La Escandalera con calle de San Francisco en primer término y la calle Uría a la izquierda |
Esta es la Plaza de la Escandalera, un lugar muy singular que hay que conocer en el corazón de la ciudad de Oviedo/Uviéu, capital de Asturias, pues es este extraordinario rincón conviven, en un mismo enclave, la vorágine del tráfico y las prisas de la urbe, con su continuo tránsito de gentes que corren y cruzan y de vehículos que paran y arrancan, ante los semáforos que regulan la circulación, con la placidez de los paseos por el casco antiguo, a escasos metros de la catedral de San Salvador y del Edificio Histórico de la Universidad
Calle San Francisco, La Escandalera y al fondo el Paseo de los Álamos y Campo de San Francisco |
La Escandalera se encuentra asimismo al lado del parque del Campo de San Francisco, el gran pulmón verde ovetense, del Paseo de los Álamos y la calle Uría, por donde creció la ciudad desde su núcleo medieval amurallado y sus arrabales de El Campo, actual calle de San Francisco, hacia el oeste, a partir de mediados del siglo XIX y, sobre todo, desde la inauguración de la Estación del Norte en 1874, al final de la citada calle Uría, símbolo de la llegada del ferrocarril que, con las nuevas carreteras, transformó las comunicaciones exteriores e interiores de la ciudad, que creció en poco tiempo donde había caseríos y pequeñas aldeas, rodeadas de campos (El Campo) y tierras de labor, relegando a los viejos caminos reales, que pasaron aquí a incorporarse al callejero urbano, enlazando las nuevas vías principales, ejes comerciales de la nueva gran ciudad, con el centro histórico, El Antiguo
Calle de San Francisco desde el cruce con la calle Uría en La Escandalera, al fondo la torre catedralicia |
La misma calle de San Francisco, que comunica La Escandalera con la catedral, fue la antigua calle del Campo, antiguo arrabal extramuros donde se construyó, entre los siglos XVI y XVII, la Universidad de Oviedo, el citado Edificio Histórico, a partir de la Puerta del Campo de la desaparecida muralla o cerca, reforzada en este lugar por la Fortaleza de Oviedo, El Castiello, de Alfonso III El Magno, sita donde ahora está la actual Plaza de Porlier, a medio camino entre la catedral y La Escandalera
Carteles y furgonetas de veteranos prestigiosos negocios hoteleros y hosteleros, de los que nos ocupamos en la entrada de blog dedicada al Edificio Histórico de la Universidad, simbolizan el crecimiento urbano experimentado en el ensanche urbano ovetense a lo largo de esta calle, vinculada desde antiguo al también desaparecido convento de San Francisco, que dio asimismo nombre al parque, leemos así en la Enciclopedia de Oviedo:
"Es una de las calles más antiguas de la ciudad. Nace en la Plaza Porlier, al igual que la Calle Mendizábal y la Calle Ramón y Cajal, desembocando en la Calle Uría. En su acera sur, en la esquina que forma con Ramón y Cajal, se ubica el Edificio Histórico de la Universidad de Oviedo; por su otra acera, cerca de su final, está el inicio de la Calle Pelayo, que junto a la Calle Uría, a la Calle Argüelles y la que nos ocupa, delimitan la Plaza la Escandalera.
En su origen comunicaba la iglesia y el Convento de San Francisco, en cuyo solar se emplaza desde 1909 el Palacio de la Junta General del Principado, con el centro de Oviedo; de ahí el nombre. Los estudiosos consideran que un documento fechado en 1290, por el que se vende al Concejo de Oviedo un huerto situado en el Campo San Francisco, podría referirse ya a esta calle; de 1525 es otro documento donde ya se la llama por su nombre actual, aunque esta denominación por entonces se alternaba con la de Calle del Campo (en alusión al Campo San Francisco)".
"La elaboración del proyecto (1936) respondió a la voluntad de ofrecer una visión abierta y cosmopolita que el gobierno de la II República intentaba fomentar entre la sociedad española; de ese modo, se proyectó un edificio que en su apariencia externa obedecía a un deseo escenográfico y expresionista, y que recordaba a los rascacielos americanos aunque a pequeña escala; sin embargo, la distribución interior responde al modelo de vivienda burguesa típica de la época. Debido a la Guerra Civil, su construcción no se inició hasta el final del conflicto en 1943. Para entonces, los criterios estéticos del nuevo régimen habían cambiado con respecto a los que habían guiado el proyecto original, lo que hizo que el edificio fuera considerado como una excentricidad.
Resuelve la esquina entre las calles San Francisco y Fruela, y se abre hacia el parque de San Francisco, que actúa como jardín urbano. En la composición volumétrica del edificio coexisten dos escalas distintas: el cuerpo más elevado en esquina establece un diálogo con el parque y constituye un hito urbano, mientras que los cuerpos laterales más bajos resuelven la entrega del edificio con su entorno. El conjunto está resuelto con un solo material en dos únicos tonos, que transmite una imagen de enorme calidad, sutileza y fuerza expresiva. Hace uso de un elemento novedoso en la época, como era el muro cortina, para transmitir una imagen de edificio cosmopolita y moderno. En este caso, la técnica constructiva adquiere un importante papel en el proyecto, ya que supera el mero hecho constructivo para servir de apoyo fundamental a la idea generadora.
En la composición se observa una de las características del racionalismo que se adoptó en Asturias: el uso del lenguaje moderno en convivencia con los valores clásicos. Esto se refleja en la distribución interna de las viviendas, que son del estilo burgués de la época, con una escalera curva principal, pero que incorporan elementos modernos como, por ejemplo, la espectacularidad resultante de la ubicación del salón, como pieza más representativa de la casa, en diagonal con el acceso principal".
"Curvando y esquinando sus miradores acristalados, rodeado por el Gobiernín, el campo de San Francisco, la calle Uría y la plaza con nombre de dudoso origen ¿la escandalera allí montada ante la pretensión de salvar Pajares usando un limitado ferrocarril de cremallera o sencillamente porque se vendía escanda? el Termómetro, terminado en 1944, destaca como uno de los mejores edificios del primer vanguardismo cosmopolita carbayón. Por esa razón, tras superar las décadas de los sesenta, setenta y ochenta, cuando la piqueta privó de tantas bellezas arquitectónicas a la capital del Principado, cuenta con su correspondiente catalogación monumental y ninguna guía medianamente completa se olvida de glosarlo.
Pues su bajo y entresuelo, con terrazas abiertas a las calles Fruela y San Francisco, los ocupa esta Corte de Pelayo desde que el decorador Jesús Martínez, la empresaria Concha Suárez, y Lorena, la hija de ambos, apostaran con entusiasmo por la hostelería. Jesús deseoso de decorar sus propios locales después de muchos ajenos, Concha abriendo caminos nuevos que suponía más sociales y sabrosos que la construcción o la ingeniería, y Lorena por vocación y convicción hasta convertirse, casi adolescente y sin abandonar estudios, en gerente responsable. Así sigue, acompañada ahora por su marido Héctor, cangués del Narcea y futbolista crecido en el bar familiar.
Comenzaron con el café El Colonial, en Las Salesas, que mantienen; luego tomaron bajo su responsabilidad el Pelayo, centro de innovaciones culinarias fundado por José Menéndez el Rey y María Pedregal a comienzos del pasado siglo; pero el derribo total de los interiores detuvo su nuevo despuntar con la Q de calidad y la entrada en Mesas de Asturias. Y ya que la tradición asumida exigía una continuidad igual de noble, trasladaron no sólo al rey, al rey con toda su corte, donde antes estaba el Banco Popular.
La decoración de Jesús parte de los cafés parisinos con una cálida combinación de mármol, madera, piedra y objetos clásicos sin interrumpir las claras vidrieras que convierten en mirador ancho y abierto cualquier asiento. Abajo se puede optar por una selección de vinos a combinar con docenas de esmerados pinchos;arriba, los dos salones según la calle vista, el Fruela y el Uría, dejan la regia rotonda para quienes lleguen en el momento adecuado y permiten variadas elecciones que el comensal sabrá apreciar desde el enunciado a la degustación: el tataki de atún con crema de aguacate, la ensalada de rape braseado y sopa de almendras, el lomo de rape a la sartén con salteado de chipirones, la merluza del pincho en su caldereta, el bacalao con pisto de tomates y vieira, la paletilla de lechal a baja temperatura, el pitu de caleya a la antigua, el solomillo de xata al foie con vino de Cangas
Domina, pues, el clasicismo, la modernidad dispone de ancho asiento, y por eso nos recuerda más bien a la corte de Alfonso II o de Ramiro I.
Y nos queda no mencionar, rendir culto al cachopo llariegu, kilométrico, pantagruélico, crujiente de panco y jugoso de queso de cabra, jamón ibérico, lacón ahumado casero, pimientos, espárragos y salsa de pitu, mejor cachopo de Asturias en el I concurso de tales, aún no cumplido el año ni fallado el II concurso:¡Ya lo quisiera la histórica corte de Pelayo entre tantos nabos con jabalí!"
"Son varias las teorías existentes en torno al nombre de la popular plaza de la Escandalera, en Oviedo. Situada entre el centro histórico y el centro comercial de la ciudad, ha sufrido diversas modificaciones estructurales y de denominación. La plaza fue reconocida por primera vez con el nombre de Plaza del 27 de Marzo, y no fue hasta 1979 cuando el pleno municipal acordó reconocer oficialmente el nombre de la Escandalera, por el cual era conocida popularmente muchos años atrás.
Una de las historias que rodean este nombre surge de los escándalos producidos por las manifestaciones celebradas el 27 de marzo de 1881 en el lugar contra los proyectos de trazado del ferrocarril en el puerto de Pajares. Sería aquí el momento en el que comenzaría a conocerse la plaza como la Escandalera, aunque oficialmente fue bautizada ese mismo año como plaza de 27 de Marzo, en conmemoración a estos actos.
Otras teorías afirman que el nombre proviene de los escándalos, pero no concretamente de los producidos por ninguna manifestación. Entre 1776 y 1925, junto a lo que hoy es la plaza, se situaba la cárcel de mujeres La Galera. Los ruidos que se escuchaban desde el exterior podrían haberle puesto nombre a la plaza.
Otras dos versiones relacionan el nombre a la existencia de un mercado en el lugar. La primera afirma que el término «Escandalera» proviene del escándalo formado por el gentío que allí se reunía. La segunda, cuenta que el nombre deriva de «escanda», dado que en este mercado vendía este cereal. También relacionado con esta última versión surge la cuarta teoría. Sería en esta plaza donde las mujeres esperaban a ser contratadas para recoger escanda en los campos de trigo situados en las faldas del monte Naranco. Estas mujeres serían conocidas con el nombre de «las escandaleras».
Pero la interpretación más fiable es la que afirma que el actual nombre de la plaza alude a las acaloradas discusiones que se sucedieron entre la corporación municipal y la prensa local a finales del siglo XIX, con motivo de la alineación que pensaba darse a la primera casa construida en la esquina de las calles de San Francisco y Fruela.
Sea como fuere, el nombre de «Escandalera» se ha popularizado entre ovetenses y asturianos desde aquel entonces, dejando a un lado todos aquellos cambios que se han ido sucediendo. Tras plaza de 27 de Marzo, el lugar fue bautizado como General Ordoñez en 1924, República en 1931, y Generalísimo en 1937, el cual se mantuvo hasta 1979."
"Cárcel de mujeres para delitos menores, las penas graves se cumplían en Valladolid, instalada en Oviedo desde 1776 hasta 1925. Se levantaba en el Campo de la Lana, por donde hoy pasa la Calle Argüelles, en el borde superior de la Plaza la Escandalera. Según reza la inscripción de su frontón, conservada en el Museo Arqueológico del Principado de Asturias, su construcción fue costeada por el obispo de Oviedo Agustín González Pisador, sufragando la Real Asociación de la Caridad el recrecimiento del primitivo edificio mediante el añadido de un piso en 1832. Permaneció en pie, aunque en estado ruinoso, hasta 1925.
