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miércoles, 21 de febrero de 2024

LAS FLORES DE VARSOVIA EN LA PEQUEÑA LONDRES (GIJÓN/XIXÓN, ASTURIAS) "LAS COCTELERÍAS DE JAMES BOND", LA TORRE DE LOS JOVE HEVIA CON LA TIENDA DE "MARICA LA GALLEGA", "EL CUÉLEBRE DE SAN LLORIENZO" Y LA PESCADERÍA MUNICIPAL

 

El Varsovia

Este es el famoso Edificio Varsovia, o del Varsovia, así llamado por un célebre establecimiento de hostelería existente en sus planta baja, se encuentra en la gijonesa calle Cabrales18  esquina con Rectoría 1 y a sus pies pasamos según recorremos el Paseo del Muro, ante la Playa San Lorenzo según vamos de El Náutico o Los Jardines del Náutico al Ayuntamiento, un legado, superviviente de la piqueta desarrollista, de los tiempos en el Gijón/Xixón era llamada La Pequeña Londres por su intensa actividad fabril, comercial y trasiego de gentes, con abundancia de edificios de entresiglos 

El Varsovia, a la izquierda y la concha de San Lorenzo desde el final de los Jardines del Náutico

Encajado entre dos grandes moles de pisos edificados en altura, el edificio tiene una gran vista de la playa y su bahía desde este su sector más occidental, dando vista a El Muro hasta la iglesia de San Pedro, las arboledas del Campo Valdés, a su derecha y, más cerca y unos pocos metros más allá, la Torre de los Jove Hevia con su capilla de San Lorenzo, la antigua Pescadería Municipal y la parte posterior del consistorio gijonés, edificios estos de los que hablaremos en esta entrada de blog


En fichas de arquitectura aparece denominado como Casa de Celestino García López, que fue quien se la encargo al prestigioso arquitecto Manuel del Busto, quien figuraba entonces como arquitecto municipal de Avilés, en 1902, acabándose las obras al año siguiente


En aquel momento, el gran paredón de El Muro llegaba desde San Pedro hasta poco más allá de los Jardines del Náutico, que aún ni existían y la playa ya recibía notable afluencia de gentes tras desaparecer la de Pando o Arenal del Natahoyo, al otro lado de la ciudad, que era la más empleada para los baños de mar, costumbre puesta en boga gracias a los avances médicos e higiénico sanitarios de la segunda década del siglo XIX, pues hasta entonces las playas, según la mentalidad antigua, no eran siquiera considerados lugares salubres sino una especie de cloacas a donde iban a parar las basuras de las poblaciones


Pero como decíamos la situación ya había cambiado y la playa ya constituía un gran polo de atracción, si bien con otras normas y costumbres más recatadas y, desde los años 1880, abrían en primera línea los primeros balnearios, acudiendo gentes de toda condición, los burgueses a sus salones y cafés, los obreros a primerísimas horas de la mañana antes de su larguísima jornada laboral y hasta les del sábanu, mujeres con su sábana blanca a manera de toalla que acudían desde la meseta en los famosos trenes-botijo


Es pues en este contexto cuando se construye este edificio en el estilo modernista imperante y de moda en la época, también llamado en francés Art Nouveau, cuyo fundamento y premisas eran estas, según leemos en Wikipedia:
"... un arte nuevo, joven, libre y moderno, que representara una ruptura con los estilos dominantes en la época, tanto los de tradición academicista (el historicismo o el eclecticismo) como los rupturistas (realismo o impresionismo). En la estética nueva que se trató de crear, predominaba la inspiración en la naturaleza a la vez que se incorporaban novedades derivadas de la revolución industrial, como el acero y el cristal, superando la pobre estética de la arquitectura del hierro de mediados del siglo XIX. 
Dos ideas son fundamentales para entender la cultura moderna que estaba emergiendo: la conciencia de que “el futuro ya ha comenzado”, que se relaciona con el concepto de progreso; y la convicción de que para tener futuro no sirven las pautas o doctrinas de etapas anteriores, sino que es necesario crear sus propias normas. Existe la ruptura con el pasado y la apuesta con el futuro desde el mismo presente. 
En gran medida estas aspiraciones se basaron en el trabajo e ideas estéticas de Claude-Nicolas Ledoux y Eugène Viollet-le-Duc en Francia, y, John Ruskin y William Morris en el Reino Unido, que proponían democratizar la belleza o socializar el arte, en el sentido de que hasta los objetos más cotidianos tuvieran valor estético y fueran accesibles a toda la población, aunque sin utilizar las nuevas técnicas de producción masiva que impedían el desarrollo del buen hacer artesanal. El modernismo no solo se dio en las artes tales como la pintura, escultura y arquitectura, sino también las artes aplicadas o decorativas, en las artes gráficas y en el diseño de mobiliariorejeríajoyería, cristalería, cerámica y azulejeríalámparas y todo tipo de objetos útiles en la vida cotidiana, incluido el mobiliario urbano, que pasó a tener gran importancia (kioscosestaciones de metrofarolasbancospapelerasurinarios). Muchos artistas identificados con el modernismo son artistas «integrales». Especialmente, en el caso de los arquitectos, no solo proyectaban edificios, sino que intervenían en el diseño de la decoración, el mobiliario, y todo tipo de complementos y enseres de uso diario que habían de contener. 
El modernismo no fue unánimemente recibido: una amplia corriente de opinión identificaba sus formas con el concepto de degeneración (una desintegración orgánica que corresponde a la desintegración social)."

Naturalmente, hay que hablar también de las características concretas de este arte, las que se plasman y podemos ver en sus construcciones, tal que esta:
"Las características que en general permiten reconocer al modernismo son:
-Inspiración en la naturaleza y el uso profuso de elementos de origen natural pero con preferencia en los vegetales y las formas redondeadas de tipo orgánico entrelazándose con el motivo central.

-Uso de la línea curva y la asimetría; tanto en las plantas y alzados de los edificios como en la decoración.

-Tendencia a la estilización de los motivos, siendo menos frecuente su representación estrictamente realista.

-Uso de imágenes femeninas en actitudes delicadas y gráciles, con un aprovechamiento generoso de las ondas en los cabellos y los pliegues de las vestimentas (drapeado).

-Actitud tendente a la sensualidad y a la complacencia de los sentidos, llegando hasta el erotismo en algunos casos.

-Libertad en el uso de motivos de tipo exótico, sean estos de pura fantasía o con inspiración en distintas culturas, como por ejemplo el uso de estampas japonesas.

-Aplicación envolvente del motivo tomando alguna de las características anteriormente mencionadas en contraposición con las características habituales del elemento a decorar. El elemento destacado de tipo orgánico envuelve o se une con el elemento que decora.

 La derivación de estas características del modernismo o Art nouveau en la década de 1920 dio origen al denominado Art déco, con el que a veces se identifica, aunque tiene características marcadamente diferentes."


El edificio, de bajo y cuatro plantas, está rematado en una torre en esquina con una muy aguda pica, la cual fue recuperada por el arquitecto Fernando Martín en 2006 dentro de una reforma integral de la casa que le devolvió su antiguo esplendor, perdido en parte durante las reformas de los años 1970. Así es como la vemos en la actualidad, recuperado su aspecto original, exterior e interiormente. En la ficha pertinente de la página Patrimonio Gijón hallamos esta completísima información al respecto:
"Un espectacular edificio que Celestino García López encargó, entre 1902-1903, al arquitecto Manuel del Busto, y que gracias a la recuperación de la que fue objeto durante el año 2006 por el arquitecto Fernando Martin Ibáñez y su equipo, hoy podemos conocer en todo su esplendor. Una reforma de gran envergadura que ha quedado recogida en la publicación de BLANCO GONZÁLEZ, H. Ave Fénix. La recuperación del edificio de la calle Cabrales nº 18, con la que podemos conocer mucho mejor la época en la que se erigió el edificio, los profesionales que intervinieron y  muchas otras curiosidades sobre esta gran arquitectura que hoy nos alegra la vista desde el paseo de la playa

Si el exterior está plagado de sorpresas, traspasar las puertas que dan acceso a las viviendas del edificio es adentrarse en un mundo de fantasía en el que comparten espacio aves, peces, flores y decoraciones vegetales de gran calidad, toda una explosión de sensaciones.

Los diversos y variados componentes del patrimonio cultural que han resistido los embates del tiempo, son verdaderos testimonios de un pasado que pertenece a la colectividad y es por ello que deben ser preservados y conservados

En la publicación de Héctor Blanco «…un edificio que cuenta con una cualidad de obra-bisagra que enlaza la tradición con la experimentación, los avances industriales con las artes aplicadas y, como no, eclecticismo y modernismo…» «…el alzado que da a la calle Cabrales muestra una preocupación minuciosa y obsesiva por el diseño del detalle, aplicando multiplicidad de recursos propios de un revival entre neogótico y neobarroco, que el propio Busto define como Renacimiento moderno…»

Podéis consultar la ficha del catálogo urbanístico de Gijón de Cabrales 18, donde podéis ampliar información relativa a su tipo de protección (Integral) ya que se trata de «uno de los ejemplos más relevantes de la arquitectura de influencia ecléctico-modernista de la ciudad, con una excelente calidad formal y constructiva, y una importante presencia urbana» también podéis consultar planimetría, intervenciones …»las fachadas fueron mutiladas a comienzos de los años 70 del siglo pasado, eliminando parte de su decoración, y en especial su torre de remate de la esquina con cúpula de zinc, tipo pagoda.»

Y aquí está dicha "torre de remate de la esquina con cúpula de zinc, tipo pagoda", dada la vinculación de Manuel del Busto con Avilés y que allí destacaba la industria de Asturiana de Zinc, impulsora de la temprana industrialización de la comarca desde su factoría de Arnao y los tiempos de la Real Compañía Asturiana de Minas, esta solución para las cubiertas le sería especialmente satisfactoria. De ella nos escribe Agustín Palacio en el periódico digital MiGijón a fecha 12-5-2021 en La cúpula del Varsovia:
"Creo que fue por los primeros años setenta del pasado siglo cuando algún zopenco con mando en plaza tuvo la malhadada idea de eliminar la vieja cúpula del que se conoce como edificio Varsovia, uno de los que se salvaron de aquel tsunami urbanístico que acabó con buena parte del patrimonio arquitectónico de Gijón en la década desarrollista de los años sesenta y siguientes. 
Como no residía en ese tiempo en la histórica villa, no tengo referencias de que semejante castración arquitectónica fuera motivo de polémica o resistencia. Parece ser que el personal andaba muy ocupado por entonces en sacarle motes despectivos a la excelente y dramática estatua de la Madre del Emigrante, obra de Ramón Muriedas, o en contabilizar el número de plantas de los nuevos edificios en alza y comparanza con el de la Torre de Bunkunión, el primero y más cimero de todos, merecedor de una esmirriada falla en el solar cercano de la Plaza de los Mártires de la Cruzada Nacional, Plaza del Humedal a partir de 1980. 
Desde los setenta hasta 2006 estuvo decapitada la cubierta de ese edificio, al que la cúpula otorgaba la culminación de una belleza de planta y singularidad  incuestionables. Fue en 2006 cuando alguien con sensibilidad para advertir semejante chapuza emprendió una meritoria y minuciosa labor de recuperación del Varsovia, llevada adelante por el equipo del arquitecto Fernando Martín Ibáñez.   
Este edificio es una obra más del arquitecto Manuel del Busto, del que se conocen otras construcciones no menos admirables en Gijón y Asturias, y representa lo que él mismo dio en llamar renacimiento moderno. Se trata, según leo, de una obra bisagra que enlaza los avances industriales con las artes aplicadas, eclecticismo y modernismo, elementos neogóticos con elementos neobarrocos. No se tuvo en cuenta nada de eso en los setenta, pues además de la decapitación inmisericorde de la cúpula de zinc tipo pagoda,  también se perpetró la eliminación de parte de la decoración existente en la fachada.  
Nunca tuve la oportunidad de visitar el interior del edificio, a no ser la afamada y acogedora coctelería de la planta baja que le da nombre popular a unos metros del salto de las olas, pero creo que también es de admirar por su decoración, según explica y bien sabe Héctor Blanco en su Ave Fénix, la recuperación del edificio de la calle Cabrales nº 18. 
Gracias a la agudeza de encuadre de Goti del Sol, fotógrafo del fragmento memorioso, podemos advertir en la primera imagen el contraste entre la arquitectura amazacotada e impersonal de nuestros días y la estilizada cúpula que parece insertada en medio de los macizos rascacielos, remedando una de las más carismática señas de identidad arquitectónica de la bahía desde principios del pasado siglo. Recuperar esa cúpula, aunque ya no sea la misma desde la que se otearon tantas mareas, es algo que debemos agradecer al mencionado arquitecto y a su equipo.  
Las ciudades con memoria, como lo son las que respetan su arquitectura histórica, cumplen al preservarla una función primordial en el devenir del tiempo: tener presente, evocar y respetar la vida de las generaciones que nos precedieron en ese mismo ámbito urbano y pretendieron con su trabajo y su legado hacer más entretenido y deleitoso el entorno civil.  
La airosa belleza de esa cúpula nos evoca aquellos afanes y por esta razón, sobre todo, es una pieza fundamental en el paisaje gijonés desde los tiempos en que se podía avistar por encima del balneario Las Carolinas, fundado por Justo del Castillo cuando expiraba el siglo XIX para solaz de nuestros abuelos."


Y por supuesto, hay que hablar del negocio que, popularmente, da nombre al edificio y que en la actualidad lo identifica plenamente entre la ciudadanía más que el nombre del primer dueño, el Varsovia o, como lo titula en su artículo para el periódico El Comercio del 25-8-2014 el gran gastrónomo Luis Antonio Luis Alías, la Coctelería Varsovia, donde empieza indagando precisamente por su nombre:
"El número 18 de la calle Cabrales, uno de los primeros grandes ejemplos que nos dejara el modernismo de la mano del gran arquitecto Manuel del Busto, ya se llama para las guías y las indicaciones edificio Varsovia. Por la misma regla de tres podría llamarse Los Almirantes, que fuera de potes, pintas y partidas, o Santa Sebe, delegación playa de la modernidad ochentera carbayona, pero lleva tantos años como Varsovia, que diríase nombre único e inmutable; a fin de cuentas, resulta fácil imaginar a los astures plantando patatas y escanciando culinos. 
Varsovia queda bien. Hay quien dice que lo bautizó un tevergano o un quirosano por lo de Bar Sobia, la enorme peña entre ambos concejos; sin embargo, Borja, su actual encargado junto a su hermano José Antonio, sabe que alguna conexión tuvieron sus primeros dueños con la capital polaca, y que parte del mobiliario vino de allí. 
Borja y José Antonio llevan la profesión en la sangre y trabajaron de camareros antes de gerentes. Nietos de los fundadores de la recordada Casa Pepín, e hijos del propietario de Transportes Cortina, quien convirtiera El Palacio/El Siete de la calle Recoletas en el marco más antiguo de Gijón para tapas, vasos y terrazas antaño La Rosa llevaba la mancebía proletaria hasta el patio de servicio del marqués de San Esteban del Mar donde ejercitaron los fundamentos de las alquimias con vaso mezclador. 
«Un día pasamos ante el Varsovia, lo vimos cerrado, pensamos que de un lugar así no se podía prescindir y hace ahora cinco años y un mes lo logramos reabrir al cabo de una semana». 
Contaban además con Jorge Oliva para formar un trío barista comparable con el Cream de Bruce, Baker y Clapton: recorrieron media España observando y aprendiendo de los mejores y, al poco, ellos formaban parte de los mejores. Lo avalan unos cuantos premios internacionales (tan altos como el World Class Competition o el Bacardy Legacy) y unas cuantas creaciones Sometimes happen, The rising ya consignadas en los recetarios básicos de la coctelería. 
Y lo avala la magia del lugar, cristalería de luz y color que aplaudiría Chicote y vaciaría Ava Gardner, con sus altillos y sótanos, sus sillones y sus mesas, su cantería y sus cristaleras y, sobre todo, con su barra de lado a lado, altar de santuario pagano donde ofician la destreza, la transparencia, la mixtura, la proporción y la sorpresa para así nos lo dicen todos los paladares, iniciados, clásicos y pour les connoisseurs. Enumerar nos parece árido y, de no ir a piñón fijo mejor confiar lo que esperamos y acto seguido esperar que el ritual de whiskys, ginebras, vinos, jugos, vodkas, especias, licores, vermús, frutas, absentas, sakes, sojas, aguardientes, sidras, oricios, sodas, chocolates, plantas aromáticas y medicinales, aguas de manantial, aguas marinas y resto de ingredientes, uno por cada noche de las Mil y una, inicien su canto de sirena desde la copa adecuada. 
El Cantábrico bate justo delante, y con cierta frecuencia dentro; no es habitual que uno de los ingredientes usados entre él solo, sin más, por la puerta."

Un año antes, el 21-4-2016, la página de Brockman Gin realizaba un amplio reportaje fotográfico de su interior. acompañado del texto titulado Varsovia: coctelería de altura al nivel del mar:
"Azotado por el Cantábrico y con el olor del salitre como perfume natural, Varsovia es mucho más que un local de Gijón con historia. Más allá de su pasado, el local se reinventó en 2011 apostando por la excelencia de su coctelería hasta convertirse en una auténtica referencia nacional. Un Cocktail Bar con espíritu de club de gentlemen.

Tradición, innovación y creatividad se citan en un espacio que rinde culto a la historia de sus paredes pero, también, al barrio de Gijón en el que se encuentra situado. Soul, Jazz, música de los 50 y de los 90 se combinan para crear una atmósfera perfecta para entregarse a disfrutar del placer de la noche.

Incluso su ubicación le regala a este local un aire singular, ya que ocupa el bajo de una de las construcciones más emblemáticas de la ciudad asturiana. Un edificio modernista que forma parte del paisaje de una bahía que puede contemplarse todavía mejor desde este rincón de la playa de San Lorenzo.

Y si dónde está ya es en sí mismo parte del placer de la visita, el interior del local supone cómo el Varsovia ha sabido reinventarse para mantener ese honor de ser local de referencia de la ciudad desde los años 90.

El interior, el universo de Varsovia

Entrar en Varsovia es sumergirse en un auténtico templo de la coctelería. Algo más que evidente con el primer vistazo, ya que el todopoderoso protagonista de su espacio principal es un espectacular botellero de forja que tapiza con botellas las paredes de piedra del local. Cerca de 1.000 referencias de destilados para ofrecer en copa, gin tonic o cóctel lo que el cliente desee degustar.

La distinción del edificio en el que se encuentra también se plasma en el interior. En cada uno de los tres espacios que componen el local se respira la elegancia de una decoración cuidada al milímetro que responde a un divertido planteamiento: ¿qué se puede encontrar en un desván en el que se almacenan cosas desde 1904 hasta hoy? No hay más que mirar el local para encontrar la respuesta. Distintas épocas y distintos lugares unidos en un solo espacio.

Así, Varsovia es una suma de estilos con influencias del Art Decó, sillones Bauhaus y antigüedades de origen nórdico que se conjugan con elementos que rinden tributo al pasado de un barrio que, hace décadas, era un auténtico suburbio de pescadores de la ciudad.

Su coctelería: excelencia líquida

Si su aspecto cautiva, la pasión del equipo tras la barra supone el culmen de la seducción.

Porque en ese espacio, diseñado con mostradores reciclados de antiguos comercios de la ciudad, es donde excelencia y creatividad se dan la mano gracias a un equipo de barmen capitaneado por Jorge Oliva, Rocío Sánchez y Borja Cortina (Mejor Bartender de España 2015 en la World Class Competition).

