo de esta de Celestino Solar). Luego a la derecha es el Patio de Carbajal en la Plaza del Humedal, las tres son fotografías de 1967

Las ciudadelas fueron especialmente abundantes en el Ensanche del Arenal, origen del barrio de L'Arena y de otros como El Tejedor (Zarracina), La Florida o El Bibio. La Ciudadela de Celestino Solar, dentro de lo que se llamó el Arenal del Marqués de Casa Valdés y que en algunos planos aparece como parte del de L'Arena, a nivel oficial administrativo está en el barrio del Centro


Abajo vemos una foto de la construcción de los primeros edificios "rascacielos" del desarrollismo en El Muro, que fueron el final definitivo para muchas pero su planificación, abigarrada y en altura, privó de cualquier posibilidad de recobrar los proyectos de ciudad-jardín existentes desde hacía tiempo, proyectando sus sombras incluso sobre la playa


Arriba tenemos una fotografía aérea de la bahía de San Lorenzo con el barrio L'Arena en plena construcción desarrollista en primer plano, luego va una fotografía de 1970 de la entrada a la calle Garcilaso y, por último, el portón de una ciudadela en la calle Marqués de Casa Valdés esquina con Casimiro Velasco en 1967. Seguimos leyendo a Nuria Vila Álvarez, cuando dice:
"La morfología del ensanche gijonés cambiaba a pasos agigantados, y uno de más nefastos ejemplos de la especulación constructiva de las décadas de los sesenta y setenta fue el barrio de La Arena. El Arenal veía desaparecer las edificaciones finiseculares y las ciudadelas para ser sustituidas por rascacielos, imagen de la modernidad en este momento y reflejo de la prosperidad y pujanza de Gijón, que vivía un nuevo apogeo industrial. Los rascacielos fueron contemplados por la prensa y la ciudadanía como el exponente de la modernidad y el desarrollo económico. Al tiempo que la fachada de la playa crecía en altura, el turismo cambiaba su signo y se popularizaba; Gijón se convirtió en el mar de las cuencas mineras. La masiva construcción permitía que los precios se abaratasen y muchas familias de clase media pudiesen adquirir una segunda residencia o bien alquilarla en los períodos vacacionales. La cercanía de Gijón a los núcleos más populosos del centro de la región hacía que la playa fuese percibida como «la playa de casa» y, de esta forma, con el eslogan «Playa en todas las habitaciones», acuñado por Paco Ignacio Taibo en el suplemento veraniego de 1955, creía este periodista gijonés que debía publicitarse el «bello negocio» que constituía para Gijón contar con una playa ciudadana, con una «playa dentro de casa».90 Lo mismo pensaron, sin duda con otra motivación, los constructores gijoneses, quienes, con la connivencia de la municipalidad, se ocuparon de levantar el máximo número posible de «habitaciones» en la playa de San Lorenzo."

No solamente ciudadelas, no pocos edificios burgueses, incluyendo chalets de época y palacetes, desaparecieron bajo la piqueta ante la desmesurada especulación urbanística, la cual continuó hasta no dejar nada prácticamente sin edificar en el Ensanche del Arenal, acabando no ya con la idea de la ciudad jardín, sino con la construcción de un parque interurbano en La Florida, parte de Los Campos, cuyas últimas zonas verdes desaparecieron en la década de 1970 (El Continental). Por eso, es casi un milagro que se hayan conservado, no solamente esta ciudadela, sino parte de las casas de esta manzana del Martillo de Capua


Una serie de avatares propiciaron esta situación, si bien no fue fácil, pues la presión para que los vecinos fuesen desalojados o se marchasen fue muy intensa, favoreciendo incluso la degradación de los inmuebles aposta, como pasó en esta ciudadela. De todas maneras, los residentes llegaron a contar con apoyo de personas del exterior, que defendieron sus intereses. Aquí, Nuria Vila cuenta también con dos testimonios vecinales de lo que estaba ocurriendo:
"Tras la venta, en 1958, de la ciudadela a Ceferino Moro, conocido constructor gijonés, los vecinos de Capua empezaron a ser conscientes de que sus viviendas peligraban, de que el solar en el que se asentaban tenía un alto valor inmobiliario y de que se encontraban indefensos ante las presiones del nuevo propietario para derribar el patio. Como primera medida para forzar el desalojo de los vecinos, tras adquirir la ciudadela de Solar, Moro dejó de cobrar el alquiler a los inquilinos y se desentendió del mantenimiento de las viviendas. De hecho, a principios de los años sesenta, algunas casas que se hallaban deshabitadas comenzaron a derruirse:
Lo que pasa que en el momento que ya fue muriendo la gente… y la gente fue marchando. A partir del año sesenta ya fue cuando se empezó a edificar tanto por aquí, por Gijón, y la gente empezó a marchar de allí. Y claro, luego metiose gente…, pues yo no sé qué clase de gente se metería, porque como no tenías que pagar ni nada y les cases que estaben vacíes… Yo caseme en el año sesenta, y entonces luego fue cuando nació la neña, en el sesenta y uno. Y entonces, luego —fue cuando ella tenía pocos meses, la chiquilla—, pasó que se derrumbó la casa de la vecina, que ella ya había muerto. Entonces mi padre tuvo miedo: «¡No, no!». Y fui pa la calle San Juan, que tenía la mi hermana una casina de planta baja alquilada, y estuve allí momentáneamente hasta que cogimos un piso en la calle Nueva, que entonces eran carísimos, teníes que pagar más que otro poco. 
El patio de Jacobí o del Topu desapareció en 1962, y en el solar que había ocupado la casa número 1 de la calle del Marqués de Casa Valdés se levantó, hacia 1965, un moderno edificio de trece pisos. La fisonomía del ensanche cambiaba rápidamente, y las ciudadelas dejaban paso a edificaciones en altura destinadas a clases medias que comenzaban a acceder, en un clima general de bonanza económica, a la propiedad de sus viviendas. Los intentos de desalojo de los vecinos de la ciudadela se sucedieron desde mediados de los años sesenta. En varias ocasiones se personaron empleados del Ayuntamiento para hacer efectivo el desahucio, aunque nunca se logró echar a los inquilinos. Para frenar estas iniciativas de desalojo no bastaba con la solidaridad entre vecinos, que se plantaban a las puertas de sus casas para impedir el desahucio, según los testimonios de una de las vecinas que vivió estos momentos; se buscaban apoyos fuera del patio, en la zona cercana, entre vecinos de más alto rango, con cuya colaboración se conseguía paralizar el desalojo: 
Había unas señoras de la calle Teniente Fournier que dos o tres veces que intentaron echarnos venían ellas a ayudarnos. Moro quería vender el patio pa que sacaran por donde Melquiades p’al Muro, y claro, si no tenías alguien que fuera poderoso, pues nada, y venían esas de la calle Teniente Fournier. Esas eran las que lo revolvían , eran mandamás, ellas eran algo de poder…; yo no sé si era el Ayuntamiento o el Juzgao, era en Cimadevilla, arriba del todo. Te ponías en el portón y no entraba ni uno.
Ha sido imposible averiguar quiénes eran estas mujeres a las que se refiere la entrevistada y qué interés, más allá quizá del puramente filantrópico, podían tener para salir en defensa de los inquilinos del patio. La realidad fue que la operación inmobiliaria que buscaba abrir el solar de la ciudadela hacia la playa no pudo completarse, y aunque se habló de este tema, como ya se vio, hasta los años ochenta no pudo hacerse realidad. Desde principios de los años sesenta la población de la ciudadela sufrió un envejecimiento progresivo; ya no se instalaron nuevas familias, y los más jóvenes emigraban a Europa o se trasladaban a los nuevos barrios del extrarradio gijonés. La zona del ensanche gijonés sufrió en estos años un cambio morfológico sin precedentes, y la especulación inmobiliaria, como se apuntó, se cebó en esta zona. La degradación y el anacronismo del espacio de la ciudadela a principios de los años setenta del siglo XX era patente. Sólo los más viejos de los inquilinos permanecían en el patio."

A partir de entonces, "las casas fueron ocupadas por grupos marginales, que permanecieron en ella hasta los años ochenta" y la ciudadela perdió su estatus de vivienda obrera, el cual había mantenido durante un siglo, transformándose en un especio netamente marginal. Luis Miguel Piñera explica, en su libro dedicado a las ciudadelas gijonesas, que en junio de 1987 el Ayuntamiento ordena al propietario cerrar con una verja el acceso a esta ciudadela ya que por entonces esta era ya un conjunto de ruinas sin ningún residente oficial

Vista del patio grande en primavera. Su suelo arenoso era más difícil de limpiar que el adoquinado pero permitía más actividades de todo tipo, desde mayor comodidad para tender la ropa a espacio para jugar o dar un pequeño paseo, llegando alguna vez a prenderse la foguera de San Xuan. También muchas mujeres hacían colchones o arreglaban ropa, pues trabajaban en casa como modistas o sastras, "lo que les permitía compaginar la vida laboral con la familiar sin salir del especio residencial. Además, a la vuelta del trabajo, las mujeres doblaban su jornada ocupándose de las tareas domésticas, que algunas veces, sobre todo en verano, se realizaban fuera de casa, en el patio, mientras charlaban, escogían lentejas, repasaban ropa o lavaban alguna prenda", dice Nuria Vila:

"Una parte importante del ocio y las actividades de entretenimiento tenían el patio como escenario. Las diversiones eran caras y estaban en la zona centro de la ciudadela, por ello, los vecinos de la ciudadela crearon en el espacio del patio o en sus cercanías sus propias actividades de ocio. En la ciudadela se organizaron algunas hogueras de San Juan; las mujeres celebraban fiestas de comadres en una de las viviendas; también se jugaba a la la lotería, además de festejos familiares, como los bautizos, que compartían todos los vecinos.

Los niños también jugaban en el interior del patio a la vuelta de la escuela. En este caso, entre los mayores, existía ya desde la infancia una clara distinción entre sexos; las niñas y las muchachas desarrollaban casi todas sus actividades de esparcimiento en el interior de la ciudadela, mientras que los muchachos, sobre quienes se establecía un control familiar menos férreo, disfrutaban de la playa, los baños del muelle y los juegos fuera del patio, aunque en zonas cercanas, como la actual plaza de Romualdo Alvargonzález y la zona que ahora ocupa el Mercado de San Agustín, donde había otro patio, así que la composición social de este espacio y los cercanos era muy similar a la de la ciudadela de Capua, lo cual ayudaba en la creación de redes informales de relación tejidas desde la infancia.

Como en toda situación excepcional, las reuniones de vecinos con motivo de los velatorios -para los que se preparaba un pequeño banquete en el que no faltaba el alcohol- salvo que se tratase de un fallecimiento trágico, como podía ser el caso de un accidente o la muerte de un niño, se recuerdan como un momento de reunión y armonía entre la comunidad, como una situación excepcional que reforzaba los lazos del grupo (...). 

La celebración de bodas, bautizos y comuniones también era compartida por todos los vecinos del patio".

Fijémonos en los cambios de la fisonomía de los edificios circundantes, estos son los de la calle Ezcurdia que miran al otro lado al norte y a la playa, los más antiguos, restaurados. Salvo uno de ellos, de grandes ventanales, los demás conservan la que debió ser su fisonomía original. De todos ellos, recordamos, hablamos en la primera parte dedicada en este blog a esta peculiar manzana gijonesa, pero queremos recordar que en una de ellas vivía Juan Jacobí (en otras fuentes Jacoby), impulsor de la ciudadela contigua, que llevaba su nombre, Patio de Jacobí o Patio del Topu, edificada a partir de 1875. Se trataba de un exponente del promotor de clase media-alta que, nacido en Lieja (Bélgica), era un experto profesional que vino a trabajar, como obrero especializado, a la fábrica de vidrios de Cifuentes, Pola y Cía, con cierto derecho incluso a participar en los beneficios de la empresa

Estos son los que dan a la calle Eladio Carreño, posteriores a los años 1960. Al otro lado, como relatábamos en la primera parte de estas dos entradas dedicadas al Martillo de Capua, estuvieron Les Cases de Veronda, con la sede del Ateneo Obrero de Gijón, derribadas en 1937. El Ateneo Casino Obrero tenía aquí su sede por un lado, precisamente, por estar radicado en un enclave donde residían nutridos grupos de clases populares pero, a la vez, clases medias, altas y medias altas de la burguesía reformista, que fueron precisamente quienes promovieron la fundación de esta entidad socio-cultural. Es más esta institución pretendió ser un puente entre ambos estamentos sociales, buscando una integración de las clases más desfavorecidas pero sin obstaculizar los intereses de la otras clases. Que se consiguiese o no, o en parte ya es otro debate pues, realmente, la divisoria social fue evidente y cada vez más según avanzaba el siglo XX, entre los habitantes de los patios y los de la ciudadela

A la izquierda, el edificio que, proyectado por Mariano Marín, como otros de la manzana, hace esquina entre Eladio Carreño y Ezcurdia, mantiene también su estructura original, dado además que fue el primero restaurado en el llamado Plan del Muro, que pretendía, como veíamos recorriendo el paseo marítimo de San Lorenzo, mejorar la estética y condiciones de las casas que constituyen la fachada litoral de la ciudad. Esta es la noticia que daba para La Nueva España su redactora M. Suárez el 22-1-2007:

"No estará cubierto por una cortina de vidrio, pero es el primer fruto del plan especial para la rehabilitación de la fachada marítima de San Lorenzo. El número 20 de la calle Ezcurdia se reinaugurará esta tarde, después de tres meses de reforma costeada a partes iguales por la comunidad de propietarios y el Ayuntamiento de Gijón. 
Las obras se iniciaron el pasado 2 de octubre. Los operarios de Esfer, la empresa rehabilitadora, dieron por finalizados los trabajos durante la primera semana de 2007. Aunque el plan especial está asociado a un tratamiento de las fachadas a base de vidrio, lo cierto es que muchos de los edificios del Muro no llevarán este tratamiento. Es el caso del número 20 de calle Ezcurdia, cuya reforma ha estado condicionada por el hecho de que este inmueble está catalogado -sujeto a protección urbanística- y, por tanto, no se puede alterar su aspecto exterior. 
Además de limpiar su fachada en seco, la empresa contratada por la comunidad de propietarios trató todos los elementos de rejería. Los que estaban en buen estado «se llevaron a granallar (eliminar óxido y pintura) y se sometieron a un proceso de metalización (para protegerlos de la corrosión)», explica Gonzalo Tarodo, directivo de la firma rehabilitadora.
Las barandillas de los balcones, sin embargo, presentaban tal deterioro que «tuvimos que hacerlas nuevas, siguiendo el modelo del edificio colindante, que tiene el mismo estilo y estructura que éste». 

El proyecto de reforma incluyó también la renovación de los tejadillos de la cuarta planta, la restauración de la madera de las galerías, pintura y un tratamiento especial para consolidar e impermeabilizar la piedra. Este lavado de cara ha supuesto una inversión de 98.858 euros. La mitad corre a cargo del Ayuntamiento, que pagará la subvención a la comunidad en tres anualidades para evitarle cargas fiscales."

Vista a la derecha, a los edificios de la calle Capua y, entre ellos, el oscuro callejón de acceso a esta ciudadela. En la Guerra Civil, un bombardeo afectó a los tejados de las casas de la ciudadela y destruyó la casa nº 1 de la calle Marqués de Casa Valdés, cuyas ruinas permanecieron en el solar hasta que en 1965 se construyó en el lugar un altísimo edificio, que es el que vemos ahora. Se dice que los inquilinos de la casa destruida, pese a la barrera social imperante, no dudaron en acogerse a la oportunidad que se les brindó de poder vivir un tiempo en una de las viviendas de la ciudadela, relata Nuria Vila:

"La situación de penuria generalizada durante la posguerra agudizó las dificultades de subsistencia para los vecinos del patio, ya de por sí difíciles. No se tienen datos claros sobre los efectos de la represión política entre los vecinos de la ciudadela; sólo se cuenta con algunos testimonios aislados sobre inquilinos muertos en el frente; sobre mujeres que fueron rapadas, e, incluso, con el interesante relato de una de las vecinas, que no ha podido ser probado documentalmente, quien afirma que tras el derribo de la casa número de la calle del Marqués de Casa Valdés, sus inquilinas, "muy de derechas" y con un estatus socioeconómico un poco mejor que el general del patio, fueron trasladadas a la casa número 15, de mayor superficie que las otras, donde anteriormente vivía un empleado municipal, un guardia municipal, que fue depurado y a cuya familia desalojaron de la ciudadela"

Pasamos por aquí ahora del patio grande al patio pequeño, donde hay una fila de casas restauradas. Se trata de un acceso hecho donde antaño había viviendas, pues no había una comunicación directa interior de un patio a otro, según vemos en los planos de la ciudadela y sus descripciones. Dice Nuria Vela Álvarez que durante todo el siglo que estuvo habitada, la idiosincrasia de los habitantes de estos patios cambió como cambiaba la sociedad, por lo que no puede hacerse una "foto fija" de ellos y de su entorno y relaciones

De las antiguas viviendas rehabilitadas, que ya hacia 1970 apenas tenían ya inquilinos sino que habían pasado a ser talleres y almacenes, cuando no abandonadas completamente, se han hecho en el interior nuevos equipamientos. De frente, por ejemplo, tenemos una sala de exposiciones temporales. Construida entre 1877 y 1878, se tiene constancia que la última vecina falleció en el patio hacia 1973, donde llevaba viviendo desde 1925, cuenta Vila Álvarez:

"Después de esta fecha, grupos marginales ocuparon la ciudadela, que perdió paulatinamente su carácter de vivienda obrera para pasar a ser utilizadas sus casas como pequeños talleres y almacenes, sin que existiese ningún contrato de alquiler sobre las viviendas, y así permaneció hasta su desalojo total y cierra a mediados de los años ochenta del siglo XX".


