"El emblema oficial de la Universidad de Oviedo está compuesto por el escudo y el logotipo "Universidad de Oviedo". El escudo de la Universidad de Oviedo, fundada en 1608 por deseo y disposición de Fernando Valdés-Salas, deriva de la heráldica del linaje Valdés. Su actual representación oficial se basa en las labras esculpidas en las piedras esquineras del edificio originario de la Universidad de Oviedo, construido entre 1574 y 1608, y en la piedra armera del primitivo Colegio de San Gregorio, fundación valdesiana también, colocado hoy en el muro testero del Paraninfo. Tanto las labras esquineras como la piedra del Paraninfo constituyen las representaciones más antiguas del escudo de la Universidad de Oviedo".
"El gran «Hotel Covadonga» de Oviedo, por su suntuosidad llama la atención del turista que encuentra en él cuantas comodidades apetezca el más refinado gusto.
Ascensor, calefacción central y como el «Palace Hotel» de Madrid, servicio completo de teléfonos. Los dos únicos que cuentan en España con tan importante instalación".
El Edificio Histórico de la Universidad es de planta cuadrada y liso por el exterior, hecho con sillares de piedra. Si seguimos por la calle de San Francisco podremos acercarnos a su entrada principal. La construcción conserva en líneas generas la concepción austera de Gil de Hontañón a pesar de los cambios del hijo del inquisidor, Osorio Valdés. Basándose en el tardogótico en el que fue formado el arquitecto, se evoluciona al clasicismo con escasa ornamentación, salvo en el friso o cenefa que recorre todo el edificio, la portada de acceso hacia la que nos dirigimos, y en los escudos familiares de los Valdés Salas sitos en las cuatro esquinas, "Se trata de una edificación purista, con sillares regulares y sin más decoración que el friso que recorre todo el perímetro, los escudos esculpidos en las esquinas con las armas de la casa." nos informan en Gaudeo.es
"El 25 de Marzo de 1895 la reina Regente, María Cristina, madre de Alfonso XIII, firmaba lo siguiente:
«Se concede a la Universidad de Oviedo el bronce necesario para fundir un busto semicolosal del fundador D. Fernando Valdés Salas, que se habrá de colocar en el centro del edificio construido a sus expensas y destinado a enseñanzas universitarias.»
El 24 de Enero de1907 cuando se acercaba la celebración del tercer centenario de la Universidad y comenzaban los preparativos, el rector, D. Fermín Canella, presentó en claustro la realización de un antiguo proyecto, la ejecución de la estatua de su fundador. La propuesta fue del agrado de la Institución y de otros organismos y se nombra una comisión que rápidamente se pone «manos a la obra». La estatua se encargó con tiempo suficiente al ovetense Cipriano Folgueras, escultor de renombre, que residía en Madrid. Este aceptó el encargo que fundió en bronce Vicente Villazón, también asturiano. El tiempo pasaba, las celebraciones del tercer centenario salían de nuestras fronteras y llegó el 21 de Septiembre, pero no llegó la estatua que solamente estaba moldeada en yeso.
Sin embargo en el patio universitario el 21 de Septiembre a las 11 horas había un monumento cubierto con un gran lienzo que se descubrió a su debido tiempo entre los consabidos aplausos de los presentes que vieron sobre el pedestal al fundador, pero que no advirtieron que era el boceto de escayola pintado del color del bronce. El cambiazo con nocturnidad había surtido efecto. Pasado un tiempo llegó la que hoy contemplamos, también de noche de manera que el falso Inquisidor cumplió su cometido y los ovetenses presentes no se enteraron del cambiazo."
"Fernando Valdés Salas, Obispo de Oviedo y Arzobispo de Sevilla, señala en su testamento tras fallecer en 1568, que se done una parte de sus bienes para que se construya en Oviedo una Universidad. Sin embargo, la corrupción que malgastó parte de ese erario y los problemas burocráticos retrasaron la puesta en marcha de la Universidad de Oviedo. Ya en 1574 el arquitecto Rodrigo Gil de Hontañón firmó el proyecto del edificio que ocuparía la Universidad según el testamento de Valdés Salas, realizando la obra Juan del Rivero Rada.
El edificio histórico, caracterizado por su sencillez de ornamentos, languideció durante cerca de treinta años sin ser usado para su fin. A pesar de ser creada la Universidad por Real Cédula de Felipe III en 1604, el sobrino del inquisidor, Fernando Valdés Osorio, pretendió hacer usufructo de los bienes de su tío y dejar a Oviedo sin universidad. Gracias a la labor de la Junta General del Principado de Asturias, el Ayuntamiento de Oviedo y el Obispado, fue posible que la institución comenzase a funcionar el 21 de septiembre de 1608, cuarenta años después de lo acordado en el testamento del inquisidor".
"La creación de la Universidad de Oviedo fue posible gracias a la voluntad de Fernando de Valdés, arzobispo de Sevilla, inquisidor general y presidente del Consejo de Castilla, de acuerdo con su testamento y codicilos otorgados en 1566 y 1568.
La institución universitaria gozó de fuero por bula de erección, que junto con la de ejecución, fue dictada el 15 de octubre de 1574 por el papa Gregorio XIII. Ambas fueron expedidas en el mes de noviembre del mismo año. La institución académica nació bajo patronato del rey Felipe III, por súplica del propio Valdés, según se establece en la real pragmática suscrita el 18 de mayo de 1604. En ese mismo año, la real pragmática de Felipe III confirma la bula papal y el edificio es inaugurado solemnemente el 21 de septiembre de 1608, festividad de San Mateo.
Inicialmente, la construcción acogió los estudios de Artes, Cánones, Leyes y Teología con apenas un centenar de estudiantes y su funcionamiento se rigió por los denominados Estatutos Viejos, entregados a la universidad por los albaceas testamentarios de Valdés en 1607 y confirmados por el rey en 1609.
En el transcurso del siglo XVII, no sin dificultades, se van asentando los estudios en la academia ovetense. En 1618, se produce la primera modificación de los Estatutos y, en ellos, se incluyen cambios en la organización universitaria, que afectaban básicamente a las enseñanzas y a cuestiones relacionadas con el gobierno de la institución que no estaban recogidas en los estatutos primitivos. La penuria económica fue constante durante la primera mitad del siglo, aunque se vio ligeramente aliviada por el rey Felipe IV, quien otorgó nuevas rentas a la universidad y consiguió así la consideración de refundador de la Academia ovetense.
Otras fundaciones de Fernando de Valdés
Además de la Universidad, Fernando de Valdés fundó otras instituciones en la ciudad de Oviedo: el Colegio de San Gregorio, el de Niñas Huérfanas Recoletas, así como el Hospital de Estudiantes.
El Colegio de San Gregorio
La creación del Colegio de San Gregorio fue pieza clave en la constitución de la Universidad de Oviedo. Este colegio fue una de las más importantes fundaciones de Fernando de Valdés, hasta tal punto de que la universidad asturiana nació como su extensión. Denominado los Pardos, por el color de la beca de los estudiantes que en él residían, el Colegio de San Gregorio, en un principio, estaba destinado al estudio de Gramática y Latinidad, a las que más tarde se añadieron otras disciplinas humanísticas. El acta fundacional tiene la fecha de 8 de enero de 1557, aunque ya llevaba largo tiempo funcionado y, en ese mismo año, se adquirió, para alojar el colegio, un edificio situado en las proximidades del solar donde iba a construirse el edificio universitario.
El Colegio de Niñas Huérfanas Recoletas
El 28 de noviembre de 1568, Fernando de Valdés dispuso la creación de una casa de recogimiento y clausura para doncellas pobres y huérfanas, bajo el patronato del rector y del claustro universitario. Se eligió para su emplazamiento un edificio de la calle del Campo, contiguo a la Universidad, que hoy sigue en pie, si bien la fachada es el único elemento original que permanece. Esta institución asistencial no tuvo ninguna actividad hasta 1676, año en que se otorgan sus primeras constituciones y su existencia se prolongó hasta mediados del siglo XX.
El Hospital de Estudiantes
Siguiendo la tradición de otras universidades, Fernando de Valdés fundó también un hospital para estudiantes, según consta en el documento redactado por los albaceas testamentarios en 1614. En este documento, se incluían la distribución de rentas y el personal que debía residir en el propio hospital.
Su funcionamiento fue deficitario, por lo que tanto sus rentas como su edificio fueron agregados al Colegio de Niñas Huérfanas en 1768, poniéndose así fin a su pobre existencia.
El Edificio Universitario
El proyecto original del Edificio Histórico fue diseñado por el maestro Rodrigo Gil de Hontañón, arquitecto que ya había trabajado en las universidades de Salamanca y de Alcalá de Henares. Debido a la avanzada edad del arquitecto se produjeron varias cesiones en la dirección de la obra; primero, al maestro Juan del Ribero y, luego, a Diego Vélez. A causa de numerosos problemas y enfrentamientos entre los arquitectos y los testamentarios, las obras sufrieron un enorme retraso. En 1578, momento en el que se produjo la visita a Oviedo del hijo natural del fundador, Juan Osorio Valdés, se hicieron grandes cambios, que entrañaron la demolición de una parte importante de lo construido hasta entonces, lo que supuso una demora considerable en las obras. El edificio quedó concluido en 1590, aunque en los años siguientes se llevaron a cabo algunas obras menores que terminaron de rematarse con la ejecución del campanario y la pedrera, finalizada en 1609.
El edificio, tal como hoy lo conocemos, mantiene, a pesar de los cambios introducidos por Osorio Valdés, la idea de austeridad que preside el proyecto de Gil de Hontañón. Este arquitecto, formado en la tradición del tardogótico, evoluciona hacia soluciones con una impronta clasicista muy marcada y con una gran depuración de formas, que se observa con toda nitidez en la Universidad de Oviedo, donde la decoración se concentra básicamente en la portada principal, en la fachada secundaria, en las armas del Valdés ubicadas en los cuatro ángulos de la construcción y en el friso de rosetas y triglifos que recorre todo el perímetro del edificio".
"Nació en una familia de hidalgos, afincada en varios lugares de Asturias y emparentada con las casas más importantes del Principado. Sus padres, Juan Fernández de Valdés y Mencía de Valdés, eran señores de Salas, y están enterrados en la iglesia de la villa, que su hijo había levantado como colegiata de Santa María y panteón familiar. El mismo templo custodia sus restos en un hermoso sepulcro, debido al escultor italiano Pompeo Leoni y restaurado después de los daños sufridos en la Guerra Civil de 1936 por el escultor asturiano Víctor Hevia.
Las primeras noticias documentadas sobre su vida le sitúan desde 1512 a 1516 en el Colegio de San Bartolomé de Salamanca, del que fue elegido rector durante el curso de 1514 a 1515. Habiendo conseguido la licenciatura en Derecho, entró en la familia de Cisneros y formó parte de su consejo hasta la muerte del cardenal. Como ocupación principal, colaboró en la redacción de las constituciones, llamada “nuevas”, del Colegio de San Ildefonso de la Universidad de Alcalá, que fueron promulgadas el 17 de octubre de 1517. Al final de su vida fue entrevistado por Alvar Gómez de Castro, primer biógrafo de Cisneros, a quien transmitió sus tenues memorias sobre la manera de ser y actuar del cardenal."
"Cuando, a la muerte de éste, el emperador Carlos V nombró arzobispo de Toledo al joven flamenco Guillermo de Croy (23 de julio de 1518), Valdés formó parte de una misión toledana encargada de visitarle en Bruselas para exponerle la situación de la diócesis primada, que estaba a punto de ser desmembrada por la creación de dos nuevas, con sede en Talavera y en Alcalá. El proyecto no se llevó a cabo por decisión del Emperador, que no quiso menguar la jurisdicción y emolumentos de su protegido; pero éste falleció prematuramente, el 7 de enero de 1521, estando Valdés presente en su alcoba y firmando como testigo de su testamento. Mas la importancia del viaje hay que buscarla en la oportunidad ofrecida a Valdés de conocer de cerca la persona e ideas de Lutero, que por aquellos días iba a ser juzgado en la Dieta de Worms, donde Croy fallecía. Los acontecimientos siguientes parecen manifestar que no puso en ello especial interés; pues, mientras su compañero de viaje, el humanista Juan de Vergara, fue acusado, a su vuelta a España, de defender ideas erasmistas y luteranas, Valdés comenzó su carrera de ascensos, política y eclesiástica, y tardó algún tiempo en distinguir el protestantismo de otras corrientes heterodoxas de aquella época.Cuando Valdés regresó a España en 1522 el emperador Carlos V le encomendó una visita oficial al Reino de Navarra, anexionado a Castilla desde 1512, pero especialmente agitado no sólo por la acción de los comuneros sino más bien por el intento de invasión que en 1521 había llevado a cabo el Rey de Francia, Francisco I, y la consiguiente represión a la que le había sometido el duque de Nájera, virrey de Castilla, que fue pronto substituido por el conde de Miranda, Francisco López de Zúñiga. La acción del visitador consistió en conocer, de acuerdo con éste, la situación de las personas, de los fueros y de las cuentas. El resultado de la visita fueron las Ordenanzas, hechas sobre la visita del licenciado Valdés, por el Emperador don Carlos y doña Juana, su madre, que se promulgaron el 14 de diciembre de 1525 y que estuvieron vigentes hasta la Edad Moderna".
