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jueves, 25 de diciembre de 2014

LA ESCALERONA, EL NÁUTICO, LOS BALNEARIOS Y EL SANTÓN (GIJÓN/XIXÓN, ASTURIAS) DEL HOSPITAL DE CARIDAD AL DÚO DINAMICO, MIGUEL RÍOS Y LA FERRETERÍA VASCO ASTURIANA

Llegando a La Escalerona

En nuestro completo recorrido por el gijonés Paseo del Muro siguiendo el Camino Norte de Santiago llegamos, tras dejar atrás los edificios del Martillo de Capua con las viviendas obreras de la Ciudadela de Celestino Solar, a un lugar también muy especial de este paseo marítimo, a La Escalerona, la mayor escalera de la playa de San Lorenzo o San Llorienzo, construida en 1933 por el arquitecto municipal José Avelino Díaz y Fernández Omaña, un lugar de referencia en el que, en invierno y en verano, sirve de punto de encuentro para gentes de aquí, allá y allende acullá. "Quedar en La Escalerona", "verse en La Escalerona", o "cerca", "al lado", "enfrente", "en la escalera siguiente", "al pie", etc., constituyen algunas de las muchas y variadas orientaciones que tienen su porqué en torno a este monumento y su entorno


Por eso La Escalerona es otro de los grandes símbolos de la ciudad y su franja costera, monumental escalera estilo racionalista erigida en plena II República, hecha en hormigón pero con elementos en hierro y bronce, gran mirador y escalones que bajan en todas direcciones formando un gran abanico, es tan atractiva que no pocas personas optan por tomar el sol en su explanada o sentándose en sus escaleras, sobre todo cuando sube la marea


 Antaño en este frente costero hubo varios balnearios, desaparecidos los últimos con las reformas del gobierno municipal de Avelino González Mallada durante la Guerra Civil, dentro de un plan de reformas que, quitando angostura a la creciente ciudad, derribó ciertos edificios en lugares determinados que pasaron a ser plazas, calles anchas o, en este caso, una franja costera sin edificios adosados al muro de contención que estorbasen la vista del mar u ocupasen espacio en este arenal que tiende a desaparecer en las pleamares dado la acusada diferencia del nivel de las aguas entre estas y las bajamares en el Mar Cantábrico


Dichas reformas urbanísticas y demoliciones fueron respetadas y asumidas por las corporaciones de la posguerra, si bien durante las décadas 1960 y 1970, el desarrollismo imperante favoreció la construcción en altura de enormes bloques de pisos incluso en el casco histórico, como vemos enfrente, encajados ente edificios modernistas, racionalistas, eclécticos y barrocos supervivientes de aquellos desaguisados


Junto con las reformas que, aplicadas en 1936-1937 suprimieron los últimos balnearios de esta playa (algunos ya habían cerrado y desaparecido con anterioridad), se derribaron también los edificios existentes en lo que hoy es la explanada ajardinada de El Náutico o los Jardines del Náutico, justo detrás de La Escalerona, por donde también vamos a pasar y de los que asimismo vamos a hablar


Especialmente característica en La Escalerona es su columna con reloj y termómetro para saber la temperatura ambiente, así como otros aparatos meteorológicos, todos ellos protagonistas de lecciones magistrales espontáneas a cargo de improvisados especialistas en climatología, amigos, conocidos o "gente que pasaba por allí". El Termómetro de La Escalerona es por lo tanto sin duda también un símbolo en sí mismo


El lugar de citas por antonomasia es sin duda el mirador con su explanada, donde mucha gente toma también el sol, como también en sus escaleras, especialmente cuando con marea alta el Cantábrico prácticamente se traga el arenal. En este lugar están las duchas, de ahí que veamos agua y humedad, formando incluso un pequeño charco y riachuelo sobre la arena


La Escalerona cuando sube la marea, que en este sector occidental hace desaparecer la playa


Vista al este cuando la marea sigue subiendo. En las pleamares únicamente la franja más occidental de la playa queda con algo de arena sin cubrir por el mar. Posiblemente si se volviese a diseñar este muro, del que tanto hemos hablado en nuestro periplo gijonés, se hiciese unos cientos de metros más atrás, así como por supuesto, no se edificaría en tanta altura como para proyectar la sombra de los edificios a veces sobre el propio arenal


Antes que La Escalerona, estuvo aquí el balneario de La Favorita, inaugurado en 1887, cuyas instalaciones de baños de ola limitaban tanto la vista al mar que su propietario se ofreció a derribarlo ya en 1913, haciendo una terraza de cemento armado al nivel de la calle Jovellanos, que enlaza aquí con el Paseo del Muro, terraza que pasó posteriormente, tras su destrucción en un temporal, a ser sustituida por una primera escalera de acceso a la playa, según leemos en Wikipedia:
"En 1926 el arquitecto municipal de por aquel entonces, Miguel García de la Cruz, presenta un diseño de escalera. Esto se debe a la gran distancia que existía entre las actuales escaleras 3 y 5, lo que dificultaba el acceso a la zona más occidental de la playa, que era su área más frecuentada. En la zona estaba el balneario de La Favorita, que hasta 1924 contaba con una terraza de hormigón. Esta terraza fue demolida por unos temporales por lo que la zona quedó libre para el proyecto de De la Cruz, que ya había construido El Muro (1907-1914). El proyecto consistía en una planta semicircular con una escalera en niveles, ciertamente similar al diseño posterior.

En enero de 1933 el Ayuntamiento, liderado por el alcalde Gil Fernández Barcia, decide retomar el proyecto. Esto se hizo para rebajar tensiones debido a los grandes problemas de empleo que atravesaba la ciudad. En marzo de ese año el arquitecto municipal José Avelino Díaz Fernández-Omaña presenta los planos y el 15 de julio de 1933 se inaugura la estructura. La Escalerona se construyó en algo más de un mes por la constructora Casa Gargallo, trabajando incluso por las noches. El ingeniero Ramón Argüelles participó en la construcción. Costó 100 000 pesetas."


Aquella escalera se había quedado pequeña y se decidió hacer esta, no sin oposición, ya que hubo concejales que preferían que el dinero se invirtiese en una casa de socorro. Unas décadas más atrás, cuando la Playa de San Lorenzo aún no resultaba "apetecible" hubo un proyecto para construir aquí un matadero, incluso se iniciaron la obras, pero al final fueron suspendidas por el Ayuntamiento


No olvidemos que en siglos pasados las playas no tenían la consideración de ahora, eran tenidas como la parte trasera de las poblaciones costeras y como lugares insalubres donde se echaban a veces las inmundicias. Sólo pescadores, en este caso los playos de Cimavilla, vecinos del barrio alto, que vemos al fondo cerrando la concha, recorrían esta playa, de ahí su apodo


Sería con los adelantos sanitarios de las primeras décadas del siglo XIX cuando se redescubrirían las propiedades salutíferas del agua y los médicos aconsejarían sus baños a los pacientes, principalmente en el mar, los célebres baños de ola, ya registrados en esta playa y en la de Pando o Arenal del Natahoyo, al otro lado del istmo de Cimavilla, hacia 1840. Sin embargo la gran afluencia a este arenal no llegaría hasta la desaparición de la Playa de Pando (donde se bañó Isabel II en su visita oficial a Asturias de 1858) a partir de 1870 cuando se empezaron a construir los muelles de El Fomento y El Fomentín, que también conoceremos, como el antiguo muelle local (hoy puerto deportivo) en nuestro periplo por la costa urbana gijonesa


Más allá, los Jardines del Náutico, constituyen un gran espacio abierto triangular, resultado como hemos dicho de los derribos de los edificios aquí situados en manzana dentro de las reformas urbanas de la Gestora Municipal del Frente Popular en 1936, al comienzo de la guerra civil. Su aspecto actual, como el de todo El Muro de San Lorenzo, se deba básicamente a la última gran remodelación integral de El Muro a principios de la década de 1990, obra proyectada por los arquitectos D. Cabezudo y J. Paraja, que le dio la forma que vemos hoy día


La Escalerona  se hizo dentro de lo que hoy llamaríamos un "plan de empleo", basado en obras públicas para paliar los efectos del paro tras el crack del 29 en la Bolsa de Nueva York que afectó inmensamente a todo el planeta a lo largo de duros y funestos años


El acto de inauguración contó con la presencia del alcalde Gil Fernández Barcia, del Partido Reformista, el arquitecto Díaz Omaña, el ingeniero de caminos Ramón Argüelles, el contratista Jesús Gargallo, concejales, otras autoridades, funcionarios municipales y un muy numeroso público que no quiso perderse la ceremonia


El conjunto fue rehabilitado integralmente entre los años 2000 y 2002 por Miguel Díaz Negrete. hijo de Fernández Omaña, inaugurándose en la primavera de 2002, es decir, a punto para la temporada de veraneo