A la derecha, y aprovechando cada una un par de casas, hay dos salas de exposiciones permanentes dedicadas a los habitantes de la ciudadela y, al final, otra dedicada a los propietarios y una más donde se ha recreado totalmente el interior de una casa amueblada según era común en estas humildes moradas obreras, cuyos primeros años, si bien sí documentados urbanísticamente, es más difícil discernir socialmente, dado que apenas existen fuentes fidedignas para saber "quiénes eran, cómo se relacionaban entre sí y con el entorno más cercano los vecinos de la ciudadela de Solar".

Más a la izquierda, una sala de audiovisuales y talleres infantiles. Pese a esa ausencia de fuentes directas, existen, en base a esos mismos documentos urbanísticos, a las noticias de la prensa de aquel tiempo, así como a escritores y cronistas, como el mencionado Julio Somoza, no pocas pistas de cómo eran la vidas de aquellos primeros vecinos de la ciudadela. Ayudan también mucho a ello las críticas sociales de la burguesía "de talante más o menos reformista" que, denunciando la miseria, la precariedad y la miseria de las ciudadelas y otras pésimas viviendas obreras, buscaban el apoyo de las crecientes clases populares y el apoyo electoral de los trabajadores y sus familias, en pugna muchas veces con los partidos de clase

A la izquierda, los dos retretes. Más atrás, las hermosas galerías de algunos de los edificios de la calle de Ezcurdia que fueron edificándose después de la ciudadela, pues se sabe que, por aquí, estaba en sus primeros tiempos la entrada de la ciudadela por el norte

En 1915, la ciudadela ya había quedado completamente rodeada por estos altos edificios de clase media y media-alta, mientras que compartía un patio interior con la de Jacobí o de El Topu. La diferenciación social entre los habitantes de los patios y los de los edificios de las calles de alrededor, que los rodeaban, fue incrementándose según avanzaba el siglo XX, si bien sirvió para establecer relaciones laborales, ya que no pocas vecinas trabajaron como limpiadoras, sirvientas, marmotas (niñeras y otros oficios) de las casas "ricas". Escribe de ello Nuria Vila Álvarez:

"La percepción por parte de los vecinos del patio de la diferencia de categoría social con respecto a sus vecinos del exterior fue agudizándose desde las primeras décadas del siglo XX, a medida que la calle Capua ganaba importancia. Ya mediado el siglo XX, los habitantes de la ciudadela de Solar eran plenamente conscientes del superior estatus social del vecindario y experimentaban, como puede deducirse a través de sus propios testimonios, un sentimiento de vergüenza, al sentirse conscientemente observados en su quehacer cotidiano por los habitantes de las casas que rodeaban el patio. También percibían claramente que sus vecinos con fachadas a la calle no los trataban como tales, y que la inexistencia de relaciones informales con ellos, aún cuando sus vidas se desarrollaran en el mismo espacio, se debía a que no los consideraban como iguales. Eran conscientes de que vivir en la ciudadela los identificaba como pertenecientes a un grupo social inferior al que sus vecinos, que en la zona no eran unos vecinos más de la calle, sino los del patio. El aislamiento de los habitantes de la ciudadela con respecto a sus vecinos de manzana, excepción hecha de los del patio de Jacobí, fue en aumento a medida que avanzaba el siglo XX y los patios y las ciudadelas iban desapareciendo paulatinamente del ensanche."

Mismamente dentro de la ciudadela, dividida en sus dos patios, llegaron a formarse dos pequeños barrios con sus dos grupos diferentes de relación, identificándose los vecinos entre sí como pertenecientes a uno u a otro, llegando mismamente a tener normas diferentes respecto a los usos de las zonas comunes, contando por ejemplo cada uno con sus propios retretes desde principios del siglo XX, los cuales eran limpiados por las mujeres, por turnos semanales, al igual que hacían con el patio

A su vez, existía cierta rivalidad con sus vecinos de la desaparecida ciudadela del Patio de Jacobí o de Juan Jacoby, al que los vecinos de la Ciudadela de Capua o de Celestino Solar tendían a considerar de inferior categoría al ser más pequeño, menos limpio y más oscuro 

El patio grande, que vemos ahora desde el patio pequeño, era, por su tamaño, utilizado por ambos grupos vecinales de la ciudadela para tareas comunes, como por ejemplo la tan cotidiana de tender la ropa a secar, colgada en cuerdas al fondo del patio, en la parte más soleada. Tras cegarse el pozo de la ciudadela entre finales del siglo XIX y principios del XX se hacía en la fuente pública que existió en la calle La Muralla, a donde acudían las mujeres y las niñas, al menos cuatro veces al día, a por agua para lavar, fregar, hacer la comida y el consumo e higiene personales. 

Para lavar, había que ir hasta el lavadero de Los Campinos, en la actual calle Alarcón, también parte del ensanche pero bastante lejos de aquí, al igual que el de Cimavilla, al que también se iba. Ya que se iba allí muchas veces se aprovechaba para secarla en los prados cercanos, echando todo el día, incluso comiendo allí, por lo que cuando tocaba colada se pasaba el día junto al lavadero, y es que la ropa seca, además, pesa mucho menos para traerla de vuelta que mojada. 

Alguna prenda se lavaba en casa, pero para aclararla había que llevarla a la citada fuente de La Muralla, pese a que estaba prohibido lavar en las fuentes públicas, por lo que solían ir las mujeres con sus hijas de noche; las niña vigilaba mientras la madre lavaba y la avisaba si llegaba el guardia municipal. Hacia 1945 y tras las reiteradas peticiones al Ayuntamiento por parte de la vecindad, por fin se instaló aquí una fuente, lo que fue motivo de especial alegría para todos, pero especialmente para las mujeres, que ya no se verían obligadas a ir con calderos a por agua a la de la Muralla varias veces en una jornada

Siguiendo por el patio pequeño, vemos pocos vanos en estas casas reconstruidas; la razón es que, dado el interés de los propietarios de amortizar al máximo su construcción, a causa las menguadas rentas que podían conseguir (11 pesetas en 1910, lo que sin embargo solía ser una cuarta parte de los ingresos familiares de los inquilinos), evitaban los impuestos municipales aplicados sobre apertura de puertas y ventanas en las fachadas. Nuria Vila nos lo deja así de claro:

"La construcción de huecos encarecía notablemente las edificaciones, más en el caso de las ciudadelas, que debían edificarse con el mínimo gasto para que produjesen beneficios, ya que las rentas extraídas de estas no resultaban, consideradas de forma absoluta, demasiado altas, por lo que debían restringirse al máximo los gastos de construcción"

Aún así, y ante la amenaza de sanción y demolición, a las casas se les añadió un pequeño vano más en 1894, cuando se habilitaron los nuevos servicios. Lamentablemente, su pozo de agua, clausurado por insalubre en 1880, no tuvo en cambio alternativa a no ser en la fuente de la calle de La Muralla, no trayéndose hasta la ciudadela hasta 1954

Estas ciudadelas de Capua y Jacobí constituyeron un caso singular de muy modestos patios obreros en pleno ensanche burgués, donde sin duda se percibieron más las diferencias sociales respecto a sus vecinos que en las ciudadelas del oeste de la ciudad, enclavadas dentro de barrios plenamente industriales y de clases trabajadoras. Pero es que el Ensanche del Arenal, en un principio, también era plenamente popular a excepción de algunos primeros palacetes, como el de Alvargonzález. No sería hasta la segunda década del siglo XX cuando, ya construidos los edificios modernistas y eclécticos que hicieron de la ciudad "la pequeña Londres", quedó integrado, física y socialmente en el centro urbano

Esta sociología cambiante del que fue un nuevo extrarradio, en principio netamente obrero y luego burgués, se debió también al auge de la cercana Playa de San Lorenzo como zona de baños y relación social de la buena sociedad, construyéndose varios balnearios sobre el arenal, auspiciados por la prolongación de El Muro de La Garita al Puente del Piles entre 1914 y 1918. Los vecinos de la ciudadela que quisieran también disfrutaban de ella, pero de muy diferente manera, dice Nuria Vila:

"Los vecinos del patio de Solar disfrutaban de la cercanía a la playa y el muelle, espacios de ocio gratuitos -aunque enfocados a las clases más pudientes-, en momentos distintos a los de las clases elevadas residentes en la misma zona. En primer lugar porque sus trabajos no les permitían disfrutar de la playa a las horas centrales del día, y también porque durante este tiempo la playa estaba ocupada por sectores de las clases dominantes que excluían a las clases populares del uso de la playa. Había una distribución horaria en el uso y disfrute de la playa; los vecinos del patio de Capua, si querían darse un baño, lo hacían a primeras horas de la mañana; más tarde, la playa ya estaba ocupada por otros grupos sociales" 

La creación de estamentos sociales diferenciados, las clases populares de patios y ciudadelas, con muy poca o nula relación directa permanente, a no ser los oficios para trabajar para las familias, más pudientes que los rodeaban, no devino no obstante nunca en conflicto abierto. Mismamente la cercanía de la playa propició ciertos trabajos con ella relacionada para algunos vecinos de estos patios, como, entre otros, el alquiler de sillas plegables. Es más, siguiendo los postulados empresariales de la burguesía reformista, en buena parte continuidad del paternalismo anterior, algunas fábricas permitían a sus obreros dejar el trabajo en verano para dedicarse a estos trabajos de playa. Pero nada había realmente de verdadera bonhomía: por un lado las empresas no necesitaban tanta mano de obra en el periodo estival, lo que suponía en la práctica una regulación de empleo temporal "consensuada" y se evitaban conceder vacaciones a sus empleados (una de las conquistas sociales más recientes), los cuales en este caso estaban incluso agradecidos por poder abandonar el duro trabajo fabril (gran parte de ellos en la mencionada fábrica de vidrio) y dedicarse a un empleo de temporada veraniega considerado más agradable aunque muy estacional. Esta costumbre se prolongó hasta el final de la posguerra

Estas viviendas, recalcamos, estaban todas en régimen de alquiler y, si bien no hay demasiada información sobre las relaciones entre el primer propietario y los inquilinos se sabe que los contratos de arrendamientos eran verbales y sin documento alguno. Por documentos de Vicenta Faes, viuda de Celestino Solar, se desprende que en origen había conocimiento mutuo y cierta relación que irá desapareciendo tras su muerte en 1882 con sus herederos, tanto es así que, la administración de rentas que llevaba Solar directamente, pasó a una persona contratada con este cometido, encargado del cobro del alquiler por las casas y del control de la propiedad. Así parece ser que, incluso cuando en 1945 la familia dejó de ser propietaria y pasó a nuevos dueños, en principio el vecindario casi ni se dio cuenta, pues no hubo cambios de gestión de alquileres ni de precios de los mismos. Lo contrario que lo acontecido, como vimos, en 1958, cuando un nuevo propietario, Celestino Moro, dejó de molestarse en cobrarlos para dejar de atender el mantenimiento del poblado y propiciar fuese degenerándose hasta forzar el desalojo de los inquilinos:

"Cuando en 1945 la ciudadela dejó de pertenecer a la familia González Solar, tras venderla Celestina González Solar a una empresa inmobiliaria, la propiedad se dividió en varias manos. Sin embargo, en el cobro del alquiler, que se realizaba puerta a puerta a través de un administrador, no se produjo ningún cambio, y la misma persona que lo realizaba anteriormente continuó ocupándose de esa tarea. Los vecinos, según sus propios testimonios, no fueron conscientes de la transmisión de la propiedad; los alquileres se mantuvieron y no hubo cambio alguno en el tipo de contratos, siempre verbales, que se realizaban. La nueva propiedad parece que adquirió estas viviendas con un afán especulativo, buscando una operación inmobiliaria que diese salida a la fachada marítima a este solar para construir pisos y revalorizarlo. De hecho, el traspaso de propiedad no significó mejora alguna en las condiciones de habitabilidad del patio. Únicamente, a finales de los años cincuenta, y por cuenta no de la propiedad, sino del Municipio, tras reiteradas peticiones de los vecinos al Ayuntamiento, se instaló una fuente en el interior de la ciudadela".

Accedemos ahora a una de las exposiciones sitas en estas casas reconstruidas en el Museo de la Ciudadela de Celestino Solar, la del Tiempo del Trabajo, dedicada a los oficios de quienes aquí vivieron

Es un lugar relativamente amplio, pero tengamos presente que ocupa lo que fueron dos casas, pues según los parámetros de la época, no se calculaban las condiciones de habitabilidad en metros cuadrados sino en metros cúbicos, primando las condiciones de aire respirable y su cantidad que la insalubridad de su hacinamiento, un concepto que prevalecería más adelante. Aún así, dado el número de personas, una media de cinco, que vivían en una de estas casas (unos 30 metros cuadrados con una altura de 2,40 metros), el espacio era escaso incluso para respirar


En una de las paredes medianeras, un gran mural nos proporciona una descripción del contexto socio-laboral imperante en los momentos en los que estuvo más poblada esta ciudadela


Este texto de Nuria Vila Álvarez nos adentra en esta situación común a los habitantes de esta y otras ciudadelas:
"¿En qué trabajaban las personas que vivían en la Ciudadela? Es esta una pregunta que nuestro público plantea de forma reiterada cuando visita el Museo, y a la que esta publicación, realizada con motivo de la exposición «El tiempo del trabajo», pretende dar una respuesta. Para ello es necesario comenzar planteándonos cuál es la razón de esta interrogación: ¿Por qué el trabajo es una cuestión clave para conocer quiénes fueron los vecinos y vecinas del Patio de Capua? 
A partir de la Revolución Industrial, el trabajo se convierte en un elemento fundamental para definir el lugar que cada uno de nosotros ocupa en la sociedad de clases. No en vano, la clase obrera, entendida como fuerza social nacida con el desarrollo capitalista toma como valor fundamental el trabajo. Así, tal como plantease el filósofo francés André Gorz (Viena, 1923 – Ardenne, 2007): 
«Lo que nosotros llamamos trabajo es una invención de la modernidad. La forma en que lo conocemos, lo practicamos y lo situamos en el centro de la vida social e individual fue inventado y luego generalizado con el industrialismo». 
En las sociedades occidentales el trabajo está en la base del orden social, determina el papel que los individuos ocupan en la sociedad, es el principal medio de ganarse la subsistencia y tiene un lugar esencial en nuestras vidas. Es un hecho social ligado a un conjunto de costumbres, hábitos, prácticas, ideas y representaciones que estructuran la identidad, tanto individual como colectiva, de las personas. Como grupo, hemos asumido que el trabajo que realizamos nos sitúa en la esfera pública y nos identifica socialmente. La Ciudadela de Celestino Solar, construida en 1877, y habitada hasta 1977, perteneció a uno de los de los modelos de vivienda obrera colectiva más populares en toda Europa desde finales del siglo xix y hasta, al menos, el primer cuarto del xx: las ciudadelas, barrios ocultos, courts inglesas o courées y corons francesas y belgas."

Los vecinos y vecinas de la Ciudadela de Celestino González Solar pertenecían socialmente a las clases populares y son los protagonistas de esta exposición o exposiciones, una esta, dedicada fundamentalmente a los trabajos por entonces considerados masculinos y la siguiente que veremos dedicada a los femeninos:
"... en definitiva, de aquellos y aquellas que han de salir cada día a ganarse un jornal en talleres, fábricas, comercios, servicio doméstico, etc., a cambio de un jornal siempre escaso y precario con el que casi nunca se consiguen satisfacer plenamente las necesidades básicas de vivienda, alimentación y vestido. 