"El lugar donde los sueños líquidos se cumplen" es el leimotiv de una barra en la que su coctelería fusiona ingredientes tan de la tierra como el erizo de mar o la sidra de hielo con otros singulares como el sirope de bacon o las algas Codium. Mixturas aparentemente imposibles dispuestas en una carta de cócteles preparada para sorprender y que se divide en tres capítulos ("para todos los paladares", "para iniciados" y para connoisseurs")

A pesar de su carta de coctelería, el destilado estrella del local es la ginebra, con una cuidada selección de referencias. Una en la que Brockmans está presenta con mimo, ya que según dice Jorge Oliva es "una ginebra innovadora en el sector, un auténtico referente entre las gins, y capaz de conseguir acercar a mucha gente al mundo del gin tonic".

Complejidad, conocimiento y creatividad unidos en un espacio dispuesto para disfrutar de sabores y aromas.

Una auténtica invitación para entregarse al placer con dos caras: de día, mirando al mar; de noche, dejándose atrapar por un interior en el que poder vivir una vida al margen de la realidad por unas horas."

Y esta es la gran fachada que mira al mar, en la que vamos a fijarnos en todos sus detalles y filigranas en azulejo, ladrillo y piedra, además de sus bellos balcones y recuperada cúpula, mientras, por ejemplo Borja Cortina: el hombre de las mezclas imposibles del Varsovia Bar, como lo llaman en la página de Inout Viajes, nos prepara una de sus especialidades:
"Un conocimiento único y exhaustivo del mundo del sabor, más de 20 años de experiencia y experimentación tras la barra y una capacidad innata para el show han posibilitado a este asturiano de 40 años para convertir el local que regenta en plena bahía de San Lorenzo de Gijón en uno de los máximos referentes de la coctelería de vanguardia a nivel nacional e internacional. Hablamos de Borja Cortina, ganador en 2015 del concurso de coctelería World Class Competition y Mixing Master de Schweppes desde hace dos años. Un hombre que se ha hecho un hueco entre los nombres más destacados del sector a base de “ensayo y error”, de esfuerzo y de mucha imaginación.

Los inicios del Varsovia Bar 

La hostelería corría por las venas de Borja Cortina, nieto de los fundadores de una popular taberna en la calle Covadonga de Gijón, cuando en el año 93 la crisis empezó a apretar el negocio de trasportes de su padre. Por eso, ante la necesidad de “arrimar el hombro en la economía familiar”, a los 20 años decidió dedicarse al mundo del bar y empezó a trabajar a trabajar en el Café Caracol, un café todo terreno donde ya preparaba con soltura sus primeros Gin Fizz. Más tarde, junto a sus padres y hermanos, se animó a abrir su propio local: El Palacio, que empezó siendo una modesta cervecería con raciones marineras al más puro estilo de Cimadevilla para convertirse en un espacio pionero y multidisciplinar con restaurante para 50 comensales y una carta de cócteles y gin tonics especiales con las innovadoras tónicas de sabores de Schweppes que impulsaron la zona hasta convertirla en epicentro de la noche gijonense.

Durante esos años Borja aprendió a desenvolverse en todas las tareas propias de la hostelería, desde la de camarero hasta la de cocinero pasando por friegaplatos, jefe de sala y gerente en funciones, al tiempo que se formaba realizando diversos cursos de mixología, cata de vino y cocina. Así, con el negocio consolidado y ya con una clara visión empresarial, en 2011 dio el gran salto. Varsovia Bar es su proyecto más personal y ambicioso, un lugar diseñado a imagen y semejanza de Borja y sus hermanos: “decidimos abrir el local al que a nosotros nos gustaría ir, donde sonase la música que a nosotros nos gustaría escuchar, donde sentirnos cómodos y, sobre todo, donde pudiéramos tomarnos lo que nos apeteciese sin limitaciones de marcas y con un servicio profesional”.

Varsovia Bar está ubicado en un lugar privilegiado, frente a la playa de San Lorenzo, en uno de los edificios más bonitos de Gijón: una construcción modernista de 1904 revestida de frescos Art Decó. En el interior las paredes de piedra originarias arropan un mobiliario muy cuidado con sillas Thonet, sillones Bahaus, sofás Chester y mostradores recuperados de antiguos comercios gijoneses. Pero sobre todo acogen una carta única con unas 30 propuestas propias, un lugar reservado para los clásicos y un apartado de cócteles sin alcohol.

Alquimista del sabor

Sus combinaciones son arriesgadas pero perfectamente equilibradas, lúcidas pero con un punto de locura y mezclan destilados, vinos y alcoholes de todas las partes del mundo con técnicas e ingredientes de la cocina como chocolate, galletas, sirope de bacon, salsa de soja, chile chipotle o erizo de mar. Un estilo muy personal que ha adquirido a base de una formación constante, “de ensayo y error hasta conocer perfectamente todos los sabores y con qué maridan bien” y de la observación de todo lo que le rodea. Los olores y las sensaciones son su fuente de inspiración: “todo me sirve porque en mi trabajo tengo que lograr que entren en juego todos los sentidos”.

Por eso, además, la teatralidad en el servicio es marca de la casa en Varsovia Bar tanto dentro de la barra como en la sala donde utilizan carritos de avión para elaborar los combinados en mesa delante del cliente. Y es que para Borja, “el ritual forma parte del disfrute y es casi tan importante como el equilibrio de la bebida”.

Otra de sus señas de identidad es el uso de una materia prima de calidad. Todos los siropes, cordiales, shrubs y deshidratados que componen sus mezclas son 100% homemade y en materia de mixer y destilados utilizan siempre lo mejor y más especial del mercado. Por eso Schweppes Ginger Ale, el combinado que es tendencia dentro de la alta mixología, es con su frescura y luminosidad el protagonista de las nuevas creaciones de autor de Varsovia Bar.

El combinado que da luz a tus noches de verano

En su afán por marcar estilo y crear tendencia Borja propone un renovado servicio para el whisky, destilado que desde tiempos inmemoriales es sinónimo de elegancia y distinción: en copa alta de boca ancha, con hielo, aromatizado con un twist de lima en el borde y con un top de Swchweppes Ginger Ale. Los matices cítricos y especiados del jengibre aportan frescura y suavidad al destilado, la burbuja fina de Schweppes lo mantiene inalterado y los tonos ocres y dorados del mixer aportan luminosidad a la copa haciendo de esta mezcla un básico para seguir disfrutado de la luz estival incluso al caer la noche en el bar.

Golden Woman: un homenaje a la mujer en la historia de la cotelería

Su segunda propuesta para avivar las noches de verano es Golden Woman, un cóctel inspirado en las mujeres que forman y han formado parte de la industria de las bebidas. Mujeres como Ada Colema, que lideraba en los años 20 un equipo de barmaids en el hotel Savoy de Londres, o la recientemente desaparecida Maria Dolores Boadas, al frente de una de las coctelería más míticas de Cataluña desde 1967. “Aunque tiempo atrás representasen un porcentaje menor, las mujeres siempre han estado presentes en el mundo de la coctelería y hoy en día cada vez son más y mejores las figuras femeninas que están revolucionando la barra del bar”, afirma Borja. El cóctel está elaborado con Cardhu, un Single Malt procedente de una de las pocas destilerías de Escocia dirigida por mujeres desde sus inicios -las hermanas Helen y Elizabeth Cummings-, sirope de ruibarbo, zumo de limón, clara de huevo y Schweppes Ginger Ale, un mixer que da vida, ilumina y suaviza sin ocultar los matices del whisky.

Summer Irish Cofee, una refrescante revisión de un clásico 

Este cóctel es una refrescante versión de un clásico caliente, el Café Irlandés de toda la vida –a base de whisky y café-, que incorpora anís estrellado, ralladura de limón y Schweppes Ginger Ale cuyo aroma a jengibre combina a la perfección con el whisky y el café dándole un twist de frescura y modernidad al combinado originario. En definitiva, un coctel ideal para las sobremesas de este verano."


Cuando Borja Cortina y su hermano José Antonio se hicieron cargo del local, M. Suárez, del periódico La Nueva España les dedica el reportaje titulado El Varsovia vuelve a la hostelería, publicado el 10-5-2011, los que nos permite hacernos una idea de los cambios acontecidos en el local en cuanto a su propiedad y gestión, aunque sus detalles y filosofía coctelera se han venido manteniendo a lo largo del tiempo:
"Desde que se rehabilitó el edificio del Varsovia, hace ya cinco años, por este mítico local de copas gijonés han pasado varios hosteleros. Hubo incluso quien trató de reorientar el negocio hacia la restauración. Pero el establecimiento nunca llegó a recuperar el brillo de antaño y, de hecho, lleva casi cinco meses cerrado y sin actividad. A finales de mayo, principios de junio, volverá a abrir sus puertas, con el mismo nombre pero distinta imagen. 
En esta nueva andadura, los hermanos Borja y José Antonio Cortina pretenden convertir el bajo del número 18 de la calle Cabrales (esquina a la Rectoría) en un lugar de referencia para «la copa sosegada y bien puesta». Un local donde poder cultivar la cultura del cóctel, «que se ha ido perdiendo poco a poco» en Gijón. «Es un edificio precioso, con una ubicación impresionante frente al mar. Por eso buscamos una línea de negocio especial, algo diferente de lo que hay», explican. 
Las obras que se están desarrollando en el interior del Varsovia vestirán el local con muebles retro y materiales nobles como la madera y la piel. Una estética con aires modernistas, «muy en sintonía con la fachada» que Manuel del Busto diseñó hace más de un siglo y que Actuaciones Residenciales y Promociones (ARP) rescataba del paso del tiempo en 2006. «La mayoría de los hosteleros de esta ciudad siempre hemos estado enamorados de ese local. Fue como el Studio 54 de Gijón. Por eso, ni se nos ocurre cambiarle el nombre», señala Borja Cortina. 
Aunque, a partir de ahora, bajo el letrero de Varsovia se servirán cócteles, una carta de vinos «bien escogida», una amplia selección de batidos y granizados, cafés especiales y aperitivos delicatessen. «Nuestra idea es abrir a partir de las cuatro de la tarde, buscando la sobremesa. Será un sitio para tomar una copa tranquila, con muchas butacas o taburetes en los que sentarse y poder charlar», adelantan los hermanos Cortina, que ya regentan dos negocios en la plaza del Marqués. «Estamos pensando en solicitar licencia para música amplificada. Por tener un horario más amplio, no por una cuestión de decibelios, porque la música que pondremos será ambiental», precisan. 
En el bajo del número 18 de Cabrales, hay disponibles 240 metros cuadrados: 80 en la planta de entrada, 140 en el sótano y 20 en un altillo con vistas a la playa de San Lorenzo. Los trabajos de decoración avanzan, aunque desde el exterior apenas se aprecia actividad. Según Borja Cortina, «aunque esperamos poder abrir a finales de este mes o principios del que viene, tampoco hay prisa. Mientras no esté todo bien rematado, no empezaremos a funcionar». 
El local es propiedad de ARP, que tiene sus oficinas justo encima. Borja y José Antonio Cortina se interesaron por el Varsovia desde que supieron que, una vez más, estaba disponible y sin uso. «Es un sitio ideal para el tipo de negocio que queremos montar», consideraron. Un Varsovia nuevo, pero con la solera de muchas noches pasadas que se alargaron hasta la madrugada."

Vamos a empezar a fijarnos en los detalles de esta planta baja, la del bar, con los elegantes arcos de sus grandes vanos y, entre ellos, cerámicas policromadas de Zuloaga que le confieren su tan vistoso porte


En un dintel, el año de 1903, cuando el edificio fue terminado, entre decoración en la que predomina la temática vegetal


En los azulejos, más temas vegetales, de plantas y flores de colores, rodean a estos medallones con caras femeninas que se disponen entre arco y arco. Las mismas caras, aparecen también entre vegetación, en este caso hojas de roble y de laurel, ambas de marcado simbolismo. Esa figura muestra una mujer de larga cabellera rubia con un yelmo alado, asimismo decorado con elementos florales y vegetales


Las caras de la derecha miran a la izquierda. Fijémonos debajo de la de la derecha de estas dos, allí veremos, en el arranque del arco, la firma de la prestigiosa firma Cerámica Daniel Zuloaga a la que nos acabamos de referir


Un detalle de la firma de Daniel Zuloaga. Sin duda era el dueño de la casa, Celestino, hombre acaudalado que traía a uno de los mejores arquitectos de la época, Manuel del Busto, pero a la vez no escatimaba tampoco en materiales, pues estamos ante el producto de uno de los más prestigiosos talleres ceramistas españoles, proveedor de la misma corte, según leemos en Wikipedia:
"Daniel Zuloaga Boneta (Madrid, 1852-Segovia, 27 de diciembre de 1921) fue un ceramista y pintor español, considerado uno de los renovadores del arte ceramista en España.​ Trabajó principalmente desde sus talleres de Madrid y Segovia, pero su obra se extiende por toda la geografía española, y gracias a su participación en distintas exposiciones internacionales, pueden encontrarse piezas suyas en diferentes países de Europa. 
Su trabajo se caracterizó por la recuperación de antiguas técnicas ceramísticas, como la cuerda seca, la de cuenca o arista y el reflejo metálico, introduciendo los estilos de moda en Europa como el neorrenacentismo y el modernismo. 

 Por las influencias sociales de su padre, trabajó desde muy joven en el Palacio Real. Tras su formación en la escuela de porcelana de Sèvres (Francia), fue elegido por el conde Morphy, secretario del rey Alfonso XII, para dirigir y recuperar la Real Fábrica de la Moncloa. Junto a varios arquitectos del último cuarto de siglo español protagonizó el periodo dorado de la historia de la azulejería urbana en Madrid, con obras como el Palacio de Velázquez, el Palacio de Cristal del Retiro y el Hospital de Maudes, entre otros muchos ejemplos."


En esta orla la figura femenina es de largos cabellos de pelo negro y, en vez de yelmo, tiene una cinta al pelo con flores y hojas


A la izquierda se repite el mismo esquema, son las mismas mujeres las de las de los medallones, pero por la otra cara, estas miran a la derecha. En la de la izquierda, abajo, también, una inscripción


Allí leemos BVSTO (Manuel del Busto) y debajo ARQto (arquitecto). Más abajo MONTOTO y al pie  M. d. Oª (maestro de obra)



Sobre él el medallón de la chica de negra cabellera y cinta al pelo, le falta una porción, dos azulejos, que tal vez en algún momento puedan recuperarse en alguna restauración


Algo parecido pasa en esta, la del yelmo y pelo rubio. Tanto en su círculo como alrededor hay varios azulejos afectados


En los dos pisos de más arriba balcones salientes con barandillas de forja y pasamanos de madera, enmarcados sus vanos por columnas rectas y estriadas rematadas en capiteles. Su base está sostenida por canecillos de diferentes modelos, varias cenefas verticales y horizontales recorren la fachada de ladrillo, algunos motivos decorativos son rombos con decoración vegetal y líneas de circulitos con punto en medio


Esquema similar a la izquierda, en la esquina. Abajo, los azulejos sobre el arco de medio punto (fijémonos en su clave en forma de hojas), aparecen más plantas y flores similares a los anteriores pero sin los medallones y con cierta variación en su composición


Encima, los balcones del segundo piso se diferencian de los del primero en que están rematados en un muy artístico frontón triangular que arranca en recto a ambos lados


Estructura similar en el balcón de la derecha, junto a la otra esquina, este bellamente florido con plantas naturales. No es de extrañar que, entre unas y otras, se diga que esta casa es la que tiene más flores de toda la ciudad en toda la fachada


Encima, ya en el tercer piso, una ventana trífora, de tres huecos, rectos, rematados arriba sobre el dintel con medallones florales. Atendamos también en las formas y figuras vegetales de las demás filigranas de la fachada


Más arriba, en el cuarto piso, los balcones no son salientes salvo en una pequeña base. La barandilla solamente cierra el vano de parte aparte y no avanza sobre ella 


Sus frontones tienden a ser semicirculares con motivos en espirales y naturalistas. Cuatro canecillos frontales y dos laterales los sostienen. Entre las ventanas de la derecha y las de la izquierda hay hermosos miradores en los cuatro pisos y, aún más arriba hay un ático o bajo cubierta con ventanas rectangulares y cuadros con más bajorrelieves vegetales con una columna cilíndrica en medio 


Este ático corresponde a la planta de la torre, observemos el esquema de los pisos superiores. En El modernismo gijonés, artículo publicado en El Comercio el 10-8-2016, podemos leer:
"El siglo XX arrancó en Gijón con prosperidad económica y aperturismo, aspectos que facilitaron el florecimiento de un nuevo estilo arquitectónico: el modernismo. La burguesía gijonesa importó ideas de la arquitectura que se estaban desarrollando en Francia, Bélgica o Italia, y por supuesto del modernismo catalán, del que Gaudí era el máximo exponente. (...)
La introducción de la curva como principal elemento compositivo es característico de este movimiento artístico, generando sensuales formas naturales acompañadas de bella decoración de inspiración vegetal. Los nuevos conceptos modernistas afectaron casi exclusivamente a la estética de los edificios, aplicándose al diseño de las fachadas exteriores, los portales, escaleras e incluso de las estancias principales de las viviendas más destacadas, pero sin llegar a suponer una revolución en la estructuración interna de los edificios. 
Uno de los aspectos más interesantes del modernismo es la integración de otras artes y gremios en la arquitectura, jugando un papel muy importante en la composición de los edificios elementos como las rejerías de forja, carpinterías de madera, tallas figurativas, o la utilización de ladrillos o azulejos que aportan cromatismo a las fachadas. Todo ello contribuye a generar una imagen recargada pero amable por su inspiración en la naturaleza, destacando incluso la presencia de tallas de rostros humanos... (...) 
En la fachada marítima de San Lorenzo se encuentra un destacado acercamiento al modernismo del laureado arquitecto Manuel del Busto. Se trata del edificio conocido como 'El Varsovia', en el que llama la atención la recargada estética producto de la utilización de gran número de motivos decorativos de diferente inspiración, así como la diversidad de materiales de acabado, entre los que destaca la cerámica de Zuloaga (...) se trata de uno de las construcciones más aplaudidas de principios del siglo XX en Gijón, en el que también destaca la decoración interior del portal."