"La actividad de Valdés en Navarra debió de finalizar a principio del año anterior, porque el 27 de abril de 1524 fue nombrado miembro del Consejo de la Inquisición por el inquisidor general Alonso de Manrique. Comenzaba así una misión que le habría de ocupar de por vida, siendo tan sólo interrumpida durante los años de sus presidencias en la Chancillería de Valladolid y en el Consejo Real de Castilla. Durante este tiempo tuvo lugar la llamada Congregación de Valladolid, de 1527, que fue, en realidad, una reunión de veintisiete teólogos encargados de estudiar la penetración y difusión en España de la doctrina de Erasmo. Valdés asistió, como miembro de la Suprema, a algunas de sus sesiones, pero no se sabe que haya tenido notable influencia en su desarrollo. Como no se llegaba a ningún acuerdo, el inquisidor Manrique suspendió las sesiones el 13 de agosto, tomando como pretexto un brote de peste, pero queriendo evitar, como hombre comprensivo que era, una eventual condena del erasmismo español.Este episodio, seguramente el más relacionado con la situación religiosa de Centroeuropa, fue precedido por la intervención de Valdés en un juicio sobre la brujería y seguido por su intervención en los procesos contra alumbrados. El primero tuvo lugar en 1525 cuando el inquisidor general sometió al examen de diez expertos los problemas que planteaban las brujas. Valdés expresó muchas dudas sobre la realidad de los fenómenos externos a ellas atribuidos; pero creía que debían ser castigadas en proporción al pecado o pacto interno que decían tener con el diablo, manifestando al respecto un buen conocimiento del derecho inquisitorial. De mayor trascendencia para la espiritualidad española fueron los procesos contra los alumbrados, que comenzaron sobre el 1530 y en los que resultó implicado el doctor Juan de Vergara, encarcelado tres años más tarde. Aunque Valdés no intervino en él directamente porque se instruía en el Tribunal de Toledo, no dejó de instar a los jueces para que agilizaran la causa, que no terminó hasta el mes de diciembre de 1535, cuando Valdés ya había salido de la Suprema, al ser nombrado presidente de la Chancillería de Valladolid.Antes de producirse este nombramiento Valdés había sido presentado para obispo de Elna (la actual Perpiñán) el 3 de mayo de 1529, siendo consagrado en la iglesia de San Jerónimo, de Madrid, el 18 de octubre del mismo año por Francisco de Mendoza, obispo de Zamora y antes de Oviedo. El 12 de enero de 1530 le trasladaron a Orense y el 1 de julio de 1532 pasó, por fin, a la diócesis asturiana. De su presencia en Elna no hay noticias; más consta que visitó y ejerció su jurisdicción en Orense, donde hacía más de cuarenta años que no habían puesto pie los obispos. Con todo, su diócesis privilegiada fue Oviedo, “unas Indias que tenemos en España”, donde promovió la reforma eclesiástica, convocó sínodo diocesano (1533) y mandó imprimir breviarios para los curas (1536) según el rito de la catedral. Aunque desarrolló su labor a través del provisor Diego Pérez, visitó el obispado en la primavera de 1535 y residió en él por tres meses. Su predilección por Oviedo se manifestaría años más tarde en los legados y fundaciones que dejó en la ciudad. Entre ellos destacan el Colegio de San Gregorio (1534/1557) y la Universidad Literaria (1566), si bien en ésta no comenzaron las clases hasta 1608."
"La actividad de Valdés como presidente de la Real Chancillería de Valladolid no ha sido estudiada sistemáticamente, pese a la abundante documentación que encierra su archivo sobre pleitos suyos y de sus familiares en época posterior. Consta, sin embargo, que mantuvo un litigio con el regidor de Valladolid, Rodrigo Ronquillo, por motivos de competencia en el orden público de la ciudad, y con el escultor Alonso de Berruguete, que, por sus empeños artísticos, descuidaba el cargo de escribano que tenía en la Sala del Crimen.
Valdés dejó la Chancillería de Valladolid al ser nombrado presidente del Consejo Real y preconizado obispo de León, cosas que ocurrieron en la primavera de 1539, pues en calidad de tal presidió las exequias de la emperatriz Isabel, que había fallecido el día 1 de mayo, si bien el nombramiento para León no se publicó en consistorio hasta el día 30 del mismo mes. Esta fue una diócesis literalmente de paso porque, el 29 de octubre del mismo año, fue trasladado a Sigüenza, donde tomó posesión el 17 de enero de 1540. La cercanía a Madrid y a Valladolid, ciudades donde tuvo su sede el Consejo, le permitieron celebrar la Semana Santa en su diócesis y ocuparse de los negocios en curso, que llevaba directamente su provisor o vicario Miguel de Arévalo. Aparte los acuerdos con el Cabildo en temas de jurisdicción y de cuentas, se le considera animador de las obras de la Catedral en la sacristía plateresca y del palacio-fortaleza en que fue convertida la antigua alcazaba. La diócesis de Sigüenza, a semejanza de la de Oviedo, también fue tenida en cuenta en las mandas de su testamento.
Valdés asumió el cargo de presidente del Consejo Real en un momento difícil, porque Carlos V se encontraba fuera de España y había dejado al anterior presidente, el cardenal Juan de Tavera, como gobernador del Reino, colocando a personas rivales entre sí al frente de otros Consejos. Valdés, que se inclinaba al partido del secretario imperial, Francisco de los Cobos, tuvo fuertes tensiones con su antecesor, hasta que, muerto éste, asumió sus funciones en 1541.
Desde entonces le tocó la difícil misión de mantener la concordia entre los ministros del Rey, tomar medidas extraordinarias en años de miseria y de hambre, proteger los beneficios eclesiásticos de la ambición de clérigos extranjeros y defender las costas de la Península contra la piratería y los desembarcos hostiles (ingleses y turcos). Pero puso su principal empeño en la guerra contra Francisco I, cuarta contra Francia (1542), que le llevó a ocuparse del reclutamiento de los soldados, del aprovisionamiento de víveres, así como de mantener el equilibrio de la política hispana en los Países Bajos y, sobre todo, en Italia.
"La actuación de Valdés en la Presidencia del Consejo le granjeó el aprecio del príncipe Felipe, que influyó en el ánimo de su padre para presentarle a la sede apostólica como arzobispo de Sevilla e inquisidor general. El nombramiento para Sevilla se publicó el día 8 de octubre de 1546, mientras se retrasaba el de la Inquisición hasta el 20 de enero de 1547. Sevilla era, después de Toledo, la diócesis más importante de España. Los problemas más graves del clero se presentaban en el Cabildo catedralicio, con el que Valdés mantuvo fuertes tensiones, pues el arzobispo Manrique había admitido entre los canónigos personas de ideología reformista, que fueron acusados de luteranos ante la Inquisición sevillana. Tales fueron los procesos de Egidio —Juan Gil— (1549) y del doctor Constantino (1557), que terminaron en la condena del primero y en la muerte incidental del segundo. Para hacer frente al de Egidio, Valdés se trasladó personalmente a Sevilla, donde permaneció más de un año; pero el segundo lo encomendó al obispo de Tarazona, Juan González de Munébrega, y a su provisor Juan de Ovando. Aunque su pastoral en la diócesis andaluza tuvo otros focos de atención, como la reforma del clero según las “Constituciones” del 1512 y la impresión de libros litúrgicos hispalenses (Breviario en 1554 y Misal en 1558), adquirió un matiz inquisitorial muy concorde con el cargo que el arzobispo desempeñaba en la Corte."
"La actuación de Valdés al frente de la Inquisición General abarcó todos los campos, comenzando por la reorganización de la Suprema y de los Tribunales de los distritos, poniendo al frente de ellos personas de su confianza y manteniendo la unidad procesal a base de “cartas acordadas”, que cristalizaron en una nueva Compilación de las Instrucciones del Santo Oficio (1561), que estuvieron vigentes hasta que fue suprimida la Inquisición. Prestó especial atención a la ortodoxia de la doctrina y a la propaganda de los herejes arbitrando medidas contra los libros, que dieron lugar a la Censura de Biblias de 1554, y a los Índices de Libros prohibidos que se publicaron en 1551 y en 1559, el último de los cuales se convirtió en punto de referencia para los que se compilaron después, a pesar de incluir obras importantes de la espiritualidad española.
Reprimió con vehemencia los brotes de “luteranismo” que se descubrieron en Sevilla y en Valladolid en 1558 y que culminaron en los autos de fe de 1559 a 1561, en los cuales fueron condenadas a morir en la hoguera unas doce personas. El mismo año 1559 comenzó el famoso proceso contra el arzobispo de Toledo, fray Bartolomé Carranza, acusado de alumbradismo y luteranismo por los condenados de Valladolid. Aunque Carranza recusó a Valdés como juez en su causa, vertiendo sobre él toda clase de imputaciones, no pudo anular su influencia en la marcha del mismo por su condición de inquisición general. Y, aunque la causa fue avocada a Roma por el papa san Pío V en 1567, Carranza fue condenado “por sospecha vehemente de herejía” en 1576.
Lo enojoso de la causa de Carranza y la deteriorada relación de Valdés con Felipe II determinaron que éste cayera en desgracia del Rey, que quería mandarle a Sevilla para que impusiera allí el Concilio de Trento. Aunque Valdés no llegó a salir de Madrid, perdió toda influencia en la Inquisición española al ser nombrado inquisidor coadjutor, con plenitud de poderes, el cardenal Diego de Espinosa, presidente del Consejo Real. Valdés falleció el 9 de diciembre de 1568, y su cadáver fue transferido a la iglesia de Santa María de Salas en un solemne cortejo. Dejaba un hijo natural secreto, Juan de Osorio, señor de Horcajo de las Torres (Ávila), y un testamento repleto de bienes, que daría ocasión a numerosos pleitos entre sus familiares y los titulares de sus fundaciones."
Pasado el siglo XVII con la crisis solventada gracias al patrocinio real, la Universidad llega al siglo de las luces, el XVIII, personificado en uno de los pioneros de la Ilustración, Benito Jerónimo Feijoo, el Padre Feijoo, quien llegó a la ciudad en 1709, cuyas obras y conceptos llevaron a un análisis crítico de la universidad tradicional con sus métodos, materias y conceptos, lo que llevará a la reforma de las universidades con el asturiano Pedro Rodríguez de Campomanes, quien ocupó altos cargos en la corte del rey Carlos III
"En los primeros años los esfuerzos se encaminaron a mejorar la organización y afianzar las enseñanzas que se impartían, ya que los apuros económicos no permitían mucho más. Durante esta época las Escuelas se regían por los llamados estatutos viejos y por las normas de la Universidad de Salamanca para los casos que no se recogieran en ellos.
En los dos siglos siguientes, lo más destacado fue la reforma que hubo en todas las universidades españolas debida al plan de 1774."
"Durante el siglo XVIII, la institución académica va a vivir, por primera vez en su historia, momentos de gran esplendor. El siglo se inaugura con un nuevo instrumento legal, promulgado en 1707, destinado a regir la vida académica, los llamados Estatutos Nuevos, que son, en realidad, un traslado de los citados Estatutos de 1618. Durante esta centuria, las ideas de la Ilustración tendrán un peso notable en la actividad académica y se traducirán en iniciativas del mayor interés.
El estímulo del Padre Feijoo
En 1709, llega a Oviedo como lector del monasterio benedictino de San Vicente fray Benito Jerónimo Feijoo. Su presencia en el monasterio y en la cátedra universitaria y sus contactos con gentes ilustradas de la ciudad constituyen un verdadero estímulo para la sociedad que lo rodeaba. Es aquí donde redacta dos de las obras más influyentes del siglo XVIII español: el Teatro crítico universal y las Cartas eruditas y curiosas, que dan gran renombre a Oviedo y a su universidad. Acompañado de otros monjes de San Vicente y de algunos más de otras órdenes religiosas, introduce en la universidad y en la sociedad asturiana las ideas ilustradas que años más tarde van a fructificar en logros espléndidos, alguna de los cuales, como la nueva biblioteca de la universidad y el plan de estudios de 1774, se vieron hechos realidad de la mano de otro asturiano ilustre, Pedro Rodríguez de Campomanes.
La nueva biblioteca de Manuel Reguera
Sobre la vieja librería universitaria, pobre de fondos y menguada de espacio, se va a levantar un nuevo establecimiento bibliográfico, plasmación de las más genuinas ideas ilustradas. Con el dinero destinado a la edificación de una biblioteca en el Colegio de San Matías, de la Compañía de Jesús, que los jesuitas rechazaron, Campomanes ordena emplear ese dinero en el establecimiento de una nueva biblioteca en la universidad. Las obras, llevadas a cabo con la aportación de la Junta General del Principado, comenzaron en 1765 y la biblioteca se abrió al público en 1770 con unos fondos selectos que se incrementaron considerablemente hasta finales del siglo. La recién creada biblioteca quedó instalada en los nuevos pisos levantados en los lados de mediodía y poniente, según proyecto y planos del gran arquitecto de la Ilustración asturiana, Manuel Reguera. Este nuevo espacio bibliográfico constituye la primera gran modificación del edificio universitario desde su fundación.
El innovador plan de estudios de 1774
La educación fue una de las grandes preocupaciones de los hombres ilustrados y a su reforma entregaron sus esfuerzos aquellos próceres, entre los que destaca Campomanes. Las reformas emprendidas por Felipe V y Fernando VI preparan el camino para las grandes transformaciones que iban a producirse bajo el reinado de Carlos III, la más importante de las cuales fue la entrada en vigor en 1774 de un nuevo plan de estudios, muy innovador en muchos aspectos, particularmente, en lo que se refiere a nuevos métodos de estudios y al cambio radical de los libros de texto hasta entonces utilizados en las cuatro facultades existentes. En 1786, se implantaron estudios de Medicina, con la dotación de dos cátedras por impulso del obispo Agustín González Pisador, que tuvieron una vida efímera ya que desaparecieron en 1806.
"El siglo XIX empezó con mal pie para la Universidad de Oviedo y acabó con un protagonismo importante de la misma en el ámbito español.