En 1838 el Ayuntamiento de Oviedo propuso trasladar la cárcel al Convento de Santa Clara con el fin de urbanizar el espacio de la actual Plaza de la Escandalera; el proyecto fue aprobado por la Diputación provincial de Oviedo y remitido al Gobierno de la Nación, pese a lo cual no llegó a realizarse."
Foto: Todo Oviedo |
"Este establecimiento estaba situado extramuros aunque no lejos de la cárcel de La Fortaleza, intramuros, y surge por idea del regente de la Audiencia marqués de Risco, que propone su construcción en 1738. Su verdadero impulsor fue el obispo don Agustín González Pisador, que donó 50.000 reales para la construcción de la planta baja, en 1776, con el fin de recluir a «mujeres de vida licenciosa», en palabras de Madoz. Allí recluían también a las que habían cometido delitos menores, ya que las que tenían condenas largas eran enviadas a la prisión de Valladolid. Dado que en Asturias había pocas cárceles para mujeres, la mayoría de las asturianas se alojaban aquí. El edificio tenía buenos ventanales, con refuerzos de piedra, y por ello estaba bien ventilado, pero tenía mucha humedad, por pasar cerca el arroyo de las aguas de toda la parte alta. Por ello, y por su mala distribución, propone el regente don Lorenzo Gota edificar una nueva planta, mejor distribuida y más sana, lo que se hace con donativos de algunos ovetenses sensibilizados con la miseria de las pobres mujeres que malvivían en la Galera. Esta nueva planta se terminó en 1832 y los datos y las fechas de su construcción fueron esculpidos en una lápida que coronaba la fachada principal hasta su demolición y que ahora se conserva, como tantas ruinas de nuestro pasado reciente, en el Museo Arqueológico. Dice así la lápida: «Para reclusión y corrección de mujeres, el ilustrísimo señor obispo Pisador fabricó el piso bajo, año 1776. La Real Asociación de Caridad el alto, 1832».
La fachada, muy del XVIII asturiano, con puerta reforzada y balcón principal sobre ella, con los muros encalados, escondía con empaque casi palaciego su triste cometido y lo inadecuado de su interior, que, según Canella, «resulta mal distribuido y poco a propósito para su objeto».
En 1838 ya se propone trasladar las cárceles, tanto la de la Fortaleza como la de la Galera al Convento de Santa Clara. Finalmente la Cárcel Fortaleza de Porlier se usará hasta 1905 y la Galera tendrá un uso aunque ya casi residual hasta 1915".
"La ermita fue erigida en la primera mitad del siglo XIII, muy posiblemente con fondos de la familia de la Rúa, y estaba bajo la advocación de Santa María, aunque posteriormente pasó al patrocinio de María Magdalena. Se conserva una Real Cédula expedida en Burgos por Fernando III en 1234, por la que el Concejo ovetense era compelido a reunirse en ella. Delante del templo existía una explanada en la que, desde fechas anteriores a 1274, según se colige de las ordenanzas municipales de ese año, se celebraban mercados".
"El Campo de la Lana fue hasta la primera mitad del siglo XIX un núcleo rural con profusión de hórreos, situado extramuros entre el Socastiello, actualmente Calle San Juan, hasta el cubo de la Fortaleza, zona conocida como Traslacerca –ver: Calle Jovellanos-, y la Magdalena del Campo –ver: Calle Pelayo-.
Su denominación hace referencia al mercado de lana que aquí se celebraba durante las ferias de la Ascensión y de todos los Santos; desde 1730 comienza a celebrase aquí también el mercado de la leña.
Aquí se situaba el Colegio de San Pedro, conocido como colegio de los verdes por el color de la insignia que portaban sus alumnos, institución fundada 3n 1593 por el canónigo Pedro Suárez para acoger a estudiantes de la Universidad de Oviedo, entonces en construcción. Con la desamortización el Colegio empezó a perder residentes siendo finalmente sustituido por el Instituto Nacional de Previsión.
La demolición del cubo de la Fortaleza hacia 1783 mejoró notablemente las comunicaciones del Campo de la Lana posibilitando su desarrollo urbano."
Desde la escultura Asturcones vamos a seguir hasta el cruce de la calle de San Francisco con Fruela y Uría, viendo siempre al fondo las arboledas del Campo San Francisco, antiguo bosque del convento de este nombre y que constituía el límite de la ciudad antes del ensanche, el cual pasó al Ayuntamiento tras la desamortización eclesiástica, haciéndose de él un gran jardín botánico, del que nos dicen, también en la Enciclopedia de Oviedo, lo siguiente:
"Se contabilizan 127 especies diferentes de árboles y arbustos, a los que se agregan otras 23 variedades de cultivos. Las especies arbóreas predominantes son el roble, el castaño y el negrillo (olmo).En 1865 un vendaval arrasó una treintena de árboles de este jardín, el hecho fue recogido entre otros por Fermín Canella."
"La primera referencia sobre este antiguo bosque se remonta al siglo XIII según la escritura conservada en la catedral de Oviedo por la que el canónigo don Gonzalo Bernaldo de Quirós de la colegiata de San Pedro de Teverga, realiza la donación de una fuente y un prado a la Orden de Frailes Menores de Oviedo. La fundación de un monasterio franciscano en estos terrenos dio origen a un primer núcleo fundacional siendo el conocido Campo el propio huerto de dicho convento. Los frailes de San Francisco de Oviedo realizaron una serie de reformas en el siglo XIV como la canalización de aguas y el establecimiento de caminos de acceso.
El Campo debió tener su origen en un conjunto de huertas que eran propiedad del Cabildo, de varios conventos y de algunos particulares. En 1534 los representantes de la ciudad y el Cabildo catedralicio acuerdan la conversión de todos los terrenos en un único espacio de uso público.
Ya desde el siglo XV la documentación oficial de la ciudad recoge testimonios sobre el Campo de San Francisco como lugar muy frecuentado por las gentes y mejor salida del núcleo urbano. Contaba por entonces con unos límites más amplios extendiéndose sobre las actuales calle Uría, calle Pelayo, plaza de la Escandalera, calle Toreno y adentrándose en los terrenos de Llamaquique. La parcela que limita con la actual calle de Marqués de Santa Cruz no era pública y común pues se correspondía con la huerta del convento franciscano. Además, el conjunto experimentó grandes transformaciones a lo largo de los años, llevándose a cabo sucesivas urbanizaciones de la zona para hacer frente a nuevas necesidades lo cual llevó a la construcción de paseos, glorietas y caminos arbolados para el solaz del público. La Avenida de Italia fue el primer paseo que se abrió,y durante siglos coincidió con el inicio de la carretera a Galicia, desde la actual Plaza de la Escandalera.1
Aunque este entorno llamaba al sosiego y la tranquilidad fue utilizado en numerosas ocasiones como sitio de instrucción militar como la realizada por tres mil hombres el 22 de enero de 1590 por el Tercio de 24 Banderas (arcabuceros, mosqueteros, piqueros...), según Tirso de Avilés y Hevia.
Existió un viacrucis de estaciones de piedra que partía de la iglesia del monasterio hacia la capilla de la Magdalena del Campo vinculado a las celebraciones de la Semana Santa ovetense y restaurado en el siglo XVII.
Las transformaciones que se realizaron durante del siglo XVIII consistieron en la apertura del eje occidental del Campo, el que se llamaría, paseo del Bombé, en que se construiría un edificio singular, el Salón Bombé.
Durante el siglo XIX, se produje un gran auge urbanístico que marcó definitivamente el Campo con la apertura de las calles Uría y Marqués de Santa Cruz. Se da lugar a un nuevo paseo, el paseo de los Álamos que es una avenida ajardinada paralela a la recién inaugurada calle Uría. El pavimento del paseo, formando un mosaico es obra de Antonio Suárez.
Al producirse la urbanización que dio lugar a la calle Uría, fue necesario talar el famoso Carbayón de Oviedo,que había crecido en el Campo de San Francisco,y que se derribó en 1879, hecho que más tarde recordaría el Ayuntamiento de Oviedo con la colocación de una placa conmemorativa en el año 1949, en el suelo de la acera, a la altura del n.º 4 de la calle Uría.
La transformación final del campo de San Francisco en una auténtico parque al más estilo inglés, la llevan a cabo dos alcaldes del siglo XIX, Ramón Secades y José Longoria Carbajal, crando una gra superficie ajardinada, construyendo fuentes ornamentales (como La Fuentona o la Fuente de las Ranas, limitando el paseo Bombé), obras unidas a las obras hidráulicas que se realizaron durante este siglo en la ciudad".
"Hace pocas semanas, cuando la nueva cara de «El Termómetro», el imponente edificio que preside la esquina entre las calles Fruela y San Francisco y mete su proa hacia el Campo de San Francisco, empezó a hacerse visible tras dos años y medio de rehabilitación, algunos pensaron que la ciudad había perdido una de sus joyas arquitectónicas. No eran capaces de reconocer el edificio que Vidal Saiz Heres ideó antes de la Guerra y construyó entre 1936 y 1944. Pero no por fidelidad al original, sino al revés. Esta última intervención ha devuelto, al que fue considerado uno de los primeros rascacielos de Oviedo, las características originales de un proyecto al que los años y sucesivas intervenciones habían ido desvirtuando.
José Senén García, propietario y promotor, y los arquitectos Borja Bordiu y Damián Fandos han operado durante estos años con calma, mimo, deleite y respeto al proyecto original sin reparar en gastos. Algo, aseguran arquitectos como Javier Calzadilla o José Ramón Fernández Molina, este último vinculado al proyecto como colaborador en cuestiones patrimoniales, muy difícil de ver.
«Ha quedado muy bien», resume Calzadilla. «Se han suprimido aquellos cristales planos y se ha devuelto su fisonomía al edificio, con la piedra y la carpintería de la fachada bien trabajada. La parte más emblemática del edificio era esa esquina con cristal curvo hasta arriba, que ahora se recupera. Y creo que han acertado con el color de la piedra. Es una buena noticia para Oviedo y para la arquitectura. No es nada barato, es una rehabilitación costosa. Y es de alabar el acierto de los técnicos y del constructor y que se haya creado un conjunto tan eficaz, cosa que no siempre sucede».
Para Calzadilla, «El Termómetro» es de lo mejor del siglo XX que hay en la ciudad, opinión que comparte con la cronista oficial de Oviedo, Carmen Ruiz-Tilve, quien destaca que su estética «partió la Guerra, pues fue concebida antes y realizada después». «Las propias vidrieras», detalla, «eran más de posguerra que de preguerra. Es de lo mejor que hay en Oviedo con diferencia y su esencia reposa en ese vidrio curvado y esos marcos metálicos que lo sustentan. Para que fuera "termómetro" hacía falta esa curvatura».
Precisamente esa curvatura era lo que se había ido perdiendo en las sucesivas intervenciones que sufrió «El Termómetro». En una de ellas, cuando el Banco Popular Español reformó todo el bajo, desapareció también la visera sobre la que reposaba el conjunto, encima de la planta baja, en mármol negro marquina, y se cambió por un grueso friso metálico.
El arquitecto Damián Fandos detalla que cuando comenzó la rehabilitación, el 22 de septiembre de 2009, la cristalera curva original sólo se conservaba en la sexta planta. En el resto del edificio se habían ido sustituyendo cristales y carpinterías curvos por otros planos con disposición poligonal, más baratos que los originales.
Ahora «El Termómetro» ha recuperado toda esa fachada curva. Cristalera curva de arriba abajo y una carpintería que, aunque no de forja, reproduce la sección original en aluminio con tonos en grafito. En los laterales, donde la carpintería era en madera, también se ha respetado el ancho original."
"El Palacio de la calle Fruela ha sido siempre sede de instituciones regionales y, desde que en octubre de 1977 acogiera las negociaciones para dotar a Asturias de un régimen autonómico, continuó acogiendo a los legítimos representantes del pueblo asturiano. Entre sus muros se constituyó en noviembre de 1978 el Consejo Regional de Asturias y en junio de 1979 se designó la Comisión Redactora del Anteproyecto de Estatuto de Autonomía, convertido por las Cortes Generales en Ley Orgánica 7/1981, de 30 de diciembre.