Quedar en La Escalerona es una buena indicación, como ya dijimos, para concertar una cita, no solo en verano, pues constituye un lugar estupendo para esperar si se llega demasiado pronto o si otros se retrasan y donde es fácil localizarse inmediatamente, si no es arriba es abajo, paseando por las escaleras o haciendo tiempo mirando al mar, de ahí que el periodista Adrián Ausín titulase La Escalerona, el ágora del pueblo su artículo para el periódico El Comercio publicado el 11-6-2023, conmemorando el 90 aniversario de su construcción:
"De día, ejerce un sinfín de funciones. Regula un incesante tráfico humano hacia la playa, marca las horas y la temperatura, ofrece su hermosa panza circular como mirador, es punto de encuentro y se alza, con sus discretos nueve metros verticales, coronados por la bandera de la ciudad, como el gran referente de San Lorenzo. De noche, con su espina dorsal iluminada, el embrujo de este hito sencillo, pero abrazado por el pueblo desde el primer día, armoniza, como una melodía, con el rumor de las olas del Cantábrico. La Escalerona, referente playero de Gijón, se convertirá felizmente en nonagenaria el próximo 15 de julio y lo hará, sin duda, por la puerta grande.
Su historia arranca en 1933. En enero, el alcalde Gil Fernández Barcia, del Partido Reformista, retoma el proyecto esbozado siete años atrás por el arquitecto municipal Miguel García de la Cruz, artífice de la construcción del Muro entre 1907 y 1914. Hace el encargo a su sucesor, José Avelino Díaz Fernández-Omaña (Oviedo, 1899-Gijón, 1964). La escalera 4, que recibe el gran flujo ciudadano desde la calle Jovellanos, está obsoleta, registra grandes aglomeraciones. Omaña pergeña un diseño moderno y funcional en abanico, con una plaza central presidida por un elemento vertical. Y, también, un plan b: un acceso frontal, flanqueado por dos torres a modo de pilones en estilo art-decó, que queda descartado. 
La votación, sin embargo, destapa fisuras. Solo 16 ediles levantan su mano a favor de la construcción, a los cuales se suma el regidor, mientras otros 21 se abstienen o votan en contra, según atestigua el Archivo documental de Miguel Díaz Negrete al que ha tenido acceso EL COMERIO. El proyecto sale adelante, por tanto, en precario. 
En marzo está todo listo y se convoca un concurso público. Casa Gargallo se adjudica la obra por 70.000 pesetas. El contexto es de cierta penuria económica, a rebufo del crack del 29, y el encargo no está exento de polémica, como no podía ser menos en la villa de Jovellanos. Los ediles contrarios opinan que la obra no es prioritaria, prefieren de hecho volcar los recursos en una nueva casa de socorro. La Liga de Inquilinos, una representación vecinal, acosa con preguntas al Consistorio, en tono crítico, sobre el gasto que se va a realizar. Hay por tanto un ruido de fondo que no amilana, en absoluto, al alcalde. 
Casa Gargallo trabaja día y noche aprovechando las mareas. Empieza en mayo derribando la vieja estructura, luego alza los cimientos del nuevo tambor y el 15 de julio, en menos de tres meses, se inaugura la obra. El acto es solemne, multitudinario, festivo. Al día siguiente, EL COMERCIO recogerá una reseña en sus páginas donde detalla cómo la víspera, al mediodía, «quedó inaugurada oficialmente la escalera monumental de acceso a la playa de San Lorenzo», menciona como director de obras a Ramón Argüelles, elogia la rapidez de la ejecución y refiere un posterior lunch para celebrar el alumbramiento en un lugar llamado La Terraza, que no es sino la vivienda de Fernández-Omaña, situada frente a la plaza de toros, donde quiso agasajar a los asistentes para celebrar su primera obra pública en Gijón. 
Aunque algunos (pocos) usan el término monumental para referirse al nuevo hito del paseo del Muro, su bautismo playu es prácticamente inmediato: La Escalerona. En los días siguientes a la entrada en servicio las reacciones son positivas, es calificada de «preciosa y cómoda». Únicamente se pone algún pero a su iluminación, al parecer escasa. Pero La Escalerona nace con buena estrella. Y así seguirá hasta nuestros días. Esto no impide que la acción de la humedad y el salitre vayan haciendo mella en su estructura con el correr del tiempo. También la de los cafres, pues se producen hurtos de los relojes originales, de los números de bronce del termómetro, agresiones a sus vidrios..." 
Los desperfectos ocasionan sucesivas reparaciones. Con la reforma integral del Muro de 1990 que firma Diego Cabezudo, el mirador pierde el nivel del paseo, que se eleva un tanto para homogeneizar su trazado. Esto supone la inclusión de tres escalones descendientes para acceder al mismo. 
 Llega 2001. La Escalerona presenta un estado deficiente y el hijo de su autor, Miguel Díaz Negrete (Palencia 1920-Gijón 2011), también arquitecto, lanza la voz de alarma. Es un hombre de 81 años. Tenía 13 cuando su padre la levantó. Pero no puede consentir lo que ve. La regidora Paz Fernández Felgueroso da el visto bueno y empieza para Negrete una pequeña odisea pues, según recordaba ayer su hija Ana, que participó en la tarea, «le costó muchísimo encontrar el cristal de pavés y dio muchas vueltas con los relojes. Las cosas no iban a ser exactas, pero él quería ser lo más fiel posible». El resultado será satisfactorio. De hecho, el día de la reinauguración, el 15 de julio de 2002, declara: «Es la obra más importante de mi carrera profesional». Costó 72.000 euros e incluyó la dedicatoria a Omaña de la plazoleta del Colegio San Lorenzo. Fue un día feliz para la saga familiar, y para Gijón, en el 69 cumpleaños de La Escalerona. Camina ahora a por el 90. Y ahí sigue, discretamente glamurosa, en su incuestionable reinado con la arena de la playa a sus pies."

Y este es El Termómetro la Escalerona, Tiempo, pulso y temperatura, titularía otro buen articulista, Francisco García, para otro periódico, La Nueva España, unos años antes, el 24-9-2009:
"La Escalerona es reloj, termómetro y pulsómetro de Gijón. Alrededor de los peldaños que se despeñan en semicírculo desde este lugar de encuentro y atalaya se reúnen, ya a primera hora temprana, veteranos embarcados en el ritual de los nueve baños de septiembre, que es talasoterapia añeja y local para apuntalar huesos, reumas y achaques ante el anuncio inminente del otoño que se aventura. Gijón mira cada mañana al cielo desde las ventanas de las casas y al horizonte desde la torre de vigilancia de la Escalerona, que mide las horas, la temperatura y el ritmo cardiaco de una ciudad de frecuentes marejadas y vaivenes y que gusta convertir el Muro en ágora. Mujeres ya metidas en edad se tuestan al sol incipiente del cemento de la Escalerona como bocartes achicharrados, como un San Lorenzo mártir del arenal que es parrilla gijonesa por excelencia. Que la playa fuera bautizada en la advocación a San Lorenzo tendrá que ver, supongo, con su lejano hábito de tostadero."

El Termómetro la Escalerona y, abajo, su complemento, el barómetro o medidor de la presión atmosférica, ante los que, recalcamos, tantísimas disquisiciones se han hecho y se harán


El reloj, ante el que tantas miradas impacientes se han alzado a la vez que se comparara con la que da el nuestro de pulsera, o el del móvil, si nos parece que nuestras citas se retrasan


Y el mirador, explanada que, junto con las escaleras, hace de playa improvisada cuando suben las mareas, como es este el caso, agolpándose la gente mientras las olas llegan al paredón de El Muro, el paseo marítimo que fue extendiéndose al este a la vez que lo hacía la ciudad


Un poco más allá hubo otro balneario, La Sultana, inaugurado en 1886 y desaparecido en 1906 (el primero en hacerlo), cuando se prolongó El Muro hasta la desembocadura del Piles, que vemos a lo lejos y que fue desde donde, viniendo de El Molinón y La Guía, comenzamos a caminar por este paseo de blancas y características barandillas, esencia gijonesa por excelencia. La Sultana, alegoría de los exóticos baños turcos, quería hacer honor a su nombre ofreciendo comodidades según el gusto de los baños de la época, con pilas de mármol y de hierro bañado de porcelana y muchas casetas

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Además de los balnearios existieron 165 casetas móviles tiradas por caballos, la mayor parte desde aquí al Piles. La costumbre era no entrar directamente en el agua, como ahora, sino meterse con caseta y todo y zambullirse desde ella, por cuestiones de la moral de la época. Tanto por ello, como porque las playas seguían teniendo algunos usos de otros tiempos, la normativa de 1877 estipulaba que...
"No se permite bañarse caballerías, perros, ni cerdos en ninguno de los puntos señalizados a las personas, pudiendo solo hacerlo en la playa de San Lorenzo desde La Garita hasta El Piles"

La Garita era un puesto de vigilancia con centinela existente ya en tiempos de la muralla contra alguna posible intentona carlista para tomar la población, derribada a partir de aquella fecha, cuarenta años después de su construcción, lo que favoreció el rápido crecimiento de la ciudad en todas direcciones, en este caso por el llamado Ensanche del Arenal, ocupando los terrenos de las antiguas dunas, donde nació el barrio de L'Arena, cuyo viejo proyecto de parque-playa y ciudad-jardín desapareció bajo toneladas de cemento durante el desarrollismo


A partir del Piles, cuyo puente de dos grandes arcos vemos desde aquí, se extiende Somió, parroquia gijonesa al este del casco urbano. Un poco más atrás y a su derecha vemos los árboles del Parque Isabel la Católica y, a su izquierda, en términos de El Pisón, en Somió los hoteles donde antes estuvo el Chalet de los Rato, delante de otra arboleda, la del Parque Hermanos Castro, antiguo Parque Inglés. A lo lejos, los altos de La Providencia, El Tasqueru y L'Infanzón



El Puente del Piles se construyó en 1914 rematando la prolongación de El Muro desde La Garita hasta el río, que sería luego canalizado. Seguidamente se harían las carreteras desde él hacia L'Infanzón y La Providencia, acercando esa ribera marítima a la creciente población, abriéndose bailes y merenderos dada su especial belleza entre el campo y el mar, antecesores de los actuales restaurantes, cafeterías y salas de fiestas



Luego, al final de la posguerra, entre 1951 y 1958, El Muro se amplió una vez más por esa orilla de Los Mayanes y Somió, parroquia rural y residencial de quintas de veraneo de la alta burguesía industrial, la aristocracia e incluso de familias y personajes cortesanos, se hizo totalmente residencial con la construcción de numerosos chalets, individuales, en colonias y adosados, que transformaron urbanística y paisajísticamente un paisaje que fue de grandes pastos y cultivos de maíz y otros cereales


Tal fue la impronta que marcaron que alguno de aquellos primeros bailes y merenderos, que uno de ellos, el Casablanca, que si bien ha desaparecido tiempo ha, ha dado nombre a este lugar de la costa, que también tiene como referencias geográficas el Bellavista, El Pery, o El Faro del Piles, los cuales, si bien muy reformados, siguen abriendo sus puertas en nuestros días


Ahí están las playas de Los Mayanes, entre la punta o saliente del Mayán de Tierra y del Mayán de Tierra, que también desaparecen en pleamares, como toda la rocosa franja de El Pedreru por donde se extendió El Muro, tradicional zona de marisqueo que, como dichas playas y pese a ser pequeñas y pedregosas, son frecuentadas por muchos bañistas y gentes que acuden a tomar el sol a un lugar algo más agreste y apartado del gran gentío de San Lorenzo


Más allá, en 1945, en lo que por entonces era un paraje muy apartado fuera del casco urbano, se construía uno de los centros sanitarios señeros de la parroquia de Somió, el Sanatorio Marítimo, del que también hablamos en anteriores ocasiones. Más arriba, los verdes prados de la campiña, donde aún se ve pastar a buenos rebaños de vacas, y algún antiguo caserío campesino, recuerdan la razón del nombre de otro de los barrios de Somió, Les Caseríes


Con motivo de la guerra contra los Estados Unidos, que ya se preveía de antes del desastre de 1898, se militarizaron grandes porciones de costa que, en la Transición, revirtieron al Ayuntamiento, como sucedió en La Providencia, donde se construyó un gran parque cuyo picudo y triangular mirador contemplamos desde aquí


El mirador es una soberbia atalaya sobre la costa gijonesa y hasta Cabu Peñes, es decir, buena parte de la marina central asturiana. Búnkeres y trincheras aún se conservan del que fue gran campo de maniobras del ejército


El Muro llega hasta allí, a sus pies, a El Rinconín, donde se hizo un parque-playa con numerosas palmeras, cuya altura sobresale detrás de las instalaciones del Paseo Marítimo. Entre ellas y el parque asoman los tejados de una gran urbanización de chalets, de las muchas que se construyeron en Somió con el neodesarrollismo de las dos últimas décadas del siglo XX que en buena medida va prolongándose hasta nuestros días


Allí donde acaba El Muro se instaló el monumento a la Madre del Emigrante, otro símbolo gijonés que, como La Escalerona y otros lugares suele servir de ubicación y orientación. Se trata de la estatua, muy alta, de una mujer que, aunque difícil de ver a simple vista, da referencia geográfica a ese lugar, La Lloca o La Lloca'l Rinconín, apodo popular que se le dio a la escultura por su aspecto trágico y desharrapado. Sufrió un atentado con bomba en 1976, no siendo reparada hasta 1995


