Llegada a la Playa de Poniente, Mar de Pando, El Playón o Arenal del Natahoyo |
Espigón curvo del Fomento, que ahora separa la playa del actual puerto deportivo |
Cimavilla desde la Playa de Poniente |
La Campa Torres y El Musel desde la Playa de Poniente |
El Ensanche de Fomento y la playa |
La Dársena del Fomento y el puerto deportivo |
"El heterogéneo grupo que defiende y custodia el patrimonio de arqueología industrial de Mina La Camocha y Naval Gijón tiene claro que, en lo sucesivo, deben evitarse acciones de conservación del patrimonio como la de la chimenea que emerge solitaria en el área urbanizada de la zona de Poniente. Según este colectivo, ese es «un ejemplo desafortunado que no se debe volver a repetir jamás, porque la chimenea está descontextualizada y cualquiera que pasa delante de ella no tiene posibilidad de saber a lo que remite».Esa solitaria chimenea hito es la que perteneció a la Compañía de Maderas de Demetrio Fernández Castrillón, documentada desde al menos 1876 en ese lugar, que fue asentamiento de empresas madereras, entre las que se encontraba la del empresario noruego Magnus Blikstad.Dicho vestigio mantenido a pocos metros de la playa artificial era conocida como chimenea de Basurto, pues al lado estaba la empresa vidriera del mismo nombre y hoy queda en Poniente como único testimonio industrial de la amplia franja de terreno ocupada durante años por los Astilleros del Cantábrico S. A., cerrados en los años ochenta del siglo XX tras el duro proceso reconversor vivido en la bahía de Gijón.En la futura Zona de Actividades Logísticas e Industriales de Asturias (ZALIA) de San Andrés de los Tacones se plantea una acción similar a la de Poniente con los hórreos y paneras centenarios que protagonizaron una sonada polémica en 2009 en aquella parroquia, llegando incluso a la apertura de expedientes por parte de la Consejería de Cultura del Principado.La pretensión del equipo de gobierno saliente es que varios de estos elementos etnográficos se queden en San Andrés de los Tacones como hitos permanentes del pasado ganadero y agrario de la parroquia gijonesa y sirvan, al mismo tiempo, de contraste con el nuevo complejo logístico e industrial que se va a desarrollar en esos terrenos. Un planteamiento similar también está detrás de la conservación de la puerta ornamental de ladrillo de la antigua Pecuaria de Somió frente a la finca denominada 'Monte Alegre'.Para los defensores del patrimonio industrial gijonés el gran drama que no se debe repetir fue la pérdida de las huellas de la fábrica de Moreda por lo que significó para la ciudad. Prado Alberdi recuerda con pesadumbre que «yo vi cortar con soplete y convertir en chatarra el primer generador de electricidad de la fábrica, del siglo XIX».
"En 1911 se funda en Gijón el cuarto astillero de la ciudad con el nombre de Constructora Gijonesa. Anteriormente se habían fundado Cifuentes, Stoldtz y Compañía (1888), Astilleros G. Riera (1902) y Astilleros del Cantábrico (1906). Constructora Gijonesa se ubica en un emplazamiento contiguo al dique de Stoldtz. En 1925 es adquirido por la familia Juliana y cambia de denominación a Juliana Constructora Gijonesa, para ser vendido en 1956 a Astilleros Euskalduna, que a su vez se convirtieron en Astilleros Españoles en 1969 y en IZAR en 2000. La factoría de Juliana se denominó entonces IZAR Gijón, pero recuperó el nombre de Factorías Juliana cuando es adquirida en 2006 por Factorías Vulcano S.A. Finalmente, en 2010, Astilleros Armón compra las instalaciones de Factorías Juliana a Vulcano y funda Astilleros Armon Gijón S.A. en 2011."