Según eruditos y especialistas, este magnífico edificio se encuadraría dentro de los de la llamada primera etapa del arquitecto Manuel del Busto, que abarcaría de 1898 a 1923, en el que de un estilo ecléctico pasa al modernismo y, en menor medida, al regionalista. Luego surgiría la etapa cubana, entre 1924 y 1927 cuando hizo el Centro Asturiano de La Habana, la etapa art-decó y racionalista de 1928 a 1939 y, por último, la última etapa o de la autarquía, con un cambio de concepto adaptado a la nueva situación política de posguerra, la cual se prolonga hasta su muerte en 1948


Esta ventana trífora de la torre recuerda a las del arte asturiano, si bien muy diferenciada por sus retorcidas columnas rococó, sus filigranas decorativas y sus picudos arcos gotizantes


Arriba, más flores en azulejos. Observemos igualmente los ladrillos de cerámica verde oscura de la cúpula y las columnas de sus esquinas


Vamos ahora a ver la fachada sur, la de la calle Rectoría, cuyo nombre se debe a que antiguamente estuvo en la zona la antigua vivienda del párroco de la iglesia de San Pedro, una casa rectoral o de rectoría alquilada provisionalmente, dado que durante un tiempo la rectoral oficial no estaba en condiciones de habitabilidad. Así en el presupuesto municipal de 1883/1884 se estipula que...
"Se aprueba el alquiler durante otro año de la casa que ocupa el párroco de esta Villa (750 pesetas), en sustitución de la Rectoral ya que el estado de su pavimento impide habitarla"

Aquí, el esquema es muy similar al de la fachada que mira a la calle en sus cuatro pisos, el ático y el bajo, con sus puertas de arco de medio punto, las dos de la derecha también del Varsovia, de quien también escribe el especialista barman y gestor hostelero Pablo Melian en BrandTenders News:
"En este espacio único, los reputados barmen Borja Cortina (Mejor Bartender de España 2015) y Jorge Oliva junto con el resto de su genial equipo hacen magia líquida con todos sus cócteles.
Buscan la excelencia en cada detalle: por eso emplean en sus creaciones ingredientes tan evocadores como el erizo de mar o el tabaco, y además las preparan delante de la fascinada clientela. 
Disfrutar de un buen trago compartido es uno de los grandes placeres terrenales de esta vida; si lo prepara el mejor bartender de España en un fantástico espacio —un edificio modernista de Manuel del Busto— con vistas a la bahía de Gijón, la experiencia roza la perfección. La coctelería Varsovia (Calle Cabrales, 18. Gijón. Asturias. Tlfno. 984196842. www.varsoviagijon.com) es ese lugar donde los sueños líquidos se cumplen. Y lo hacen de la mano del dúo de barmen Borja Cortina, Mejor Bartender de España 2015 por la World Class Competition, el certamen de mixología más importante del mundo- y Jorge Oliva y, por supuesto, junto con el resto de su extraordinario equipo. 
Si hay una palabra que defina su complejísimo trabajo, es la excelencia. La buscan en cada detalle desde la elección de los ingredientes hasta los elementos decorativos, pasando por el emblemático enclave o el buen hacer de los camareros, y eso se traduce en un magnífico servicio. Todas las decisiones (incluida la creación de la carta) se toman de forma conjunta, y el equipo está en continua formación. Esto supone un profundo conocimiento de los ingredientes implicados en la preparación de cada trago, y en cierta forma explica lo brillante del resultado. 
La (muy) atractiva carta que incluye cientos de etiquetas de destilados está dividida en tres capítulos: “para todos los paladares», “para iniciados” y “para connoisseurs» (o lo que es lo mismo, expertos en la materia). En el primero se pueden encontrar cócteles tan inspiradores como el Margarita de chocolate o el Pecado Original —elaborado con vodka Grey Goose, fruta de la pasión, limón, azúcar y sidra brut; en el segundo, ese evocador homenaje al genial libro de Haruki Murakami titulado Tokio Blues lleva ginebra Jinzu, vermouth Noilly Prat rouge, Grand Manier, sirope de cereza, almendra y sake, o el no menos evocador homenaje al profundo (e intenso) sur estadounidense llamado American Skin se prepara con bourbon Bulleit infusionado con tabaco, sirope de bacon, sirope de cacao blanco y hierbabuena. 
El último apartado está reservado para los adictos a las emociones fuertes: prueba de ello es el impetuoso The Fisherman —se hace con whisky Talisker Storm, alga codium, agua de mar, erizo de mar y sidra de hielo, que es el alma de la casa, y lo envuelve todo con su aroma a turba y salitre. Sublime. Por supuesto, también se pueden pedir batidos y otras mezclas sin alcohol. 
Una fracción de la magia de estos tragos reside en que el equipo los prepara delante de la clientela, como parte del espectáculo. Lo mismo sucede con la ecléctica decoración, que recoge diferentes elementos un imponente botellero de inspiración Art Decó, sillones Bahaus, sillas Thonet, butacas nórdicas de mediados del siglo pasado, etc., respondiendo a un divertido planteamiento: ¿qué podría encontrar en un desván que almacene cosas desde el año 1904 hasta la actualidad? Mirar alrededor es la respuesta. 
La coctelería Varsovia se divide en tres espacios diferenciados: en la planta de arriba hay una tranquila y coqueta sala e seis mesas con sofás desde la que se puede contemplar la bahía de Gijón mientras se disfruta pausadamente de la bebida elegida; una primera planta dominada por el imponente botellero y grandes ventanales; y un acogedor sótano con su propia barra y dos salas, una de ellas coronada por una bandera de Gran Bretaña. El sonido vespertino pasa por clásicos del jazz y el soul, y las noches suben el ritmo con música de los 50 a los 90. 
Abren todos los días de 16.00 h. a 03.30 h. (servicio en mesa hasta las 03.00 h.). Excelencia líquida… que no cesa."


Los azulejos del arco de la izquierda, el del portal, siguen una estructura y composición también muy similares a los de la fachada de El Muro, el medallón de la derecha está muy dañado y ha perdido casi por entero la imagen que había en su interior



La cara y busto femenino de la izquierda, con cinta al pelo, como su homóloga de la otra fachada. Esta de la izquierda mirando a la derecha


Y en otro de los medallones, la de la derecha mira a la izquierda, como un reflejo



El arco más próximo a la esquina, con sus motivos netamente florales y vegetales


El balcón sobre él, en el primer piso


Detalle de una de sus columnas con su capitel y, arriba, un canecillo del balcón del segundo piso


Balcón saliente del primer piso con su barandilla y su frontón triangular



Alzando la vista hacia los pisos tercero, cuarto y ático con torre y su cúpula, de los tiempos de Gijón 1900, "La pequeña Londres", como titulan en su blog este periodo el grupo de gestión del patrimonio cultural Embolicart:
"Pasando de puntillas sobre este tema del que tanto se ha escrito, en estas letras, animo a todo el que camine por las calles de Gijón, a que se tome un instante en mirar al cielo. En el trayecto que recorren los ojos a las nubes, encontrará gigantes de piedra, ladrillo, hierro y azulejo, que ven pasar en silencio, los años y la vida por sus caras, o al menos, los que el espíritu del desarrollismo en su afán constructivo y renovador, dejó en pie. 
Pongámonos en ambiente. Hace poco más de un siglo y medio, Gijón era una villa marinera en plena expansión, algunas zonas ya apuntaban maneras de ciudad y sus calles eran un hervidero de gentes de todo tipo. Incluso una coplilla definía a Gijón como el “Londres Chiquito”, salvando las distancias, imagino. 
Las fortunas y antiguos linajes locales, los nuevos industriales venidos de tierras lejanas y los conocidos como “indianos”, de vuelta a casa tras la aventura americana y la pérdida de las colonias, eran la fuerza pujante del progreso gijonés. La parte menos favorecida de esta fuerza, estaba formada como contrapunto, por las familias de obreros, locales y foráneos, que se buscaban la vida trabajando en las incipientes y exitosas fábricas.
1890 cubre de asfalto los caminos y calles de la villa, los hogares comienzan a contar entre sus instalaciones, con agua y luz eléctrica, que también alumbra los paseos y calles. Avances que arrojan luz a muchos ámbitos de la vida, también a la cultura y el conocimiento, con la creación de Escuelas y Academias. Un Gijón de nuevos bancos, hoteles, almacenes, sociedades mercantiles, teñido de humo de chimeneas de fábricas textiles, alimentarias y siderometalúrgicas, estaciones de ferrocarril y minas de carbón, y desde 1880 un nuevo puerto, “El Musel”.  
1900 es un momento cumbre, sin vuelta atrás, el proceso de industrialización que ya previó Jovellanos se hace cada vez más notorio. 
Semejante panorama hizo coexistir en el tiempo, la construcción de estos solemnes edificios y las modestas ciudadelas. Dos estilos de vida opuestos y a la vez complementarios, daban forma a las nuevas calles del ensanche urbano, en su camino de unión con el medio rural.
Mientras los obreros se hacinaban en casas de escasos metros cuadrados de ciudadelas, patios, callejones, donde la mayoría de los habitantes compartían única letrina y lavadero que abastecía a todo el complejo, a escasos metros, la auto complacida burguesía, tomaba baños en época estival en los balnearios de las Carolinas, La Favorita o La Sultana en las orillas de San Lorenzo, cuyo objetivo era hacer de Gijón una ciudad balnearia de moda. 
Y para llegar a tal pretensión, el centro ciudad estaba inmerso en un proceso de renacimiento, como la crisálida que se convierte en mariposa. La pudiente burguesía empezó a necesitar un mundo creado a su medida, lo que propició una ampliación de la trama urbana y una remodelación urbanística bajo el influjo de los nuevos aires y estilos. 
El proceso de transformación dota a la ciudad de paseos por los que disfrutar las tardes, nuevas calles repletas de cafés, hoteles, teatros, espectáculos de entretenimiento, mercados cubiertos, comercios o servicios acordes a la nueva cultura burguesa, pero sobretodo, y como medio de representación e inversión, los edificios de viviendas de nueva planta, para disfrutar en propiedad o amortizar en alquiler, evidenciando a la vez su poderío económico y social.
Los antiguos caseríos tradicionales, ya no satisfacen a una sociedad, que pasa a residir en espléndidas villas o edificios de vecindad, construidos con varias alturas, dotados con las mayores comodidades de la época, que no solo eran lujosos hogares, sino que al exterior era plena muestra de la pujanza, carácter y condición de la familia que las encargaba. Un deseo de trascendencia encarnado por sus viviendas. 
Y claro, para tan importante encargo, la mano del arquitecto era fundamental para dar forma al nuevo estilo de vida burgués. Y es que el Gijón comienzos del siglo XX, se convierte en un crisol de estilos, donde el modernismo, predominante en la época, convive con otras tendencias regionales, eclécticas o neo-historicistas. La mayor concentración de obras de esta época se concentra en las calles Cabrales, Capua, Covadonga, La Muralla, Corrida, Jovellanos, Instituto, Moros, Munuza, Trinidad y San Bernardo.
Ejemplo claro es el nº18 de la calle Cabrales. Lleva más de un siglo desafiando al mar, con mayor o menor suerte a lo largo de los años. Obra de Manuel del Busto, se trata de un encargo de Celestino García López, que recientemente había comprado el solar en la primavera de 1902, antes ocupado por la antigua casa rectoral de la parroquia de San Pedro. 
Toma influencias del modernismo belga, y sigue los preceptos de Ruskin y Morris, precursores de las Arts and Crafts británicas, al ser concebido como una obra de arte total. Entre otros detalles, podemos ver como los clípeos de la zona baja con rostros femeninos se inspiran en las contemporáneas mujeres del imaginario de Alphonse Mucha. A lo largo de sus más de 100 años, ha visto su piel resquebrajarse y caerse por el efecto del mar, llegando a perder muchas de sus cornisas y molduras decorativas. Hoy día luce una nueva cara renovada, bastante acertadamente, diferenciando sus zonas originales de los añadidos en colores neutros en su rehabilitación, aunque nunca ha vuelto a recuperar su magnífica cúpula mirador original."

En cuanto a la calle, que aquí forma un ángulo recto, el investigador Luis Miguel Piñera (desde 2023 Cronista Oficial) nos informa que en su libro Las calles de Gijón. Historia de sus nombres que, llamada primeramente Travesía de la Rectoría, en 1891 pasó a llamarse simplemente Rectoría porque la antigua travesía de este nombre había quedado integrada en la calle Cabrales:
"... y era por tanto incongruente lo que ocurrió durante 74 años: que hubiese la travesía de la Rectoría y no la calle de la Rectoría. Pero en realidad, la calle en forma de ángulo recto que hoy conocemos por Rectoría es la Travesía de la Rectoría, y así figura en una vieja placa callejera."

Esta fachada, la más umbría, es en decoración la más simple, prácticamente sin filigrana alguna, pero para compensar dispone de buenos miradores de madera, acristalados, a manera de galería en balcones salientes. En la planta baja se repite el esquema de arcos. De "La Pequeña Londres" que simbolizan este y otros edificios supervivientes del afán destructivo inmobiliario que azotó la ciudad durante décadas, escribe también el historiador y catedrático Ángel Mato Díaz en el digital MiGijón del 13-2-2022, dando estos datos:
"Gijón recibió el apelativo de “La Pequeña Londres” en los años 20 por la vitalidad de su comercio, la renovación permanente de la oferta y la modernidad que rodeaba a sus establecimientos. Los números refrendan este dinamismo pues en 1900 el pequeño comercio sumaba medio millar de firmas comerciales, que en 1930 pasa a ser de 1.782 casas de comercio, incluyendo la hostelería."

Vista hacia el mar desde la terraza, regresamos al Paseo del Muro, "El Varsovia vuelve con más fuerza que nunca" rezaba el titular de El Comercio del 29-5-2020 tras los meses del confinamiento del covid para un artículo del que extraemos lo siguiente:
"Han sido dos meses y medio en los que el equipo de Varsovia Bar, capitaneado por Borja Cortina (coronado en 2015 como mejor Bartender de España por la competición más importante de coctelería del mundo, la World Class Competition), lejos de estar de brazos cruzados, ha dado muestra de su espíritu emprendedor, poniendo en marcha originales acciones para hacer más ameno el confinamiento.

Entre ellas, una con la que «liaron» a bartenders de todo el país para que, desde sus propias casas, enseñasen a los seguidores a elaborar cócteles con ingredientes que se podían conseguir con facilidad.

Con la llegada de la Fase 1, fueron los primeros (gracias a su infraestructura y experiencia con Varsovia On The Road, la rama de eventos) en estrenar #elbaracasa, un servicio de coctelería a domicilio ajustado a las normas vigentes y con todas las garantías sanitarias necesarias.
Y, ahora, recién inaugurada la Fase 2 en Asturias, ¡por fin!, uno ya puede volver a disfrutar de Varsovia Bar en persona y, por supuesto, de las genial propuestas del equipo: desde la coctelería clásica a la más transgresora pasando por la sin alcohol o por la elaborada con sidra... ¡porque uno no deja nunca de sorprenderse con su creatividad!

Para tomar nota: los «Sábados de Piano Bar», donde el sonido de un maravilloso y restaurado piano alemán de principios del siglo XX se entremezcla con la mejor coctelería para dar paso a una de las experiencias más vibrantes de Varsovia Bar. Y es que, los más lanzados, podrán también dejarse llevar, micrófono en mano, a ritmo de jazz, swing o las bandas sonoras más memorables."


De Cuando Gijón era el pequeño Londres, y este y otros edificios alzaban sus cúpulas hacia el cielo, escribe asimismo en MiGijón (16-5-2021) en periodista Javier Fernández Díaz muy amena y pormenorizadamente:
"A finales del siglo XIX y principios del XX España vivió una importante transformación social. El desarrollo industrial y el despegue del núcleo urbano frente al rural se hicieron realidad, y Gijón fue un muy buen ejemplo. Su actividad portuaria le otorgó un papel predominante dentro de la industrialización asturiana, y eso hizo que importantes inversores aparecieran en la ciudad. Como consecuencia, una nueva sociedad burguesa cobró protagonismo entre 1890 y 1920 en un Gijón industrial cada vez más fuerte. Nada se explica hoy sin aquellos años en los que la ciudad llegó a ser conocida como el pequeño Londres.
En 1857, Gijón sumaba 10.000 habitantes. Y en 1900 eran ya 29.000. La ciudad creció vertiginosamente, rompió con el pasado con el derribo de la vieja Torre del Reloj y de la Puerta de la Villa, y miró hacia el futuro con la construcción del nuevo puerto de El Musel, pieza clave de su desarrollo. Pero todo este crecimiento no se explica sin su industria. 
A finales de siglo XIX la ciudad comenzó a acoger un amplio abanico de actividades industriales. La fábrica de tabacos fue una de las primeras en abrir -y en incorporar mano de obra principalmente femenina-. Después vinieron muchas más. 
La actividad industrial de entonces estaba muy diversificada. Aparece una importante industria siderometalúrgica con los astilleros o empresas dedicadas a las transformaciones metálicas. Y comienza también en aquella época un importante sector alimentario, dedicado a la fabricación de chocolates, panaderías industriales, elaboración de cervezas… Además la presencia de la actividad textil se hace muy fuerte, con empresas tan significativas como La Algodonera, en el barrio de La Calzada. 
Todas las actividades industriales punteras del momento tenían cabida en un Gijón , que se animaba cada vez más con comercios, cafés, teatros y paseos. La burguesía y el proletariado cobraban protagonismo, y la desigualdad social estaba a la orden del día. 
Las fábricas se convirtieron así en el principal motor del Gijón de finales de siglo, el impulso definitivo para que la villa de marineros diera paso a una ciudad marcada por una intensa actividad económica. El pequeño Londres era una realidad."

A continuación del Varsovia está la tienda de Cascanueces. A la derecha baja a la playa la Escalera 2, más conocida como La Rampla o La Rampla la Pescadería, la antigua pescadería municipal, que vemos al fondo, justo después de la torre de los Jove Hevia y antes del Ayuntamiento y el arbolado del Campo Valdés


Pero antes, en la esquina de la calle Cabrales con la de Julio Somoza (insigne historiador), antigua Travesía de San Lorenzo o de la Playa, tenemos otro edificio digno de admirar, más pequeño pero muy a destacar, de antes aún de los tiempos de La pequeña Londres y el modernismo, el del Utopía, otra casa que se conoce por el negocio existente en su bajo, también de hostelería y especializado en coctelería


Construido en 1883 en estilo neoclásico con tres plantas (la del nivel de la calle también para usos hosteleros) mas buhardilla en el tejado por quien fue el último maestro de obras titulado de Asturias, Benigno Rodríguez  fallecido en 1932, según informa el historiador Héctor Blanco González, autor del libro Arquitectura sin arquitectos en Asturias. Maestros de obras y otros autores (1800-1935):
 "Benigno Rodríguez fue de los más avanzados a la hora de introducir patios interiores y distribuciones que mejoraban las condiciones de habitabilidad de las viviendas, cuando los promotores lo aceptaban, superando las disposiciones marcadas por las ordenanzas. En todo caso, los mejores proyectos siempre están vinculados a residencias unifamiliares o a los edificios residenciales de mayor presupuesto y empaque"