Por entonces, si bien no se prolongaba El Muro, sí se alargaba su paseo, si bien respetando el acantilado a partir de El Rinconín, creándose la Senda del Cervigón a partir de un antiguo sendero de pescadores, junto al que se había hecho en 1968 el primer camping gijonés, actualmente llamado el Camping Gijón pero siempre conocido como el Camping del Rinconín


Allí en lo alto, a la izquierda de la foto vemos la Casa de Rosario de Acuña, que fue vivienda de Rosario de Acuña y Villanueva, gran personalidad de la historia gijonesa y española en general, dentro de la lucha por la igualdad de las mujeres, quien llegó en 1910 aquí tras una azarosa vida gracias a los auspicios del Ateneo Obrero de Gijón 


La senda costera es llana hasta llegar al extremo de La Punta'l Cervigón, a partir de ahí vemos como sube, la ruta costera peatonal se prolonga hasta la Playa la Ñora, en el límite con Villaviciosa, recorriendo los acantilados de ahí a Peñarrubia, La Providencia, La Colina'l Cuervu y las playas de Serín, La Cagonera y Estaño


La cuesta comienza en La Calada'l Bruscu, cala de pesca muy apreciada por los pesquines o pescadores de caña. En una explanada natural rocosa sobre la punta unos pequeños blancos son parte del conjunto escultórico Cantu de los díes fuxíos de Adolfo Manzano, a la izquierda de la senda ascendente


Mientras admirábamos el paisaje hemos bajado a la playa para ver La Escalerona de frente y apreciar su estructura, dispuesta en tres tramos, el primero parcialmente enterrado en la arena, el segundo con tambor cilíndrico sobre el que se asiente el mirador, que le da su singular porte y, arriba, dicho mirador que, con su gran termómetro, conecta con el Paseo del Muro y El Náutico


A La Escalerona se le han dedicado numerosos escritos, sobre noticias, leyendas y curiosidades. Cuando se celebró su referido 90 cumpleaños también le dedicó su semblanza, esta vez para el periódico MiGijón, el ex-concejal Alberto Ferrao, publicada el 15-7-2023:
"El día 15 de julio de 1933 se inauguró la “Escalera monumental de acceso a la playa de San Lorenzo”, símbolo de nuestra playa y lugar de encuentro de jóvenes y mayores. “Quedamos donde La Escalerona” está incrustado en el conjunto de expresiones gijonesas, pasándose de generación en generación. Antes, haciéndolo a voz en grito o en esas llamadas por teléfono sin prefijos, hoy, a través del WhatsApp, con una mensajería instantánea que permite la modificación de tiempos y de lugares, sin parecer afectar nuestra planificación en este mundo cambiante.
Xixón ha sufrido cambios durante estos noventa años, cambios importantes desde el punto de vista urbanístico, de configuración de ciudad, social, económico, cultural… pero también sigue manteniendo protagonistas que no han perdido importancia o funcionalidad con el paso de los siglos. Nuestra escalera número cuatro es uno de nuestros mayores ejemplos. Mantiene toda la operatividad por la que fue creada por Fernández-Omaña, conserva su aumentativo, a pesar de que los tamaños se empequeñecen con el tiempo, se aferra a su figura de ayer, cual presumido caballero con retoques quirúrgicos en sus patas de gallo, y se pavonea ante foriatos sabedora de su lugar clave en el paseo, prolongación de la Calle Jovellanos. En 1933, como hoy, su diseño permitió las funciones que eliminaban los problemas vistos por la corporación de ese año: favoreciendo el acceso a la playa, evitando aglomeraciones por su capacidad, protegiendo al paseo de las inclemencias de la mar y ofreciendo a la ciudad una terraza para visionar nuestro arenal.  Aspectos que siguen siendo necesarios, pues es lugar frecuentado de subida y bajada buscando la mar, todos y todas, en algún momento del año, nos dejamos rodear por la terraza disfrutando del paisaje, sigue siendo lugar de quedadas, y continúa, a pesar de la subida del nivel del mar, protegiendo al paseo del oleaje por un diseño innovador, atrevido y precioso.  
La ciudad, El Muro, la playa cambió su cara, pero La Escalerona mantiene los elementos identificativos: termómetro, reloj y bandera, de entonces. Es cierto que perdió otros medidores, y, de paso, la tabla de mareas, pero conserva estos tres componentes informativos claves para un Muro y arenas más terrenales que su pilar buscando los cielos. Una vez dejadas en el cajón del recuerdo la totalidad de banderas que coloreaban Rufo García Rendueles, nuestra enseña gijonesa sigue siendo referente desde San Pedro hasta la Lloca, volvemos, como ayer, la cabeza al reloj cuando esperamos a esa persona siempre tardona, el termómetro, más brillante, comienza conversaciones a caminantes y otorga realidad a base de mercurio, la terraza que se introduce en la arena será, por siempre, lugar de apoyo en su balaustrada, de reflexiones, de sonidos de olas que relajan, de silencio frente al bullicio. 
Por el lugar en donde viví, y sigo viviendo, soy de los que tienen en la sombra de La Escalerona su lugar de referencia para los días de playa en la infancia, y de baños de atardeceres o amaneceres en mi adolescencia y madurez. Bajar sus escalones sigue siendo mágico, como recorrer una escalera de aquellos palacios nobiliarios de película, en donde uno se empequeñece ante el gris, el verdín de sus peldaños y el olor a mar. Parece, incluso, que, al bajar, al descender por esa imaginaria alfombra roja hacia el arenal, el sonido de la calle se pierde, quedándose uno con el gotear del agua escapando de las duchas, la risa de peques buscando el trocito de mar capturado en el abrazo de hormigón y arena o los tonos altos asturianos hablando de lo mundano. Parece, incluso, que, al bajar, uno sigue siendo el mismo niño que veía con admiración la monumentalidad de una escalera. 
Ahora queda el futuro, un futuro que, junto al Muro, debe servir a la ciudad como lo viene haciendo durante estos noventa años. Sin embargo, creo, y espero equivocarme, que el cambio climático hará perder efectividad a este perfecto elemento arquitectónico. La subida del nivel del mar, unido a fenómenos marítimos, hará pequeño el abanico protector de El Náutico y provocará, más pronto que tarde, la conquista de la mar sobre las calles. Ante los movimientos actuales en El Muro, así como los proyectos presentados para la legislatura, no he visto, teniendo en cuenta ese crecimiento paulatino de la masa de agua salada que se intenta colar entre las blancas barandillas buscando conquistar nuevos espacios, un pensamiento de futuro. Las intervenciones que se hagan ahora, bien con el soterramiento, bien con otras actuaciones, pueden quedar escasas en un corto periodo de tiempo y, por lo tanto, que los escalones protectores de La Escalerona sean vencidos por los ejércitos bajo el mando del calentamiento construido por la humanidad. No estaría de más esa reflexión previa a cualquier intervención para hacer un Muro de hoy y de mañana. Un Muro con una Escalerona orgullosa venciendo las olas, orgullosa de seguir mirando la mar".

A la izquierda, las duchas antes mencionadas y arriba, alguno de los altísimos edificios del Paseo del Muro, entre las calles Jovellanos a la derecha y Capua a la izquierda, con la Plaza Romualdo Alvargonzález Lanquine. Antes que este hubo otros edificios más antiguos que llegaban más cerca del paredón del paseo, los cuales fueron derribados con las reformas urbanísticas de la gestora del Frente Popular. Ahí fue la primera sede de la muy veterana confitería La Playa, escribe de su historia, también en MiGijón, el periodista Javier Fernández Díaz a fecha 2-11-2020:
"Fabián Castaño y su mujer Ambrosia García abrieron sus puertas por primera vez un 21 de marzo de 1921. Desde entonces, La Playa no ha dejado de endulzar la vida de los gijoneses. Casi un siglo después, Inés Villaverde mantiene intacto el proyecto y el sueño de sus bisabuelos. Hoy es la gerente de la confitería más antigua de todas las que existen en la ciudad, uno de esos templos imprescindibles para los amantes de lo dulce. El Gijón más goloso no se entiende sin el olor a chocolate, almendras o canela que aún sale de su obrador. 
El negocio abrió por primera vez frente a San Lorenzo- de ahí el nombre- en el número 1 de la calle Jovellanos. Un viaje por Centroeuropa  sirvió de inspiración a Fabián y Ambrosia para abrir su propio salón de té. El local, inspirado en los clásicos cafés, contaba con una ubicación privilegiada frente a lo que hoy es La Escalerona. Sin embargo, 17 años más tarde hizo las maletas. El traslado no fue muy lejos, y el 10 de marzo de 1938 abría en Corrida. Los problemas con el agua, que llegaba incluso a entrar en el local cuando subía la marea, fueron uno de los motivos para cambiar de ubicación. Lo que no imaginaban entonces es que, tal y como dice Villaverde, “muchos gijoneses ya no entienden Corrida sin La Playa” 
Allí, en pleno centro de Gijón , vivieron el cierre del salón de té para centrarse en los quehaceres propios de la confitería, la Medalla al Mérito al Trabajo a Fabián Castaño en 1957, la entrada de la segunda generación a partir de los setenta y todos los cambios necesarios hasta llegar actualmente a la cuarta.  
Y allí permanecieron hasta 2016. Las obras de la reforma integral del edificio art déco en el que se encontraban les obligaron a trasladarse tan solo unos metros hasta la calle Libertad. Tres años después, en 2019, volvieron al lugar que ya consideran suyo. “La calle Corrida es como nuestra casa”.  En el nuevo local han sabido adaptarse al siglo XXI “sin perder la esencia de La Playa”, explica Villaverde. Y ahí reside para muchos gran parte de su éxito.  
Dice Inés Villaverde, su gerente, que hay algo intangible, que no sabe qué es, “que hace que sigamos aquí 100 años después”. Aunque es consciente también de que la manera artesana que tienen de hacer las cosas, tal y como se han hecho desde el primer día, ha sido clave. Del trabajo manual del obrador siempre se han encargado los hombres, mientras las mujeres, por su parte, llevaban la gestión. Ella sabe bien que “lo uno sin lo otro no puede funcionar”. Y en su caso no ha podido funcionar mejor.  
Cruzar la puerta de la confitería La Playa es entrar en un local inundado por los aromas más dulces. En su mostrador, siempre repleto, hay una gran variedad de productos irresistibles. Pero si hay uno ligado a su historia son las Princesitas. Tres únicos ingredientes (almendra, huevos y azúcar) son suficientes para dar forma a este icónico pastel, que reivindica el significado de la palabra artesano. “Las seguimos haciendo manualmente con la menor intervención de máquinas posibles, encargándonos de cada una de las elaboraciones desde moler la almendra o hacer el baño a mano”, explica Inés. Su origen se remonta a los albores del siglo pasado y su método de elaboración no ha cambiado desde entonces. La falta de uniformidad en tamaño y forma son el sello de su valor artesanal. 
En estos casi 100 años de historia Villaverde sabe que sus dulces han acompañado a los clientes en muchos momentos importantes de su vida. El actual es un buen ejemplo. “El dulce está sirviendo de bálsamo”, asegura, y eso es algo que le hace seguir trabajando con todas las ganas.  
La pandemia actual por la COVID-19 les obligó a “actualizar el tema digital y dar un salto cualitativo”. Muy pronto sus famosas Princesitas y algún que otro producto más se podrán comprar a través de su web para llegar a Gijón y a cualquier otra parte del país. Han tenido que reinventarse y pensar en lo que el cliente necesita porque “lo dulce tiene una parte emocional muy importante”.  
De niña vivía encima del obrador y recuerda cómo a primera hora de la mañana subían los bollos para desayunar. Hoy es ella la que se encarga de ofrecerlos a los gijoneses. Éste seguirá siendo su propósito: “vender algo que le sirve a la gente para celebrar y disfrutar”. La Playa seguirá teniendo las puertas abiertas para endulzarnos un poco la vida. "