"Destacan 8 tiburones de entre 1,5 y 3 metros de longitud llegados directamente de Florida, En total, el número de ejemplares ronda los 5000 individuos; no obstante, con el paso del tiempo y la completa maduración de los sistemas se esperan alcanzar los 7000-8000 ejemplares"
"En el verano 1953, una veintena de jóvenes comenzaron a darle forma a la idea de fundar un club de natación con una piscina. Entre dos barrios de Gijón, El Natahoyo y La Calzada, en un solar de Santa Olaya, concretamente se trataba del monte Coroña, donde varios jóvenes concentraban diariamente para pasar un buen rato.
El primer paso fue llevado a cabo el 22 de septiembre de 1953 al celebrar una reunión en la que se estableció la primera Junta Directiva y se determinaron los principales objetivos que tendría el citado club de natación. Dichos objetivos serían la creación de un equipo y la constitución de un coro. Además, se fijó la primera cuota social basada en dos pesetas semanales y, poco a poco, se fue definiendo el nombre, los colores y los estatutos del Club."
"El monte Coroña era el lugar de esparcimiento y recreo natural de los vecinos de Santa Olaya y El Natahoyo hasta el asentamiento de los astilleros en la zona. «La Banda de Gijón amenizó la fiesta campestre bailando al compás de su música el elemento joven. Un grupo de bellas señoritas se dedicó durante toda la tarde a colocar flores en las solapas de los romeros que, a cambio de esa gentileza, entregaba alguna cantidad destinada a la adquisición de una gramola para amenizar las fiestas que casi a diario se dan en el Monte Coroña» (El Comercio, 15 de agosto de 1934). Citado ya por Jovellanos, el ilustrado habla también de un Camino de la Coroña."
"Su origen radica en un programa para el saneamiento y regeneración de los espacios urbanos del litoral oeste de la ciudad, degradados por una intensa industrialización en décadas anteriores. De hecho, en la zona existía la denominada playa de Pando, arenal eliminado por los usos portuarios de El Muelle y astilleros, la mayoría agrupados posteriormente en Naval Gijón. En la playa de Pando veraneó Isabel II y su familia en agosto de 1858. Décadas más tarde la playa fue desapareciendo en favor de un pedrero y dársenas del puerto, trasladándose los usos turísticos a la playa de San Lorenzo, que contaba con cuatro balnearios.
Finalmente, tras la conversión en 1986 del viejo puerto como Puerto Deportivo, en 1994 comienzan las obras de la playa, dragando arena de la costa de Gozón. A la inauguración acudió el ministro de Fomento Josep Borrell y el alcalde de Gijón, Vicente «Tini» Álvarez Areces, siendo la playa de Poniente una de sus mayores actuaciones como alcalde, motivo que en 2022 le daría su nombre al paseo marítimo del arenal."
"La Fundación Hospital de Jove celebró sus primeros 200 años de vida en el año 2004.
El 21 de septiembre de 1804 un numeroso grupo de gijoneses fundó la Hermandad de Caridad, una institución que tenía como fin dar ayuda sanitaria y espiritual a los pobres y enfermos de la ciudad. Gijón contaba por entonces con algo más de cinco mil habitantes. De la Hermandad surgió el primer hospital, instalado en 1807 en una pequeña casa de la calle de Los Moros que meses más tarde iba a ser desmembrado por la invasión francesa.
Hasta 1817 no se recuperó la idea de asistencia hospitalaria. En Cimadevilla funcionaba el Hospital de Los Remedios, y en dos de sus salas fue instalado el nuevo Hospital de Caridad, que más que hospital era albergue donde se suministraban alimentos básicos y un techo donde cobijarse a toda una legión de desheredados. El hambre era la primera «epidemia», y del hambre surgían buena parte de las enfermedades de la época.
El gran salto de calidad del Hospital se produce, sin embargo, en 1835 con el legado de Juan Nepomuceno Cabrales, industrial afincado en Gijón y hombre muy ligado al destino de la Hermandad quien, al morir sin herederos directos, dona su casa y finca para uso hospitalario. Vivía Cabrales en lo que hoy conocemos como los jardines del Náutico, frente a la playa de San Lorenzo. No sólo donó Cabrales la casa sino todos sus enseres, el importe de cuya venta (unos 15.000 reales) sirvió para dotar al hospital de una infraestructura más que aceptable. Aquel solar del Náutico serviría de base y casa al hospital durante todo un siglo. Desde 1835 el Hospital de Caridad de Gijón no dejó de crecer, de evolucionar. En el Náutico el viejo hospital y sus gentes encararon epidemias como la de cólera de 1885, la de viruela en 1899, o la terrible epidemia de gripe española de 1918. Y también encararon guerras, primero las carlistas, después la guerra civil.