Es un ejemplo, de los muy numerosos que hay, de la mucha arquitectura contemporánea asturiana no realizada por arquitectos sino por los maestros de obras, que "fueron, durante el siglo XIX y las primeras décadas del XX, destacados productores de arquitectura tanto cuantitativa como cualitativamente, igualando e incluso superando en volumen de obra a los arquitectos", como afirma también Héctor Blanco. Abundando en el tema, y con motivo de la presentación de su libro, el periodista de La Nueva España A. Montes, lo llamó en su título de la noticia La ciudad sin firma, el 18-3-2014:
"Buena parte de los edificios que conforman las zonas de expansión urbana de Oviedo y Gijón desde la segunda mitad del siglo XIX hasta la primer tercio del XX son construcciones sin autor al modo en que hoy lo entendemos. Apenas una veintena de maestros de obras ha dejado su huella constructiva en toda Asturias en un período de gran demanda edificatoria que los pocos arquitectos de la época no conseguían cubrir. Edificios como el mercado de Trascorrales o las casas del Cuitu en Oviedo, buena parte de la calle San Bernardo en Gijón o lo que hoy es la de Escuela de Artes y Oficios en Avilés son el resultado del trabajo de ese reducido grupo profesional que el historiador Héctor Blanco González ha investigado en profundidad. A ellos está dedicado el libro "Arquitectura sin arquitectos en Asturias. Maestros de obras y otros autores (1800-1935)", elaborado a partir de la tesis doctoral del autor y editado por la Consejería de Cultura. (...) 
El auge de estos maestros comienza con el desarrollo de los núcleos urbanos en esa segunda mitad del XIX, la planificación de los ensanches de la ciudades y, como refleja el libro del historiador gijonés, "el impulso que conoce la construcción por efecto de la ley de arrendamientos de 1842 como marco legal para el aprovechamiento mercantil del inmueble, junto al comienzo de la especulación con el suelo urbano y la constitución de la promoción inmobiliaria como inversión, transformando el sector de la construcción como una industria más". Estos especialistas están, así, en el corazón del auge de un nuevo segmento económico cuyo crecimiento desproporcionado es hoy una de las razones de la crisis económica en España. 
Entre arquitectos y maestros de obras hay diferencias formativas y de competencias. Blanco apunta que "el título oficial de maestro de obras, que se obtenía tras cursar tres años de estudios y la superación de un proyecto de final de carrera, los facultaba para proyectar de manera autónoma edificios que no fuesen sufragados con fondos públicos o destinados a uso público, que eran los que quedaban como competencia exclusiva de los arquitectos". Ello no impide, sin embargo, que el mercado de Trascorrales en Oviedo sea un proyecto del maestro Cándido González. La falta de arquitectos propició que "acabaran haciéndose cargo de todo tipo de obras, incluyendo las municipales. Por ello realizaron también puentes, obras de urbanización, escuelas, mercados... Además incluso ocupan cargos dentro de la administración, en muchas ocasiones y durante largos periodos, asumiendo las competencias propias de los arquitectos municipales ante la falta de estos". El historiador constata que "en Asturias, como en muchas zonas periféricas de España, la presencia de la figura del arquitecto es muy escasa durante el siglo XIX y llama la atención que, aun en sus últimas décadas, apenas haya una decena de arquitectos establecidos en la región. Esta escasez de titulados superiores hizo que la figura del maestro de obras se convirtiese en un referente fundamental dentro del sector de la construcción y explica por qué muchos de ellos desarrollaron carreras muy brillantes, sin encontrar limitaciones a su ejercicio profesional 
Su momento de mayor esplendor fue también el de su extinción. La similar cualificación de arquitectos y maestros de obras llevó a la supresión de los estudios de estos últimos. El autor de "Arquitectura sin arquitectos" explica que "la justificación oficial fue que la actividad de maestros de obras y arquitectos era tan similar que no procedía dedicar recursos a dos titulaciones independientes que en la práctica venían a ser lo mismo, pero el trasfondo real era la evidencia de que los maestros acaparaban una gran cantidad de obra en perjuicio de los arquitectos". 
Después de 1871 sólo permanecerán en activo "los titulados hasta entonces, que conservaban los derechos propios de su título, y se convierten así en un grupo profesional en extinción literal, aunque aún mantienen varias décadas de actividad hasta que progresivamente se van jubilando o falleciendo". Blanco González añade que "el último maestro de obras titulado de Asturias, Benigno Rodríguez, fallece en Gijón en 1932". 
De ese tiempo queda "una obra dispersa por toda Asturias, pero con una concentración notable, sobre todo, en Gijón y Oviedo debido a la gran expansión urbana que conocen ambas ciudades durante la segunda mitad del siglo XIX. También es el conjunto de obra mejor identificado, por conservarse los proyectos en los archivos municipales". La investigación de Héctor Blanco le lleva a afirmar que "en general los maestros de obras destacan por su capacidad de diseño todoterreno, la calidad en la ejecución de las obras y su preocupación por el detalle. Muchos de ellos lo dejan patente ya en los planos que realizan, en no pocos casos los proyectos ya son auténticas obras de arte". No desmerecen, a juicio del historiador, la labor de los arquitectos, y "aunque hoy en día sean unos completos desconocidos, el conjunto de su legado evidencia que en modo alguno su labor fue secundaria o menor" 

Reivindica pues Héctor Blanco la figura de aquellos maestros de obras de entresiglos con el reportaje que le dedica A. Montes, rechazando ciertos tópicos que se habían arrojado sobre su memoria:
"La arquitectura de los maestros de obras no cuenta con ninguna peculiaridad formal que la diferencie de la elaborada por los arquitectos. Se preocupaban por estar al día de las tendencias y novedades en boga, tenían que competir entre sí y a la vez con los arquitectos por contratar obra y eso llevaba a que, en conjunto, a simple vista, no sea posible apreciar diferenciación. La mayor o menor entidad de la obra realizada derivaba del presupuesto y entidad de cada encargo, no de su capacidad como tracistas", señala Blanco. Así, las constantes de su trabajo "son las propias del resto de la arquitectura realizada en el momento: atienden a los intereses de los promotores de la obra buscando aprovechar al máximo los solares para obtener buenos rendimientos y ateniéndose a lo que marcaban las ordenanzas municipales".

Existe también una inquietud innovadora que queda patente en los edificios de los maestros de obra. "Benigno Rodríguez fue de los más avanzados a la hora de introducir patios interiores y distribuciones que mejoraban las condiciones de habitabilidad de las viviendas, cuando los promotores lo aceptaban, superando las disposiciones marcadas por las ordenanzas. En todo caso, los mejores proyectos siempre están vinculados a residencias unifamiliares o a los edificios residenciales de mayor presupuesto y empaque". "También se observa", detalla Blanco, "la introducción de novedades estructurales, primero el hierro y luego el hormigón armado. Así, Cándido González fue pionero en la implantación de la arquitectura del hierro en Asturias con sus mercados de Trascorrales y Jovellanos". Hay un empeño en estar al día en cuanto a técnicas constructivas que deja patente, entre otros maestros, Benigno Rodríguez, quien "comenzó a emplear ya en la década de 1910 hormigón armado en la estructura de alguno de sus edificios de viviendas, algo poco habitual en la región en esos años".

El autor de "Arquitectura sin arquitectos en Asturias" concluye que pese a "la peculiar leyenda negra que venía a presentarlos como profesionales menores, cuando no como arribistas, que incidía en su contraposición con la figura del arquitecto, identificada como la de un profesional dotado de altísimos conocimientos técnicos y estéticos", los maestros de obras "como grupo profesional estuvieron a la altura de las circunstancias en todos los sentidos, de hecho, no pocos de ellos tuvieron un pleno reconocimiento profesional por parte de la sociedad del momento"

Hemos de volver de nuevo a MiGijón y recomendar ahora el artículo "Mezclado pero no agitado", las coctelerías de Gijón que enamorarían a James Bond de Paula G. Lastra, que, publicado el 5-11-2020, realiza un reportaje de ambas coctelerías, el Varsovia y el Utopía:
«Un Martini seco, mezclado pero no agitado«, así reza la célebre frase del agente secreto más famoso de todos los tiempos. Y es que la calidad de un buen cóctel está en ese toque especial que solo unos pocos barmans saben darle. Cócteles hay de todos los tipos y para todos los gustos: con y sin graduación, fuertes, dulces, tropicales, tradicionales, picantes. Pero todos tienen algo en común: el mimo con el que son elaborados. 
Para hablar de ello localizamos a dos de las coctelerías con más nombre en Gijón: Utopía Cocktail Bar y Coctelería Varsovia. Detrás de sus barras dos equipos, clientes, anécdotas y muchos años de esfuerzo resumidos en la gran calidad de sus bebidas. 
En cuestión de mezclas: menos es más 
“En los cócteles, como en la vida, muchas veces menos es más” así de contundente se muestra Javier L, más conocido como Javier Utopía, que regenta, desde 1994, la coctelería del mismo nombre. Esa es la opinión que guarda para todos esos cócteles que parecen más una ensalada que un gintonic. “Desde la ignorancia muchas veces se piensa que cuanto más mejor” y es ahí donde entra la formación y el saber hacer de cada uno, claro. Porque la presentación y la vista es importante, pero no está reñida -ni mucho menos- con la calidad. 
Tal y como nos comenta el hostelero, en los últimos años sí se ha notado más conocimiento por parte de los clientes, más abiertos a probar nuevas cosas y que, cada vez más, buscan calidad. “Y es que es eso, la calidad en los productos, lo más importante que debe tener un cóctel”. 
Preguntado por lo que más triunfa en su local Javier lo tiene claro “los clásicos son los imprescindibles: mojitos, daiquiris y margaritas”. Y es que lo tradicional, muchas veces, es lo que manda. Pero que se puedan encontrar en muchos bares no significa que en todos ellos tengan la misma calidad. Y así lo explica “no hay nada más satisfactorio que servir uno de estos cócteles, que se han bebido muchas veces antes, y que sin embargo sorprendan por la calidad de su sabor”. 
¿Bebemos distinto hombres y mujeres? 
Tras el Varsovia, por su parte, se encuentra el buen hacer de Borja Cortina, mejor bartender de España en 2015 y responsable directo del triunfo indiscutible del local. Darle a elegir entre uno de sus cócteles sería “como darme a elegir entre un hijo” y es que él ha sido el creador de la mayoría de ellos. 
Aún así, se moja y nos destaca los más sencillos “que siguen sorprendiendo”, y nos nombra ‘La esencia de mujer’ (pisco, frambuesa, licor de chile, zumo de limón, azúcar, clara de huevo y tabasco). Con un nombre así, la siguiente pregunta era obligada, ¿piden distinto ellos y ellas? La respuesta, clara: “eso es cosa de otra generación”. Y es que, según nos explica, son cada vez más las mujeres que disfrutan, por ejemplo, de un buen whiskey, algo asociado tradicionalmente al rol masculino. 
Sin alcohol, con todo el sabor 
Pero si hay una tendencia clara, que arrasa en los último años, es la del “sin alcohol”. Los hábitos saludables, cada vez más extendidos, parecen haber llegado también a los combinados. 
Entre lo más vendido no hay sorpresas: después de comida y cena reina un buen Gintonic, aunque cada vez son cada vez más populares algunos cócteles, como los Collins de fresa (Ginebra, fresas, zumo de limón, azúcar, soda), o los tragos clásicos con base de whiskey, tipo Old Fashioned (Bourbon, azúcar, bitter y naranja). Las restricciones, que han llevado a este local como a tantos otros, a adelantar la hora de apertura, también han hecho descubrir a los habituales sus vermús macerados por ellos mismos. 
En cuanto a la clientela, Borja coincide con su colega Javier en que cada vez más se exige calidad frente a cantidad. “Se busca beber menos copas, pero bien elaboradas y con productos de calidad”. Y para ello da igual la edad. En el Varsovia se juntan jóvenes y mayores, “puedes tener un grupo de chavales y al lado una tertulia de personas rondando los 80”. Y ahí radica otra de las claves de estos locales, capaces de llegar a varias generaciones, y a los que, esperamos, les queden aún muchos años de éxito."

En plena zona de restaurantes y copas, cruzamos la calle Julio Somoza y, en el bajo de este gran bloque de pisos está el Elysium y, en la siguiente esquina, todo un veterano de la hostelería gijonesa, La Taberna del Piano, restaurante-horno asador fundado por José María Moirón González y su esposa, que regenta la cocina, María Teresa Sanz. Abrió sus puertas el 6-8-1990 y destacan sus platos típicos asturianos, menú del día y especialidades por encargo como lechazo de Castilla y cochinillo, así como la galería mirado de su comedor de la planta alta


Y esta es una semblanza del escritor y poeta Miguel Mingotes en su columna Coses míes de El Comercio titulado Vilu en... La Taberna del Piano y publicado el 28-11-2016 dedicada a este restaurante, sus gentes y su ambiente. A continuación, parte de una reseña que le hacen en la guía gastronómica Chigrelandia (podéis ver las fotos en su blog):
"Durante la espera en la zona de la barra,, que amenizamos tomando unas cañas, pudimos comprobar la gran afluencia que tiene el establecimiento, con un toque turístico justificado por su envidiable ubicación.
Subimos al comedor y echamos un vistazo a su completa carta y al menú del día. Elegimos un menú personalizado con una serie de platos para compartir. Como en nuestra mesa había una compañera de tierras sureñas, empezamos con una tabla de quesos asturianos acompañados de dulce de manzana, nueces y uvas pasas. Un clásico de la gastronomía asturiana que nos permitió presumir de ser la mancha quesera más grande de Europa. 
Seguimos con una clásica ensalada templada. Uno de esos platos que salen rápido de la cocina para que la espera de los platos principales no se haga tan tediosa. 
A esto les siguió una ración de chipirones encebollados. Una de las propuestas que más nos gustó de la comida. Unos tiernos chipirones cocinados con una salsa muy sabrosa donde la cebolla era la protagonista. En conjunto era un plato con un sabor potente y agradable. 
No podía faltar el cachopo como estandarte de la comida asturiana, aunque nosotr@s no somos mucho de tener este plato como símbolo tradicional. Este venía acompañado de patatas fritas y unos pimientos de Padrón. Escogimos un relleno de cecina y queso de cabra, lo que hizo de este cachopo un plato muy contundente y extremadamente saciante. 
Para terminar el menú, elegimos unos escalopines a la pimienta acompañados de patatas fritas. Carne tierna bañada en una deliciosa salsa de nata y pimienta. Un clásico que si la ternura de la carne lo permite, pocas veces suele fallar. 
Aunque no había mucho rastro del hambre con el que llegamos al restaurante, a estas alturas de la comida, aún había sitio para un final dulce en forma de postre. Entre los elegidos estuvo una tradicional tarta de queso. 
Y también una mousse de chocolate casera que dio por finalizada nuestra comida en La Taberna del Piano.

Este restaurante es uno de los locales emblemáticos de la ciudad de Xixón. Quizá en invierno sin tanta gente, su visita sea más tranquila. De todas formas, tuvimos la ocasión de hacernos una idea de su propuesta culinaria. Su ubicación y sus vistas a la playa de San Lorenzo son dos de sus mayores atractivos."

Y nos acercamos a la Escalera 2 o Rampla la Pescadería. Hasta ella llegan en El Muro sus clásicas barandillas metálicas con abundantes capas de pintura blanca y sus farolas, donde se arriman los junones de barandilla u oteadores y mirones tan clásicos de los chistes playos, mote con el que conoce a los naturales del barrio de Cimavilla (aunque fuera, por extensión, se aplica a todos los gijoneses), que vemos aquí por la parte del Campo Valdés y San Pedro


Se llaman playos pues esta estaba considerada su playa, cuando allá por el siglo XIX la moda de baños de ola se centraba en la desaparecida Playa de Pando, al otro lado del istmo que comunica Cimavilla con Bajovilla


Antiguamente, a partir de aquí se extendían los arenales y en 1723 ya se quería poner un "fuerte y elevado muro" que protegiese a la villa de los rigores de "las fuertes avenidas del océano y la invasión de grandes masas de arena, aún más molestas que el mismo mar", muro que no pudo hacerse realidad, mejorando y ampliando el primitivo paredón del Campo Valdés (cuyos árboles vemos enfrente), hasta que el arquitecto Manuel Reguera González se encargara de dirigir las labores para un nuevo y ampliado muro hecho con los desescombros sacados de limpiar la dársena, obras rematadas en 1782


Con ocasión de las mismas el hermano de Jovellanos, Francisco de Paula, hizo grabar una inscripción justo donde esta obra arrancaba, bajo la cuarta cruz de piedra del calvario existente ante el Campo Valdés: "De la Casa de Dios, fuerza y adorno. Año 1775", y sería luego Gaspar Melchor de Jovellanos quien vería el potencial de toda aquella zona de arenales cuando proponía plantar, en su Plan de Mejoras, todo un bosque de pinos con el fin de asentar aquellas dunas e impedirles su avance, ganando incluso tierras de pasto comunal


En dicho plan, Jovellanos plantea una consolidación de este muro uniéndolo con el antiguo, que arrancaba de las peñas detrás de la iglesia de San Pedro, que vemos a la derecha
"No aparece otro remedio que el de reparar el antiguo paredón desde la Peña de Santa Ana hasta donde hace frente a la capilla de los Valdés, y construir otro nuevo que arranque de este sitio hasta unir con el que acaba de hacerse cercando enteramente el mar por toda la parte oriental de la actual población"

La iglesia gótica, se supone que del siglo XV, que vio Jovellanos ya muy transformada, no era esta, pues fue destruida en la Guerra Civil, proyecto de los hermanos Francisco y Federico Somolinos que, imitando el Arte Asturiano prerrománico, hicieron un templo mucho más grande, dado el crecimiento experimentado por la población


Vista en bajamar y empezando la primavera, cuando los árboles del Campo Valdés, aún apenas sin hojas, nos dejan ver algo de las torres del Palacio Valdés, actual Colegio Santo Ángel, palacio que dio nombre al campo, no sin ciertos litigios con la parroquia de San Pedro pues era campo de sus romerías


Aquellos primitivos muros que guardaban, en base a la antigua muralla romana, la primera población pudieron tener su origen cuando se asentaron en el lugar los cilúrnigos, astures luggones procedentes del cercano castro de Noega (La Campa Torres) se supone que a partir del siglo I y tras la conquista romana


Podemos saber de la historia de aquella primera defensa contra el oleaje en Muro de San Lorenzo. Abrazo de mar (1907-2007), publicado por el Ayuntamiento con motivo del centenario de la ampliación hasta la desembocadura del Piles:
"Cada vez que la ciudad, a lo largo de su historia, pretendió extender el casco urbano sobre la lengua de arena que impedía la insularidad del cerro de Santa Catalina, se precisaron murallas, paredones, barbacanas, diques, malecones –denominados de una u otra forma según la época y la fuente documental que se consulte–, generalmente acosados y puntualmente aniquilados por la furia de Neptuno. Por ello, podemos hablar de varios muros de San Lorenzo antes de la construcción del que tradicionalmente se ha definido así, dando la falsa impresión de tratarse de una única estructura de ejecución sincrónica entre la iglesia de San Pedro y el puente del Piles. 

Así, el flanco oriental de la fortificación romana y medieval supuso durante mil años el primer muro de la playa San Lorenzo. 

Su trazado resulta hoy conocido gracias a las excavaciones arqueológicas realizadas dentro del Proyecto Gijón. Los restos nos muestran que su desarrollo apenas afectaba al arenal: perfilaba el solar donde luego se asentó la iglesia de San Pedro y una tercera parte del Campo Valdés para después girar hacia poniente a través de la falda del Cerro."

Aquellos muros serían reconstruidos, como lo fue la vieja puebla gijonesa (a excepción de la muralla) tras su destrucción en el asedio trastamarista de 1395 y, sin duda, rehechos y reparados varias veces hasta aquellas grandes obras dieciochescas que plasmaría, pintándolas en un hermoso cuadro, el pintor Mariano Ramón Sánchez hacia 1795


De ese tiempo es pues esta Escalera 2, que realmente es una rampa, luego vendrían otras reformas y mejoras, como estas clásicas barandillas, con la gran prolongación de El Muro hasta El Puente'l Piles entre 1907 y 1914 con el arquitecto Miguel García de la Cruz
"Esta intervención da al Campo su traza definitiva y facilita notablemente el acceso al arenal con la construcción de la rampa de la Pescadería. Por cierto, su proximidad a la primera escalera del paredón de San Lorenzo hizo desembocar a ésta al pie de la propia rampa, produciendo una sensación de innecesaria duplicidad. 

Este paredón se afianza sobre el sustrato rocoso del Cerro. Se levantó con bloques de sillería de gran calidad, como aún puede apreciarse, y se remató con un murete continuo cuyo elemento más llamativo era una gran voluta labrada en un único bloque de arenisca.

Ubicada en su arranque meridional, la pieza se mantuvo en ese lugar hasta la última reforma de la zona realizada en 1993."