La guerra contra los franceses
La guerra contra los franceses afectó gravemente, a partir de 1808, a la institución académica ovetense. Durante una parte de este periodo, se suspendieron las clases, el edificio fue saqueado, se perdieron mobiliario y menaje y, sobre todo, quedó dañada la biblioteca, de la que desaparecieron los libros más valiosos y un excepcional monetario, que había sido propiedad de la Compañía de Jesús y había estado custodiado en su ovetense Colegio de San Matías hasta la expulsión de los jesuitas en 1767. A la grave pérdida de una parte importante de los bienes de la universidad, a causa de los acontecimientos bélicos, se añadió una mala administración de los caudales y propiedades de la institución. Por esa razón, el centro docente entra en un prolongado periodo de decadencia, acentuado por las disposiciones absolutistas dictadas por Fernando VII, quien consideraba que la Universidad de Oviedo era un centro peligroso porque en ella se impartían doctrinas contrarias a la monarquía y a la religión católica.
La universidad liberal
El fin del Antiguo Régimen y la implantación de las doctrinas liberales en España supusieron un cambio notable en la universidad española. La entrada en vigor, en el año 1845, de la nueva ley de enseñanza, conocida como Plan Pidal, dado que el entonces ministro de Gobernación era el asturiano Pedro José Pidal, primer marqués de Pidal, entrañó una reforma notable de las universidades. Se crearon nuevas facultades, se modernizaron otras, se potenciaron los estudios científicos y se tomaron medidas de distinta naturaleza, que hicieron más flexibles las instituciones de enseñanza.
En Oviedo, comienzan a cultivarse con más intensidad las disciplinas científicas, en íntima unión con las cátedras que impartían estudios de esta naturaleza en la Sociedad Económica de Amigos del País de Oviedo, y se crean los Gabinetes de Física, de Química y de Historia Natural, además de un Jardín Botánico importante, sin olvidar de la torre-observatorio construida algunos años más tarde por el rector León Salmeán y levantada en el lugar que ocupaba la antigua espadaña de la capilla universitaria. Aunque estos primeros estudios científicos instaurados a mediados del siglo XIX pronto quedaron suspendidos, los citados gabinetes y el observatorio siguieron desarrollando sus actividades y fueron el germen para que en los años finales del siglo los estudios de Ciencias quedasen definitivamente implantados en Oviedo. Después de la supresión de la Facultad de Teología y hasta la creación de la Sección de Ciencias en 1895, convertida en facultad en 1904, la única facultad existente como tal en Oviedo era la de Derecho, ya que la de Filosofía y Letras no impartía las enseñanzas completas y, en la práctica, las asignaturas cursadas en ella servían de disciplinas introductorias para la licenciatura en Derecho.
El grupo de Oviedo y la extensión universitaria
Con esa sola facultad, la universidad ovetense se hizo famosa en todo el país. En ella nació en los últimos años del siglo XIX un movimiento cultural y de renovación pedagógica de gran aliento, promovido por un claustro de profesores en cuya formación influyeron notablemente las ideas krausistas, inspiradoras de los principios pedagógicos vigentes en la Institución Libre de Enseñanza, fundada por Francisco Giner de los Ríos, sin olvidar elementos ideológicos de carácter regionalista y conservador. Los nombres más destacados fueron Leopoldo García Alas -Clarín-, Aniceto Sela y Sampil, Adolfo González Posada, Adolfo Álvarez Buylla, el alicantino Rafael Altamira y Crevea, Fermín Canella y Secades, Félix Aramburu, Víctor Díaz Ordóñez, Justo Álvarez Amandi, Guillermo Estrada y Rogelio Jove. Estos prohombres querían poner en práctica las nuevas ideas emanadas de la Institución Libre de Enseñanza. Estas ideas no solo se limitaban a la utilización de nuevos métodos pedagógicos dentro de la propia entidad académica, sino que pretendían, entre otras innovaciones, que la enseñanza saliese de los muros universitarios y se difundiese entre las capas más humildes de la población.
Esta doctrina, con su mensaje de cultura popular extendida a todas las clases sociales, que recibió el nombre de Extensión Universitaria, junto con un neohispanoamericanismo cultural de base histórica, son las notas dominantes del movimiento de renovación pedagógica que se desarrolló en la Universidad de Oviedo a finales del siglo XIX. El grupo de Oviedo, como se denominó a este conjunto de profesores renovadores, tuvo un eco enorme en ámbitos nacionales e internacionales, suscitando la admiración y elogio unánimes por su valentía a la hora de poner en práctica ideas tan innovadoras frente a la incuria cultural del país. La repercusión social de este fenómeno fue enorme, no solo en Asturias, sino en toda España, y esa modalidad de enseñanza popular se difundió rápidamente entre varias universidades del país, llegando su eco a las universidades de la América hispana.
Aunque algunas de esas grandes figuras de la Universidad de Oviedo se murieron pronto y otras se fueron a Madrid, por lo que puede decirse que el movimiento se enfrió a partir de 1910, nuestra universidad siguió gozando, a pesar de su pequeño tamaño, de notable prestigio en toda España, afianzado por la presencia cada vez más notable de la Facultad de Ciencias. En tiempos de la Segunda República, el centro ovetense seguía contando en su claustro con ilustres profesores en los ámbitos jurídicos, científicos y humanísticos y estaba dirigido por el rector Leopoldo Alas Argüelles, hijo de Clarín, el célebre escritor."
"La institución académica se ve afectada durante el siglo XX por dos acontecimientos históricos que marcan profundamente su desarrollo: la Revolución del 34 y la Guerra Civil. El siglo, que comienza con enormes pérdidas para la Universidad de Oviedo, culmina con una expansión consolidada en estudios y centros que se extienden desde la capital hasta los campus de Gijón y Mieres.
La Universidad, pasto de las llamas
Las enseñanzas se concentraban en el viejo edificio universitario erigido a partir de 1574 y en el anejo pabellón de Ciencias, levantado en los primeros años del siglo XX. A este conjunto se añadía el Colegio de Niñas Huérfanas Recoletas y la adosada capilla de San Sebastián, erigida en la segunda mitad del siglo XVII y cedida a la Universidad por el ayuntamiento de la ciudad a fines del siglo XIX. El núcleo primitivo de la Universidad de Oviedo se completaba con el Colegio de San Gregorio, demolido al inicio del siglo XX, en cuyo solar se edificó la sede del Banco Asturiano. La mayor parte y la más valiosa de este primitivo campus universitario sufrió terribles daños el 13 de octubre de 1934, durante el levantamiento de los sindicatos y partidos de izquierdas contra el gobierno de la República. Solo el edificio de Ciencias se salvó de la destrucción. La universidad, como el resto de la ciudad, estaba en manos de los revolucionarios quienes hicieron del edificio un depósito de municiones. Ese mismo día, antes de que los revolucionarios abandonaran Oviedo, el fuego se apoderó del edificio universitario. A los enormes daños sufridos en el inmueble hubo que sumar la desaparición del patrimonio secular que la Universidad de Oviedo había ido atesorando desde su fundación, en los últimos años del siglo XVI, y desde la puesta en marcha de sus enseñanzas, en el año de 1608.
Las cicatrices de la guerra civil
Inmediatamente después de los sucesos de octubre de 1934, el Ministerio de Instrucción Pública tomó la determinación de acometer las obras de restauración del edificio universitario, para lo que encargó un proyecto al arquitecto José Avelino Díaz y Fernández-Omaña. Las obras se aprobaron con toda celeridad, el 22 de enero de 1935, y se vieron afectadas por el estallido de la Guerra Civil. Los impactos de cañones y de bombas de aviación produjeron importantes desperfectos en la construcción ya prácticamente rematada por lo que hubo que redactar nuevas memorias de reparación y llevar a cabo obras urgentes. Es destacable que la Universidad de Oviedo se instaló en el Casino de Navia mientras duró la Guerra Civil en Asturias. Con todos estos retrasos, el edificio principal no quedó habilitado hasta mediados de los años cuarenta, por lo que las clases y demás actividades académicas estaban repartidas por distintos edificios y pisos de Oviedo. También se reconstruyó el edificio del Colegio de Huérfanas Recoletas, aunque no la capilla de San Sebastián. Por lo que respecta al pabellón que albergaba la Facultad de Ciencias, hubo un proyecto para su restauración redactado en 1937. Se pensó instalar en él la Facultad de Filosofía y Letras mientras se acordaba construir un edificio para Facultad de Ciencias en el barrio de Llamaquique. Ese primitivo pabellón de Ciencias fue demolido finalmente en los años cincuenta y se construyó uno de nueva planta, según el proyecto de Francisco Casariego, concluido por Joaquín Cores.
La universidad adquirió, asimismo, numerosos bienes artísticos para recuperar el esplendor de la institución previo a los sucesos de 1934 y una exquisita biblioteca para reemplazar el antiguo establecimiento bibliográfico.
La expansión más allá de Oviedo
Una vez superado el peligro del traslado de los estudios universitarios a Santander, las autoridades pusieron en marcha la reconstrucción de la universidad y tomaron una serie de medidas que afectaron a la enseñanza. En 1939, se crea la Facultad de Filosofía y Letras, que se sumaba a las de Derecho y Ciencias, y se incorpora al distrito universitario de Oviedo la antigua Escuela de Veterinaria de León, convertida en Facultad en 1944. Asimismo, se vincularon a la universidad la Escuela de Administración Local y la Escuela Social. En 1958, se inauguraba en Llamaquique el edificio de la Facultad de Ciencias, primer centro que se separaba del núcleo universitario inicial, y que daba comienzo a un proceso expansivo que ha continuado prácticamente hasta nuestros días. A este edificio se sumaron otros en los distintos campus ovetenses, en el campus gijonés y en el de Mieres, para acoger las diferentes actividades docentes e investigadoras de la institución universitaria. La mayor parte de los edificios son de nueva planta, pero también se adquirieron inmuebles históricos de gran valor arquitectónico de los siglos XVIII, XIX y XX, entre los que destacan la ampliación del siglo XVIII del antiguo monasterio de San Vicente y el palacio de la familia Quirós Benavides".
"La gran eclosión de la Universidad de Oviedo se produjo en los años setenta del siglo XX. Por un lado, según lo establecido en la nueva Ley General de Educación de 1970, se incorporan a la Universidad centros hasta entonces ajenos a la misma, como las Escuelas Técnicas y las Profesionales, que en el caso de la Universidad de Oviedo eran la Escuela Técnica Superior de Ingenieros de Minas, la Escuela Profesional de Comercio y la Escuela de Magisterio en Oviedo, la Escuela de Peritos Industriales y la Escuela Profesional de Comercio en Gijón y la antigua Escuela de Capataces de Minas en Mieres. Por otro lado, nacen nuevos centros, la Facultad de Medicina, creada en 1968, fue el primero de ellos y le siguió la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales, en 1975, con lo que aumenta la dispersión universitaria en relación al núcleo histórico inicial, a la vez que se masifica en muy pocos años el número de estudiantes.
En el año 1976 se crea la división de Filosofía y Ciencias de la Educación, con tres secciones: Filosofía, Psicología y Pedagogía.
En 1982, la Facultad de Filosofía y Letras se desgaja en tres facultades diferentes: Filosofía y Ciencias de la Educación, Filología y Geografía e Historia. Esta situación permanecerá hasta el año 2009 en el que vuelven a agruparse los tres centros de nuevo en la Facultad de Filosofía y Letras, con la excepción de Ciencias de la Educación que se había erigido como facultad en 1994, apenas tres años después de la conversión de la especialidad de Psicología en facultad independiente. Por acuerdo de Consejo de Gobierno de 22 de diciembre de 2009, se creó la Facultad de Formación del Profesorado y Educación, en la que se integran la antigua Facultad de Ciencias de la Educación y la Escuela Universitaria de Magisterio.
Dentro de la Facultad de Ciencias, se puso en marcha en 1958 la Sección de Geología. La de Biología nació en 1961 con sede en León, que pertenecía entonces al distrito universitario de Oviedo. En 1968, acabaron creándose dos secciones dentro de la misma universidad, una de Biología General en Oviedo y otra de Biología Animal en León. Por orden ministerial de 5 de febrero de 1982, todas las secciones de la Facultad de Ciencias se convirtieron en centros independientes y así surgieron las facultades de Química, de Geología y de Biología.
En el campus gijonés se abrieron varios centros. Por un lado, en 1979, se establecía la oficialidad de la Escuela de Náutica de Gijón, que se convertirá posteriormente en Escuela Superior de la Marina Civil. La integración de esta en la Universidad de Oviedo, como ocurrió en toda España, se inicia con la ley 23/1988 de 28 de julio, para dar cumplimiento a lo que estaba previsto en la ley de Reforma Universitaria de 1983. Por otro lado, surge en 2010 la Escuela Politécnica de Ingeniería, resultado de la fusión de la Escuela Universitaria de Ingeniería Técnica Industrial de Gijón con la Escuela Universitaria de Ingeniería Técnica Informática y Telemática de Gijón y la Escuela Politécnica Superior de Ingeniería de Gijón. En ese mismo año, también se fusionaron las Escuelas Universitarias de Empresariales y Relaciones Laborales que se convirtieron en Facultad de Economía y Empresa.
La Escuela de Ingeniería Técnica Minera de Mieres se convirtió en Escuela Universitaria de Ingenierías Técnicas, con las especialidades de Minas, Forestales y Topografía. A esas titulaciones se unió la Escuela Politécnica Superior Guillermo Schulz para impartir el segundo ciclo de Ingeniería Geológica, ya en el nuevo edificio del Campus de Mieres, que se había levantado en 2002. Todas las titulaciones impartidas en Mieres se integran finalmente en la nueva Escuela Politécnica en el año 2009."