La historia del Hospital de Caridad es fundamentalmente una historia de solidaridad y de heroicidades. Desde el instante mismo de su fundación la Hermandad se nutrió de forma casi exclusiva de la generosidad propia y ajena. A los enfermos del hospital no les faltó nunca su ración de alimento o sus medicamentos básicos gracias a las limosnas, donativos, legados y aportaciones de los gijoneses. Y al trabajo de los hermanos y hermanas de la institución, volcados en el servicio a los demás. A pesar de ello fueron numerosos los momentos en que las arcas quedaron vacías. Una historia de heroicidades porque la propia estructura económica de la que hablamos nunca permitió la menor holgura en la administración de los recursos. Parte de los fondos del legado de Juan Nepomuceno Cabrales se los llevó el viento de las desamortizaciones, y el crecimiento de la ciudad a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX y la primera del XX colapsó las instalaciones donde los médicos trabajaban de forma altruista, ayudados por una enfermería vocacional y por comunidades religiosas que trabajaban las 24 horas."
"La Fundación Hospital de Jove celebró sus primeros 200 años de vida en el año 2004.
El 21 de septiembre de 1804 un numeroso grupo de gijoneses fundó la Hermandad de Caridad, una institución que tenía como fin dar ayuda sanitaria y espiritual a los pobres y enfermos de la ciudad. Gijón contaba por entonces con algo más de cinco mil habitantes. De la Hermandad surgió el primer hospital, instalado en 1807 en una pequeña casa de la calle de Los Moros que meses más tarde iba a ser desmembrado por la invasión francesa.
Hasta 1817 no se recuperó la idea de asistencia hospitalaria. En Cimadevilla funcionaba el Hospital de Los Remedios, y en dos de sus salas fue instalado el nuevo Hospital de Caridad, que más que hospital era albergue donde se suministraban alimentos básicos y un techo donde cobijarse a toda una legión de desheredados. El hambre era la primera «epidemia», y del hambre surgían buena parte de las enfermedades de la época.
El gran salto de calidad del Hospital se produce, sin embargo, en 1835 con el legado de Juan Nepomuceno Cabrales, industrial afincado en Gijón y hombre muy ligado al destino de la Hermandad quien, al morir sin herederos directos, dona su casa y finca para uso hospitalario. Vivía Cabrales en lo que hoy conocemos como los jardines del Náutico, frente a la playa de San Lorenzo. No sólo donó Cabrales la casa sino todos sus enseres, el importe de cuya venta (unos 15.000 reales) sirvió para dotar al hospital de una infraestructura más que aceptable. Aquel solar del Náutico serviría de base y casa al hospital durante todo un siglo. Desde 1835 el Hospital de Caridad de Gijón no dejó de crecer, de evolucionar. En el Náutico el viejo hospital y sus gentes encararon epidemias como la de cólera de 1885, la de viruela en 1899, o la terrible epidemia de gripe española de 1918. Y también encararon guerras, primero las carlistas, después la guerra civil."
El estallido de la guerra civil coincidió con el desalojo y posterior derribo del hospital en el Náutico, víctima del Plan Urbanístico de Mejoras. El Hospital de Caridad, convertido durante unos años en Hospital Municipal, fue instalado en la zona del Bibio, en el antiguo convento de las Madres Adoratrices. Allí, en situación de penuria absoluta, se hizo frente con muy escasos medios a las tremendas consecuencias del conflicto, y de allí, de aquel convento convertido en hospital de campaña, no se salió hasta el traslado en 1947 a las modernas instalaciones de Jove. Los enfermos fueron trasladados en tranvía, porque las ambulancias eran aún un lujo imposible de conseguir.