Coexistieron en el Palacio diversas dependencias del Consejo de Gobierno, junto con las del parlamento asturiano, titulado Junta General del Principado de Asturias, hasta la rehabilitación del viejo Banco de España, contiguo al Palacio, como sede de la Presidencia del Gobierno y el posterior traslado de las últimas dependencias del ejecutivo al Edificio Administrativo del Principado de Asturias, sito en Llamaquique.
En 1993 el Palacio quedó convertido en sede parlamentaria. Se acometieron entonces unas obras de reforma necesarias para adecuarlo a los nuevos usos: saneamiento, cableado informático, seguridad, prensa, grabación y acondicionamiento de espacios. Recordando la historia política asturiana, las salas pasaron a tener nombres que son más que un recuerdo: salas Campomanes, Argüelles, Jovellanos o Martínez Marina. El viejo salón de plenos pasó a denominarse Sala de la Constitución y el salón de recepciones Sala Europa, en este caso en recuerdo de la reunión de Parlamentos Regionales Europeos, celebrada allí en 1997. En diciembre de 1998 quedó inaugurado el nuevo Hemiciclo para la celebración de sesiones plenarias. Años después, la división funcional, tan necesaria por la escasez de espacio útil en el histórico Palacio, fue posible con la remodelación de un inmueble próxima como Edificio Administrativo y la posibilidad de ampliar los espacio de uso parlamentario.
Ahora el Palacio es residencia laboral de los diputados representantes del pueblo asturiano. Allí se convocan los trabajos de ponencias, comisiones y plenos, las reuniones de los grupos parlamentarios, las ruedas de prensa, los debates periódicos, la constitución de la Junta, tras las elecciones, las tomas de posesión del Presidente del Principado; todo lo que atañe a la vida política de la Comunidad Autónoma. Y como es «la casa común» se abre al público en jornadas de puertas abiertas, al menos dos veces al año y también con motivo de exposiciones y conferencias, siendo además un lugar de encuentro institucional, de visitas escolares y de colectivos.
En su origen el Palacio fue un edificio ligado a la historia urbana de la capital y siempre del poder de Asturias. Fue construido para Palacio de la Diputación inaugurado en 1910. El arquitecto provincial Nicolás García de Rivero planeó y dirigió las obras. Antes hubo que derribar el convento de San Francisco, un viejo y noble edificio medieval, desamortizado y utilizado como hospital, que ocupaba un lugar céntrico impidiendo el diseño de una calle que uniera la parte vieja de la ciudad con la nueva estación del ferrocarril. A fines del siglo XIX, el derribo de aquel «caserón» tan histórico y de valor fue muy polémico. La ejecución permitió el diseño del eje Uria-Fruela, la apertura como público del parque, que en su recuerdo lleva el nombre de San Francisco y la organización de la trama de calles que constituirían la expansión de la ciudad burguesa. La Diputación Provincial contó por fin con un lugar digno donde desarrollar sus funciones más de setenta años después de su nacimiento. Desde entonces el Palacio de la Diputación, el Palacio Regional o el Palacio de la Junta General es el de Asturias en el centro de la capital".
"El convento de San Francisco de Oviedo, derribado en 1902, se emplazaba en donde hoy está el Palacio de la Junta General del Principado y ocupaban sus dependencias y huertas un extenso solar entre el Parque de San Francisco y la calle del Rosal, y desde Uría hasta Santa Susana.
Cuenta la tradición que fue fundado en el S. XIII por Fray Pedro Compadre, así apellidado por ser compañero de San Francisco de Asís, quien peregrinaría a Santiago en 1214 habría pasado por nuestra ciudad.
La orden de frailes menores se establece en Oviedo en una pequeña ermita llamada de Santa María, en el lugar del Campo. Más tarde, en el siglo XV, se construye una iglesia de notables proporciones, con planta de cruz latina y en orden gótico, que tendría numerosas ampliaciones y alteraciones como la apertura de la Capilla de los Argüelles al siglo siguiente, la reedificación de la nave y el añadido de otras capillas bajo el patrocinio de casas nobles como la de Valdés, Miranda o Quirós y de cofradías como la de la Misericordia y la Orden Tercera. Estas últimas acaban por escindirse del templo construyendo una nueva capilla también de planta cruciforme frente a la iglesia por los pies, pero unida al convento.
Paralelamente, en la zona conventual, se había construido un primer claustro pegado a la iglesia por el Sur en el siglo XVI y otro en los siglos siguientes. Sabemos que uno de los claustros estaba decorado con pinturas de la vida de S. Francisco realizadas por Francisco Bustamante (1680-1737).
La decadencia del gran complejo monacal comenzaría con la invasión de las tropas francesas que causan destrozos en el patrimonio artístico de la iglesia y el convento.
En 1837, con la desamortización de Mendizábal, el edificio y sus terrenos pasan a la Diputación, que los utilizará para jardín botánico de la Universidad, el segundo claustro para Hospital Provincial y la capilla de la Orden Tercera para Museo Arqueológico.
En 1879, al ser declarada ruinosa la románica iglesia de San Juan, en la calle Schultz, la parroquial se traslada al templo de San Francisco donde permanecerá hasta 1898. En este año se comienzan a derribar los edificios adyacentes debilitando la estructura de la iglesia y dejándola también en peligro de ruina. En espera de ser restaurada, diferentes intereses terminan por condenarla al derribo. La Comisión de Monumentos que lucha por su conservación, se encargará de recoger las piezas de mayor valor artístico para trasladarlas al Museo Arqueológico."
"El Campo de San Francisco tiene una superficie total de 90.000 metros cuadrados de los que 55.000 son zonas verdes.
El total de árboles asciende a 955 ejemplares. Hay 51 especies diferentes y más de 100 variedades. Los más abundantes son los castaños de indias, tilos, plátanos de sombra, y arces.
Los árboles más viejos son robles con una edad estimada de unos 300 años.
El árbol más alto es un plátano de sombra que supera los 40 metros de altura.
Para conservar la superficie del Campo se precisan 7 jardineros a jornada completa.
La media de árboles que se secan cada año está entre 5 y 6 ejemplares que coincide con la media de plantaciones. La causa de enfermedad más frecuente son los ataques de hongos parásitos que se deben sobre todo a la debilidad de algunos ejemplares causada por la edad.
Además se realizan trabajos de poda y cirugía arbórea durante dos meses en invierno para garantizar en la medida de lo posible la seguridad de los usuarios".
"La historia del Campo está unida a la historia de Oviedo, su origen se encuentra ligado a la construcción en el siglo XIII, de un monasterio franciscano levantado donde hoy se encuentra el edificio de la Junta General del Principado.
El Campo fue en origen un conjunto de huertas propiedad del Cabildo, varios conventos y algunos particulares. En 1534 los representantes de la ciudad y el Cabildo catedralicio deciden convertirlo en espacio de uso público, un uso que se mantiene hasta nuestros días, a pesar de los grandes cambios producidos en la ciudad a lo largo de los siglos.
Durante todo este tiempo el Campo experimentó muchas transformaciones, pues fue urbanizándose a medida que aumentaban las necesidades, con la construcción de paseos, glorietas y caminos arbolados para disfrute del público. El primer paseo que se abrió, se corresponde hoy con la Avenida de Italia, fue durante siglos el arranque de la carretera a Galicia, desde la actual Plaza de la Escandalera.
A mediados del siglo XVIII se abrió en el eje occidental del Campo, el Paseo del Bombé, sin duda el más notable del conjunto, donde se levantaría un edificio singular, el Salón Bombé, que marcó un hito en la memoria histórica de los ovetenses".
"El paseo se construyó en terrenos que ocupaba el parque y su nombre se debe a los numerosos álamos que poblaban la zona, aunque su denominación varió a lo largo de su historia. Se cambió su nombre a paseo del Príncipe Alfonso en 1925, cuando se realizó su primera reforma de importancia, que consistió en aslfaltarlo y que supuso la tala de la fila central de álamos (que dividía el paseo por la mitad). Seis años más tarde, el 12 de diciembre de 1931, se convirtió en el paseo de Pablo Iglesias, fundador del PSOE. Tras la guerra civil española se renombró a José Antonio Primo de Rivera, aunque el proyecto inicial era denominarlo de los Caídos. En los años 1950 se plantaron nuevos álamos en el lugar aproximado en que se encontraban los originales. Finalmente, el 29 de junio de 1979 el Ayuntamiento restituyó el nombre inicial del paseo".
"El Campo de San Francisco de Oviedo está plagado de puntos de interés y edificaciones con historia que han sido testigos del avance de la ciudad a lo largo de los siglos. Uno de ellos es el Escorialín. Una construcción, convertida hoy en Oficina Municipal de Turismo, que se levantó como consecuencia del auge comercial de la calle Uría y para aglutinar los puestos que se ubicaban en la zona del Paseo de los Álamos.
Fue en 1952 cuando el entonces alcalde, Ignacio Alonso de Nora, mandó construir el inmueble. «Anteriormente a ese año, había cantidad de pequeños quioscos para la venta de entradas de fútbol, de toros, de actividades de la SOF (Sociedad Ovetense de Festejos), floristerías, puestos de castañas y hasta el típico carrito de los helados, que estuvo durante décadas en la esquina de Uría con Santa Cruz», recuerda José Galán Arias, geólogo y miembro de Los Franciscanos. Tampoco faltaban vendedores a los que comprar prensa, había un estanco y hasta limpiabotas; incluso «en su día hubo una pequeña bomba de gasolina», cuenta.
Haciendo referencia al libro El Campo de los hombres buenos, de Adolfo Casaprima Collera, Galán explica que toda esa dispersión de puestos de venta era «unas veces muy artística y otras, francamente antiestética», por lo que se dieron instrucciones para hacer un pequeño pabellón en el que aglutinar esa actividad comercial «en la medida de lo posible». Así, el Ayuntamiento de Oviedo aprobó la construcción de lo que hoy se conoce como El Escorialín, «curiosamente el mismo día que abría sus puertas el recinto de la SOF en la Herradura para celebrar San Mateo».
Comienzan las obras ese mismo año, en 1952, pero el tiempo pasa y la construcción parece eternizarse. No es hasta 1958 cuando se inaugura. «Se demoró muchísimo. Pasaron seis años, y de ahí el nombre que con el típico gracejo ovetense se dio a esta pequeña edificación. Pensemos en lo que se tarda en hacer un edificio de viviendas; algún problema tuvo que haber por el medio, eso es indudable», detalla Galán Arias. Una de esas dificultades tuvo que ver con las voladuras necesarias para cimentar el edificio, según recoge El Campo de los hombres buenos. En aquel momento no tenía nombre como tal, pero se quedó con este diminutivo surgido porque «la gente pasaba por allí a todas horas y veía que eso avanzaba muy lentamente, así que alguien diría "esto parece la obra del Escorial", y como era mucho más pequeño, pues en diminutivo, como hacemos aquí en Oviedo».
Como Escorialín se inauguró y con la misma denominación se le conoce 65 años y diversos usos después. Incluso en la memoria de muchos ovetenses hay nombres propios vinculados a esta construcción de dos pisos que hoy alberga la Oficina Municipal de Turismo. Allí estuvo Fifi durante años, a diario, vendiendo periódicos. También fueron «muy conocidas» las hermanas Sors, Pilar y Luisina, que estaban al frente del estanco. Además, «había una floristería, el limpiabotas estaba abajo y se instalaron también, que eran muy útiles y en aquellos años no se veían tanto, un barómetro, un termómetro y un higrómetro para marcar la humedad», relata Galán.
Además, El Escorialín se convirtió en punto de encuentro para varias generaciones de ovetenses. «Era típico quedar allí. A las cinco de la tarde en El Escorialín, a la salida del cine en El Escorialín, a las doce del mediodía del domingo en El Escorialín», recuerda de su juventud el geólogo y miembro de Los Franciscanos. Por aquel entonces, el modelo de comunicación era otro, no existían los teléfonos móviles y lo más común era utilizar el fijo de casa o «acordar la quedada unos días antes». En definitiva, este edificio pasó a ser «muy querido» y se convirtió en «punto de referencia obligado». «Una vez más, el Campo, siempre presente en la vida de todos los ovetenses desde los primeros días de vida», subraya José Galán.