A través de su propio testimonio, esta exposición muestra cuál fue El tiempo del trabajo de los vecinos y vecinas de la Ciudadela de Celestino Solar desde distintas perspectivas: el tiempo del trabajo en el ciclo vital de estas personas, los oficios que desempeñaron, y también los ritmos de trabajo diarios que pautaron el devenir cotidiano del Patio de Capua. La muestra se organiza en dos salas diferentes, en una y bajo el título, El tiempo del trabajo. Ganarse el jornal, se presenta el trabajo masculino, mientras en la otra, las ocupaciones femeninas se exhiben como El tiempo del trabajo. Mujeres invisibles. Se ha querido separar el trabajo masculino del femenino para poner de manifiesto la diferente concepción, organización y percepción del tiempo del trabajo de hombres y mujeres; tanto a lo largo del ciclo vital, como en la distribución del trabajo productivo y tiempo libre en el día a día. 

Esta exposición pretende provocar una reflexión acerca del significado del trabajo como realidad y hecho social, en un momento en el que el propio concepto está siendo discutido, en el que cobran fuerza diferentes concepciones posmodernas que plantean la crisis y hasta el fin del trabajo como definitorio del hecho social; teorías que, como las defendidas por el sociólogo Zygmunt Bauman (Poznan, 1925 – Leeds, 2017), plantean la desaparición del trabajo como un bien común, como un eje vertebrador de las relaciones sociales para pasar a convertirse en una categoría individual que cada uno satisface a su modo. Aunque, en la sociedad actual, como hace un siglo, asegurarse un trabajo de calidad, aún es, para las clases medias y populares, la mejor forma de contar con un lugar en la sociedad, con derechos y protección."

Este apartado, el de Ganarse el jornal, aparece así de soberbiamente descrito por Vila Álvarez basándose en el testimonio de quienes aquí vivieron:
"Los vecinos de la Ciudadela de Celestino Solar compartieron un sustrato cultural común. Este era espacial y social, basado, por una parte, en el hecho de vivir en la Ciudadela y estar por ello obligados a compartir un espacio que los identificaba como parte de un grupo, y por otra parte, en el tipo de trabajo que realizaban, que los situaba socialmente como clase obrera. Ellos se identificaban a sí mismos como trabajadores e insistían en que en el Patio eran todos iguales: 
«Todos eren gente obrera los que vivíen allí, no te tratabas con gente de postín, era gente obrera que trabajaban todos, si vas a mirar, poco más o menos como tú»
Las ocupaciones de los habitantes de la Ciudadela se registran en los censos electorales desde 1890 (sólo las de los varones mayores de veinticinco años) y en los padrones municipales de habitantes, a partir de 1900. En estos registros estadísticos oficiales la mayoría de los hombres aparecen como jornaleros, sin especificar sector productivo, oficio, cualificación, tipo de contrato o relación laboral. Un jornalero no es más que una persona que trabaja a cambio de un jornal o pago por día de trabajo, con o sin contrato, en un pequeño taller, una obra o una gran empresa. Por otra parte, en los censos no aparecen como trabajo las ocupaciones no remuneradas, y, sin embargo, no era extraño que niños y niñas trabajasen a cambio de la comida o las propinas; a lo que se suma el hecho de que estos registros  estadísticos excluyen a una buena parte de los trabajadores sin contrato o desempleados temporalmente. Así, para saber en qué trabajaban realmente los habitantes del Patio de Capua fue necesario completar los datos de los censos con las fuentes orales, con el testimonio de quienes vivieron en la Ciudadela. El relato de los vecinos y vecinas nos descubre albañiles, peones, pescadores y un largo etcétera de ocupaciones que se esconden tras el término jornalero."

Fotos de oficios de la época que ejercía gente residente en esta ciudadela, como este, el de cochero:
"La clase obrera asturiana del siglo xix y primeras décadas del siglo xx era pobre, con salarios de miseria. En 1885, de acuerdo con los datos consignados en la Encuesta realizada por el Ateneo Casino Obrero de Gijón para el estudio de la Cuestión Social, el jornal medio en Gijón era de unas dos pesetas y, por una casa de las características de las de la Ciudadela se pagaban entre dieciséis y veinticinco. En cuanto a la protección de los trabajadores, en 1900 se promulgó la primera Ley de Accidentes del trabajo, la llamada ley Dato. Aunque su aplicación fue bastante ineficaz, al menos, hasta la guerra civil. Fuera del alcance de esta ley quedaba el trabajo temporal, el doméstico, el de los artesanos por cuenta propia, así como el realizado en pequeños talleres y comercio. Situaciones laborales, todas ellas, muy comunes entre los vecinos de la Ciudadela."

La precariedad y los bajos salarios explica que los índices de permanencia en la ciudadela fuesen muy altos durante gran parte de sus existencia. La media de permanencia estaba entre los cinco y los diez años y se da el caso que, desde que se tienen los primeros datos de población en 1890 y hasta 1900, cuando ya se han construido los edificios burgueses de alrededor, no se registra una sola baja:
"A la Ley de Accidentes del trabajo siguió, en 1919, la del Retiro Obrero, cuya incidencia fue también muy limitada, ya que, entre otras cosas, además de instituir pensiones de absoluta miseria, dejaba fuera a los trabajadores menores de 45 años. Así las cosas, perdida la salud por accidente o enfermedad, imposibilitados para el trabajo, a los obreros no les quedaba otra que recurrir a la caridad, la beneficencia, la limosna o la mendicidad; que vivir al margen de la sociedad. El Franquismo heredó y transformó el antiguo sistema de seguros sociales existente desde principios del siglo xx hasta la Segunda República, a la vez que creó otros nuevos condicionados por las necesidades socioeconómicas de cada momento y la ideología imperante. Sistemas que, como el de la Seguridad Social, nacida en 1963, estuvieron siempre lastrados por la infradotación presupuestaria y la nula o muy escasa aportación estatal."

Junto con cada oficio, labor u ocupación, un testimonio relacionado con el mismo, memorias de antiguos vecinos de la ciudadela, como es el caso de Alfonso Rúa Rodríguez, que aquí vivió entre los años 1920 y 1960, por lo que conoció, además de a mucha gente del vecindario, todo un gran periodo de su historia, con los cambios acontecidos a nivel social y laboral, incluyendo sus mejoras, otra cosa es que llegasen a las gentes de este Patio de Capua:
"...los períodos de inactividad o desempleo, en el marco de un mercado laboral en el que la oferta de empleo siempre era inferior a la demanda, fueron recurrentes. A este desempleo estructural había que añadir la posición poco competitiva de la industria asturiana, golpeada por constantes crisis cíclicas y sectoriales. El primer sistema de cobertura para situaciones de desempleo, la Caja Nacional contra el Paro Forzoso, fue puesto en marcha por el ministro Largo Caballero en 1931, financiada por el Estado al 50% y al otro 50% con las cuotas de los trabajadores, cubría un tercio del salario durante un período máximo de seis meses. A esta siguió, en 1961, la Ley Nacional de Seguro contra el Desempleo que aportaba el 75% del salario, durante seis meses, sólo para los trabajadores por cuenta ajena afiliados al sistema del seguro social. Pocos fueron los hombres del Patio de Capua a los que alcanzaron alguno de estos beneficios, dado el perfil de sus ocupaciones."

Otro trabajo, otra foto y un testimonio más de Alfonso Rúa: el recuerdo del barbero, que ejercía, naturalmente siempre fuera de la ciudadela, pues dentro de ella no había comercios, tiendas ni similares, al contrario que en las calles circundantes y del resto de la población, aunque sí podía ser lugar de trabajo de algún artesano o modista


Las fotos, aunque no sean necesariamente de los mismos personajes a quienes se recuerda, sí son de su tiempo y circunstancias, como es este el caso, pues se trata de una barbería en Turón (Mieres) en 1955


Palabras de Alfonso Rúa referidas al barberu de esta ciudadela


Un pequeño homenaje a Artemio, chófer repartidor con una camioneta


Tablilla en madera con un pensamiento para él de Alfonso Rúa Rodríguez


Una camioneta ante una nave de la empresa la Primitiva Indiana, histórica chocolatería gijonesa, hacia 1950


Pescadores, incluso un patrón de barco vivió en esta ciudadela, según este testimonio, lo que guarda relación con todos los cambios acaecidos en el patio dentro del contexto laboral gijonés en el transcurso del tiempo
"En el casi un siglo que permaneció habitado el Patio de Capua, el perfil profesional de sus habitantes y la forma en que el trabajo los situó en la escala social fue variando a medida que pasaba el tiempo. Así, desde finales del siglo xix hasta los últimos años de la década de los cincuenta del siglo xx, podemos decir que no difería en nada del de otros barrios obreros de Xixón: obreros empleados a jornal, artesanos y empleados de baja cualificación. Situación que empieza a cambiar en los años sesenta del siglo xx, cuando, en el marco del Desarrollismo, las empresas públicas y algunos sectores productivos en alza, como los astilleros, proporcionan mayor estabilidad en el trabajo, mejores salarios y también el acceso a beneficios sociales para las familias de estos obreros, comprendida la vivienda entre ellos; mejoras que no alcanzaron a los vecinos de la Ciudadela."

Según pues se nos informa, la mayor parte de los hombres eran jornaleros, gentes que trabajaban, a veces sin contrato, en diversas empresas, todo ello basado en la información que transmiten los censos de la época. En la ciudadela eran mayoría desde 1890, cuando hay datos, y en 1900 iban en aumento, al contrario de lo que estaba pasando en las calles aledañas, muestra del cambio social del barrio surgido del ensanche:
"En el casi un siglo que permaneció habitado el Patio de Capua, el perfil profesional de sus habitantes y la forma en que el trabajo los situó en la escala social fue variando a medida que pasaba el tiempo. Así, desde finales del siglo xix hasta los últimos años de la década de los cincuenta del siglo XX, podemos decir que no difería en nada del de otros barrios obreros de Xixón: obreros empleados a jornal, artesanos y empleados de baja cualificación. Situación que empieza a cambiar en los años sesenta del siglo xx, cuando, en el marco del Desarrollismo, las empresas públicas y algunos sectores productivos en alza, como los astilleros, proporcionan mayor estabilidad en el trabajo, mejores salarios y también el acceso a beneficios sociales para las familias de estos obreros, comprendida la vivienda entre ellos; mejoras que no alcanzaron a los vecinos de la Ciudadela"

Esa situación llevaba a una gran precariedad laboral y a una inestabilidad económica asfixiante, así es que, según pasa la posguerra y las condiciones mejoran, algunos jornaleros, término que cae en desuso, pasan a ser obreros especializados o empleados con ciertas garantías laborales, siendo los primeros que, con sus familias, abandonan la ciudadela y es que, como Nuria Vila afirma: 
"El principal problema que impedía a la clase obrera satisfacer de forma digna sus necesidades diarias, comprendida la vivienda entre ellas, no era tanto los bajos salarios como la precariedad en el trabajo, y la inseguridad laboral era más alta cuanto menor fuese la cualificación del trabajador. En el caso de los trabajadores de la ciudadela de Solar, entre los que el porcentaje de jornaleros era muy elevado, el desempleo estacional impedía a las familias planificar el futuro, ni siquiera a medio plazo."


Previamente, en la posguerra, había ocurrido lo contrario, dadas las penurias de la Guerra Civil, muchos de los que se habían ido a mejores casas en los años de las décadas 1920 y 1930 hubieron de regresar y compartir espacio con familiares que se habían quedado o habían pasado a sus antiguas casas, dándose lugar a episodios de hacinamiento indescriptibles, como no habían acontecido desde los primeros y muy precarios tiempos del patio:
"La escasez y la inseguridad salarial obligaban a las clases populares a tener que amoldarse a la oferta de alojamiento que podían pagar, estuviese éste en las condiciones que estuviese, por ello, cuando conseguían una vivienda, intentaban permanecer en ella, aunque no siempre fue posible atender al pago del alquiler con el salario del cabeza de familia"

Otra referencia a un pescador de la ciudadela, con la foto correspondiente y una placa con frases evocadoras de Alfonso Rúa


Aquí se nos habla de una situación más precaria, de quien mariscaba en los pedreros como uno de sus paupérrimos trabajos ocasionales


Por supuesto, existen datos que figuran censados "sin ocupación" quienes, por su edad, revela que eran personas mayores que no podían trabajar y no tenían pensión, ayuda ni subsidio, dado que sino figurarían como jubilados


Es muy posible que alguno de ellos, dependiendo de sus fuerzas, sí tuviese alguna forma de ganarse la vida, como esta, pescar en los pedreros, un pesquín o pesquil, pequeño pescador que solía trabajar por su cuenta. Era muy común que, dependiendo de las circunstancias económicas, muchos trabajadores acabasen en paro y hubiesen de dedicarse a numerosos menesteres dentro de sus posibilidades, pues como dice Vila Álvarez, "para complementar los siempre escasos salarios, eran muchos los hombres que empleaban su tiempo libre en trabajos productivos complementarios del principal".


Al pulpo en el año 1895, "cuando aún los había en los pedreros", como nos suelen decir


El desempleo estructural del siglo XIX se incrementó gravemente en la dura posguerra. Junto con ello, el cierre de fábricas que se habían hecho pequeñas o vuelto obsoletas, incapaces de hacer frente a la competencia, cerraron


Fue entonces, con la construcción como sector en crecimiento, asumió numerosa mano de obra al emplearlos como obreros no cualificados, con la categoría de peones:
"Otros anduvieron «al punto», como se decía popularmente para definir a quienes no contaban con jornal fijo y se reunían en diferentes puntos de encuentro en la Ciudad, en espera de que llegaran los contratistas para emplearlos en cualquier trabajo que necesitase de refuerzos sin cualificación alguna: descargas en El Musel, peones en la construcción, etcétera: 
«[…] el hombre iba a por piñas y andaba al puntu, en la avenida Portugal. Ahí había un bar pequeñín y ahí se juntaban los que no tenían trabayu; los que no tenían trabayu estaban ahí, esperando que los fuera a buscar alguien […] »

Y, dentro del mundo de la construcción, otra vecina de antaño, Pilar Rúa Martínez, vecina que fue de esta ciudadela entre 1938 y 1961, recuerda a su padre, albañil, si bien alternando con paro y pequeños trabajos, cholleando, haciendo chollos para ganar algún dinerillo. Continúa diciendo Nuria Vila:
"el porcentaje de vecinos parados o sin ocupación, muy alto en la inmediata posguerra, experimenta un incremento constante desde la década de los sesenta del siglo XX. El término sin ocupación, dada la edad de los hombres registrados en esta situación profesional, puede decirse que hace referencia a personas mayores que no podían trabajar y no percibían pensión o retiro alguno; lo que da idea del progresivo envejecimiento y pauperización de los habitantes de la Ciudadela"

Es entonces cuando los más jóvenes de la ciudadela, además de empezar a trabajar en la construcción o se emplean en las factorías siderúrgicas recién constituidas de Uninsa y Ensidesa, por lo que se marchan todos a los nuevos barrios obreros gijoneses o emigran a Europa buscando otras oportunidades de futuro


Sea como sea, con estas nuevas perspectivas dejan la Ciudadela de Capua para siempre, donde solamente se quedan los ancianos, muchos sin trabajo y también sin pensión, pues por ejemplo las mujeres, casi todas viudas, habían trabajado en precario en el servicio doméstico o en empleos similares sin derechos laborales:
"En este sentido, los vecinos de la Ciudadela no disfrutaron de las tan cacareadas mieles del Desarrollismo. En los años setenta del siglo xx, para los pocos vecinos que quedaban ya en el Patio, el día a día seguía siendo parecido al de las primeras décadas del siglo XX"

Marina Rúa Martínez, que vivió en este patio de 1935 a 1959, también guarda la memoria de su tío albañil. Fijémonos que, como la anterior, deja la Ciudadela de Celestino Solar en el momento en que lo hacen muchos jóvenes


Siguiente foto, un carpinteru que vivía al lado de los servicios


Palabras de Tina Rodríguez, vecina entre 1940 y 1972, es decir, desde la durísima primera posguerra hasta que la Ciudadela de Capua o de Celestino Solar entraba en total decadencia


Si tenía su taller en una de las casas de la ciudadela era uno de esos artesanos que tenían en su casa su lugar de trabajo. Si las viviendas ya eran pequeñas de por sí figurémonos hacer espacio para sus materiales, maquinaria, enseres y herramientas:
"No era raro que carpinteros y ebanistas trabajaran en casa, o que los pintores y albañiles completasen sus ingresos, con otras tareas, chollando, como popularmente se dice".