No fue un proceso fácil. Para comprar la finca de Moriyón, donde hoy se enclava el hospital, fue preciso recibir antes del Ayuntamiento de Gijón la indemnización correspondiente al desahucio de la finca de El Náutico, que ascendió a unos 2.300.000 pesetas. Con ese dinero y centenares de pequeños donativos de gijoneses de toda clase social y disponibilidad económica, fue posible crear unas instalaciones que el mítico Adeflor, en su crónica periodística de la inauguración en el diario El Comercio, no dudaba en calificar de Gran Hotel de Enfermos.
Aquel proyecto tuvo muchos valedores, personificados aquí en dos nombres. Uno,Paulino Antón Trespalacios, hermano mayor durante 43 años, desde la postguerra a 1993. El otro nombre propio es el doctor cirujano César Alonso Martínez, con casi medio siglo de vinculación al hospital, del que fue director médico. De su entusiasmo y su constancia se da cumplida prueba en el libro «El Hospital de Jove. Los doscientos años de una institución» que la Fundación Hospital de Jove editó este año con motivo de tal aniversario.
Era el de Jove el quinto emplazamiento en la historia del hospital, tras la calle de Los Moros,Cimadevilla,el Náutico y El Bibio.Y salvo el periodo de guerra en que el hospital fue regido por las autoridades municipales republicanas, la Hermandad de Caridad siempre gestionó su funcionamiento, con características mantenidas con rigor durante estos dos siglos.
En primer lugar su carácter gijonés. El más gijonés de los religiosos, el Cura Sama, párroco de San Pedro, fue el promotor de la idea en 1804. Desde entonces los destinos del hospital y los de la ciudad que lo acogió han corrido paralelos. En segundo lugar su carácter de independencia, fiel al ideario fundacional. Cuando a finales de la década de los setenta el Hospital de Jove vivió momentos críticos, con peligro cierto de desaparición, esa independencia sirvió para afrontar los acontecimientos y finalmente superarlos con ayuda de las administraciones y del personal hospitalario.
Aquel hospital que en 1947 nació con vitola de modernidad, hasta el punto de que muy poco tiempo después la Administración del Estado pretendió comprarlo para incorporarlo a su incipiente red del Seguro de Enfermedad, treinta años más tarde era un hospital sin enfermos -su razón de ser- y sin médicos, con unas instalaciones obsoletas y unos presupuestos insuficientes. Dos nuevos nombres cobran protagonismo en esta etapa crucial: los de Eusebio López Mosquera, que fue director médico durante más de 15 años, y Zenayda Álvarez Bárzana, que lo sustituyó tras su fallecimiento. Ambos creyeron posible rescatar a Jove de lo que entendía como desaparición segura. Y así fue.
Superada la crisis de supervivencia, Jove logró convertirse en hospital de área, con nivel administrativo-sanitario superior y con enfermos asignados, logró jerarquizar su plantilla, modernizar sus instalaciones, construir y levantar un hospital nuevo, dar mayores servicios… En los ochenta Jove se consolida, en los noventa crece y se moderniza hasta ser hoy un hospital con más de 400 trabajadores en plantilla, con más de 8.000 ingresos al año, 76.000 estancias, 5.000 intervenciones quirúrgicas, y más de 30.000 servicios de urgencias. Uno de los hospitales mejor valorados de Asturias. Ejemplo por su pasado, ejemplo por su presente."
"Y es que el Muselín, que prácticamente nació como núcleo de población con los trabajos de construcción del puerto de El Musel, a finales del siglo XIX, tuvo a sus pies la ensenada señalada desde siglos atrás como la mejor de todo el Cantábrico para construir en ella un gran puerto de refugio protegido de los temporales del Noroeste.
Estanislao Rendueles Llanos, en su «Historia de la villa de Gijón. Desde los tiempos más remotos hasta nuestros días», publicada en 1867, hace numerosas menciones a la ensenada de El Musel, a resguardo del Norte por el saliente de piedra Lladra.