La Rampla hace las veces de improvisada playa cuando esta desaparece, tragada por las aguas, en las pleamares, que sumergen asimismo las rocas del El Pedreru de San Pedro, al pie de la iglesia


Y también, aunque haya arena suficiente, no pocas personas prefieren tomar el so en La Rampla, tanto arriba, en el mirador, como en la cuesta, pese a su dureza, y sobre su suelo extienden las toallas...


Por eso, que no nos extrañe oír que "Mi isla favorita es la rampla de la Escalera 2", como le decía el librero Rafael Gutiérrez Testón a su entrevistador, el escritor Pablo Antón Marín Estrada, en el reportaje publicado en El Comercio el 8-7-2023, la cual nos sirve para palpar el ambiente veraniego gijonés desde otro punto de vista, el de los libros:
"Al librero más activo de Gijón y presidente de su gremio, Rafael Gutiérrez Testón (Coballes, 1970), lo pillamos en La Buena Letra en pleno acopio de material para su puesto de la Semana Negra. En plena faena, se toma un respiro para asomarse al Muro y contarnos sus planes estivales. 
-¿Cómo será su verano? 
-El de un autónomo librero. Enlazo FELIX con la Semana Negra y esta con la campaña de libros de texto. Y escapando lo que se pueda a la playa, pero aquí. 
-Alguna escapada habrá... 

-En una ciudad con tantos visitantes, ¿llegan a la librería?
 -Por supuesto. Hay dos perfiles: el del asturiano que está fuera y vuelve o el del veraneante que repite. Y después está el turista de librerías, que existe y consulta las que hay en cada ciudad. La nuestra está a la cabeza en esa oferta. En ese grupo está también la gente de Cataluña o País Vasco, que busca libros en asturiano". 
 -Entre los habituales, ¿abundan los que piden «algo para la playa»? 
-Ellos dicen «un libro de no pensar». Este verano es 'Cómo matar a tu familia', de Bella Mackie. Un thriller muy divertido. 
-¿Y para llevarse a una isla, desierta o no? 
-Sin duda 'Gozo', de Azahara Alonso, sería el perfecto. Te invita a reflexionar y a descansar. 
-Vivimos tiempos extraños, ¿quién cree que teme a Virginia Woolf? 
-Ahora tememos todos bastante, pero quienes la temen creo que van a defraudar a los suyos. 
-Una lectura, ¿el mejor antídoto contra los prejuicios? 
-La verdad se encuentra en la ficción y en viajar, ver que hay algo más ahí fuera. Si viajan con un libro, van a descubrir, por ejemplo, que el mundo es ancho y ajeno. 
-Hablábamos de islas. ¿Alguna secreta que se pueda desvelar? 
-Donde mejor desconecto es al mediodía en un banquín en Begoña leyendo al sol y mi isla favorita, la rampla de la Escalera 2. 
-¿Ahí hay zona VIP y todo, no? 
-Sí, pero los genuinos somos los de les ocho la mañana. 
-¿Qué tiene para esa fidelidad? 
-El amanecer. Son las primeras horas del día y es como un no espacio con gente de todas las edades y condiciones. Lo que nos une a todos en esa media horina es el buen rollo. Es un momento de inspiración y alegría. El día empieza de otra manera. 
-¿Un viaje para recordar con ese mismo ánimo? 
-El año pasado estaba la fía de Erasmus en Escocia y fuimos a verla. Edimburgo es perfecta y maravillosa, pero Glasgow me enamoró. Sobre todo, sus contrastes. Miras a la derecha y ves una iglesia del siglo XIV y, a la izquierda, una fábrica de cerveza. Es una ciudad con mucha gente joven en la calle, no como este Xixón nuestro que se nos está quedando pa vieyos. 
-Le iba a preguntar si Gijón, Xixón o ambas cosas, pero... 
-Pueden ser las dos cosas, pero hoy más que nunca Xixón. Si antes lo alternaba, ahora siempre Xixón. 
-¿Su plan perfecto sería rampla a las ocho y al mediodía el banquín de Begoña? 
-Primero correr un poquitín, baño en la rampla, tomar el café con esa gente y si pega el solín ya ni te cuento, eso es para mí una maravilla. El mejor verano."  


A la izquierda de La Rampla tenemos el Colegio San Lorenzo, fundado como cooperativa de profesoras en 1987 y, pegada a él y anexa a la almenada Torre de los Jove Hevia, la capilla de San Lorenzo (s. XVII) que le da nombre a la playa, capilla cuya denominación autóctona, recogida en coplas y dichos populares, era la de San Llorienzo de la Tierra, forma original que aparece ya recogida por Jovellanos en una carta del 5 de diciembre de 1804 en la que, hablando del término asturiano enguedeyar desenguedeyar nos presenta, diciendo "ahí va su texto gijoniego" esta copla que se cantaba en una romería con procesión marinera que unía esta capilla y la de San Llorienzo de la Tierra (actualmente de La Providencia): 

                                                         Vengo de San Llorienzo de la Tierra
                                                         voy pa San Llorienzo de la Mar
                                                         enguedeyar, enguedeyar, enguedeyeme
                                                         nunca me pude desenguedeyar


Dentro de las múltiples acepciones del verbo enguedeyar, en este caso parece claro que, como otras muchas similares, las estrofas hacen referencia al significado de mantener relaciones amorosas con otra persona, algo muy común en las romerías, tal que esta, muy vinculada a la leyenda del Cuélebre de San Llorienzo, recogida con este nombre de la tradición oral por el etnógrafo Luis Argüelles y transmitida por él y otros eruditos como el también etnógrafo e investigador Alberto Álvarez Peña


El cuélebre es la gran serpiente alada de la mitología asturiana, común a otras mitologías y en parte relacionada con los dragones de los bestiarios medievales. Según Álvarez Peña en su libro Mitos de Xixón, Luis Argüelles recopiló esta y otras leyendas de un informante que ya por entonces tenía más de 90 años, quien le había dicho que ya no quedaban cuélebres en el concejo y que el último había estado en una cueva de la isla de La Fontica, más conocida como La Tortuga, pero que había sido expulsado gracias a un ermitaño, de nombre Gorín, con un ritual, al ser llamado por los pescadores de Cimavilla, ya que les destrozaba sus lanchas y aparejos para comerles el pescado mientras faenaban


Tras la marcha del cuélebre devorador se construyó otra capilla con la misma advocación que esta en La Fontica, que para diferenciarla se dio en llamar San Llorienzo de la Mar, mientras que esta sería de la Tierra. La primera, trasladada en la década de 1930 a tierra firme algo más arriba es la de La Providencia, donde se venera a la Virgen de esta advocación y a San Lorenzo, quien da nombre a un barrio de la parroquia de Somió


A la izquierda del Colegio San Lorenzo hay una explanada, es la Plazoleta Arquitecto Díaz Omaña, dedicada a este gran urbanista asturiano, de nombre completo José Avelino Díaz Fernández-Omaña, quien fuera arquitecto municipal entre 1932 y 1958, es decir, desde los albores de la II República hasta el final de la posguerra, bajo dos regímenes por tanto radicalmente distintos que plasmaron en las corporaciones para las que trabajó y en los cambios acaecidos en los gustos arquitectónicos dominantes y en su filosofía


La carrera de Fernández-Omaña empieza en 1915 como arquitecto provincial de Palencia tras titularse en la Escuela de Arquitectura de Madrid y en sus primeras obras sigue un estilo montañés basado en el neorrenacimiento y de un estilo ecléctico, aunque su estilo por antonomasia es el racionalismo, y según sus premisas construirá La Escalerona, la escalera más grande de esta playa, que vimos viniendo por El Náutico. Esta es su biografía en Wikipedia:
"José Avelino Díaz Fernández-Omaña nació en Oviedo, Asturias en 1889. El 23 de junio de 1915 se titula de arquitectura por la Escuela de Arquitectura de Madrid. En 1915 consigue su primer destino como arquitecto provincial de Palencia. Donde finaliza las obras del Palacio de la Diputación, de estilo neoplateresco. En agosto de 1919 es nombrado arquitecto municipal de Mieres y se traslada con su familia en 1920, poco después del nacimiento de su hijo Miguel Díaz Negrete, también arquitecto. Continua en el cargo hasta 1932, donde se traslada a Gijón en calidad de arquitecto municipal tras la prejubilación de Miguel García de la Cruz. En Gijón desarrolla La Escalerona (1933), una de sus obras más reconocidas. En 1937 recibe el encargo del gobierno anarquista de Avelino González Mallada de elaborar un Plan de Reformas Urbanas. Este plan afectaría a grandes áreas de El Centro y fijaría las bases del crecimiento urbano de la ciudad, puesto que sería la base del Plan Gamazo, de 1947. Se jubila el 31 de marzo de 1958, tras haber formado parte del Colegio de Arquitectos de León, Asturias y Galicia. Es sustituido por Enrique Álvarez Sala como arquitecto municipal."

Estas son las terrazas del Café San Pedro, que abre sus puertas más allá, en el bajo de la Torre de los Jove Hevia, mientras que en la capilla de San Lorenzo o de San Llorienzo de la Tierra, donde ahora hay una tienda de ropa, se organizaban exposiciones, sobre todo de pintura, fotografía, artesanía, cerámica, escultura y otras, donde no era extraña la presencia del propio autor vendiendo sus obras, lo que daba pie a entablar amenas conversaciones entre los interesados y entusiastas. Se realizaban asimismo todo tipo de actividades culturales


En la pared lisa del colegio que mira a esta plazoleta un gran mural, obra del artista urbano Shfir, nos representa cómo era esta parte de El Muro a principios del siglo XX, con La Rampla de la Escalera 2 y el viejo edificio de la antigua pescadería, hecho sobre el mismo paredón. La Pescadería Municipal de 1928 aún no estaba construida y vemos las fachadas sur y este del Ayuntamiento con el Campo Valdés al fondo y, sobre los árboles, las dos torres del Palacio Valdés


A la derecha de La Rampla, al pie de la Torre de los Jove Hevia y su capilla, se ve una de las dos escaleras (la otra estaba a la altura de los actuales Jardines del Náutico) resultantes de la obra de Manuel Reguera (hoy desaparecida) acometida entre 1760 y 1770, la cual, al hacerse años después esta rampa, en el lugar donde partía la procesión a San Llorienzo de la Mar, ocasionó una duplicidad innecesaria, por lo que fue suprimida con la obra de Miguel García de la Cruz entre 1907 y 1914


En la orilla del mar, entre los usuarios, vemos a alguna de les del sábanu, mujeres de los pueblos del interior y de la meseta que acudían a los baños en los llamados trenes-botijo, siempre con su atuendo de sábana blanca tapándoles el cuerpo. En La playa como escenario del descanso, el ocio y lasocialización femenina en la imagen artística asturianaentre 1870 y 1970, de Laura Mier Valerón (Universidad de La Rioja) se las describe de esta forma:
"...mujeres de interior que llegaban a Gijón en ferrocarril desde las tierras mesetarias castellanas o las zonas rurales e interiores asturianas en los meses de julio y agosto. A veces como cabezas de familia, otras como integrantes de un grupo de iguales, venían a tomar los baños de ola y disfrutar de sus beneficios terapéuticos. Así, sus baños quedaron registrados en la práctica artística mediante un esquema, por otro lado, basado en la realidad, que permite una fácil identificación. Vestidas en exceso, cubiertas con lo que se ha llamado sábanu (sábana o saco de lino) y con pañuelo sobre la cabeza, suelen entrar al agua asidas a las maromas o cuerdas dispuestas entre las estacas, acotando la zona de baño, como ayuda ante los fuertes embates de las olas"

Y en la misma pared, placa de cerámica con el nombre de la plazoleta y placa metálica debajo con el retrato y biografía del arquitecto. Nosotros aportamos la de la Real Academia de la Historia:
"José Avelino Díaz estudió en la Escuela de Arquitectura de Madrid, donde se tituló el 23 de junio de 1915. Su primer destino fue, en ese mismo año, el de arquitecto provincial de Palencia. En la capital palentina dirigió la finalización de las obras del palacio de la Diputación, edificio de tendencia “neoplateresca” proyectado por Jerónimo Arroyo en 1902. El 20 de agosto de 1919 obtuvo el nombramiento de arquitecto municipal de Mieres, en Asturias, cargo en el que permaneció hasta 1932. En la arquitectura proyectada por José Avelino Díaz en Mieres influyeron tanto la estética regionalista de la Escuela Montañesa, preconizada por Leonardo Rucabado, como el estilo vienés de la Secesión. Ese regionalismo se irá decantando hacia una estética racionalista. Más de cien proyectos, en su mayor parte ejecutados, ilustran una labor arquitectónica que abarca grupos escolares, escuelas privadas, viviendas burguesas, chalets, casas de tipo obrero, locales comerciales, cines, conjuntos sanitarios y edificios religiosos. La poética prerracionalista se percibe especialmente en los proyectos públicos realizados por el arquitecto, como las Escuelas de Figaredo, el proyecto para el Sanatorio del Montepío de Hulleras del Turón, realizado en 1933, y los numerosos proyectos destinados a cinematógrafos y salas de ocio. Su obra más representativa de esta época es el Grupo Escolar Aniceto Sela, construido en 1925, un edificio en el que se interrelacionan referencias neomudéjares, como los arcos escarzanos de ladrillo o la decoración geométrica, con las poéticas racionalistas, patentes, sobre todo, en el sentido funcional del espacio interno.

En 1932, José Avelino Díaz obtuvo la plaza de arquitecto municipal de Gijón, cargo en el que permaneció hasta su jubilación en 1958. La obra realizada en Gijón, anterior a 1940, se encuadra dentro de una arquitectura de claro acento racionalista, en la que se interrelacionan las estructuras en esqueleto de hormigón armado, el lenguaje desornamentado procedente de las vanguardias de los años veinte, los ideales higiénicos y maquinistas, la preconización de la función social de la arquitectura y la preocupación por la ciudad y el desarrollo urbanístico."

Tal y como trae la placa, esta fue colocada el día 15 de julio de 2002 al inaugurarse las obras de restauración integral de La Escalerona, "desinteresadamente dirigidas por su hijo Miguel Díaz Negrete", también gran arquitecto:

"Entre las obras construidas durante la Segunda República destacan la escalera monumental de acceso a la playa de San Lorenzo (1933), bautizada popularmente como “la Escalerona”, obra de inspiración naval y símbolo del veraneo gijonés; la Fundación Honesto Batallón (1934), escuela primaria que constituye uno de los mejores ejemplos de la arquitectura racionalista en Gijón; el Instituto Alfonso II, de Oviedo, proyectado en 1934, una obra en la que, sobre una estructura portante de hormigón armado se erige un edificio de claras connotaciones funcionalistas y, finalmente, la Caja de Ahorros y Monte de Piedad, en la calle del Instituto, de Gijón, proyectada en 1936 y en la que intervinieron Félix Candela y Fernando Ramírez Dampierre. 
La adaptación de este edificio a un solar en una calle estrecha hace que los volúmenes se fragmenten y recompongan, a la manera de un recurso del cubismo sintético, en las zonas laterales de esta construcción en la que destaca, como un faro urbano, una singular torre. 
Durante la Guerra Civil, Díaz Omaña redacta por encargo de la comisión gestora del Ayuntamiento de Gijón, presidida por el anarquista Avelino González Mallada, el Plan de Reformas Urbanas de Gijón, de 1937. 
El Plan de Reformas presta atención a los problemas de circulación, estructura viaria, espacios verdes y reforma interior del casco antiguo. Amplía el paseo del Muro y varias plazas urbanas, crea ensanches de acceso, proyecta nuevos parques y una vía de circunvalación de la ciudad. El Plan Gamazo, de 1947, asumió algunos de estos proyectos que anticipaban el Gijón contemporáneo. 
Tras la Guerra Civil, la estética racionalista se atempera y se entrelaza con elementos procedentes de la arquitectura popular asturiana, como corredores, aleros, inspirados en lenguajes clásicos, como ménsulas, frontones o arcos de medio punto. Las Viviendas para Pescadores, en el barrio gijonés de Cimadevilla, o La Casa de los Maestros, son algunas de las obras de esta última etapa. 
En 1941, José Avelino Díaz fue nombrado decano del Colegio de Arquitectos de León, Asturias y Galicia, y a partir de 1960, por un acuerdo de la Junta general del Colegio de Arquitectos, se le nombró decano honorario. Su jubilación como arquitecto municipal de Gijón se produce el 31 de marzo de 1958."

Cuando el artista Sfhir realizaba este mural por encargo del Ayuntamiento en la Semanona o Semana Grande de las fiestas de Begoña de 2022, la gente se detenía en este rellano a admirar su bien arte, es entonces cuando el digital 12grados le dedica este hermoso reportaje publicado el 16 de agosto de ese año:

"Una niña posa sentada en el banco de la plazoleta del arquitecto Diaz Omaña mientras su madre le hace una foto. Ellas no son las únicas, decenas de transeúntes curiosean por el lugar para contemplar los avances de la obra mural que el artista urbano ‘Sfhir’ realiza en la fachada del colegio San Lorenzo
Hugo huye de los apellidos y las etiquetas, prefiere que se refieran a él por su firma, ‘Sfhir’.«Creo que con lo que mejor me identifico es con un artista plástico», reflexiona el madrileño que trabaja tal y como han hecho históricamente los grandes pintores, colaborando con jóvenes aprendices o estudiantes de prácticas para poder cubrir los cientos de encargos que recibe cada año. 
Estos días en Gijón le acompaña precisamente una de sus aprendices, Adriana Dominguez, más conocida por su firma ‘Missmorrosa’. «Aunque no entre dentro de mis inquietudes pintar un encargo como este, que es más técnico y no nace de mi discurso personal, a mis aprendices les aporta mucho. Es importante que aprendan a dominar la técnica antes de tener un discurso propio», explica Sfhir. 
El encargo al que se refiere es una iniciativa de la Fundación Municipal de Cultura que consiste en la reproducción de una fotografía del Campo del Valdés datada del siglo XIX y cuyo original puede verse en la exposición «Semeyes. Gijón a través de la fotografía». Al no poder desplazar fácilmente materiales más aparatosos como el un compresor o pulverizador de pintura, para este mural está empleando la brocha, el pincel y algo de spray. «Podría estar un mes entero dando detalles a la foto, pero tengo que terminarlo, así que estoy jugando a dejar un brochazo bonito rematado con algunos detalles», explica y anuncia que a continuación de este proyecto tendrá una sesión de ‘live painting’ en Cabrales. 
«Cada pared es una aventura», afirma Sfhir a quién le gusta «divertirse pintando» y por eso no deja de probar nuevas técnicas que aporten algo diferente a su arte. “Me apunto a un bombardeo. Una vez en Guatemala realicé un mural en un edificio de siete colgado solo de una cuerda. Pero me había cruzado la mitad del mundo para llegar allí y no iba a rendirme porque la grúa con los andamios no pudiese llegar al lugar”, relata, aunque confiesa que quizás no volvería a repetirlo. La aventura no termina en la experimentación y las dificultades técnicas del terreno, realizar obras en la calle es una odisea enfrentada a múltiples obstáculos. «A nivel de censura las cosas están cada día peor y pintes lo que pintes alguien se va a quejar», lamenta. 
Sfhir ha realizado murales por todo el mundo, incluso se enfrentó a la dura censura del estado Kuwait realizando una pintura con rostros al descubierto en un país donde las mujeres eran obligadas a ocultarlo. «Se nos acercaba la gente a decirnos que ver un grafiti así era muy inspirador», recuerda con emoción. Para este artista despertar algo en el público es el verdadero significado de un arte tan accesible como el urbano. «En este mundo materialista mucha gente piensa que no sirve para nada, que es un gasto de dinero. Pero si no tuviéramos el arte quizás la humanidad seguiría sin haber descubierto el fuego», sentencia. 
A partir de hoy Gijón tendrá para siempre un mural firmado por uno de los artistas urbanos más influyentes del planeta. Él seguirá su camino, enfrentándose a la censura como una niña encara a una enorme serpiente en «The golden legend staircase graffiti», la obra realizada en Portugal que lanzó su carrera internacional. Entre sus próximos proyectos está la creación de un nuevo taller que permita a su equipo realizar todos los encargos y abrir una galería en el barrio madrileño de Carabanchel."