"La Universidad de Oviedo destaca hoy por la calidad de su oferta formativa y de su investigación en todas las áreas del conocimiento: artes y humanidades, ciencias, ciencias de la salud, ciencias sociales y jurídicas e ingeniería y arquitectura. La institución está formada por once facultades, seis escuelas y tres centros asociados, repartidos en las tres ciudades –Oviedo, Gijón y Mieres—en las que se ubican sus campus".
"Desde que Fernando Valdés Salas (1438-1568), arzobispo de Sevilla e implacable inquisidor, fundara -1558- el Colegio de Huérfanas Recoletas (...) y, mediante un generoso legado testamentario, la Universidad, inaugurada en 1608, Oviedo añade a sus muchas títulos el de ciudad universitaria.El edificio principal es elegante y desornamentado. Sólo las columnas toscanas, los escudos, el friso de la puerta y la angular torre campanario ponen un toque de adorno. El patio, cuadrado y con la estatua del fundador en el medio, adintelado, sustentado por columnas jónicas, posteriormente cerrado y acristalado, descansa sobre arcos y columnas toscanas del interior. Las grandes puertas de la Capilla y el Paraninfo se asoman al vestíbulo, salas sencillas pero ricas en ceremonias y anécdotas.No están entre las anécdotas, porque la tragedia nunca es anécdota, las devastaciones, destrucciones de 1934 y 1936-37 ni las vidas arrebatadas a profesores y alumnos. Ni entre las anécdotas, porque lo trascendente nunca es anécdota, el trabajo realizado por Clarín, Buylla, Aramburu, Canella, Sela, Altamira, Posada y un largo, espléndido y, confiemos, no irrepetible etcétera, vanguardia intelectual y moral del último cambio de siglo y de la Universidad española, en la revolucionaria experiencia de la Extensión Universitaria".
"La indumentaria universitaria en España es el conjunto de ropajes tradicionales que visten los miembros de la comunidad universitaria en determinados actos. Tiene su origen en la tradición grecolatina que, a través de los hábitos clericales, conforma el atuendo de los componentes de la comunidad universitaria, estudiantes, licenciados, doctores, rectores, etc.
Una de los primeros documentos donde se dictan ciertas normas para la vestimenta académica son las Constituciones del Cardenal Cisneros, aunque es en la Constitución XII de las promulgadas por Carlos III en 1779 donde se diferencia por primera vez, por medio de la beca y la rosca, entre las distintas titulaciones (gramáticos, filósofos, de lenguas, médicos y teólogos), unificando el resto de la indumentaria, de aspecto clerical (mantos y vestimentas interiores de color negro).
Dicha indumentaria llega a su reglamentación gracias a las normativas impuestas por Isabel II en 1850, y la posterior ratificación de las normativas promulgadas en 1931 configuran el traje académico, dejando, no obstante, presente que estas normativas no hicieron más que legalizar las costumbres universitarias, aunque en aquellos momentos estuviesen en desuso".
"Toga
Como comentábamos las prendas ceremoniales universitarias, provienen de la hábitos romanos, así la toga era la prenda principal exterior y vestimenta nacional usada por los romanos, por encima de la túnica.Es de paño de color negro, generalmente de alpaca o tergal, con vueltas de raso. Su longitud debe prolongarse hasta los 30-35 centímetros por encima del suelo. Es común para todos los vestidos académicos, no variando ni en color ni en forma. Es el traje utilizado tanto en el ejercicio de la abogacía y la procura, por lo que es llevado por jueces, magistrados, letrados o procuradores, como en actos académicos, y llevado por licenciados, doctores, etc. Bajo la misma se lleva traje negro con corbata o pajarita negra (blanca en los actos solemnes), camisa blanca y zapatos cerrados negros.Los eclesiásticos sustituyen la toga por su vestimenta talar habitual, siendo un error usar conjuntamente ambas prendas.MucetaEn principio la muceta, llamada tradicionalmente en este ámbito capirote, era un trozo de tela, con capucha, que puesta sobre los hombros, como parte de la capa o adherida a ella, protegía a los agricultores o a los peregrinos de la lluvia, el sol y otras inclemencias del tiempo. Como la mayoría de la indumentaria académica, tiene un origen eclesiástico, ya que los prelados no eran sino “labradores de la viña del Señor”. Así, hoy en día es usada tanto por los obispos, cardenales o el Papa, como por los doctores, rectores y licenciados.Del uso de la capucha o cogulla se ha especulado mucho, opinando que su uso era como porta pergaminos e incluso para recibir en solemne acto el título de Licenciado. Aun cuando, posiblemente esos usos hayan sido reales, eso no quiere decir que la evolución de la muceta fuera debida a cubrir esas necesidades.La muceta o capirote es de raso, del color distintivo de la Escuela o Facultad donde se hayan obtenido los títulos de Doctor, Licenciado o Graduado, forrada de seda negra, abotonada por delante; debe cubrir el codo. Como excepción, la muceta del Rector es de terciopelo negro y con la abotonadura también en negro. Sólo aquellos doctorados en más de una Facultad o Centro, pueden llevar la abotonadura de los respectivos colores distribuidos por igual. En la parte posterior lleva una gran cogulla, excepto las de Ingeniero que no tienen cogulla.PuñetasLas puñetas son el encaje o vuelillo en las bocamangas bordadas de las togas u otros trajes ceremoniales. Académicamente su uso está restringido a los doctores que, sobre las puñetas que son de raso del color del centro donde se doctoraron, vestirán un vuelillo de encaje blanco. Los botones (aunque actualmente no se usen) deberían ser del mismo color que las puñetas, excepto las del Rector que serían de oro y las de los Decanos o Directores de Escuelas, que serían de plata. Las puñetas del Rector serán de color rosa o encarnado vivo.BirreteEs un tocado que tradicionalmente era como el de los sacerdotes de entonces, de forma cilíndrica o troncocónica, terminado en cuatro picos (ver ilustración arriba) con los signos distintivos de los estudios realizados, en forma de borlón o flecos. Actualmente tiene forma prismática y puede llevar como remate con una borla o flecos, según se expresa a continuación. Se usa en actos ceremoniales, por magistrados, jueces, letrados y componentes de la comunidad universitaria.-De estudiante: birrete parecido al de los sacerdotes, de forma hexagonal, con seis lados y formando seis ángulos iguales tiene una altura de unos quince centímetros, y está forrado de raso negro, sin ningún adorno.-De licenciado o graduado: Igual que el anterior, pero coronado con una borla de seda floja, de dos centímetros de largo, del color distintivo de la Facultad en la que se obtuvo el título de Licenciado o Graduado. Si se tienen dos licenciaturas o más, los respectivos colores se mezclan en el borlón.-De doctor: El birrete doctoral tiene forma octogonal, forrado de raso negro con flecos del color distintivo de la Facultad en la que obtuvo el doctorado, a excepción de aquellos que posean más de un doctorado, que pueden usar en los flecos los colores de los mismos por partes iguales. La borla, que cubrirá enteramente la parte superior, será del mismo color que los flecos.-El birrete de Rector se distingue porque es el único entero de color negro, borlón y flecos.Guantes blancos
Son de uso privativo de los doctores y son símbolo de pureza.
Anillo
Aparte de cierto sentido simbólico de matrimonio con la ciencia, el anillo de doctor es también heredero de los anillos para sellar dictámenes profesionales.Bastón
El bastón es la insignia de mando o de autoridad por antonomasia y es, generalmente, de caña de Indias. Es el símbolo de autoridad de decanos y rectores, sobre sus respectivas facultades y universidades.En el ya mencionado Real Decreto isabelino de 1850 se establece el uso del Bastón, que deberá ser de caña o concha con la empuñadura de oro o dorada y con un cordón del mismo color de aquel de la muceta terminado en unas borlas. De este Real Decreto se desprende la atribución del uso del bastón como símbolo de autoridad y poder a los Decanos y Rectores.De esta forma el cordón del Bastón del Rector deberá ser de seda negra trenzada en oro y el del Decano de seda del color de la muceta trenzado en oro.De la misma naturaleza del Bastón se desprende que sólo sea utilizado en el ámbito de la Universidad a la cual pertenece, no debiendo utilizarse cuando se asista a actos en otras Universidades.MedallasLas medallas universitarias constituyen el más significativo símbolo de distinción entre los rangos y honores alcanzados y es uno de los más importantes símbolos universitarios. Su origen se debe al reinado de Isabel II, que establece la forma, el tamaño y el material y qué debe aparecer en el reverso y en el anverso de las medallas universitarias.El uso de las medallas se extiende al ámbito social. Es cada día más habitual que las autoridades académicas asistan por ejemplo en la Semana Santa a las procesiones, especialmente cuando existen cofradías de estudiantes. Aunque en determinados casos se asiste con el traje académico, lo habitual no es hacerlo con las ropas habituales, y aunque la norma marque que en estos casos se debería usar la placa pectoral, es lo más común que se utilicen las distintas medallas.-Medalla de Doctor o Postgraduado: Debe ser realizada en oro o en metal dorado. En el reverso figura la leyenda CLAUSTRO EXTRAORDINARIO UNIVERSITARIO y en el anverso el escudo de España orlado de palmas. El cordón de la misma, ha de ser de seda del color del centro. Su uso como es evidente, está restringido a los doctores.-Medalla profesoral: Aunque en la mayoría de las Universidades esta medalla se usa como medalla de catedráticos es de destacar que en su origen, era la medalla que podía llevar cualquier profesor que perteneciese a la Universidad.Como la anterior ha de estar realizada en oro o en metal dorado. En ella debe figurar en el reverso el lema PERFUNDET OMNIA LUCE bajo el sol que se representa mediante la cabeza de Apolo, dios de la luz, también venerado como dios de la poesía, de la música y de las artes. Finalmente y como en la anterior figura en el anverso el escudo de la nación.-La Medalla que utilizarán los Decanos y Directores de Centro, durante el ejercicio del cargo, será la profesoral con cordón del color distintivo de la Facultad e hilo de oro. Los Vicedecanos y Subdirectores de Centro y los Secretarios de Centro podrán utilizar la misma Medalla profesoral, con el cordón mezclado con hilo de plata.-Medalla rectoral: De uso exclusivo de los Rectores es igual que la Medalla profesoral pero esmaltada, en la actualidad en blanco en el anverso y en azul el reverso. Colgará de un cordón de seda negro trenzado en oro."
"Buscando la uniformidad y la ordenación de la enseñanza superior española en el siglo XIX, también se unificaron los grados y los símbolos académicos. Por ello se tuvo que legislar sobre los colores de las facultades españolas, que fueron regulados por el Real Decreto de 22 de mayo de 1859, que aprueba el Reglamento de las Universidades del Reino.Esta regulación estaba basada en la Ley de Instrucción Pública de 9 de septiembre de 1857, llamada Ley Moyano por haberla impulsado el entonces Ministro de Fomento Claudio Moyano. Había sólo seis facultades universitarias en las diez Universidades Españolas. Los colores quedaban descritos así:
-Blanco de la Teología,-Encarnado de grana la de Derecho,-Amarillo de oro de la Medicina,-Violeta de la Farmacia,-Azul celeste la de Filosofía y Letras y-Azul turquí la de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales.
Actualmente en España los colores de las diferentes facultades y escuelas no están estandarizados por lo que puede haber variaciones dependiendo de la Universidad..."
"Hubo un tiempo, no tan lejano, en que en este «viejo caserón» de la calle San Francisco convivían 3 facultades: Químicas, Derecho y Filosofía y Letras. Las clases comenzaban a las 8 y media. Había profesores muy madrugadores como D. Francisco Abad. Otros como D. José Serrano preferían las últimas horas. De 11 y media a 12 y media salíamos «al recreo» alrededor de la estatua del fundador. Había quien prefería degustar una milhoja en el Rialto o tomar un vino en el Florida o en la Viuda de Basilio. Algún que otro susto nos dieron los químicos haciendo sus experimentos en los laboratorios. Juanín y Pacho daban la hora de puerta a puerta de cada aula. Pedregal y Tomás atendían celosamente la biblioteca de Letras.
La tuna y el coro universitario animaban el ambiente estudiantil durante las festividades de los patronos de cada facultad: San Raimundo de Peñafort (Derecho), San Alberto Magno (Químicas) y San Isidoro (Letras). Santo Tomás, se celebraba entonces el 7 de Marzo y en el restaurante Alaska (bajos del Filarmónica) una comida de confraternidad reunía a profesores y alumnos. Al finalizar el curso académico, el «veraneo» en Monte la Reina esperaba a todos aquellos llamados a cumplir con sus obligaciones patrióticas
Este verdadero ambiente universitario del que salieron noviazgos y matrimonios empezó a decaer cuando la facultad de Químicas se trasladó a Llamaquique, Filosofía a la Plaza Feijoo y los estudiantes de Derecho pusieron el broche final a un tiempo que seguirá vivo en el recuerdo de todos los que lo disfrutamos".
