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jueves, 3 de octubre de 2024

EL MONASTERIO DE SAN VICENTE Y EL ORIGEN DE LA CIUDAD DE OVIEDO/UVIÉU (ASTURIAS) SANTA MARÍA LA REAL DE LA CORTE, EL PADRE FEIJOO, SU PLAZA Y SUS "PEREGRINACIONES SAGRADAS": EL COLEGIO DE TEOLOGÍA Y EL MUSEO ARQUEOLÓGICO

Monasterio de San Vicente, iglesia de Santa María la Real, estatua del Padre Feijoo y San Pelayo 

La estatua del Padre Fray Benito Jerónimo Feijoo, pionero escritor de la Ilustración, mira al antiguo monasterio ovetense de San Vicente, al que llegamos por la calle de su nombre, viniendo del convento de monjas de San Pelayo (más atrás y a la derecha de la foto), 'superviviente' de la desamortización del siglo XIX, por el que entramos en la antigua ciudad intramuros desde La Cuesta la Vega y el solar de la desaparecida Puerta la Noceda de las viejas murallas


El Camino de Santiago sigue cuesta arriba, entre la estatua y la antigua iglesia monacal de San Vicente, que desde 1845, tras haber sido desamortizada nueve años antes, pasó a ser la parroquial de Santa María la Real de la Corte, en un lugar estrechamente vinculado al mismo origen y nacimiento de la ciudad 

Subiendo de San Pelayo (derecha) a San Vicente (izquierda) e iglesia de Santa María la Real

Según viejos cronicones, en el año 761 y con el amparo del rey Fruela, dos monjes, Máximo y su tío Frómista o Fromestano, reciben el permiso para establecerse en este altozano sobre la vega del Río Nora, labrando la tierra y asentándose en el lugar. Veinte años después, en el 781, se les une un grupo de veinticuatro religiosos más, firmándose un pacto monástico, el de San Vicente, a fecha 25 de noviembre, por el que se funda este monasterio con esta advocación, creándose un núcleo de explotación y administración del territorio bajo una regla monacal, en el que se lee:
"Yo, Frómista, abad desde hace veinte años junto con mi sobrino el monje Máximo, nos establecimos en este lugar, abandonado y deshabitado, fundando una basílica en honor de San Vicente, mártir de Cristo y levita".

El monasterio (podemos imaginarnos que un oratorio y unas cabañas al principio), acogido a la regla de San Benito, estaría formado entonces en total por veintiséis personas, Máximo, Frómista y los 24 monjes, que serían los primeros habitantes del actual Oviedo/Uviéu, aparte de la posible presencia de otros colonos, ayudantes, siervos, auxiliares, etc.


Diez años después, en 791, el hijo de Fruela, Alfonso II, establece aquí su capital tras su segunda llegada al trono (depuesto unos años antes por Mauregato) en lo que parece haber sido una época tremendamente inestable, en la que la original corte canguesa pasó a Pravia (y parece que otros lugares) acosada por inestabilidad interna (intrigas palaciegas, rebelión de los siervos) y enemigos externos (Emirato de Córdoba, independizado del Califato de Damasco en 756)

Foto: Mirabilia Ovetensia

Esto sería el relato oficial del nacimiento de Oviedo/Uviéu, pero surge, con la arqueología, la idea de una población anterior -o poblaciones- en esta antigua colina de Ovetus u Ovetao, como la plasman los documentos medievales. Aparecen señales de calzadas, fuentes públicas, alguna villae y castros aquí, donde se cruzan, en un cueto en medio del valle del Nora, insistimos, los caminos norte-sur de la costa a la cordillera y del oriente al occidente en la línea Güeña-Sella-Piloña-Nora y Nalón. En Mirabilia Ovetensia hallamos este mapa sobre la que sería la red viaria romana preexistente en la colina (en negro la muralla y en rojo nuestra entrada por la Puerta de la Noceda hacia San Pelayo y San Vicente) y este artículo:
"La localidad donde, en el s. VIII, se asentó el Oviedo Altomedieval, está situada en la llanura central asturiana, lugar de abundante y documentada actividad humana desde tiempos primitivos, y cruce natural de comunicaciones, cuya importancia tuvo que ir acrecentándose conforme dicha actividad humana fue ganando en complejidad y organización. De la existencia de una red viaria romana en torno al Oviedo de los monarcas asturianos ya sabían los autores en el pasado siglo, y fue D. Juan Uría Ríu (URÍA RÍU, 1967), quien designó, de modo impreciso, un lugar donde, a su juicio se producía el cruce de dos calzadas romanas -una procedente del occidente asturiano, que por el interior se dirigía hacia Cantabria, y otra procedente de la meseta, que se dirigía hacia la costa, previsiblemente hacia Gijón (Gigia) -localidad que, a juzgar por la epigrafía monumental recuperada en la vecina ría de Aboño, y sus infraestructuras termales altoimperiales, tuvo que tener una notable importancia desde el s. I de nuestra era-, situándose, en su opinión, dicho cruce de caminos, en las cercanías de la iglesia suburbana de Santullano.
Del estudio de la documentación, se desprenden, además, otras posibilidades, que concretan más un posible itinerario, como venimos sosteniendo desde 1993 (BORGE CORDOVILLA, 1993), cuando, al analizar el acceso a Foncalada desde la ciudad de Oviedo, defendimos realizarse éste, como vía principal, por el definido por las actuales calles Magdalena-Cimadevilla-Rúa-San Juan, que, tras pasar por delante de Foncalada, continuaba hacia Gijón y Avilés por Pumarín, nombrándose insistentemente dicha ruta, en la documentación alto y plenomedieval, como "Vía antiqua ad illa Planera…" (es decir, a Llanera). Ello suponía que la vía romana N-S, no discurría ya "en las cercanías", sino que, al menos un ramal de la misma, se internaba en la propia localidad conocida como Ouetdao (topónimo, sin duda, indígena, esto es, prerromano). Las razones del paso de la vía romana por la elevación relativa de la colina Ouetdao, podía obedecer a varias causas, por ejemplo, de índole técnico, o también a la existencia de una infraestructura viaria: fuente, posada, o "mansio", para la atención de los viajeros. La aparición, en julio de 2008, de una fuente utilitaria de época romana (ss. III-IV), habla en favor de la existencia en la colina en la que, posteriormente, se asentaría Oviedo, de un establecimiento destinado a la atención de los viajeros que, en principio, contaba con una fuente funcionalmente capaz para suministrar agua a los viajeros y sus monturas, sin que podamos precisar la existencia o no de una "mansio", o posada -de lo cual, no obstante, existen indicios favorables-, o, incluso, la de un santuario a las aguas, clásicos en las Galias y el NO de Hispania".
Escenas de vida eremítica, de Perinetto da Benevento

En ¿Fueron Máximo y Fromestano los creadores de Oviedo?, artículo publicado en La Voz de Asturias el 11-6-2023, la periodista Esther Rodríguez, contando con el catedrático de Arqueología Medieval de la Universidad de Oviedo, José Avelino Gutiérrez, aborda las diferentes teorías al respecto:
"Los orígenes de Oviedo son del todo inciertos. Aunque se sabe a ciencia cierta por qué la ciudad es la capital de Asturias —son varios los motivos que contribuyeron a esta designación— el nacimiento de la misma es a día de hoy un misterio.

Autores expertos en la materia llevan décadas discutiendo sobre las diferentes posibilidades, pero no llegan a ponerse de acuerdo. Es por ello que existen varias teorías al respecto, que a pesar de estar sustentadas por documentos o trabajos arqueológicos, no permiten responder con certeza a dicha pregunta.

Sin embargo, sí que nos ayudan a comprender cómo se fue construyendo este núcleo urbano.

¿Tiene Oviedo un origen romano? 
Una de las teorías sugiere que la ciudad de Oviedo tiene un origen romano debido a los hallazgos romanos y las excavaciones arqueológicas llevadas a cabo por los historiadores Hevia y Huertas, quienes en los trabajos realizados «efectivamente» se encontraron objetos pertenecientes a dicha civilización como cerámicas, monedas o tégulas, tal y como asegura el catedrático de Arqueología Medieval de la Universidad de Oviedo, José Avelino Gutiérrez. También hay materiales de dicha civilización como capiteles o columnas que han sido reutilizados «por razones de prestigio» en iglesias del prerrománico o incluso en la Catedral.

Sin embargo, ninguno de los objetos encontrados está relacionado con estructuras de ocupación. «Todas las construcciones que se ven en Oviedo son fundamentalmente medievales», asevera el catedrático, antes de recalcar que «aunque efectivamente hay hallazgos romanos, no certifican el asentamiento romano de ningún tipo». Por tanto, «no se puede hablar ni de una ciudad ni de una villa romana». No obstante, «sí que se tiene que admitir que ya había algún tipo de uso del espacio en época romana». Pero, ¿cómo fue entonces ese asentamiento?

Posturas enfrentadas respecto a un asentamiento romano

«No lo sabemos con exactitud. A partir de aquí hay de nuevo dos visiones diferentes. Algunos investigadores niegan completamente cualquier tipo de asentamiento romano porque no se detecta ningún tipo de ocupación al uso como pueden ser ciudades, villas romanas, castros, etc. Mientras que otros investigadores, entre los que me incluyo, defendemos que sí hubo algún tipo de ocupación y uso del espacio. Este pudo ser militar y breve o de tipo religioso, que es la teoría en la que estoy trabajando en los últimos años», afirma José Avelino Gutiérrez.

Para defender esta premisa, el catedrático de la Universidad de Oviedo se basa en las excavaciones arqueológicas realizadas por Rogelio Estrada en la fuente de la Rúa con motivo de la ampliación del Museo de Bellas Artes. Unos trabajos que permitieron descubrir una nueva estructura hidráulica, cuya cimentación fue analizada con carbono 14 «y lo que se obtuvo fue una datación de época romana, del siglo III al IV». «Cabe, por tanto, deducir que tiene un origen romano y que no es una fuente con un caño de uso de aprovisionamiento de agua sino de tipo ritual, es decir, lo que se conoce también como ninfeos o templos acuáticos. Las divinidades acuáticas eran frecuentes antiguamente y continúan con las xanas», apunta José Avelino Gutiérrez.

De la misma manera, el resto de excavaciones arqueológicas llevadas a cabo en el entorno de la Catedral y el casco histórico, «localizaron estructuras hidráulicas, suelos y pavimentos que con carbono 14 han podido datarse y van a esas mismas fechas romanas». Es por ello que «en el estado actual de conocimiento se puede descartar que hubiera una ciudad, una villa romana, pero no podemos descartar que se trate de algún tipo de uso de estas características, de tipo ritual, religioso, y sobre todo relacionado con las aguas. Oviedo es un sitio muy rico en aguas, con muchas fuentes, está además en un cruce de caminos que ya existían en época romana y una zona de cruce es muy significativa porque está relacionada con los establecimientos hidráulicos», resalta el catedrático.

¿Fueron Máximo y Fromestano los creadores de Oviedo?

Por otro lado, está la teoría de que Oviedo tiene un origen medieval. Si se tiene en cuenta la tradición histórica, esta cuenta que la ciudad se fundó en el año 761 de la mano de los monjes Máximo y Fromestano, quienes se establecieron al abrigo del Monte Naranco y  a unos pocos kilómetros del asentamiento romano de Lucus Asturum —lo que hoy es conocido como Lugo de Llanera— en una colina que por aquel entonces recibía el nombre de Ovetao. Allí, los religiosos crearon un monasterio bajo la advocación de San Vicente —hoy en día es la sede del Museo de Arqueología—, donde vivieron durante un largo período de tiempo. Paralelamente, alrededor de este convento, que a la larga se va a convertir en «una de las principales instituciones religiosas» de la capital asturiana, fue creciendo el núcleo urbano.

Esta historia, aunque está más que extendida entre los ovetenses, al fin y al cabo no es del todo cierta. El catedrático de Arqueología Medieval de la Universidad de Oviedo asegura que en el documento fundacional de dicho convento se señala «en latín» que el asentamiento tuvo lugar en «una zona por nadie poseída». Una afirmación «que se ha entendido como que estaba deshabitada y, por tanto, ellos fundan sobre la nada el monasterio, y el origen de la ciudad se considera que es algo completamente nuevo a partir de esa época». Pero, en realidad, «lo que está diciendo es que el lugar no está poseído por nadie, no que no hubiera algo ahí anteriormente. De hecho, lo reconocen, porque dicen que vinieron a esta colina, que se llama Ovetao, y si recibe ese nombre es porque alguien tenía que saber cómo se llamaba», asegura el experto.

También en el documento se hace especial hincapié en que Oviedo por aquel entonces era un lugar sacro; sin embargo, a este dato «no se le da mucha importancia». «Siempre se ha pensado que como los monjes fundaron un monasterio y es una institución religiosa, por tanto, convierten al lugar en sagrado. Pero lo que dice el texto es que llegaron a un lugar sagrado; es decir, que los monjes reconocen que se instalaron ahí porque había una sacralidad en este espacio», revela José Avelino Gutiérrez.

De la misma manera, «hay detalles en el documento que bien analizados dan a entender que hay desarrollo urbano de uso religioso». En Oviedo, en la Alta Edad Media, hay una concentración de edificios religiosos. «Primero fue el monasterio de San Vicente, luego el de San Pelayo, que antes había sido de San Juan Bautista», detalla el catedrático de Arqueología Medieval, antes de señalar que es por ello que «Juan Uría y otros historiadores clásicos denominaron Oviedo como agiopolis, es decir, una ciudad sagrada».«Lo hicieron con muy buen criterio porque parecía un término erudito, pero en realidad hay que considerarlo literalmente como una ciudad sagrada en la que los edificios sagrados fueron lo primero», resalta".


Independientemente de todo ello, un monasterio en la alta Edad Media era, insistimos también, además de un lugar de oración, sobre todo un  núcleo de explotación agropecuaria (se establece relación con las villae por esta causa) y organización, gobierno y administración del territorio. La tradición dice que el mismo Fruela quiso mantener aquí a su familia, su esposa la vasca Munia y su hijo Alfonso (el futuro Alfonso II El Casto), alejadas de la peligrosa corte canguesa donde este monarca, según las lacónicas crónicas de entonces, sería asesinado tras matar a su propio hermano Vimara o Vimarano. No es extraño pues, que cuando Alfonso llega al trono en 791 se sintiese especialmente seguro aquí y no en Pravia, por ejemplo, donde fue depuesto años atrás:
"A partir de la creación de dichos monasterios es cuando el rey Fruela decide fundar un edificio religioso que, con el paso del tiempo, se va a convertir en la catedral de San Salvador, tal y como asegura José Avelino Gutiérrez. Además, el propio hijo del monarca, Alfonso II «el Casto», cuando se convierte en rey da un paso más allá y lleva a Oviedo la sede regia. ¿Y por qué lo hace? «Hay causas políticas y otras muy relacionadas con la evolución del lugar, que es sagrado y además cuenta con instituciones religiosas. Por tanto, hay un amparo para un hombre piadoso como es Alfonso II, quien viene de una Guerra Civil y de enfrentarse a una serie de dificultades para instalarse en el reino», detalla el catedrático. 
El crecimiento de Oviedo 
Por aquel entonces, ni en Cangas de Onís ni en Pravia se daban unas condiciones buenas para apoyar a Alfonso II y su padre Fruela. En cambio, en Oviedo sí. «Aquí debían de tener propiedades, personas que estuvieran a favor y demás», cree José Avelino Gutiérrez, quien considera que «esta es una causa importante a tener en cuenta». Mucho más relevante que la que argumenta que es porque está en centro de la región, ya que «por aquel entonces Asturias no se conoce como la conocemos hoy, con los límites administrativos que existen actualmente». 
Con el reinado de Alfonso II «el Casto» se va dotando de funciones administrativas a la ciudad, motivos por los cuales Oviedo es considerada la capital de Asturias. En aquel momento, «ya no solo era un centro religioso, sino también un centro político al ser la sede del reino. También es la sede del obispado, que es algo más que una institución religiosa, porque implica una administración territorial más amplia». Además, paralelamente, todo ello va acompañado de población civil (sirvientes, constructores, mercaderes…) que se van instalando en el conjunto. 
No obstante, en el siglo XVIII no se consideraba Oviedo como una ciudad tal y como la conocemos hoy en día. Tampoco entra dentro de las premisas de una ciudad de época medieval o romana. Por tanto, se podría decir que «es el embrión de lo que poco tiempo después conoceremos como una ciudad, pero hay que tener muy claro que la definición de ciudad en el alto medieval es aquel centro en el que se reúnen todas las funciones, que no son ni meramente religiosas ni rurales, sino que hay una diversificación de actividades», asevera José Avelino Gutiérrez. 
¿Cuándo se considera Oviedo como ciudad? 
Al fin y al cabo, como Oviedo tiene funciones religiosas, políticas, económicas y administrativas no es solo la cabeza de un territorio alfocero —que luego va a ser una ciudad y un municipio—, sino de un reino mayor, que es Asturias. Además, con el reinado de Alfonso III, quien dota a la ciudad de muralla, castillos y demás servicios, la institucionalización es aún más sólida. «Ahí sí que se puede hablar de Oviedo como ciudad. Hasta entonces, los documentos hablan de Oviedo como locum (lugar) y a partir de ese momento como civitas (ciudad)». 
A modo de resumen, se podría decir que no hay una fecha fundacional de Oviedo, puesto que no hay un documento al respecto, como «sí puede haber de las polas, que se crearon entre los siglos XII y XII mediante los fueros, y que están datadas de un año e incluso un día preciso». En cambio, la capital asturiana «es algo que se va instituyendo progresivamente a partir de varios pasos». 
Por un lado, estaría algún tipo de instalación ritual, cultural, hidráulica, durante la época romana y, a partir del siglo VIII, en la Edad Media, tiene lugar la instalación monástica. A esta se le va sumando la creación de otros monasterios y de la sede política con el asentamiento de la corte de Alfonso II y Alfonso III en Oviedo, tal y como detalla José Avelino Gutiérrez. Pero no es hasta finales del siglo IX y principios del X cuando se puede considerar plenamente una ciudad con los rasgos propios de una ciudad alto medieval"