En el momento en el que se fueron jubilando las responsables de los puestos de prensa y tabaco del Escorialín, el edificio pasó a albergar servicios municipales. Se ha convertido en un símbolo de Oviedo y un referente de la etapa más moderna del histórico Campo de San Francisco, el pulmón verde de la ciudad cuyas primeras referencias se remontan al siglo XIII.
Hoy, este edificio forma parte del Catálogo Urbanístico del Concejo de Oviedo y, aunque no está declarado Bien de Interés Cultural, cuenta con una protección parcial. En su historia más reciente está la destrucción de la galería en diciembre del 2017, cuando la borrasca Bruno dejó rachas de viento de hasta 120 kilómetros por hora en Asturias. Ese temporal tiró un árbol del Campo San Francisco que impactó sobre el edificio. «Cayó justo encima de lo que era la floristería y la destruyó; afortunadamente, no pasó nada ni cogió a nadie porque fue por la noche. Fue uno de los muchos vendavales que han tumbado cientos de árboles en el Campo a lo largo de su historia», rememora José Galán.
Tras ese incidente y a pesar de que el edificio no sufrió daños estructurales, «tardó mucho tiempo en repararse y volver a abrir», confirma el integrante de Los Franciscanos, la plataforma surgida para defender el Campo. Reabrió año y medio después, en mayo del 2019, para atender a los turistas que visitaban Oviedo gracias a un programa de prácticas. Esa es la labor que continúa albergando a día de hoy, cuando se cumplen 65 años de la inauguración del Escorialín. "
"El Campo de San Francisco es un parque urbano situado en el centro de la ciudad de Oviedo y uno de sus lugares más emblemáticos. En una de sus esquinas, en el cruce de calles del Paseo de los Álamos con la calle Marqués de Santa Cruz, se encuentra “El Escorialín”, un edificio con cierta solera de los años 50 del siglo pasado. A pesar de ser un local de pequeñas dimensiones, o quizás por eso, los ovetenses le bautizaron así debido a la tardanza en la finalización de su construcción. Se demoraron tanto los trabajos a ojos de los ciudadanos, que de forma irónica comenzaron a compararlo con la grandiosidad de las obras del Monasterio del Escorial de Madrid. Un apodo que mueve siempre a la sonrisa para un edificio de no mucho valor arquitectónico, con un diseño original, y donde la lentitud de las obras fue la tónica dominante.
En un artículo publicado en el diario La Nueva España, Pin Villanueva, periodista que vivió en primera persona la llegada de la II República y la Guerra Civil, cronista de los detalles más cotidianos de la ciudad, en su crónica local del 14 de agosto de 1953 convertía en noticia para la ‘historia’, al referirse a la construcción de lo que ya comenzaba a llamarse “El Escorialín”, confirmando que… “… reanudación de las obras después de un parón de varios meses, obra que desde hace años se viene realizando y que por fin se inaugurará en las próximas fiestas de San Mateo”. Pocos meses después, el 28 de octubre de 1953, daba cuenta de la puesta en servicio del quiosco con los calificativos de «moderno, artístico y original», y eso que aún no se había puesto en funcionamiento su famosa veleta. Un quiosco que incluiría a otros más pequeños, bastante anticuados, casi en desuso, ubicados en la Plaza de la Escandalera, algunos muy emblemáticos y conocidos por todos los ovetenses, como el quiosco de limpiabotas de Alfredo y el puesto de prensa de Gene. El quiosco de limpiabotas se había inaugurado en 1915 y su último titular era el citado Alfredo. Su desaparición forzaba a los clientes a limpiar el calzado en los cafés, lo que, aunque no exigido, les obligaba en cierta manera a realizar un consumo no siempre deseado. Tras su clausura y traslado a «El Escorialín» continuó funcionando durante varias décadas más. En cuanto al puesto de prensa de Gene, fueron varias las generaciones que adquirieron la prensa en su quiosco durante los 45 años que estuvo al frente desde el año 1908. ‘Gene’ Generosa Bengoa Ferrera en una entrevista concedida en 1953 a Alfonso Iglesias, recordado dibujante, famoso entre los asturianos por las historietas de ‘Telva, Pinón y Pinín’, comentaba que en aquellos años los periódicos generalistas de mayor venta eran ABC, El Debate y Ya, aunque el diario deportivo Marca les superaba a todos con creces. El día de Nochebuena de 1953 fue cuando el Ayuntamiento procedió al derribo de los viejos quioscos de la Escandalera, entre ellos los dos citados.
Son muchos aún los ovetenses a los que le gusta «El Escorialín» porque como dice la abogada Mónica Junquera en un artículo publicado en La Nueva España… ‘forma parte de la ciudad de nuestra infancia. Es un ‘pegotín’ en el Campo de San Francisco que alegra con solo mirarlo, es parte de nosotros y, además, cumple una función esencial. Oviedo es la capital del turismo y tiene que seguir siéndolo’. Les alegra verlo incólume a la entrada del Parque San Francisco. Y como dicen algunos… ‘¡aunque sea un pegotín!’, una palabra, ‘pegotín’, otro ejemplo más de lo ‘aficionados’ que son los asturianos en sus conversaciones cotidianas al uso del aumentativo y diminutivo. Aunque sea para hacer referencia de un modo simpático a algo añadido de manera tosca, que no hace ‘juego’ con el resto del conjunto. Situado enfrente de otro edificio emblemático: el palacio que alberga la sede de la Junta General del Principado de Asturias, ahí sigue “El Escorialín” al pie del cañón cumpliendo con su historia viva."
"Tras la muerte del empresario José Tartiere Lenegre, quien era considerado ya hijo adoptivo de Oviedo, que tuvo lugar en Lugones (Siero) el 18 de abril de 1927, un grupo de amigos, socios y familiares, organizaron una Comisión Pro-Monumento, que estaba presidida por Nicanor de las Alas Pumariño y entre los vocales se encontraban con Francisco Castañón, Eustaquia Fernández Miranda y Juan Antonio Onieva, la cual impulsó la realización de un monumento en recuerdo del que era ya considerado como uno de los artífices de la industrialización asturiana, la cual contribuyó enormemente al desarrollo y avance de la zona.
El monumento se sufragó por suscripción popular y está compuesto por un conjunto de figuras, una de bronce (la que representa a José Tartiere y Lenegre, de mayor tamaño que el natural, sentado en una silla, sobre un pedestal de piedra, al que se accede subiendo un juego de escaleras), obra de Víctor Hevia; y otras en piedra (las figuras de cuatro trabajadores, que representan las distintas industrias de importancia para Asturias en las que Tartiere Lenegre participó como fundador, dispuestas en parejas a ambos lados de la figura de Tartiere, en sendos pedestales), que son obra de Manuel Álvarez Laviada. Además, el conjunto presenta por la parte de atrás, un relieve con perfiles de obreros, también obra de Víctor Hevia"
"Su familia era de ascendencia francesa y el ambiente, tanto familiar como de la época en la que creció, era eminentemente de desarrollo industrial, lo cual hizo que José Tartiere viera en la industria y en el desarrollo de su modernización una razón de ser.
Obtuvo, el título de ingeniero industrial con el número uno de su promoción en la Escuela de Barcelona.
Se trasladó, en 1875, a Asturias, ya que tenía intención de encontrar una fórmula para conseguir dinamita para usar en las numerosas minas de carbón de la zona. Pero como en España hasta 1877 la dinamita sólo podía ser comercializada por el Grupo Nobel, tuvo que abandonar la idea.
Se casó con María de los Dolores de las Alas-Pumariño y Troncoso, hermana de Nicanor de las Alas-Pumariño y Troncoso de Sotomayor y de Armando de las Alas-Pumariño y Troncoso de Sotomayor (Avilés - ?), casado con María González-Muñoz y López del Castillo, hija de Andrés González-Muñoz y de su esposa María de los Dolores López del Castillo y Colás, y hija de Ramón de las Alas-Pumariño y Solís y de su esposa María de la Concepción Troncoso de Sotomayor y Suárez, ya viuda de Tomás Botas Alonso, de quien tuvo un hijo Tomás Botas y Alas-Pumariño (Oviedo, 1887 -), casado con María de Covadonga García-Barbón y Fernández-Hevia. Fueron padres de José Tartiere y Alas-Pumariño, II conde de Santa Bárbara de Lugones, y de Carlos Tartiere y las Alas-Pumariño, también empresario y conocido por ser el fundador y primer presidente del Real Oviedo.
Pese a ello y a imitación de otros empresarios emprendedores como Antonio Thiry, quien fundó “La Manjoya”, dedicada a la preparación de la dinamita, ácido nítrico y ácido sulfúrico, entre otros materiales químicos, Tartiere llevó a cabo la fundación de la sociedad anónima “Santa Bárbara” en 1880, pese a que no comenzó a funcionar hasta 1883, produciendo pólvora para diversas armas, como las empleadas en la caza, o la munición de las armas utilizadas por los españoles en la última guerra de Cuba, en la cual además participó con el ejército español.
Tras su participación en el conflicto bélico, entró a formar parte de la Unión Española de Explosivos, que trataba de unificar todas las empresas del sector para intentar evitar la competencia entre ellas. Tras quince años de trabajos en la Sociedad Anónima Santa Bárbara, José Tartiere, junto con Policarpo Herrero y Hemógenes González Oliveros, entre otros inversores, inicia un nuevo proyecto industrial que se llamó “Sociedad Industrial Asturiana Santa Bárbara”, en cuyos estatutos se establecía como objetivo social la adquisición y explotación de ferrocarriles y minas, el establecimiento o compra de fábricas y talleres, adquirir obligaciones o acciones de bancos y sociedades, y asociarse con otras empresas.
Abrió el abanico de sus intereses, participando en otras sociedades y ocupándose del abastecimiento de agua, electricidad y de producción de gas, para poder abarcar estos otros ámbitos dio lugar a la “Sociedad Popular Ovetense”, en el año 1898. Trató de ayudar al desarrollo de sus empresas con la fundación de una entidad bancaria en 1899, Banco Asturiano de Industria y Comercio en Oviedo, contando con la ayuda de sus colaboradores habituales.
Como parte de su trabajo en el abastecimiento de agua, en 1912 se le encargó realizar las obras pertinentes para el aprovechamiento de las aguas de los lagos de Somiedo para la obtención de energía eléctrica, para lo que contó con la ayuda de otras sociedades como la Sociedad Popular Ovetense y la Compañía Popular de Gas y Electricidad de Gijón, con las que formó en 1920 una nueva sociedad anónima, la llamada “Hidroeléctrica del Cantábrico-Saltos de Agua de Somiedo”.
José Tartiere diversificó todavía más su campo de acción, acercándose incluso al mundo de la prensa, fundando en 1923 fundó el periódico La Voz de Asturias.
José Tartiere recibió reconocimiento de su labor como gran empresario y emprendedor tanto por parte del gobierno español, en 1921 el rey Alfonso XIII le concedió el título de I conde de Santa Bárbara de Lugones, como por parte del gobierno de Francia, el cual, tres años después de su fallecimiento le concedió la Legión de Honor. También tras su muerte, en 1927, el gobierno asturiano decidió erigir un monumento en su honor que se descubrió seis años después del mismo.
En el año 1933 el Ayuntamiento de Oviedo inauguró otro monumento en honor de José Tartiere Lenegre, obra de Víctor Hevia y Manuel Álvarez Laviada, sito en el Paseo de los Álamos del Campo de San Francisco de la ciudad de Oviedo."