En medio de la plazoleta y de sus escaleras en forma circular que la dividen en dos niveles, la Fuente del León


Es así llamada por la cabeza de león de cuya boca mana agua de un caño metálico inoxidable, con botón


Junto a la plazoleta y separado de esta por murete y verja entre columnas, el patio de recreo del Colegio San Lorenzo, cuyos edificios formaban parte de la torre solariega y casona de los Jove Hevia y fue utilizado como vivienda, lo que ayudó a su conservación


La entrada principal al colegio se realizaba por la calle San Bernardo a través del Tránsito de San Vicente de Paúl, que en el año 1867 figura con el mismo nombre pero como travesía. Aquí abajo, por donde ahora entran los escolinos desde la plazoleta, estaban las antiguas caballerizas del palacio. Esta parte obedece a obras acometidas muy posteriormente a la construcción de la torre y capilla efectuadas según se supone entre los años 1660 y 1670


Se trata en concreto de una reforma en estilo plateresco llevada acaba en la década de 1920. Sus usos académicos comenzaron en la posguerra, cuando dejó de ser vivienda particular, entre 1940 y 1970 fue la Academia España de Cándida Aguirre, la primera mujer con título académico en convertirse en profesora de cátedra en una escuela de comercio de España, allá por 1914, poco después de obtenerlo. Aquí impartía hasta 4º de Bachillerato. Luego fue el Colegio Mayfer de educación infantil, de Maite y Fernando, de ahí su nombre y, tras la jubilación de sus propietarios y desde 1987, el ya mencionado Colegio San Lorenzo, que sigue en activo hasta nuestros días. El 17-9-2023 El Comercio publica la entrevista que periodista Laura Castañón hace a una de sus maestras, Victoria Piñera Cortina:
"Nadie lo diría viéndola ahora, asistiendo a ese torrencial entusiasmo con que va desgranando pensamientos en la conversación, que cuando era pequeña, una profesora advirtió a sus padres de que la niña, para pasmo de estos, no hablaba. Había tenido una infancia feliz con sus abuelos en Coro, un pequeño pueblo de Villaviciosa, donde nació en 1960. Allí, en una escuela rural, compartió con una mayoría de niños, juegos y trastadas, árboles para trepar y moras al borde del camino, y en vista de ese estado un poco salvaje en que crecía la niña, los padres, que tenían una sidrería en Gijón, consideraron que era el momento de que formalizara un poco, y se la trajeron con ellos. A los ocho años entró en el Colegio San Fernando, que estaba en la calle Uría, con un uniforme con boina incluida que ella llevaba en la cartera hasta el momento de entrar en clase. Lo de que no hablaba tenía una explicación: criada en el pueblo con los abuelos, su lengua difería bastante del castellano que su maestra imponía en la clase. Victoria no hablaba, sencillamente por el miedo a ser castigada si hablaba como sabía. Como siempre había hablado. 
Después vendrían los años, bachillerato incluido, en el colegio San Vicente, y la decisión de estudiar, que era algo a lo que sus padres daban mucha importancia. Le habría gustado hacer Sociología, pero hubo que conformarse con alguna carrera que se estudiara en Oviedo, y sin pensarlo mucho, como sus amigas se matriculaban en Magisterio, ella también lo hizo. Lo curioso fue que ese desinterés inicial se transformó en pasión, de forma que de todas las amigas que iniciaron la carrera, solo ella permaneció y solo ella convirtió la enseñanza en el eje central de su vida. 
Victoria Piñera, inquieta y activa, alberga en su rostro de sonrisa amplia, una afabilidad indiscutible, y una pasión que pinta con un brillo especial su mirada cuando habla de su trabajo, de su trayectoria profesional que va unida indisolublemente al colegio San Lorenzo, en el edificio de la Torre Jove Hevia, que tanto tiempo atrás albergara la academia España y más tarde el colegio Mayfer. Para que esto fuera así, tuvo que existir una cooperativa formada por ocho maestras que empeñaron su tiempo, sus ahorros, y su trabajo en constituirse como tal para crear un colegio, cuando nadie, empezando por la Consejería de Educación daba un duro por una cooperativa formada únicamente por mujeres. A cambio el apoyo de José Manuel Palacio, alcalde entonces fue fundamental para llevar a cabo una tarea que parecía imposible. Pero Victoria Piñera, que entonces era la más joven de las que crearon la Cooperativa de los Escudos, en alusión a la fachada del edificio, sabía que si una se propone hacer algo y trabaja por ello, siempre se sale adelante, y ella sabía de trabajo desde que a los doce años ya ayudaba en la sidrería familiar. 
De aquella aventura han pasado ya treinta y cuatro años, y en ellos la pasión por la enseñanza ha encontrado el escenario adecuado, en un edificio que poco tiene que ver con un colegio convencional, y los cómplices necesarios para llevar a cabo un sueño: el colegio que la ilusionó cuando era estudiante, en el que es posible la inclusión, el trabajo en la igualdad, el desarrollo de proyectos, la implicación de las familias, la inteligencia emocional, la economía circular, el aprendizaje y el servicio como eje, la ecología en la que está fuertemente implicada a través de Ecologistas en Acción, todo ello asomada a la playa de San Lorenzo. La cooperativa está formada ahora por doce mujeres, son treinta los docentes además de los servicios, y trescientos quince los alumnos que desde los tres a los dieciséis años aprenden en un colegio concertado y laico. 
Hay una luz de imparable voluntad en la mirada de Victoria Piñera: la que ilumina los días que la acercan a una jubilación, que vendrá también repleta de actividad y de entusiasmo, para trabajar en la recuperación del patrimonio del pueblo de Coro, para dedicarse al voluntariado y quién sabe si también para hacerle un guiño a la adolescente que fue y retomar el proyecto de estudiar Sociología."

Detalle del dintel de la puerta y de una de las ménsulas de apoyo del mirador, engalanado todo con profusión de motivos florales, naturalistas y geométricos...


En Biografía de la villa y puerto de Gijón del cronista Joaquín Alonso Bonet se apunta a que este conjunto se construyó a raíz de la erección de un nuevo tramo del muro de contención en este preciso lugar, ante el llamado Arenal de San Pedro, la parte más occidental de la playa:
"Después de 1654, año en que comenzó a construirse el paredón para protegerse de los embates del mar en el arenal llamado de San Pedro y al borde del mismo"

Según también Bonet, será Doña Lucrecia Argüelles, Señora de Celles, casada con Gonzalo García de Jove quien "mandó construir a finales del siglo XVII el palacio de los Jove Hevia con su capilla aneja dedicada a San Lorenzo". Formaría parte del llamado Ensanche Barroco por el que se fue extendiendo la población más allá de su núcleo primigenio, el actual barrio de Cimavilla, hacia el sur, en lo que documentalmente empezó a llamarse Bajovilla


El monumento viene a señalar pues el paso de uno a otro. La primitiva población, tras el desastre de su destrucción, tuvo una larga reconstrucción pero, ya sin murallas, empezaba a extenderse por entonces más allá de aquel límite urbano que fue el Campo Valdés y su entorno, lo que motivó la ampliación de este muro de contención que, en nuestros días, al ser bastante uniforme, daría la impresión de haber sido construido todo él de una sola vez, pero no fue así ni mucho menos. En los bajos de la torre estuvo la famosa tienda de Marica la Gallega, de la que escribe quien fue gran cronista del gijonismo en general y de el playismo en particular, Víctor Labrada, en su libro Al aire de Cimadevilla, publicado en 1971:
"Asomándose a nuestra bellísima playa, sin hipérbole una de las más bonitas y doradas del norte de España, se levanta airosa, al amparo de la carcomida capilla de San Lorenzo, la llamada "Torre de los Hevias", que al correr de los años, iría perdiendo su prestancia, por aquello de dedicar sus bajos a diversas explotaciones más o menos comerciales.

Cuando aún no existían las primitivas "Tiendas del aire" que darían paso, allá por finales del pasado siglo y principios del actual, a la plaza o mercado que a socarrona gracia de los gijoneses bautizarían con el singular nombre de "Plaza del adobo" sentaba sus reales, en los bajos de dicha "Torre", una de las tiendas más populares de aquellos tiempos: la de "Marica la Gallega".

Dedicada a la venta de productos para la pesca, más o menos deportiva, su mostrador y estanterías roídas por la carcoma, ocupaban un buen montón de metros cuadrados. La tienda olía a viejo y sus paredes rezumaban salitre como para poder vender por metros cúbicos. De la pequeña y estrecha puerta de entrada, pendían, entre otras cosas, espuertas y sombreros de esparto, muestras de cordeles de distintos calibres, así como sillas de mimbre muy usadas por nuestras madres y abuelas.

Tras los rotos cristales de aquella puerta, iba languideciendo esta buenísima mujer, tan querida de todo el mundo, tal como iban languideciendo sus sillas de mimbre o paja, por obra y gracia del avance arrollador del progreso.

Aún nos parece estar ante ella. Pequeña. Limpia. Delgada. Tal parecía que en su estómago no había entrado nunca cosa caliente. Sus espaldas de encorvaban, más que por los años, por aquel escoger sobre el bajo mostrador, en eterna vigilancia hacia los dedos de los compradores: "señes, boyes, plomades, anzuelos y xibioneres". Vestía pulcramente satinada blusa y larguísima saya. Por todo adorno, un precioso guardapelo. Su cabello, como el azulado-gris de las primeras horas del alba, se remataba con trenzado y sedoso moño, sobre el que presumían, en un mohín de coquetería, retorcidas orquillas y peinetas de carey.

Cabalgaban sobre sus narices, gruesos espejuelos. Tenía chiquito el pie. Su hablar pausado, tal pareciera que acariciaba. Najo negros mitones conservaba bellas sus manos, tan lozanas, como si aún brillaran en sus ojos pardos, los mejores años de una juventud ya ida. 

Entendía de aquella mar que tenía siempre a la vista, como muy pocas personas podían entender. Sus artíu7clos eran de primerísima calidad y sus consejos, mucho más valiosos que la propia mercancía que vendía. La llamábamos familiarmente..."

Llegamos de esta manera a la Escalera 2 o La Rampla, también llamada de La Pescadería pues esta, como vimos, estuvo justo a su lado, ahora al otro lado de la calle y unos pocos metros más adelante. justo antes de la casa consistorial, que vemos por su parte posterior. Un poco más arriba, en la calle las Cruces, pasadas las arboledas del Campo Valdés y detrás del Palacio Valdés y la casa natal de Jovellanos, vivía Marica la Gallega, de la que sigue contando Víctor Labrada:
"... justo es daros a conocer, aunque sea muy someramente, cómo había sido en su juventud aquella sombra de mujer que iba languideciendo tras la luna cargada de parches y "cagaes de mosca" de su pequeño escaparate.

"Marica la Gallega", que de gallega no tenía ni un pelo, vivía en la parte alta de una humilde casuca en la típica calle de las Cruces, muy cerca de donde tenían su escuela "les maestrines". Había sido feliz en su juventud. Recatada. Guapa hasta dejarlo de sobra y con un palmito que para sí quisieran las minifalderas de nuestros días. Agradable y siempre risueña. De labios jugosos y marfileños dientes, avalaba la frescura de su rostro con unos ojos pardo-violeta, que dejaban boquiabiertos a cuantos la miraban por primera vez. Profundamente religiosa, sin llegar a la beatería, era gran devota de San Telmo, una imagen que el bueno de "Julianón" conservaba como oro en paño sobre una tarima a la entrada misma del pasadizo interior a la Capilla de Animas, en le vieja iglesia de San Pedro. Tuvo infinidad de admiradores, ricos y pobres. Pocos fueron los que la entusiasmaron. A ella solo le interesaba que la llevara al altar, un hombre de bien que la hiciera dichosa. Y según nuestras referencias, lo consiguió plenamente.

Contaros la vida y milagros de quien nos había honrado con su amistad, sería, por nuestra parte, imperdonable empeño. Pero si no toda, vamos a relataros, sin que la memoria nos falle, uno de sus más simpáticos momentos:

"Cuando a la caída de aquel suave atardecer, dejábamos los bajos de "Torre de los Hevias", después de haber comprado en amigable charla con la dueña de la tienda "sedales y anzuelos" para la pesca del "panchu", al pasar camino de casa frente al "puestu de Filomena", en el que se vendían toda clase de frutas y productos del campo, sentimos una rara sensación. 

Sabíamos que en uno de los pisos cercanos a la "Torre". frente por frente de la "Plaza del Adobo", vivía uno de los muchos pretendientes de los que hacían la corte al personaje central de estas charlas. Hombre, que al decir de las comadres era "guapu hasta dejarlo de sobra", había estado, como viajero impenitente, durante algunos años en la hermosa perla de las Antillas. Se llevaba, al parecer, a las hembras de calle, pero a quien regentaba aquel comercio, no le hacía mucho tilín, y si se lo hacía, lo disimulaba bastante bien.

¿Cuántas veces había paseado a su puerta, aquel "americanu del pote", con su bastón con puño de plata, batelera o jipi-japa, floreado el chaleco y gruesa cadena de la que pendía dorada leontina? ¿Cuántas veces había mirado "Mariuca" con el rabillo del ojo? Como diría la frescachona de "Carola la Miuca", más de "milenta".

Nuestro hombre, en ese afán de conquistar a la "mujer de sus sueños", lanzaba todos los atardeceres, desde su balcón, las más bellas y almibaradas guajiras. Pero aquella tarde, sin duda en un "arrebatu de celos", lanzó al aire la canción que nos causara aquella rara sensación que nos dejara en suspenso.

Decía así:

"Permita

el sielo divino

que se reviente un volcán,

permita

el sielo divino

que se reviente

un volcán,

que pase

por Quimacán

y mate a don

Marselino.

A la mujer

de Juan chino,

a don Paco

el catalán

y a todos sus

descendientes

que mate a toda la gente

del pueblo de Quimacán..."

Aquello, más que canción, tal parecía un terrible deseo de venganza, como si con ella pudiera hacer polvo la "Torre de los Hevias" y que bajo sus escombros quedara sepultada para siempre, la moza altanera que le traía por la calle de la amargura..."



La Torre de los Jove Hevia, con su aspecto medievalizante almenado tal vez quería representar con ello las hondas raíces históricas de su estirpe. Con el tiempo representa uno de los momentos del crecimiento de la villa que se haría gran urbe, la más poblada de Asturias, algo que ya se perfilaba en los tiempos de la tienda de Marica la Gallega, de la que prosigue su relato Víctor Labrada, explicándonos que aconteció con aquella canción lanzada a voces por su despechado pretendiente:
"A "Mariuca" la cogió todo aquello tan de sorpresa, que quedó hecha una pieza. Luego pensaría para sí: "¡Esti zoquete no está bien de la azotea! ¡Qué se creerá el muy pazguatu, que no ye más que allegar y besar el santu! ¡Pa ti va estar todo esto de rosites, guapín! ¡Como no vengas con los papeles bajo el brazy, vas dau! ¡Como sigas así, van llegate les calabaces a Noreña! ¡Estos americanos del zoilo deben creer que tou el monte ye orégano o que les mozuques de Cimadevilla nos chupamos el deu!" Y llenando un floreado jarro de gruesa loza de agua, esperó a que el "indianu" pasara ante la puerta de la tienda. Ya se encargaría ella de "apagai aquel fuegu pa unes cuantes semanes"...

Seguimos sonrientes el camino hacia casa. Ya estaban iluminados, con sus tulipas a gas, los escaparates de "El Globo" y "El Vapor". En ellos se exhibían, en terrible mezcolanza, trajes marineros para primera comunión, gorras de planto y los últimos modelos de ligas con las famosas leyendas de: ¡Viva mi Dueño!

Al pasar ante el portalón de la fonda "De Madrid", llegó hasta nuestros oídos, en forma de angustiado lamento, la voz de aquél que, al decir de "Mariuca", estaba igual que una regadera:
¡Ay, Mariuca de mi alma,
tú me robas la calma
yo no puedo vivir sin ti...
Y como solía sentenciar "Concha la raposa", una de las más populares vendedoras de pescado al freso en la vieja pescadería: ¡Mañana mucho más"

Según los estudiosos, la capilla de San Lorenzo o de San Llorienzo de la Tierra, construida según inscripción en su portada en 1668, recuerda o imita a la del Palacio Valdés, que veremos un poco más adelante, al otro lado del campo de su nombre y bajo la advocación de Nuestra Señora de Guadalupe, veneración mariana de origen mexicano (lo que como veremos delata la relación de sus fundadores con ultramar), construida unos años antes, en 1625 


El Colegio formaba parte, recalcamos del conjunto palacial y ha sido sin duda, reiteramos también, la parte que más se ha reformado, tanto en su parte de atrás, como acabamos de ver desde la plazoleta, como esta que da vista a la playa, con grandes vanos, tres puertas abajo, tres ventanales arriba y azotea



La capilla y la torre sí parecen conservarse idénticas a su construcción original, tal y como puede comprobarse en cuadros y grabados antiguos


La capilla está construida con buenos sillares de piedra arenisca y la torre los presenta en las esquinas, los vanos y las impostas que dividen sus cuatro plantas (incluida la baja) más el ático almenado, donde hay, en la esquina derecha, una gárgola


La torre es de planta cuadrada y su remate almenado es un elemento decorativo y, como hemos dicho, de prestigio, mas que con ninguna función defensiva al estilo de los ya por entonces viejos castillos feudales. Otra cosa es que sí era una muy buena atalaya sobre esta concha


La capilla es una sola planta y sus dimensiones interiores tienen unos 55 metros cuadrados. A su puerta, de arco de medio punto, veremos los expositores de la tienda La Capilla de la Moda, algunos al exterior, pues carece de escaparate


Sobre la portada hay un frontón curvo, abierto en la cúspide, y más arriba bolas muy del gusto herreriano, estilo que puso en boga Juan de Herrera cuando construyó el monasterio de San Lorenzo de El Escorial (Madrid) y que se transmitió al barroco, siendo recuperado posteriormente también varias veces, como en la posguerra española, pues simbolizada el esplendor imperial del Siglo de Oro


La espadaña del campanario presenta remates en pico a los lados y, en lo alto, tres bolas herreriana o escurialenses. La campana dispone de yugo de madera para bandeo y repique, pero en nuestros días, desacralizada la capilla, este no se mueve y se ha dejado fijo


La campana, de 39 cm de altura y 43 cm de diámetro, mellada en el borde, no conserva el badajo y, según el gran musicólogo Julio Sánchez-Andrade en su libro Campanas y campaneros del Arciprestazgo de Gijón, parece muy antigua y los relieves de su epigrafía están muy desgastados, así nos la transcribe este erudito:  
"MARIA Y JOSE ORATE
PRO NOBIS ANO DE
14...