Santa María la Real de la Corte, a su derecha la iglesia del vecino convento de San Pelayo y su torre

Al asentarse aquí la capital de Asturias en tiempos de Alfonso II El Casto, pasó San Vicente a la obediencia directa del obispo ovetense, siendo reconstruido posteriormente, en los siglos XI y XII, cuando perdería su estructura prerrománica para convertirse en románica, la primera de una serie de reconstrucciones en las que los elementos originales fueron perdiéndose. En esas obras llegó a tener comunicación directa con la catedral de San Salvador


El monasterio, cuyas dependencias rodeaban toda esta plaza, fue desamortizado en 1836 y su templo pasó a ser la iglesia parroquial de Santa María la Real de la Corte en 1845, adquiriéndola dicha parroquia en 1859


Pero nada queda, no obstante, en San Vicente, de aquellos primeros tiempos, orígenes de la ciudad, ni tampoco de su traza románica posterior, pues el cenobio fue demolido en su totalidad en el siglo XVI, incluyendo la iglesia, para hacer un nuevo monasterio según proyecto del maestro cántabro Juan de Cerecedo el Viejo, quien falleció en 1568 sin ver conclusa la obra, por lo que le sucedió su sobrino, Juan de Cerecedo el Mozo, al frente de los  trabajos, aunque estas pararon por problemas económicos en 1572. Retomadas en 1587 por el trasmerano Juan del Ribero Rada, fue consagrada en 1592. En el Informe acerca de la declaraciónde Monumento Nacional del Claustro deSan Vicente de Oviedo, de M. López Otero y fechado en mayo de 1934, cuando ese (que veremos más tarde), fue declarado Monumento Histórico Artístico, leemos lo siguiente:
"Arquitectónicamente, el monasterio de San Vicente,, humilde al principio, debió ser una importante construcción románica. "Su iglesia tenía crucero y cimborrio muy alto, todo labrado de sillería, por el estilo déla Colegiata de Toro y de la Catedral de Salamanca", según cierta descripción. De este conjunto nada se conserva. Quizás fuese destruido, parcialmente, por el incendio de 1512 (que también afectó grandemente a laCatedral) y derruido el resto para ser reconstruido en los años siguientes, terminándose el nuevo claustro antes de mediar el siglo xvi, y hacia 1592, la nueva iglesia, no muy notable, pero sí de buenas proporciones y de interesante fachada, y a la cual se llevaron los enterramientos del claustro primitivo, también desaparecido totalmente". 

La iglesia actual es un claro ejemplo de los templos monacales del siglo XVI, con nave única y capillas laterales. La fachada se quedó inconclusa, pues iba a tener dos torres y solo se hizo la de la izquierda. Presenta una gran portada de arco de medio punto a la que se accede por escalera de tres peldaños asentada, como todo el edificio, a la forma de la cuesta. Más arriba hay una antigua ventana tapiada y, sobre ella, un óculo da luz natural al interior, leemos en Wikipedia:
"La fachada del templo, inconclusa, oculta el pórtico de entrada y el coro, sobreelevado sobre el pórtico y el tramo de los pies de la nave. Presenta una calle central y dos torres laterales, de las que sólo se levantó la izquierda. En su piso bajo se abre la portada, un gran arco de medio punto y doble derrame, cajeado, que apea en capiteles-imposta y jambas. Tiene una puerta cancel de 1666. En el segundo piso de la calle central, enmarcada por dos contrafuertes, se abre un vano cuadrado, ahora cegado, que está partido por una pilastra y flanqueado por dos recuadros y dos hornacinas coronadas por veneras, entre pilastrillas. El conjunto descansa en una imposta sobre ménsulas. En el tercer piso se abre un gran óculo clasicista, vano practicado también en el muro frontal de la cabecera, donde recoge un tondo con la imagen del Pantocrátor, y en la sacristía vieja".

En su sinopsis histórica y artística de esta iglesia en El Camino de Santiago en Asturias. Itinerarios, el historiador Luis Antonio Alías aventura que, incluso antes de la llegada de Máximo y Fromestano, había aquí un templo visigótico, e incluso aún otro más antiguo todavía, romano, lo que abundaría en un origen poblacional anterior a estos monjes, quienes acaso repoblarían un paraje abandonado a la caída del Imperio:
"La iglesia del monasterio de San Vicente, parroquial de Sta. María la Real de la Corte desde 1880, alza sus equilibradas formas puristas (ss. XVI-XVII), donde se levantó un día el primer templo ovetense. La comunidad dirigida por Máximo y Fromestano oró y cantó entre paredes de formas prerrománicas y parece segura la existencia de un anterior templo visigótico y, aún más allá, uno romano".

Según nos disponemos a entrar continuamos con la amena lectura que nos ofrece Alías en la descripción artística y arquitectónica del templo:
"Reedificada una y otra vez por el tiempo y las modas hasta que el más equilibrado de los clasicismos levantó las altas torres y fachada de sillares y la elegante y sobria amplitud interior. Rectas -laterales, pilastras, cortafuegos, torre- y curvas -arco de entrada, óculo, hornacinas, ojos de campana- enmascaran la bella portada interior..."

Portada interior que ahora entramos a conocer, "realzada por estriadas columnas jónicas, entablamento, cornisa y bolas", como la describe Luis Antonio Alías o, como lo hace la Wikipedia:
"La portada del pórtico, a modo de arco de triunfo, consta de tres calles separadas por columnas jónicas sobre plintos. En la calle central, la más ancha, se sitúa un arco de medio punto moldurado sobre capiteles-imposta, con una ménsula en la clave. Las calles laterales están formadas por dos rectángulos superpuestos y dos hornacinas rectangulares. Sostienen el entablamento, idéntico al del interior. La cornisa tiene un gran vuelo y descansa en ménsulas. Sobre ella se apoyan cuatro bolas. Remata la portada un frontón curvo".

Siguiendo el esquema de las iglesias de los monasterios del siglo XVI, este santuario cuenta con una única gran nave y capillas-hornacinas laterales, dispuestas entre los contrafuertes y abiertas al crucero mediante sendos arcos de medio punto:
"A Ribero se debe la ordenación interior de los muros, las cubiertas y la portada del vestíbulo, así como el remate de la fachada y de todo el templo. Siguiendo las premisas del clasicismo de inspiración paladina, los muros se revistieron con pilastras estriadas, poco resaltadas, de capiteles jónicos. Sobre ellas corre un entablamento jónico completo, con arquitrabe de tres molduras horizontales, friso corrido liso y convexo, faja de denticulado y cornisa. Se cubre con bóvedas de cañón con lunetos en la nave con arcos fajones, los brazos del crucero, la cabecera, la antesacristía y el cuerpo central del pórtico; bóveda vaída en el cuerpo central del crucero, decorada con cuatro relieves policromados de los Evangelistas y el escudo de la iglesia; medios cañones con decoración cajeada en las capillas laterales y sin fajas en los tramos laterales del pórtico; bóveda de arista en el sotocoro; y cúpula sobre pechinas en la sacristía vieja. La plementería de las cubiertas —a excepción de las capillas— se decora con dibujos geométricos. 
Las tribunas o pisos superiores de las naves laterales —hoy salones parroquiales— se asoman al crucero a través de dos balcones con balaustres de piedra. La tribuna izquierda —adosada al monasterio— era la utilizada por el padre Feijóo para escuchar la misa y estaba comunicada con su celda. (...). Otra portada en arco, hoy cegado, con pilastras y entablamento jónico daba acceso desde el claustro a la vieja sacristía".

La primera capilla a la izquierda o lado del Evangelio, un retablo clasicista de columnas jónicas y frontón circular abierto, está presidido por la imagen del Sagrado Corazón. A los lados, sobre sendos pedestales, vemos a San Antonio a la derecha y a San Francisco a la izquierda


Enfrente y a la derecha, retablo de Cristo crucificado, obra de Antonio Borja, uno de los grandes escultores del barroco asturiano, hecho para esta iglesia en 1703


Mirando arriba, el órgano, barroco de finales del s. XVII dice la Wikipedia, está considerado el mejor conservado de Asturias, a su derecha vemos el coro y el óculo de la fachada principal, que antes veíamos desde el exterior


En el blog Dónde ver órganos dicen sin embargo que se trata de un instrumento dieciochesco, de finales del siglo XVIII (cien años después que Wikipedia entonces), esta es parte de su ficha:
"Construcción: el instrumento, de escuela castellana, está documentado a finales del s.XVIII. Ha sido reparado en gran cantidad de ocasiones, entre las que destaca las de 1828 (por 30.000 reales), y la de 1895 para “evitar su total destrucción” tal y como afirman los documentos del archivo del Monasterio de San Pelayo. En 1950 dejó de funcionar, y finalmente fue restaurado en 1988 por el taller de Gerhard Grenzing. 
Actividad Musical: todos los meses de noviembre, esta iglesia junto con la de San Isidoro, son el escenario para el Ciclo de Música Sacra "Maestro de la Roza". Los conciertos, en los que participan organistas, solistas y conjuntos vocales e instrumentales de música antigua, se celebran los viernes a las 20h, (entrada libre). En marzo de 2015 se celebró un concierto enmarcado en el I Ciclo de Música Antigua.  
Curiosidades: es considerado como el mejor órgano barroco de Asturias. 
Anteriormente, y desde 1990 acogía conciertos del Festival Internacional de órgano de Asturias.
Características: consta de un solo teclado de 54 notas. Rodilleras para la trompetería de batalla, que se sitúa fuera de la caja en posición horizontal. 
Efectos: tambor en la, tambor en re, pajarería. 
La caja, ricamente decorada y dorada, está rematada por el escudo de Castilla y León."

Volviendo al lado del evangelio, en la segunda capilla hay otro retablo clasicista, este de frontón triangular, en el que reconocemos a San José con el Niño Jesús y sendas imágenes religiosas sobre pedestal a los lados, la de la derecha portando la palma del martirio


Y enfrente en el lado de la epístola encontramos esta capilla, también con retablo, este de frontón semicircular cerrado y columnas de capiteles de orden corintio


Y en él una imagen de la Piedad procedente del antiguo Hospital de los Remedios, que estaba en la cercana Cuesta la Vega o, en la actualidad y oficialmente, calle Azcárraga, poco antes de la Puerta de la Noceda, por donde hemos subido al vecino convento de San Pelayo desde El Campo de los Patos, siguiendo la señalización del Camino de Santiago, que también seguidamente nos ha traído hasta aquí


Seguimos a la derecha, pues ahora, en el crucero norte, admiramos el retablo de la patrona, Santa María la Real


Es de estilo rococó del siglo XVIII y procede de la iglesia de San Isidoro de la Corte, a donde se trasladó en 1802 del Colegio de los Jesuitas (al lado del Ayuntamiento, hecho sobre otra de las antiguas puertas de la muralla)


Representa a la Virgen con el Niño, sobre un grupo de ángeles. Arriba un Cristo y a los lados otras pequeñas imágenes


A la izquierda, en la pared, hay una talla de San Roque, también de Antonio de Borja y, en ángulo a esta, en un altar de piedra remarcado por arco de medio punto, la Virgen con el Niño, sobre pedestal, esta del maestro barroco gijonés Luis Fernández de la Vega 


Y este es el retablo mayor, estilo manierista, etapa final del arte renacentista, atribuido en sus trazas al arquitecto y monje benedictino Juan Andrés Ricci y hecho entre 1638 y 1641 por el citado Luis Fernández de la Vega, Pedro García y Francisco González. Es el único retablo asturiano formado por lienzos, representando a San Vicente en el centro y a Santa Escolástica y San Benito, pintados en 1641 por el pintor barroco Diego Valentín Díaz y repintados por Francisco Reiter en 1779

De Ecelan - Trabajo propio CC BY - SA

Arriba tenía un ático, desmontado en 1976, con un cuadro de la Inmaculada, de autor desconocido, y que ahora está en el crucero sur, así como las tallas de San Juan Evangelista, esta perdida, y de San Juan Bautista, ahora en el baptisterio y obra también del gijonés Luis Fernández de la Vega


Arriba, en la bóveda del transepto sobre su cruce con la nave central y la cabecera, relieves representan a los evangelistas y, en medio, se ha colocado el escudo de la iglesia sobre la clave con filigrana en forma de cruz


Pasamos ahora al crucero sur, donde como hemos dicho está ahora el cuadro de la inmaculada (arriba a la derecha) que estaban antaño en el ático del altar mayor. Observemos a la izquierda el púlpito de piedra


Por esta puerta, ahora cegada, se pasaba al claustro del monasterio, en la actualidad Museo Arqueológico de Asturias


Imágenes de la Semana Santa, que saca desde aquí en procesión la Cofradía del Silencio


Este es el baptisterio, con la pila bautismal, y la imagen de San Juan Bautista del escultor barroco Luis Fernández de la Vega, antaño ubicada en el altar mayor 


De esta manera, visitada la iglesia, volveremos al exterior


Enfrente del monasterio estaban los huertos de los monjes, los cuales se extendían hasta el paseo de ronda de la muralla medieval, un espacio para crecer en el que en el siglo XVII se construirá la gran ampliación del convento con el Colegio de Teología de San Vicente. Todo ello haría de él el "considerado cenobio más rico e influente de Asturias" hasta su disolución con la desamortización en 1836 "gracias al favor de los reyes y la nobleza local."


El edificio monástico se expandió pues hacia estos que fueron terrenos de huertas en dirección a la muralla durante el siglo XVII, formando un gran edificio en L que comunica, a través del arco de San Vicente (al fondo a la derecha) la residencia de los frailes con dicho colegio (actual Facultad de Psicología de la Universidad de Oviedo). El resultado de la ampliación fue esta gran plaza, que tiende a ser cuadrada aunque no del todo, por donde pasa el Camino, siguiendo la calle San Vicente, frente a la estatua de Padre Feijoo, situada en medio y ante la que pasan los peregrinos en dirección al Arco de San Vicente (al fondo a la derecha de la foto), pasando junto a la entrada al claustro del antiguo convento desde la calle, sede como hemos dicho del Museo Arqueológico de Asturias actualmente. En el Libro de Oviedo de Fermín Canella y Secades, publicado en 1887, se describe así:
"Derribada la tapia que cerraba el patio del antiguo monasterio de San Vicente, lindando con la actual calle, aquel solar quedó convertido en plazuela adornada con árboles y antes con una fuente en el centro. Por acuerdo municipal de 1869 lleva el nombre del sabio benedictino, ovetense adoptivo, P. Feijóo. Un saliente balcón de hierro que está al lado de la hoy iglesia parroquial de la Corte corresponde á la celda del famoso benedictino".


Los monjes fundarían aquí el Colegio de Teología de San Vicente, que ya estaba en funcionamiento a principios de dicha centuria del siglo XVII, un siglo después llegaría el insigne Feijóo, quien ocupó una celda en el monasterio durante cincuenta y cinco años, la cual puede visitarse, junto con su biblioteca, en dicho Museo Arqueológico


Feijoo, "religioso benedictinoensayista y polígrafo español. Junto con el valenciano Gregorio Mayans constituye la figura más destacada de la primera Ilustración española. Es autor del discurso Defensa de mujeres (1726), considerado el primer tratado del feminismo español. Acosado por la Inquisición, fue protegido por los Borbones y en especial por Fernando VI"leemos en Wikipedia, fue durante más de treinta años además abad de este monasterio de San Vicente. Nacido en Galicia, su gran trayectoria vital se desarrolló aquí, por eso se le dedicó esta plaza en 1869 y, en 1953, se le hizo esta estatua, obra el escultor cangués Gerardo Zaragoza


Nació en 1676 en un pazo de su estirpe, Pazo de Casdemiro, a orillas del Miño, parroquia Santa María de Melias, y concello de Pereiro de Aguiar (Ourense) estudiando en el Real Colegio de Ribas de Sil, concello de Nogueira de Ramuín e ingresando con doce años como benedictino en Samos, lo que le hizo renunciar a su derecho de mayorazgo por voto de pobreza, consagrándose al estudio y llegando a maestro general de la orden, dando clases en Galicia, León y Salamanca, estudiando también en su universidad. 
"Nació en el seno de una familia hidalga del muy antiguo linaje de Feijoo, en el pazo de Casdemiro, parroquia de Santa María de Melias, a las riberas del río Miño. Sus padres fueron Antonio Feijoo Montenegro y Sanjurjo y María de Puga Sandoval Novoa y Feijoo. Cursó sus estudios primarios en el Real Colegio de San Esteban de Ribas de Sil, en el municipio de Nogueira de Ramuín. En 1688, a los doce años, ingresó en la Orden Benedictina en el monasterio de San Julián de Samos, cuando era su abad fray Anselmo de la Peña, quien fue después general de su congregación en España y Arzobispo de Otranto (Reino de Nápoles). 
Convertirse en monje benedictino le supuso voto de pobreza y, por tanto, renunciar a sus derechos como miembro de su casa. Desde entonces se consagró al estudio, llegando a ser nombrado "maestro general" en su orden, y dio clases en distintos lugares de Galicia, de León y de Salamanca, en cuya Universidad estudió también".