Alfonso Rúa nos informa que en la Ciudadela de Capua conoció a un minero. La mina más próxima sería de La Camocha, al sur del concejo


Observemos que dice que vino "con su señora y unos cuantos hijos también", por lo que no es difícil imaginarnos en qué condiciones de habitabilidad desenvolverían su vida cotidiana en casa


Foto de un picador en la mina La Camocha hacia 1950


Un tapiceru, remembranza que hace también Tina Rodríguez


Foto de un taller tapicero hacia 1960


Alfonso Rúa también tiene presente a Artemio, que era metalúrgico en la Fábrica de Moreda, pionera de la siderurgia asturiana, de la que vemos una foto de su taller de laminación en 1936:
"De forma general, a lo largo de más de un siglo, la precariedad y la inestabilidad laboral determinaron la vida de los habitantes de la Ciudadela, como la del resto la clase obrera, y situaron el trabajo como un elemento aspiracional a través del cual conseguir una mejora de las condiciones de vida. Un buen trabajo se convierte en la garantía para diseñar un proyecto de futuro, tanto personal como familiar; para poder abandonar, en busca de un futuro mejor, «el patio mísero sin limonero alguno», como el filósofo nacido el Patio de Capua, José Luis García-Rúa (Xixón, 1923 –  Granada, 2017), describió la Ciudadela."

Según se revela, una casa en la que un matrimonio vivía con varios hijos en una de estas diminutas casas de la ciudadela. De media, entre los años 1900 y 1960, la mayoría de ellas estaban habitadas, según censos, por entre dos y cinco personas, pero llegó a haber casos de once:
"el número de cuatro o cinco personas por casa resulta suficiente para hablar de una situación de hacinamiento, ante las carencias de servicios en las viviendas que no permitían separar claramente la función de cada espacio y mantener, según la estancia de que se tratase, las condiciones de habitabilidad más adecuadas."

Alfonso Rúa piensa en su padre, ajustador en Adaro, otra mítica empresa gijonesa. Foto de 1965


Foto de la factoría cuando estaba en la calle Magnus Blikstad, al sur del por entonces aún pequeño casco urbano gijonés pero no demasiado lejos de esta ciudadela. Fijémonos en que en la reseña escrita a mano a pie de foto se ha escrito Magnus Blistag; el nombre (y apellidos) de este industrial noruego, fundador de empresas en la ciudad y uno de los que contribuyó a crear el Ateneo Casino Obrero antes mencionado, siempre fue "difícil" de transcribir y pronunciar popularmente (a veces se oye tradicionalmente "Manus Listas" y similares). También se menciona a un importante barrio obrero, El Frontón, hoy desaparecido pero cuyos términos forman parte del barrio de Laviada


Otro ajustador, foto de 1936. Cuando se construye la ciudadela la jornada laboral abarcaba prácticamente todo el día, luego se fue pasando a las 8 horas:
"Los ritmos de trabajo diario pautaban el devenir cotidiano en la Ciudadela. Durante el siglo XIX, la jornada laboral se extendía a lo largo de todo el día prácticamente. De acuerdo con el informe elaborado por la Comisión de Reformas Sociales en 1883, que incluía preguntas sobre las horas de trabajo, en Oviedo (Provincia): 
«Trabájase ordinariamente durante doce horas, descansando media para almorzar y una en el invierno y dos en el verano para comer. Los ebanistas, tallistas, sastres y zapateros emplean más tiempo, porque velan o trabajan dos o tres horas por la noche durante la cruda estación. En algunas industrias, los domingos, suelen trabajar medio día».
Del mismo modo, según los datos estadísticos contenidos en el informe Datos de agricultura, Industria y Comercio (A. M. G., expediente 54/1876), la jornada laboral de los obreros gijoneses era partida (de 6.00 a 12.00 y de 13.00 a 18.00 horas), arrojando un total de doce horas de trabajo diarias. Por lo tanto, la mayor parte del día de un obrero transcurría en el lugar de trabajo. 
La primera ley que estipulaba un día de descanso semanal, la llamada Ley de descanso Dominical se promulgó en 1904 y, en 1919, tras el triunfo de la huelga de la Compañía Eléctrica de Riegos y Fuerzas del Ebro, conocida como la Canadiense, se aprobó la jornada de ocho horas. Aunque el trabajo más allá de la jornada estipulada por ley siguió siendo muy común en multitud de sectores como el comercio, la hostelería o los pequeños talleres. Durante el Franquismo la jornada legal era de ocho horas, seis días a la semana."

Laureano Rodríguez menciona en primera persona su oficio en la Fábrica de cristales de Begoña, ejerciendo de vidriero, de soplador


Fábrica de Vidrios La Industria hacia 1920. Recordemos que el entorno laboral de la industria de vidrio estuvo muy vinculado a la construcción de la manzana del Martillo de Capua


Y aquí, cuando pasa a La Industria y Laviada en 1953, otra mítica factoría, que dio nombre a un barrio


Fotografía de la Fábrica de Cristales La Industria hacia 1920


Amadeo, un camarero que vivía en la ciudadela



Foto del gijonés Bar Royalty en 1933. Los vecinos de estos patios podían trabajar en estos lugares más propios de la burguesía local pero no los frecuentaban. Los varones (las mujeres, dentro de aquel esquema de la época no iban a ninguno) de la ciudadela eran parroquianos de otros lugares como el bar de Castañón:
"Al finalizar la jornada laboral y los días festivos, los varones disponen de un tiempo que pueden emplear libremente en actividades de ocio. Las tabernas cercanas a la Ciudadela fueron uno de los espacios preeminentes de la sociabilidad masculina. Hacia 1902 había dos tabernas en la calle Ezcurdia, tres en la calle del Marqués de Casa Valdés, y dos en la calle de Capua. El bar de Castañón (n.º 15 Capua), el bar El Deporte, en Marqués de Casa Valdés, o Casa Luisa en la calle de Casimiro Velasco, constituían los principales espacios de vida social de los varones del patio: 
«Parábamos en el chigre de Castañón y a veces a Casa Luisa. Casa Luisa era… cuando subes p’arriba, cuando vas pa la plazuela San Miguel, a la derecha, hay una calle que sube pa Begoña, Casimiro Velasco, y había allí un bar que se llamaba Casa Luisa. Allí entraben muchos del patio. Ella llamábase Lourdes y Luisina. Todos los alrededores, tiendas y bares de allí, influenciaron mucho sobre esi patio, porque era lo más cercano».

Y aquí tenemos uno de los ejemplos de un trabajador que, durante los tres meses de verano, cesaba en la fábrica de vidrios y trabajaban en la muy cercana playa


Es el ya mencionado Laureano Rodríguez, quien relata otro de los trabajos del arenal, ayudar a las mujeres que, acudiendo desde el interior, casi siempre en tren, a bañarse al Mar Cantábrico por prescripción salutífera, portaban una sábana, el sábanu, para taparse pudorosamente. Según la costumbre de la época y dado el miedo a las olas, se las acompañaba al baño llevándolas de la mano y dejando ellas propina. Habían además preceptivamente de ser empujadas al agua, dado que debían tomar baños de impresión


Mujeres bañándose agarradas de la mano hacia 1920, ayudadas también por cuerdas. La Playa San Lorenzo era especialmente temida por sus corrientes, pero al desaparecer la de Pando, al oeste del istmo de Cimavilla, a causa de la construcción de los muelles del Fomento y Fomentín a partir de 1870, las gentes empezaron a venir aquí


También vivía aquí un guardia municipal, tal vez aquel que mencionábamos antes, depurado en la Guerra Civil


Rúa Rodríguez nos explica que había guardias urbanos y romanones, esos con casco, que sería la razón de su apodo


Romanones es aumentativo de romanos, el "yelmo" haría recordar la indumentaria de los legionarios del César


Marina Rúa Menéndez hace memoria de dos hermanos zapateros que vivían también en esta ciudadela


Según afirma, tenían un taller fuera pero también trabajaban en casa, otro de los artesanos de estos históricos patios salvados in extremis de la piqueta


Zapatero remendón hacia 1920


Otro inquilino en la Ciudadela de Celestino González Solar era un guardia civil


De nuevo, un testimonio de Tina Rodríguez


La clásica pareja de la Guardia Civil, foto de 1948


Tina nos habla también de su marido, trabajador en la Chocolatería Pantiga, que estaba en el Paseo de Begoña, bastante cerca de Capua


Trabajo manual de especialista y jornada laboral de diez horas


El cierre de esta chocolatería, a mediados de la década de 1950, dejó en paro a varios vecinos de estos patios de Capua. Así recoge el testimonio de Tina Nuria Vila:
"El mi hombre, que trabajaba en Pantiga, era chocolateru, cuando cerró anduvo de un lau a otru lau, y luego en otru, hasta que terminó entrando en la construcción y ahí fue donde se jubiló. De peón, pero bueno"

Antes de salir afuera, nos encontramos con este grafico dedicado a la ocupación registrada oficialmente de los vecinos varones de la ciudadela, así como una frase de Retrato, de Antonio Machado, del año 1906:
"A mi trabajo acudo, con mi dinero pago el traje que me cubre y la mansión que habito"

Y aquí tenemos la composición sociolaboral masculina de este emblemático poblado de casas obreras entre 1890 y 1960, es decir, cuando empieza su declive como barriada obrera que culminaría en la década de 1970


En la Ciudadela de Capua, de Celestino Solar o de Celestino González Solar, existía, como vemos, una gran cercanía entre vecinos y, de resultas de la pequeñez de las viviendas, mucha vida se hacía afuera, en el mismo patio, por lo que se establecían relaciones sociales realmente intensas, siendo habituales mismamente llegar a vinculaciones de parentesco


De la misma manera, al tratarse de una vida compartida por obligación, en un espacio limitado y con pocos recursos, donde hasta los retretes eran comunitarios, era natural que surgiesen fricciones por muchos motivos, los más comunes, peleas o juegos de críos o chismes. También, la existencia de un sistema de valores no escrito y común por lo general a todo el vecindario, tendía a la crítica de quien tendía a salirse de dichas normas sociales y de comportamiento


A la vez, existieron relaciones de solidaridad importantes, pudiendo destacar la piña común que se constituyó para pedir una fuente o, sobre todo, evitar el abandono provocado y los intentos de desalojo para especular con el suelo a partir del cambio de propiedad de 1958. También, en los primeros tiempos, se registra oposición popular a los primeros intentos de cierre municipales y demolición, esto a la vez que los propietarios


De todas maneras y dado que gran parte de la vida cotidiana se hacía fuera, cada uno tendía a meterse en su casa (cuando estaba en casa, dados los horarios laborales o la amplitud de las tareas de subsistencia, incluso las más cotidianas como ir a por agua o lavar la ropa) y en sus tareas pues bastante era para todos con ocuparse de sobrevivir día a día


Según una encuesta realizada por el cercano Ateneo Obrero, se percibe un importante pudor o vergüenza en manifestar las condiciones en que vivían por parte de los propios vecinos. Aunque criticaban los residentes las malas condiciones de salubridad de sus casas, había al principio sobre todo reticencia a hablar de las condiciones de hacinamiento o mucho menos de los ingresos que disponía, si bien este pudor fue venciéndose. Su origen estaba en que, al ser el encuestado el cabeza de familia, surgían sentimientos de culpabilidad, de no poder proporcionar mejor vida a los suyos, según el esquema de valores de su tiempo:
"No sienten pudor estos mismos trabajadores a la hora de hablar de las malas condiciones de trabajo, de los bajos salarios, de la carestía de alimentos e incluso de lo elevado de los alquileres y de la escasez de ingresos. No sienten vergüenza en declarar sus ingresos, pero sí en exponer ante quienes consideran realmente superiores, y por tanto les suponen una vida familiar confortable, la penuria en la que se desarrolla la existencia cotidiana de sus familias. No se sienten responsables de la precariedad de sus trabajos, muy al contrario, denuncian como responsables de sus situaciones laborales a los empresarios y comienzan a movilizarse organizadamente contra ellos, reclamando mejores condiciones laborales y salariales. Pero sí ocultan el escenario de su vida cotidiana, sí maquillan las condiciones de vida de sus familias, que pertenecen a la esfera privada de sus vidas, donde actúan como padres y madres, no como fuerza de trabajo, y como tales intentan de este modo, resguardar su dignidad personal y la de sus familias"

Aparte, además de la sensación de sentirse observados por sus vecinos de las calles que circundan estos patios, algunos de ellos propietarios de estos patios o de las empresas en las que trabajaban, o fundadores del mismo Ateneo Obrero que realizaba estas encuestas, por lo que eran los primeros que conocían en realidad la vida real de estos sus vecinos de las ciudadelas, es más, insistimos, siendo la mayor parte de ellos reformistas, auspiciaban un pretendido interés, por cuestiones electorales o para evitar la organización de los obreros por su cuenta con sus propios sindicatos de clase, que podían incluso llegar a desbancarlos como clase social dominante


Por ello, estas encuestas, a la vez que se inmiscuían en la vida personal y familiar de estas gentes que, si se deseaba bastaba en realidad con asomarse a las ventanas de los pisos de alrededor, solían criticar la política de vivienda del Ayuntamiento pero se deja fuera a los promotores de las ciudadelas, muchos de ellos, insistimos, miembros y hasta fundadores del Ateneo Obrero que realizaba la pesquisa


Entramos ya en otra exposición dentro del apartado Tiempo del trabajo, también aquí los textos base son obra de la gran erudita Nuria Vila Álvarez, dedicado a las mujeres del patio:
"Cuando las mujeres empezaron a trabajar», o « Desde que las mujeres trabajan…». Cuántas veces hemos escuchado esta frase seguida de una retahíla, casi siempre negativa, de cambios producidos como consecuencia de la denominada incorporación de la mujer al mercado laboral. « Desde que las mujeres trabajan», ya no pueden encargarse en exclusiva de las tareas de cuidado y reproductivas en el ámbito doméstico, lo cual afecta, no solo a la familia, si no a la sociedad en su conjunto. Sin embargo, las mujeres han trabajado fuera de casa desde el inicio de la Revolución Industrial lo mismo que los varones, aunque no del mismo modo, ni con el mismo salario."

El trabajo femenino, si bien tan antiguo como el masculino desde los inicios de la Revolución Industrial, también tendió a ser minusvalorado o incluso ocultado, por otro asunto de pudor social dentro del contexto histórico en el que surge:
"El tiempo del trabajo femenino no puede ser tratado de la misma manera que el de los hombres. En el caso de las mujeres este está marcado por su ciclo vital, condicionado a su vez por su rol de género, su clase social y su estado civil. Uno de los factores determinantes en este sentido, es el matrimonio y el nacimiento de los hijos. Antes de casarse, para las mujeres de las clases populares el trabajo es una norma social y una realidad estadística. Es después del matrimonio cuando se convierte en una elección condicionada por numerosos factores de los cuales el más determinante es la necesidad."

Por ello, es especialmente acertado el título Mujeres Invisibles para esta exposición, como la anterior basada en testimonios personales y fotografías que nos permiten hacernos una idea de aquella situación de la mujer, cuyo trabajo tiende a verse como complemento del masculino, como manera de ayudar a la economía familiar y como manera de paliar el drama económico que constituía el que, con la extrema precariedad existente, el varón acabase en paro, por lo que las retribuciones de ellas tendían a ser sensiblemente menores, incluso cuando trabajaban también en la industria, salvo muy contadas excepciones:
"El trabajo femenino ha sido a lo largo de la historia considerado una fuente de ingresos que complementaba las rentas aportadas por el hombre, o la tabla de salvación en períodos de crisis económicas, sociales o políticas cuando el varón quedaba excluido del mercado laboral. 

De forma general, la mujer ha asumido un rol social de ayuda, de auxilio, de complemento a la madre en el cuidado de la casa y la prole, al marido en la tienda o el taller, en trabajos poco cualificados y mal pagados. Sea cual sea su situación, las mujeres, excepción de las cigarreras que, en 1911, ganaban de un 150 % a un 200 % más que la media de las demás mujeres obreras, no perciben el mismo salario que los hombres. Sin embargo, en los momentos en que los vaivenes del mercado de trabajo dejaban a los hombres en situación de paro, las rentas aportadas por las mujeres pasaban de complementar el salario masculino a convertirse en esenciales."