"El Campo San Francisco ni es campo ni es de San Francisco. Lo de Campo le viene de los tiempos de la ciudad amurallada, que se abría, al Sur y al Este, a un campo que en seguida quiso humanizarse, como un hinterland con el campo sin santo, con el medio rural que lo era por entero cuando las ciudades eran una excepción del paisaje.Lo de San Francisco le viene del convento franciscano que se levantó en ese espacio, a las afueras de la ciudad, con un enorme huerto para mantener a la orden del “poverello de Asissi” en la pobreza pero no en la indigencia.La leyenda de que el pobre Francisco hubiera pasado por aquí camino de Santiago es del siglo XIII, como la mayoría de las patrañas que llegan a nuestros días porque la Edad Media fue muy mentirosa en nombre de la fe.Antes de seguir, quiero aclarar que los datos históricos que saldrán en la ponencia los he extraído del libro “El campo de los hombres buenos. Historia del parque de San Francisco de Oviedo” escrito y editado por Adolfo Casaprima Collera, una monografía en condiciones.En el siglo XVI el campo sirve a visitantes -que acampan, claro- a los viajeros hacia Galicia, a los paseantes ovetenses que salen de la muralla y a las parejas que van a tener gozos y amores, eso que el Cabildo llamaba entonces “cometer deshonestidades y excesos” y seguramente lo sigue llamando así hoy.Desde el siglo XVI en adelante, la ciudad de Oviedo tendrá cada vez más que ver con el Campo San Francisco, que se quiere que sea un lugar de concurrencia para celebraciones, se empieza a civilizar, se controlan las talas de los franciscanos, se prohíbe el ganado y se potencia el carácter de esparcimiento para peatones y jinetes.En el siglo XVIII el campo se irá haciendo parque público, lo que se organiza plantando árboles en línea, urbanizando cada vez más su interior y recortando sus extremos aunque los 6.000 habitantes de Oviedo tendrán campo de sobra y encontrarán en sus terrenos ferial y patíbulo de quita y pon que se guardaba desmontado en la capilla de la Magdalena del Campo. Un patíbulo es como la escultura de un árbol hecha en madera pero de la que nadie quiere ni la sombra.En el siglo XIX se le da la delimitación definitiva en cien años en los que no paran de pasar cosas. En el Campo se proclamó la independencia de Asturias y se declaró la guerra al francés y, 30 años después, se trazó el versallesco paseo del Bombé para honrar la proclamación de Isabel II. Al final, el Bombé será paseo o alameda de sociedad de una ciudad, dicen entonces, “cuyos habitantes, entregados a las tareas penosas de sus profesiones, necesitan explayar sus ánimos y deleitarse para preparar sus fuerzas al trabajo del día siguiente”.En el siglo XIX, con la desamortización, salen los frailes del convento y entra la universidad a hacer su jardín botánico con árboles y arbustos llegados de Rusia, Cuba, Filipinas, Baleares y Guipúzcoa, con hierbas de Madrid que se cultivan con éxito y con semillas de eucalipto que vinieron para quedarse.En el mismo siglo XIX el Campo San Francisco pasó a ser el lugar de las fiestas locales y hoy sigue siendo el epicentro de sus días grandes, los del bollu.A lo largo del XIX se descubrieron en el campo notables novedades. Se hacen las primeras fotografías, se exhiben las primeras películas de cine, se celebran los bailes en el Bombé, se construye la Fuentona con los nombre de los manantiales del Naranco que abastecían al Oviedo de entonces pero, sobre todo, el campo sufre el tajazo que supone la calle Uría, que se traza para unir la estación del ferrocarril, la estación del Norte, con la ciudad del XVIII, la de la muralla.De esa cicatriz nacerá el paseo de los Álamos pero quedará una amputación grave en frente, la del Carbayón, un roble enorme, un árbol del campo, que da sobrenombre de carbayones a los ovetenses. Por advocaciones arbóreas los ovetenses podríamos ser llamados los “negrillones” de no haber derribado un huracán el 25 de noviembre de 1865 un olmo silvestre de 35 metros de altura, con tres y medio de circunferencia, encadenado con hierros en la división principal de su tronco para que no se desgajasen sus dos grandes ramas.Cuando cayó el Negrillo, corrió el escalafón y los ovetenses de entonces se pusieron a la sombra del Carbayón que, para hacernos una idea objetiva de lo que hablamos, dio estos datos. El roble medía 12 metros de circunferencia en la base y seis en el tronco.A la altura de siete metros se dividía en dos brazos de dos metros de diámetro.El de la izquierda, tenía dos ramas de 8 y medio y seis metros de longitud. Y el de la derecha alcanzaba los 30 metros con una rama de 6,8 metros descendente y otra de cinco metros apuntando al cielo, erguida.La copa abarcaba un círculo de 38 metros. El carbayón se tasó en 175 pesetas y se adjudicó en subasta en 192 y cincuenta céntimos de 1879. Llevó dos días talarlo.El jardinero mayor informó de que el carbayu centenario tenía una enfermedad incurable y, aunque no hay por qué dudarlo y apareció carcoma central al talarlo, si la calle Uría no llega a pasar por allí y el quercus no dar tanta lata para el tránsito de coches, podría haber ovetenses que hoy lo recordaran.En realidad, al Carbayón se le recuerda por su muerte, un muy español arboricidio, más que por su larga vida porque, recién abatido, dio nombre a un periódico carca de mucha incidencia y resonancia en Oviedo que en su primer número sacó estos versosAquí estuvo el Carbayón,seiscientos años con viday cayó sin compasión bajoel hacha fratricidade nuestra corporación.Este pasquín respetad,si sois buenos ovetenses,y en su memoria lloradtodos los aquí presentespor el que honró a la ciudadLo de los seiscientos años fue un tirar de largo y lo del hacha fratricida… El hacha sólo es hermano del árbol en el mango.El Carbayón provocó cientos de dibujos y cuadros, una obra de teatro del artista Alfonso Iglesias y unos pasteles. Les doy la receta porque cocinar se lleva mucho.Masa de hojaldre en tres pliegues rellena de una mezcla de huevo, almendra molida, coñac o vino dulce y azúcar y cubierta de un almíbar hecho a base de agua, zumo de limón, azúcar y canela. Camilo de Blas es quien hizo dulce del árbol caído. Esperemos que la organización se haya estirado y no se vayan de la ciudad sin probar este pastel con nombre de árbol.Con todos esos avances ciudadanos que se dotó al campo en el siglo XIX pasó lo que tenía que pasar. Como tantos parques, el campo San Francisco pasó de estar en el exterior de la cuidad a quedar en el centro. En cuanto se produce esa contradicción de que un campo se urbaniza empieza una pugna que siempre acaba perdiendo la naturaleza. El parque es la naturaleza de la ciudad y es, por tanto, una naturaleza ordenada, urbanizada, alcantarillada, canalizada, barrida, decorada, talada, podada, saneada, sembrada, plantada, ajardinada.Una naturaleza muy poco natural, más culta que sabia.Se dice que la naturaleza es sabia pero lo es al final, en su equilibrio general, pero en los detalles es muy bestia. Lo mismo hace entrar en erupción un volcán en una ciudad romana, que mete el mar 15 kilómetros adentro llevándose las urbanizaciones turísticas. La naturaleza te parece más sabia si eres leona que si eres gacela.Ustedes son los responsables de la cultura de la naturaleza tal como puede aceptarla la ciudad. De un solo vistazo, vengan de donde vengan, saben leer el parque mejor que yo y mejor que las personas a las que los bosques no nos dejan ver los árboles porque no sabemos nada de ellos, ni como se llaman en asturiano, ni como se llaman en castellano, ni como se llaman en latín. Lo legos sólo conocemos de los árboles su naturaleza inmovilista. En cuanto llegan a un sitio echan raíces y se dedican a crecer y a engordar hasta que se mueren. A esos árboles, que son de toda la vida de Oviedo, ustedes los conocen por los nombres pero yo sólo los conozco de vista, de coincidir con ellos en el mismo sitio.Pero me estoy yendo por las ramas y lo que quiero explicar es lo que se parece el campo San Francisco a Oviedo.
Yo aprendí a ser de Oviedo en el Campo San Francisco. Entonces era el único campo con mayúsculas –el único parque digno de tal nombre- cuando el resto de la ciudad en seguida se desflecaba en el campo con minúsculas, es decir, en el campo mayúsculo de la zona rural.En su parte sur oeste, el Campo San Francisco acababa en una calle y, en cuanto se cruzaba, pasaba a llamarse el campo Maniobras. Una calle cortaba el verde que por un lado había pertenecido a la Iglesia y por el otro al Ejército, que era mitad monje y mitad soldado.El campo maniobras hacía funciones suburbiales como ser pasto de vacas de proximidad, ser el espacio para los feriantes de carro y burro y ser urbanizable.Parecía un prado pero era un solar. Con el mismo humus ya no era campo, era suelo, y las plantas que iba a dar eran plantas de pisos con ascensor. Por entonces, en cuanto un campo se volvía solar se llenaba de perros vagabundos. En cuanto trazaban una calle, se llenaba de gatos callejeros, apenas elevaban una tapia todos los varones ya sabían dónde se podía orinar y en cuanto se creaba la primera esquina, allí se apostaba un exhibicionista de gabardina a espantar jovencitas.Ese mundo no se daba en el Campo San Francisco a una calle de distancia. En el Campo San Francisco, que era ciudad, se daban relaciones ciudadanas, es decir, relaciones consentidas, relaciones consentidas prohibidas, relaciones consentidas prohibidas toleradas, en fin todos esos matices de convivencia que tienen las ciudades.Aunque estaba muy próximo a uno de los límites de la ciudad, el Campo estaba en el centro de Oviedo porque el centro de Oviedo está donde viven y trabajan las personas centrales, lo que da idea de que estamos en una ciudad jerarquizada por las clases sociales, como todas pero no como cualquiera.Oviedo, como ciudad, da cobijo a todos sus habitantes pero, como concepto, deja fuera a la mayoría. Yo vivía a dos minutos del Campo San Francisco y mi madre, para hacer las compras, hablaba de “bajar a Oviedo”. Los que vivían al Norte, a cinco minutos del parque, (más tiempo porque era cuesta arriba) hablaban de “subir a Oviedo”. Si los de Oviedo subíamos y bajábamos a Oviedo, ¿Cuál era el Oviedo que ni subía ni bajaba? Era una franja larga y estrecha, dos calles por arriba y dos calles por debajo de la calle Uría. Era una cota, porque Oviedo es una ciudad empinada, y su campo San Francisco, también. He ahí otro aspecto de la reproducción a escala de la ciudad en su parque. La calle Uría define la ciudad desde el siglo XIX, cuando llega el tren y con él ese símbolo del progreso industrial y la ciudad sale de sus murallas.La calle Uría define el campo San Francisco porque lo rompe, lo limita, lo hace más parque, lo acosa, lo acorrala y lo engulle en la ciudad. Desde hace más de un siglo, el Campo San Francisco es el parque de todos en las celebraciones especiales pero es el parque cotidiano de los del centro, es decir de los del Oviedo real y de los del Oviedo teórico, largo y estrecho como un menú de restaurante pijo.Los niños del centro tenían un parque que se llamaba Campo, los niños de los barrios tenían prados que se llamaban solares y los de las afueras, sin parques ni solares, tenían descampados. Los juegos funcionaron para la infancia de todos como aprendizaje social pero el campo de juegos no era el mismo en el Campo San Francisco que en un descampado.La reducción del mundo a escala infantil es propia de la burguesía, que es la clase social que inventa la niñez como un estado de holganza con un aprendizaje controlado. Inventa el libro para niños, la decoración para niños, la ropa y la escolarización infantil, desarrolla la juguetería... Donde el niño rico tiene un tobogán, el pobre tiene un terraplén. Donde la niña rica juega a ir construyendo una casa de muñecas, la niña pobre juega a las muñecas en una casa en ruinas. Donde el niño rico juega con un tren eléctrico, el niño pobre juega con el tren de verdad, a poner céntimos en la vía, a correrlo en el túnel, a tumbarse en las traviesas…En el campo San Francisco se aprendían las reglas de juego del juego burgués, que es un juego de mesa respecto a los otros. En el parque estaban las tres edades –la infancia, la juventud y la vejez- dedicándose a lo mismo, a la holganza, al ocio o a tareas de limitado esfuerzo físico, mientras que en los solares los niños jugaban solos, con una observación intermitente por los adultos –madres en la cocina, vecinas que