Ganó por oposición una cátedra de Teología en la Universidad de Oviedo y se estableció aquí en 1709 dedicado al estudio, a la enseñanza y a publicar defender sus obras, que causaron importante conmoción cultural, dividiendo a los eruditos en seguidores y detractores desde que en 1726 salió el primer tomo de su Teatro crítico universal, lo que le llevó "a sostener un caudaloso epistolario, bien con otros eruditos y científicos de su propia orden, como fray Martín Sarmiento, o con sabios y escritores de toda España, Europa y América". Seguimos leyendo en Wikipedia:
"Sus obras principales, el Teatro crítico universal y las Cartas eruditas y curiosas, fueron probablemente las obras más impresas y leídas en la España del siglo XVIII, de suerte que bien pudo desechar todo argumento de autoridad y proclamar con orgullo: 
Yo, ciudadano libre de la República de las Letras, ni esclavo de Aristóteles ni aliado de sus enemigos, escucharé siempre con preferencia a toda autoridad privada lo que me dictaren la experiencia y la razón.

Ya mayor, sordo y débil, aquejado de un mal en las piernas, era necesario llevarlo en silla de ruedas al coro de la iglesia desde su celda, cuya ventana está enfrente, para asistir a la liturgia, falleciendo en este Colegio de San Vicente el 26 de septiembre de 1764 con casi ochenta y siete años de edad


Su sepulcro se encuentra en esta iglesia de Santa María la Real de la Corte, en sus tiempos iglesia monacal de San Vicente, hacia la que mira su estatua.  Fue elogiado y homenajeado por reyes, obispos y cardenales siendo considerado el introductor del género ensayístico en la literatura española y ejemplo de la Primera Ilustración:
"La Real Sociedad Económica de Sevilla lo incluyó entre sus socios numerarios; Fernando VI le dio el título de consejero real en prenda de su estima y Carlos III le regaló por la misma razón un ejemplar de Las antigüedades de Herculano. El papa Benedicto XIV y el cardenal Quirini hicieron de él grandes elogios y fue por muchos escritores y sabios respetado y agasajado. 
Se considera a Feijoo el introductor del género ensayístico en la literatura española, así como uno de los más famosos miembros (junto con Mayans) de la que es considerada la primera Ilustración Española (desde 1737 hasta poco después de la muerte de Fernando VI), tras una primera etapa de pre-ilustración representada por los novatores: un grupo constituido fundamentalmente por médicos y cuyas obras se reimprimieron sin pausa a lo largo de todo el siglo XVIII. 
Amalio Rodríguez Telenti reveló una faceta desconocida del padre Feijoo en la tesis doctoral que le dedicó y leyó en la Universidad de Salamanca: Aspectos médicos en la obra del Maestro Fray B. Jerónimo Feijoo."

Sus obras son Teatro Crítico Universal (nueve volúmenes entre 1726 y 1740), Cartas Eruditas y curiosas (163 cartas en cinco volúmenes entre 1742 y 1760), Apología del Escepticismo médico (1725), Satisfacción al Escrupuloso (1727), Ilustración Apologética (1729), Suplemento de el Teatro Crítico (1740), Justa repulsa de inicuas acciones (1749), Adiciones (1783), Epistolario (sin recoger) y Poesías (en edición):
"Hasta 1725, Feijoo no comenzó a publicar sus obras, casi todas ellas colecciones de opúsculos polémicos que llamó discursos (de discurrir, esto es, disertar libremente), verdaderos ensayos si la libertad de su pensamiento hubiera sido absoluta. Su obra en este género está integrada, por una parte, por los ocho volúmenes (118 discursos), más uno adicional (suplemento) de su Teatro crítico universal, publicados entre 1726 y 1740 (el título teatro ha de entenderse con la acepción, hoy olvidada, de «panorama» o visión general de conjunto), y, por otra, por los cinco de las Cartas eruditas y curiosas (166 ensayos, más cortos), publicadas entre 1742 y 1760. A estas obras hay que agregar también un tomo extra de Adiciones que salió a luz en 1783 y su copiosa correspondencia privada, que continúa inédita hasta el día de hoy. Los temas sobre los que versan estas disertaciones son muy diversos, pero todos se hallan presididos por el vigoroso afán patriótico de acabar con toda superstición y su empeño en divulgar toda suerte de novedades científicas para erradicar lo que él llamaba «errores comunes», lo que hizo con toda dureza y determinación, como Christian Thomasius en Alemania, o Thomas Browne en Inglaterra:
Error, como aquí le tomo, no significa otra cosa que una opinión que tengo por falsa, prescindiendo de si la juzgo o no probable. Ni debajo del nombre de errores comunes quiero significar que los que impugno sean trascendentes a todos los hombres; bástame para darles ese nombre que estén admitidos en el común del Vulgo o tengan entre los Literatos más que ordinario séquito. Esto se debe entender con la reserva de no introducirme jamás a juez en aquellas cuestiones que se ventilan entre varias escuelas [...] Para escribir en el idioma nativo no se ha menester más razón que no tener alguna para hacer lo contrario. No niego que hay verdades que deben ocultarse al vulgo, cuya flaqueza más peligra tal vez en la noticia que en la ignorancia; pero ésas ni en latín deben salir al público, pues harto vulgo hay entre los que entienden este idioma y fácilmente pasan de estos a los que no saben más que el castellano. [...] Aunque mi intento solo es proponer la verdad, posible es que en algunos asuntos me falte penetración para conocerla y en los más fuerza para persuadirla. Lo que puedo asegurarte es que nada escribo que no sea conforme a lo que siento. Proponer y probar opiniones singulares sólo por ostentar ingenio téngolo por prurito pueril y falsedad indigna de todo hombre de bien. En una conversación se puede tolerar por pasatiempo; en un escrito es engañar al público. La grandeza del discurso está en penetrar y persuadir las verdades; la habilidad más baja del ingenio es enredar a otros con sofisterías.
Feijoo, «Prólogo» al Teatro crítico universal, vol. I"


La pose del pionero ilustrado, tremendamente pensativo y sosteniendo un libro en la mano, es especialmente significativa en lo que debieron ser sus continuas tribulaciones e inquietudes:
"Se denominaba a sí mismo «ciudadano libre de la república de las letras», si bien sometía todos sus juicios a la ortodoxia católica, y poseía una incurable curiosidad, a la par que un estilo muy llano y atractivo, libre de los juegos de ingenio y las oscuridades postbarrocas, que abominaba, aunque se le deslizan frecuentemente los galicismos. Se mantenía al tanto de todas las novedades europeas en ciencias experimentales y humanas y las divulgaba en sus ensayos, pero rara vez se propuso teorizar reformas concretas en línea con su implícito progresismo. Filosóficamente, se decantó por el empirismo de Francis Bacon y su Novum Organum (1620), su libro de cabecera, y coqueteó con el eclecticismo y el escepticismo, llamándose a sí mismo unas veces "ecléctico" o "escéptico mitigado". Aplica las clásicas cautelas de Bacon contra los eidola o engaños que estorban la recta interpretación de la experiencia o experimento: modos comunes de pensamiento (Idola tribus), modos propios del pensamiento individual (Idola especus); modos propios derivados de una dependencia excesiva del lenguaje (Idola fori) o de una dependencia excesiva de la tradición (Idola teatri). Pero, si bien su equipo conceptual no es complicado, se vuelve complejo al aplicarlo pedagógicamente, porque la experiencia exige, y, por tanto, desarrolla la sagacidad para atinar en la elección y planteo del experimento, la perspicacia para captar todas las circunstancias que pueden influir en él, la constancia para realizarlo el número de veces necesario hasta obtener unos resultados válidos, la precaución para desenmascarar cualquier factor aleatorio, raciocinio para comparar unos experimentos con otros y diligencia para no concluir superficialmente una afirmación engañosa. Entre los autores que más cita, fuera de Francis Bacon, están Isaac NewtonPierre GassendiEmmanuel MaignanRené DescartesNicolás MalebrancheRobert BoyleJohn Locke, las Mémoires de Trévoux y los diccionarios de Pierre Bayle y Louis Moréri".

Es especialmente crítico con la superstición, atacando y denunciando determinadas tradiciones y creencias, algunas locales y otras universales, entre ellas las dedicadas a América, considerado además un precursor del romanticismo decimonónico:
"En cuestión de estética fue singularmente moderno (véase, por ejemplo, su artículo «El nosequé») y adelanta posturas que defenderá el Romanticismo, pero critica sin piedad las supersticiones que contradicen la razón, la experiencia empírica y la observación rigurosa y documentada. 
En los temas relacionadas con las Indias, que aborda en el Teatro crítico en algunas ocasiones, refutó la idea de que los indígenas vivían menos que los habitantes de otros continentes. En otra ocasión quiso desmentir que la inteligencia de los nativos se desarrollase precozmente y desapareciese asimismo muy pronto. 
Entre la variedad de temas que Feijoo aborda igualmente se encuentra el papel que la mujer desempeña en la sociedad, con un hito destacado en la historia del feminismo, el discurso «Defensa de las mujeres» publicado en el tomo I del Teatro crítico, considerado el primer tratado feminista español".

Sus detractores fueron también tremendamente activos, publicando verdaderas 'contra-obras', también tuvo acérrimos defensores, pero hubo de llegar a publicarse un decreto real para que cesasen los ataques contra él:

"Sus discursos suscitaron una auténtica tempestad de rechazos, protestas e impugnaciones, sobre todo entre los frailes tomistas y escolásticos. Las más importantes fueron las de Ignacio de Armesto Ossorio, autor de un Teatro anticrítico (1735) en dos volúmenes, fray Francisco de Soto Marne, que publicó en su contra dos volúmenes de Reflexiones crítico-apologéticas en 1748; Salvador José Mañer, quien publicó un Antiteatro crítico (1729), Narciso Bonamich, en sus Duelos médicos contra el teatro crítico del reverendísimo padre Fray Benito Feijoo... en 1741; Diego de Torres Villarroel y otros muchos. Le defendieron el doctor Martín Martínez y los padres Isla y Martín Sarmiento, así como el mismo rey Fernando VI, quien, por un real decreto de 1750, prohibió que se le atacara".

Publicó asimismo otras obras menores Apología del escepticismo médico (1725), Satisfacción al Escrupuloso (1727), Respuesta al discurso fisiológico-médico (1727), Ilustración apologética (1729), Suplemento del Teatro crítico (1740) y Justa repulsa de inicuas acusaciones. Si bien atacó la superstición, dado que en aquella época la diferencia entre esta y la ciencia era sensiblemente distinta a la actual, se dio el curioso caso que, en el cuarto tomo de sus Cartas eruditas y curiosas, la vigésima se ocupe del tratado de Agustín Calmet sobre el vampirismo y en el sexto tomo del Teatro Crítico Universal lo haga con el famoso Hombre-pez de Liérganes y otro caso similar acaecido en Martinica en 1671


En La celda del benedictino, artículo publicado en el diario La Nueva España del 18-12-2006, el escritor José Ignacio Gracia Noriega, de dedica una semblanza que nos permite situar al autor y su obra en su época y contexto:
"En 1709 llega a Oviedo, para incorporarse al Colegio de San Vicente, el monje benedictino Benito Jerónimo Feijoo Montenegro, procedente del Colegio de Teología de San Juan de Poyo, en el que había permanecido durante el año anterior. Nacido en Casdemiro, provincia de Orense, el 8 de octubre de 1676, contaba entonces 33 años de edad; permanecería en Oviedo los cincuenta y cinco que le restaban de vida. 
Por aquel tiempo resonaban en los campos de España, aunque fuera de Asturias, los cañonazos y las cargas de caballería de la guerra de Sucesión, que enfrentaba a Felipe de Borbón, el futuro Felipe V, y a don Carlos, archiduque de Austria, por la sucesión del trono que había dejado vacante la muerte sin sucesión de Carlos II. Algo estaba a punto de cambiar en el mundo, esto es, en Europa, que era el mundo, aunque aparentemente en España sólo se estuviera produciendo un cambio de dinastía. Feijoo, a pesar de sus pocos años, era un hombre del «mundo antiguo»: su formación se había efectuado durante la última época de los Austrias. Gracias a ello colaboró como pocos en España a alumbrar la nueva era. Según escribe Ángel Raimundo Fernández González en la edición reducida del «Teatro crítico universal», en Cátedra, «tendrá veinticuatro años cuando se produzca el cambio de dinastía. La otra gran figura de esta generación fue Macanaz, nacido en 1670. Si en lo social y político fue ésta la cabeza visible, Feijoo, en cambio, lo fue en lo cultural, y contribuyó, como el que más, a convertir el siglo XVIII en uno de los más prósperos y tranquilos de nuestra historia». 
Ese benéfico y pacífico siglo XVIII, que se inicia con la guerra de Sucesión española y se cierra con la ascensión de la estrella de Napoleón Bonaparte, que liquida el frenesí sanguinolento y demagógico de la Revolución Francesa, preludio de los violentos e implacables siglos XIX y XX, y por lo que se está viendo hasta ahora, del XXI, conoció cuando menos ochenta años de progreso y buenas intenciones: la guerra de Sucesión concluye en 1713 y la Revolución Francesa se inicia con los sucesos de 1789, pero entre ambas fechas se desarrollaron filosofías humanitarias y se procuró gobernar de manera eficaz y racional, en beneficio del pueblo pero sin contar con él, con lo que aquellos políticos ilustrados, de los que Asturias ofreció en España los individuos más ilustres, excluían de su actividad esa peste que es hoy la moneda corriente de la política: la demagogia. Mas antes de que la Ilustración abriera las ventanas de los reinos de Europa para que en ellos penetrara la luz, convirtiéndose el XVIII en el Siglo de las Luces, y como afirmó Eugenio d'Ors, la época en la que el ser humano estuvo más alejado de la Prehistoria, del hombre primitivo y de la caverna oscura, fue necesario que algunos hombres de excepcional valía indicaran dónde estaban las ventanas, y de éstos, Feijoo fue el primero entre nosotros. 
La familia de Feijoo vivía en El Mato, en la villa de Allariz, en la que el pequeño Benito Jerónimo realizó los primeros estudios, que continuó en el Colegio de San Esteban de Rosas del Sil, donde inició los estudios de Filosofía. Antes de cumplir los catorce años renunció a su derecho de sucesión a la primogenitura (era el mayor de diez hermanos y su padre venía de una familia hidalga que se remontaba a los tiempos medievales y entre cuyas posesiones se encontraba el feudo de Casdemiro) para ingresar en el Real Monasterio de San Julián de Samos, en la provincia de Lugo, perteneciente a la orden benedictina: allí hizo su noviciado, profesando a los 16 años de edad. Recordando su paso por este monasterio, afirma en la dedicatoria que puso al frente del tomo III del «Teatro crítico universal»: «Lo que yo debo a este ilustrísimo monasterio no cabe en mi conocimiento, ni en mi voz, ni en mi pluma». 
En 1692, es enviado al Colegio de San Salvador de Lérez, en Pontevedra, para estudiar Artes durante tres cursos, y pasa al Colegio de San Vicente de Salamanca, que pertenecía a la Universidad, para cursar otros tres años de Teología por cuenta de la Abadía de Samos. Completa los estudios en el Colegio de San Pedro de Eslonza, en León, y al cabo de otros tres años de permanencia en este colegio, se le envía de nuevo al de San Vicente de Salamanca, pero ya no como estudiante, sino como maestro, para enseñar Artes. En 1708 regresa a la tierra natal, destinado al Colegio de Teología de San Juan de Poyo, y de allí pasa al Colegio de San Vicente de Oviedo, en el que fue maestro de estudiantes, catedrático de Teología tomista de 1710 a 1721, catedrático de Sagrada Escritura de 1721 a 1724 y encargado de la cátedra de Vísperas de Teología desde 1724 a 1734, año de su jubilación; mas gracias a una real provisión de ese mismo año pudo opositar a la cátedra de Prima de Teología, que ocupó hasta que en 1739 le llega la jubilación definitiva. También fue abad del monasterio benedictino en dos ocasiones. Murió el 26 de septiembre de 1764, sin haber salido de Oviedo, salvo alguna visita «a la ingrata habitación de la corte». Esta existencia provinciana y sosegada le permitió disponer de mucho tiempo para leer, escribir y estudiar. Apenas abandonaba su celda, salvo para ir a al Universidad a dictar sus clases, pasando por debajo de la torre de la Catedral, y gracias a ello su celda estaba abierta al mundo como ninguna otra habitación de España. Regularmente le llegaban libros y cartas de todos los centros y rincones de Europa. Como escribió Ernts Robert Curtius a propósito de Ramón Pérez de Ayala, esta patria asturiana del escritor, con sus verdes valles y antiguas y adormecidas ciudades, está abierta, sin embargo, a la mar del mundo». La celda de Feijoo era lugar de reunión y de tertulia, de estudio y de diálogo: a ella acudían sus amigos ovetenses e ilustres personalidades que se acercaban a Oviedo sólo para visitarle. 
Feijoo inicia su carrera literaria relativamente tarde. Publicó en 1725 su «Carta apologética de la Medicina Escéptica, del doctor Martínez», y en 1726 aparece el primer tomo del «Teatro crítico universal». El éxito de sus obras no estuvo libre de polémicas. En 1729 las impugna Salvador José Mañer y en 1748 Francisco Soto Marne, modelo de escritor pedantesco y rebuscado, autor de «Florilegio sacro que en el celestial ameno frondoso Parnaso de la Iglesia riega (místicas flores) la Aganipe Sagrada, fuente de Gracia y Gloria de Cristo, dividido en discursos panegíricos, anagógicos, tropológicos y alegóricos, fundamentados en la Sagrada Escritura». Finalmente, en 1750, el rey Fernando VI prohíbe, mediante un real decreto, las impugnaciones de la obra del benedictino. Lo que si bien no representa un avance en beneficio de la libertad de prensa, sí evitó mucho disparate encubierto de espesa pedantería, lo que a la larga fue bueno para la prosa y para la lengua en general. El estilo literario de Feijoo, aunque didáctico, se caracteriza por la sencillez, que rehúye toda pretenciosidad y pedantería, siendo a la vez eficaz y elegante (pues una de las cualidades de la elegancia literaria se fundamenta en la sencillez y en la claridad). Después de los grandes prosistas del siglo XVII (Quevedo, Gracián y Saavedra Fajardo, y de la prosa arcaizante de su contemporáneo Torres Villarroel), la mejor prosa española del siglo XVIII, hasta la aparición de la de Jovellanos, es la suya. Adapta al español el género ensayístico, al que había dado forma Montaigne, y aunque su «Teatro crítico universal», en ocho tomos, como las «Cartas eruditas», en cinco tomos, son obras enciclopédicas, Feijoo no fue un enciclopedista al modo o imitación de los filósofos franceses, ni, en modo alguno, un afrancesado literario, tan nefasta para España esa variante del afrancesamiento como la política. «Con Feijoo, la prosa moderna queda sustancialmente fijada -señala Fernando Lázaro-. Escribe con sencillez, con orden, en un estilo sencillo y simpático». 
En 1760, contando ochenta y cuatro años, y después de publicar el último tomo de las «Cartas eruditas», deja de escribir. Su fama no se reduce a España, sino que se extiende por el resto de Europa, y cuando el viajero inglés Joseph Townsend recorre Oviedo en 1786, una de sus visitas es al convento de los benedictinos, «por relacionarlo con el P. Feijoo, cuya fama ha llegado hasta las naciones más lejanas». 
La celda de Feijoo, tal como se conserva en la actualidad, se compone de dos habitaciones: una dormitorio y otra escritorio, con la amplia mesa de pulida madera al lado de la ventana y sobre ella, primeras ediciones de sus obras. A la puerta, al menos hace tiempo, había la armadura de un guerrero samurái, y el visitante se pregunta lo mismo que se preguntó Hemingway al descubrir el esqueleto de un leopardo en la cumbre del Kilimanjaro: cómo habrá llegado esa armadura a Oviedo. A esta celda sosegada y limpia se acercaban algunas personas inquietas, entre ellas el doctor Casal. Gracias a esta celda, Oviedo llegó a ser, como escribió Marañón, «no digamos la Atenas de España, pero sí uno de los islotes que emergen del mar de la ignorancia nacional».