Más a la izquierda, el Palacio de los Alvargonzález, junto con las casas de esa manzana entre las calles de Capua y Ezcurdia (esta segunda en El Muro), estaba pensado fuesen derribadas (incluyendo la Ciudadela de Celestino Solar, las primeras en ese ensanche sobre la muralla de la carlistada) pero el final de la Guerra Civil lo impidió, las cuales quedaron formando un martillo o saliente urbanístico, pues las que había a continuación fueron también derribadas, El Martillo de Capua, donde estaba La Garita, parte de la citada defensa y hasta donde llegaba El Muro en 1907 desde la última prolongación del mismo a finales del siglo XVIII, en tiempos de Jovellanos. Hasta aquí llegaría por entonces esta villa y estos eran ya sus arrabales


Poco más allá de La Escalerona, entre ella y la Escalera 3 (las escaleras están numeradas hasta El Rinconín) está la llamada Escalera Fantasma, cuyos restos quedan empotrados en El Muro. Formaba parte de dicha prolongación Jovellanista, tal y como leemos en el libro Muro de San Lorenzo (abrazo de mar (1907-2007), editado por el Ayuntamiento:
"Ya en el XVIII, el crecimiento meridional de la villa hace cada vez más necesaria su defensa oriental tanto de las grandes pleamares como de los daños y molestias causados por la arena. Para solucionarlo, a la par que se ejecutan las obras de renovación del puerto, se erige un tercer muro, el “paredón de San Lorenzo”. 

Levantado entre las décadas de 1760 y 1770 bajo la dirección de Manuel Reguera González, enlazó el inicio de las actuales calles Cabrales y Ezcurdia y facilitó la idea de Jovellanos de desarrollar un plan de ensanche al sur de Bajovilla. 

Él mismo lo describe en sus Apuntamientos sobre Gijón como “un paredón en línea curva y de más de 1.000 varas de extensión sobre la playa oriental para defender la población no sólo del mar, sino también de las arenas que, arrojadas por el nordeste, se la iban tragando por aquella parte”

En su Diario, admirará el combate con el Cantábrico: “Vamos don Pedro de Llanos y yo a observar el mar en el nuevo paredón, que bate cruelmente. Horroriza ver con qué facilidad le descarna, casi hasta descubrir el cimiento; es verdad que después le reviste y defiende con arenas, pero más lentamente. Dos fuertes mareas de equinoccio, con tiempo tormentoso por el vendaval, bastan para arruinarle”. Sin embargo, aún resiste en pie dos siglos más tarde.

El temor de Jovellanos no era infundado. Si bien en esta parte de la playa el lecho rocoso no se encuentra muy profundo, conforme aumenta la distancia del muro hacia su final –lugar conocido como la Garita, por acoger durante años un refugio de centinela– tendrá mayores dificultades de sustentación al estar más batido por el mar y rodeado de arena, material que no ofrece una garantía permanente de apoyo. La estructura contaba con dos escaleras enrasadas localizadas a la altura de la actual rampa de la Pescadería y en su tramo medio, en los hoy jardines del Náutico; su tramo final adoptaba una forma curva similar a la del morro de un malecón portuario. 

Como era habitual entonces, su remate superior consistía en un murete de mampostería enlucida en cuyo arranque (según Calixto de Rato) el Alférez Mayor de Gijón, Francisco de Paula Jovellanos, mandó colocar una lápida conmemorativa del final de las obras: “De la casa de Dios, fuerza y adorno. Año 1775”, hoy desaparecida. 

Más allá, tan sólo la inmensidad de los arenales hasta el límite de las marismas del Piles...(...)"

Aquí, donde más suelen aflorar los restos de los balnearios cuando la resaca arrastra grandes cantidades de arena, estaba el de Las Carolinas, inaugurado en el año 1887 y derribado al comienzo de la Guerra Civil. Su origen está en la primera caseta de baños que, siguiendo la costumbre de la época, hizo construir el promotor Justo del Castillo Quintana en 1874, cuando la Playa de Pando, más frecuentada y donde como hemos dicho se llegó a bañar Isabel II en 1858 (acercándose al mar en una gran caseta sobre raíles para preservar su intimidad), empezaba a desaparecer al hacerse las dársenas de El Fomento y El Fomentín, acudiendo la gente, no sin cierto temor, a esta de San Lorenzo, que se tenía por más peligrosa a causa de las ollas, agujeros que se forman en el fondo, donde se deja de hacer pie. A la caseta de baños se accedía desde El Muro por una pasarela, ya que estaba sobre palafitos, según la moda del momento



El nombre de Las Carolinas se debe a que era un nombre muy en boga por entonces, pues sonaba mucho en la prensa a causa de la crisis abierta entre España y Alemania por la posesión de este archipiélago de la Micronesia que estuvo muy cerca de desembocar en guerra abierta. Los ecos de tal conflicto llegan ocasionalmente a nuestros días cuando, cíclicamente, algún medio reabre el tema de una aún irredenta Micronesia Española. Volviendo al balneario, se lo consideró de los mejores de España y ofrecía baños sulfurosos, baños de ola de todas clases, pilas de mármol, restaurante con menú del día y conciertos


La Favorita sería, en 1885, el primer balneario que se inauguró, si bien poco antes que el de Las Carolinas y el de La Sultana, tenía también pilas de mármol y habitaciones cómodas y espaciosas, así como una galería para el paseo y recreo


Al fondo, en Cimavilla, y detrás de la iglesia de San Pedro, la que durante siglos fue la única parroquial de la villa y puerto, estuvo el balneario La Cantábrica, construido en 1892 aprovechando una diminuta cala de cantos rodados guardada entre peñas donde se bañaba mucha gente. Adquirido en 1920 por el potentado indiano Antonio García Sol a su dueño Policarpo Herrero Vázquez, se construiría en base a él el Real Club de Regatas, que presidía el primero


Desde La Escalerona pasamos pues a El Náutico, dando vista asimismo a la calle Jovellanos, llamada así en honor del ilustrado prócer gijonés, cuyo Real Instituto Asturiano de Náutica y Mineralogía, fundado en 1792 al lado de su casa en Cimavilla, tuvo su segunda sede en 1804 al fondo de la actual calle, en el llamado ensanche jovellanista que extendió la ciudad hacia el Monte Begoña en el siglo XVIII. Trasladado en el siglo XX una vez más, es actualmente el Centro de Cultura Antiguo Instituto 


Fijémonos, en los pequeños azulejos de cerámica con la flecha amarilla sobre fondo azul marino que señalizan el Camino de Santiago por el Paseo de Begoña. Cuando esto eran arenales se sabe que un ramal del Camín Real de la Costa entraba en la villa procedente de El Bibio, nada más pasar La Guía por su antiguo puente de piedra de un solo ojo sobre el río Piles. Dicho camino real costanero pasa unos metros más al sur, constituyendo después la Carretera de la Costa, actualmente Avenida, y está señalizado con conchas amarillas, si bien su trazado, actualmente encajado entre edificios desarrollistas y poco atractivo salvo en lugares muy concretos, fue relegado en favor de este por el paseo marítimo


Otro antiguo ramal del Camín Real de la Costa entraba en la entonces pequeña villa de Jovellanos un poco más al oeste, donde se hizo la antigua Puerta la Villa, por la zona del Monte Begoña hacia la calle Corrida (antigua Ancha de la Cruz), un poco más allá del Antiguo Instituto, al otro lado de los edificios al final de la calle Jovellanos, donde discurre su paralela, la calle los Moros, en la misma dirección


En dicha calle Jovellanos, detrás del bloque de pisos a la izquierda de la foto, tenemos otro monumento que es emblema de la ciudad, la basílica del Sagrado Corazón, enfrente del Antiguo Instituto, más conocida como La Iglesiona


Construida entre 1918 y 1922 en estilo neogótico y modernista, fue quemada el 15 de diciembre de 1930 en una huelga general convocada tras el fusilamiento de los capitanes García Hernández y Fermín Galán, sublevados en Jaca en favor de la república (que se proclamaría cuatro meses después). Luego fue utilizada como cárcel en 1934 durante la Revolución de Asturias, y en 1936-1937 con la Guerra Civil


Restaurada posteriormente, no apreciamos desde aquí sus detalles artísticos y arquitectónicos salvo un elemento que puede llamarnos mucho la atención, la monumental estatua del Sagrado Corazón, popularmente El Santón, hecha en el taller del escultor Serafín de Basterra Eguiluz


Tiene casi 8 metros de altura, se alza unos 50 metros sobre la calle y pesa 32 toneladas de mármol de Carrara hecho en base a diecinueve bloques, siendo colocado el 4 de enero de 1920. Fue bajado durante la contienda civil pero no destruido, por lo que se le volvió a instalar en 1938 sobre la iglesia en 1938


Está puesto, casi desafiando a la gravedad en una muy elevada posición para su colosal tamaño, sobre un pedestal monumental de planta cuadrangular y doce columnas que se dice simboliza a los doce apóstoles siguiendo la frase bíblica "Estáis edificados sobre el cimiento de apóstoles y profetas y el mismo Jesús es la piedra angular".