La fundación y el siglo XVII
El siglo XVIII
El siglo XIX
El siglo XX
Y un muy interesante texto también dedicado a la vida cotidiana en la Universidad. Un buen estudio sobre el tema lo hallaremos en Tradiciones, ritos y ceremonial histórico en la Universidad de Oviedo, también de la citada Ana María Quijada Espina
"Durante muchos años, el hotel Principado no sólo fue el mejor hotel de Oviedo, sino una referencia inevitable cuando se hablaba de la ciudad. Decir hotel Principado era decir Oviedo y también un buen hotel. Dice Ubaldo el de La Paloma que Oviedo se caracteriza por tres señas de identidad inevitables en el terreno de la hostelería y similares: los carbayones de Camilo de Blas, los bombones de Peñalba y el vermú de La Paloma. Podría añadirse el hotel Principado como establecimiento histórico, que en la actualidad sigue desarrollando la actividad hostelera con gran dignidad, aunque, claro es, los tiempos han cambiado.Ya no tiene el gran ventanal con sus cómodas butacas desde las que se dominaba el paso de la vida y del mundo por la calle San Francisco, ni aquella regia cubertería, pesada y labrada, entre la que destacaba el híbrido de cuchara y tenedor (esto es, una cucharada que se alargaba en tres dientes), usado para las verduras. Comer una menestra con este cubierto proporcionaba la agradable sensación de que se comía algo importante.Y para que nada faltara, la cocina era excelente. Un gastrónomo de la categoría de don Pedro Sáenz Rodríguez, cuando vino a Oviedo para acabar su vida académica como catedrático de la Universidad en la que había desempeñado su primera cátedra (y en la que pronunció la lección inaugural del curso de 1921 sobre la obra de «Clarín»), después de largos años de exilio, se alojaba en el hotel Principado y allí comía con gusto, las más de las veces solo. Don Pedro era un hombre viejo, gordo y muy sabio, que tenía la mejor biblioteca sobre la literatura mística y la mejor colección de programas de cine de España. La obesidad no le preocupaba porque una vez le había dicho Marañón que era un gordo natural, por lo que no había motivo para preocuparse. Tampoco le importaba la opinión de las personas bien pensantes, que en el año 39 y 40 del pasado siglo eran legión, siendo el único ministro de Franco que no tenía inconveniente en pasearse por la Gran Vía cogido del brazo de dos pelandruscas, además de que decía la Gran Vía, en lugar de la avenida de José Antonio. Su primera etapa como catedrático de Oviedo duró poco tiempo: lo suyo era la política de tipo monárquico, y sobre todo la conspiración, por lo que abandonó la enseñanza de la Literatura para trasladarse a Madrid, que es donde siempre «se coció el bacalao». Conspiró contra la II República, y en el apaño de fuerzas que fue el primer gobierno de Franco, ocupó el Ministerio de Educación. Era tan natural que un liberal se hubiera apuntado a aquel bando como que no tardara en enfrentarse con el Caudillo; o que al Caudillo no le gustaran las cosas que hacía, a saber. Lo cierto es que don Pedro Sáenz Rodríguez se exilió a Estoril para estar cerca del conde de Barcelona y allí se convirtió en una de las piezas fundamentales del juanismo. A la muerte de Franco regresó a España, leyó su discurso de ingreso en la Real Academia, lectura que había dilatado durante casi medio siglo, y vino a Oviedo, más que para jubilarse en la Universidad en la que había comenzado, para pasar una temporada en el hotel Principado. Otro político de la época, en sus mismas circunstancias, José María Gil Robles, también vino a la Universidad de Oviedo y también se hospedó en el hotel Principado. Eran dos señores, Gil Robles y don Pedro, dos ministros de otro tiempo. Tanto era así, que viendo a los ministros de ahora, Bibiana o Pepiño, me estremezco pensando que estamos en otra galaxia.
La cocina del hotel Principado mereció siempre generales elogios, lo mismo que el servicio. Era un servicio de primerísima categoría. Destacaba entre los camareros Oscar, mierense y poeta. Al final de sus días le operaron de la garganta, y se volvió más locuaz de lo que había sido hasta entonces. Siempre le gustó mucho hablar y operado mucho más. Cuando doña Carmen Polo de Franco venía a Oviedo, se hacía redada entre los «rojos» notorios. Oscar nunca ocultó sus ideas, pero aun así, era quien servía con su estilo impecable a la futura señora del Pazo de Meirás, mientras la Policía se preguntaba: «¿Dónde está Oscar?». Y el peligroso Oscar estaba al lado de la señora a la que se pretendía proteger, sirviéndole lenguado «meunier», especialidad de la casa.
La cocina de los hoteles generalmente tuvo mala fama, excepto la del hotel Principado. Con no ser el hotel Principado de ahora lo que era antes, su cocina es excelente. Todos los lunes Gonzalo Rivaya, Camporro y Guillermo Corretge van a comer a su amplio, desahogado y excelentemente servido comedor. El plato del día es muy bueno, con posibilidad de escoger entre varios, al precio de 18 euros. Yo comí allí varias veces y nunca salí defraudado ni con hambre, y el cocinero domina tanto la buena cocina internacional como los platos raciales, como una formidable fabada que el profesor Emilio de Diego comió allí el otro día. Yo no la probé porque no voy a saltarme el régimen por una fabada (si fuera por otro plato, quien sabe...), pero el aspecto y olor eran formidables. Las camareras, además, son muy amables, y nos aguantan hasta las seis de la tarde o más, cuando se prolonga la sobremesa.
Carlos Rodríguez escribió un libro sobre el hotel Principado, informado y abundante en anécdotas, como todos los suyos. En el prólogo, Carmen Ruiz-Tilve escribe que el hotel Principado, en la calle de San Francisco, 8, teléfono 1457, se encontraba «a medio camino de las rutas milenarias de los peregrinos y los caminos cosmopolitas de los viajeros que llegaban en su coche, plano en mano». El propio hotel había hecho su propio recorrido sobre el plano de la ciudad, aunque sin salir de la calle San Francisco, e incluso de la misma mano, desde el hotel Covadonga, haciendo esquina a la plaza de Porlier, en el hermoso edificio, obra de La Guardia, que seguidamente fue sede del Banco Asturiano, del Banco de Bilbao y actualmente del BBVA, hasta su emplazamiento de siempre, frente al Colegio de Recoletas, anexo al edificio de la Universidad y también fundación del arzobispoValdés, y ahora sede del Rectorado.
«En un refinado ambiente brilló durante muchos años el hotel Principado, en la calle San Francisco, frente a la vieja Universidad que fundaraValdés Salas -escribe Carlos Rodríguez-. Esta calle lleva el nombre de San Francisco desde el siglo XIV, y anteriormente se llamaba el Campo, por su proximidad al bosque denominado Campo San Francisco». El antiguo bosque permanece en lo que es propiamente el Campo, mientras que su prolongación hacia la calle San Francisco está urbanizada y es el actual centro de la ciudad: la plaza de la Escandalera y el comienzo de la calle Uría. Entre la Universidad y la Catedral estuvo el famoso hotel Covadonga, propiedad de la familia Doral, de Corigos, en Cangas de Onís, y de sólida ocupación hostelera, ya que habían gestionado el hotel Real, de Santander, y el hotel Pelayo, de Covadonga. El hotel Covadonga se incendia en febrero de 1906, y posteriormente la familia Fernández Doral se hace cargo del hotel Principado, «y lo convertiría en el centro de la sociedad ovetense y de cuantas personalidades visitasen la histórica ciudad», afirma Carlos Rodríguez. El rigor, la profesionalidad y la eficacia distinguieron a las hermanas Encarnación y Cándida Fernández Doral: también la ecuanimidad, pues por los mismos principios morales, aunque los motivos fueran distintos, prohibieron la entrada a un laureado general que se presentó con su querida en pleno franquismo, que a Santiago Carrillo durante la democracia. En esto no se parecen a la «nueva sociedad» que le quita una medalla de oro a Franco al tiempo que la da una «Sardina de oro» a Carrillo por el mismo motivo: por ser responsables de una guerra.
El hotel Principado no es la historia de un hotel, sino la historia de un gran trozo de Oviedo y de los personajes que lo frecuentaron, desde doña Carmen Polo a Gianna d’Angelo, José Isbert o Alejandro Casona, con boina y su aspecto terroso de labriego castellano. También su personal altamente cualificado, que diría Saturnino, del que destacaba Enrique Moradiellos, padre del historiador del mismo nombre y que, en las cenas de Tribuna Ciudadana, después de servir la mesa, se sentaba en un rincón para escuchar los coloquios. ¡Si esas paredes pudieran hablar! Con el inexorable paso del tiempo, el hotel Principado conoció el declive: la democracia había igualado bastante a las «familias distinguidas» y, sobre todo, se habían construido hoteles más modernos. Además, en los años ochenta, una parte del hotel fue ocupada por Casa Fermín. No obstante, continuó siendo sinónimo de una concepción de hotel tradicional e ilustre. Fue, en Oviedo, lo más parecido a los grandes hoteles de las películas. Y cuando, en esta época más triste, desaparecieron los transatlánticos, los grandes hoteles y los ferrocarriles con comedor, el «Principado, a su modo, sigue en pie».
"La fundación del colegio tiene sus inicios en el testamento de Valdés Salas (1568) el que indica la creación de una casa para la enseñanza de doncellas virtuosas. En este testamento refleja demás de la creación del colegio el nombramiento como Patrono del mismo al rector y claustro de la Universidad de Oviedo.
La creación final del colegio fue laboriosa y hasta 1676 no aparecen sus primeros estatutos. En estos estatutos se indicaba que el colegio estuviera a cargo de una maestra que hacía las veces de directora y administradora, maestra de las huérfanas. el resto del personal del colegio los componía un sacerdote, una criada, un médico y un portero.
El edificio que albergaba el colegio estaba situado en las inmediaciones del edificio histórico de la universidad de Oviedo. Obra de Juan del Rivero, el edificio estaba compuesto por un jardín interior, fachada principal de sillería, arco de entrada que da paso al edificio de dos pisos que posee un pequeño escudo de la universidad de Oviedo.
El colegio permaneció abierto hasta mediados del siglo XX, y en la actualidad el edificio alberga el rectorado de la Universidad de Oviedo.
En 1985 sirvió como set de rodaje para la serie de TV Segunda Enseñanza, dirigida por Pedro Masó, convirtiéndose para la ocasión en el Instituto Santullano".
Sobre las columnillas y entre los dos arcos de las ventanas geminadas, una Cruz de Malta, fijémonos en las filigranas cinceladas en la piedra
Foto: Luis García |
"La Universidad, el viejo casón de la calle San Francisco, que ahora se denomina el Edificio Histórico, en el que se agrupaban las facultades de Derecho y Filosofía y Letras, ésta en condición de realquilada, según José María Martínez Cachero, más las oficinas y las bibliotecas (la de Filosofía, magnífica, y la de Derecho, más convencional), no estaba mal servida en lo que a bares se refiere, ya que la rodeaban algunos muy buenos y muy típicos de la ciudad, inolvidables. Se trataba de una Universidad pequeña, provinciana y con pocos alumnos, y a la que todavía no habían llegado las convulsiones políticas, que poco a poco se abrían paso en otras universidades menos periféricas, ni la gran desgracia de la masificación. Tan pacífica era la Universidad de Oviedo que el rector, don José Virgili Vinadé, un catalán adusto y oliváceo, mutilado de guerra, tenía fundadas esperanzas de ser nombrado ministro de Educación, y cuando la agitación ya se había convertido en actividad cotidiana, la nuestra continuaba siendo un remanso de paz, lo que dio lugar a un esclarecedor y muy comentado artículo de Gustavo Bueno publicado en «Cuadernos para el diálogo» con el título de «La excepción de Oviedo».A Lora Tamayo, el ministro de Educación, le olía la cabeza a pólvora a causa de las continuas revueltas en las grandes universidades de Madrid, Barcelona y Valencia; los estudiantes madrileños cantaban una canción que recorrió todos los distritos universitarios:
«Yo me subí a un pino verde
por ver si Lora venía,
y en su lugar vi a los “grises”
que el Gobierno nos envía».
Y en Oviedo, viéndolas venir, hasta que las algaradas llegaron también a los venerables muros del casón de la calle San Francisco, y aquellas convulsiones desvanecieron las ilusiones ministeriales de don José Virgili, quien se consoló, al cabo, con su traslado a la Universidad de Barcelona para ocupar la cátedra de su maestro, cosa que él consideraba su culminación académica, según le confió a Manolo García, el gran atleta, a quien Emilio Alarcos llamaba «olímpico».
En el edificio de la calle de San Francisco todo estaba al alcance de la mano, incluidas las oficinas, que no tenían nada que ver con el mastodontismo burocrático actual. De aquella no había internet ni legiones de funcionarios. Emilio Ojanguren detrás del mostrador y tres o cuatro eficientes señoritas detrás de otras tantas mesas con un par de máquinas de escribir y varias cajas de folios y una o dos de papel carbón resolvían todas las burocracias posibles, incluida la matriculación. Entonces no pagábamos la matrícula en el banco, aunque teníamos el de Bilbao al lado, sino en las oficinas. Allí íbamos con dos mil pesetas, se las dábamos a Emilio Ojanguren y él nos devolvía un recibo con un sello. Había que pagar además 50 pesetas por la afiliación obligatoria al sindicato universitario único, el SEU, cuyas siglas aún es hoy el día que no sé qué significan. Pero en mis tiempos algunos estudiantes nos negamos a pagar esa cuota, y pese a ello, nos matriculábamos igual. No pertenecer al SEU nos vedaba hacer uso de los decrépitos locales de la calle Uría, que casi se caían de viejos y de polvorientos, y de algunas instalaciones deportivas. pero la sola mención del deporte producía ronchas a la mayoría de los estudiantes contestatarios, como entonces se decía, y en lo que se refiere al disfrute de las instalaciones de la calle Uría, nada perdíamos, pues sólo había un bar que vendía bocadillos de anchoas muy baratos, un simulacro de biblioteca que se reducía a las obras completas de Solís Ruiz (el ministro secretario general del Movimiento, conocido por «la sonrisa del régimen», el equivalente a José Bono de aquel tiempo) y a varios manuales sobre la cría de conejos. También se organizaban bailongos, a los que acudían con sus chaquetas acreditativas los escolares de los colegios mayores San Gregorio y Valdés Salas, sobre los que mi buen amigo Alejo está preparando en la actualidad un riguroso trabajo histórico. De los colegios mayores femeninos, el más nombrado era el de Santa Catalina, que la célebre Toñi regía con mano y arremango de sargento mayor. Las residencias de señoritas a cargo de religiosas, como la de las Pelayas, eran infinitamente más liberales. En cierta ocasión, las alumnas de las Pelayas organizaron una representación de teatro leído (una modalidad que consistía, en lo esencial, que los actores se sentaban ante un pupitre con un flexo y el texto, y cuando habían de intervenir en escena, encendían el flexo, y cuando hacían mutis lo apagaban) de «Casa de muñecas», de Henrik Ibsen, ni más ni menos.A mí me pidieron que hiciera el montaje y dirigiera a los actores, y allí estuvimos haciendo teatro un otoño en el que la gente todavía se ponía abrigo para salir de casa y los nombres de los edificios de la ciudad se reflejaban en las calles mojadas por la lluvia. La obra había de representarse antes de Navidad, y las amables monjitas no sólo no temían a Ibsen, que tanto escándalo había producido con sus obras, sino que nos invitaban a merendar: unas meriendas que recuerdo magníficas, con chocolate y servilletas blancas, muy blancas. Algunas monjas pelayas cursaban estudios universitarios en la Facultad de Letras y charlaban en el patio, entre clase y clase, como si tal cosa, y no nos acompañaban a beber vino a los bares de los alrededores porque las señoritas de entonces no frecuentaban los bares, sino -todo lo más-, las cafeterías, y en establecimientos como el de Tuto estaba prohibida la entrada de mujeres y fumar tabaco rubio. Parece mentira que entre aquella manera de entender la vida y la apoteosis de la «sociedad permisiva» hayan transcurrido tan sólo cuarenta años y que uno haya sido testigo de cambios tan formidables. Pero así es la vida, aunque yo no sé a dónde iremos a parar por este camino.