El cartógrafo portugués Pedro Texeira, en su obra de 1634 «La descripción de España y de las costas y puertos de sus reinos», cuando dibujó la concha de Gijón, puso especial cuidado en colocar dos barcos fondeados en la ensenada de El Musel, que el cartógrafo y militar denominó como «Puerto Chico», señalando así el lugar de refugio amplio y de fondo limpio capaz de acoger escuadras enteras «para el mejor servicio del Rey».
Por ejemplo, relata Rendueles Llanos, en 1618 el rey Felipe III ordenó la defensa de la costa contra los piratas ingleses y, «cumpliendo las órdenes del Rey, se allegaron en Gijón los recursos que fueron posibles, prestándose los vecinos de Somió y Cabueñes á velar en San Lorenzo, y en Torres los de Jove, Cenero y Poago» por si acaso buques ingleses fondeaban en El Musel y ponían en peligro la villa.
El codiciado fondeadero pasó a ser objeto de protección militar y, proseguimos con Rendueles Llanos, a principios del siglo XVIII, durante la Guerra de Sucesión, «también se proyectaron por entonces algunas obras de fortificación en Arnao (en la cima de piedra Lladra); mas dispuesto por el monarca la ejecución de un proyecto formal, se desistió de ellas, hasta tanto de la llegada del ingeniero, haciendo sólo los arquitectos y maestros los estudios preliminares convenientes; defendiendo aquel punto una de las compañías de milicia, y aumentando su artillería con dos piezas que se apresaron a un buque portugués mercante en la concha de Torres».
Tiempo después, antes de la Paz de Utrecht (1713), que dio el trono de España a los Borbones, se construyeron en «Arnao varias casamatas y un parapeto cercano al agua; dotando estos fuertes de nuevas piezas de artillería».
Ya en el siglo XIX, cuando comienza el que sería, tal vez, el más largo debate de la historia de Gijón, a propósito de la construcción del puerto de refugio de Asturias, la ensenada a los pies del Muselín sería el banderín de enganche de quienes porfiaban por hacer la dársena al abrigo de Torres.
En el libro «El puerto de Gijón», publicado en 1981 por Patricio Adúriz (que luego sería cronista oficial de la Villa) y Bastián Faro (Evaristo García del Valle, redactor jefe de LA NUEVA ESPAÑA entonces), sus autores mencionan la Sociedad Anónima La Salvadora, presidida por Rafael Tuñón y cuyo secretario era Marco de Costales y García-Jovellanos, fundada con el objeto de ayudar a crear un puerto de abrigo en Torres.
De esta forma, en 1883 La Salvadora lanzó una hoja volandera titulada «Muelle de refugio para embarcaciones menores al abrigo de Torres», en la que los gijoneses de la época pudieron leer: «Personas peritas han escudriñado y estudiado las diversas cuencas y ensenadas que existen en la concha de Gijón al abrigo del cabo de Torres, y han encontrado que existe allí, bajo el castillo de Arnao, una pequeña ensenada que reúne las condiciones apetecidas, para que con un simple y nada costoso paredón, quede constituido el «Puerto de Refugio de las lanchas pescadoras»; pero hasta el punto que no hay otro que tenga más fácil entrada, aun con grandes mareas, ni más tranquila ensenada al abrigo de Torres. Bajo el castillo de Arnao existe la punta llamada Peña Lladra, y a cuarenta y dos metros de distancia de la costa, una isla llamada Peña del Orreo: un sencillo paredón que una a estas dos peñas, y cuyo costo, según personas peritas, asciende a doce o catorce mil duros; es todo lo que se necesita para hacer el puerto de refugio de las lanchas».
Después de décadas de debates ciudadanos, técnicos y políticos, al fin se decide construir el puerto en Torres, dando comienzo los trabajos preeliminares en agosto de 1892. Pero si bien los ingenieros decidieron el arranque del dique norte desde la llamada Punta de la Cueva, sería en la playa del Muselín donde se ubicara el taller para la fabricación de los bloques de hormigón, utilizando para el mortero y los hormigones arena de la playa del Arbeyal que se transportaba hasta el Muselín en un pequeño tren que discurría casi a ras del agua y ceñido a los acantilados de Jove.