Especialmente considerado, por cuanto arremete contra otra verdadera superstición de su tiempo, la superioridad o inferioridad según sexos, es su discurso XVI Defensa de las mujeres, publicado en el primer tomo del Teatro crítico universal de 1726, volvemos a la Real Academia de la Historia:
"... está considerado como el primer tratado feminista español. Mezcla los criterios de corte racionalista, propios de la primera generación ilustrada a la que pertenece, con otros criterios tradicionales fundamentados en el argumento de autoridad sirviéndose de numerosas referencias eruditas. Cuestiona la opinión común y la misoginia de la época sobre la inferioridad de la mujer, defiende la igualdad intelectual entre hombre y mujer, la dignidad moral de las mujeres y su derecho a acceder al saber científico y a la alta cultura. 
El texto comienza con estas palabras: 
En grave empeño me pongo. No es ya sólo un vulgo ignorante con quien entro en la contienda: Defender a todas las mujeres, viene a ser lo mismo que ofender a todos los hombres: pues raro hay que no se interese en la precedencia de su sexo con desestimación del otro. A tanto se ha extendido la opinión común en vilipendio de las mujeres que apenas admiten en ellas cosa buena. 
En lo moral las llena de defectos, y en lo físico de imperfecciones. Pero, donde más fuerza hace es en la limitación de los entendimientos. Por esta razón, después de defenderlas con alguna brevedad sobre estos capítulos discurriré más largamente sobre su aptitud para todo género de Ciencias y conocimientos sublimes".

Y por supuesto, además de partidarios y contrarios, tuvo también discípulos, cuyos ecos llegan plenamente a nuestros días:
"Siguieron la estela de Feijoo autores como Francisco Santos, quien publicó Bello gusto de la moda en materia de Literatura, o acertada idea del ilustrísimo Feijoo, proseguida en una instrucción universal de varias Cartas curiosas, selectas, críticas y eruditas en todo género de materias, obra muy útil para formar el espíritu de la juventud y librarla de preocupaciones (Barcelona, 1753); menos protegida que la de Feijoo, su obra fue denunciada a la InquisiciónJuan Martínez Salafranca, uno de los editores del Diario de los Literatos, publicó unas Memorias eruditas para la crítica de artes y ciencias (1736). El jesuita Antonio Codorniú publicó Dolencias de la crítica (1760) y fray Íñigo Gómez de Barreda fue el responsable de los cuatro volúmenes que ocupa Las fantasmas de Madrid y estafermos de la Corte, obra donde se dan al público los errores y falacias del trato humano para precaución de los incautos. Excitada de algunos discursos del lustre de nuestra España y religión benedictina, el ilustrísimo y reverendísimo Feijoo, sobre algunos errores comunes. Su autor el Desengaño, y le dedica a la Verdad (1761-1763). En fecha tan tardía como 1802 aún Antonio Marqués y Espejo publicó un Diccionario feijoniano".

En este contexto es imprescindible dar cuenta del legado de su obra y sus divulgadores más conocidos:
"De las Obras completas de Feijoo contó Marcelino Menéndez Pelayo en sus Historia de los heterodoxos españoles (1882) al menos quince ediciones. La edición clásica es la costeada por el ministro ilustrado Pedro Rodríguez de Campomanes en 14 volúmenes, con una "Noticia biográfica" compuesta por el propio Campomanes, según Sempere y Guarinos, en Madrid, 1765 y ss. Consta de ocho volúmenes de Teatro Crítico, cinco de Cartas Eruditas y uno de Ilustraciones Apologéticas. 
Teatro crítico universal (118/117 discursos publicados en nueve volúmenes entre 1726 y 1740, el nono, suplemento a los anteriores, fue redistribuido, desde 1765, en los lugares correspondientes de los otros ocho) 
Cartas eruditas y curiosas (163 cartas publicadas en cinco volúmenes entre 1742 y 1760) 
Apología del escepticismo médico, 1725. 
Defensa de las mujeres, 1726. 
Satisfacción al Escrupuloso, 1727. 
Respuesta al discurso fisiológico-médico, 1727. 
Ilustración apologética, 1729. 
Suplemento de el Teatro Crítico, 1740. 
Justa repulsa de inicuas acusaciones, 1749. 
Adiciones, [1783]. 
Epistolario, aún sin recoger. 
Poesía"

Otra buena biografía accesible para todos es la que nos proporciona la Real Academia de la Historia, la cual amplía, ahonda y abunda en numerosos detalles:
"Feijoo y Montenegro Puga, Benito Jerónimo. Casdemiro (Orense), 8.X.1676 – Oviedo (Asturias), 27.IX.1764. Benedictino (OSB), teólogo, ensayista. 
Nació en una familia perteneciente a un antiguo linaje de hidalgos. Sus padres, Antonio Feijoo Montenegro y María de Puga Sandoval, eran personas interesadas por las letras, poseedores de una buena biblioteca y amantes de las tertulias. A pesar de ser el primogénito, decidieron que desarrollara sus cualidades naturales. 
Estudió primeras letras en Allariz y luego realizó sus estudios regulares en el Real Colegio de San Esteban de Rivas de Sil, situado a pocos kilómetros de su aldea natal. No se sabe nada de su educación posterior hasta 1690, fecha en la que tomó el hábito de San Benito en el monasterio de San Julián de Samos, y renunció al mayorazgo. Tras su profesión en la Orden Benedictina, a los dieciséis años, continuó su formación en otros centros monásticos: el colegio de San Salvador de Lérez, el de San Vicente (Salamanca), y el de San Pedro de Eslonza (León). Desde 1709 fue profesor de Teología en el monasterio de San Vicente de Oviedo, ciudad en la que residió a partir de esta fecha. 
Ese mismo año fue licenciado y doctor en Teología por la Universidad de Oviedo, donde, entre 1710 y 1721, ocupó la cátedra de Teología de Santo Tomás. 
En este lugar, Feijoo se sentía más libre para expresar sus ideas, pues le parecía que estaba menos dominado por la ideología que en la Corte. El ambiente de la montaña y el mar le resultaba agradable, ya que era un hombre amigo del aire puro y de la vida sencilla. 
También en el entorno de su orden gozaba de prestigio, a pesar de que su personalidad encontraba mejor acomodo en el ambiente académico universitario. Sin embargo, la realidad de aquellos años difíciles en los que Asturias se vio asolada por el hambre tuvo que sacarle de sus reflexiones intelectuales. Fue un punto de partida para tomar conciencia sobre la crisis de la cultura y de la sociedad, y poner remedio a la situación de descuido que se daba en el país. 
Fue nombrado en 1721 abad de su monasterio durante dos años, y más tarde, entre 1729 y 1737, ejerció también este cargo. En 1724 pasó a la cátedra de Teología Superior de Vísperas, y en 1739 se le honró con la de Prima de la misma Facultad. Por motivos de salud se retiró de la vida pública en 1739 y desde entonces se dedicó a su tarea de escritor hasta la fecha de su muerte en la capital asturiana. 
Los biógrafos coetáneos describen su figura del siguiente modo: “Fue de estatura prócer, como de ocho palmos o algo más, y sus miembros muy proporcionados, su cara algo más larga que lo justo, el color medianamente blanco y los ojos vivos y penetrantes”. 
Y sobre sus valores humanos: “Era ameno y cortesano en su trato como lo es comúnmente el de estos monjes escogidos por su corto número de familias honradas y decentes, salado en la conversación, como lo acredita su afición a la poesía, sin salir de la decencia. 
Esto le hacía agradable a la sociedad, además de lo apacible de su aspecto. Su estatura alta y bien dispuesta y de una facilidad de explicarse de palabra con la propiedad misma que por escrito. La viveza de sus ojos era un índice de la de su alma”. 
Transcurrió su vida en su retiro ovetense, exceptuando dos visitas a Madrid (1726 y 1728) con motivo de la publicación de sus libros. Sin embargo, se convirtió en el primer divulgador de las Luces en el ámbito de la lengua castellana y en uno de los españoles más cultos de su tiempo, a pesar de vivir en el ambiente recogido del claustro conventual. No estaba aislado del mundo que le rodeaba, ya que tenía todas las fuentes de información que necesitaba. Su vida fue tranquila y equilibrada, marcada por la curiosidad intelectual. Cumplía fielmente sus obligaciones con la Orden Benedictina al tiempo que se dedicaba a su profesión docente, aunque ante todo era un hombre de estudio, que encontraba el mayor placer en la soledad de su celda dedicado a la lectura. 
Afirma en el Teatro crítico universal: “¿Qué cosa más dulce hay que estar tratando todos los días con los hombres más racionales y sabios que tuvieron los siglos todos, como se logra en el manejo de los libros? Si un hombre muy discreto y de algo singulares noticias nos da tanto placer con su conversación, ¿cuánto mayor le darán tantos como se encuentran en una biblioteca?” (“Desagravios de la profesión literaria”, I, 7). Al mismo tiempo, tenía en su convento reuniones con personas doctas de la ciudad. Un coetáneo afirma: “Los que tratamos al P. Maestro nos parece que, cuando habla, oímos declamar a un Cicerón. 
Habla con notable discreción, con exacta naturalidad y con igual propiedad; persuade lo que dice con tanta eficacia que todos asienten a lo que propone: es tal su gracia en el decir, que suspende y embelesa a quienes le oyen”. No rehuía, sin embargo, las controversias y disfrutaba con el enfrentamiento dialéctico, aunque sin ensañarse con el adversario. Tuvo muchos admiradores en vida, pero también numerosos detractores, hasta tal punto que Fernando VI, en 1750, prohibió que se le molestara y atacara públicamente."