La fecha está muy borrosa y la "E" de "ANO DE" está fundida al revés. Más abajo hay represnetada una cruz en la que cada uno de los extremos -superior, y ambos lados del travesaño- está rematado con cuatro triángulos y que en su parte inferiro tiene un gran pedestal en forma de escalera, con cuatro peldaños".

Si la fecha de Sánchez Andrade es cierta, la de la centuria del año 1400, estaríamos ante un elemento de los tiempos en los que se estaba reconstruyendo la población tras su completa destrucción en el sitio de 1395, por lo que esta campana pertenecería a una capilla anterior a esta de 1668, bien situada en el mismo lugar o procedente de otro


Pero si por algo destaca su fachada para la mayor parte de la gente es por las caprichosísimas formas que la erosión marina ha producido a lo largo del tiempo en sus viejas piedras de cantería de roca arenisca. Observemos también arriba en la parte abierta del frontón la fecha de construcción, el mencionado año de 1668


En estos agujeros redondos se pueden no ya los dedos sino en algunos hasta un puño


Entre la torre y la Pescadería Municipal (hoy oficinas del Ayuntamiento), está la calle Ventura Álvarez Sala, dedicada a esta gran pintor costumbrista gijonés nacido en ella en 1869. Antiguamente se denominaba San Lorenzo y, tras aprobarse el nuevo nombre el 14-10-1919 "varios vecinos de la calle protestaron, sin demérito de la trayectoria del pintor, pero deseando el nombre tradicional de la calle. Incluso se llegaron a presentar recursos judiciales", nos dice Luis Miguel Piñera en su citado libro dedicado al callejero gijonés


Enfrente, desde La Rampla, contemplamos toda la playa y su concha, con los altos edificios del Ensanche del Arenal que sustituyeron con el desarrollismo a otros más antiguos, ciudadelas obreras, casas y chalets burgueses, con una densidad, angostura y crecimiento en altura que hicieron imposible el proyecto de un parque-playa y ciudad jardín que se extendiese por esta franja costera


En el suelo del rellano del mirador, una frase de Jovellanos de 1796 referida a este muro: "El mar, bravísimo. ¡Sublime espectáculo de sus olas contra el paredón!"


A lo lejos, a la derecha de la foto, El Cervigón, con su punta acantilada que marca el extremo occidental de la bahía. Más allá, y no a nuestra vista, está La Fontica, solar de aquella mítica y mitológica capilla de San Llorienzo de la Mar, a donde llevaron los pescadores a Gorín, el ermitaño que, según la leyenda, expulsó al cuélebre de sus dominios tras pedirle consejo y ayuda los pescadores, según relata Álvarez Peña basándose en la obra de Luis Argüelles con su informante Manín de Selmo:
"Se decía que el monstruo destrozaba las lanchas y aparejos de los pescadores de Cimavilla, haciéndoles la vida imposible. La gente pensó ir a pedirle consejo a un ermitaño, de nombre Gorín, que vivía en El Picu'l Sol (en las sierras al sur del concejo). Este se les ofreció a solucionarles el problema. Para ello, escogió a una moza de quince años, llamada Xuana, hija de soltera, y fue con ella hasta la gruta donde vivía el Cuélebre. Nada más salir el bicho, le arrojó alrededor del cuello la faja que llevaba Xuana en la cintura, con la que la bestia se quedó mansa y quieta. Después, Gorín entró en la cueva y salió con un laurel de oro que el cuélebre guardaba. Tras tirarlo al mar, le pidió al Cuélebre que fuese tras él. Así el monstruo desapareció para siempre en las bravas aguas

Gorín el ermitaño les pidió a cambio a los pescadores que le permitiesen vivir allí, en aquella cueva de La Fontica o Isla la Tortuga, y que le mantuviesen llevándole provisiones. Si alguna vez se les olvidaba, un cuervo de posaba en aquellos altos de La Providencia (barrio de San Lorenzo o San Llorienzo, parroquia de Somió) y graznaba para recordárselo, pues lo oían desde aquí. Esta es la razón por la que aquel lugar sigue siendo conocido como La Colina'l Cuervu."El ermitaño vivió en santidad hasta que murió", prosigue Álvarez Peña, "que fue cuando, encima de la cueva del Cuélebre, construyeron una capilla, junto al acantilado", la capilla de San Lorenzo de la Tierra


Luis Argüelles en sus conferencias hablaba de las reminiscencias griálicas de la leyenda, dada la presencia en ella de San Lorenzo, santo guardián del tesoro de la iglesia, que se superpone al mal, o lo pagano, sobre el solar del diabólico cuélebre. El tesoro, el grial, sería el laurel de oro que la fiera custodiaba en su caverna, de la que fue expulsado. Todo ello con un trasfondo legendario precristiano y un simbolismo mágico-religioso en torno a la cristianización, también muy común a la tradición griálica


Es, avanzando un poco más, cuando sí veremos asomar el espolón acantilado del extremo más septentrional de La Fontica, más allá de La Punta'l Cervigón, hasta el llegaba desde aquí la procesión marinera de la romería de San Llorienzo. Hoy en día dicha procesión va, por tierra hasta el cabo, desde la capilla de La Providencia, encontrándose la imagen del santo allí y desde el mar, con la del de tierra, una imagen transportada en lacha desde el actual puerto deportivo


La playa con marea alta, totalmente sumergida bajo el Cantábrico. Al fondo, a la derecha de la iglesia de San Pedro, la Escalera 1. Allí antaño, desde La Peña Santana, los chiquillos de Cimavilla se tiraban a nadar llegando al otro extremo de la bahía y dando al vuelta


La playa en bajamar, con mucha arena en la superficie y las rocas del pedreru a la vista y con gente mariscando, de ahí el dicho popular... "a la baxamar too aparéz"


Seguimos nuestro periplo por este Paseo del Muro y calle Cabrales, no dedicada en realidad al concejo asturiano de Cabrales ni a su renombrado queso de este nombre, sino y pese a un error de transcripción, al benefactor Juan Nepomuceno Cabranes (con 'n' -apellido basado en otro topónimo concejil, pero no Cabrales) que, para más inri, se produjo desde el mismo momento en el que se le dedicó la calle. Vuelve a contarnos lo que pasó Luis Migue Piñera, cronista oficial:
"Juan Nepomuceno Cabranes legó al Ayuntamiento (testamento del día 19 de febrero de 1836) la mitad de sus bienes, con destino al Hospital de La Caridad, a cuya junta pertenecía, y que estuvo situado, hasta cien años después, en los actuales jardines del Náutico. Los bienes donados por Cabranes fueron 15.000 reales, el edificio destinado a hospital y varias casas en la calle que luego llevó su nombre. Ese día de 1847 se decidió llamar Cabrales a la calle. Aunque, desde luego, el apellido de Juan Nepomuceno es Cabranes y no Cabrales, y así figura en sus partidas de nacimiento y de defunción. El error viene ya desde 1847, cuando el Ayuntamiento llama Cabrales a una calle que se conocía popularmente como Cabranes; la impresión que da es que ni siquiera los descendientes de Juan Nepomuceno trataron de subsanar la equivocación."

Allí está antigua Pescadería Municipal, ahora dependencias del Ayuntamiento, que destaca por su peculiar forma, con sus grandes ventanales, los arcos de su entrada, las columnas y escalera, asíu como, arriba, su gran frontón


Es otra de las grandes obras proyectadas por el arquitecto municipal Miguel García de la Cruz en 1922 y reformada en 1927, construyéndose entre 1928 y 1930 con mostradores para vendedoras que disponían de su propio puesto, dotado de mostrador para despachar pescado al peso y "marisco mayor", es decir, bugre (bogavante) y langosta...


Antes estuvo en este lugar el Mercáu del Adobu, de 1897, así llamado por vender principalmente carne de gochu (cerdo), mercado que fue sustituido por esta pescadería, la cual se construyó para darle el relevo a otra más antigua que no reunía las condiciones necesarias, del año 1857, construida enfrente, como hemos visto, a este lado de la calle, el Mercado de San Lorenzo. Wikipedia nos cuenta así su historia:
"Gijón contaba a principios del siglo XX con 3 mercados: Dos de origen privado y destinados a productos agrícolas; Mercado Jovellanos y Mercado del Sur, y otro municipal construido sobre 1850 destinado a la venta de pescado y marisco; Mercado de San Lorenzo. Este mercado, enclavado en el mismo solar que el actual edificio presentaba unas deficiencias técnicas muy grandes.
En 1915 el arquitecto municipal Miguel García de la Cruz diseña un edificio destinado a la compra y venta de pescado, que resulta descartado por su alto coste y dificultad de obtener los terrenos a expropiar. En 1922 vuelve a diseñar otro edificio valorado en 509 985 pesetas y es finalmente aceptado en 1927. En 1928 comienzan las obras del mismo tras la demolición del Mercado de San Lorenzo y de su entorno inmediato, saneando las manzanas circundantes. El edificio se inaugura el 13 de marzo de 1930."

Aquella vieja pescadería estaba aquí mismo, encima del arenal, al que arrojaba sus detritus, vertidos y basuras cuando esta playa aún apenas era visitada para los baños de ola, pues como hemos dicho la gente acudía a Pando 


Se trataba además de una reminiscencia de los antiguos usos de las playas, consideradas como vertederos abiertos al mar, ya que eran tenidas por lugares insalubres hasta que se descubrieron y divulgaron sus valores salutíferos e higiénico-sanitarios (baños de mar) a partir sobre todo de la tercera década del siglo XIX...


Esta nueva pescadería que la sustituyó tenía 8 montacargas, 126 puestos de venta de pescado y 16 de marisco, estos en los sótanos. Había también lavaderos, cámaras frigoríficas y almacenes, diseñando para ello el ingeniero José María Sánchez del Vallado una estructura de hormigón armado pionero en su género. Este ingeniero es especialmente conocido por la construcción de el Mirador del Fitu, en Parres, por aquella misma época en la que se construía esta pescadería 


El pescado venía del cercano muelle pesquero, actual puerto deportivo, y les pescaderes o pescateres solían ser vecinas del barrio de Cimavilla. El periodista y escritor Dionisio Viña en su libro Nordestes, nordestinos y nordestazos nos adjunta nombres y apodos de pescaderas que antaño vendieron en este histórico y entrañable edificio, como Aurora la Cotolla, Mercedes la Recompusa, la Ricopelola Santina, Ángeles la Tarabica, Flora la Gallinera, Flora la Sapia, Ángeles la Perrina, Carola y Asunción Les Guapitesla Güeyona, Julia la Tazonera, Ángeles la Crespa, Antonia la Tuerta, Natalia la Moscala, la Pajarera, Vicenta Satanás o Adela Lao...


Ellas abonaban una renta mensual a un arrendador que también pagaba a su vez al Ayuntamiento y que conseguía este arriendo en pública subasta, según datos de Borja Álvarez e Ignacio Biaín en su Guía histórica y natural de la costa de Gijón, quienes también nos dicen que, fuera del mercado, había otras 150 pescaderas más pero sin puestos, con pescados enteros y mariscos menores que no podían vender al peso, no en vano era este el lugar donde se emplazaban más antiguamente Les Tiendes del Aire, resguardadas con toldos del airón de El Muro


Al pasar, vamos a ver, asimismo, la fachada del palacio de los Jove Hevia que mira a la calle Ventura Álvarez Sala. Arriba, entre las ventanas de la tercera planta, el blasón


Entre dos leones ostenta las armas de cinco escudos, los de los Valdés, Bernaldo de Quirós, Rodríguez de León, Argüelles y Cienfuegos 


A su derecha, en la calle Ventura Álvarez Sala, se añadió al conjunto de casa-torre y capilla un edificio residencial en épocas posteriores, que es el que vimos antes desde el patio de recreo por su parte posterior


En la actualidad es otra de las entradas al Colegio San Lorenzo que, recordamos, tiene una tercera, que fue la principal, en la calle San Bernardo, al fondo


En el segundo piso dispone de un balcón saliente de hierro forjado asomado a la calle


Y en la fachada otro blasón de escudos solariegos de antiguas y linajudas estirpes gijonesas


En el bajo del siguiente edificio estuvo el popular restaurante Casa Zarracina, célebre por sus oricios (erizos de mar) entre otras exquisiteces asturianas, a cuyo cierre por jubilación publica el periódico El Comercio del 3-6-2022 este espléndido reportaje, Casa Zarracina dice adiós tras casi un siglo de historia, firmado por Jessica M. Puga:
"Cierra un histórico. Casa Zarracina bajará la persiana para siempre el 19 de junio tras nueve décadas de historia. De ellas, 64 años escritos por la familia Riesgo Fernández. En el recuerdo quedarán clientes que «son como de la familia», anécdotas que se cuentan por miles, muchos culinos escanciados y platos servidos. Pero la decisión «es inamovible. Nos jubilamos», aseguran tras la barra sus actuales responsables, Rafaela Riesgo Fernández y Segundo Riesgo Pérez. 
Son la segunda generación y los encargados de tomar «una decisión difícil». Juntos llevan casi 40 años trabajando en el emblemático restaurante situado en el número 4 de la calle Ventura Álvarez Sala, a un paso de la plaza Mayor. Ella más: «Llevo aquí toda la vida y trabajando desde que tuve edad para ayudar», explica quien el próximo 1 de julio cumplirá 62. Su marido celebró los 65 el pasado 28 de febrero. «Era el momento de cerrar. La determinación la tomamos hace poco. Nos ayudó a hacerlo la falta de personal para trabajar y los muchos impedimentos que te ponen y que te terminan quitando las ganas», lamentaba ayer Rafaela Riesgo. 
El negocio lo adquirieron sus padres para poder establecerse en Gijón. La madre, Enriqueta, era de Tineo y él, Juan Antonio, de Luarca. «Navegaba y cuando se casó decidieron que no volvería a la mar. Vino con un hermano y cogió este negocio», recuerda la mediana de tres hermanos, que continuó la historia. Primero, hace al menos 115 años, el local fue La Armonía y después, hace casi un siglo, pasó a ser Casa Zarracina. 
Casa Zarracina hizo historia con su cocina tradicional, esa que no se perdían los asturianos ni los de Madrid y Castilla que pasaban las vacaciones en la 'tierrina'. La oferta la copaba el marisco y, sobremanera, el rey de la casa era el oriciu, que en los últimos años preparaban también con arroz y en fabada y croquetas. Y el rollo de bonito «con la receta de mi madre», destaca Rafaela, que rinde homenaje tanto a sus padres como a Rogelio Barata, «el camarero que estuvo con nosotros 33 años», ahonda..."



La grande y clara fachada es de estilo clasicista  y de planta rectangular, aunque las esquinas están "elegantemente redondeadas". en hermosos y bien conseguidos chaflanes. Toda la fachada está cubierta por grandes ventanales en forma de arco. Ejerció como pescadería municipal durante 61 años hasta que a principios de 1991 el edificio es clausurado y seguidamente abandonado


Descartándose otros usos se decide restaurarlo para oficinas municipales dentro de la estructura de edificios vinculados al Ayuntamiento en torno a la Plaza Mayor, para ello el interior es demolido en su totalidad, preservándose solamente el exterior con sus volúmenes originales, según  el proyecto del arquitecto Javier Calzadilla. La Profesora Titular en Historia del Arte Natalia Tielve García realiza esta descripción del edificio en la web Patrimoniu Industrial: englobando esta intervención dentro de llamado fachadismo imperante en la restauración de edificios en Asturias:
"El inmueble, de dimensiones generosas, sigue el proyecto elaborado por el arquitecto Miguel García de la Cruz en colaboración con el ingeniero José María Sánchez del Vallado. Con estructura de hormigón armado y planta rectangular, ocupa una superficie de 1.100 metros cuadrados. Su fachada se abre a cuatro calles, orientándose la principal hacia la playa de San Lorenzo. Los muros, elevados en piedra caliza, con tableros de mármol blanco, aparecen profusamente calados con amplios ventanales que proporcionan ventajosas condiciones de iluminación al interior. En alzado se organiza en semisótano y planta. Los puestos para despachar el pescado – mayoritariamente detentados por mujeres - se disponían en la planta principal, con piso de mosaico, mientras que en el semisótano se localizaban los de venta de marisco y pescado menudo. En este nivel inferior también encontraron acomodo los montacargas que permitían alzar la mercancía, lavaderos, almacenes, cámaras frigoríficas, una sala de subastas y aseos. 
La actividad de la antigua pescadería se prolongó hasta inicios de la década de 1990. Una vez clausurada, se barajaron diversos proyectos para su reutilización: un casino, un acuario, un balneario, un restaurante… Una sucesión de ideas que fueron desechadas hasta que, finalmente, se tomó la decisión de acondicionarla como espacio de carácter administrativo vinculado al Ayuntamiento. 
No exenta de polémica ha sido la rehabilitación llevada a cabo en el inmueble. Los trabajos ejecutados, en 1996, bajo la dirección del arquitecto Javier Calzadilla, han llevado al mantenimiento del edificio – como aspecto positivo – pero preservando exclusivamente la fachada y vaciando el interior, siguiendo la tónica del fachadismo tan común por desgracia en las reconversiones de edificios industriales que en los últimos años se han ido orquestando en Asturias".

Destaca especialmente esta gran entrada principal con cinco arcos de medio punto sostenidos por columnas con capiteles de orden jónico. Fijémonos en las bolas de estilo herreriano tan habituales en la arquitectura española, un elemento que se repite a lo largo del tiempo


En el frontón triangular se lee arriba AÑO 1928 y debajo PESCADERIA / MUNICIPAL. Un excelente reportaje gráfico e histórico de este inmueble lo hallamos en Gijón en el recuerdo, del que aportamos el siguiente texto:
"Si bien la promoción privada había dotado a la villa de dos mercados cubiertos con capacidad, entidad  arquitectónica y tamaño adecuados –los de Jovellanos y del Sur- destinados a la venta básicamente de productos cárnicos y agrícolas, a los que había que sumar al municipal de San Lorenzo; la venta de pescado no había conocido más ubicación que la limitada construcción levantada tras el nuevo Ayuntamiento mediado el siglo XIX. Estas instalaciones se encontraban ya antes de que finalice esta centuria totalmente desfasadas, tanto por su escasa capacidad como por el progresivo deterioro de su estructura. Por ello el intento de materialización de unas nuevas instalaciones para la pescadería municipal se inicia ya durante la década de 1910, con un proyecto que también recoge las dependencias de una lonja. El proyecto fue trazado por Miguel García de la Cruz en 1915, siguiendo el modelo del mercado vigués de El Berbés, y para cuya ubicación se barajó un solar municipal emplazado entre las calles Instituto, Santa  Elena, Melquíades Álvarez y Contracay; resultando el proyecto finalmente fallido por la inviabilidad de su financiación. La ejecución del proyecto definitivo y, tan importante como él, la delimitación del terreno definitivo para  su ubicación aun tuvo que esperar más de una década. 
El nuevo mercado de la pescadería partió de un proyecto preliminar realizado por García de la Cruz en 1922 en el que quedó definitivamente establecido el corte clasicista de su exterior, que fue definitivamente definido en 1927 por este mismo técnico con un presupuesto de ejecución establecido en 509.985'87 Ptas." 