El 8 de enero de 1903, en la «Revista de Obras Públicas», Alejandro Olano, entonces ingeniero director del Sindicato Asturiano del Puerto del Musel y responsable de los trabajos portuarias, relataba el inicio de los mismos: «Enormes fueron las dificultades que opusieron al comienzo de las obras las acantiladas laderas del cerro de Torres, que no ofrecía camino ni senda alguna practicable, y el estado de agitación casi constante del mar en aquellos lugares; estas causas entorpecieron extraordinariamente el transporte de materiales, y los obreros tuvieron que descolgarse por escalas suspendidas de la montaña para ejecutar el arranque del dique. En los preparativos para dar comienzo a las obras se invirtió desde el mes de agosto de 1892 a octubre de 1893...».
En esos preparativos tuvo capital importancia la pequeña playa situada a los pies del Muselín, donde se construyó un pequeño puerto para la logística de los trabajos de construcción del dique Norte. Y no menos importante fue, como escribió Casto Alejandro Olano de la Torre (quien murió ahogado, junto con cuatro obreros, al ser arrastrados por una gran ola en el mismo dique Norte el 21 de octubre de 1912), las canteras del Cabo Torres, cuya explotación se llevó a cabo «por grandes voladuras» y «desmontada la roca, se procede al machaqueo de la destinada a hormigones, y en vagonetas es transportada por vía férrea al taller de construcción de bloques», que estaba situado en la playa del Muselín."
La silueta de La Campa Torres, recortada, fue siempre objeto de sobrenombres por su forma, que se antojaba similar, por ejemplo, a una mujer echada de espaldas. Sucesivas construcciones han ido desfigurando un poco esta peculiar formación geológica, la más polémica sin duda la de los grandes depósitos de la regasificadora, que vemos a la derecha de la foto
Se trata realmente de terreno ganado al mar, pues antaño, el Camín de Candás, que salía de la más antigua Puerta de la Villa (en el desaparecido Arenal de la Trinidad, prolongación del arenal al oeste del Mar de Pando) y enlazaba con el Camín Real de la Costa, iría justo detrás de estos edificios, por la actual calle del Marqués de San Esteban, antiguo señor del viejo coto de El Natahoyo que hasta aquí llegaba, en concreto Álvaro Armada Ibáñez de Jove (1817-1889), que era el marqués de San Esteban del Mar y séptimo conde de Revillagigedo cuando se emprendió la construcción de los Muelles de Fomento
Es el Ensanche de Fomento, línea de edificios construidos linealmente en la franja comprendida entre las calles Rodríguez San Pedro y Marqués de San Esteban tras la construcción de estas dársenas, luego también del derribo de la muralla carlista (más bien anti-carlista) y, aún, tras el derribo del Muro de Langreo, por donde iba el transporte de carbón del Ferrocarril de Langreo desde la estación al viejo Muelle de Minerales
Antaño estaban en los bajos de estos edificios numerosas navieras con sus almacenes. Luego, después de años de cierre, abrieron en ellos célebres bares de copas, discotecas, pubs, restaurantes, cafés y locales de moda, desde aquellos ya lejanos tiempos de la movida
Los usos hosteleros llegaron a los mismos diques y paseo, ahí enfrente tenemos, por ejemplo, La Terracina del Medio, uno de los muchos establecimientos que abren sus puertas en estas calles
A partir de este muro curvo, que fue el origen de esta ampliación portuaria a partir de la dársena vieja, se hizo pues todo lo demás. Sin embargo fue, a la vez, el "principio del fin de El Playón" hasta que, como si de un capricho de la historia se tratase, fue a la vez la base de la recuperación (parcial) del arenal con un nuevo nombre, el de la Playa de Poniente, saliendo de él el espigón-escollera que la guarda por levante