volvían de la compra, tenderos de barrio atentos a todo- situados a la distancia de una voz materna: “Pepíííín, a comer.En los descampados, la presencia de adultos era ocasional o de paso y ajena a la atención de la chavalería cuando no un peligro.El parque tenía el control de las tres edades –otros niños, madres o chachas, soldados que iban por ligar con las chachas, señores mayores con potestad de bofetada sobre cualquier infante- y tenía también su propio cuerpo represivo: los guardias, llamados Vallaurones en honor a Vallaure, el concejal que creó el cuerpo, motejados guripas o guris por la chiquillería.Los vallaurones eran unos tipos de atuendo alpino, con banda de cuero, sombrero alón, bastón recio y pantalón de pana de melero. Se tomaban su trabajo bien en serio, como toda persona a la que se le otorga autoridad, por poca que sea, en un régimen autoritario.En el campo San Francisco se aprendía a tener miedo al guardia, que reñía, que multaba, que llevaba a la casa de los guardas como se llevaba a los adultos al cuartón y que era sólo el anticipo de lo que te esperaba en casa como armaras una gorda.Los guardias reprimían niños y reprimían jóvenes que iban a besarse a los bancos de campo aprovechando los recovecos del parque y la falta de luz de la caída de la tarde. Cuando empezaba la noche, el campo era menos civilizado que el resto de las calles, era algo más próximo a la naturaleza misma y se movía entre la clandestinidad, la tolerancia y la intolerancia.Hoy “La Granja” es un pabellón del Bombé donde leen cuentos los niños y leen periódicos los viejos. En los años setenta fue una guardería donde se preescolarizó a unos infantes de Oviedo detrás de una verja en la que parecían unos cachorros más de la fauna del parque. En los años cincuenta fue un cabaré en el que señoritas de buen ver y mal vivir recibían a señoritos, mangantes, señoritos mangantes y policías secretas. Fuera de La Granja, en el Campo, los homosexuales tuvieron sus encuentros clandestinos en los años sesenta y setenta.Todo esto que se cuenta sucede y sucedió en todos los parques del mundo, que fueron lugares de tolerancia en la intolerancia y espacios en los que el mundo avanzó. El tópico sería el Vondelpark de Amsterdam, el ordenado espacio en el que una ciudad, conservadora pero tolerante, permite hacer de manera ordenada lo que suelen considerarse actividades de la vida desordenada. Se pueden fumar porros, andar en bicicleta, hacer el amor a algunas horas y andar bastante desnudo, no sé si todo a la vez pero sí todo a la luz. La luz del día es clave para el reconocimiento de las cosas y de las conductas.Aquí, en Oviedo, el anterior alcalde decidió hace 25 años iluminar el campo para que fuese transitable por la noche. La luz espanta a las cucarachas y atrae a las polillas. Acaso la actividad de tolerancia se haya hecho con más comodidad y cruzar el campo diera menos canguelo. Esto fue antes de la crisis que se llevó también parte de la alegría de la iluminación, demostrando que es una época tenebrosa, literalmente.Volvamos a los niños. El parque, que aquí se llama campo, es un territorio en el que no es preciso ir de la mano, ni estar siempre a la vista y en el que se va del punto A al punto B solo o en compañía de iguales, se adquieren las primeras nociones de orientación y los primeros topónimos. Un niño de Oviedo podía no saber el nombre de las calles que había entre su casa y el campo San Francisco porque en ese trayecto “era llevado” pero en la libertad vigilada del Campo aprendía qué era el paseo del Bombé, qué el kiosco de la Música, dónde estaba la fuente del Caracol, dónde la de las ranas, cuál era la Fuentona, dónde quedaba la Herradura, dónde el Escorialín, la Chucha, el estanque, el Aguaducho, la Rosaleda, más los lugares con nombres inventados que cada pandilla podía dar a un lugar.En el mundo a escala del parque el agua está domesticada y lo estuvo mucho antes que en las casas, cuando el agua corriente no era normal. El agua que a nadie se niega, el agua que lava y sacia a los peregrinos, el agua que se usa para cocinar, estaba en el Campo San Francisco para los foráneos, para los soldados, para los paseantes y seguía estando en las tardes de juegos cuando limpiaba las manos de andar por el suelo, quitaba la sed y el sofoco de las carreras y limpiaba la sangre en las rodillas de las caídas. La niñez lleva siempre al agua de las fuentes de los parques. En ellas no se cumple el principio del río de Heráclito de que "ningún hombre puede cruzar el mismo río dos veces, porque ni el hombre ni el agua serán los mismos." El padre vuelve a beber en las fuentes del parque el agua de la infancia de cuando era hijo. Quien la probó lo sabe.Los parques, aunque cada vez menos, eran lugares en los que se crecía porque a su alrededor se hacía la vida.En el campo San Francisco entre lo primero que tuvo nombre fue el paseo de los Curas, cosa perfectamente comprensible en una ciudad clerical y levítica como Oviedo, que llegó a tener un 20 por ciento de la población ordenada. Porque era tradición católica y porque la gente no aprende, el parque infantil estaba bien cerca del paseo de los Curas.Hablaba atrás de las fiestas campestres. En el Campo se comen dos días del bollo al año. El marte de Campo de la Balesquida y el de día San Mateo. Las dos celebraciones tienen como menú común la botella de vino y el bollu preñau, que es una ración generosa de pan que se hornea con un chorizo dentro. Esos dos días eran los únicos del año en que se podía pisar el césped del campo San Francisco, un campo de mírame y no me toques.No era un caso único, a juzgar por los miles de chistes que habré leído en los tebeos en que un cartel prohibía pisar el césped. Bien, como era una jira campestre se podía comer en el campo San Francisco, y beber, y echar sidra y había una edad en la que dejabas de ir con la familia y empezabas a ir con los amigos y el primer año de esa edad cogías la primera borrachera, un pedo católico y patronal de padre y muy señor mío que era un rito de paso con el que en casa, más o menos, ya contaban. Eso sigue siendo así. Los chavales no entienden del todo que su primera cogorza sea tolerada en el campo San Francisco cuando queda el parque como si fuera un mundo postnuclear dominado por jabalíes mutantes y una semana después no se les deje hacer botellón en un parque de barrio.Tampoco lo entendían los ingleses –pocos- que venían por Oviedo en verano, veían el césped y se tumbaban a sestear al sol como hacen en Hyde Park y los despertaba un guardia y les ponía multa por pisar el césped. ¿Para qué quieren estos un parque? se pregunta el inglés de la misma manera que un ovetense, cuando veía al inglés tumbado en el césped, se preguntaba ¿estará borracho?Este parque tenía y tiene una fauna bastante pija, la verdad, en la que destacan los cisnes del estanque y los pavos reales que andan de aquí para allá, que gustan del kiosco de la música y que despliegan esas colas de abanico para ver si ligan con unas pavas bastante feas. No defenderé está asociación de ideas con ningún rigor científico pero siempre me pareció que los cisnes son animales adecuados para una ciudad de melómanos con sociedad filarmónica y que los pavos reales son animales que, si los dejaran, irían a la temporada de Ópera con más propiedad que los pingüinos. No niego que puedan ser prejuicios.Animales de verdadero interés, animales animales, hubo un mono en los años cincuenta y lo sacrificaron por masturbarse. Hubo dos osos, Petra y Perico, que tuvieron un conflicto de familia y lo arreglaron a lo salvaje. Petra mató a Perico y Petra fue la atracción de miles de horas de miles de niños que rodeaban su jaula, le hacían una o con un barquillo y la osa daba una vuelta entera a la jaula y volvía a por el barquillo. Las leyendas de las fugas de Petra y de los niños amputados por sus zarpas agitaron nuestros sueños.La gastronomía del campo san Francisco fue la propia de los parques: galletas y barquillos en un barquillero de bombo que enfrentaba las tardes con una novela de Marcial Lafuente Estefanía, pirulíes de la Habana que se comían sin gana, patatas fritas en el kiosco del aguaducho, y chucherías en el de La Chucha, una representación de la casita de chocolate. Menú de temporada, castañas en invierno para calentar las manos y helados en verano para refrescar la boca.Los paseos tuvieron siempre sus edades y sus épocas. El Bombé fue paseo de adultos en el XIX, pero en el XX, el paseo, es decir, el paseo provinciano de las miradas, los saludos, los codazos, este me gusta y ésta a mí, se hizo en el Paseo de Los Álamos.En el campo la vida se recorría de arriba abajo, de sur a norte. Se empezaba la infancia jugando a la vista de los curas del paseo de los curas y se iba bajando en la pubertad hacia el Bombé para acabar en la adolescencia o en la juventud en el paseo de los Álamos.Por mi hija me tocó comprobar que sigue habiendo una edad, después de la de pasar la tarde del sábado en el centro comercial, en la que se va al campo. Van chavales que ya tienen un parque cerca de su casa, incluso parques enormes. No dicen que van al Campo, sino al parque y tampoco van al San Francisco sino al “Sanfran”. Y eso quiere decir que el Campo sigue ocupando un lugar en la vida de los ovetenses más allá, y no es poco, del atajo entre árboles, de la hipotenusa silenciosa donde se sabe que es primavera cuando el prado se llena de margaritas; verano, cuando huele a hierba caliente; otoño, cuando los castaños de indias se vuelven francotiradores e invierno cuando las copas de los árboles son escobones en huelga que no barren el cielo gris de la ciudad del norte".
"A principios de los años 50 del pasado siglo, unos hombres vestidos con un llamativo uniforme de pana recorrían el Campo San Francisco, vigilando la moralidad de los paseantes. También velaban por el orden, ayudaban y daban primeros auxilios. Eran conocidos como los vallaurones, ya que el cuerpo fue ideado por el concejal Julio Vallaure que ejerció entre 1949 y 1958.
Vallaure, ya fallecido (1912-1994) fue socio fundador de la Sociedad Ovetense de Festejos, directivo del Real Oviedo, concejal y teniente de alcalde del Ayuntamiento y también encargado del departamento de Parques y Jardines. En esta última responsabilidad pensó que era necesario un grupo especial de vigilancia que, si bien no operó todos los años que duró, oficialmente fue disuelto mucho después de su muerte, en 2008. En ese año los once vigilantes que quedaban se integraron en la policía local.
Los vallaurones tenían su base en los bajos del pequeño edificio conocido como el palomar. Su misión era vigilar el cumplimiento de las ordenanzas municipales de entonces: prohibición de subirse a los bancos, pisar el césped, arrancar flores, pelearse y, respecto a las jóvenes parejas, no guardar la debida compostura.
Tenían potestad para identificar a los infractores. Si eran menores, tomaban nota de su nombre y domicilio y mandaban una notificación a sus padres. Pero no solo eran vigilantes del buen comportamiento: también ayudaban, puesto que recogían niños extraviados y atendían al público con un botiquín de primeros auxilios."
El Carbayón, de Telesforo Cuevas (1849-1934). Recuerdos históricos de Oviedo, de Fermín Canella |
"En 1874 se había construido la estación de tren a una distancia de 1 km del centro de la ciudad y se proyectó un vial para unirlos. Este proyecto se tradujo en las actuales calles de Uría, abierta en el mismo año, y de Fruela, abierta en 1880, que bordeaban el extremo inferior del Campo de San Francisco dejando aislado al Carbayón del resto del Campo, molestando la circulación por la calle de Uría.
El 15 de septiembre de 1879 se reunió el ayuntamiento de Oviedo para discutir qué hacer con el árbol, tras el informe del jardinero municipal favorable a la tala. Los concejales se dividían en dos grupos opuestos: los progresistas, favorables a la tala, y los conservadores, contrarios a ella.
Tras dos votaciones nulas, en la tercera, la comisión de «paseos y arboledas» votó a favor de la tala por catorce votos a nueve. El Ayuntamiento sacó a subasta el derribo del árbol y fue otorgado por el montante de 192 pesetas. El 2 de octubre de 1879 se hizo efectiva la tala".
Aquí estuvo durante siglos el Carbayón, árbol simbólico de la ciudad, derribado el II de octubre de MDCCCLXXIX. La Corporación municipal acordó el XXIV de marzo de MCMXLIX la colocación de esta placa que perpetúe su memoria.