Este simbolismo resalta con una inscripción a los pies de la estatua que dice CRISTUS VINCIT REGNAT IMPERAT (del Cristus Vincit, Cristus Regnat, Cristus Imperat -'Cristo vence, Cristo reina, Cristo manda'-), mensaje de solemnidad de Jesús en la Iglesia, la cual era la respuesta a otra frase, desaparecida, que decía COR IESV ADVENIAT REGVM TVVM (del segundo pedido de la oración del Padrenuestro, 'que venga a nosotros tu reino'), "En conjunto ambas inscripciones hablaban del reinado de Cristo sobre los hombres y tenían un carácter programático en cuanto al propósito del templo", leemos en Wikipedia


Este monumento al Sagrado Corazón, que en su momento fue el segundo en España tras el del Cerro de los Ángeles, se veía desde muchos lugares de la ciudad hasta la edificación masiva en altura acontecida a partir de la década de 1960. Aún hoy se ve desde muchos áticos, tejados y lugares elevados, así como desde las calles que confluyen en sus inmediaciones. El cronista Luis Miguel Piñera escribe en el periódico La Nueva España del 18-9-2008 el artículo El Santón, en el que cuenta su historia y la de La Iglesiona:
"Se ve desde muchas partes de la ciudad e impresiona por su grandiosidad. Impresiona a los visitantes y también a los que lo vemos todos los días desde nuestra niñez. Es el Santón, la imagen de Cristo que culmina desde cincuenta metros de altura la basílica del Sagrado Corazón de Jesús. Hagamos una breve historia de esa iglesia que en principio los gijoneses llamaron la Catedralita, y luego la Iglesiona siempre empleando los diminutivos y aumentativos tan clásicos aquí. La historia dice que en julio del año 1882 recaló en Gijón el padre Bonifacio López Doncel, procedente de Vigo, encargado de poner en funcionamiento una residencia para jesuitas. Primero fue realidad en una casa de la carretera de Villaviciosa, esquina a la calle de Cabrales, y luego pasó a la cercana calle de San Bernardo para, ya en el año 1890, inaugurase el Colegio de la Inmaculada en la cuesta a Ceares.
Por fin vino la Iglesiona, basílica desde hace pocos años, y oficialmente «templo y residencia del Sagrado Corazón de Jesús», obra de los arquitectos Joan Rubio y Bellver y Miguel García de la Cruz. La primera piedra se colocó el 7 de noviembre de 1913 y el 30 de mayo de 1924 se consagró, aunque las obras no concluyeron hasta mediados de 1925. Y siempre ahí arriba el Santón. 
La fotografía que aquí vemos fue tomada antes de ser colocado, cuando la escultura estaba todavía terminándose en el taller del escultor Serafín Basterra (Bilbao, 1850-1927), su autor, el mismo a quien también se debe la Virgen de la Inmaculada que hay en un patio del colegio. Al ver al santón con esas figuras humanas a su lado podemos darnos idea del verdadero tamaño de la estatua. El Santón pesa 32 toneladas y para realizarlo se usaron 25 metros cúbicos del mármol italiano de Carrara; tiene ocho metros de alto y se colocó donde lo vemos el día 4 de enero de 1920. Para las recientes obras se ató con arneses para no bajarlo y el monumento, que nosotros sepamos, sólo descendió de esa altura una única vez; fue durante la guerra civil, cuando la Iglesiona fue convertida en cárcel. El Santón fue violentado pero no destrozado, y fue izado otra vez tras la contienda. Sí que muchas imágenes de santos de la Iglesiona se destruyeron aquellos días de 1936, pero el Santón fue respetado. Cuenta la leyenda urbana local que eso fue porque los comunistas gijoneses pretendían transformarlo en un monumento dedicado a Lenin. 
El diario «Voluntad» del 22 de octubre de 1938 (la Guerra Civil en Gijón terminó en octubre de 1937) decía: «A las cinco menos cuarto de la tarde de ayer se celebró la ceremonia de bendecir la imagen restaurada del Sagrado Corazón de Jesús que la horda roja había arrancado de su trono desde donde presidía simbólicamente los afanes del pueblo». 
Se conserva una fotografía que está tomada el mismo día en que fue colocado el Santón con el mármol reluciente en todo lo alto (mucho más blanco que hoy) y todavía con los andamios protectores. Unos meses más tarde, el 16 de agosto de 1921, leemos esto en el diario «La Prensa»: «En esta noche de Begoña cabe anotar que desde el colegio de los padres jesuitas se enfocó un reflector sobre la imagen del Sagrado Corazón que corona la iglesia en construcción de la calle de Jovellanos». Hay otras imágenes del Santón. Por ejemplo, la tomada el día 15 de diciembre de 1930, primer día de una huelga general en la ciudad como protesta por los fusilamientos de Galán y Hernández en Jaca. Es sabido que los militares Fermín Galán Rodríguez y Ángel García Hernández, en la ciudad oscense de Jaca, encabezaron una acción militar contra la Monarquía meses antes de la proclamación de la República. Y que por ello fueron ejecutados. Aquel día de diciembre, en Gijón, la Iglesiona fue asaltada y quemada, y en esa foto vemos la humareda bajo el Santón. 
Imagen de tristeza esa de la iglesia ardiendo e imagen de sosiego esta del Santón que aquí presentamos. En tierra, tan humano. Es el Santón original al que, como se dijo, se le hicieron algunas modificaciones en el año 1938. 
Pero allá arriba el Santón resiste después de casi noventa años de ser uno de los iconos más simbólicos de Gijón. Con el permiso -nosotros siempre tan grandones- de la Escalerona y El Molinón."

En la estatua, Jesucristo señala con una mano al corazón mientras con la otra bendice a la ciudad. La advocación del Sagrado Corazón de Jesús, si bien existente desde los orígenes del cristianismo, alcanzó gran devoción hacia el siglo XIII y, en España, sobre todo a partir del XVIII, especialmente extendido con los jesuitas, fundadores de esta iglesia, quienes había llegado a Gijón/Xixón en 1882 aunque al principio sin una residencia permanente


Los jesuitas primeramente habilitaron un colegio, el de la Inmaculada, en la subida a El Coto y Ciares, un poco al sur del Paseo de Begoña. Aquí vinieron en 1901, cuando la propietaria del terreno, Ana  María Díaz, les ofreció su casa y jardín, ampliado después, en 1904, con la de su hija, María del Carmen Zulaibar, que estaba al lado, catorce años después comenzaba la construcción de este santuario, si bien la primera piedra se había colocado el 7 de noviembre de 1913. El 23 de enero de 1932 se disuelve la Compañía de Jesús y, tras los avatares de la guerra, regresan a la ciudad. El 28 de octubre de 2003 es proclamada Basílica Menor por El Vaticano


Toda esa zona está encima de un gran tómbolo de roca que permitió esta y otras edificaciones en altura, por el cual se podía pasar desde la antigua villa, actual barrio de Cimavilla con cierta expansión al sur, a Bajovilla, al Monte Begoña, actual paseo, y era, como hemos dicho, camino de entrada principal a la población desde el Camín Real de la Costa. Un informe técnico del año 2000 informaba, según leemos en el apartado de Historia de la web de la Basílica del Sagrado Corazón, una elevación rocosa de estas características:
"... el terreno consta de una capa superficial de 35 centímetros de pavimento, seguida de otra de 4,5 metros de arenas gruesas (indistinguibles de la arena de la vecina playa de San Lorenzo), una capa de arcilla amarilla de seis metros y, finalmente, roca calcárea. El edificio se cimentó sobre una zapata corrida de hormigón ciclópeo que descansa directamente sobre la arena, no sobre la roca calcárea. Este tipo de cimentación es muy corriente en edificios modernos de Gijón pues gran parte de la ciudad está asentada sobre antiguos arenales y pantanos costeros."

Más acá ya estarían las dunas y los arenales, ganados para la expansión urbana dieciochesca al hacerse el paredón de El Muro hasta aquí, protegiendo a la villa de marejadas y de las arenas que el viento azotaba contra las casas. Más tarde, una muralla en forma de estrella que empezó a construirse en 1837, junto con insalubre foso de agua estancada, encorsetó a la población durante 40 años, hasta su demolición vista su inutilidad en las carlistadas


Entre los edificios aquí existentes hasta 1936-1937, antes de los actuales Jardines del Náutico, había un cuartel, escuelas, viviendas y otras edificaciones entre las que hemos de destacar el Hospital de Caridad, en un caserón donado por Juan Nepomuceno Cabranes a esta institución, fundada en 1804 por el párroco Nicolás Ramón de Sama para atender a los más necesitados y que con la donación de este benefactor y su cuantioso legado pasaría a tener una nueva sede permanente en aquella fecha


José Antonio García Gutiérrez Toño, nos cuenta en sus Efemérides Gijonesas que trataban de evitar a quienes se dedicaban a vivir de la caridad, pues aún acudían supuestos "peregrinos" y gentes que decían ser de la aldea y que se les había arruinado la cosecha, certificándose incluso expulsiones en el caso de los primeros, y es que de alguna manera sucedería al anterior Hospital de Corraxos o de peregrinos pobres que hubo en Cimavilla, el barrio antiguo, hospital desaparecido al quedar afectado por la Ley de Desamortización de Bienes Eclesiásticos, la más conocida como Desamortización de Mendizábal, de 1836


En las tan citadas guerras carlistas acudieron al Hospital de Caridad numerosos heridos y enfermos que elevaron sus gastos, ya años antes había pasado fuertes apuros económicos, pese a las ayudas y donaciones o la inversión en materiales para una sala de autopsias, a cargo del Ayuntamiento. En Recordando la Historia: el viejo Hospital de la Caridad de Gijón, del erudito Javier Granda Álvarez y que descubrimos en su magnífico blog El Cuaderno del Geógrafo, se hace un buen repaso a su historia:
"En Gijón, hay espacios que se llenan con edificios por aquello del horror al vacío, y hay espacios que, en su fría desnudez, guardan la ausencia de un inquilino anterior. Este es el caso de El Náutico, solar privilegiado dónde los haya en su condición de palco preferente en el teatro de la bahía gijonesa. A comienzos del siglo XIX sobre este espacio, en la denominada calle Nueva del Arenal, levantó su residencia el industrial Juan Nepomuceno Cabrales (parece que en su partida de nacimiento pone Cabranes), un enorme caserón de trazas isabelinas (al que posteriormente se adosaron otras edificaciones con destino a vivienda) con una amplia huerta-jardín, que junto con otras propiedades, donó al Hospital de la Caridad al finalizar sus días en 1836. 
En este punto, la privilegiada heredad del “padre de los pobres” pasó a formar parte de la historia de una de las instituciones más venerables de Gijón, el Hospital de la Caridad, hoy conocido como Hospital de Jove, en atención a la última de las varias ubicaciones que este centro asistencial tuvo desde su creación en 1804. Los orígenes y los avatares principales del viejo Hospital de la Caridad son conocidos gracias a la obra del historiador Estanislao Rendueles Llanos, que, en su condición de secretario de la institución, redactó una memoria acerca de su historia que fue impresa en Gijón en la litografía de los señores Crespo y Cruz, en 1865. 
Comienza la narración con la fundación del Hospital, cuando el cura párroco de San Pedro, Nicolás Ramón de Sama, se propuso solicitar la caridad pública para hacer frente a las enfermedades que hacían estragos en la villa entre las gentes más humildes. La favorable acogida y de los recursos que logró reunir, animaron al párroco a formar una Junta o hermandad de Caridad, que se constituyó como una asociación de beneficencia domiciliaria y de socorros a los pobres. A partir de este punto se describen los sucesos que marcaron el devenir de la institución, y que, en buena medida, estuvieron ligados a la propia historia de la ciudad. La adquisición  en 1807 de una casa donde recoger y atender a los enfermos, sita en la calle de Los Moros; el suspenso de la Hermandad por los sucesos de 1808; el restablecimiento de la misma en 1817 y su instalación en el hospital municipal de La Merced por la ruina del establecimiento propio, etc. 
A partir del año 1837, coincidiendo con el legado de Juan Nepomuceno Cabrales (en gratitud el Hospital ofreció una misa por su eterno descanso todos los días de precepto), principia el relato de lo que el autor denomina la segunda parte de la Memoria, que se cierra en el año 1863, dando cuenta de la situación de la institución. En este periodo destaca la instalación del Hospital en el caserón donado por el señor Cabrales, la construcción de la capilla de Ntra. Sra. de la Consolación para dar “pasto espiritual” a los enfermos (en ella domicilió su residencia el gremio de zapateros), o los efectos de las leyes desamortizadoras que obligaron a enajenar los bienes del Hospital. En general, la publicación rebosa de datos y curiosidades relevantes para los interesados en la historia del Gijón decimonónico. 
La vida del Hospital de la Caridad continuó en su asiento frente al mar hasta la campaña de derribos promovidos por la Gestora Municipal del Frente Popular (octubre de 1936 y comienzos de 1937), que se llevó por delante toda la manzana que ocupaba el Hospital, (incluida una escuela municipal y las dependencias del antiguo cuartel de la calle Jovellanos). Como es sabido, tras unos años en el convento de Las Adoratrices en el Bibio, el centro asistencial se trasladó a la finca Moriyón en Jove, donde se levantó un complejo sanitario de nueva planta. Por su parte, el solar del muro que había sido adquirido por el municipio, estuvo en barbecho hasta que a mediados de los cuarenta se procedió a su ordenación, proyectando una zona ajardinada que incluía un establecimiento hostelero pensado para atender las necesidades de los usuarios de San Lorenzo, y que terminaría por bautizar el lugar: El Náutico."