Hablábamos de los locales del SEU, en los que de vez en cuando se organizaban bailongos. Pero los estudiantes verdaderamente contestatarios preferían ir en autobús al bailongo de Colloto, donde esperaban la ingeniosidad del «¿estudias o trabajas?», entonces una auténtica novedad, a ver qué pasaba; y como por lo general no pasaba nada, acababan bebiendo vino y comiendo tortillas de setas en Casa Ximielga. Cuando los locales de Uría eran ya perfectamente inservibles, el SEU se trasladó a la calle Calvo Sotelo, a unos locales nuevos que yo nunca pisé. El jefe del SEU era un prócer llamado Egocheaga, que solía explicarle a Alfredo Mourenza cómo funcionaban las células comunistas.
—Las células comunistas funcionan del siguiente modo. Tienen un jefe aparente, que en este caso es Gustavo Bueno, pero el verdadero jefe es Rúa, que se comunica con la Embajada de la URSS en París por medio de Murillo. Mourenza, que pertenecía ya al partido comunista, ponía cara de asustarse muchísimo.Y no era para menos. El bueno de Rúa, anarquista de estirpe y solera, participaba del anticomunismo visceral de los suyos, que mucho más a partir de la guerra de 1936-39, tenían hacia los comunistas el comprensible recelo. Colaboraba con ellos porque en aquellos momentos resultaba inevitable, y estaba claro que el enemigo era el «régimen», pero seguramente hubiera preferido no hacerlo.
Los bailongos del SEU se desprestigiaron conforme crecía la agitación estudiantil. No es que la mayoría de los estudiantes participaran en ella, pero cuando menos tenían la conciencia de que frecuentar el SEU estaba mal visto. Además, había otros bailongos con barniz más o menos intelectual, por ejemplo en los locales del Ágora Foto Cine-Club, en la calle Santa Susana, desde que una directiva innovadora incluyó entre sus miembros al joven estudiante de Derecho Luis José Ávila, el cual, decidido a sanear la maltrecha economía del club, organizó bailes los domingos por la tarde al módico precio de cinco pesetas la entrada a los no socios.
Alrededor de la Universidad había muchos bares. Al lado mismo del venerable edificio por la parte de la plaza de Riego estaba el Suizo, ilustre café cantante con la pizarra a la puerta que anunciaba impasible, día tras día, el gran debut de Farfán de los Godos, gran «vedette», y enfrente el Tambar, un bar destartalado y oscuro, frecuentado por limpiabotas, legionarios y ex divisionarios. En la calle Altamirano estaban Casa Manolo y Casa Lito, que continúa abierto, y que lo siga por mucho años, y haciendo esquina a la plaza de Porlier El Florida, que a altas horas recibía una distinguida clientela de policías y señoritas de poca formalidad. En San Francisco estaba el Café Alvabusto, y en el corto trecho de la Universidad a la Escandalera, tres bares de categoría: Tuto, LaViuda de Basilio y el Bar Azul. Hablaremos de ellos."
(II)
De la misma manera que la UNESCO situó un tramo comprendido entre La Felguera y Sama como uno de los más cultos de Europa, podía haber considerado los doscientos metros que separan la Universidad de la plaza de la Escandalera como uno de los espacios urbanos con más bares de Oviedo, y si no fue el que más bares tuvo se debió a que en la calle San Bernabé, no mucho más larga, había muchos más. No contaremos, naturalmente, los bares que la rodeaban por otras partes -El Tambar, Casa Manolo, Casa Lito y El Suizo, ilustre café cantante-, sino el trozo estricto de la calle San Francisco que, a partir de la fachada del Rectorado, desemboca en la plaza de la Escandalera. Trozo que no sólo interesaba a los aficionados al bebercio, sino también a los estrategas de la agitación. Así, Feito el Cubano, que sentó las bases del Partido Comunista en la Universidad, estaba convencido de que esa calle era ideal para hacer manifestaciones, ya que al final de ella, haciendo esquina con la plaza de la Escandalera, se encontraban las dependencias del Gobierno Civil, con un gris haciendo guardia a la puerta. La propuesta de Feito era simple y seguramente eficaz. Se saldría de la Universidad en tropel, y como la distancia era tan corta, de dos zancadas se llegaría ante el Gobierno Civil. Dada la corta distancia entre la posición atacante y la atacada, las fuerzas del orden no tendrían tiempo de reaccionar, por lo que habría tiempo de sobra para montar la correspondiente algarada delante de las narices del poncio, el famoso Mateu de Ros, que se había definido cuando llegó a Oviedo como hombre que tardaba en obrar, pero, si llegaba el caso, lo hacía duro: de lo que dio en que le llamaran «el estreñido».Y luego que Dios repartiera suerte y saliera el sol por Antequera.
Volvamos a los bares, que son lugares de mayor provecho. Sin contar dos establecimientos hosteleros situados en la acera derecha: el hotel Principado y la cafetería Alvabusto, en el lugar donde posteriormente estuvo Logos. La acera izquierda, desde la calle Ramón y Cajal hacia la Escandalera, la ocupaban el señero edificio de la Universidad, con su gran portada que daba al claustro, precedida por las cadenas que declaraban que aquel noble lugar disfrutaba del derecho de asilo, y a él se adosaba la hermosa portada barroca del Colegio de las Recoletas, fundación del arzobispo Valdés, lo mismo que la Universidad, y donde se encontraban y se encuentran las oficinas del Rectorado. Inmediatamente después unas rejas mostraban un verde jardín, llamado Sevilla, en el que estaban instalados los servicios de las alumnas; de manera que cuando alguna decía que «iba a Sevilla», ya se sabía adónde se dirigía. El ameno jardín con fuente estaba presidido por un busto de Isabel II, pechugona y verdosa.
A partir de aquí empezaba lo bueno. En primer lugar, Casa Tuto, uno de los bares más recordados por los nostálgicos y masoquistas en general, ya que Tuto, de acuerdo con la pauta establecida por otros colegas ovetenses, se comportaba en su recinto como un señor, un dictador y un pachá, de manera que quien allí entraba ya sabía a qué se atenía. De momento, estaba terminantemente prohibido entrar con mozas o fumando tabaco rubio americano, y, si alguno osaba, la expulsión era inmediata, si es que llegaba a entrar. Para Tuto, no resultaba decoroso que una mujer estuviera en el bar, y, en lo que al tabaco rubio se refiere, alegaba asma muy sensible a los efectos de los tabacales de Virginia.
Tuto se llamaba Restituto Fernández y era de Siones. Había venido a Oviedo para trabajar como pinche de cocina en el hotel Covadonga en un lejano 1905, y las cosas le fueron bien, porque en 1916 coge en traspaso Casa Muñoz, en la calle San Francisco, establecimiento en el que había trabajado como camarero, y nace, de este modo, Casa Tuto, que se mantendría abierta hasta 1972. La primera Casa Tuto tenía un «comedor de a diario», por así decirlo, en la planta baja, y otro en la parte superior, destinado a acontecimientos especiales como bodas y banquetes. Los tres platos representativos eran la liebre con fabes, la langosta a la catalana y la tortilla de setas, con setas que le llegaban desdeVillamanín y de la sierra del Aramo. Muchos años más tarde se harían famosas las tortillas de setas de otra sidrería próxima, muy vinculada al entorno universitario, las de Casa Manolo. En junio de 1934 a Tuto se le ocurre hacer una reforma del local, destinando la parte baja para bar y la alta a restaurante, y no pudo haberla acometido en peor momento. Por si fueran poco las convulsiones políticas diarias bajo aquella idílica, bienintencionada, intelectual, cultísima y bonísima Segunda República que la cobardía borbónica había deparado a España, Casa Tuto contaba con una clientela de buenos «gourmands» ensotanados, por lo que llegó a ser conocido con el sobrenombre de «el restaurante de los curas». Así estaban las cosas cuando mismamente el mes de octubre los socialistas, en pleno fervor «democrático», por defender a la inolvidablemente bella Segunda República de las asechanzas de la derecha y más que nada porque los mencionados socialistas habían perdido las anteriores elecciones, organizaron una revolución cruenta contra la tal República pero en defensa de la República, caso extraordinario: el objetivo era evitar el Gobierno de la derecha instaurando una dictadura sovietista para mayor gloria de la democracia y de la alternancia política, y durante los pocos días que los revolucionarios ocuparon Oviedo se dedicaron a destruir las grandes representaciones del orden establecido: la Catedral, la Audiencia y la Universidad, y como Tuto se encontraba al lado de la Universidad fue también pasto de las llamas, y a Tuto por poco le matan de un cañonazo una vez que fue con un camión al Escamplero en busca de provisiones.
Pero Tuto no era de los que se dejaban hundir, aunque le hubieran disparado por debajo de la línea de flotación, y el establecimiento resurgió con el restablecimiento del orden.A Tuto le echaba una mano su hijo Ángel, que más tarde marchó a Madrid, donde tuvo la famosa sidrería La Mina, en la calle de Arenal, cuyo interior reproducía el de una mina para pasmo de la clientela madrileña. A los madrileños, sobre todo, los pasmaba la manera de escanciar la sidra. En cierta ocasión que estaba yo allí, un bancario madrileño me pidió:
—¿Me «corta» la sidra, por favor?
Porque, aunque yo nunca bebo sidra, sé escanciarla con cierta agilidad: se trata de mi única contribución al folclorismo. Y lo de «cortar» la sidra por escanciarla me hizo mucha gracia. Ángel Tuto había heredado el asma de su padre, y sus altibajos contribuían a sus cambios de humor.
Tuto murió en 1967 y Neri, su mujer, no tardó en seguirle, en 1968. Entonces se hizo cargo del negocio la hija, María Dolores, que era profesora de un colegio, y con ella la línea de la casa cambió casi por completo.A finales de 1968 empezaron a entrar los estudiantes, a los que Tuto había mantenido a raya durante más de medio siglo, y la nueva propietaria quedó maravillada de aquella clientela hasta entonces desconocida, según le confesó a Arrones Peón: «Venían a tomar vino o sidra, a comer tortillas, pinchos, bocadillos. La afluencia en estos últimos años fue tanto o mayor que en los mejores tiempos. Además, esta clientela joven tuvo un comportamiento algo maravilloso: ellos mismos nos hacían las cuentas de sus consumiciones, por ayudarnos, y estoy segura de que ninguno evitó pagar un solo vino. Fueron verdaderamente admirables».
El edificio inmediato a Tuto hacía un martillo, avanzando sobre la acera, y allí estaba La Viuda de Basilio, a la que se descendía por un par de escalones. Había un escaparate con las maderas pintadas de rojo descascarillado y descolorido, y la barra estaba a la izquierda según se entraba, un poco por debajo de la calle. La especialidad eran las patatas bravas, las más reputadas de Oviedo, junto con las del Ovetense, con la diferencia de que las de La Viuda eran cocidas y con una salsa de tomate líquida muy picante, mientras que las del Ovetense estaban fritas y la salsa era de botella, más bien espesa. Por la barra corría el vino Tierra de León, aunque el blanco de la Nava verdaderamente bueno era el de Tuto, y la atendían dos mocetones pelirrojos, de manos grandes y dedos colorados y gruesos que, según el novelista Mariano Antolín, parecían «un puñado de pollas». La Viuda de Basilio era un lugar de paso, ya que no sólo lo frecuentaban estudiantes, sino la variada humanidad que atravesaba a todas horas la Escandalera, y en horas puntas la clientela se apelotonaba sobre la barra de tres en fondo. Al fondo había mesas y, más allá, un patio que daba a las traseras de la calle Fruela.
Dejemos para otro día el Bar Azul, llamado así porque tenía las maderas exteriores pintadas de azul, también descoloridas y desconchadas."