Seguidamente, esta biografía desarrolla su actividad literaria, totalmente basada en el ensayo:
"La labor literaria del padre Feijoo es fundamentalmente ensayística. Toda la crítica ha reconocido unánimemente su contribución a la formación del ensayo como género literario. Nacido en los Essais (1580) de Montaigne, a pesar de algunas experiencias anteriores, el género se confirmó en la literatura española con el Teatro crítico (1726) de Feijoo, a pesar de que nuestro autor no utilizara esta denominación. 
Para Giordano este género discursivo sólo podía extenderse y desarrollarse bajo el signo de la Ilustración, entre intelectuales con seguridad en sí mismos, con capacidad de pensamiento independiente de cualquier autoridad o dogma y con un criterio de verdad basado en la razón apoyada en la experiencia. Así, la obra de Feijoo es una “épica de la inteligencia” contra el enemigo de la ignorancia, de la superstición y de los errores vulgares. Refleja con claridad los objetivos que se propone el género ensayístico: proponer la verdad, luchar contra el error, explicar las cosas basándose en la experiencia, la razón y la autoridad de los escritores que trataron el tema y tener una voluntad de estilo. Es posible que falte en Feijoo una conciencia plena del género si se toma esta palabra en el sentido moderno. Su discurso ideológico no sistemático encaja en los presupuestos de lo que era entonces el ensayo en Europa. 
El autor habla de una “literatura mixta”, miscelánea, de la que se pueden encontrar antecedentes en la Silva de varia lección (1540) de Pedro Mexía, las Cartas Filológicas (1634) de Cascales, los Errores celebrados (1653) de Juan de Zabaleta, las Epístolas varias (1675) de Félix Lucio Espinosa y Malo, junto a algunas otras producciones de escritores extranjeros. 
A esta época primera pertenecen algunos textos religiosos primitivos (Oración panegírica, 1719), y una colección de poemas que dejó sin publicar (Poesías inéditas, Tuy, 1901). La primera publicación interesante de Feijoo es de 1725. Se trata de un folleto en defensa de la Medicina Scéptica (1722) del doctor Martín Martínez, que había provocado una reacción negativa en los medios médicos y universitarios, titulado Aprobación apologética del Scepticismo médico. 
En este breve ensayo (45 páginas) intentaba detener los ataques a su autor y al mismo tiempo explicar lo que significaba el concepto de “escéptico” en el que Martínez basaba su medicina, distinguiéndola de la que entonces se estudiaba en España. No es una obra científica ni erudita, sino de carácter crítico. Feijoo intentaba no sólo ver cuál era la reacción del poder y de los intelectuales ante su defensa de las nuevas teorías científicas, sino que también planteaba una forma novedosa de interpretar la cultura del momento. 
Al año siguiente, 1726, inició Feijoo la publicación del Teatro crítico universal Discursos varios en todo género de materias para desengaño de errores comunes (1726-1739) en ocho tomos que aparecieron con periodicidad desigual, con otro volumen de Suplemento al mismo tiempo (1740). El primer tomo salió a la luz en Madrid en la imprenta de L. F. Mojados, de forma muy cuidada, aunque luego pasó a la de Francisco del Hierro que fue su editor habitual, siempre bajo la mirada atenta de su amigo el académico Martín Sarmiento. Tenía al frente la aprobación oficial de la Congregación de San Benito, escrita por Antonio Sarmiento, “Maestro General de su Religión”, y amparado por la “Censura” del padre Juan de Campo-Verde de la Compañía de Jesús, la cual dirigía la política cultural del reino a través de los confesores regios. 
La obra trata de argumentos variados, sin aparente orden, pero organizados así de manera intencional ya que, como dice el autor en el “Prólogo” del primer tomo “son incomprensibles debajo de facultad determinada, o porque participan igualmente de muchas. 
Fuera de esto, hay muchos de los cuales cada uno trata solitariamente alguna facultad, sin que otro le haga consorcio en el asunto”. Continuó Feijoo su obra con los cinco tomos de Cartas eruditas y curiosas en que, por la mayor parte, se continúa el designio del Teatro crítico universal (1742-1760), además de algunos otros escritos polémicos entre los que destacan la Ilustración apologética al primero y segundo tomo del Teatro crítico (1729) y la Justa repulsa de inicuas acusaciones (1749). 
El Teatro crítico universal está compuesto por ocho volúmenes en los que se incluyen ciento dieciocho discursos. El término teatro debe tomarse en su sentido etimológico griego de escenario, incluso en el de mirar. Esto nos indica que se trata de una obra que supone una mirada crítica a todo tipo de materias. Es un escenario amplio en el que se desarrolla la actividad crítica de la razón fuera de las escuelas filosóficas tradicionales y sin una sistematización científica. El subtítulo de la obra, “Discursos varios en todo género de materias para desengaño de errores comunes” manifiesta con claridad la finalidad que persigue Feijoo con la obra: combatir todo tipo de errores científicos o populares. Los conocimientos que incluye son enciclopédicos, pues la obra contiene todo lo que podía ser motivo de interés en la vida y la cultura de su época. Da unidad a unos contenidos tan variados la intención didáctica, ya que Feijoo parte del deseo de educar y modernizar a los ciudadanos con pasión ilustrada. 
Las Cartas eruditas están formadas por ciento sesenta y cuatro escritos reunidos en cinco volúmenes. 
Su propósito es similar al del Teatro. Aparecen al comienzo y al final de cada carta las fórmulas propias del género epistolar, es decir, la salutación y la despedida. 
El texto se dirige casi siempre a una segunda persona (Vuestra merced, Vuestra señoría o Vuestra excelencia). Algunas cartas, pocas, llevan fecha, aunque Feijoo procura eliminar los detalles personales. 
A pesar de que se tiene a Feijoo como un gran ensayista, o el fundador del ensayo moderno, no utiliza la palabra ensayo para nombrar sus reflexiones. Dos son las fórmulas literarias que emplea: el discurso, denominación que ya se utilizaba en el siglo anterior para este tipo escrito, de la que hace uso en el Teatro crítico; y la forma epistolar, más familiar y sencilla, que es la que emplea en las Cartas eruditas. Ambos, discursos y cartas, llevan título, y se dividen en párrafos señalados con números romanos y en incisos numerados en arábigo para facilitar su consulta como si fuera un diccionario. Cada tomo lleva un prólogo y un índice detallado de materias. Respondiendo a la tradición de la “literatura mixta” o miscelánea, con la que se autoenlaza en el “Prólogo”, en cada capítulo se hallan ingredientes variados: narraciones, descripciones, consideraciones filosóficas, discusiones, elogios, citas, censuras... Feijoo se muestra siempre como polemista rebelde, intransigente en ocasiones, pero sincero, valiente, bien intencionado y con deseo de originalidad. 
Si se tiene en cuenta la evolución interna de la producción de Feijoo y los moldes formales que utiliza, se puede decir que su obra configura un todo compacto y homogéneo. Cuando el escritor publicó en 1742 el primer tomo de sus Cartas eruditas insistió en este carácter de continuidad, que puso de manifiesto en el breve prólogo: “Preséntote, Lector mío, nuevo Escrito, y con nuevo nombre; pero sin variar el género ni el designio, pues todo es Crítica, todo Instrucción en varias materias, con muchos desengaños de opiniones vulgares o errores comunes. Si te agradaron mis anteriores producciones, no puede desagradarte ésta, que es en todo semejante a aquéllas, sin otra discrepancia que ser en ésta mayor la variedad; y no pienso que tengas por defecto lo que, sobre extender a más dilatada esfera de objetos la enseñanza, te aleja más del riesgo del fastidio”. Con estas palabras Feijoo quería que su público estuviese tranquilo y no se preocupase por el cambio de título. Sin embargo, se advierten algunas diferencias formales entre el Teatro crítico y las Cartas eruditas: las Cartas son más breves, menos solemnes y su estructura es más ligera y flexible. 
Es imposible realizar una clasificación temática, pues los volúmenes de ambas obras tratan de Astronomía, Geografía, Filosofía, Literatura, Derecho, Música, Matemáticas, Arte, Medicina... Pretendía el autor ofrecer información y nuevas ideas de todo lo que podía ser objeto de curiosidad y cultura y, al mismo tiempo, combatir los errores, especialmente la superstición. 
Lo más destacable de Feijoo es que inicia en España una comunicación intelectual diferente a la que se había utilizado a partir de Trento, superando el autoritarismo. El escritor une en sus escritos una información científica moderna, erudición humanística, genio pedagógico y humor personal. Sus interlocutores no son hombres incultos, sino personas bien informadas que desean leer entre líneas y comprender más allá de lo que dice. 
Esto lleva a preguntarse si Feijoo tuvo un pensamiento propio o se limitó a transmitir saberes enciclopédicos tomados de otros pensadores. Ciertamente, maneja una gran cantidad de bibliografía, cosa sorprendente por su vida cerrada en el claustro y por la dificultad de encontrar libros que provinieran del extranjero. 
Fue un gran lector, un autodidacto lleno de curiosidad, que acudía a diccionarios y enciclopedias, sobre todo de origen francés. Creía que la cultura, el saber general, es el resultado de múltiples saberes parciales que no se llegan a dominar sólo con el esfuerzo individual. De aquí que acuda a los sabios para interpretarlos y poder aplicar sus doctrinas a hechos concretos de la sociedad y del país".

En cuanto a su pensamiento filosófico, nos dice la Real Academia de la Historia que en buena parte es antiaristotélico y antiescolástico, aunque su formación estaba basada en Aristóteles y en Santo Tomás, admirando también a Francis Bacon, "del que aprendió el valor de la experiencia, la utilización del método inductivo y los caminos de los errores", recibiendo asimismo influencias de DescartesBayleFontenelle o Malebranche:
"Sin embargo, su espíritu integrador le llevó a aceptar y a tolerar todo lo que le parecía válido, de aquí que le surgieran tantos detractores. Vivió en un momento de crisis, de paso del escolasticismo al enciclopedismo francés y a una nueva filosofía europea. Estos cambios los fue aceptando según venían, sin pretensiones de presentar un proyecto filosófico definitivo. Resume así su postura en el Teatro crítico: “Es menester huir de dos extremos que igualmente estorban el hallazgo de la verdad. El uno es la tenaz adherencia a las máximas antiguas; el otro la indiscreta inclinación a las doctrinas nuevas. El verdadero filósofo no debe ser parcial, ni de éste ni de aquel siglo. En las naciones extranjeras pecan muchos en el segundo extremo; en España casi todos en el primero” (II, d.1). Feijoo no sigue un sistema exclusivo, sino que es un escéptico y un ecléctico. Su filosofía es la natural y cosmológica, con un pensamiento extrovertido y atento al mundo moderno."

Indispensable, para un monje instruido y crítico, abordar el tema religioso, siendo especialmente activo contra los falsos milagros, lo apocalíptico, las apariciones, temiendo tanto a la impiedad como a la credulidad supersticiosa:
"Quería que se practicase la religión con la dignidad debida, por lo que dedicó a este tema varios discursos y cartas. La actitud de Feijoo está en consonancia con la de otros escritores de su siglo que rechazan lo popular y lo inculto, despreciando al vulgo crédulo. Como el propósito de sus escritos fue desterrar los errores comunes, ciertamente hay muchos referidos a la religión que el escritor, haciendo gala de un nuevo espíritu erasmista, atacó: devociones, leyendas, tradiciones, milagrerías... No lo hace de forma irrespetuosa ni malintencionada. Solamente excluyó de sus estudios aquellos asuntos que eran entonces objeto de controversia. Aparte de lo que concernía al dogma del que nunca se alejaba, se guiaba por los criterios de la razón y de la experiencia, buscando el bien de los ciudadanos. En alguna ocasión tocó problemas un poco resbaladizos, como el del milagro, difícil de razonar con argumentos científicos, pero salió adelante con su buen criterio a pesar de que algunos no entendieron correctamente sus planteamientos y de que la Inquisición estaba atenta para velar por la ortodoxia. En su lucha por la verdad, el escritor dedicó numerosos discursos y cartas a la brujería, las supersticiones, hechizos, adivinación, astrología, y otros asuntos similares. Algunos de los ejemplos que utilizó no fueron específicamente nacionales sino que procedían de sus lecturas de obras extranjeras".

En este tema y dentro del asunto que nos ocupa, la Real Academia de la Historia nos informa que censuraba los "abusos de peregrinaciones", por lo que hemos buscado y hemos encontrado esto en el Tomo cuarto Discurso quinto de su Teatro crítico universal:
Peregrinaciones sagradas, y romerías
§. I
1. El acto de visitar los Lugares sagrados distantes de la Región ó Pueblo donde se habita, para adorar las Reliquias de los Santos, ó aquellas Imágenes suyas, que por más milagrosas se hicieron más ilustres, siempre en la Iglesia Católica fue reputado laudable y meritorio. Autorízanle algunos Concilios, celébranle los Padres, su misma antigüedad le recomienda; pues si bien que los Herejes modernos dicen que las peregrinaciones Jerosolimitanas no empezaron hasta el tiempo del Gran Constantino; de algunos lugares de San Géronimo, San Cirilo Jerosolimitano, Eusebio, y otros consta que ya en los tiempos anteriores a Constantino estaban en uso.

2. Los Herejes que impugnan la adoración de las sagradas Imágenes y Reliquias, consiguientemente imprueban las Peregrinaciones que tienen por objeto este culto. Los Petrobusianos, llamados así por Pedro Buid, de quien tomaron varios errores al principio del duodécimo siglo, aún con más rigor las condenaban; pues no sólo querían que no hubiese Imágenes que adorar, más ni aún Templos donde orar, usando del falaz argumento (como refiere San Pedro Venerable), que como Dios está presente en todas partes, en todas podemos invocarle, y en todas nos puede oír.

3. Esta es puntualmente (según cuenta Josepho) la misma razón de que se valió el impío Jeroboan, para persuadir a los Israelitas que no fuesen a visitar el Templo de Jerusalén: Populares míos (les decía), bien creo que conocéis que en todo lugar está Dios, en cuanquiera parte oye nuestros votos, y atiende a los que le dan culto. Por tanto, no me agrada que vayáis a Jerusalén por motivo de Religión {(a) Joseph. Antiq. lib. 8. cap. 3}.
§. II
4. Sin embargo de ser este error opuesto, como hemos dicho, a una doctrina recibida de toda la Iglesia; Hay casos en que se pueden, y aún deben persuadir las Peregrinaciones sagradas. Este es un acto de Religión, no hay duda; pero no obligación, sí supererogatorio; y en las obras de supererogación no se ha de considerar sólo la bondad intrínseca que tiene por su naturaleza el acto, mas también lo que dicta la prudencia, consideradas todas las circunstancias; porque como es imposible que sea acto virtuoso el que no es regulado por la prudencia, puede suceder (como de hecho sucede muchas veces) que el acto, que considerado en sí precisamente, es virtuoso laudable, deje de serlo en este ó aquel individuo, en esta ó aquella ocasión; y en vez de pertenecer a la virtud de Religión, pertenezca al vicio opuesto a ésta, ó a otra alguna virtud, como si es impeditivo de otra obra obligatoria, ó si trae consigo riesgo grande la violación de algún precepto, si estorba mayor bien, &c.

5. Así se hallan en San Gregorio Niseno, y en San Gerónimo positivas disuasiones de la peregrinación a Jerusalén. El primero escribió una oración, ó epístola con el título de los que van a Jerusalén, donde respondiendo a la consulta hecha por unos Monjes que meditaban aquella peregrinación, los aconseja que peregrinen de la tierra al Cielo, no de Capadocia a Palestina. Y aunque algunas razones de que usa el Santo, sólo mirán a los Religiosos, otras comprenden a todos los Cristianos: Cuando el Señor, (dice) llama a los benditos, para conseguir la herencia del Reino Celestial, no cuenta entre las buenas obras que conducen a este fin, la peregrinación a Jerusalén. Cuando anuncia la Bienaventuranza, no comprende esta especie de obra meritoria. Considere, pues, cualquiera que tiene entendimiento, que motivo puede haber, para ejecutar una obra, la cual no conduce (entiéndese, no es necesaria) para conseguir la Bienaventuranza.

6. San Gerónimo, escribiendo a San Paulino, Obispo de Nola, le disuade la visita de los Lugares Santos de Palestina, con las mismas razones que propone a aquellos Monjes San Gregorio Niseno: No haber estado en Jerusalén (dice el Santo) sino haber vivido bien en Jerusalén, es digno de alabanza. No se ha de desear aquella Ciudad que mató los Profetas, y derramó la Sangre del Redentor; sino aquella que alegra el ímpetu del Río, (la Celestial) la que colocada en el monte no puede encubrirse, la que llama el Apóstol Madre de los Santos. Y poco más abajo: Patente está la Corte Celestial a los que quieren ir a ella desde Inglaterra, como a los que quieren ir desde Jerusalén. El Reino de los Cielos dentro de vosotros está. El grande Antonio, y todos aquellos enjambres de Monjes que hubo en Egipto, Mesopotamia, Ponto, Capadocia, y Armenia, no vieron a Jerusalén, sin que por eso dejasen de hallar abierta la puerta del Paraíso. El Bienaventurado Hilarión, con ser natural de Palestina, sólo un día vio a Jerusalén. Vióla porque no pareciese que despreciaba los Lugares Santos estando tan vecino; pero vióla sólo una vez, para dar a entender que no sólo en aquellos Lugares Santos estaba Dios.

7. Si las razones de estos dos Santos se miran sin la debida reflexión, parecerá no sólo ser las mismas de que usaban Jeroboán, y los Herejes Petrobusianos, sino que caminan al mismo fin. El fundamento de estar Dios en todo lugar, y estar patente a todas las Regiones del Orbe la puerta del Paraíso, es el mismo; como tampoco tiene duda, que en una y otra parte es Verdadero. Dios por razón de su inmensidad todo lugar ocupa; y a la Celestial Jerusalén pintó San Juan en su Apocalipsis con puertas correspondientes al Oriente, al Poniente, al Septentrión, y al Mediodía, para dar a entender que de cualquiera parte de la tierra hay camino para el Cielo. Pero como de un mismo principio se puede usar, ó con menos ó con mas extensión, y tirar las consecuencias, ó hasta la línea adonde deben llegar, ó pasando de ella; lo primero hicieron los dos Padres alegados; lo segundo los Herejes.

8. Para condenar generalmente un acto virtuoso de supererogación nunca puede haber motivos; mas para disuadirle en varias ocasiones y circunstancias, pueden ocurrir muchos y muy razonables; y entonces entra bien la razón de que Dios está en todas partes; como si dijéramos, no siendo necesario ese acto de supererogación para conseguir la salud eterna, ni aún para arribar a mayor perfección, pues se puede suplir con otros muchos que Dios, como presente en todo lugar, se ve y acepta, se debe omitir en tales o tales circunstancias, según el dictamen de la prudencia.
§. III
9. Cuanto hasta aquí hemos dicho viene a ser como disposición ó preludio, para lamentar los abusos que estamos tocando en las Peregrinaciones sagradas de este siglo; y solicitar, si fuese posible, el remedio, sin que pueda mordernos la calumnia con la nota de que condenamos la substancia de la obra, cuando ni alguna siniestra intención la estraga, ni se ejecuta por mera hipocresía.

10. A dos especies podemos reducir las Peregrinaciones sagradas que están en uso. Las unas propiamente tales, que son las que se hacen a Santuarios muy distantes, como las que todos los días están ejecutando bandadas de gente de otras Naciones, especialmente de la Francesa, a la Ciudad de Santiago, con el motivo de adorar el cadáver del Santo Apóstol que allí está sepultado. Las otras son las que con voz vulgarizada llamamos Romerías, y tienen por término algún Santuario, Iglesia, ó Ermita vecina, especialmente en algún día determinado del año, en que se hace la fiesta del Santo titular de ella.

11. En cuanto a la primera especie, no pienso que de parte de nuestros Españoles se ministre mucha materia, ni para que aplaudamos su devoción, ni para que corrijamos su abuso. Son harto raros entre nosotros los que salen de España con el título de visitar Santuarios Extranjeros. Mas los que de otras Naciones vienen a España con este título son tantos, que a veces se pueden contar por enjambres, y abultan en los caminos poco menos que las tropas de Gallegos que van a Castilla a la siega.

12. La desigualdad que se nota entre la Nación Española, y las demás donde reina el Catolicismo, tocante a este punto, motiva luego un reparo sobre la materia. Es cierto que no son los Españoles menos piadosos, religiosos, y devotos, que Franceses, Italianos, Alemanes, Flamencos, y Polacos; pero se sabe que son menos curiosos, y andariegos. Esta advertencia funda la sospecha de que la frecuencia de los Extranjeros a los Santuarios de nuestra Nación, y de otras, no nace por la mayor parte de verdadera piedad, sino de un espíritu vagante, y deseo de ver mundo.

13. Tengo presente, que entre las muchas revelaciones con que favoreció la singular ternura del Amor Divino a mi gloriosísima Madre, y admirable Virgen Santa Gertrudis la Magna, hay una en que Dios la manifestó el especial motivo que tenía para ilustrar el sepulcro del Apóstol Santiago con la frecuencia de los Peregrinos, más que a los de otros Apóstoles. Mas como vemos que no sólo es grandísimo el concurso de los Extranjeros a Santiago, mas también es muy grande, y con grande exceso sobre los Españoles, su frecuencia a los Santuarios de otras Naciones, sin negar la parte que en semejantes peregrinaciones puede tener la inspiración divina, se hace como preciso dejar otra gran parte a la curiosidad humana.