A su lado estaba el Asilo, que funcionó en precario y fue arrendando al Consistorio, que a su vez lo realquilaba al Ministerio de la Guerra para guarnición del acantonamiento Jovellanos


También en precario hubo Casa de Socorro y otro inmueble, las escuelas, que ocupó la Banda de Música Municipal, creada en 1899, fueron causa de protestas porque los ensayos allí celebrados molestaban a los pacientes. En 1901 los ingresos aumentaron tanto que los internos fueron enviados al hospital ovetense de La Cadellada


Precisamente enfrente, al otro lado del triángulo que forma la explanada de El Nático, vemos la línea de edificios de la calle Cabrales, dedicada al gran benefactor del Hospital de Caridad, en realidad apellidado Cabranes, pero que la popularidad del concejo asturiano de Cabrales hizo cambiar su denominación prácticamente desde el comienzo


En testamento del 19 de febrero de 1836 Juan Nepomuceno Cabranes legó al Ayuntamiento la mitad de sus bienes para crear el Hospital de Caridad que aquí estuvo situado durante un siglo, donando 15.000 reales además del terreno, el edificio y algunas casas. Un año después ya decide el consistorio dedicarle esta calle llamándola Cabrales sin que nunca nadie, incluyendo familiares, hubiese intentado subsanar el error, tal y como nos explica Luis Miguel Piñera en Las calles de Gijón. Historia de sus nombres


Al principio de esta calle Jovellanos, mirando al Náutico, tenemos algunos más de los grandes edificios de pisos de la llamada época del desarrollismo. En los antiguos y anteriores a estos estuvo en los años cuarenta del pasado siglo Radio Lamilla, negocio de reparaciones eléctricas, así como las oficinas de la ONCE, esta calle fue ya en aquel momento escogida para instalar unos altavoces, parecen casi un antecedente de la inauguración en los años ochenta de la histórica Radio Minuto, ahora Ser Gijón, en la esquina con el Paseo del Muro. Poco más atrás, en la esquina con la calle Cabrales, estuvo la Frutería Palenzuela. Uno de los grandes establecimientos históricos de esta parte de la calle es el de la Heladería los Dos Hermanos, fundada por Francisco y Sindo Rodríguez y que luego llevó el yerno del primero, Eli García, a cuyo fallecimiento el periodista de El Comercio Marcos Moro publica, dando la noticia el 13-1-2022, una reseña histórica de ellos y de su negocio:
"El gremio de las heladerías artesanales de Gijón está de luto en Gijón por el fallecimiento a los 71 años de Eli García Sánchez, que endulzó durante décadas la vida de gijoneses y foráneos detrás del apetitoso mostrador de Los Dos Hermanos del Náutico. Una heladería que sigue siendo un clásico de Gijón y en la que se implicó, tras casarse, de la mano de su suegro, Francisco Rodríguez, que fue quien fundó la marca Los Dos Hermanos junto a su hermano Sindo Rodríguez. Antes de los helados vendían fruta y castañas. 
La jubilación le llegó antes de la mudanza de su negocio, que se movió solo unos pocos metros desde el bajo del edificio en ruinas de Jacobo Olañeta número 1 a otro local en la calle Jovellanos número 5. Cedió el testigo a quien regenta actualmente la heladería, Román Hernández, ya que su hijo Eli encaminó sus pasos profesionales hacia la docencia. Otra rama de la familia, con Antonio Rodríguez al frente, lleva la heladería del Muelle esquina con la calle Corrida. 
Eli fue también uno de los que introdujo los helados para diabéticos en la ciudad. Ángeles Arques, de Verdú, le recuerda como «una excelente persona, trabajador y atento a su negocio, que le venía por parte de su mujer». «Era sencillo y colaborador», añade. 
Socio de Helados Alacant, en 2002 fue miembro fundador, junto con representantes de Verdú, Straccciatella, La Ibense, Islandia y la Heladería italiana, de la asociación de heladeros artesanos de Gijón, que se creó para defender sus derechos y recuperar los viejos quioscos de venta en la calle. Deja viuda, Paquita Rodríguez, un hijo, Eli García Rodríguez; y dos nietas, Eliana y Aitana, por las que sentía verdadera adoración."

En El Náutico disponemos en la actualidad de una de las elegantes casetas acristaladas del servicio de información Infogijón, la de La Escalerona, para atención turística y que entre otras funciones "no oficiales" están la de servir, su parte exterior, para que los bañistas se muden de ropa y se calcen, entre su parte trasera y los jardines que dan a la calle Jovellanos, así como que aprovechen para peinarse y acicalarse un poco gracias al reflejo de sus paredes de cristal, ya que no en vano El Náutico nació, desde su mismo origen, para dar servicio a los usuarios del arenal


Al paso del Camino y de los peregrinos, está en un buen lugar para aquellos que deseen información de la ciudad y del concejo, desde alojamientos a tiendas, servicios, patrimonio, lugares de interés y, por supuesto el trazado del itinerario jacobita que atraviesa la ciudad y, saliendo de ella, se dirige a Avilés


Tras las demoliciones de la corporación de la Guerra Civil, el lugar habría de esperar a la posguerra para ser urbanizado, convocándose un concurso de ideas que incluía la ordenación de espacio ajardinado y bar con servicios para atender a los bañistas y usuarios de la playa, concurso que ganó Sierralva gracias a un proyecto de Pedro Cabello Maíz que contemplaba numerosos elementos de gusto marinero, barco, faro y mástiles


Su época dorada fue entre los años 1960-1963 con la celebración del Festival Melodía de la Costa Verde, al ser uno de sus escenarios, junto con el Teatro Jovellanos, el Teatro Arango y la Plaza de Toros. Aquí vinieron Los Sonor, Mike Ríos (Luego Migue Ríos), Los Tres de Castilla, Sandra Le Broc, Lolita Garrido, Los Pekes, Luisa Linares y Los Galindos, María Dolores Pradera, el Dúo Dinamico, Oliveros, Serenella, Juan Carlos Monterrey y muchos más, siendo cubierto el evento por la radio y prensa de ámbito estatal, todo un "boom" de aquella. Escribe de ello el periodista, cronista e investigador Janel Cuesta en Melodías de la Costa Verde. Recuerdos de un Festival bajo la lluvia:
"Eran tiempos de música en directo y de notable éxito del Festival de San Remo, iniciado en 1951; tímidamente había comenzado el de Eurovisión en 1956 y en 1958 irrumpía con fuerza el Festival de la Canción de Benidorm.

Gijón, entre otros muchos emprendedores, contaba con dos hombres excepcionales; Fernando Sierra, propietario de la exitosa Sala de Fiestas de los Jardines del Náutico, a lo que no era ajeno el haber residido en Hispanoamérica y conocer en profundidad el complicado mundo del espectáculo. Su buen amigo Eustaquio González Campomanes, Tato Campomanes para la historia del Gijón de nuestros amores, odontólogo de profesión, era un todoterreno con un impresionante historial: desde la creación del tren fluvial del Descenso del Sella y promoción de corridas de toros, hasta presidir la Asociación Asturiana de Caza y la presidencia del Real Sporting en su tercer ascenso a la División de Honor en 1957. ¡Vamos!, que no se les ponía nada por delante, y prueba de ello es que se embarcaron en la creación del Festival Melodía de la Costa Verde.

Lugar, los Jardines del Náutico, como era de suponer, contando con las noches del verano, entre los días 26 y 30 de julio de 1960. Todo a lo grande. Presidente de honor, doña Cayetana, duquesa de Alba; presentador, Bobby Deglané, el más famoso del momento, que cobraba el doble que el mejor de los cantantes. Diputación, ayuntamientos, personalidades de la política y de la cultura a nivel nacional estaban involucradas en el fabuloso evento. El jurado estaba compuesto por personajes de la talla de Sergio Domingo, Patricio Adúriz, Juan Antonio Costa, José Ortega Gómez y el maestro Indalecio Cisneros, prestigioso director musical de Discos Columbia. Los premios de 100, 50, 25 y 15.000 pesetas para las cuatro primeras canciones, y 10.000 para cada uno de esos primeros intérpretes. Espléndidos y abundantes trofeos, entre los que sobresalía el de la Duquesa de Alba y el de Perico Chicote, entre otros de prestigiosas casas comerciales. 24 canciones seleccionadas y la ganadora fue ‘Ojos sin luz’, del compositor Mariano Méndez Vigo, interpretada por ‘Los 3 de Castilla’. Todo salió tal como estaba previsto, pero falló el invitado principal a cualquier evento en Asturias, que fue el tiempo. Llovía a cántaros y Tato Campomanes protegía con su paraguas al presentador, a la vez que le instigaba constantemente a que transmitiese el supuesto buen tiempo en una noche de verano estrellada y con excelente temperatura, a través de la Sociedad Española de Radiodifusión SER, que retransmitía el festival. Saldo final: pérdidas de 740.000 pesetas de entonces, una respetable cantidad para la época.

El primer fracaso no amilanó a los dos entusiastas promotores, que al año siguiente celebraron el II Festival los días 14 al 17 de agosto en el Teatro Arango, lleno a rebosar, y las semifinales y finales, en la plaza de toros. Con la misma grandiosidad, pero mirando más por la peseta, los presentadores fueron los radiofonistas locales Casimiro Álvarez y Nelly Rodríguez, y los premios a los intérpretes se rebajaron a 5.000 pesetas, manteniendo las mismas cantidades para los autores de las primeras cuatro canciones. Otra novedad fue que el público, votando democráticamente, eligió ‘Horóscopo’ como canción ganadora, compuesta por Juan Serracant e interpretada por Lolita Garrido. Hay que resaltar que esta segunda edición fue todo un éxito, que estuvo precedido por una suntuosa cabalgata, el día anterior, y a su retransmisión se unieron otras emisoras, por lo que todo hacía presagiar que el Festival Melodías de la Costa Verde seguiría su marcha ascendente y promocionando el nombre de Gijón y de Asturias, que, al fin y al cabo, era su principal objetivo.