«Como continuador de aquel árbol simbólico que nos dio el título de carbayones, el Ayuntamiento plantó este roble el día XI de febrero del año de gracia de MCML
"La Junta Ejecutiva de la Caja de Ahorros de Oviedo compró los solares 4, 6 y 8 de la Plaza de la Escandalera en marzo de 1945. Más adelante, en abril del año siguiente adquirió el solar número 2 de la misma plaza siendo este el espacio utilizado para la construcción de la nueva sede. El edificio de la Caja de Ahorros de Asturias fue producto del Concurso de Anteproyectos para la Caja de Ahorros celebrado en el año 46 al que se enviaron diez proyectos. Recibieron los tres primeros premios los arquitectos Julio Galán Gómez, Félix Cortina y J. Vallaure y Juan Corominas Fernández-Peña consecutivamente. El proyecto definitivo no fue aprobado hasta 1952. El 15 de noviembre de 1945 se envían al Colegio de Arquitectos de León unas primeras bases que se complementan con las remitidas el 30 de enero de 1946 redactadas conforme «a las Bases Generales aprobadas oficialmente en Junta General Extraordinaria del Colegio de Arquitectos». En ellas, se especifica tanto la estructura como el estilo que debe seguir el proyecto".
"En marzo de 1.945, la Junta Ejecutiva de la Caja de Ahorros de Oviedo había dado ya los primeros pasos para la construcción de un nuevo edificio social, al comprar las casas números 4, 6 y 8 de la Plaza del Generalísimo - Escandalera - en Oviedo. El solar de estas casas, junto con el de la número 2, comprada el 17 de abril de 1.946 por la Caja de Ahorros de Asturias, es el que va a servir para la construcción de la nueva sede en Oviedo.
Así, el 15 de noviembre de 1.945 se envían al Colegio de Arquitectos de León unas primeras bases que se complementan con las remitidas el 30 de enero de 1.946 redactadas conforme «a las Bases Generales aprobadas oficialmente en Junta General Extraordinaria del Colegio de Arquitectos». (En ellas, se especifica que el edificio contará de sótano, bajo, entresuelo, 6 pisos más a plomo de fachada y otro retranqueado si se estimara conveniente, quedando todo ello rematado con un torreón de unos 6 metros provisto de reloj de 4 esferas. Y también se indica la preferencia de la institución por las orientaciones neoclásicas o barrocas para el alzado de las fachadas.
Al concurso se presentaron 10 anteproyectos, eligiéndose el del arquitecto D. Julio Galán Gómez. Pero el proyecto definitivo no se aprobará hasta mayo de 1.952.
El 31 de Octubre de 1.960, XXXVI Día Universal del Ahorro, fue solemnemente inaugurado el edificio social en la entonces Plaza del Generalísímo 2 (hoy Escandalera) de Oviedo. (Este edificio, al igual que los de Gijón y Avilés, sufriría en el tiempo diferentes remodelaciones internas, la más significativa por su importancia corresponde a 1.998, adaptando su uso y funcionalidad a las exigencias actuales de trabajo).
Tan esperada y señalada fecha marcaba el comienzo de una nueva etapa en la vida de la Institución, que gracias a la ayuda de sus clientes y colaboradores, continuaba gradual y progresivamente su marcha a lo largo del tiempo, desde aquella otra venturosa del 20 de noviembre de 1.880, en que la fundara el Excmo. Sr. Marqués de San Feliz.
La brillantez del acto inaugural y la trascendencia de los discursos pronunciados con este motivo, movieron a dejar constancia de ello en una crónica, que quiere ser una página más del historial de los edificios singulares de la Institución. En tal señalada fecha decía el Presidente de la Excma. Diputación Provincial y de la Junta de Gobierno de la Caja de Ahorros de Asturias, Ilmo. Sr. D. José López Muñiz y González-Madroño, a los asistentes: " (.) Nos encontramos reunidos hoy con motivo de la puesta en servicio de las nuevas instalaciones centrales de la Caja de Ahorros de Asturias (.) un día de satisfacción y alegría para todos aquellos que trabajan en esta Institución y mantienen relaciones con ella, y lo es porque el logro de esta antigua aspiración señala el comienzo de una nueva etapa en el desarrollo de su fecunda vida. La Caja de Ahorros de Asturias nace en el año 1.880 de la ilusión y de la esperanza de un grupo de hombres de la ciudad de Oviedo, y, desde entonces, ha marchado con paso firme y seguro hasta el grado de desarrollo y expansión que hoy tiene, paralelamente al desarrollo y progreso de nuestra región, del cual es uno de los exponentes. Cajastur (2007)
El reloj cuenta con un mecanismo, probablemente electrónico, que repite diversas melodías: cada cuarto de hora el Ave María y cada hora (de noche y de día) el himno de Asturias. Igualmente, en tiempo de Navidad interpreta a cada hora la melodía "Noche de Paz".
Decimos que mecanismo electrónico. No obstante su sonoridad es tan deficiente que pudiera tratarse de la amplificación de un pequeño conjunto de varillas metálicas afinadas, en cualquier caso de escasa calidad acústica.
Debiera ser sustituido por un carillón de auténticas campanas."
"El edificio prima en horizontalidad y compactación. Esa horizontalidad se rompe en su eje axial con la elevación en altura de la torre del reloj. Está formado por tres cuerpos diferenciados únicamente por una sencilla línea de imposta. El cuerpo inferior dedicado a las funciones de sótano y bajo destaca por el uso de aparejo almohadillado sin apenas volumen que remite a los palacios renacentistas, y, por consiguiente, al estilo neoclásico. En él vemos el amplio vano de entrada en el lateral izquierdo formado por un arco escarzano de grandes dovelas. Sobre este se encuentra un vano rectangular sin ornamento. El resto del piso se estructura en dos franjas de ventanas rectangulares entre pilastras almohadilladas de orden gigante que llegan a la línea de entablamento. Este friso corrido que separa el bajo del entresuelo aparece decorado por pequeños tondos que coinciden con las pilastras y por la inscripción en letras humanistas que hace referencia a la entidad bancaria. El cuerpo central está formado por cuatro pisos de ventanas rectangulares separadas por pilastras gigantes estriadas de orden jónico y enmarcadas por la utilización del almohadillado en los laterales. Sobre este cuerpo aparece un piso más de ventanas. Lo que más destaca del edificio es el torreón de uno seis metros, elevado sobre el último cuerpo de ventanas acompañado a los laterales por dos alas retranqueadas. Esta parte superior concentra la mayor riqueza del edificio pues en ella se ve una estilización de frontón curvo, formado por la línea de imposta partida por el escudo del promotor siguiendo el estilo barroco. Sobre este vemos dos grandes ménsulas bajo la cornisa. Finalmente se dispone la torre del reloj, con una ventana abalaustrada y rematada por un frontón curvo partido en cada uno de sus lados. Las esquinas rematadas por pilastras de capitel corintio muy estilizado. La torre se remata con una balaustrada decorada en sus esquinas con aletones.
El estilo empleado en la construcción es un historicismo: un neoclasicismo con algunos elementos barrocos, como los frontones partidos en el torreón que remata el conjunto. El conjunto destaca por su elegancia y equilibrio compositivo, limpieza de formas, así como por su gran monumentalidad, aspectos característicos de la arquitectura autárquica, con un marcado carácter ideológico (contribuir a resaltar la grandeza del régimen relacionando la arquitectura moderna con la propia del clasicismo y de la época de los Austrias, algo que se ve en este caso por la utilización de la bicromía formada por gris de la piedra y rojo del ladrillo)"
"La apertura de la calle Uría, en 1874, Fruela (1880) y Marqués de Santa Cruz (1889), la construcción del Teatro Campoamor (1892) y del Palacio de la Diputación (1910), fueron dándole una configuración semejante a la actual, pues aunque, al principio, estuvo previsto taponar con la plaza la directa continuidad de la calle Uría con la de Fruela, el proyecto no se llevó a efecto. La Cárcel-Galera, prisión femenina, vieja y destartalada, mostró sus restos todo el primer cuarto del siglo XX. Tenía en el frontón que remataba el cuerpo alto esta inscripción: "Para reclusión y corrección de mujeres, el ilustrísimo señor obispo Pisador, fabricó el piso bajo, año 1776. La Real Asociación de Caridad el alto, 1832". La correspondiente lápida se conserva en el Museo Arqueológico de Asturias.
Múltiples fueron los nombres propuestos para esta plaza, y múltiples también las obras que fueron modificando su aspecto a través de los años. Hasta 1890 conservó la Escandalera corpulentos árboles, como un trozo, que era, separado del Campo San Francisco. Hacia el ángulo más próximo a las calles de Pelayo y de Argüelles existió una fuente con el mitológico nombre de "La Mariblanca". Tal fuente fue, muy probablemente, el precedente de la que mucho tiempo después se conocería como "Cañu de la Galera". Durante mucho tiempo, el terreno de la plaza fue casi horizontal, tenía el nivel de la inmediata calle Uría y en su borde inferior bajaba en terraplén hacia la Galera. La explanación debió de hacerse a fines del siglo XIX, pues en 1901 fue colocado en el ángulo Norte de la plaza, ya con rasante parecida a la actual, el transformador eléctrico que se llamó "chocolatera", desde que fue instalado hasta que en 1955 pudo ser suprimido. En 1906 se acordó trasladar a esta plaza la Fuentona del Bombé, y aunque el acuerdo no se llevó a efecto, el 25 de junio de 1909 volvió a tratarse de emplazar allí una fuente; en su centro pensaba colocarse la fina estatua de Neptuno, hoy desaparecida del Campo de San Francisco en el que se exhibía a mediados del siglo XX, pero luego se propuso sustituir el dios por el ingeniero Schulz, y al fin ninguno de los dos proyectos se vio realizado. El 10 de marzo de 1911 se aprobó pavimentar de hormigón toda la plaza, dejando en el centro un espacio para la estatua al cabo Noval, Luis Noval y Ferrao, estatua que nunca llegaría a erigirse, como tampoco el monumento al General Ordóñez (1911), ni el que a la Sociedad de Naciones pensó también levantarse allí en 1918. Pero se llevó a efecto la pavimentación en la forma acordada, y ese fue el origen de la "tarta" o jardinillo circular que la plaza conservó durante treinta años hasta que se construyeron los servicios higiénicos desaparecidos con la reforma llevada a cabo en 1955. Esta reforma eliminó además los árboles que hacían la plaza un tanto acogedora, pero también hizo desaparecer las columnas, los quioscos y el transformador que la afeaban."
"En 1944 el ayuntamiento abre el concurso de proyectos. El diseño se presentó en 1952 y en él tomaron parte varios arquitectos como Joaquin Suárez, Carlos Sidro (arquitecto de Correos), Gabriel de Torrientes y Fernando Cavanilles. Fue proyectado como hotel, palacio de congresos, sede de Correos y Telégrafos y comercios. En 2005 se realizó una completa rehabilitación dentro del proyecto "Jirafa Élite" adaptándose como apartamentos de lujo y oficinas. Sigue albergando Correos.
La planta del edificio se adapta a la confluencia de dos calles. Inspirado quizás en el Banco de Roma (Milán), se trata de un edificio ennoblecido, racionalista, elegante, sobrio, gris, a caballo entre cierto clasicismo y la modernidad de la notable arquitectura asturiana de los años 50. La torre, de 19 plantas, se construyó en el punto más alejado del Teatro Campoamor, favoreciendo que no se empañase la perspectiva del edificio decimonónico. Su forma de "jirafa", al comienzo sobrenombre popular, hizo que se acabase reconociendo oficialmente con esta denominación. Es el edificio más alto de Oviedo tras la Torre Teatinos, la torre de la catedral y el Palacio de Congresos."