14. Las observaciones que sobre esta materia hemos hecho, parece que no dejan lugar a la duda. Sábese de algunos Extranjeros, que con el pretexto de ir ó volver de Santiago, se están dando vueltas por España casi toda la vida. Vi en esta Ciudad de Oviedo un Flamenquillo de catorce ó quince años, natural de Lila, de admirable viveza de ingenio, y bien cultivado; pues era buen Latino, mediano Filósofo, hablaba razonablemente la Lengua Francesa, y lo bastante para explicarse la Italiana, y la Española. Decía éste, que pasaba a Santiago con el motivo de voto que había hecho en una grave enfermedad. Como me constase que era pobre, tanto movido de la piedad como prendado de su espíritu, le ofrecí sustentarle y darle estudios en esta Universidad de Oviedo. Aceptó el muchacho para la vuelta de su peregrinación. Pero no volvió a Oviedo hasta ahora, y dudo haya vuelto a su País. Por lo menos tres años después le he visto hecho vagamundo en otro Lugar, donde él mismo, transitando yo por una calle, me conoció y llegó a hablarme. Hago memoria de este suceso, no por singular, sino porque me lo estampó más en la memoria el dolor de ver perdida una bella habilidad, por la pasión desordenada de la tuna. En lo demás puedo decir que he notado bastantes ejemplares de Extranjeros que con la capa de devotos Peregrinos son verdaderos tunantes, que de una parte a otra, sin salir de España y sin piedad alguna, se sustentan a cuenta de la piedad ajena.

15. Aumenta mucho la presunción del gran número que hay de tunantes con capa de Peregrinos, el que los que acá vemos con el pretexto de ir a Santiago, comúnmente dan noticias individuales de otras Santuarios de la Cristiandad, donde dicen que han estado: y visitar tantos Santuarios, para devoción es mucho: para curiosidad y vagamundería, nada sobra. Quiero decir, que haya uno u otro, que únicamente con el fin de hacer a Dios ese agradable sacrificio, quieran dedicar una buena porción de su vida a las peregrinaciones sagradas, muy bien lo creo; pero que sean tantos, se me hace sumamente difícil; y mucho más el que Dios excite tan frecuentemente con su gracia a esta obra de piedad a los Extranjeros, y tan pocas veces a los Españoles, siendo estos no menos, antes más adictos al culto y actos de Religión (creo que sin injuria puedo decirlo), que otras algunas Naciones de la Cristiandad.

16. Es cierto, que cualquiera interés de Dios debe preponderar a todas nuestras conveniencias: y así debiéramos dar por bien empleado cuanto consume España en limosnas para sustentar tantos forasteros, si estos viniesen con verdadero espíritu de devoción a visitar nuestros Santuarios. Pero si la piedad Española, a vuelta de cuarenta o cincuenta votos, sustenta millaradas de tunantes, es bien lamentar el dispendio temporal que en esto padece nuestra Nación. 

17. Y no se piense que este abuso esté adicto a nuestro siglo, de modo que en alguno de los antecedentes no se haya observado el mismo, y procurado remediar. El Canon decimosexto del Concilio Salegunstadiense, celebrado el año 1022, ordena, que nadie vaya a Roma en peregrinación sin licencia del Ordinario: Nullus Roman eat sine licentia sui Episcopi, vel ejus Vicarii. Sin duda que ya entonces se había experimentado un grande abuso, y digno de la aplicación del remedio. ¿Qué mucho, pues, que en nuestro siglo lloremos el mismo mal, y solicitemos, si es posible, la cura? Si a alguno pareciere que en esta invectiva contra las Peregrinaciones hemos excedido de lo justo, le pondremos delante la sentencia del gravísimo Autor del libro de Imitationes Christi (ora sea Tomás de Kempis, ora, como sienten otros con gran probabilidad, nuestro Abad Gerson) Qui multum peregrinantur, rarò sanctificantur {(a) Lib. 1. cap. 3}. Los que peregrinan mucho, rara vez se ponen en estado de gracia.
§. IV
18. Pero el inconveniente que hay en esta especie de peregrinación, es casi de ninguna monta en la comparación de los que se observan en la otra especie de las que llamamos Romerías. Con horror entra la pluma en esta materia. Sólo quien no haya asistido alguna vez a aquellos concursos, dejará de ser testigo de las innumerables relajaciones que se cometen en ellos. Ya no se disfraza allí el vicio con capa de piedad: en su propio traje triunfa la disolución. Coloquios desenvueltos de uno a otro sexo, rencillas, y borracheras son el principio, medio, y fin de las Romerías. Eso se hace, porque a eso se va. A la reserva de poquísimos, puede decirse, que la más inocente intención que se halla en tales concursos, es la de los que acuden a ellos sólo por ver, ó por ser vistos. Aún el que va con algo de devoción recoge el espíritu muy de [106] paso en el Templo, y le desahoga muy de intento en el atrio. Las resultas aún son peores que los antecedentes. Allí nacen deseos, que después pasan a ejecuciones. Todas las circunstancias conspiran a hermosear el objeto, y a avivar el apetito. La alegría es el retoque más bello que tiene la naturaleza para los colores de un rostro, y de parte del que la contempla es la disposición más eficaz para que haga fuerza su atractivo. A que se añade, que como la tristeza en todo finge peligros, la festiva constitución del ánimo representa desarmados de inconvenientes los mismos riesgos. Todo es fiesta en la fiesta. Todo es jovialidad en la Romería. En las conversaciones, pretextando el regocijo, se pasa la raya de la decencia. Habla la lengua más de lo que dicta la razón, y los ojos hablan algo más que la lengua. Hácese generoso el más mezquino: promete con largueza el que no tiene que dar aún con escasez. Todo se cree, porque el distraimiento del espíritu estorba toda cuerda reflexión. A la sombra del bullicio crece en un sexo el atrevimiento, y en otro la confianza. Menos máquinas bastan para derribar muros, que a veces caen a soplos. Oculta después la noche las consecuencias del día; y no pocas veces descubre el discurso de muchos días lo mismo que ocultó aquella noche.

19. Este es el plazo en que se cumple aquella amenaza divina, estampada con la pluma del Profeta Malaquías: Dispergam super vultum vestrum stercus solemnitatum vestrarum. Sobre vuestro mismo rostro esparciré el estiércol de vuestras solemnidades {(a) Malach. cap. 2}. ¿Qué son sino estiércol, inmundicia, abominación, eso que se llama solemnidad, fiesta, Romería? ¿Qué son sino torpes cultos al ídolo de Venus, en vez de devotos obsequios a Dios, y a sus Santos? Y al fin, ese estiércol, ¡a cuántas desdichadas les sale a la cara pasados algunos meses! Yo no hice, ni pude hacer observación alguna sobre esta materia. Pero por relación de algunos Eclesiásticos que la hicieron, colijo que las Romerías son como unos cometas de larga cola: hoy lucimiento, mañana estrago.

20. Mas no todos los cultos se los lleva en estas solemnidades el ídolo de Venus: también hay víctima para el de Marte, y muy frecuentemente ocasionadas estas de aquellos, en que asimismo tiene su influjo Baco para uno y otro. Parécense estas fiestas a las que la fábula representa en las bodas de Piritoo, y Hipodamia, donde en vez de luminarias festivas ardieron tres llamas funestas. La del vino encendido en los Centauros convidados; la de la concupiscencia; y la de la concupiscencia suscitó entre Centauros, y Lapitas la de la ira. Así se terminan estas como aquella. Tienen por una parte visos de Comedias, donde logran su fin los galanteos; y por otra de Entremés, donde los gracejos paran en palos: Tantum Religio potuit suadere malorum? Lucret.
§. V
21. Este es el fruto espiritual que se saca de las Romerías: esta la ganancia que Dios tiene en estos cultos. ¿Mas qué remedio? ¿Que se quiten enteramente? No me atrevo a proponerlo; porque las reformas extremas, que por precaver los abusos quieren no sólo cortar las ramas viciosas mas también arrancar las raíces, suelen tener gravísimos inconvenientes. ¿Que se permita a la frecuencia del concurso no más que la mitad del día, hasta concluir la Misa solemne? Creo que será muchas veces impracticable. Sólo dos expedientes cómodos me ocurren. El uno, que como en Madrid asiste un Alcalde de Corte a las Comedias, para las Romerías se diputase un Ministro de Justicia con especial comisión de velar a atajar todo género de desórdenes. El otro, que se prohibiese con proporcionadas penas el que concurriese alguna mujer joven, que no fuese acompañada ó del padre, ó del hermano, ó del marido; ó por lo menos de algún pariente cuyo respeto la sirviese de preservativo, con la precisión de no faltar jamás de su lado. Pero en este último se debe prevenir, ó que sea mucha la proximidad de la sangre, ó mucha la distancia de la edad. De otro modo se puede dar en Seyla, huyendo de Caribdis, y resultar del remedio más grave enfermedad.

22. Usando de estas precauciones, se podrá lograr juntamente con el culto de los Santos una honesta diversión, nada reñida con aquel acto de virtud: Non enim (digo con el Nazianceno orat. 44. in. S. Pentec.) animi relaxationem interdictam volo, sed coèrceo petulantiam. No la recreación, sino la disolución es la que mancha las solemnidades. Antes la modesta alegría se puede decir que es parte del culto. San Gregorio el Grande permite, que haciendo de tejidos ramos apacibles tiendas de campaña junto al Santuario mismo, con sobrios convites se celebre en ellos la fiesta: Tabernacula sibi circa easdem Ecclesias de ramis arborum faciant, & religiosis conviviis solemnitatem celebrent {(a) Lib. 9. epist. 71}. Y añade luego, que es conveniente mezclar a los espíritus débiles con los actos de Religión exteriores regocijos, porque el entretenimiento les facilite la aplicación a la piedad: Ut dum eis aliqua gaudia exterius reservantur, ad interior a gaudia consentire facilius valeant. Esto es poner las cosas en el debido punto. No está la alegría mal avenida con la virtud. Los que sólo predican una devoción, ó toda asperezas, ó toda melindres, no logran otra cosa que desviar los ánimos de aquello mismo a que quieren atraerlos. Deben señalarse con puntualidad los confines a la virtud, y al vicio, de modo que ni a aquella se le corte algún espacio a sus naturales ensanches, ni se extienda de modo que pase a ajenos límites".

Feijoo se ocupó igualmente de la instrucción y la enseñanza, su necesidad de iluminar a la gente es la alegoría misma del Siglo de las luces:
"Escribió varios discursos y cartas sobre materias de enseñanza. Fue un precursor de la reforma de los estudios que se llevó a cabo en el siglo XVIII. Defendió la modificación de las disciplinas universitarias, especialmente las referidas al campo del Arte, la Lógica y Metafísica, la Física y la Medicina. 
Criticó los modelos de enseñanza, e insistió en los métodos generales (abusos de las disputas verbales, el desenredo de los sofismas...), mientras atacaba la forma de presentar algunas materias, como la Teología. 
Discutió asimismo el valor de los argumentos de autoridad".

Toca el asunto de la ciencia y los científicos en una centuria clave para las grandes reformas que traerá la Ilustración, abordando con especial interés la Medicina:
"En lo referente a la ciencia, el autor partía del escepticismo para comenzar una investigación con espíritu crítico. No dudaba de todo, sino que adoptó una postura prudente para examinar los fenómenos con imparcialidad. Quedaron al margen de esta postura los temas de fe, por su propia naturaleza, y los de las ciencias experimentales, por ser comprobables. 
Feijoo no era un científico, pero poseía una información amplia y actualizada de lo que ocurría en las Academias europeas, y estaba por encima de la consideración de la ciencia como algo peligroso, producto de herejes. El nuevo espíritu científico que aparece en la obra del benedictino conecta con el empirismo de Bacon y se aleja del racionalismo de Descartes. La crítica que hace al sistema cartesiano se centra en la explicación de la formación del universo, problema que enlaza con el de la “senectud” del mundo; tiene presente el concepto de la infinitud del espacio y del tiempo que para él confieren una visión catastrofista del cosmos. 
Reprochó a la medicina de su tiempo que tenía un carácter más filosófico que científico. Censuró a los médicos que aplicaban siempre los mismos remedios (abuso de drogas, sangría, remedios secretos...) sin hacer consideraciones personales. Se inclinaba por la medicina natural, por la terapéutica individual y defendía los remedios baratos y caseros, e incluso las vacunas."

Llegamos al siempre escabroso tema de la política, que él acometió con sus valores, católicos pero críticos a la vez, tema vinculado con todo pero especialmente con nociones sociales que, en ese siglo XVIII, darían un gran vuelco en Europa y América especialmente:
"Sobre la política también realizó reflexiones, aunque en este terreno siguió las ideas del pensamiento católico, en la misma línea en que se habían situado Luis Vives, el padre Mariana o Saavedra Fajardo, entre otros. Admiraba las glorias pasadas pero al mismo tiempo denunciaba los males del país y preconizó cambios que corrigieran los defectos observados. Se extendió en consideraciones sobre la educación del príncipe y del cortesano, y atacó duramente a la nobleza. 
La igualdad de los hombres fue uno de sus postulados básicos, pues, aunque reconocía diferencias en costumbres, inclinaciones, temperamento, creía que era un error afirmar que tuvieran distinta capacidad racional. Predominaron en Feijoo las ideas pacifistas y de condena de todas las guerras; descendió a veces a temas muy concretos como el uso de la tortura, que él condenaba, o la impunidad de la mentira, a la que consideraba uno de los peores males. 
Abordó asimismo determinados aspectos de las relaciones sociales, tanto negativos (la indiscreción, la burla ofensiva...) como los que servían para mejorar las relaciones entre los individuos (la urbanidad, la sociabilidad). Creía oportuno que los jóvenes intervinieran en la política, que se llevaran a cabo reformas, que se redujera la burocracia, que los trabajadores tuvieran un salario justo, que hubiera menos días festivos, fiel al ideario reformista".

Detrás, el antiguo Colegio de Teología, actual Facultad de Psicología, fue testigo de todos estos acontecimientos y del deambular del escritor, filósofo, teólogo y pensador, de sus días y de sus noches escribiendo y debatiendo, de sus idas y venidas, haciéndose además cargo de su comunidad. Leemos en la web de dicha facultad:
"A comienzos del siglo XVII, hace casi cuatrocientos años, cuando la fábrica del edificio había conocido nuevas reestructuraciones, los benedictinos habían organizado ya en este lugar un Colegio de Teología. 
Un siglo después, en 1709, se afincaba definitivamente en Oviedo quien habría de dar mayor gloria a la institución, un orensano nacido en Casdemiro en 1676, que a los catorce años era ya benedictino en Samos, Benito Jerónimo Feijoo y Montenegro, el padre Feijoo. 
Durante más de medio siglo el padre Feijoo, desde este lugar de Oviedo, convirtió a las Asturias en centro de la racionalidad filosófica de toda la Europa: aquí escribió los ocho tomos del Teatro Crítico y los cinco de sus Cartas Eruditas. Paseando por el patio del convento, desde 1869 convertido en una plaza que lleva su nombre, meditaba Feijoo las célebres respuestas que había de lanzar contra tantos agrios polemistas suyos. 
Ya se habían cumplido los mil años de la fundación de Máximo y Fromestano cuando, en la celda que hoy se mantiene intacta, vigilante sobre la plaza de la Facultad de Psicología, su vida se extinguió. En la plaza que lleva su nombre y su estatua sólo hay dos puertas. La una da entrada, desde octubre de 1996, a la Facultad de Psicología. La otra nos permite descubrir una iglesia, la de la Corte: los restos del cuerpo de Feijoo reposan ante su altar mayor. Los estudiantes de Psicología no tendrán que dar muchos pasos para leer y traducir un epitafio que, en latín, dice: "Aquí yace el M. Fray Benito Jerónimo Feijoo. Murió en el año del Señor de 1764, a la edad de 87 años en 26 de septiembre."

Estos edificios, tras la Desamortización, pasaron a ser oficinas y dependencias del Estado, que sirvieron entre otras cosas como cuartel de la Guardia Civil. En 1932 el edificio fue restaurado para Delegación de Hacienda, destruida por la Revolución de Asturias en 1934:
"Tras la exclaustración de los monjes benedictinos, y desamortizados sus antiguos edificios, pasaron a ser ocupadas las dos naves del monasterio que limitan la plaza por diversas oficinas del Estado. Incluso sirvieron en algún momento como cuartel de la Guardia Civil. 
En 1932 se restauró el edificio para sede de la Delegación de Hacienda, pero los revolucionarios de octubre de 1934 procedieron a incendiar tan simbólica dependencia, quedando destruida la nave paralela a la antigua muralla de la ciudad. Tras la guerra civil fue destinado el edificio de nuevo a Delegación de Hacienda, hasta que el incremento de la actividad tributaria dejó pequeño el edificio y los recaudadores hubieron de buscar otro convento más amplio, el de Santa Clara, donde todavía permanecen. 
El edificio de San Vicente pasó a ser ocupado en 1968 por la Universidad de Oviedo, por su Facultad de Filosofía y Letras, que hasta entonces compartía con Derecho el viejo caserón de la calle San Francisco".