De todas maneras, cierto es que la mayor parte de las mujeres que trabajaban, aunque un pequeño número lo hacía efectivamente en la industria, era doméstico y casi siempre formaba parte de la economía sumergida. Casi siempre habían además de compatibilizar su vida laboral con llevar el peso del trabajo del hogar, en la medida de lo posible, sino habían de buscar ayuda de familiares o vecinas:
"Desde el siglo XIX las mujeres trabajan en la industria y ahí están las fotografías para atestiguarlo: las mujeres aparecen escogiendo y cargando carbón en las minas o liando cigarros en las Fábricas de Tabaco. Aquellas que trabajaban en fábricas y no tenían la misma flexibilidad horaria que en el trabajo doméstico, necesitaban la ayuda de las vecinas y de las hijas mayores para el cuidado de los niños y niñas. 
«Allí era como si fuésemos familia. Si tenías que ir a un sitio, los neños quedaban con la vecina. Había una allí que tenía…, no sé si eran nueve fíos, y los cuidábamos los vecinos; ella iba a trabajar»

Aquí, Laureano Rodríguez recuerda a su hermana, que trabajaba como sirvienta, como hemos dicho el empleo más común y sin contrato, como regla general puede decirse, pero con los demás trabajos era más de lo mismo. La servidumbre, como vemos, ocupó toda su vida, desde niña, algo muy habitual:
"Cuando los hombres se hallaban en situación de desempleo, las mujeres se veían obligadas a aumentar el número de casas o establecimientos donde asistían o a emplear también a las hijas para aumentar los ingresos y hacer frente a las situaciones desfavorables. En este sentido, hay que añadir que, encargadas de gestionar el día a día de la familia, las mujeres de las clases populares deben poner todo su esfuerzo en equilibrar un presupuesto siempre escaso, en poner la comida encima de la mesa, sea cual sea la situación económica del momento; por lo que no están en situación de rechazar trabajos penosos o mal pagados cuando las cosas vienen mal dadas."

Muchas de ellas trabajaron en las casas de las familias burguesas de las calles aledañas, lo que les permitía compaginarlo mejor, dada su proximidad, con las tareas del hogar asignadas en los roles sociales de la época. Mismamente se llevaban en ocasiones trabajo a casa para tender en el patio la ropa de "los señores" o de hacerles colchones, remiendos, arreglos, etc. No obstante dicha cercanía no resultó una mayor compenetración de los grupos sociales establecidos. En esta foto es una niña vestida de sirvienta hacia 1946:
"Las mujeres de la Ciudadela se emplearon en todo tipo de tareas dentro del servicio doméstico, aunque también hay censadas varias obreras de las que, por los testimonios, sabemos que trabajaron en fábricas como la de vidrios o las de loza. Las muchachas solteras se ocuparon desde la adolescencia en comercios, bares o talleres de costura, muchas veces sin salario estipulado, por la comida, las propinas o a cambio de aprender el oficio, caso de muchas costureras o modistas. Para las viudas, una de las soluciones para conseguir ingresos era acoger huéspedes, convertirse en patrona. 

En un barrio de poblamiento mixto como el del Arenal, los vecinos de las viviendas burguesas y mesocráticas que rodean la Ciudadela fueron, muchas veces, los empleadores de estas mujeres que eligen un empleo cercano a la casa, incluso si las condiciones no son muy buenas, para, así, compatibilizar las obligaciones domésticas con el trabajo fuera de casa. Esta fue la situación de Tina que vivió en el Patio de Capua entre 1940 y 1972: 
«Trabajé en casa de Ibaseta, era el abogáu, la muyer y tres o cuatro fías, y las casas de las antiguas, de esas grandes como qué, que te pierdes, en las habitaciones te pierdes, pero era gente muy buena. Cristales y madera, de aquella era madera todo; no ye como hoy, que pasas la bayeta, no, de aquella había que fregar, y darle la cera de esa que había en los botes que era como si fuera pasta, como si fuera ahora el Tulipán y todo eso; le dabas la cera, la dejabas secar y luego con unas máquinas así de grandes y tenías que estar sacando la cera. Aquello era trabayar; no había lavadoras, a mano todo; en casa, tenían fregaderu, y si no, en la bañera, sábanas y lo que hubiera, menos mantas, lo demás, todo, que las mantas no sé si las lavarían en algún lau. Descansaba las horas que estaba en casa»

Alfonso Rúa Rodríguez recuerda a una de sus vecinas, la vendedora ambulante, un grupo menos numeroso que el de sirvientas o trabajadoras del hogar pero bien presente en la ciudadela:
"En esta exposición las vecinas de la Ciudadela superan su invisibilidad, toman la voz relatando el tiempo del trabajo propio, y el del resto de sus vecinos y vecinas, que los registros estadísticos oficiales se esforzaron en ocultar durante casi un siglo"

Es un caso en el que la mujer ya se desplaza algo más lejos que la inmediatez circundante, si bien a un lugar bastante cercano como es el Café Dindurra, en el Paseo de Begoña, parte del ensanche jovellanista gijonés dieciochesco


Una foto del Café Dindurra en 1915 desde dicho paseo, con la calle Covadonga a la derecha y al fondo Los Campinos y la iglesia de San Lorenzo. Otro lienzo de la muralla de la carlistada iba por aquí hacia el fondo, donde se hizo La Plazuela o Plaza San Miguel, que reconocemos a lo lejos, donde la calle Capua comienza a su izquierda


Esta es otra vendedora ambulante, en este caso de periódicos, una foto de 1945 y el recuerdo, este de Tina Rodríguez, de una de ellas "la madre de Toya que vendía periódicos"


Muy importante a tener en cuenta es que estos trabajos ni siquiera solían figurar como tales en la documentación oficial, por lo que imaginemos qué situación laboral arrastraban estas mujeres y las consecuencias que tendría para su vejez, sin jubilación:
"En los padrones municipales de habitantes, se registra sus labores o su casa como la ocupación mayoritaria de las vecinas de la Ciudadela de Celestino Solar. Si bien su testimonio personal nos ofrece una realidad bien distinta: casi todas trabajaron en un momento u otro de su vida. Como en el resto de Xixón, el porcentaje de empleo femenino en los años de pujanza industrial de la Ciudad fue muy alto. De acuerdo con los datos proporcionados por el profesor Carmona (2001), elaborados a partir de los censos de población municipales, el número de obreros empleados en la industria gijonesa en la última década del siglo xix, ascendía a 11.000, de los cuales, en torno a unas 4.000 eran mujeres. Y probablemente fuesen más, si se tiene en cuenta, como se ha constatado en numerosas ocasiones que, en los registros estadísticos oficiales, buena parte del empleo femenino no se refleja. La sociedad se esfuerza en ocultar el número de mujeres que trabajan para presentar la condición de madre y esposa como la única posible. La maternidad es considerada, tanto a nivel social como familiar, una profesión con todas las expectativas y todas las ocupaciones. Familia y maternidad se convierten en el único recorrido socialmente valorado para las mujeres. El hecho de que la mujer se viese obligada a trabajar fuera del ámbito doméstico se considera un demérito, tanto para ella misma como, sobre todo, para el varón cabeza de familia cuyo salario no permite que su mujer se dedique en exclusiva a la que ha de ser su principal ocupación: el cuidado de la casa y los hijos. "

La sastra, otra tarea habitual entre las mujeres que buscaban ingresos. Tina Rodríguez recuerda a dos, Toya y Victorina. Estas eran de las que solían trabajar en la propia casa. La ventaja, el no tener que desplazarse salvo para entregar o recoger encargos; la desventaja, más material que ocupaba el exiguo espacio de la vivienda, por lo que era una de tantas tareas que se tendían a realizar en el patio:
"La vivienda y el propio patio también fueron espacios de trabajo femenino, según los testimonios de las vecinas, las mujeres se ganaban la vida haciendo colchones o arreglando ropa en el patio grande y, en casa, trabajaban como modistas o sastras, lo que les permitía compaginar la vida laboral con la familiar sin salir del espacio residencial. Además, a la vuelta del trabajo, doblaban su jornada ocupándose de las tareas domésticas que, algunas veces, sobre todo en verano, se realizaban fuera, en el espacio colectivo del Patio, donde, mientras charlaban, escogían lentejas, repasaban ropa o lavaban alguna prenda. 
«Llevo-y catorce años a la mi hermana. Yo ocupábame de ella cuando mi madre no estaba; de bebé, no mucho; ya cuando era más grandina. Estábamos en el patio, yo no la llevaba a ningún lau, aquello era precioso, la que no estaba lavando estaba variando un colchón».

Como no se dispone de fotos de todas estas personas y menos de sus trabajos, la exposición se complementa, recordamos, con estampas de aquellos años de la ciudadela pero en otros lugares, como es el caso de este taller de sastrería en Turón, concejo de Mieres, hacia 1955


Fijémonos en un momento en el suelo. También aquí había dos casas. Las losas cuadradas blancas y negras estilo ajedrez eran del suelo de la cocina. Estas losas eran colocadas en el suelo original de ladrillo por los propios vecinos


La hermana de Pilar Rúa Martínez, nada más dejar la escuela, se fue a aprender el oficio de costurera a la calle Eladio Carreño, justo aquí al lado, como hemos visto


Como los ingresos de las mujeres eran esenciales cada vez que los hombres quedaban en paro, lo que era muy frecuente, o que desde muy niñas hubiesen de contribuir a mantener la economía familiar se hace patente en estas frases que reflejan situaciones tan cotidianas como contundentes


Mujeres bordando y repasando ropa hacia 1955, podían llegar a tener jornadas de 12 y 14 horas, pues debían aumentar las casas o clientes para los que trabajaban si deseaban aumentar los aportes económicos a las maltrechas economías, además de poner prontamente a trabajar a sus hijas


Marina Rúa Martínez habla de las modistas, uno de esos empleos que favorecieron mejoras y que algunas familias se marchasen, sobre todo ya pasando la posguerra, a nuevas moradas


Dado que solían trabajar en casa podían acometer casi a un tiempo las tareas del hogar, lo que no dejaba de ser un cometido ingente


Mujer cosiendo a máquina hacia 1945:
"El ciclo vital también condiciona la forma en que las mujeres disfrutan del tiempo libre de trabajo, después del matrimonio casi no contaban con tiempo para destinarlo al ocio, como sí ocurría durante el período del cortejo en el que las salidas los días de descanso y festivos eran la forma establecida socialmente de trabar conocimiento con su futuro marido. Un vez casadas, el tiempo libre lo invertían en realizar las tareas domésticas y de cuidado de los hijos. Aunque, sobre todo durante el verano, no faltaban a las romerías del concejo, especialmente la de Granda, cita inexcusable para todos los gijoneses".

Pilar, como su hermana, también aprendió a coser, pues su madre no quería que fuesen a fregar, como ella hacía


Otro duro testimonio, pero era tristemente habitual


Taller de costura en Turón hacia 1950. Las mujeres, además de empleos, asumían los menesteres domésticos y otras funciones dentro del rol social vigente, como por ejemplo asistir a los partos (se daba a luz en casa) y también preparando los velatorios, desde amortajar al difunto como preparar el café y el convite que, salvo en los casos de muerte trágica, era costumbre hacer para quien acudía a dar el pésame, pues no dejaba de ser otro punto de relación social


La tía de María Jesús García vendía en la Pescadería Municipal, inaugurada en 1928 cerca de aquí, frente a la Escalera 2 de El Muro de San Lorenzo, frente a la playa


Otro trabajo que permitió a María Jesús irse con ella al barrio de Cimavilla, barrio antiguo y popular gijonés pero donde había mejores condiciones que en el patio de Capua, salvo en lugares concretos, pues allí también existieron ciudadelas y hábitats aún más inmundos


La Pescadería Municipal, había puestos adentro y puestos afuera, según el tipo de pescado que se vendiese, de ello hablamos en la correspondiente entrada de este blog


Algunas vecinas efectivamente trabajaron en la industria, a veces muy distante para ir y volver andando, como la Fábrica de Loza, en El Natahoyo, uno de los barrios obreros gijoneses por excelencia, en la zona oeste, por el que pasaremos también haciendo Camino


En este caso se producía otra interesante excepcionalidad, las mujeres comían fuera de casa, pero no en el bar, espacio aún netamente masculino, sino en otro local


Taller de secado de la Fábrica de Loza en diciembre de 1936, en plena Guerra Civil:
"Las mujeres de la Ciudadela se emplearon en todo tipo de tareas dentro del servicio doméstico, aunque también hay censadas varias obreras de las que, por los testimonios, sabemos que trabajaron en fábricas como la de vidrios o las de loza"

La madre de Laureano Rodríguez, que quedó viuda en la Guerra Civil, vendía pescado por la calle


Otra historia especialmente triste, la de la mujer de un fusilado, y sin duda por tanto era el suyo el jornal que entraba en casa. Aunque tuviese la ayuda de vecinas que estuviesen en la ciudadela en su ausencia a su regreso a casa le aguardaba otra ardua tarea


Descargando sardinas en el muelle hacia 1934. Aquí acudían también los niños de la ciudadela a bañarse, las niñas no, solían permanecer más al lado de sus madres, acompañándolas a las fuentes y lavaderos o permaneciendo en el patio, otro caso de diferenciación por sexos de los espacios y costumbres de ocio


Otro testimonio de la Fábrica de Loza, este ya de la posguerra, el de la hermana de Laureano. Se supone que, dada la idiosincrasia mixta del Ensanche del Arenal en lo social, no hubo en sus ciudadelas una cultura obrera tan intensa (aunque existió) ni conciencia activa de clase como en los barrios fabriles de la zona oeste


Las mujeres, aunque trabajasen en la industria, cuando acababan no disponían de tiempo para, por ejemplo, desconectar de las vicisitudes diarias salvo en momentos de convivencia dentro de sus ocupaciones a tiempo continuo, conversando en el patio con otras mujeres, con algunos juegos como la lotería o, cuando llegó, escuchando la radio


Sección de tazas y platos de la Fábrica de Loza La Asturiana, también en diciembre de 1936. Cuando la mujer empezó a frecuentar sin tapujos los lugares de ocio de los hombres, unos treinta años más tarde, la ciudadela ya estaba decayendo como poblado trabajador, siendo abandonado en un proceso que, recalcamos, culmina en 1977 con el fallecimiento de la última vecina allí empadronada


Otra pescadera, Luisa, cuñada de Tina Rodríguez. Esta era de las que vendía por las calles pregonando la mercancía al grito de "¡sardineees, bocartinoooos!" y similares, una estampa común en la ciudad y sus alrededores hasta la década de 1970:
"Hay trabajos de los que las mujeres están legalmente excluidas como el de interior en las minas o el de la mar. Pero, sobre todo, hasta el último cuarto del siglo xx, las mujeres están mayoritariamente ausentes del trabajo cualificado, estable o a tiempo completo; por lo tanto, al margen de derechos y seguros laborales ya que la legislación no contempla el trabajo a domicilio, en el que las mujeres de clases populares fueron legión. Además, durante mucho tiempo los sindicatos fueron indiferentes, cuando no hostiles directamente, a las mujeres trabajadoras que rara vez participan de los movimientos reivindicativos, ya que la llamada doble jornada femenina y su papel de responsables de asegurar el mantenimiento de la familia se lleva las energías que les quedan a las mujeres después de salir del trabajo."

Pescaderas con pescado en La Cuesta'l Cholo, en las pesquerías del barrio de Cimavilla, allá por 1961. Se dice que les pescaderes y les cigarreres fueron precursoras del feminismo popular gijonés y, en el caso de las segundas, llegaron a organizarse en torno a festejos como les comadres o la fiesta de su patrón, San Martín, como veremos cuando pasemos por Veriña, saliendo del casco urbano gijonés


Este trabajo callejero tenía una gran repercusión social, recorriendo la ciudad, eran conocedoras del pulso de la misma y de todos los chismes y sucesos de primera mano. Algunas llegaban a las zonas rurales más próximas. En la primera posguerra algunas intercambiaban pescados por productos como leche, huevos o algo de la huerta, dada la ingente miseria imperante


Una limpiadora, la tía de Tina Gutiérrez, que trabajaba en un hospital que había en El Náutico, es decir, muy cerca. Tal vez fuese el de Caridad, demolido en 1937. De él hablamos también en nuestro recorrido por el Paseo del Muro


La madre de Marina Rúa Martínez era también limpiadora, pero en la Farmacia Llanos, trabajaba de noche


Una farmacia gijonesa en 1890, como la que limpiaría la madre de marina, con sus clásicos tarros


Lavandera, uno de los oficios secularmente asignados a las mujeres y de los más duros, pues ya hemos visto toda la problemática del agua en la ciudadela y lo lejos que había que desplazarse a lavar y a secar la colada:
"El lavadero, como lugar libre de hombres donde acudían mujeres de todas las edades y de la misma condición social, constituyó también un espacio de iniciación para las más jóvenes, que escuchaban las historias, muchas veces de índole sexual, y los chismes de los mayores".

Foto de una mujer lavando la ropa en el pueblo ovetense de San Esteban de les Cruces en 1937:
"Los lavaderos, plazas y mercados fueron los escenarios en los que se tejieron las redes de relación informales femeninas entre la clase obrera, habida cuenta de que existía una clara diferencia por razón de sexo en el uso de espacios".