"Es una de las calles más antiguas de la ciudad. Nace en la Plaza Porlier, al igual que la Calle Mendizábal y la Calle Ramón y Cajal, desembocando en la Calle Uría. En su acera sur, en la esquina que forma con Ramón y Cajal, se ubica el Edificio Histórico de la Universidad de Oviedo; por su otra acera, cerca de su final, está el inicio de la Calle Pelayo, que junto a la Calle Uría, a la Calle Argüelles y la que nos ocupa, delimitan la Plaza la Escandalera.
En su origen comunicaba la iglesia y el Convento de San Francisco, en cuyo solar se emplaza desde 1909 el Palacio de la Junta General del Principado, con el centro de Oviedo; de ahí el nombre. Los estudiosos consideran que un documento fechado en 1290, por el que se vende al Concejo de Oviedo un huerto situado en el Campo San Francisco, podría referirse ya a esta calle; de 1525 es otro documento donde ya se la llama por su nombre actual, aunque esta denominación por entonces se alternaba con la de Calle del Campo (en alusión al Campo San Francisco)."
"El bar Azul, aunque inmediato a La Viuda de Basilio, pertenecía más a la plaza de la Escandalera que a la zona de la Universidad. A la Universidad lo devolvimos algunos estudiantes de comienzos de los años sesenta del pasado siglo, no sé si para bien o para mal. Para bien en algunas cosas y para mal en otras, porque como clientes debíamos resultar bastante pesados, sobre todo cuando empezamos a meternos en política con riesgo de meter al dueño en algún compromiso. El dueño se llamaba Manolo, era un hombre muy serio, con gafas, que solía situarse en un extremo de la barra, junto al escaparate que daba a la calle, y había sido oficial del Ejército antes de ocuparse del bar. Por entonces imaginábamos que los militares eran personas de orden, por lo que los que nos reuníamos allí diariamente, en ocasiones para conspirar sin disimulos, nos sentíamos protegidos por el rango militar de Manolo, y por otra parte teníamos el vago temor de que algún día se cansara de nosotros y nos pusiera de patitas en la calle. Pero Manolo hacía como que no reparaba en nosotros ni escuchaba nuestras discusiones, las más de las veces con voces imprudentemente altas; pero en alguna ocasión que nos «visitaron» con intenciones aviesas los jóvenes tarzanes de Defensa Universitaria, los precursores de los guerrilleros de Cristo Rey, los puso en la calle sin contemplaciones, y asimismo nos echó varios capotes muy importantes cuando la Policía acudía a interesarse por nosotros. Que conste aquí mi agradecimiento.
En la misma fachada a la plaza de la Escandalera del bar Azul se encontraban la tienda de ultramarinos de Cuesta y la heladería Italiana. La tienda de Cuesta, un poco oscura, era un mundo de olores. Aquel nombre de «ultramarinos» lo mismo que el de «coloniales», evocaba aventuras comerciales, factorías en la jungla y puertos exóticos con grandes cargamentos de barriles y cajas de madera amontonados en los muelles, negros medio desnudos y blancos vestidos de blanco con sombreros de jipi de Panamá (a diferencia de ahora, que son los blancos quienes andan medio desnudos, o lo más en camiseta) y las rápidas goletas de pulidas maderas y esbeltos palos con las velas resonando al viento de la ruta del té. Todavía en los años sesenta se estaba cerca de aquel mundo maravilloso del comercio y la aventura en que era posible el exotismo y nadie, ni siquiera el loco más visionario, hubiera imaginado el mundo de ahora de internet y teléfonos móviles. De hecho, uno de los grandes temas de ciencia-ficción era el futuro, pero a ningún novelista se le ocurrió prever internet, salvo a uno de los años noventa, en una novela muy mala.
Así como en los ultramarinos de Cuesta había muchos olores y colores, en la heladería Italiana predominaba el color blanco. Presentaba un cierto aspecto aséptico que contrastaba con el variable sabor de los helados, especialmente los de nata montada, que en rigor eran helados. Aquellos helados sabían a lo que anunciaba e indicaba su color -a vainilla, a fresa, a nata, a chocolate, a turrón, a «tutti-frutti»-, y en ningún caso sabían a hielo, como la mayoría de los helados de ahora. La plaza de la Escandalera es una de las mejores plazas del mundo, y como por ella pasa todo Oviedo, a veces tarda uno en recorrerla una hora o más. Conserva mucho de su espíritu primitivo, pero hace medio siglo el ambiente era mejor. Había casetas de madera y mucha animación los días de partido de fútbol o de corrida de toros, y todo aquel mundo de revendedores, limpiabotas, loteros, etcétera, recalaba tarde o temprano en el bar Azul. Sobre el nombre de la plaza se aventuraban varias historietas, pero en este caso, como en el del «desarme», se confundieron varios sucesos para ofrecer una explicación errónea. Incluso se acudió a la celebración de un mercado de escanda para derivar «escandalera» de escanda. Pero fueron dos sucesos distintos los que le dieron nombre: las violentas discusiones municipales que trascendieron al pueblo soberano por la alineación de la primera casa construida entre las calles San Francisco y Fruela y la gran manifestación del 27 de mayo de 1881 contra el trazado del ferrocarril de Pajares que se consideraba perjudicial para los intereses de la provincia, y que, según Tolivar Faes, «no tuvo nada de escandalosa, porque representaba la unánime opinión de la provincia». También representa la plaza de la Escandalera el irrenunciable instinto liberal de Oviedo, pues habiendo recibido los nombres de Veintisiete de Marzo, del General Ordóñez, de la República y del Generalísimo, siempre fue la Escandalera, lo mismo que el paseo de los Álamos no perdió ese nombre, aunque los intereses políticos lo bautizaron paseo del Príncipe (durante la monarquía), de Pablo Iglesias (con la República) y de José Antonio (con el franquismo). Ejemplo que debería haber seguido el actual Ayuntamiento, tan complaciente con la extrema izquierda como todos los de derechas, que entró al trapo de la «memoria histórica» para cambiar los nombres de los que ganaron una guerra por los de los que la perdieron. Bien estaría olvidarse de la guerra y rotular las calles con nombres de flores o de pájaros o, ya que vivimos en un país de muchas convulsiones y espectaculares cambios de criterio conforme cambie el viento político, con números: pero cambiar el rótulo del coronel Aranda por el de General Miaja, además de estúpido es, sencillamente, indigno.
Volvamos al bar Azul a tomar un vaso de vino blanco si no hemos comido, o de vino tinto si estamos a primeras horas de la noche, antes de la cena. En la fachada había un escaparate al lado de la puerta, con las maderas de ambos pintadas de azul: un azul palidecido por la lluvia y descorchado por la humedad y los cambios de temperatura. En el escaparate solía haber algunas botellas polvorientas con etiquetas que amarilleaban.
Daba la impresión de que muchos de los bares de Oviedo que tenían escaparate -La Viuda, La Perla, Casa Manolo, etcétera- los destinaban a mostrar los productos que no deseaban vender. Pero el del bar Azul llegó a contar con un atractivo realmente extraordinario: una gran trucha dentro de un frasco de formol con una pulsera de plástico rojo en el lomo. Se conoce que alguna garrida moza fue al río a mojar los brazos, perdió la pulsera (que, como he dicho, era de plástico rojo) y, descendiendo por las aguas, se enganchó en una trucha que pasó por ella como si fuera un león de circo por el círculo de fuego. Y como la trucha fue creciendo, la pulsera pasó a formar parte de su anatomía hasta que fue pescada para sorpresa del pescador, que en lugar de comerla frita con tocino y jamón, prefirió su exhibición en un lugar público. Era una trucha enorme, una trucha verdaderamente espectacular, y con el tiempo el formol fue tomando una coloración parduzca que transmitió a la trucha. Entonces trasladaron el frasco al interior del bar, a la estantería situada detrás de la barra, de manera que quien quisiera ver la trucha con pulsera, que entrara y consumiera.
El bar era lugar de reunión de pescadores y cazadores, por lo que las paredes estaban decoradas con algunas piezas de caza. La barra se encontraba a la izquierda según se entraba y era alta y con azulejos de tonos azules, como no podía ser menos. Al fondo, el local se ensanchaba un poco y había mesas en las que se jugaban partidas por la tarde. Del final de la barra partía una escalera hacia un altillo que en otro tiempo se había utilizado como comedor, ocupado por cuatro o cinco mesas y una lavadora fuera de funcionamiento. Aun así, la lavadora era importantísima, pues muchas veces iban a vernos individuos activos del PC, como Areces, Alfredo Mourenza, Feito el cubano o Miguel Ángel del Hoyo, y de paso que bebían una botella de vino con los que formábamos allí tertulia, metían en la lavadora toda clase de propaganda clandestina, incluido el «Mundo Obrero», sin que nosotros nos enteráramos y, lo que es peor, sin avisarnos. No me extraña que Areces, siempre que me ve, se acuerde del bar Azul.
Con nosotros hacía tertulia el enorme perro lobo de la casa, muy circunspecto y atento, aunque según el inolvidable Pífalo a veces se ponía «bolifero». El vino era corriente, pero los bocadillos de calamares fritos eran de categoría, con el pan impregnado en su grasa y el rebozado de los calamares suave y crujiente. La cocina sólo servía bocadillos y tapas, y se encargaba de ella la mujer de Manolo, que era gorda, amable y con gafas. Tenía como ayudante a una mujer grande y de carácter estupendo, natural de Lorenzana de Galicia, que tenía un eterno novio limpiacristales, más pequeño que ella y, según Miguelito Novo, «algo pigarra», habitualmente sin afeitar (lo que agraviaba a la de Lorenzana), pero que nunca se olvida de llenar los escasos cabellos peinados hacia atrás con toda la gomina que sobró del tango. No he terminado de contar todo lo que recuerdo del bar Azul. Lo dejo para un artículo de la serie «De transición y copas».
"Rialto, para muchos, seguro que no necesita carta de presentación, pero, por si acaso, vamos a ponernos en situación. Se trata de una confitería que tenemos en Oviedo a donde muchos carbayones (habitantes de Oviedo) acuden a comprar pasteles y no hay turista que se resista a las Moscovitas, su producto más afamado.
En la calle San Francisco (Oviedo), bajo el cartel de Confitería Rialto, se puede leer “desde 1926”, sin embargo, tenemos que remontarnos unos años antes para contar los inicios de la reputada confitería. A día de hoy, por el negocio pastelero, han pasado cuatro generaciones, pero fue el bisabuelo de la familia Gayoso quien comenzó la andadura.
Podrías estar pensando que un local como es Rialto y con un producto tan arraigado a Oviedo como son las moscovitas nació en la capital asturiana, pero esto no fue así. Rialto emerge en Luarca como confitería, villa con gran prestigio pastelero, aunque lo hace con otro nombre, “Confitería Gayoso”, y una vez que se traslada a su ubicación actual es cuando se bautizará como “Confitería Rialto”, nombre que ha perdurado hasta nuestros días.
El actual gerente es Francisco Gayoso, cuarta generación en el negocio, pero todos han tenido su importancia en la historia del establecimiento. Si bien el bisabuelo inicia el negocio, es el abuelo de Fran el que lo traslada a Oviedo y con quien se empaquetan por primera vez las cajas de moscovitas".
Foto: Moscovitas de Rialto |
"Las Moscovitas son unas pastas de almendras muy finas, recubiertas de chocolate que se comen solas. No sabría explicarte con palabras a qué saben, pero es una experiencia que debes probar (si no lo has hecho ya). Eso sí, ten cuidado porque una vez que empiezas no podrás comerte solo una.
¿y cuál es su origen?
Cada día en el obrador de la calle San Francisco se elaboraban diferentes tipos de pastas de té que se vendían en la confitería. Entre estas bandejas se encontraban las famosas pastas de chocolate. Poco a poco los clientes empezaron a interesarse por ellas y pasaron a ser la joya de la corona. Viendo que los usuarios llegaban a Rialto y en vez de pedir una caja de pastas variadas, únicamente solicitaban las Moscovitas, el abuelo del actual propietario se animó a empaquetar cajas que contuvieran solo ese dulce. La idea fue acogida con mucho éxito y llegó para quedarse. Desde entonces las cajas de Moscovitas no solo se venden, sino que se despachan solas.
Seguro que llegados a este punto estarás pensando, ¿Cuál es el secreto mágico para que estén tan buenas?
No te voy a negar que personalmente desconocía cómo era su producción. Han sido muchas veces las que he podido disfrutar de una caja de Moscovitas, pero nunca pensé que su secreto no fuera únicamente la relación de ingredientes, sino la forma de elaborarlas. Cuando nos lo han contado nos hemos quedamos realmente sorprendidos, así que si quieres conocer el secreto mejor guardado sigue leyendo.
Si quieres hacer Moscovitas no necesitarás más que chocolate, almendra marcona, nata, un poco de harina y azúcar. Su elaboración es completamente artesanal y se hacen a mano cada día en el obrador que tienen a las afueras de Oviedo.
¿¿¿A mano???
Con la cantidad de cajas que se venden diariamente, es lógico pensar que la producción se realizase con máquinas, sin embargo, es todo lo contrario. La mezcla de almendra y azúcar se dosifica con una manga pastelera y posteriormente se unta el chocolate con una espátula.
Muchos han probado la receta, ya sea en casa o en otros obradores, y existen muchas pastas parecidas, pero ninguna como la original, que está patentada desde hace bastantes años. Sin duda la experiencia de lustros y el cariño que le ponen a las Moscovitas las hacen únicas."
"Nacieron en el obrador de Rialto, una confitería situada en el centro de Oviedo, casi a la sombra de La Catedral. Finísimas, hechas de chocolate y almendra, son un sueño goloso que hace que su escaparate tenga siempre a un grupo de mirones plantado delante. Las moscovitas son las pastas más conocidas de la ciudad y actualmente están viviendo todo un boom. Pese a su fama, todavía mantienen cierto halo de misterio y la gente se sigue preguntando de dónde viene su nombre o cuál es su ingrediente secreto.