Para materializar esta construcción se compuso una parcela de 1.100 m² obtenida de sumar al solar del mercado de San Lorenzo, la superficie de la calle Fuente de la Plaza y de la manzana que quedaba limitada por este vial, el antiguo mercado, y la calle Melquíades Álvarez; operación que no sólo permitió obtener un terreno adecuado sino, que además facilitó que se fijase para la alineación de su lateral principal –el que da frente a la playa- la determinada por la parte trasera de la casa Consistorial y la torre de los Jove-Hevia. 
 Esta configuración permitió –tras el derribo de la pescadería vieja- despejar definitivamente la fachada urbana entre el Campo Valdés y el arranque de la calle Cabrales. El proyecto original creaba un edificio de dos plantas, comunicadas por 8 montacargas y con accesos independientes desde el exterior, contando la superior con un total de 126 puestos para venta de pescado, mientras otros 16 destinados al despacho de marisco se ubican en el sótano donde también se sitúan servicios comunes del mercado como lavaderos, cámaras frigoríficas, sala de decomisos, almacenes, aseos y un espacio para lonja . 
Las obras, ejecutadas por la empresa Giménez y Cia., fueron iniciadas en 1928 y concluidas en la primavera de 1930; incorporándose al proyecto de García de la Cruz otro firmado por el ingeniero José María Sánchez del Vallado para que la estructura del edificio fuese realizada con un esqueleto de hormigón armado . 
Esta intervención sirvió también para concluir la fachada oriental de la plaza mayor, ya que esta construcción va a contar como anexo con las dos plantas de esta crujía, que faltaban por levantar sobre los arcos que permitían el acceso a la travesía que comunica la plaza Mayor con la calle Melquíades Álvarez. 
En servicio desde marzo de 1930 hasta finales de 1991, el inmueble sólo conserva hoy su fachada, estando destinado a dependencias municipales tras remodelarse mediada la década de 1990."


En el digital Voluntad encontramos un artículo de Adrián Ausín para El Comercio con el precioso testimonio de algunas de las pescaderas que aquí trabajaron, publicado a fecha 14-2-2016 y en el que cuentan sus recuerdos e impresiones:
"Ocho mujeres reviven para EL COMERCIO los 61 años de la pescadería, hasta su cierre en 1991 pare reconvertirla en edificio administrativo. 
Veinticinco años después del cierre, las vendedoras supervivientes rememoran sus décadas de esplendor. "Era todo precioso, no sé cómo lo pudieron cerrar", critica Ángeles 'la Tarabica'
Luisa Álvarez Lete, ‘la de Nadie’, lleva la plaza del pescado en la sangre. En la suya, en la de su madre y en la de su abuela. En estas tres generaciones se sustancia la historia del precioso edificio gijonés proyectado por Miguel García de la Cruz en 1928, abierto en marzo de 1930, tras una inversión de 509.985 pesetas, y cerrado en el primer trimestre de 1991 por «una mamarrachada» del alcalde, como a ella le gusta decir. Luisa ‘la de Nadie’ nació en la calle Atocha y heredó al instante el mote paterno, cumpliendo la norma del barrio alto («’salimos que no falta nadie’, dijo el patrón de un pesquero y entonces llegó mi padre. Se habían olvidado de él»). Su abuela, Elvira, fue vendedora ambulante por el Campo Valdés y el Muro y estrenó la pescadería municipal aquel flamante 13 de marzo de 1930. Su madre, Maruja, heredó el puesto. Y ella, Luisa, la sucedió a los 23 años, cuando ésta murió repentinamente mientras hablaban por teléfono. Ocurrió en 1961. «No tenía experiencia y lloré lo que quise». «No llores fía que buen oficio es el que mantiene a su amo», le decía Asunción Montero, su vecina laboral. Con el tiempo, sería ‘La de Nadie’ quien la reprendiese a ella por tener «coses de neña». Pero siempre con familiaridad, «en un ambiente extraordinario».

De sus treinta años en la plaza del pescado, Luisa lo recuerda todo. La distribución, con las marisqueras en un lateral y las vendedoras de pescado en el centro (126 puestos), mientras la planta baja era ocupada por carnicerías y fruterías, además de acoger subastas de marisco. El sonido de la campana de la rula del Muelle que escuchan desde casa por las tardes. «Sentíesles tocar y cuando bajabes ya estaban entrando los barcos», recuerda. (Por la tarde eran los de altura, que llegaban por parejas; a primera hora los de bajura y por la noche los del abareque, de sardina grande). El ambientazo que reinó siempre en la plaza. Entre las vendedoras. Con el público. Con visitantes ilustres como Garci, Sabina o Arturo Fernández. Y el declive final, cuando el Ayuntamiento empezó a no renovar licencias hasta que quedaron unas pocas -Luisa, Dora, Veli, Chelo, la Tara…- y acabaron por ser indemnizadas. «Echáronnos a todas para quitar al pobre lo poco que tiene», lamenta. Luisa tenía aún edad laboral y se instaló rápidamente con pescadería propia en Nuevo Gijón, pero no abandonó nunca su Cimadevilla natal, la del 99% de las inquilinas de la plaza del pescado. Hoy, a sus 77 años, ya viuda (su marido trabajó en Tabacalera) tiene a su única hija en Burgos y la casa llena de recuerdos. Sin embargo, busca entre sus fotografías y no aparece ninguna de aquel gran mercado cerrado ahora hace 25 años para reconvertirlo en edificio de oficinas.

Ángeles Sánchez 'la Tarabica'

"Había mucho cachondeo y también un poco de pelusilla" 

Si nunca tuvo pelos en la lengua a los 84 años, menos. Ángeles Sánchez, ‘la Tarabica’, ‘la Tara’ conoció como nadie los tiempos de esplendor de la plaza del pescado, donde regentó un floreciente puesto que vendía marisco «a los mejores restaurantes de Gijón» (Zamorana, Justo, Vitorón, Casa Marcelo…) e incluso a un tal Joaquín Sabina que un buen día se paró ante su mostrador y preguntó si aquellas cigalas estaban reservadas. Cuando ‘La Tara’ le dijo que no, él no dudó: «Ponme la caja». Y se llevó para Madrid cinco kilos de ‘material’ de lo que hoy se conoce tristemente como Antigua Pescadería.

Aquél fue el esplendor. Pero antes fueron los duros inicios. ‘La Tara’ las pasó canutas en la infancia, cuando «los evacuaos», y empezó a trabajar de niña en una conservera, donde robaba trozos de bonito que constituían su alumerzo diario. Luego vendió por la calle, primero con la caja en la cabeza con la que iba hasta La Calzada, luego con carrito. Ya casada, suministraba a la plaza las capturas de su marido, Manuel Batalla, quien salía a faenar con la embarcación ‘Geles’. Sin embargo, un buen día se dio cuenta de que el negocio no era para ella. «Me pagaben les andariques a 20 y les vendíen a 40. Y me dije: ‘A mí no me putea ni dios’». Había una señora que se jubilaba y ‘La Tara’ consiguió un puesto. Arrancó tímida, con lo que pescaba su marido. Luego empezó a acudir a las subastas en la planta baja y fue ganando en presencia, especializada ya en marisco, hasta convertirse en una de las grandes referencias del mercado. «Los negocios ye ‘ésta’ (espeta señalándose la lengua)» y a eso pocas podían ganar a esta mujer de rompe y rasga que presume hasta de haber tenido teléfono en su puesto. Con el negocio en auge, ‘La Tara’ compró un Renault 4, sacó el carné y expandió sus ‘tentáculos’ a Avilés, Candás, Luanco, Bañugues… donde adquiría el marisco que le faltaba, abrió un almacén en la calle del Rosario, donde despachaba los domingos… Y ganó dinero, casó a sus dos hijos…

Hoy, en el salón de su casa, contempla la única foto que conserva de aquella plaza del pescado y queda abrumada por la nostalgia: «’Tara’, ¡qué guapa estabes!», se autoelogia. Y añade al instante: «¡Y qué mala hostia tenía!». «Parecía una marquesa, no una marisquera. Era muy coqueta; no guapa, pero sí muy curiosa», dice risueña. A sus 84 años, conserva la energía intacta, aunque su salud está bastante quebrada. Dos operaciones de riñón, la cadera, la ciática… Y la muerte de su marido («mi calvín», al que lanza un beso al aire al instante) en 2012. «Fue lo peor que me pasó en la vida. En cuatro años me han caído veinte encima. Conocilu con 14. Era tan suave y yo, ya ves… Pero nunca nos faltamos al respeto».

‘La Tara’ fue de las últimas en abandonar aquel barco. Empezaron a ser cada vez menos. El Ayuntamiento no permitía renovar las licencias y la cosa comenzó a languidecer hasta su cierre en 1991. «Era todo precioso. No sé cómo cerraron esa plaza. Echonos Areces, ¡ese h… de la gran p…!», retruena tras rememorar aquel intenso ambiente matinal de lunes a sábado. «Había mucho cachondeo y también un poco de pelusilla». Como su ‘calvín’ «era celosu», ‘La Tarabica’ no acudía a los festejos cuando las pescaderas se iban los domingos de parranda. Para ella, la fiesta era aquel puesto floreciente.

Asunción Álvarez Loché, 'La Guapita'

"Fueron los treinta años más felices de mi vida"

Si en Cimadevilla nadie se queda sin mote, el de Asunción Álvarez Loché fue ganado a pulso. Uno, por guapa. Y otro, por presumida. Asun tiene los 95 cumplidos y apenas sale de casa, en su barrio alto querido. Pero la visita de EL COMERCIO, a media mañana, sin cita previa, no la pilla desprevenida. Abre la puerta perfectamente peinada y maquillada, como una efigie. Primero rehúsa amablemente hablar por cuestión de edad. Luego, añade dos datos: «Mi puesto era el número 66. Fueron los treinta años más felices de mi vida». Y se despide.

Eladia Santurio, 'la de Valienta'

"Cuando nacieron les neñes empecé a ayudar a mi suegra" 

«Empecé cuando nacieron les neñes (gemelas imprevistas). Mi marido ganaba poco, mi suegra estaba en la plaza y me metió a ayudarla. Enseguida vio que valía y pude tener un puesto propio». A sus 94 años, Eladia Santurio irradia bondad. Ella vendía «pescado bueno» (pixín, merluza, salmonetes, lenguado…) y lo hacía en un ambiente sano.

«Estábamos muy unidas, trabajábamos mucho, pero era muy rentable. Cuando lo cerraron para hacer oficinas me llevé un disgusto muy grande». Pese a tener poca escuela, Eladia se manejaba con soltura con la báscula con gran agilidad mental para hacer las cuentas sobre la marcha. No olvida tampoco las esperas en la rula por la entrada de los barcos («a veces hasta las tres de la mañana») y los cientos de kilos de pixín que peló para Las Quintanas. Todo mereció la pena. «Hacía la vida por ellas (dice mirando a una de sus hijas, con la que vive) y pude llevar a las dos al Santo Ángel pagando (cuenta dolida cómo entonces quienes no pagaban no podían llevar uniforme)».

Eladia trabajó en la plaza hasta cumplir la edad de jubilación. Desde 1950 hasta 1986, aproximadamente. Luego regaló los bártulos a una compañera y asistió al triste desenlace del mercado. «Nos fastidiaron las pescaderías. Abrieron muchas de repente y eso, unido a la decisión del Ayuntamiento, fue el fin». Hace dos años, Eladia sufrió un ictus. En Cabueñes no paraban de preguntar qué pastillas tomaba. Pero las hijas no paraban de replicar que ninguna. Hoy, a los 94, sale a la peluquería, no perdona el vino en la comida y queda de cuando en cuando con ‘La Guapita’, quien solo sale, precisa, «si está guapa, guapa». ¿No tiene mote más que el nombre materno? Parece un milagro, pero no. Ahora bien, la hija hace una aclaración: «A mi abuelo lo llamaban ‘el Titi’».

Avelina Artime, 'Veli la del Pálido'

"Al principio no tenía puestos asignados ni horarios" 

Según le contaba Natalia Cuesta, ‘la del Moscalu’ a su hija, Veli, la plaza no tenía puestos asignados en sus inicios, ni tampoco horarios. Las mujeres los ocupaban según llegaban a diario y allí estaban mañana y tarde de lunes a domingo. Natalia ‘la del Moscalu’ (1924-1997) fue de las que empezó vendiendo por la calle con una caja de ‘menudo’ (parrocha, sardina, bocarte) sobre su cabeza que se envolvía al cliente en papel de periódico. Luego tuvo puesto en la plaza y ahí empezó su hija tras unos inicios laborales en una librería y una imprenta. Veli ‘la del Pálido’ vivió los últimos años del mercado y pese a ser los del declive los recuerda con gran cariño. «Aquello era lo mejor. No había sitio como aquél. Siempre había algún pique, alguna cosa, pero lo normal. No lo tenían que haber quitado nunca».

Los buenos recuerdos no son incompatibles con los horarios leoninos, pues Veli rememora tardes y noches de compra en la rula cuando llegaban los barcos para estar luego en la plaza, entre las 6 y las 8, para colocar la mercancía. Cuando cerró la plaza ella se alió con Dora e inmediatamente abrió una pescadería en la calle Melquíades Álvarez, a apenas unos metros de distancia, adonde se llevó su clientela. Allí estuvo hasta su jubilación hace cinco años. A sus 68, si aguza la memoria, aún resuenan en su mente aquellas frases: «Ven mocina, ven a comprar algo, mira lo guapo que lo tengo…». «Se vendía mucho», insiste. «Si lo cerraron no fue porque no se vendiera. Fue por lo que fuera».

Teodora de Blas, Dora 'la del Chita'

"Lo mejor de Gijón ye lo que quiten. Una plaza como ésa...

Tiene 84 años, la memoria lúcida y el reproche a flor de piel: «Lo mejor de Gijón ye lo que quiten porque una plaza como ésa no la hay en ningún lado». Teodora de Blas, ‘Dora la del Chita’, nació en Boo de Aller en 1931, mataron a su padre en la guerra y fue acogida por unas tías en Cimadevilla que «exportaban» pescado. Tenía 12 ó 13 años cuando se inició en aquel ambiente marinero del barrio de pescadores. Compraban pescado en la rula, lo llevaban a una bodega a La Soledad y a las seis de la mañana llegaba Santiago con su carro de caballos para transportarlo hasta el tren, desde donde se distribuía hacia Sama, La Felguera, Mieres… Una socia de una de sus tías tenía puesto en la plaza y Dora empezó a llevar baldes de pescado para vender, amparada por ella, sin puesto fijo. Así germinaron casi 50 años de actividad que acabaron en marzo de 1991 con el cierre definitivo.

En ese largo período vendió todo tipo de pescado, peló cientos de kilos de raya y riñón y se lo pasó de lo lindo. «Había de todo, pero lo pasábamos como dios», sentencia. Hasta tal punto que cuando abrió la pescadería con Veli en Melquíades Álvarez y le llegó la hora de la jubilación lo hizo a regañadientes. «Fue por ésta (dice señalando a la hija). Yo por gusto iba a vender otra vez», sentencia a sus 84 años. «Mira que en una ciudad como Gijón no haya una pescadería municipal…».

Ana María García 'la Polesa'

"Empecé cubriendo las vacaciones de mi prima"

Ana María García empezó en la plaza tras 12 años en Alemania de donde se trajo un marido gallego (César el taxista), dos hijos y unos ahorros. Corría 1976 y a sus 45 años, tras limpiar en un par de casas, se estableció primero cubriendo vacaciones de su prima Chelo ‘la Mulata’ y luego sola, en el puesto vecino al de Eladia, quien le cortaba el bonito y le regalaría a su jubilación numerosos útiles. De todas habla maravillas. «De la hospitalidad de Eladia, de mi prima Chelo, de Asunción ‘la Guapita’, que me cogía a veces lo que no vendía…». ‘La Polesa’, a punto de cumplir 85, asocia el declive a la apertura de pescaderías por todo Gijón y aunque asevera que «debía seguir abierta», muestra dudas sobre su rentabilidad en estos tiempos. 
Consuelo García, 'Chelo La Mulata'

"Arturo Fernández venía mucho y hablaba con todas" 

Chelo ‘la Mulata’ se acuerda del balneario de Las Carolinas, de un hospital en San Bernardo y de Arturo Fernández repartiendo juego en la plaza. «Cuando entraba ya estaba todo revuelto. Venía mucho, era muy popular y hablaba con todas». A sus casi 89 años, que cumple en abril, Chelo ‘la Mulata’ (por su madre) o ‘la Piguacha’ (por su padre) conserva una mirada pícara, una gran simpatía y muchos recuerdos. Desde la fábrica de conservas Vigil, en La Soledad, donde trabajó ocho años; a la Laboral, donde limpió; o su inicio «vendiendo pescado con la cajina (en la cabeza) por Ezcurdia». Se introdujo en la plaza arrimada a Nieves ‘la de Celsa’ y logró un puesto en 1960. Su hermano tenía lancha y si la pesca era escasa acudía a la rula a por bacalada, chicharro, parrocha, sardina…

Chelo siempre vendió menudo y así lo hizo hasta el final cuando recibió una indemnización de un millón de pesetas por los derechos acumulados. Pero aún no le daba para la jubilación. Y continuó en la propia plaza, en el soportal, a cubierto. «Los conocidos seguían viniendo a comprarme e incluso tenía una gaviota que me cuidaba el pescado cuando iba a tomar el cafetín. Lo dejaba tapado con un plástico y al volver le daba una propina», asegura. Pero aquello no era en absoluto legal y ‘La Mulata’ recibió la visita de Marichu, la secretaria del alcalde, diciéndole que la querían ver. «Consuelo, no puede estar ahí». «Les expliqué que me faltaban unos meses para la jubilación y di mi palabra de dejarlo tras ese tiempo». Así fue.

No olvida Chelo aquellos tiempos cuando los barcos salían al abareque y ya de noche ‘despescaban’ las sardinas de la red en la rampa de la rula, aquellos tiempos de la plaza en los que «vendíes lo que queríes. Te lo quitaben de las manos».

Todo ello es historia viva de Gijón, una ciudad marinera que, por extraño que parezca, desde hace 25 años carece de pescadería municipal."


Y, seguido a la Pescadería, el Ayuntamiento de Gijón/Xixón, que empezó a construirse en 1858 según proyecto del arquitecto Andrés Coello, terminándose en 1865, se trata del lugar en el que estuvo el solar de Casa José María Rato, donde, en unas viviendas tiradas en 1778, aparecieron enterramientos atribuidos al tiempo de los romanos, vinculados sin duda al gran yacimiento del Campo Valdés, que podremos visitar en el museo subterráneo de Las Termas


Realmente, en 1858 se iniciaron las gestiones y se encargó el proyecto a Coello, luego en 1860 el arquitecto municipal Luis Céspedes realizó algunas modificaciones y seguidamente, el también arquitecto Lucas María de Palacios para encuadrar la geometría del edificio respecto a la plaza. Las obras comenzaron el 21 de julio de 1861, si bien el acto de colocación de la primera piedra se realizó unos días después, el 2 de agosto. La construcción se da por terminada a mediados de 1865 y el 3 de septiembre de ese año se colocan los últimos muebles


En un principio esta fachada, que mira al mar, estuvo porticada, pero solo por breve tiempo. Actualmente la que tiene soportales es la fachada principal, que mira a la Plaza Mayor. Hacia donde nos dirigimos


Para ello y para no cruzar de manera indebida, hemos de ir al paso de cebra que hay en el Campo Valdés, un poco más adelante del kiosco Les Termes, llamado así por las mencionadas termas romanas, que están a la derecha, al igual que la iglesia de San Pedro


Y así, ante el Palacio de los Valdés con su capilla de Guadalupe, actual colegio Santo Ángel, podemos tomar una decisión. A la izquierda seguiríamos el itinerario señalizado a la Plaza Mayor, pero es una pena no conocer antes un poco el Campo Valdés con la iglesia de San Pedro y su entorno. Para ello iríamos primero a la derecha...



























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