Además de este testimonio tenemos el de Pilar Rúa Martínez dedicado a su madre:
«Mi madre trabajó siempre en varios sitios a la vez. Mi padre era muy repunante y no se sujetaba a los patronos. Estuvo en los balnearios, lavando la ropa…»

Los balnearios gijoneses hacia 1920, donde trabajaba la madre de Pilar, sito a escasos metros de la Ciudadela de Celestino Solar


Se deduce que ella llevó muchas veces el sustento a casa a causa de los problemas laborales de su padre con los patronos:
"Las ocupaciones en el servicio doméstico por horas como asistentas, lavanderas, planchadoras o modistas, es muy pocas veces reconocido y declarado como un verdadero trabajo por las propias mujeres. Razón también de que no se declare como ocupación o profesión en los censos. Por otra parte, hay que destacar que, en el relato de las vecinas de la Ciudadela, el discurso del trabajo es inseparable del discurso sobre la familia; especialmente entre las casadas, cuyo testimonio pone de manifiesto una voluntad de justificar, esencialmente por necesidad económica, el hecho de haber trabajado después del matrimonio. A la vez que también experimentan, y así lo expresan, un cierto orgullo en haber trabajado, sobre todo cuando esta actividad continuó después del matrimonio; haber podido conciliar el trabajo y los cuidados domésticos las valoriza a ojos propios. Así lo manifestaba, orgullosa, una vecina del Patio de Capua tras declarar que, para ella, sus hijos eran lo primero:
«Llevaba a los neños primero. Primero llevaba a los neños al colegio, luego iba a trabajar, iba a buscar los neños, les daba de comer, los llevaba otra vez al colegio, volvía a trabajar y a las cinco volvía otra vez a buscalos. Siempre los tuve conmigo, tola vida los llevé conmigo, en esa que te digo yo que tenía zapatería, y toa la vida estuvieron los mis neños jugando; jugaba ella con ellos allí y yo hacía las cosas»

Admiramos, foto a foto toda la exposición. Las chicas jóvenes que trabajaban sí tenían oportunidad de alternar en según qué casos y en qué época. Por ejemplo en los merenderos de la zona del Piles (Casablanca), La Guía y de Somió, en los años 1950, donde acudían también mozos de su misma condición, por lo que se iniciaban no pocos noviazgos; lo mismo ocurría en los cines (cuando había dinero para la entrada), parques, paseos y algunas atracciones. Pero una vez se casaban, dice Nuria Vila:
"casi no contaban con tiempo para destinarlo al ocio como sí ocurría durante el período del cortejo, en el que las salidas de los días de descanso y festivos eran la forma establecida socialmente de trabar conocimiento con su futuro marido. El tiempo libre lo invertían en realizar las tareas domésticas y de cuidado de los hijos. Aunque, sobre todo durante el verano, no faltaban a las romerías del concejo" 

Un trabajo industrial sí especialmente característico para la mano de obra femenina desde sus comienzos, el del las cigarreras de la Fábrica de Tabacos de Cimavilla, en el desamortizado convento de las Agustinas Recoletas


Si bien se registra su presencia en la ciudadela, parece ser son pocas y no están demasiado tiempo. Sin duda esto se debe a dos factores, se trataba de un oficio relativamente mejor remunerado que otros, por lo que se aspiraba a mejor vivienda, y la ciudadela se encuentra relativamente alejada del lugar de trabajo


Interior de la Fábrica de Tabacos en 1906. Las cigarreras, como los obreros de oficio, ajustadores, montadores y similares, eran quienes solían permanecer menos en la Ciudadela de Celestino Solar, según reflejan los censos, entre uno y cinco años de media, al menos a partir del año 1900, que es cuando se empieza a contar con registros


Pordiosera era como figuraban en la documentación oficial las mujeres que, careciendo de la posibilidad de trabajar, habían de vivir de la caridad


Eran mayores o estaban incapacitadas, también aparecen como residentes en la ciudadela, dada su baja renta del alquiler en relación con los precios medios de las casas


Nunca fue habitual que se dejasen retratar, posando, por lo que las fotografías son más bien contadas,. máxime si están pidiendo, como en esta foto datada en 1963


La limpiadora, Tina Rodríguez, que trabajaba en las casas, otra función doméstica


Trabajaban en casas burguesas de las inmediaciones de su domicilio en la ciudadela. Aún no existían las fregonas y había que fregar los suelos de rodillas)


Limpiadora limpiando una alfombra en una casa burguesa en 1909. A su derecha la que parece la niña de la casa con su traje de asturiana y diversos enseres campesinos a manera de juguetes, así como muñecos que representan animales de la granja. Es posible que sea alguna fiesta:
"El trabajo a domicilio permite también subrayar una diferencia fundamental entre hombres y mujeres. Así como el tiempo de trabajo obrero masculino está claramente dividido entre tiempo de trabajo y tiempo libre, esta cesura temporal no existe para las mujeres que, cuando vuelven a casa, siguen realizando las mismas tareas pero para su propia familia. Las mujeres no pueden ocupar cotidianamente su tiempo libre como tiempo de ocio ya que deben dedicarlo a sus obligaciones domésticas y familiares, para las mujeres del Patio de Capua, no existe una distinción clara entre días laborables y festivos tal como las palabras de Tina evidencian: 
«No descansabes jamás, después de casáme, sábados y domingos no trabajaba. Teníalos pa hacer lo de casa. A lo mejor a diario me daben las tres de la mañana trabajando en casa».

Laura, vecina que trabajó en la fábrica de cristales, de la que se acuerdan las hermanas Pilar y Marina Rúa Martínez


Su edad y verla fumar era lo que más les llamó la atención en su momento:
"El tiempo de ocio transcurría para las mujeres en el interior del patio, charlando a la puerta de las casas, jugando a la lotería o escuchando la radio. Los varones acudían a los bares cercanos como el de Castañón (actualmente El Altillo) o el Deporte, en la calle del Marqués de Casa Valdés, a jugar la partida, y se agrupaban en peñas para organizar campeonatos de tute o mus. También estas peñas celebraban comidas o reuniones de socios. Los domingos solían acompañar a sus mujeres e hijos en el paseo o a los merenderos del Piles, disfrutando de un tiempo de ocio familiar"

Foto de mediados del siglo XX de una mujer de edad fumando en pipa


La Fábrica de Cristales en 1900


Olvido, una vecina que pudo jubilarse trabajando en dicha industria


Cocinera, en este caso en el bar El Deporte, que como hemos visto se encontraba en la cercana calle del Marqués de Casa Valdés y a muy escasos metros, poco más allá de El Altillo o bar de Castañón


Con diez años Tina Rodríguez trabajaba allí cocinando, limpiando y yendo de compras, la jornada era todo el día, de sol a sol, comiendo y cenando allí, cuando cobrara eran 25 pesetas al mes


Foto de una joven cocinera en 1937, además de los bares y restaurantes, que durante la Guerra Civil tuvieron un gran parón, cocinaban para particulares o para bodas cuando aún era costumbre celebrarlas en las casas, sobre todo las pudientes


Posteriormente, y según pasaba la posguerra, la hostelería recobró un gran auge que fue in crescendo durante las décadas del desarrollismo. La cercanía al centro y a la playa, los lugares más concurridos y comunicados, favorecieron este auge y la apertura de muchos negocios del ramo, por lo que todos los empleos con ellos relacionados fueron a más. Este cambio llegó también a las costumbres sociales de la ciudadela:
"Hacia los años cincuenta, algunas de las celebraciones familiares, como bodas y bautizos, que los vecinos del patio, como otros de clase obrera, habían celebrado tradicionalmente en casa, comenzaron a festejarse en merenderos, sidrerías y restaurantes. De este modo, estas celebraciones, que en los años anteriores habían contado con el concurso de los vecinos del patio, perdieron parte del sentido comunitario que tenían y se restringieron más al ámbito familiar. La invitación a comer fuera de casa significaba un desembolso monetario que no permitía extender la participación en ella a todos los vecinos de la ciudadela, por lo que algunas celebraciones fueron perdiendo su carácter comunitario para hacerse más privadas e íntimas, No sucedía así en el caso de los nacimientos, ya que casi hasta los años setenta del siglo XX la costumbre de dar a luz en casa era la más extendida entre los vecinos del patio, con lo cual la ayuda de las vecinas a la nueva madre y su bebé seguía dándose de la misma forma que en épocas anteriores. Lo mismo ocurría con los velatorios, que se celebraban en casa y en los que participaban todos los vecinos".

Memoria de otras dos cocineras de la ciudadela, una fue Carmen y otra Concha, viuda de fusilado por motivos políticos


Dos cocineras en Turón hacia 1955 sirven para recrear la escena. Mujeres y hombres llegaron a establecer diferentes redes de relación social diferenciadas por sexos. Ellos, además de la vecindad y el trabajo, iban a los chigres y tabernas, ellas no, pues aún no se aceptaba socialmente la presencia de mujeres en el bar, a no ser que trabajasen allí, como dueñas o empleadas:
"El tiempo de ocio diario transcurría para las mujeres en el interior del patio, charlando a la puerta de las casas, jugando a la lotería o escuchando la radio, mientras los varones salían a los bares cercanos a jugar la partida y se agrupaban en peñas para organizar comidas o reuniones de socios".

Y aquí, al fondo, como en el caso de los hombres, una relación de los oficios de las mujeres del patio. Recordemos que son registros censales y que prácticamente todas hubieron de trabajar fuera de casa, sino de manera oficial y con contrato, sí sin ningún documento laboral, que era lo común, cuando de forma continua como discontinua o eventual


Conforme muchas cosas cambiaban, otras permanecían inalterables, como la brecha social insalvable dentro de la misma manzana, y eso que se suponía que siempre hubo auspicios para que no fuese así


Se había intentado que la ciudadela fuese un puente entre clases sociales, pero si bien nunca hubo conflictividad social en la misma escala que los barrios obreros del sur o del oeste, tampoco existió interrelación efectiva y espontánea salvo casos tan puntuales como las relaciones meramente laborales de sirvientas y trabajadoras del hogar o, en los primeros años, el frente común de inquilinos y propietarios frente a los intentos de demolición


Si bien los vecinos de estos patios sí conocían mucho de quienes les rodeaban, incluyendo sus nombres, pues eran miembros de  familias notables de industriales, abogados, médicos, trabajadores altamente especializados y otros estamentos y personas célebres en toda la ciudad, ellos no conocían casi nada de los inquilinos de la ciudadela salvo, personalmente, de con quien tienen relación labora, y eso pese a que los tenían justo debajo y a la vista


En 1915, cuando ya hacía dos décadas que estaban trazadas todas las calles del ensanche, la calle Capua tenía iluminación y se había revalorizado por ser un puente entre los nuevos barrios del arenal, la playa y el centro, como lo era la ciudadela misma y toda la manzana. Fue entonces y por ello cuando se establecen notables médicos, reputados abogados con sus despachos, notarios como Alejandro García Mon y arquitectos de la talla del mencionado Mariano Marín o Manuel del Busto, aunque el carácter popular del barrio se mantendrá hasta la posguerra 


Esta que fue "la primera manzana del ensanche" se supone podría haber tenido, pese a la marcada división social imperante, un cierto sentimiento de identidad de barrio, pero su inmediatez al centro hizo que prontamente formase parte de él. El barrio más definido socialmente, y perfilado históricamente sobre el arenal, que lleva el significativo nombre de L'Arena, no empieza hasta unas calles más al este (calle La Playa), como hemos señalado en nuestro periplo caminero por El Muro


Vamos a meternos ahora en otro espacio expositivo dentro de una de las viviendas reconstruidas, el dedicado a sus propietarios, la evolución de la ciudadela y fotografías de antiguos vecinos y vecinas, junto con más testimonios personales y textos explicativos


En este caso los tabiques que separan las estancias siguen, incluyendo los vanos, la estructura original de los que había cuando esto era un domicilio. Fijémonos en las losas del suelo, que como hemos dicho colocaban los inquilinos sobre el suelo de ladrillo


El título, La Ciudadela de Celestino Solar 1877-1977. Es decir, desde que se inicia su construcción hasta que fallece la última inquilina. Cierto es que habría dos periodos más, uno el de la degeneración total del conjunto, hasta su clausura en 1987, y otro su recuperación y transformación en museo, que tal vez pueda ser una idea para completar tan magna iniciativa


El contexto, en un principio la idea de muchos propietarios era hacerse rentistas alquilando viviendas a las clases populares. Aquí se repasa la trayectoria de su fundador, Celestino González Solar, de su viuda Vicenta Faes Martínez y de su hermano y propietario Manuel, casado con su viuda. Este periodo acaba en 1945 con la venta de la ciudadela por parte de la última heredera, Celestina


Este espacio sería el de la pequeña sala, a los lados dos antiguos cuartos de dormir


Foto de época del patio pequeño con las casas de Ezcurdia detrás


Espacio dedicado a los propietarios de la ciudadela


Nos acercamos a estos planos, son las casas de aquellos primeros propietarios


Esta es la que hizo el fundador, Celestino González Solar, a su regreso de Cuba. Abajo su correspondiente placa informativa:


En 1879, un año antes de casarse con Vicenta Faes, Celestino González Solar solicitó licencia al Ayuntamiento para levantar un piso principal en su almacén del nº1 de la calle del Marqués de Casa Valdés. Un año después aparece documentada como Casa de Don Celestino y es posible que fuese la residencia familiar al menos hasta la muerte de Celestino en 1882


Y esta es la que hizo su hermano, Manuel González Solar, en 1884 en la cercana calle Rectoría, tras casarse con su viuda Vicenta (su cuñada por tanto) y a donde fue a vivir con ella y sus hijas (sus sobrinas). Aquí nacieron las dos niñas de él y de Vicenta, Ángeles y Dolores


Es con la muerte de Celestino Solar cuando empezaría el distanciamiento entre la familia fundadora y los inquilinos de los patios de Capua, que ya no pasarían a cobrar personalmente por las casas sino que aparecería para ello la figura del administrador, el cual continuaría con el cambio de propiedad de 1945 y continuaría hasta 1958, cuando por intereses especulativos un nuevo dueño apostó por no cobrar las rentas para dejar que la ciudadela se desmoronase aposta forzando la marcha de la gente


Las casas familiares son un ejemplo del ascenso social de la familia del fundador entre finales del siglo XIX y principios del XX


Posteriormente, en 1889, Manuel González Solar, afianzado y aupado económicamente construye un hotel en la muy próxima calle Uría, ejemplo por excelencia de calle burguesa en el ensanche. He aquí su foto y planos


Diversificando negocios, no solamente los inmobiliarios, también las pujantes empresas de transportes urbanos (tranvía) la Azucarera de Veriña, de la que hablaremos al llegar a la parroquia gijonesa de Puao y este hotel, abierto cuando la ciudad, creciente, se consolidaba como destino turístico con su playa y balnearios


Un texto, a pie de foto, escrito a mano, nos informa brevemente de sus antiguos propietarios con motivo de la fecha de su derribo


El hotel con la larga verja, sobre murete, del jardín. La calle Uría fue una de las especialmente afectadas por el desarrollismo de los años 60 del siglo XX que se llevó por delante una cantidad ingente de edificios históricos, tal que este


El proyecto del hotel, firmado por el maestro de obras Pedro Cabal. Los maestros de obras fueron fundamentales en el desarrollo urbanístico de las ciudades y su papel lo estudia soberbiamente el gran erudito historiador y geógrafo Héctor Blanco González en su libro Arquitectura sin arquitectos en Asturias, maestros de obras y otros autores (1800-1935)., en el que restituye su memoria, a veces menospreciada al no tener el título oficial de arquitectura pero siendo capaces de acometer obras de gran relevancia, como lo fue esta


Este edificio, por su parte, es del año 1887, construido por la viuda de Celestino, Vicenta Faes, continuando la labor comenzada por su esposo y que proseguiría con su cuñado y nuevo marido, Manuel


La familia llegó así a contar con nada menos que once solares en la manzana del Martillo de Capua


Planos de algunas de las propiedades de los González Solar en las calles de dicha manzana


Arriba una de las casas de la ciudadela, con una sola ventana, como fueron al principio. Abajo, la casa del nº1 de la calle Marqués de Casa Valdés y muro de cierre de la ciudadela


Arriba, fachada y edificios mandados hacer por Manuel González Valdés en los números 13 y 17 de la calle Capua, los que vimos a ambos lados del portón de la ciudadela. Abajo el portón, que también auspició él, en medio de la planta baja de ambos edificios. A la derecha estaba el bar de Castañón, luego El Altillo



La evolución de la ciudadela, su construcción, la construcción de un muro de protección en 1880, el abrir en las casas una lucera para evitar el desalojo, la carencia de agua entre 1880 y 1954, la instalación de retretes comunitarios y la construcción de nuevas casas burguesas alrededor, quedando la ciudadela en medio de un patio


Los vecinos de la ciudadela. Sigamos fijándonos en el suelo enlosado


Varias fotografías de vecinos y vecinas de la ciudadela, cuatro de ellas en el patio grande y una en la playa