El edificio pasó a la Universidad de Oviedo en 1965 tras una permuta con el Ministerio de Economía de Economía y Hacienda a cambio del convento de Santa Clara, al otro lado de la ciudad (paso del Camino Primitivo), así, con proyecto del arquitecto Ignacio Álvarez Castelao, se adaptó para Facultad de Filosofía y Letras


Luego, tras la fragmentación de ambas especialidades, se quedó aquí la Facultad de Letras pero, al reunificarse las licenciaturas de Humanidades en el edificio del Seminario Diocesano, pasó este antiguo colegio de la Plaza Feijoo a ser sede de los estudios de Psicología y Logopedia, que eran impartidos en otros lugares desde 1976 hasta establecerse aquí en 1996:
"Hace más de veinte años, en 1976, se creó la División de Filosofía, Psicología y Ciencias de la Educación, que hubo de buscar nuevos espacios para existir, en un edificio saturado de profesores y alumnos. De forma efímera se asentó en Gijón, de forma más estable en el antiguo Colegio Mayor Valdés Salas y luego en la antigua Escuela de Comercio. Tras la fragmentación de la antigua Facultad de Filosofía y Letras ocupó en solitario el edificio, durante más de una década la Facultad de Letras. Pero reunificadas las licenciaturas de Humanidades en el edificio construido para Seminario Diocesano por el obispo Martínez Vigil en La Vega, quedó vacío el edificio de San Vicente, hoy sabiamente modernizado para servir de forma magnífica de sede, con voluntad de estabilidad, de los estudios de Psicología y Logopedia. 
La Facultad de Psicología hereda por tanto un sitio que fue lugar de teólogos y filósofos. Puede alardear de ser el único centro docente e investigador de la Universidad de Oviedo que ocupa un edificio histórico, centenario, milenario. Pero tal alarde implica también una responsabilidad, la de procurar estar a una altura, en el nuevo siglo que inaugura milenio, equivalente a la que Feijoo contagió a este sitio en la primera mitad del dieciocho. 
La Universidad de Oviedo que ofrece los estudios de Psicología desde 1976. En esta fecha, escindiéndose de la hasta entonces Facultad de Filosofía y Letras, surge la División de Filosofía, Psicología y Ciencias de la Educación que empieza su andadura en Gijón, en la antigua Escuela de Peritos Industriales. Al año siguiente se traslada al edificio del antiguo Colegio Mayor Valdés Salas, en Oviedo, en donde permaneció hasta el año 1989 en que se produce un nuevo traslado esta vez a la antigua Escuela de Comercio. Por último, en octubre de 1996, se produce el traslado a la actual ubicación, el antiguo convento de San Vicente (edificio del S. XIII), en donde, al fin en solitario, parece que al menos a medio plazo ha encontrado su asiento definitivo la Facultad. 
Además del peregrinaje en busca de una sede estable, la Psicología en la Universidad de Oviedo no fue realmente tal hasta que en 1991 se desliga de la Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación convirtiéndose en Facultad independiente". 
Y esta es "La torre esquinera, la puerta entre columnas de alto plinto, frontón partido y escudo, y las dos alas con arcadas en la planta baja", que dice Luis Antonio Alías en El Camino de Santiago en Asturias. Itinerarios


Nos llama la atención una cierta correspondencia entre la torre del colegio con su óculo con la de la fachada de la antigua iglesia monacal


La hermosa portada...


Arriba los escudos, en medio el escudo real, a la derecha el de la orden benedictina y a la izquierda el de la ciudad y concejo de Oviedo/Uviéu

Cierra la plaza por el norte un edificio de viviendas que en origen parece haber estado relacionado con el monasterio pues, además del Colegio de Teología, las huertas dieron paso a este gran patio de servicios, hoy Plaza del Padre Feijoo, cuya obra terminó el arquitecto Manuel Reguera hacia 1794 y "en él se instalaron las caballerizas, un pajar, un matadero, el archivo, varias salas de diversión y nuevas celdas", habitaciones para los monjes, nos dicen en la web del Museo Arqueológico de Asturias


Trasiego de estudiantes y profesores, entrando y saliendo, ambiente estudiantil


Vista de la plaza y de la iglesia desde la portada de la Facultad, los peregrinos suben la cuesta hacia la izquierda pasando ante la atenta mirada de Fray Benito Jerónimo Feijoo. El arte y sus estilos, el barroco en este caso, influyó también en sus ideas estéticas, no solamente en arquitectura, también en su escritura, como también leemos en la Real Academia de la Historia:
"Seguía la línea estética barroca española, de antipreceptismo e independencia en desacuerdo con las nuevas tendencias neoclásicas. Era partidario de la naturalidad del estilo, y partía de que éste era algo innato, que no se realizaba aprendiendo las reglas de la retórica, sino que se basaba en la intuición. Estilo natural y personal son para él una misma cosa. Pero no puede existir un ensayo como literatura artística sin que haya voluntad de estilo. Deben utilizarse las locuciones más naturales y más inmediatamente representativas de los objetivos". 
En sus escritos, Feijoo utilizó un tipo de prosa sencilla y directa. Su estilo es funcional. Escribía con rapidez y corregía poco, por lo que su lengua literaria consigue una viveza que se da en pocos autores. Utilizó una prosa paralelística y antitética, con abundancia de imágenes, como la de Guevara en el XVI o Saavedra Fajardo y Gracián en el XVII. Con sus escritos consiguió desterrar de la prosa castellana el estilo retórico posbarroco. Aunque la formación de Feijoo tuvo poco contacto con la cultura artística de su tiempo (desde la soledad de su celda resultaba difícil enjuiciar la estética neoclásica que comenzaba a extenderse), le sobraban genio y originalidad".

"En el campo filológico, Feijoo valoraba las lenguas tanto clásicas (conocía bien el latín y poco el griego) como modernas. Consideraba que estas últimas son muy útiles, pues en ellas pueden leerse las literaturas antiguas, ya traducidas, como las actuales. Estimaba especialmente la lengua francesa, en la que se realizaban en su época obras de carácter literario y científico de extraordinario valor. Era partidario de los neologismos, que algunos le han reprochado, puesto que la lengua es un organismo vivo que debe desarrollarse y enriquecerse, pero utilizados cuando la palabra importada sea necesaria y no por simple deseo de modernidad. Las ideas estéticas son abundantes en la obra de Feijoo. No aparecen de forma sistemática, sino diluidas en sus escritos. Destacaron tres aspectos en su teoría: opúsculos sobre principios generales, crítica literaria y crítica musical. Sobre ellos discurrió con conocimiento y libertad, con espíritu amplio, aunque no siempre acertase en algunos asuntos concretos".


Su celda, a la que también mira desde su estatua pétrea sobre pedestal, domina esta plaza en la que se vivieron los albores de la Ilustración asturiana y española, anunciando los tiempos, por ejemplo, de Gaspar Melchor de Jovellanos, entre otros, si bien este como máximo exponente sin lugar a dudas, los tiempos del nuevo pensamiento científico que se condensarían, entre otras cosas en la Enciclopedia:
"La obra de Feijoo es enciclopédica por su carácter y por su función. Pero para ser una obra de consulta le faltaba estar ordenada por materias. De aquí que empezasen a surgir en el mercado editorial algunos índices alfabéticos de los temas tratados en sus escritos para que se vendieran junto con éstos. Así salieron: Índice general alfabético de las cosas más notables de todo el Teatro crítico universal (1752), a cargo de Diego de Faro y Vasconcelos; Índice general alfabético de las cosas notables que contienen todas las obras del muy ilustre señor D. Fr. Benito Jerónimo Feijoo (1754) de José Santos; Diccionario Feijoniano Compendio metódico de varios conocimientos críticos, eruditos y curiosos, utilísimos al pueblo, para quien le dispuso por orden alfabético por el doctor Antonio Marqués y Espejo (1802). 
El éxito editorial de Feijoo fue enorme en el siglo XVIII. Sus obras fueron apareciendo entre 1726 y 1760 con regularidad. Se agotaban pronto y se reimprimían. 
De algunos volúmenes del Teatro crítico se realizaron tiradas de tres mil ejemplares, una cantidad considerable para este tipo de literatura. Tras la muerte del autor en Oviedo en 1764 se inició la publicación de sus obras completas (“ediciones conjuntas”, según el profesor Caso) que vieron la luz en 1765 en catorce tomos. Se sucedieron otras hasta la de Pamplona de 1784-1787, después de la cual el éxito de Feijoo comenzó a decaer. Hasta 1787 se vendieron en España entre cuatrocientos mil y medio millón de ejemplares, lo que quiere decir que el escritor llegó a toda la población española que era capaz de leer sus obras. Las protestas fueron también muy numerosas. 
Ya en 1726, año en que se inició la publicación de su Teatro crítico, salieron a la luz veintinueve escritos contra varios discursos del primer tomo (sobre Medicina, Astrología, Música y hasta aspectos de su feminismo), que continuaron hasta su muerte. En total fueron unos ciento noventa escritos en contra. 
También desde el primer momento surgieron muchos defensores de sus opiniones. Esta reacción ante los textos feijonianos tiene una gran importancia ya que el escritor gallego se convirtió en un gran animador de la cultura española de su tiempo y patrocinador del pensamiento ilustrado. Algunos textos se tradujeron tempranamente al francés, inglés, alemán, italiano y portugués."

Nos despedimos del Padre Feijoo y nos dirigimos hacia el Arco de San Vicente, el cual salvaba el paso de la calle a la vez que por arriba ofrecía acceso directo al antiguo Colegio de Teología a los monjes enseñantes desde sus celdas:
"En el siglo XIX no se debió de comprender bien al escritor o se despreciaron sus intenciones reformistas, pues sólo se realizaron tres ediciones de obras escogidas en toda la centuria, a pesar de que lo recordara con cariño su paisana Emilia Pardo Bazán. Durante el XX se fue intensificando el interés hacia esta figura a partir de la Generación del 98, por lo que varios estudiosos (Américo Castro, José María de Cossío, Pedro Salinas, Gregorio Marañón...) le dedicaron sus trabajos. El valor histórico de Feijoo es enorme no tanto por los temas que trata, sino por su modo de enfocarlos. Hasta hace poco se consideraba que era el único autor representativo de la Ilustración en la primera mitad del siglo XVIII, que con su esfuerzo individual había introducido la nueva filosofía, el método experimental, la crítica de las supersticiones. Esto es un poco exagerado, ya que existen otros grupos reformistas (novatores, Luzán...) pero deben reconocérsele dos méritos: contribuir decisivamente a la incorporación del ensayo como género literario en nuestra literatura y difundir las nuevas ideas entre amplias capas de público."

Al fondo vemos la también magnífica portada de acceso al claustro desde la calle, otra maravilla del barroco, ¡Cuántas veces pasaría Feijoo por esta calle, plaza y pasillo!


Calle arriba pasaremos junto a los primeros edificios catedralicios y luego, por la Corrada del Obispo, tomaremos la Travesía de Santa Bárbara para dirigirnos a la Sancta Ovetensis, la catedral de San Salvador


Aquí está la placa, colocada en 1985, que rememora la fundación del primer germen de la ciudad por Máximo y Frómista o Fromestano en este que fue monasterio de San Vicente. Fue ofrecida por todos los alcaldes de los Oviedo existentes, este y los de América, en la que bajo el escudo de la ciudad se lee:
REINANDO FRUELA I
EN EL AÑO DCCLXI, MAXIMO Y FROMESTANO ELEVARON
EN ESTE LUGAR YA LLAMADO OVETO
UN MONASTERIO QUE PROPICIO LA INMEDIATA FUNDACIÓN REGIA
DE LA CIUDAD DE
OVIEDO
POR ALLENDE LOS MARES Y A TRAVES DE LOS TIEMPOS
NUEVAS CIUDADES TOMARON SU NOMBRE
HERMINIO MONTIEL. ALCALDE C. OVIEDO.  PARAGUAY
CARLOS ALBERTO GOMEZ. ALCALDE DE OVIEDO.  REPUBLICA DOMINICANA
ROBERT W. WHITTIER. ALCALDE DE OVIEDO.  EEUU
ANTONIO MASIP. ALCALDE DE OVIEDO.  ESPAÑA
SEPTIEMBRE 1985

La placa nos devuelve al debate de la fundación de la ciudad, por lo que aprovechamos la ocasión para compartir parte del extenso artículo de la web Ástures de Fon S.P. titulado ¿Cuál es el origen de Oviedo?:
"La fundación «oficial» de la ciudad y las evidencias de un poblamiento anterior a ese momento, han sobrevolado desde hace décadas sobre la historia más antigua de la ciudad de Oviedo. Adelanto que no hay novedades al respecto, de momento, aunque se han realizado excavaciones este año en el caso urbano (...) y se proyectan algunas más en los próximos meses en los terrenos de La Vega.
Y es que, o aparece una fuente escrita nueva, o va a ser la arqueología la que nos de datos ciertos de lo que pasó en la colina de «Ovetao» antes de la llegada de los monjes Máximo y Fromestano en el siglo VIII. De hecho, ya nos ha dado dataciones anteriores a ese periodo que apuntan al menos a un periodo imperial, sin embargo sigue sin aceptarse, por un amplio sector de la investigación la existencia de un asentamiento romano en esta ciudad (...) 
Fundación vs primera ocupación 
Pese a que parecen dos conceptos que van de la mano, no tiene por qué ser así. En Oviedo, como en otras muchas ciudades de «origen medieval», concurren dos circunstancias. Una, la de la fundación oficial de la ciudad, generalmente en época altomedieval, o medieval, en la que la documentación escrita nos aporta información sobre el momento exacto de la fundación del nuevo asentamiento, bien sobre uno anterior o bien sobre un territorio nuevo. Es evidente que la fecha fundacional y la de la primera ocupación no tiene por qué ser la misma. Imaginemos las fundaciones romanas sobre antiguos castros en la península ibérica por poner un ejemplo. En época altomedieval, muchos asentamientos de época imperial habían sido abandonados, y se vuelven a ocupar. 
Debemos tener claro este concepto porque de la fundación de la ciudad sólo voy a hablar en el primer punto, el resto va de la primera ocupación, y esa información nos la aporta, de momento exclusivamente, la arqueología. 
La versión oficial de la fundación. Una presura y unos monjes 
Existe un documento que pone fecha a la fundación de un monasterio, el de San Vicente, en la colina donde hoy se ubica el centro de Oviedo. Se trata de un pacto monástico que tiene una fecha concreta, el 25 de noviembre del 781, y que relata cómo los monjes liderados por Máximo y Fromestano ocuparon el lugar llamado Oveto. Os dejo la transcripción (tomada de El Tesoro de Oviedo) que hace referencia al momento fundacional: 
«En el nombre de nuestro Señor Jesucristo yo, el presbítero Montano, y conmigo, juntamente, todos los siervos de los siervos del Señor que estamos de acuerdo en un único deseo y que competimos por la gloria del Señor, esto es, con sus nombres conocidos: Esperancio, Belasco […] los cuales bajo las órdenes del abad Fromestano y su sobrino, el presbítero Máximo, llegamos a este lugar santo con nuestros bienes, y más abajo corroboraremos y firmaremos, queremos hacer juntamente con nuestro abad un testamento o pacto de cómo vamos a servir a Dios. 

No es cosa dudosa, sino muy notorio a muchos, como tú el sobredicho Máximo limpiaste y desmontaste el primero antes de ahora este lugar, que llaman Oveto, y lo allanaste con tus siervos estando espeso y fragoso sin que nadie lo poseyese, y lo despojaste del monte que tenía. Y así después, juntamente con tu tío el señor Fromestano, fundaste en este dicho sitio llamado Oveto una iglesia de San Vicente, diácono y mártir de Jesucristo. « 

Este documento ha sido objeto de un intenso debate desde el siglo XIX. La postura mayoritariamente aceptada actualmente es que no es el pacto original sino una copia del siglo XII en la que se realizaron algunas interpolaciones (añadidos posteriores). Por poneros un ejemplo, dice que los monjes eran de la regla benedictina y hoy en día se acepta que ésta no se expandió por el norte hasta el siglo X, por lo que lo probable es que los monjes fueran de la Regula Communis de San Fructuoso de Braga, que era la orden habitual en el norte en ese periodo.