Ahora bien, no obstante el incuestionable éxito artístico, las cuentas no cuadraban y el fallecimiento del padre de Fernando Sierra propició que el incombustible Tato Campomanes siguiese él solo adelante con el festival. En su tercera edición resultó ganadora la canción de Ramón Arcusa y Manuel de la Calva, componentes del Dúo Dinámico que llevaba por título ‘Somos jóvenes’, interpretada por Sandra Le Brock. Pero al alcalde Cecilio Olivier le había sucedido Ignacio Bertrand y la nueva Corporación rebajó considerablemente la subvención, que en 1963, en su cuarta edición, ya era la mitad, con la consiguiente disminución de la cuantía de los premios. A ello no fue ajeno el que un concejal, para demostrar que el festival Melodías de la Costa Verde no servía para nada, preguntó a todos los presentes en un pleno cuál había sido la canción ganadora del año anterior. A lo que nadie supo contestar. En el año 1964 se celebró el último festival, resultando ganadora la canción de Toni Leblanc ‘Soledad’, interpretada por el cantante portugués Rui Mascarenhas, que, curiosamente, era un canto de cisne a las Melodías de la Costa Verde. «Sola te fuiste, sola te vas…».

Los jardines propiamente dichos estaban por entonces a cargo del arquitecto Manuel Marco, con parterres geométricos, setos, plantas, así como palmeras y tamarindos a modo de cierre, se llenaban de mesas y sillas a manera de terraza veraniega mientras los cantantes actuaban en el pabellón. En nuestros días su aspecto ha cambiado notablemente y es una gran explanada donde suelen celebrarse conciertos, exposiciones y otras actividades


Al otro lado, en la calle Cabrales 34, también mirando a los Jardines del Náutico y entre los tan mencionados altos bloques producto de la época del desarrollismo tenemos un estrecho y muy llamativo edificio de pisos, que reviste especial interés arquitectónico construido con proyecto de Enrique Álvarez Sala en 1944


Un detalle de la fachada, con diferentes estilos de ventanas


Entre el tercero y cuarto piso, un escudo


En la calle Jovellanos está la entrada al Parking del Náutico, construido con la remodelación del lugar empezando los años 1990, como hemos dicho. Hay en ella también algunos edificios notables, supervivientes de las piquetas de anteriores décadas, pero expuestos de vez en cuando a proyectos de ensanchar esa acera, donde estuvo la Cafetería Montecarlo, la cual tomaba el nombre de un negocio anterior, Almacenes Montecarlo, en los bajos del que fue Hotel la Madrileña, con el maestro sastre Miguel Arjona y los jóvenes José Manuel Fernández Vallina, Esteban García de Castro y César González Díaz. He aquí un reportaje a esta franja de la calle Jovellanos, entre el Paseo del Muro y la Plaza del Parchís (ante el Antiguo Instituto) que publica Marcos Moro para el periódico El Comercio del 13-4-2017 con motivo de uno de aquellos planes de demolición que, de momento, no se han aplicado:
"«Los edificios históricos de la calle Jovellanos deben ser la referencia para la alineación de la acera y no los que se construyeron muchos años después, que no tienen ningún tipo de valor patrimonial y arquitectónico». Quien así reflexiona es Pepe Abad, que lleva media vida detrás de la barra del Café Bariloche y considera un «sinsentido» que desde la actual revisión del Plan General de Ordenación (PGO) «se dé vía libre a la piqueta» para conseguir un retranqueo que sacrifica inmuebles que tienen más de un siglo de historia. «Si hay que derribar algo para igualar las alineaciones de la calle lo lógico sería hacerlo con inmuebles que se construyeron entre los años 70 ó 80 y no con los tres únicos de la zona que merecen ser conservados», opina.
El propietario del Bariloche resalta que «en Gijón no andamos sobrados de edificios antiguos con interés histórico, pero mientras en otros países se protegen aquí parece que lo que se estila es tirarlos abajo para construir otros nuevos y más feos». Pepe Abad considera que un negocio como el suyo, con 52 años de arraigo en la ciudad e inserto en un edificio con 117 años de historia, se ha ganado gozar de «cierta importancia y solera propias». Buena prueba de esa solera, expone, es que el casetón de entrada que se construyó en el Parchís, cuando entró servicio el aparcamiento bajo la plaza, «está alineado con nosotros y no con los edificios más recientes». 
El hostelero asegura que lleva escuchando desde que era un niño que el edificio cuyo bajo ocupa el café tenía los días contados. Abad ve a día de hoy muy complicado llegar a un acuerdo económico con los diferentes propietarios de su edificio, porque además del lucro cesante del Bariloche el promotor que quisiera hacerse con el solar tendría que hacer frente también a los pagos indemnizatorios de la farmacia colindante con Chiqui. «Un recrecido de ocho plantas no sería suficiente para recuperar la inversión», sostiene. «Voy a cumplir 51 años y tengo el firme propósito de jubilarme aquí», añade. 
Desde otro bajo con solera de la calle Jovellanos, Román Hernández, encargado de la heladería Los Dos Hermanos, asegura que si no fuera por el refrescante negocio que va a cumplir 40 años en la misma ubicación, el edificio que hace esquina con la calle Jacobo Olañeta ya no existiría. «Encima no vive nadie y los propietarios de las viviendas querían tirarlo. Tuvimos que clausurar el portal porque se nos metían okupas. Salvamos que tenemos protección de monumento y que queremos mantener la actividad aquí», explica Hernández, quien justifica el deterioro del inmueble en que cuando se pintó la fachada en los años 90 no se arregló el tejado, cosa que sí se hizo en el contiguo edificio del Montecarlo. 
El heladero también juzga «absurdo» que cada vez se redacte un PGO salga a relucir este tema. «Es curioso que al Ayuntamiento lo que le estorbe son los tres edificios que se construyeron a finales del siglo XIX, que son además los más bonitos de la calle». El encargado de la heladería del Náutico tampoco está de acuerdo con la solución de mantener los edificios a costa de eliminar los bajos para retranquearlos y crear soportales para el paso peatonal: «Esto no es Marqués de San Esteban. Si se hace algo así solo va a servir para generar suciedad, que duerman indigentes y hacer botellón». 
Tal y como adelantó EL COMERCIO, la situación de la calle Jovellanos tiene un apartado específico en el borrador de informe del destituido jefe del servicio técnico de Urbanismo, Javier Domingo, en el que se enumeran los errores y omisiones del documento aprobado hace un año por cinco de los seis grupos de la Corporación en el Pleno. En su exposición sobre esta céntrica calle, el técnico señala que en el documento de aprobación inicial (DAI), aprobado por el Pleno, seguramente pasaron inadvertidos a los concejales dos aspectos importantes. Que se recoge una nueva alineación de la calle con un ensanchamiento de la acera y que se deja fuera de ordenación urbanística a tres edificios históricos en previsión de su derribo futuro. Se trata del de la heladería Los Dos Hermanos (Jacobo Olañeta, 1), el de Montecarlo (Cabrales, 1) y el del Bariloche (plaza del Instituto, 1)."

El urbanismo de esta parte de la ciudad se basa, en su disposición, en el derribo de aquella muralla erigida en el siglo XIX durante las guerras carlistas hacia el que se llamó el Ensanche del Arenal, pues la ciudad creció, literalmente, sobre la arena de la playa y su antigua franja dunar, tal y como se había hecho antes, a mucha menor escala, en estos espacios inmediatos a la ciudad vieja


Al final de la explanada del Náutico y en unos de sus vértices, tenemos un edificio con terraza en la parte superior destinado a usos hosteleros, donde abren sus puertas dos negocios, ambos con grandes terrazas en este rellano. Es sucesor del Bar Náutico construido en 1940, empezando la dura posguerra. Reformado y ampliado con todo su entorno en 1953, tuvo animados bailes


El antiguo bar del Náutico fue derribado en 1975 y en los años 90 fue recuperado con un nuevo aspecto durante la gran reforma de los arquitectos D. Cabezudo y J. Paraja dentro de la remodelación total de El Muro, que le dio el aspecto que vemos en nuestros días. Al fondo a su izquierda está la calle Domínguez Gil, dedicara quien fuera "alcalde varias veces", el industrial Casimiro Domíguez Gil, en concreto 1840, 1842 y 1856. Estuvo dedicada antes al cardenal Cienfuegos y en origen se la llamaba calle Nueva


Allí, en la esquina con la calle de San Bernardo es otro de los supervivientes de la piqueta que, con inusitada crueldad, se desató desaforada sobre tantísimos ejemplos del patrimonio gijonés de entresiglos por los que la ciudad llegó a ser llamada la pequeña Londres, dada su abundancia de construcciones de época, sobre todo modernistas


La calle San Bernardo, que discurre pues hacia la Plaza Mayor detrás de estos edificios, se llama así por la antigua existencia de una capilla con esta advocación y que antes estuvo dedicada a la Concepción 


Aparece citada con el nombre de Las Arrebalgadas en el Catastro de Ensenada, "Antonio Menéndez Valdés Cornellana tiene casa en la calle que va a la Plaza de la Villa, que llaman de las Arrebalgadas", que viene del término arrebalgar, acción de levantar las faldas las mujeres para no mancharlas al cruzar una calle con charcos y embarrada, relacionado con rebalgar, andar a grandes pasos pisando lo más seco


Figurémonos pues cómo sería toda esta zona por entonces, antes de esta primera gran prolongación del paredón del El Muro en tiempos de Jovellanos a partir de primitivas estructuras al pie de la iglesia de San Pedro y el Campo Valdés, que reconocemos bien por su frondoso arbolado


".... los primeros muros realizados sobre la playa de San Lorenzo se levantaron al pie del Cerro hace unos 1.500 años", leemos en el citado libro Muro de San Lorenzo (abrazo de mar) 1907-2005, es decir desde el asentamiento de los que se supone primeros pobladores, los astures cilúrnigos de la gentilidad de los luggones en el siglo I procedentes de Noega (castro de La Campa Torres, sito más al oeste, al otro lado de la bahía). Tras la destrucción de la puebla y su puerto en 1395 con las guerras trastamaristas volverían a rehacerse, como la población:
"Aunque hoy no se perciba, la convivencia entre la ciudad de Gijón y el mar no siempre fue fácil: el Cantábrico supuso durante siglos una molestia constante –cuando no un notable peligro–, al reclamar a la villa el espacio que inmemorialmente había ocupado y que ahora ésta, no sin arrogancia, pretendía hurtarle.

El puerto y su contracay fueron desde el siglo XV una defensa segura para el flanco oeste del tómbolo. Hacia San Lorenzo, un paredón, el Muro, era recurso obligado para intentar contener el mar. Pero si durante siglos el mantenimiento del puerto implicó una inversión que, aunque constante, se veía recompensada con los beneficios que aportaba su actividad, el Muro de San Lorenzo era sólo un recordatorio permanente de la debilidad de Gijón ante la naturaleza.

Cada vez que la ciudad, a lo largo de su historia, pretendió extender el casco urbano sobre la lengua de arena que impedía la insularidad del cerro de Santa Catalina, se precisaron murallas, paredones, barbacanas, diques, malecones –denominados de una u otra forma según la época y la fuente documental que se consulte–, generalmente acosados y puntualmente aniquilados por la furia de Neptuno. Por ello, podemos hablar de varios muros de San Lorenzo antes de la construcción del que tradicionalmente se ha definido así, dando la falsa impresión de tratarse de una única estructura de ejecución sincrónica entre la iglesia de San Pedro y el puente del Piles. 

Así, el flanco oriental de la fortificación romana y medieval supuso durante mil años el primer muro de la playa San Lorenzo. 