Arriba, en el muro del patio grande, abajo enfrente de las casas



Alquilando sillas en la playa, al fondo vemos la Pescadería Municipal, con el edificio cúbico de Ayuntamiento a su derecha y más a la derecha aún los árboles del Campo Valdés


Las relaciones de ateneos y fundaciones con industriales y promotores inmobiliarios que los patrocinaban, o incluso dirigían y creaban, favorecía este paso de trabajadores de unas actividades a otras según la temporada


Mujeres y niños a la puerta de una de las casas del patio grande



La mirada desde fuera, imágenes del fotógrafo aficionado Gonzalo del Campo y del Castillo (1896-1980), quien captó, con una clara conciencia de documentar los cambios urbanísticos, las imágenes de unos lugares de la ciudad que, acabando los años 1960, empezaban a desaparecer


Cuando tomó sus imágenes, los enclaves primigenios de residencia obrera desaparecían definitivamente del ensanche y las ciudadelas que aún quedaban en pie eran sustituidas por enormes bloques de pisos. Esta manzana se conservó milagrosamente en gran parte. He aquí una instantánea del patio pequeño


Tanto su mirada como sus comentarios denunciaban las condiciones de vida de sus habitantes y su anacronismo en una ciudad que pretendía ser moderna, con la especulación urbanística en marcha. Esta foto es también del patio pequeño, aquí ya en completa ruina. Hagámonos una idea que cómo afectó la falta de mantenimiento desde 1958


La casa tapón a la entrada de la ciudadela o, como dice el texto escrito a mano, "las dos ciudadelas de Celestino Solar", el patio grande a la izquierda y el patio pequeño a la derecha. Observemos arriba en la fachada la placa con el nombre-. Es lo que hemos visto, rehabilitadas sus ruinas, llegando por el callejón de la calle Capua


Paso de la casa tapón al patio grande, el de la izquierda, tal y como hemos hecho nosotros


El patio grande, con las casas de las que solamente veíamos muros medianeros


Ciudadela en la calle Marqués de Casa Valdés. El texto lo compara con las casas y campos del Puente Viñao, entonces zona rural al sur del ensanche, en Viesques y paso a Viñao, parroquia de Castiello


Los vecinos conservan pocas fotos, casi todas hechas a partir de la década de los sesenta del siglo XX. Dado que una cámara fotográfica era un objeto de lujo al alcance de muy pocos, así como una fotografía un bien muy preciado, son documentos únicos


Las condiciones de vida imperantes tampoco solían gustar de exponer demasiado, las fotos solían hacerlas gentes de la misma ciudadela a sus vecinos y familiares o algún visitante de mucha confianza


Esta es la historia de Heraclia, burgalesa que llegó a la ciudadela en 1920 con su familia, marido y cuatro hijos, trabajando en el servicio doméstico. Luego, al enviudar, acogió huéspedes en su casa, otra ocupación de residentes en la ciudadela pues, pese a la pequeñez de las casas, no fueron ajenas a la aparición de los realquilados


Heraclia abandonó el patio en 1972 y murió cinco años después en casa de uno de sus hijos. Aquí vemos a una de sus hijas, Sara, la menor, nacida en la ciudadela y donde siguió viviendo hasta 1945, poco después de casada


Fue a clases de costura a un taller cercano y trabajó como modista. Como hemos dicho de la gente, uno de los oficios que solían favorecer, pasado el tiempo, irse a residir a otro lugar


Arriba, en la foto, haciendo colchones, una de las ocupaciones más comunes de ver en el patio grande


Si son escasas las fotos en la ciudadela por los motivos antes reseñados, las hechas en color son muy raras. Estas son polaroids de mediados de la década de 1960 y "proporcionan una imagen más viva y "real" de la cotidianeidad de estos patios". Más abajo, más retratos en blanco y negro:




La memoria habitada, recuerdos, testimonios y audiovisuales, otro lugar para leer, detenerse, y reflexionar:


Entrevistas a antiguos inquilinos


A por el pan a Ruiz Gómez y a por agua a la fuente de San Agustín


El contraste social nada más salir a la calle


La ciudadela antes y después de la Guerra Civil


Testimonios no pocas veces desgarradores pero que se cuentan como lo cotidiano en aquellos días...




Y aún así, era la única manera de subsistencia y estas ciudadelas y patios, a falta de otra posibilidad, era la única manera de que las clases trabajadoras más humildes, sobre todo los obreros no especializados, los jornaleros que se decía antaño, tuviesen acceso a techo para ellos y sus familias


Esta historia del pasado puede ser sin duda una lección para el futuro cuando, vendido como una pretendida modernidad y falso concepto de "igualdad de oportunidades", "emprender", "empezar de cero", se pretende una vuelta más o menos disimulada a un esquema de valores sociales y laborales que se pensaba habían quedado superados


Mismamente, aunque adaptadas a los nuevos tiempos pero muy similares a estas, se están volviendo a construir ciudadelas, a veces con otro nombre más adecuado y rimbombante, pero otras empleándolo sin tapujos, en algunos lugares


En otros casos, también camuflados con términos tecnicistas, muchas veces extraídos del inglés para darle ese pretendido aire de modernidad, renacen ideas antiguas prácticamente desechadas como "compartir casa", "realquilados", "compartir servicios", etc., además por supuesto, de un regreso a los espacios habitables mínimos dados los estrambóticos precios del alquiler en muchas poblaciones


Es muy posible, por tanto, que tal vez por esos motivos cíclicos que tiene la historia, ciertas mentalidades, que pueden arraigar fácilmente a base de ser repetidas, nos retrotraigan a momentos que creíamos felizmente superados no hace tanto, incluyendo las relaciones sociales entre gremios, estamentos o grupos humanos 


Para eso, y para ver lo difícil, duro y arduo que es conseguir mejoras pero a la vez lo fácil que es perderlas, fomentándolo incluso con agradables palabras, neologismos y términos en boga, no está demás conocer el Museo de la Ciudadela de Capua


Entramos pues, para ello también, en esta casa modelo que no es nada difícil que nos suene por su pequeñez a algunas nuevas promociones de casas en la actualidad, si bien sin duda con unos cuartos y compartimentos algo diferente en cuanto a su disposición


Primeramente un pasillo nos lleva hasta la cocina, pasillo ya estrecho de por sí y que se vuelve aún más con esta alacena, que no deja de ser a la vez un cierto "guardián" de paso a visitas ocasionales, una especie de límite de "no pasar más allá" hasta no ser invitado, cuando se ha creado confianza


De ahí viene la expresión "hasta la cocina" cuando existe esa confianza y se permite al visitante pasar al interior de la casa, incluso al lugar "donde se cuece todo", y nunca mejor dicho


Por ello vamos a pasar primeramente hacia la sala, exigua, que hacía las veces de pequeño comedor y de lugar para recibir a las visitas. A los lados hay dos dormitorios, recordemos que el retrete está afuera y los baños son inexistentes. El aseo se realizaba en la cocina, espacio con algo de luz natural, como hemos dicho, proporcionada por la puerta de entrada, pero a la vez con bastante intimidad


Unos pocos cuadros, familiares y de temática religiosa, podían colgar de las paredes. En la mesa, el libro de visitas. Los artesanos, carpinteros, modistas, etc., cuando no en la calle, tendrían aquí el taller, con sus enseres, herramientas, maquinaria, género y materiales, según el caso, con lo que se restringía aún más el espacio residencial disponible. Aquí había además una ventana que proporcionaba luz natural


Un mueble con platos y otros utensilios domésticos solía tener su espacio en la sala. De todas maneras, la falta de espacio contribuía, como dice Nuria Vila Álvarez, a que las funciones de cada una de las piezas de la casa no estuviesen bien definidas


Afuera, la parte superior de la puerta de entrada era acristalada, lo que también permitía la entrada de luz natural al interior, especialmente necesaria a la cocina, uno de los espacios ciegos de la vivienda, sin ventanas, como vamos a ver


Uno de los dormitorios, el cuartu dormir, al que se accede desde la sala


Este sería el del matrimonio joven, según un esquema que podría variar según número de residentes en cada casa y sus necesidades de aprovechar al máximo este mínimo espacio. También en el caso de viudas que vivían solas era un posible cuarto para los realquilados, que podían ser residentes eventuales, mozos solteros, obreros temporeros, residentes ocasionales, etc.


En esta habitación, si tenían hijos pequeños, la cuna se dispone al lado de la cama matrimonial, también especialmente reducida dadas las necesidades de espacio


Una percha de pared era uno de los enseres más necesarios y comunes


No solía gustarse de paredes desnudas y normalmente solía colgarse algún cuadro sencillo o estampa


Una mesita de noche es uno de los muebles necesarios que no suelen faltar


Desde la sala, pasamos al otro dormitorio, al lado de la alacena, podía ser el de los padres, el matrimonio mayor, o hijos ya algo grandes, realquilados, etc.


Pantuflas para pisar descalzos preservando el suelo de madera


Retrato matrimonial de encargo fotográfico, una costumbre común tanto a casas obreras como burguesas e incluso cortesanas y aristocráticas


Y otra cama matrimonial, según este tamaño, tanto en metros cuadrados de especio (unos 30) como en cúbicos de aire respirable ya se considera que se ha pasado, con cuatro residentes en cada casa, a una situación de verdadero hacinamiento


Entre 1900 y 1960 la media de personas que habitaban cada vivienda, según el censo, era de entre dos a cinco personas, pero se daban el caso de más, incluso de once miembros de una misma familia, pero no era lo habitual


Las casas de solo dos personas solían ser de matrimonios mayores de cincuenta años cuyos hijos ya se habían ido a vivir a otro lugar, o también mujeres solteras o viudas que la comparten con un hijo o familiar


Las de entre tres a cinco personas suelen ser las de matrimonios jóvenes de veinte a treinta años) con hijos pequeños. En un censo de 1900 aparece una vivienda habitada por siete personas. De todas maneras será entre 1910 y 1920 cuando se dieron las mayores cifras de ocupación por casa en la ciudadela. Explica al respecto Nuria Vila Álvarez lo siguiente:
"En 1910 cinco de las 23 casas que componían el total estaban habitadas por siete, ocho y nueve vecinos.. Se trataba en todos los casos de matrimonios de edad intermedia (entre 30 y 45 años) con hijos pequeños (de entre 12 años y unos meses). Los cabezas de familia eran jornaleros en tres de los cinco casos, además de un barbero y un guardia municipal; sólo una de las mujeres declara su profesión como cigarrera, y el resto se definen como amas de casa. Ninguna de estas familias está registrada en el censo de 1920, donde la media de habitantes por casa se sitúa en el parámetro general de cinco miembros y únicamente aparece una casa habitada por diez personas (recién llegados a Gijón procedentes de León y que ya no se registran en el censo siguiente.

Todos estos casos de hacinamiento presentan unos índices de permanencia bajos (como máximo serán cinco años, que es el período entre un censo y otro). Se trata de situaciones coyunturales de emigrantes (dos de los casos expuestos) o jornaleros (con una prole numerosa) a los que una coyuntura laboral desfavorable obliga a recurrir a este alojamiento como solución provisional. El año 1930 ofrece el de mayor número de vecinos totales de la ciudadela (107); en este caso el máximo número de habitantes por casa es de siete (sólo en dos viviendas de las 23 totales)." 


Durante los años de la posguerra y su completa miseria, más en un territorio que se consideraba "del bando perdedor", la necesidad era tal que muchas personas que se habían ido a nuevas casas fuera de la ciudadela hubieron de volver a establecerse con sus familiares que se habían quedado o como realquilados en casas de conocidos:
"Fue durante los años cuarenta cuando apareció en los padrones de población la figura de los realquilados, y también niños huérfanos que eran "recogidos" (y con este término se reflejan en los censos de población) por algún pariente lejano o amigo de la familia. El alquiler de cuartos a personas ajenas al núcleo familiar era una forma nada desdeñable, en aquellos tiempos, de aumentar los ingresos de la casa, y para muchas personas la manera de encontrar un espacio donde vivir. La inexistencia de contratos de alquiler generalizados permitía todo este tipo de figuras, realquilados, huéspedes, posaderos, hombres solos en los dos últimos casos que acudían desde sus lugares de origen a trabajar a Gijón o que abandonaban sus propias casas, superpobladas, tras los matrimonios de alguno de sus hermanos, por ejemplo. Los realquilados eran casis siempre familias, matrimonios jóvenes, mujeres viudas y mujeres solteras con hijos"

Un armario para la ropa. Las puertas con su cristalera de la parte superior proporcionaba también luz del exterior a estas habitaciones sin ventanas


Desde la ventana de la sala podía verse el exterior, siendo común asomarse a ella, como a la puerta, para ver el patio y su ambiente, entablando conversaciones con quien pasase. No obstante, también desde fuera podía verse la sala, por lo que funciones como el lavarse integralmente se hacían en la cocina, además, no menos importante, de ser el lugar donde se calentaba el agua 


A la falta de ventilación y de iluminación contribuía mucho el que la puerta de entrada estuviese en un extremo de la casa, lo que dificultaba enormemente la circulación del aire


Pasamos pues ahora a la cocina, volvamos a observar los enlosados, parte de las medidas aplicadas por los inquilinos para extremar la higiene en la zona donde se cocinaba y se almacenaban y manipulaban los alimentos, además de la destinada a la higiene familiar, a salvo de miradas indiscretas y con la cocina de carbón al lado para calentar el agua


Una pequeña mesa auxiliar servía para muchas cosas, posar cacharos de cocina, paños, alimentos, etc. y su manipulación, incluso para comer una persona


Luego va la cocina de carbón que en parte podría incluso manipularse estando sentados


Una alacena más, esta de pared, con cubiertos, jarras, vasos, un molinillo de café, un porrón de vino, etc. Las industrias locales, en las que trabajaban no pocos vecinos y también algunas vecinas, como hemos visto, fabricaban buena parte de ellos


Abajo a la izquierda, el palanganero con su palangana o palancana, usual en todas las viviendas a falta de lavabo-lavamanos, al igual que el barreño para el baño. Enfrente en la pared estantes con potes u ollas, tarteres o cazuelas, cazos, sartenes, hervidores de leche, tablas, botes de alimentos y/o ingredientes, aceite, sartenes colgando, etc.,etc.,etc.


Lecheras, coladores, garcillas, espumaderas, morteros, una chocolatera... todo dependía de la disponibilidad de cada casa


Aceite de oliva, que era el usual en aquellos tiempos, que en nuestros días ha pasado a ser casi producto de lujo. Una vez más ¡lo que cambian los tiempos!


La cocina de carbón y, a su izquierda, la carbonera que hacía las veces de diminuto trastero si se podía, hueco tapado con paños y alguna tela


Y aquí, el calderu o cubo del carbón


La paleta para echarlo en la cocina, metida en su hueco


Al lado y contra la pared, la mesa auxiliar


La otra pared, con los calderos, indispensables para ir a por agua a las fuentes de los alrededores entre 1880 y 1954, cuando la ciudadela careció de suministro propio al clausurarse su pozo insalubre y hasta que no se dispuso de fuente propia en una fecha extraordinariamente tardía


El espacio, aprovechado al máximo, arriba, otro estante con cacharros


Abajo, en un pequeño hueco libre, la palangana y el palanganero ya citados


Y aquí el fregadero, de piedra, con la tabla de lavar, únicamente alguna prenda menuda, pues para hacerlo bien y aclararlo había que ir a los lavaderos, algunos un tanto alejados, como hemos visto, por lo que se aprovechaba para secarla en los prados colindantes a los mismos y traerla ya seca y pesando menos:
"Las ropas de uso diario eran pocas, por lo que, a la vuelta del trabajo, las mujeres debían de ocuparse de lavar la ropa del marido y los niños para que al día siguiente la pudiesen utilizar. Debido al lluvioso clima asturiano, algunos vecinos de la ciudadela cuentan que se veían obligados a permanecer en casa sin salir esperando que secase la ropa porque no tenían muda"

En otros casos había que llevarla a la cuerda del tendal del patio grande, ya que este patio pequeño carecía de espacio para ello. La especialista en Historia del Arte Natalia Tielve García explica la coyuntura de la aparición y duración prolongada en el tiempo de esta ciudadela en la página Patrimoniu Industrial:
"La ciudadela de Celestino Solar es un revelador testimonio de la importancia que este tipo de infravivienda llegó a tener en la ciudad de Gijón, donde han llegado a documentarse más de doscientos alojamientos que respondiendo a estos esquemas fueron levantados entre los últimos años del siglo XIX y la segunda mitad siglo XX. 
Los reducidos salarios, la inestabilidad laboral y la escasa oferta de alojamientos están detrás de la aparición de esta tipología residencial que, destinada preferentemente a obreros, se levantaba en los patios de manzana de las zonas de ensanche, quedando oculta a la vista de todos desde la vía pública. En un espacio exiguo, las ciudadelas agolpaban alojamientos extremadamente humildes, agrupados en batería, elevados a una sola altura, construidos en mampostería y con tabiques de ladrillo, que compartían los servicios higiénicos y que contaban con una reducida superficie, a lo sumo 40 metros cuadrados. Su distribución interna era muy sencilla: por lo general constaban de un pasillo entorno al cual se disponían cuatro cuartos – cocina, dos dormitorios y sala – dos de los cuales eran exteriores y otros dos ciegos. Las casas eran ocupadas en régimen de alquiler. 
El número de viviendas con las que las ciudadelas contaban oscilaba entre dos y la veintena. En concreto, la de Celestino Solar, también conocida como ciudadela de Capua, comprendía veinticuatro casas que fueron habitadas entre los años 1877 y 1975. Construida en el centro de la manzana limitada por las calles Ezcurdia, Capua y Eladio Carreño, estaba organizada en tres baterías de viviendas y dos patios. El acceso al recinto se efectuaba a través de un angosto callejón, desde Capua, encubriendo su vergonzante presencia a quienes transitaban por la calle principal. Junto a las casas fueron instalados cuatro retretes, un lavadero y un pozo, las únicas dotaciones básicas dispuestas en la ciudadela y que debían compartir sus moradores, un promedio de cien. 
Recuperada como espacio musealizado, dependiente en su gestión del Museo del Ferrocarril de Asturias, en la ciudadela de Celestino Solar es posible observar hoy día las trazas de alguno de los alojamientos."