Justo en la punta del dique y sobre el arranque del espigón se construyó un centro de talasoterapia que venía a recuperar la tradición balnearia gijonesa que, aparte de precedentes romanos en las termas del Campo Valdés, tuvo su auge en las décadas finales del siglo XIX y primeras del XX, hasta la Guerra Civil
Es el centro de Talasoponiente, inaugurado en 2008, cuyo edificio de tres plantas, hecho de vidrio y pizarra, reluce al extremo de esta playa, ejemplo en su tiempo de la arquitectura de vanguardia, orientado al sur y dando vista al mar y las dársenas. Dispone de servicios de talasoterapia, gimnasio, salas de actividades, fisioterapia y cafetería-restaurante
Talasoponiente toma el relevo a los últimos balnearios que subsistieron en esta playa cuando incluso ya se anunciaba su desaparición, en concreto la "caseta de baños al final del dique curvo" de Don Faustino Fernández que, según nos cuenta Hernán Piniella Iglesias en Playa de Pando, agonía y muerte, publicado en Gijón a través del tiempo el 8 de julio de 2018, estaba ubicada en este preciso lugar
Al otro extremo de la playa estuvo el balneario del Natahoyo, que incluso parece que aguantó un tiempo más, propiedad de Don Constantino San Julián y Méndez, que llegará a principios del siglo XX con un grupo de irreductibles bañistas que, como la aldea gala de Astérix, siguieron acudiendo pese a la creciente industrialización que los rodeaba, persistiendo, cual Últimos de Filipinas, hasta que la muerte de su promotor dio al traste con la continuidad del proyecto. Pero dejemos que sea el mismo Piniella Iglesias quien nos lo cuente, dentro del contexto de desaparición de aquel gran arenal:
"Para 1872 se otorga concesión a Don Faustino Miranda, que era director de la Compañía de los Caminos de Hierro del Norte de España, a que cruce con sus vías la calle Mariano Pola, entonces salida a Candas o camino hacia la Gloria y se llegue hasta los muelles, para dar y recibir servicio del comercio allí generado que fuera susceptible de hacer uso de su ferrocarril como medio de transporte.
En otro Real Decreto de enero de ese mismo año de 1872, reinando en España Don Amadeo de Saboya y a propuesta de su ministro del Fomento Don Alejandro Groizard, se autoriza al ingeniero Don Faustino Fernández, para que construya un dique curvo de 542 metros adentrándose en el mar de Pando, desde la zona conocida como del Muleto o Mulato, cerca de la serrería de Don Demetrio Castrillón, (luego Maderas Bertrand).
Años antes para satisfacer su necesidad de descargar el carbón en las bodegas de los barcos el Ferrocarril de Langreo levantara un muro, que divide la ciudad de su lugar preferido para tomar baños de ola, la playa de Pando.
A la altura de las actuales letronas, se abren dos boquetes en ese muro, uno para el tráfico rodado de arrieros y carretas y otro más angosto para los viandantes, que pronto es usado como socorrido mingitorio varonil, y eludido por las personas de narices sensibles a los mefíticos olores que de allí emanan.
Había cerca otro mingitorio popular, incluso por su retirada situación apto para mayores necesidades y apuros intestinales, que algunos aliviaban en las escalinatas de la calle Trinidad, que le conferían a tan desventurada zona, el que se convirtiera entonces en un lugar donde con cajas destempladas suele mandarse a los que fastidian.
Al menos ahí hemos avanzado algo y de las letrinas pasamos a las letronas.
Se suceden las protestas ciudadanas para que la municipalidad ponga coto a aquel desafuero, se amplía el boquete de las carretas y se quiere tapiar el otro, hay aroma de guerra urbana en el aire y no es el mejor sitio para ello, por la de montones de adoquines que allí se acumulan, que pueden hacer peligrar la cabeza del señor alcalde y su inseparable sombrero de copa (según Bernard Shaw el sombrero de copa era un remedo del antiguo Yelmo que distinguía a los poderosos de los villanos).