Su trazado resulta hoy conocido gracias a las excavaciones arqueológicas realizadas dentro del Proyecto Gijón. Los restos nos muestran que su desarrollo apenas afectaba al arenal: perfilaba el solar donde luego se asentó la iglesia de San Pedro y una tercera parte del Campo Valdés para después girar hacia poniente a través de la falda del Cerro.

No resulta arriesgado concluir que el Gijón reconstruido durante el siglo XV tuvo que servirse de los restos de aquella imponente estructura para comenzar una nueva historia, por primera vez sin una muralla en sentido tradicional, aunque sí con una construcción similar que deslindase la población del mar, a medida que la primera necesitaba ganar terreno a costa de las aguas y del arenal. 

Durante los siglos XVI y XVII surge un nuevo perímetro murado al este del Cerro. Sin rebasar su base rocosa, deja atrás ampliamente el antiguo recinto fundacional, gana el cuello del tómbolo y lo convierte permanentemente en tierra firme. Este malecón perfilará en centurias sucesivas la plataforma rectangular sobre la que se asientan la iglesia de San Pedro y el Campo Valdés. El tramo del Muro irá alcanzando el arranque de la actual calle de Cabrales, aunque posiblemente con menor latitud de la que presenta hoy en día."

Corría el año 1782 cuando, hacía tiempo acabadas aquellas obras del nuevo muro de contención efectuadas entre 1760 y 1770 a cargo del arquitecto Manuel Reguera González, cuando, de nuevo el ilustre Jovellanos, plantea en su Plan de Mejoras, remodelar el paredón entre dicho Campo Valdés y la iglesia parroquial de San Pedro

 
Menciona Jovellanos en concreto a la Peña Santa Ana, detrás de dicha iglesia, donde luego se hizo el balneario La Cantábrica y, posteriormente, el Club de Regatas. Allí están las actuales escaleras 0 y 1:
"No aparece otro remedio que el de reparar el antiguo paredón desde la Peña de Santa Ana hasta donde hace frente a la capilla de los Valdés, y construir otro nuevo que arranque de este sitio hasta unir con el que acaba de hacerse cercando enteramente el mar por toda la parte oriental de la actual población"

La iglesia no es la que conoció Jovellanos construida en el siglo XV sobre los cimientos de una más antiguo destruida en el asedio de 1395 y donde durante un tiempo descansarían sus restos, sino una reconstrucción realizada tras la Guerra Civil que, imitando el Arte Asturiano y buscando un mayor aforo que el muy transformado templo gótico anterior, obra de los hermanos arquitectos Francisco y Federico Somolinos Cuesta


La iglesia pues, es el último exponente de una sucesión de santuarios que, erigidos encima de las termas romanas descubiertas en 1903 y cuyo museo, subterráneo, puede visitarse, no se descarta estén encima de un espacio sagrado precristiano. Más atrás, oculto por los árboles, está el Palacio Valdés que da nombre a este campo, en cuyo momento tuvo litigios con la iglesia por su titularidad. Actualmente es el colegio Santo Ángel


A la izquierda del Campo Valdés, la parte posterior del Ayuntamiento, del año 1865 y hecha con proyecto del arquitecto Andrés Coello, que sucedió a otras casas consistoriales anteriores. La señalización del Camino de Santiago llega por el Paseo del Muro a su esquina derecha y luego se dirige a la Plaza Mayor. Sin embargo los peregrinos históricos subirían hacia la casa familiar de Jovellanos pues a su lado tenían su centro asistencial, el Hospital de los Remedios, más conocido como Hospital de Corraxos (peregrinos pobres)


A su izquierda está el llamativo edificio de la Pescadería Municipal, inaugurado en 1928, según reza su frontón sobre la entrada principal de arcos de medio punto, ahora dependencias del Ayuntamiento. Es un edificio que destaca por su peculiar forma, con sus grandes ventanales, los arcos de su entrada, las columnas y la escalera, obra proyectada por el arquitecto municipal Miguel García de la Cruz en 1922 y reformada en 1927, construyéndose entre 1928 y 1930 con mostradores para unas 25 vendedoras que disponían de su propio puesto, dotado de mostrador para vender pescado al peso y "marisco mayor", es decir, bugre (bogavante) y langosta


Fuera del edificio había otras 150 pescaderas más pero sin puestos, con pescados enteros y mariscos menores que no podían vender al peso, no en vano era este el lugar donde se emplazaban antes Les Tiendes del Aire, resguardadas con toldos del airón de El Muro


Antes estuvo en su lugar el Mercáu del Adobu, de 1897, así llamado por vender principalmente carne de gochu (cerdo), mercado que fue sustituido por esta pescadería, la cual se construyó para darle el relevo a otra más antigua que no reunía las condiciones necesarias, del año 1860 y que arrojaba los vertidos a la misma playa cuando esta aún apenas era visitada para los baños de ola, pues como hemos dicho la gente acudía mayoritariamente a Pando, el Arenal del Natahoyo


Y esta es la que llaman La Rampla o La Rampla la Pescadería, la oficialmente Escalera 2 de El Muro, que no tiene escalones sino que es, como su nombre indica, una rampa hecha con las obras jovellanistas de ampliación y mejoras de este tramo de costa urbana, la cual ya aparece en un cuadro del artista Mariano Ramón Sánchez datado hacia 1795


Allí está la Torre de los Jove Hevia con su Capilla de San Llorienzo (s. XVII), que le da nombre a la playa, cuya denominación autóctona, San Llorienzo de la Tierra, es la forma recogida en coplas y dichos populares, debido a una procesión marinera que de aquí salía, ha quedado muy relegada por la de San Lorenzo. La playa también era denominada, al menos en esta parte occidental, el Arenal de San Pedro (al este era el Arenal de la Salmoriera, -de salmoria 'salmuera'-)


Adosado a la izquierda de la capilla está el Colegio San Lorenzo, con su patio de recreo, fundado en 1987 como cooperativa de profesoras


A lo lejos la Torre del Reloj, reconstrucción peculiar de una torre que, construida en 1572, sirvió de cárcel (y durante un tiempo de Ayuntamiento) hasta su demolición en 1911. Obra del arquitecto Francisco Pol, esta nueva torre, muy poco parecida a la antigua, albergó unos años una muestra arqueológica gijonesa hasta su cierre en 2009. Es llamada por su color La Pantera Rosa y su planta baja es sede del Archivo Municipal, mientras que otras partes son depósito de fondos


Un alto bloque desarrollista de los que descomponen la estética costera de la ciudad se alza entre las escaleras 2 y 3, viendo a su izquierda y para compensar, uno de aquellos edificios que hicieron de Gijón/Xixón, la pequeña Londres de entresiglos


Es el edificio situado en la esquina de la calle Cabrales 18 con la calle Rectoría 1, estilo modernista encargado por Celestino García López al arquitecto Manuel del Busto del año 1902. Un muy célebre establecimiento de hostelería sito en el bajo le dio nombre: El Varsovia. Tiene encima del bar cuatro plantas mas una torre en esquina arriba del todo, rematada en aguda pica


Tras la rehabilitación del también arquitecto Fernando Martín en 2006 le ha sido devuelto todo su esplendor, perdido en parte durante las reformas de los años setenta, con la sobresaliente reconstrucción de la citada torre, que es la que le da su clásico aspecto


Otro de los edificios de interés de la calle Cabrales es el del actual Hotel Alcomar, antigua Ferretería Vasco-Asturiana, fundada en 1902. Lamentablemente, el diseño del edificio hostelero del Náutico, que en su momento fue polémico por ello, le privó de ser visto enteramente desde El Muro


La Ferretería Vasco-Asturiana nació de la mano de Emeterio Ayesta, quien se hizo cargo del apartado financiero-administrativo, en sociedad con Emilio Iglesias (secciones de compra y venta), siendo en 1919 cuando encargan hacer un edificio principal al citado arquitecto Manuel del Busto, inaugurado en 1921, con entrada al otro lado, por la calle San Bernardo


Dos décadas después, en 1940, encargaron esta ampliación para almacenes, con entrada por la calle Cabrales, también a Manuel del Busto, ahora en sociedad con su hijo Juan Manuel del Busto, con entrada por esta calle Cabrales, proyectado según el gusto Art-Decó de los hermanos Busto, en 1940, un estilo al que se "regresó" momentáneamente en la posguerra al no agradar demasiado a las nuevas autoridades el hasta entonces imperante estilo racionalista


La empresa, Sociedad Ayesta, Igleisas y Cía, proporcionaba toda clases de herramientas para ferrocarriles y carreteras y contaba con un depósito de ladrillos refractarios. A su izquierda ocupaba otro edificio de almacén, desaparecido, y todos estaban comunicados entre sí por el interior


Suministraba material de ferretería a tiendas al por menor y cerró sus puertas en 1989, abriendo en su lugar, y tras una profunda reforma, el Hotel Alcomar en estos sus almacenes mientras, al otro lado, en San Bernardo, se habilitaban viviendas y un bajo comercial para la empresa Ferlux de electricidad e iluminación, que posteriormente daría paso a la Librería Central, que fue la primera en la ciudad con ascensor y cafetería


Por aquel año en el que se ampliaba la Vasco Asturiana, recién pasada guerra y pese al pudor del régimen, nuevas costumbres y usos playeros fueron sustituyendo a los antiguos, ya no se reabrirían más balnearios en primera línea de playa, como los que aquí había y, para disgusto de los guardianes de la moral, hubo de levantarse la mano ante las nuevas y cómodas modas de los nuevos bañadores así como, con el aperturismo y el desarrollismo, pese al primer momento de escándalo, los bikinis. Más tarde, con la Transición, llegarían el top-less y el nudismo, siempre con alguna que otra anécdota local


Aquellos antiguos balnearios, muy parecidos pero cada unos con sus  diferencias, tenían una estructura similar a los palafitos, casas sobre el agua, con pivotes hundidos en la arena que sostenían su estructura. Además de los baños disponían de bailes, restaurantes, salas de juegos y según los recursos diversos lujos


Ciertamente las estrictas normas de moral obligaban a medidas y disposiciones tales como separar en la playa a los hombres de las mujeres por zonas y horarios. También las prendas eran reglamentadas, prescribiéndose cómo tenían que ser, hasta donde debían llegar y lo que tenían que tapar, así en 1877 se estipula que "En ninguno de estos puntos se permite bañarse no siendo completamente vestidos"


Más modestos eran los bañistas que venían por libre, sobre todo mujeres de la meseta que llegaban a la ciudad en el llamado tren-botijo, pues portaban todo el avituallamiento, así como sábanas con las que se introducían en el mar y que les dieron el mote de les del sábanu. La población local las imitó y empezó además a confeccionar improvisados bañadores con sábanas y sacos. Los trenes-botijo fueron una idea del escritor y periodista madrileño Ramiro Mestre, quien promovió trenes especiales muy económicos de Madrid a Alicante en 1893, extendiéndolos luego a otras villas costeras


Aquellas gentes de la meseta se desparramaban por las vías urbanas que llegaban más directas al arenal desde la antigua Estación del Norte y llegarían a la Playa San Lorenzo por estas calles, entre el actual Varsovia, la torre y capilla de los Jove Hevia, la pescadería, el Ayuntamiento y el Campo Valdés, escaleras 1, 2 y 3...







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