Otro excelente resumen de lo que podemos ver en esta ciudadela y como lo transmite un visitante, entre asombrado e impactado, la encontramos en El rincón de Sele.com:
"Si uno camina por la calle Capua de Gijón percibirá fachadas señoriales, comercios con encanto y el aroma a salitre de la playa de San Lorenzo. Pero pocos saben, incluso entre los propios locales, que dentro de una de las zonas nobles de la villa asturiana se esconde un gran secreto. Porque, sin darnos apenas cuenta, nada más traspasar un arco de piedra y caminar por un callejón vacío en el número 15, podemos realizar un viaje en el tiempo. En concreto a los últimos años del siglo XIX y algo más de la mitad del XX. En la conocida como Ciudadela de Celestino Solar se conserva uno de los últimos resquicios gijoneses de un paradigma urbano que marcó un periodo álgido de industrialización donde la clase obrera, creciente en número y menguada en recursos, vivía en patios traseros con infraviviendas tan diminutas que parecían casi de juguete. Eran como aldeas independientes en la gran ciudad, modestísimas soluciones habitacionales escondidas de todo y de todos bajo el paraguas de su propia personalidad, su propio ritmo y una reglas las cuales sus vecinos compartían sin fisuras en un mismo marco social y un profundo sentimiento de pertenencia."

Las palabras empleadas para la Ciudadela de Capua o de Celestino solar nos ofrecen esa necesaria reflexión que nos da toda una enseñanza cara al futuro:
"Visitar la ciudadela de Celestino Solar en Gijón es viajar al tiempo del trabajo, a esas jornadas maratonianas que requerían las fábricas, familias numerosas apiñadas en poco espacio y camas calientes sin ventilar. Al borboteo de cazuelas, máquinas de coser a media luz y conversaciones a la fresca en un espacio vital, social e igualitario donde las duras condiciones para ganarse el jornal se esgrimían puerta a puerta del viejo patio de Capua que ahora sobrevive como el museo de una vida que para muchos no queda demasiado lejos."

Según pasamos, nos encontramos con detalles en cada momento, incluso cada más oculto rincón tiene algo que contar en estas pequeñísimas moradas obreras


Y al salir afuera, volvemos a darnos cuenta y reparar en el contraste de hábitats, relaciones y estatus sociales y culturales entre vecinos de una misma manzana:
"Peones de obra, cocheros, mineros, barberos y jornaleros en las fábricas. Cigarreras, sastras, sirvientas, cocineras, vendedoras ambulantes, o pescaderas. Pordioseros y pordioseras que pedían limosnas en las puertas de las iglesias y los mercados. Gente pobre de solemnidad que vivía en unas condiciones deprimentes en las traseras de algunas calles y avenidas donde en cambio a simple vista relucían edificios de la burguesía. Estos patios de atrás, ocultos como el que barre por debajo del sofá y a los que se accedía por estrechos callejones, fue un modo de urbanismo residencial nacido en la Inglaterra de la Revolución Industrial. Allí los miembros de las clases menos pudientes habitaban hileras de casas de una planta y alrededor de treinta metros cuadrados donde fuera se compartía un espacio común así como un solo retrete en el mejor de los casos. Este modelo, que en Gijón llegó a replicarse a lo largo y ancho de la ciudad, se le conoce como ciudadela."

Un lugar que por no tener no tenía de agua, suprimido su pozo por insalubridad y demolido el lavadero de Capua, algo tan simple como ir a por el líquido vital constituía toda una odisea a repetir varias veces al día y hacer la colada toda una epopeya, tal y como pudimos comprobar


A la vez, con aquellas terribles jornadas laborales, cierto es que gran parte de la vecindad del patio apenas estaba aquí que para dormir, el resto del día lo pasaba trabajando. A las mujeres además, al menos hasta los últimos tiempos, aún les aguardaba el trabajo del hogar al llegar a casa, esto es, una nueva jornada laboral comenzaba de nuevo para ellas


Por eso, cuando cada cierto tiempo se nos endulzan las situaciones de precariedad, inestabilidad, inseguridad laboral y social con frases aparentemente maravillosas y neologismos, pensamos que no hemos de olvidar, independientemente de nuestras creencias, ideas e ideologías, la enseñanza que nos ofrece esta Ciudadela de Capua, la Ciudadela de Celestino Solar, un episodio del pasado que puede ser nuestra lección no ya para el futuro, sino ya, para el mismo presente cotidiano


Ya hemos dado pues toda la vuelta al circuito que nos promete conocer, de primera mano, la ciudadela y todo su contexto histórico. Volvemos a llegar a la casa tapón y seguimos la flecha roja de la salida


El callejón de Capua, que ha sido provisto de iluminación dada su umbría a cualquier hora del día, nos envía de nuevo a la calle


Tras haber conocido y ahondado más del tema, los dibujos de Neto adquieren para nosotros una nueva dimensión, nos hemos metido en la intimidad de las gentes que aquí habitaron, en su concepción de valores y en la dureza de su vida y condiciones. El Museo de la Ciudadela de Capua lo ha conseguido


Las recreaciones pictóricas de las casas y los patios se hacen mucho más fáciles de interpretar tras esta amena e inolvidable visita. Hemos vivido unos intensos motivos aquí, nos hemos impregnado de toda una época, o épocas, pues es todo un siglo de historia y, de alguna manera, hemos sido vecinos, durante unos instantes, de la Ciudadela de Celestino Solar


Y, de la misma manera que Neto nos da la bienvenida al entrar al callejón con sus dibujos, también se despiden de nosotros al salir. Una frase de Nuria Vila Álvarez, no en su libro sino en una entrevista para la periodista Begoña Natal Toribio en SER Gijón, puede poner colofón a este recorrido de vivencias, historias y emociones:
"No es una historia de hace mucho, en la Ciudadela hubo televisión y vieron el Un, dos, tres"

Pasamos de nuevo bajo el arco de Manuel González Solar, el hermano de Celestino y regresamos a la calle Capua

Poco nos separa, es cierto, en términos históricos de los años de la ciudadela. Coincidiendo con sus años finales y completa decadencia, y hasta su recuperación, afuera, la calle Capua fue, durante las dos últimas décadas del siglo XX y hasta principios del XXI, una de las calles de copas por excelencia de la ciudad, que en parte sigue manteniendo con algunos establecimientos hosteleros punteros, antes pubs, bares de copas y algunas discotecas

Pero la historia siempre aflora acá y allá, en el número 5 de la calle de Capua, por ejemplo, estuvo una de las tiendas que, sustituyendo a partir de 1908 a una taberna anterior, suministraban a los habitantes del barrio, muchas veces fiando, como era tradición, y apuntando en una libreta hasta que cobrasen su sueldo o jornal, a la vez que desaparecían las de la calle de Ezcurdia


A la izquierda, volvemos a pasar junto a la Plaza de Romualdo Alvargonzález, donde había otra ciudadela, en torno al Patio del Rebeco, todo un corpus de patios obreros del que el de la Ciudadela de Capua o de Celestino Solar es  su último exponente en este ensanche


Salimos al Paseo del Muro de San Lorenzo, retomando nuestro recorrido por esta gran travesía marítima gijonesa. A nuestra izquierda vemos la hamburguesería La Escalerona, sucesora directa de la de Los Vikingos, que estaba unos metros más adelante, pequeño gran establecimiento, uno de los primeros de comida rápida de la ciudad, fundado en 1972 por el matrimonio de Macario Romero Pérez y Ángeles Herrero Cuñado, y que tiene hoy día continuidad con sus hijos Ángeles, Eduardo, María del Carmen y Macario


Tras cerrar durante la crisis de covid, abrieron este nuevo local posteriormente a escasos metros del original. Con motivo de su apertura, Susada D. Tejedor publica en El Comercio del 24-5-2021 la historia de esta saga hostelera:
"Cuando Macario Romero Pérez dejó su Aranda de Duero natal para trasladarse a Madrid poco podía imaginarse que Gijón sería su ciudad para siempre y la de toda su familia. Tiempo después, con 81 años, jubilado y rodeado de sus hijos, asegura que se siente «muy orgulloso» de todo lo que ha conseguido, a pesar de que el camino no fue fácil y de que en sus planes de futuro no entraba que su prole siguiera sus pasos. 
Lo dice ante la hamburguesería La Escalerona, y una vez que ha visto cómo su anterior proyecto profesional, Los Vikingos, todo un emblema en la ciudad, ha tenido que echar el cierre. «No hemos podido soportar la presión de la pandemia». 
Casi medio siglo ha transcurrido desde que una iniciativa exportada de la capital aterrizó en Gijón. «Fue el 18 de mayo de 1972 cuando abrí Los Vikingos, un local de unos 18 metros cuadrados en el Muro, en el que se vendían perritos calientes y hamburguesas», recuerda Macario Romero, padre. 
Él trabajaba en un local de Madrid, en Callao, Los Bravos, en el que se servían estos menús. Dos gijoneses vinculados a la construcción acudían con frecuencia y le propusieron trasladar la idea a Gijón. «Ni mi mujer ni yo conocíamos esta ciudad, ya teníamos dos hijos, un pisito en Madrid y un coche 850». Pero se lanzaron. Entonces nació Los Vikingos, que convivió un tiempo con un negocio similar en la avenida de la Constitución. «Abrimos el mismo año, seis meses después y en 1986 lo cerramos definitivamente», pero ese mismo año, el actual negocio, La Escalerona, llegó para quedarse y espera que se mantenga hasta que llegue la jubilación de los hijos y yerno, que son quienes regentan el negocio. Porque ese orgullo al que se refiere continuamente Macario no es solo el éxito profesional. 
Todos sus hijos se han vinculado a la hamburguesería. Eduardo, Macario, Ángeles y su marido, Andrés; también lo estuvo en su momento la otra hermana, Carmen, pero hace un tiempo que encauzó su vida profesional por otro camino. Y por supuesto, la matriarca, Ángeles, ya fallecida. Imposible calcular el número de hamburguesas y perritos calientes que se han despachado en todos estos años, como imposible saber cuántas personas lo conocen. Lo cierto es que quien pasa, repite. ¿El éxito? «La calidad de los productos y unos buenos precios». E indudablemente, la simpatía, porque todos cuantos se han puesto ante la barra han tenido claro que una sonrisa es el mejor ingrediente en cualquier menú. 
Lo que nació como una pequeña apuesta ha permitido que todos sus hijos «estén situados». Varias generaciones conocieron este local. «Por aquí vinieron personas de todas las edades y muchas que ya acudieron con sus nietos». Continuó el mismo menú de siempre, perritos y hamburguesas, aunque se fueron introduciendo nuevos ingredientes como bacon, queso, lomo. Las salsas, las de toda la vida: tomate natural, mostaza, tabasco y ketchup. 
Muchos ciudadanos y muchos personajes públicos. «Nos avisaron que Manu Carrasco nos dedicó una canción. Había estado aquí y quedó encantado». 
La plantilla del Sporting es otro de sus clientes, políticos, cantantes y actores que han venido a actuar a nuestro teatro. «Muchas veces conoces a la gente por lo que come». 
¿Anécdotas? Innumerables. «Tuvimos una boda china. Se nos presentaron unos 20 y se metieron a comer. Los novios iban vestidos con los trajes nupciales». 
No fue la única boda. En otra ocasión una pareja decidió celebrar su enlace solos pero en el local. Charangas, tunas y hasta un caballo se pasó a conocer las bondades del lugar. No pudieron atender a un hombre con escasa visión se puso a pedir un cubata ante el espejo del local. Sobre todo, porque nunca se ha servido alcohol, salvo cerveza. 
Confiesan que el cierre de Los Vikingos les produce «mucha nostalgia y tristeza», pero afrontan una nueva etapa con La Escalerona, idéntico al anterior, con los mismos menús, el mismo personal, los mismos aromas, la misma acera (apenas a unos metros uno del otro) pero más espacioso.».
A su lado está Cafetal Cofee y, a continuación, a su derecha, Tablas Surf Shop, veterana tienda surfista, fundada en 1979, una de las que abren sus puertas en El Muro y ante la playa, ofreciendo cursos y asesoramiento. Luego es Cantora Copas, célebre por sus concursos de karaoke y las canciones y bailes con La Terremoto de Xixón y El Don Juan de Xixón 


Luego, en la esquina con la calle Jovellanos, otro lugar de buenas comidas, La Cuchara de Mario, donde antes estuvo Quique con El Mesón del Mar. A Mario le dedica el experto historiador y gastrónomo Luis Antonio Alías su glosa culinaria en El Comercio del 18-1-2021, cuando su restaurante estaba en Somió:
"Mario abrió hace una década su primer comedor, La Marmita, en la calle Begoña, donde convocó y convenció a pesar que en el 2009 ya nos dábamos cuenta que íbamos para pobres y mañana más. La crisis, quiebro vuelto crónico, dio empuje a muchas marmitas pequeñas, manejables, renovadoras y vanguardistas que, en este caso concreto, duró varios años y satisfizo paladares exigentes sumando minutas módicas.
Y en eso sigue, tras trasladarse del centro de Gijón a la entrada de Somió. Él se lo guisa y nosotros nos lo comemos, igual que niños pizzas telefónicas o hamburguesas en serie, sólo que lo suyo pasa por tomate con burrata y kalamata, puerros gratinados con migas, albóndigas de merluza y zamburiñas, lasaña de centollo, bacalao al ajo arriero, patatas rellenas de rabo guisado, tortilla de bacalao al ajo arriero, lomo de bacalao a la riojana, albóndigas de contenidos sorprendentes y meditados, bravas versus chistorra y, además, si deseamos combinar últimas tendencias y permanencias, la cuchara, sujeto y objeto directo, provee de garbanzos con bacalao y espinacas, pulpín con patatinas, suquet marinero, fabada asturiana, pote asturiano (guisos que marcan los días de la semana), sin olvidarnos del entrecot de vaca o las chuletillas de lechazo a la parrilla, el jabalí guisado o el lechazo asado. 
Preparar y servir lo citado constituye, no únicamente el trabajo, también la razón de ser de quien nació gijonés y tuvo en su padre, un cocinero de afición y entusiasmo exclusivamente volcado en la familia, maestro y guía que, tras comunicarle Mario su decisión de convertir en profesión la motivación, le dijo que primero estudiara la ciencia y la técnica que un profesional debe dominar. 
Y formó parte de la primera (y muy lucida) promoción de la escuela de hostelería del Campo de San Francisco. «Posteriormente dirigí cocinas en La Venta las Ranas, el Cantábrico, el Gaucho Fierro, el Club de Tenis y, refugio, taller, estudio y laboratorio personal, la Marmita». Y comenta que «dado que no hay marmita sin cuchara, el nuevo espacio propio, guiado por la memoria de mi padre, inspiración y apoyo que evoco diariamente, me sumerge en sufrimiento y diversión, incertidumbre y pasión, también insomnios y satisfacciones, como todo lo que se ama, por eso, dado que me causa sentimientos tan profundos, espero sea mi lugar definitivo», señala."

Los altos bloques de pisos se levantan emulando rascacielos sobre el Paseo del Muro de San Lorenzo. Hemos llegado a un lugar fundamental en nuestro periplo caminero gijonés: Los Jardines del Náutico y La Escalerona



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