La empresa que las inventó aún las fabrica y las comercializa. Las suyas son las verdaderas y, de hecho, tienen el nombre comercial registrado desde hace casi medio siglo: otros pueden hacerlas, pero no son “las auténticas”. Francisco Gayoso es el actual responsable de este negocio familiar, que ya va por la cuarta generación. Su bisabuelo lo empezó en Luarca, un pueblo del oeste asturiano, en 1926 y en los años cuarenta su hijo comandó la expansión.
“Mi abuelo dio el salto a Oviedo al ponerse al cargo. Se vino con su maestro confitero, su jefe de obrador”, explica su nieto. “Mi padre las llevó a Madrid antes de retirarse porque muchos clientes de la casa vivían o tenían familia allí y cada vez había más demanda, así que abrimos un punto de venta en el centro. Cuando me puse a trabajar con él intenté que el producto fuese cada vez más conocido en la capital y después vi la oportunidad de poner corners o encontrar tiendas gourmet que pudiesen venderlas en más sitios de España”.
Una de las leyendas que circula por ahí es que las moscovitas contienen un ingrediente secreto que las hace especiales y adictivas. Pero las normas, aunque necesarias, son casi siempre aburridas y acaban con la emoción del secreto: hoy en día cualquier persona puede saber de qué están hechas, ya que lo pone en la etiqueta de las cajas.
“Durante mucho tiempo y mientras mi padre trabajaba -se jubiló hace cuatro o cinco años- es verdad que no se sabían todos los ingredientes que se le ponía a las moscovitas porque en pastelería, en cocina, todo se copia. Ahora, por temas de Sanidad y desde que vendemos fuera de nuestra pastelería, al ir envasadas es obligatorio poner la composición. Incluso el porcentaje de grasas, de aceite, todo”.
¿Y cuáles son? “En mayor porcentaje está elaborada con cobertura de chocolate y almendra Marcona. Compramos esa almendra que es del Levante, de la zona del Mediterráneo y no la americana que es más barata pero tiene otra calidad. Esos dos ingredientes hacen casi el 80% del producto. Luego llevan nata líquida para ligarlos, algo de azúcar y un poco de harina de trigo, lo que impide que puedan comerlas celiacos. Ese es uno de nuestros retos ahora, intentar ofrecer un producto que esté rico pero sin gluten”.
Desde Rusia con amor
Sobre su origen también circulan varias historias. La mejor es la de la epopeya del niño de la guerra que regresó a Asturias desde la Unión Soviética: en su maleta portaba una matrioska que dentro traía un papel con un escrito en cirílico que -¡oh, sorpresa!- resultó ser la receta. El relato parece improbable pero, ¿quién no querría creerse semejante peliculón?
De nuevo, la realidad se carga la leyenda: Gayoso explica que para el octogésimo aniversario de la confitería hicieron una edición limitada de cajas con forma de matrioska que incluían ese relato en su interior. “Ponía que era un cuento para que no hubiese duda, pero luego la gente fue colgando cosas en Internet y bueno, la historia se fue difundiendo por ahí. También sorteamos un viaje a Moscú que ganó una mujer de Madrid”.
La familia no sabe nada en concreto de su origen. “Alguna de las historias que surgen en el obrador entre los pasteleros son rocambolescas y no les damos mucho crédito. El nombre ya está en libros de pastelería de los años cincuenta y un pastelero que estuvo en la casa con mi abuelo escribió un recetario en el que venía el nombre de 'moscovitas'. Sabemos que ese maestro sí estuvo en Rusia, pero fue en la época de la guerra y no creo que nadie tenga un recuerdo de eso como para ponerle nombre a un dulce. O bueno, no lo sé”.
Hay que fiarse siempre de las señoras
Tienen el criterio afinado por los años de experiencia y saben lo que es bueno. De hecho, las responsables del despegue al éxito de las moscovitas hace medio siglo fueron las señoras ovetenses de bien, que acudían a Rialto con sus perlas, sus cardados lacados, sus abrigazos y sus manicuras. “En Luarca se vendían especialidades de hojaldre, que se siguen haciendo, pero las moscovitas se empezaron a hacer con mi abuelo. Había una bandeja de las típicas pastas de té variadas y entre ellas estaba esta, que fue ganando protagonismo poco a poco. Había clientas -porque sobre todo eran mujeres-, que pedían solo esta pasta y no querían las demás”, recuerda.
Tanto triunfaron que se salieron de la bandeja para tener su propio lugar en el escaparate. El padre de Francisco Gayoso fue el que decidió ponerlas en cajas y en un formato de regalo. “De aquella no era muy habitual, ahora ya es normal vestirlo todo con mucho lazo, mucha caja. El cliente pedía y nosotros íbamos casi a su ritmo, no porque se le hiciesen planes de márketing o de promoción”, asegura su hijo.
De los cinco maestros que tenía su abuelo en el obrador de confitería pasaron a ocho con el padre y actualmente tienen a 27. En plantilla trabaja medio centenar de personas, y acaban de abrir un segundo obrador porque en el original de la calle San Francisco -que también tiene un salón para comer allí- ya no caben. La mayoría son oficiales de confitería, porque estas pastas se hacen a mano. “Nuestras moscovitas no van en moldes, no se fabrican en serie, no se bañan con máquinas. Se hacen con espátula una a una. No hay maquinaria, es la persona”.
De Oviedo a Nueva York pasando por Arteixo
Las moscovitas pueden presumir de haber llegado hasta la Gran Manzana, aunque haya sido de manera anecdótica. Gayoso lo explica con tono divertido. “Las navidades pasadas nos fuimos a Nueva York de la mano de una empresa de españoles, Despaña. Tenían tiendas en el Soho, en Queens… y fuimos de aventura, pero ya está. A nivel internacional vendemos muy puntualmente porque con nuestra forma de elaborarlas no podemos aumentar la producción. Es un producto sin conservantes ni estabilizantes, así que dura lo que dura: unos tres meses”.
A donde sí han llegado es a la tierra de Amancio Ortega, que posiblemente las haya probado alguna vez, por lo menos si él también recibe la cesta de Navidad de su empresa. “Hace dos años nos llamaron de Inditex. Yo al principio pensé que era broma. Vino un señor ya mayor hasta aquí a negociar y las pusieron en las cestas de Navidad del personal de España. ¡60.000 empleados! Les hicimos un formato de bolsita de 100 gramos. Luego el de una tienda gourmet de Sevilla me dijo que le estaba yendo gente del Zara a por moscovitas. Y de algún sitio más. Este año las volvieron a encargar otra vez. No sé cómo llegaron a conocerlas, porque el señor me dijo que venía ‘de arriba’, pero no sé de qué nivel. Comentó que es que querían nuestras pastas y que había tenido que buscarnos por Internet”.
¿Comerán moscovitas nuestros nietos?
En los códigos de comunicación que se dan a través de la gastronomía, el papel de este dulce es cosa seria. Cuando una persona obsequia a otra con moscovitas, no solo ofrece un lujo para el paladar sino que también demuestra afecto, beneplácito o ganas de agasajar: el kilo cuesta 50 euros, así que la simbología es fácil de interpretar.
El actual responsable de Rialto se crió en la confitería de Oviedo, y ha visto a clientes crecer a la vez que él. “Había personas -ahora ya fallecidas-, que me decían que su bautizo había sido allí, cuando estaba mi abuelo. Por lo visto de aquella era habitual celebrarlo con un desayuno. Y bodas también; a esos señores les traían de pequeños y luego ellos veían a su vez con sus hijos o sus hijas y después con sus nietos. Llegué a ver mesas en el salón de té donde estaban las cuatro generaciones. Normalmente mujeres: la bisabuela, la abuela, la hija y la nieta. Y, curiosamente, la que insistía en ir era la nieta, que quería tomar unas tortitas de chocolate o coger moscovitas”.
Sin embargo, el mercado tiene un ritmo trepidante y nadie asegura que las tradiciones vayan a mantenerse en el futuro, aunque Gayoso tiene una visión optimista. “En las reuniones del gremio de artesanos confiteros -que es el nuestro aquí en Asturias-, todo el mundo se queja de que la pastelería ya clásica no se valora, no hay tanta clientela... y es cierto. Pero yo sigo creyendo que se pueden vender menos pasteles, menos bollería artesana frente a la industrial, pero siempre va a haber un mercado para estos pequeños detalles o esos regalos gourmet. O eso espero”.
"Para los que no conozcan el local, Rialto no es solo una pastelería, pues dispone también de servicio de cafetería. Cruzando la zona de venta, al fondo del local, darás con el salón de té. Un viaje en el tiempo te llevará a otra época, un tiempo en el que acudir a la merienda era todo un acto social y todavía se respira esa esencia en el salón. Los manteles rosas visten las mesas, mientras los clientes se sientan a desayunar con calma un día de semana o acuden a tomar un pastel a media tarde.
Es sorprendente cómo, con la cantidad de nuevas cafeterías que hay en Oviedo, siempre está completa la sala. Seguro que si nos lees desde Oviedo, independientemente de la edad que tengas, podrías contarnos alguna vivencia personal o algún recuerdo que tengas en el salón.
¿Te animas? ¿Qué es para ti Rialto?
¡Venga empiezo yo!
"Rialto sabe a milhojas los domingos especiales, esos en los que un buen menú requiere un postre que esté a la altura. Separar las capas y rechupetear el merengue que se sale por las esquinas es un placer para los sentidos.También es la merienda de Jueves Santo después de los oficios. Mamá siempre nos lleva tomar un café con pastel como ya hacía su madre antes con ella.Son los desayunos, con calma, de croissant, café y zumo los días de semana en los que no hay que ir a trabajar".
Rialto no son solo pasteles y azúcar en vena, sino que son sensaciones y vivencias de los ovetenses.
Es curioso la cantidad de turistas que visitan la ciudad y acuden en masa a comprar el dulce para llevarlo de recuerdo y compartirlo en casa cuando finaliza el viaje.
Hablándolo en la visita, nos comentaban que los mejores embajadores de la Moscovitas son los propios asturianos y el boca a boca. No sé si a ti también te ha sucedido, pero cuando estás de viaje y curioseas en alguno de los escaparates de la ciudad o encuentras una tienda gourmet y ves una caja de Moscovitas siempre terminas pensando: “¡mira, moscovitas!” Puede parecer una tontería, pero es un arraigo a la tierra, algo que nos recuerda el sitio que nos vio nacer.
Los que estamos aquí viviendo igual no lo valoramos tanto, pero los que no residen en Oviedo y están más lejos, en muchas ocasiones, era algo que siempre terminaban comprando para llevar cuando venían de visita o pedían a alguien que les mandase una caja cuando sentían “morriña”. Este hecho fue algo que hizo que desde la confitería se plantearan darle una nueva vuelta de tuerca al negocio. De esta manera llegó el envío a toda España, pero no fue un camino de rosas. Las pastas son muy finas y el traqueteo del viaje hacía que llegasen hechas añicos. Esto fue mejorando con el tiempo y llegó la expansión a la capital con su sucursal en Madrid y a otros puntos de distribución a lo largo de España. De esta manera siempre es más fácil tenerlas cerca sin tener que ir hasta la calle san Francisco.
¿Hay algo más allá de las moscovitas?
Si has llegado hasta aquí te habrás dado cuenta que las Moscovitas son las grandes favoritas, pero no todo es Moscovitas en Rialto ya que tiene mucho más que ofrecer.
Es complicado competir con ellas, pero en el mostrador se despachan muchísimas más cosas. Los turistas se las llevan en masa, pero también le hacen la competencia los carbayones, otro de los dulces con gran arraigo a Oviedo.
La bollería es el plato estrella de los desayunos y los milhojas y las palmeras los preferidos de los que eligen un buen hojaldre. Desde hace unos años, a los pasteles tradicionales, se les han unido los especiales. Son unos pasteles más cremosos que entran por los ojos desde el minuto número uno. Quizás sean la moda de lo más visual, pero son los preferidos de los más jóvenes. Estos son la versión petit de las tartas que puedes encargar diariamente. Así que si no sabes con cual quedarte siempre es un gran plan hacer una cata previa.
Y ahora te estarás preguntando,
¿dónde se produce tanta cantidad de dulce?
El primer obrador de la casa está en el primer piso de la confitería. En él se empezaron produciendo todos los productos que se vendían en la Confitería, sin embargo, con el crecimiento del negocio familiar, este empezó a quedarse pequeño y tuvieron que buscar nuevas alternativas.
Francisco, el gerente actual, se aventuró a crear un obrador (mucho más grande que el inicial y con una gran inversión) únicamente para la fabricación de Moscovitas. De esta manera el obrador de la confitería quedó para la producción de resto de productos, mientras que las Moscovitas se elaboran en una nave a las afueras de Oviedo.
Rialto y sus números
Cuando nos cuentan todos estos detalles siempre tendemos a pensar que la producción es muy grande y que se venden muchos pasteles a lo largo del día, pero ¿te atreverías a ponerle números?
¿Cuántas moscovitas se producen en un día? ¿y pasteles?
¿cuántas personas trabajan en el obrador?
Las Moscovitas se van colocando en una bandeja con la manga pastelera y posteriormente introducidas en un carro. Un día normal, se elaboran 60 carros. Cuando se empezó su fabricación, lo normal, era hacer un solo un carro. Menudo cambio, ¿verdad?
¿Y eso cuántas son? Pues te sorprenderá saber que a lo largo del día hacen un total de 57000 Moscovitas.
Si hablamos de pasteles, se elaboran unos 1000 diarios.
No sé a ti, pero nunca pensé que las cifras pudieran ser tan grandes."
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