El documento se considera, si bien una copia, una fuente cierta en su contenido esencial, lo que viene a confirmar que, efectivamente, en el 761 los monjes ocuparon la colina, por entonces deshabitada y llena de maleza, y construyeron 20 años después la basílica que dio lugar al monasterio. 
Porque en realidad el documento en sí nos habla de dos momentos. Uno inicial en el que 20 años antes del pacto del 781, los monjes ocuparon por «presura» (una forma de ocupación altomedieval de un territorio deshabitado con el objetivo de cultivarlo) bajo la dirección de Máximo. Y otro posterior en el que Frómista, tío de Máximo, se une a esa comunidad y es cuando se construye la basílica primitiva de San Vicente. 
Esta precisión que describe el escriba del siglo XII ha sido analizada letra por letra, y tiene sus defensores y detractores. Os remito a la bibliografía si queréis profundizar en el debate historiográfico, aporta datos interesantes. Sin embargo, y por resumir, el pacto dice que en el año 761 se ocupa una colina deshabitada y llena de maleza, y esa es la semilla que da lugar a la ciudad medieval, capital del reino de Asturias con Alfonso II posteriormente. 
De ahí para atrás las fuentes están en silencio. No tenemos ningún documento escrito conocido, que nos hable de la colina de Ovetao de ninguna manera. Es el momento de acudir a otras fuentes. 
Indicios toponímicos y hallazgos arqueológicos de un Oviedo de época romana 
Quizá el primero es la toponimia de la colina . El simple hecho de que ya tuviera nombre en el 761 («en este dicho sitio llamado Oveto«) parece un indicio claro de que al menos había población en su entorno se refiriera a él así. Además, no es difícil suponer, que los monjes recibieron ese topónimo de alguien, que habitaría en la zona. Lo que está claro es que ellos no lo bautizan y además respetan el nombre antiguo. 
Respecto al nombre de Oveto se han ofrecido diferentes teorías. 
Uría Ríu recogió varias en su tiempo, y al menos dos le parecieron razonables. La primera la del toponimista francés Alber Dauzat, que deriva el nombre del latín «urbs vetus», que en Italia da el topónimo «Orvieto», de gran parecido. Además cree que Oviedo sustituye a Lucus Asturum como topónimo. La segunda es que está relacionada con «ovis» (ovejas). Uría ya creía que era imposible que la ciudad no estuviera poblada antes de la llegada de los monjes. Hoy sabemos que el topónimo italiano Orvieto es de origen medieval, y que en época romana tenía otro nombre. 
Mucho más recientemente, Xosé Luis García Arias interpreta que hay al menos tres posibles explicaciones. 
1.-relacionada con Albietum, o «conjunto de peñas blancas». 
2.-relacionada con Opidum, o «zona de fortificaciones» 
3.-relacionada con Alvietum, o «lugar abundante en arroyos». 
Sea como fuere, todas ellas parecen ser prerromanas, o al menos romanas, como veis, lo que refuerza la teoría del poblamiento antiguo del lugar. 
En esa línea el propio Cordovilla comenta:  «topónimo, prerromano, Ouetdao (de Oue, agua y tdao=tao, alto)», en relación con que el lugar tuviera varias fuentes. Es uno de los que le da a la colina un uso cultual, más que de asentamiento poblacional. Se propone, según esta hipótesis, defendida por otros autores, que en Oviedo existió algún tipo de templo. 
En 1975 F. Escobar había propuesto que el topónimo Oviedo derivaba de un teónimo relacionado con Júpiter (Iove). Esto excluiría la elección del lugar como asentamiento de población. 
La arqueología nos ha demostrado que tanto la falda del Naranco, como el propio casco urbano moderno de Oviedo tienen restos de villas romanas, y que al menos la vía de Asturica a Lucus pasaba por sus inmediaciones. Es por tanto altamente probable que a la llegada de los monjes a la zona, ya existieran asentamientos rurales en este lugar que la arqueología aún no ha detectado. El estudio de las villas, como la de las murias de Paraxuga, que se ubicaba bajo la actual facultad de Medicina, presenta ocupación en los siglos entre la antigüedad y la alta Edad Media, y es muy improbable que la colina donde los monjes fundaron el monasterio no hubiese sido ocupado con anterioridad sobre todo porque ofrece unas condiciones de defensa, abastecimiento de agua y control visual del entorno que no pasaría inadvertido, como queda demostrado por la propia elección de los monjes, y la posterior conversión en capital del reino. 
Indicios toponímicos y hallazgos arqueológicos de un Oviedo de época romana 
Quizá el primero es la toponimia de la colina. El simple hecho de que ya tuviera nombre en el 761 («en este dicho sitio llamado Oveto«) parece un indicio claro de que al menos había población en su entorno se refiriera a él así. Además, no es difícil suponer, que los monjes recibieron ese topónimo de alguien, que habitaría en la zona. Lo que está claro es que ellos no lo bautizan y además respetan el nombre antiguo. 
Respecto al nombre de Oveto se han ofrecido diferentes teorías. 
Uría Ríu recogió varias en su tiempo, y al menos dos le parecieron razonables. La primera la del toponimista francés Alber Dauzat, que deriva el nombre del latín «urbs vetus», que en Italia da el topónimo «Orvieto», de gran parecido. Además cree que Oviedo sustituye a Lucus Asturum como topónimo. La segunda es que está relacionada con «ovis» (ovejas). Uría ya creía que era imposible que la ciudad no estuviera poblada antes de la llegada de los monjes. Hoy sabemos que el topónimo italiano Orvieto es de origen medieval, y que en época romana tenía otro nombre. 
Mucho más recientemente, Xosé Luis García Arias interpreta que hay al menos tres posibles explicaciones. 
1.-relacionada con Albietum, o «conjunto de peñas blancas». 
2.-relacionada con Opidum, o «zona de fortificaciones» 
3.-relacionada con Alvietum, o «lugar abundante en arroyos». 
Sea como fuere, todas ellas parecen ser prerromanas, o al menos romanas, como veis, lo que refuerza la teoría del poblamiento antiguo del lugar. 
En esa línea el propio Cordovilla comenta:  «topónimo, prerromano, Ouetdao (de Oue, agua y tdao=tao, alto)», en relación con que el lugar tuviera varias fuentes. Es uno de los que le da a la colina un uso cultual, más que de asentamiento poblacional. Se propone, según esta hipótesis, defendida por otros autores, que en Oviedo existió algún tipo de templo. 
En 1975 F. Escobar había propuesto que el topónimo Oviedo derivaba de un teónimo relacionado con Júpiter (Iove). Esto excluiría la elección del lugar como asentamiento de población. 
La arqueología nos ha demostrado que tanto la falda del Naranco, como el propio casco urbano moderno de Oviedo tienen restos de villas romanas, y que al menos la vía de Asturica a Lucus pasaba por sus inmediaciones. Es por tanto altamente probable que a la llegada de los monjes a la zona, ya existieran asentamientos rurales en este lugar que la arqueología aún no ha detectado. El estudio de las villas, como la de las murias de Paraxuga, que se ubicaba bajo la actual facultad de Medicina, presenta ocupación en los siglos entre la antigüedad y la alta Edad Media, y es muy improbable que la colina donde los monjes fundaron el monasterio no hubiese sido ocupado con anterioridad sobre todo porque ofrece unas condiciones de defensa, abastecimiento de agua y control visual del entorno que no pasaría inadvertido, como queda demostrado por la propia elección de los monjes, y la posterior conversión en capital del reino. 
-Columnas, del palacio de Alfonso III. Piezas del siglo II o III d.C que considera de un palacio romano, que se pueden ver en el Museo Arqueológico de Asturias. Os dejo foto. 
Como os imagináis. Ante tan escasa cantidad de vestigios e incluso la dudosa adscripción de los mismos a un periodo anterior al 761 la idea que prevaleció durante todos estos años, hasta 2008, fue que antes de la fundación medieval no había nada en la colina. Sin embargo… 
Y resulta que hay dos fuentes. Museo de Bellas Artes 
Durante las obras de ampliación del museo de Bellas Artes de Asturias, situado en las inmediaciones de la plaza de la catedral de Oviedo, saltó la gran sorpresa para el tema que nos ocupa. En el subsuelo se documentan una serie de estructuras y canalizaciones que responden a un modelo constructivo similar al de la conocida fuente de Foncalada  que por otro lado se incluye siempre en el periodo del reino de Asturias, atribuida al prerrománico, pero que tras el descubrimiento de la fuente de la calle la Rúa ha sido revisada por una nueva línea de investigación liderada por F. Cordovilla que plantea un posible origen romano para la misma. 
La nueva fuente, sin embargo, está situada dentro del perímetro del Oviedo primitivo, vamos a decir, dentro del perímetro de la muralla medieval de la ciudad. Pero la cosa no había hecho más que empezar, Las dataciones obtenidas de los materiales fechables del contexto arqueológico dieron una fecha sorprendente, el siglo IV d.C. lo que nos sitúa al menos en el Bajo Imperio. 
La fuente de la Rúa, que así se la conoce desde su descubrimiento, realmente es la caja de cimentación tallada en la roca. (...). Se trata de una estructura abierta al este, con muros de 2,30 metros. (...) 
Las pruebas de C14 se hicieron sobre el mortero de la fuente y los resultados dieron una fecha bajo imperial. concretamente entre el 240 y el 420 d.C. Se trata del mortero más antiguo, en la base de la construcción, lo que no deja lugar a dudas. 
Sin embargo no son las únicas dataciones. Los materiales óseos que estaban en un estrato superior al anterior dieron fechas entre el 650 y el 780 d.C. y la tercera muestra, por encima de las anteriores, da fechas entre el 1040 y el 1260. 
Además de la fuente, en las excavaciones del museo de Bellas Artes aparecieron un capitel y una moneda de época romana. 
-Capitel corintio, siglo III d.C. en buen estado de conservación. Rogelio Estrada consideró que estaba relacionado con la fuente. 
-As de Tiberio, de la primera mitad del siglo I d.C. acuñado en Calagurris, similar a los aparecidos en Llagú o La Carisa y asociado al pago de tropas romanas que controlaban el territorio trasmontano una vez dominado en época de Augusto".

Pasando el Arco de San Vicente entonces, la calle, que sigue en suave cuesta por la parte más alta de aquella colina de Ovetao, pasa frente a la espectacular portada de entrada al claustro, del siglo XVI, sede del Museo Arqueológico de Asturias. Pues bien, en este lugar, bajo dicho claustro, fueron localizadas unas estructuras hidráulicas anteriores a la fundación del 761:
"Se trata de un depósito-estanque que fue excavado sobre el estrato rocoso de la colina. No tiene una forma regular aunque parece ser ligeramente ovalado. Su profundidad es de 1,80m por 10 de largo y tiene una anchura de entre uno y 4 metros aunque debía ser mayor ya que no se pudo seguir por estar debajo de uno de los muros del monasterio. Requejo cree que la finalidad de este depósito era recoger y canalizar aguas pluviales, procedentes de escorrentías y del nivel freático.
El estanque estaba colmatado de sedimentos donde se hallaron materiales que se pudieron datar. Se obtuvo una muestra en el nivel inferior que estaba ya en contacto con la capa de roca cuya datación ofreció el siguiente resultado: «con un 68 % de probabilidad se sitúa entre principios del siglo III y principios del V d. C., y, con un 95 %, entre el primer tercio del siglo II y mediados del V«. La conclusión es lógica. Si el estrato en contacto con el fondo es de ese periodo, el estanque es anterior, es decir, primera mitad del siglo V (400 a 450 d.C.) o incluso anterior. (...) 
Más que hacer elucubraciones sobre el futuro, prefiero pensar en que en algún momento del mismo veremos como algo normal y perfectamente compatible, que la colina estuviera ocupada en época romana, y que posteriormente fuera abandonada, como tantos otros asentamientos, para luego ser reocupada en el siglo VIII por los monjes".

Esta magnífica fachada, renacentista-barroca, encierra pues dicho claustro-museo que, si tenemos oportunidad y nos apasiona el tema, recomendamos visitar en nuestro periplo por la ciudad, tanto por el claustro en sí mismo como por el museo arqueológico que alberga


La portada de acceso, que nos recuerda mucho a la del antiguo Colegio de Teología, de arco entre columnas y escudo del frontón partido


Como en aquel, el escudo real, entre el de la Orden de San Benito a la derecha y, a la izquierda, el de la ciudad, que ha desaparecido


Detalle de las filigranas, talladas en piedra arenisca


Vista arriba hacia lo alto de esta torre, con óculo y tres vanos de arcos de medio punto en el piso superior


Nos disponemos pues a visitar el Museo Arqueológico de Asturias y recorrer el claustro, entrando por la monumental portada

Foto: Malambruno 17

El claustro fue declarado Monumento Nacional en 1934, es decir, 18 años antes que el resto del monasterio, el museo arqueológico se estableció aquí en 1952. De sus épocas románica y prerrománica apenas ha quedado nada, salvo restos localizados durante las obras de restauración, expuestos en este museo



El claustro actual fue iniciado en la década 1530 con el maestro Juan de Badajoz el Mozo, luego, Juan de Cerecedo el Viejo y, tras su muerte, Juan de Cerecedo el Mozo, acabaron el piso alto en la década de 1570. Es de estilo gótico-renacentista y está compuesto en su planta baja por un grupo de veinte bóvedas de arquería. Las de la planta alta son de estilo plateresco, con columnas de capiteles y zapatas, que muestran elementos ornamentales de mascarones y medallas

Consultamos de nuevo la web del Museo Arqueológico de Asturias:
"El claustro inferior está formado por veinte bóvedas de cuatro metros de luz, de traza gótica, con crucería de estrella simple y con claves sencillas. Los nervios de las bóvedas apoyan en los enjarjes del muro sobre repisas unidas por un friso de aire renacentista, mismo estilo que se aprecia en las pilastras y los arcos de medio punto que se abren al jardín del claustro.
En la década de 1670 se regularizó la fachada principal del monasterio, con la espléndida portada barroca actual. La dureza del clima asturiano llevó a los monjes a decidir el cierre de la galería superior del claustro, que daba el acceso a las celdas. Así esta galería se macizó con un muro y ventanas y el piso bajo con grandes ventanales bajo la dirección de Juan Agustín Ceán Bermúdez, hacia 1775. 

Tan imponente edificio refleja, en definitiva, el poder económico del cenobio, uno de los más ricos de Asturias al ser favorecido por la constante donación de bienes y propiedades. Aquí residió más de medio siglo el padre Jerónimo Feijoo (Orense, 1676-1764), uno de los primeros y más preclaros ilustrados españoles, abad del convento durante treinta años. Con él convivió unos años Fray Martín Sarmiento, que le profesaba devoción y fue impulsor de la cultura y arqueología en Galicia."




En el referido Informe acerca de la declaración de Monumento Nacional del Claustro de San Vicente de Oviedo de 1934, lo explican en términos bastante similares:
"El claustro inferior está formado por 20 bóvedas de cuatro metros de luz. Su traza es gótica, con crucería de estrella simple, sin diagonales y con claves sencillas. Muy claro de perfiles, se apoyan los enjarges del muro en repisas unidas por un friso renaciente, como lo son también las pilastras, dinteles y arcos de medio punto que forman los huecos exteriores. Sus proporciones son elegantes y su conjunto muy armónico, con esa feliz unidad de las obras de la transición plateresca. Puede atribuirse fundadamente a Juan de Badajoz. Comparándolo con otras obras de este maestro, por ejemplo, el claustro de San Zoilo de Carrión de los Condes (ya de la misma Congregación vallisoletana), se advierte gran semejanza en la traza general, en las proporciones y en el detalle de perfiles. Más sobrio el de San Vicente, con menos ornamentación, pero con el mismo carácter, es digno de consolidarse y conservarse como un estimable ejemplar de la arquitectura del tiempo y del género.
Se elevó mucho después, en el siglo XVIII , el claustro alto, con acierto, en cuanto a las líneas y proporciones generales y con un buen propósito de armonizar con el claustro bajo, como lo prueban las columnas con zapatas sosteniendo un entablamento de perfil muy puro, todo ello con pretendido sabor renaciente. Esta galería de tránsito a las celdas, abierta e incómoda en el clima asturiano, hubo de cerrarse después (1791), ya con menos respeto al estilo general, pero siempre con finura en la ornamentación y el perfilado".

En la web del Museo Arqueológico de Asturias nos explican la historia del claustro, y con ella del monasterio, desde su época de esplendor, la desamortización, sus nuevos usos, la guerra civil, la restauración de la posguerra, su conversión en museo y la gran restauración de 2003:
"Tan imponente edificio refleja, en definitiva, el poder económico del cenobio, uno de los más ricos de Asturias al ser favorecido por la constante donación de bienes y propiedades. Aquí residió más de medio siglo el padre Jerónimo Feijoo (Orense, 1676-1764), uno de los primeros y más preclaros ilustrados españoles, abad del convento durante treinta años. Con él convivió unos años Fray Martín Sarmiento, que le profesaba devoción y fue impulsor de la cultura y arqueología en Galicia. 
Tras la desamortización de los bienes eclesiásticos de 1837 el edificio pasó a ser propiedad de la Diputación de Oviedo, convirtiéndose en oficinas y dependencias administrativas. En 1934 el antiguo claustro de San Vicente fue declarado monumento histórico-artístico y a partir de 1939 se inició la restauración del mismo bajo la dirección de Luis Menéndez Pidal, arquitecto conservador de monumentos de la zona noroeste, y de Manuel Bobes (padre e hijo). 
La iglesia conventual colindante con el claustro se segregó como parroquia de Santa María de la Corte y, por su parte, en el año 1969 las crujías del patio de servicio, la actual plaza de Feijoo, alojaron la facultad de Filosofía y Letras, hoy de Psicología. 
Desde 1952 hasta 2003 alberga El Museo Arqueológico de Asturias. En este año fue cerrado para acometer las obras de reforma y ampliación del mismo que fueron acometidas por el Ministerio de Cultura con proyecto y dirección de los arquitectos Fernando Pardo Calvo y Bernardo García Tapia".




 

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