"Recibe el nombre de una violenta discusión que los ovetenses tuvieron cuando se hizo el primer proyecto urbanístico de la zona. Entre los últimos años del siglo XIX y primeros del XX se explanó, se pavimentó, se adornó de jardincillos y fuente y se bautizó varias veces según dictado de la historia y las circunstancias. Los dos últimos nombres fueron Plaza de la República y Plaza del Generalísimo.Por ser lugar de comunicación y paso insoslayable, los edificios que la conforman -Termómetro racionalista de curva y acristalada torre esquinera, enorme Caja de Ahorros con torreta de reloj y dudoso gusto, Banco Central Montañés, rico eclecticismo del lateral de redondeadas torres entre Uría y Pelayo- ocupan una plaza permanente en el recuerdo de todo ovetense."
"La Escandalera es una plaza que no nació para tal y que fue haciéndose de retales, como consecuencia de las sucesivas transformaciones del Oviedo nuevo que surgía a fines del siglo XIX. Hasta entonces, lo que luego se llamó con tan curioso nombre era parte del Campo San Francisco, que por allí se prolongaba para acercarse a la huerta de las franciscanas que habitaban el convento de Santa Clara.
Era lo que luego fue la Escandalera la parte del Campo más cercana a la ciudad, a la que se llegaba por el campo de la Lana o la calle de San Francisco, llamada antiguamente Rúa Francisca, siempre unida a su condición de camino natural entre el Campo y el convento franciscano y las reliquias de la catedral del Salvador, meta ovetense de las peregrinaciones. También este camino se llamó tradicionalmente del Campo, simplemente por ser ése su final, fuera ya de la ciudad.
Sin cambios durante siglos, en los últimos 120 años va a sufrir este espacio múltiples transformaciones que le llevan a su estado actual, perdida ya en cierto modo su condición de centro por antonomasia, pero conservando rasgos muy característicos de su progresiva transformación, testigos todos de su primera intención como plaza, «mayor» si cabe, bulliciosa y comercial, centro de todas las reuniones ciudadanas y de su letargo actual, como «city», con todos los bajos comerciales de antaño convertidos en bancos y compañías de seguros que fuera de las horas de la mañana dan una tristeza especial a los lugares en los que se asientan, perdida así la vida natural.
Cuando, por la necesidad de abrir una larga calle hacia la estación de ferrocarril, nace Uría, entre el viejo convento de San Francisco y la proyectada estación, no hay idea clara del destino de lo que de campo y huerta pasará a ser terreno urbanizable primero y luego urbanizado. En el nuevo trazado de Uría, mirando hacia la estación, a la derecha, hay dos grandes construcciones que vuelven su espalda a ella, abiertas desde antes en la calle de las Dueñas. Son la fábrica y fundición La Amistad y el cuartel de Milicias. Antes de llegar allí, un buen espacio arbolado, con el terreno en declive, como toda la zona, en el que destacan dos edificios: la cárcel Galera y la capilla de Santa María del Campo. Estaban justamente en lo que ahora es la plaza de la Escandalera, pero en aquel momento no había plaza ni proyecto de tal, hasta el punto de que en 1869 se propone parcelar todo el espacio y Tomás de Fábrega propone un proyecto en el que se distribuye el lugar geométricamente parcelándolo en nueve solares irregulares que formarían, de haber prosperado la propuesta, un tapón entre Uría y la ya proyectada Fruela.
Ya hemos mencionado que por allí estaba, en lo que ahora es la esquina entre la plaza y Argüelles, la cárcel Galera, llamada también hospital-galera, para mujeres. Este establecimiento estaba allí, extramuros aunque no lejos de la cárcel de La Fortaleza, intramuros, y surge por idea del regente de la Audiencia marqués de Risco, que propone su construcción en 1738. Su verdadero impulsor fue el obispo don Agustín González Pisador, que donó 50.000 reales para la construcción de la planta baja, en 1776, con el fin de recluir a «mujeres de vida licenciosa», en palabras de Madoz. Allí recluían también a las que habían cometido delitos menores, ya que las que tenían condenas largas eran enviadas a la prisión de Valladolid. Dado que en Asturias había pocas cárceles para mujeres, la mayoría de las asturianas se alojaban aquí. El edificio tenía buenos ventanales, con refuerzos de piedra, y por ello estaba bien ventilado, pero tenía mucha humedad, por pasar cerca el arroyo de las aguas de toda la parte alta. Por ello, y por su mala distribución, propone el regente don Lorenzo Gota edificar una nueva planta, mejor distribuida y más sana, lo que se hace con donativos de algunos ovetenses sensibilizados con la miseria de las pobres mujeres que malvivían en la Galera. Esta nueva planta se terminó en 1832 y los datos y las fechas de su construcción fueron esculpidos en una lápida que coronaba la fachada principal hasta su demolición y que ahora se conserva, como tantas ruinas de nuestro pasado reciente, en el Museo Arqueológico. Dice así la lápida: «Para reclusión y corrección de mujeres, el ilustrísimo señor obispo Pisador fabricó el piso bajo, año 1776. La Real Asociación de Caridad el alto, 1832».
Este edificio, que todavía calentaba al sol de mediodía sus ruinas en el primer tercio del siglo XX, respondía en lo externo a la traza de muchos otros de la Asturias de su tiempo, armonizando bien la primera planta, la más antigua, con la segunda, separadas en su construcción por más de cincuenta años. La fachada, muy del XVIII asturiano, con puerta reforzada y balcón principal sobre ella, con los muros encalados, escondía con empaque casi palaciego su triste cometido y lo inadecuado de su interior, que, según Canella, «resulta mal distribuido y poco a propósito para su objeto».
Resulta evidente que si la ciudad quería un lugar para cárcel y asilo de mujeres, que de todo era, no querría que este lugar estuviese en espacio céntrico ni que tomase lo que los ovetenses querían para su esparcimiento. Si, de paso, el edificio se amplía y adecenta, con mayor o menor fortuna, con dinero de aportaciones particulares, se hacía contando con que la obra durase allí. Todo esto nos hace suponer que nadie preveía en la primera mitad del siglo XIX que el Oviedo nuevo crecería y se haría moderno y atractivo para el gusto nuevo precisamente por aquella zona y que todos aquellos lugares, arbolados, húmedos y medio salvajes, serían no muchos años después el nuevo espacio apetecido por las nuevas clases sociales adineradas y, en definitiva, el motivo de admiración de todos los ovetenses, que asistían encantados a la metamorfosis de la vieja ciudad milenaria, que quería ser un París de juguete."
"El teatro Campoamor es el teatro de ópera de Oviedo, fundado en 1892 y conocido por acoger, entre otros eventos, la entrega de los Premios Princesa de Asturias.
Historia
El teatro Campoamor nació en Oviedo como respuesta a un marco para representar óperas y funciones teatrales debido a la incipiente burguesía económica que empezaba a aflorar en la capital. Hasta aquel entonces las funciones se representaban en el teatro del Fontán, al lado de la plaza del mismo nombre y que hoy es la Biblioteca de Asturias Ramón Pérez de Ayala.
Se ubicó en los terrenos del convento de Santa Clara, detrás de la calle de Uría que había sido proyectada un par de décadas antes. En el año 1876, con José Longoria Carbajal en la alcaldía, se presentó el proyecto de construcción del teatro, que se finalizó en 1883. A propuesta del escritor y entonces concejal Leopoldo Alas «Clarín», fue bautizado con el apellido del insigne asturiano Ramón de Campoamor, el cual no pudo asistir a la inauguración, a la que mandó a su hermano y como acto de agradecimiento con el pueblo ovetense envió mil pesetas para el reparto entre los pobres de la ciudad. El Ayuntamiento se encargó de distribuir el dinero entre las cuatro parroquias existentes, a razón de 250 pesetas por cada una de ellas.
El teatro se inauguró al público el 17 de septiembre de 1892 con una representación de la obra de Los Hugonotes de Giacomo Meyerbeer. A esta obra la siguió Lucía de Lammermoor', ópera que también fue presentada en la I temporada de ópera de Oviedo, en 1948, y también se representó en el 120 aniversario. Se trata de la temporada de ópera más antigua de España, solo superada por la del Gran Teatro del Liceo de Barcelona.
La primera remodelación importante acontece en el año 1916 con una reestructuración del interior y una ampliación del aforo. Durante la Revolución de 1934 el teatro sufre grandes daños quedando reducido a escombros, tras prenderle fuego los militares por orden de Camilo Alonso Vega para que los revolucionarios no lo pudieran usar contra el cuartel de Santa Clara, y solo se mantuvo en pie la fachada principal. Tras acabar la guerra civil se inicia la reconstrucción y renovación del teatro que volvió a abrir sus puertas en septiembre de 1948 con la ópera Manón.
En 1988, bajo el proyecto del arquitecto andaluz José Rivas, asesorado por el escenógrafo Julio Galán Martín, se lleva a cabo la reforma del escenario, eliminando la pendiente del solado, ampliando el espacio del foso de la orquesta y modernizando la caja escénica con todos los adelantos técnicos en cuanto a elementos escénicos mecanizados y de iluminación.
Bajo la plaza del Carbayón y la calle 19 de Julio, protegiendo las raíces del roble con una gran maceta, se dotó al teatro de modernos camerinos, sala de ensayos, sastrería, peluquería, sala de utillaje o atrezzo, talleres y salas de personal de tramoya. Desde aquí se controla la iluminación y sonido de la caja escénica. Los antiguos camerinos situados en la fachada trasera del edificio pasan a ser la sede de la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento de Oviedo.
En 1993 la sala polivalente del sótano se trasformó en el Centro de Arte Moderno Ciudad de Oviedo (CAMCO). Desde el año 2004 está gestionada por Cajastur, donde periódicamente se pueden contemplar exposiciones artísticas de arte moderno y vanguardista.
En el año 2006, la fundación Hidrocantábrico financió la puesta en marcha de la iluminación exterior del teatro. (...)
En nuestros días, tras haber conocido diversas obras de modernización técnica a lo largo de las dos últimas décadas, el teatro sigue funcionando a pleno rendimiento, y dentro de los muchos actos que se celebran en él cabe destacar la temporada de ópera de Oviedo, los extintos Premios Líricos Teatro Campoamor y la ceremonia de entrega de los Premios Princesa de Asturias. A lo largo de 2017 se celebra su 125 aniversario y en 2022 su 130 aniversario.
"Desde su inauguración, en 1892, el Campoamor ha sido visita obligada para grandes maestros y divas de este género. Han pisado sus tablas, entre otros, Rubinstein, Ravel, Bartok, Rostropovich, Yehudi Menuhin o Mario del Mónaco y Victoria de los Ángeles, con quienes se reinauguró el coliseo en 1948, tras haber quedado prácticamente devastado durante la Revolución de Octubre del 34. También han recibido el aplauso del público ovetense desde este teatro Alfredo Kraus, Montserrat Caballé, José Carreras, Mirilla Freni o Pavarotti.
Situado en el corazón de Oviedo, a pocos metros de la arteria principal de la capital, la calle Uría, y del Campo San Francisco, el Campoamor presume de tener la segunda temporada de ópera más antigua de España, tras la del Liceo de Barcelona, y acoge, junto a Madrid, la única temporada de zarzuela existente en España. Es sede también de la ceremonia de entrega de los Premios Princesa de Asturias, considerados por muchos como los segundos en importancia del mundo, tras los Premios Nobel.
Ubicado en los terrenos del convento de Santa Clara, el proyecto de este espacio cultural comienza a gestarse en el año 1876, con José Longoria Carbajal en la alcaldía de Oviedo y a propuesta del escritor y entonces concejal, Leopoldo Alas «Clarín». El nombre del teatro fue propuesto, años después, en la sesión municipal de 10 de mayo de 1890 por el propio Clarín, quien propuso que el “Nuevo Teatro”, como así se conocía entonces, llevase el apellido del político y célebre poeta naviego Don Ramón de Campoamor. Fue aceptado por unanimidad.
El teatro Campoamor nació como escenario en el que representar óperas y funciones teatrales debido a la demanda de burguesía que afloraba en la capital. Hasta entonces las funciones se representaban en el teatro del Fontán, al lado de la plaza del mismo nombre, hoy sede de la Biblioteca de Asturias Ramón Pérez de Ayala. El 17 de septiembre de 1892 se inauguraba el Teatro Campoamor, con una representación de la obra de Los Hugonotes de Giacomo Meyerbeer."
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