Para contentar aun más a la exaltada ciudadanía en 1877, nace en Gijón la Sociedad del Fomento, que será la sentencia de la muerte y desaparición de la playa de Pando y su uso balneario, lo que en principio subsiste, incluso colocando Don Faustino Fernández una caseta de baños al final del dique curvo.
Pero cuando se apaciguaban los ánimos en 1885 otra Real Orden, aprueba el reclamado ensanche sobre al arenal de Pando, despareciendo así bajo el escombro y el cemento la idílica playa que nació como arenal de la Trinidad, paso a ser playa de Pando o Natahoyo y luego conocido como muelles del Fomento y Fomentín. Hoy día lúdico lugar de puertos deportivos y playa de Poniente. Los que protestaban se fueron con sus ansias de baños hacia San Lorenzo.
Sin embargo un grupo de valientes bañistas, subsistieron hacia el Oeste, en el balneario del Natahoyo capitaneado en 1889 por Don Constantino San Julián y Méndez, que proseguirá la idea sanatoria y balnearia en aquel lugar ubicado en la Travesía de la Sierra, donde iba siendo acorralado por el progreso, para 1912, solicita y obtiene permiso para crear un varadero al Oeste de la desembocadura del rio Cutis, pero la muerte le impide proseguir su sueño y su viuda se dedicará a atender otras demandas que le den mejores réditos que aquella lucha titanica de un marinero andante contra los molinos de viento de un progreso inmisericorde."
Relamente, el gusto por las playas y sus baños era cosa realmente por entonces, muy reciente, no fue hasta allá por el año 1820, tras las guerras napoleónicas y algunas epidemias cuando los avances médicos permitieron conocer las excelentes cualidades salutíferas de los baños de ola y sus ventajas para muchas terapias. Ello acercó a estas playas a los primeros forasteros, principalmente familias pudientes cuyos doctores se lo aconsejaban. Nacería así el turismo de playas, y de balnearios, después de milenios, desde la Antigüedad, cuando sí eran apreciados, de estar olvidados
Sin embargo, el gusto balneario de los antiguos era más bien de agua dulce, mismamente, en las citadas termas del Campo Valdés, funcionaban con el agua del manantial de La Fontica, cerca de L'Atalaya, lo alto del Cerro de Santa Catalina, no con agua del inmediato mar
Las primeras reseñas de baños de mar en prensa datarían de 1830 y serían protagonizadas por veraneantes europeos, pronto se extendería por España y primeramente entre la alta sociedad, pero al cabo del tiempo también entre las clases más populares. Hasta entonces las playas eran vistas como "vertederos, lugares peligrosos donde morían las olas y que constituían la parte trasera de los pueblos y las ciudades" tal y como dice el historiador Juan Carlos de la Madrid
Las playas gijonesas fueron de las primeras del Cantábrico en recibir a estos pioneros del turismo tal y como hoy lo entendemos pues del baño de ola como terapia se pasó a ser esta una actividad de ocio, descanso y relación social. Pero entre estas playas no estaban las del este, principalmente la de San Lorenzo, sino estas del oeste, como Pando, las que se extienden desde Cimavilla a La Campa Torres, más seguras y guardadas de corrientes, oleajes y las temidas ollas u hondonadas donde de repente no se hace pie
La costumbre iría además extendiéndose a San Lorenzo, es cierto, pero en menor medida. Así en 1845 el Diccionario de Madoz ya las señala como lugares de baño y en 1850 el erudito Juan Junquera Huergo describe cómo los forasteros acudían a las playas del lugar
Según el historiador Héctor Blanco, el primer baño real, regiamente hablando, en esta playa, fue no el de Isabel II sino el de su madre, la reina María Cristina de Borbón-Dos Sicilias en el año 1852, cuando acudió a Asturias en visita oficial e inauguró el Ferrocarril de Langreo para traer el carbón al entonces diminuto puerto local, que pronto se extendería en esta dirección. Así lo explica en su artículo titulado Gijón el primer veraneo, publicado en La Nueva España del 18-8-2022, conmemorando los 150 años de la efeméride
Sin embargo parece sería el baño de su hija la reina Isabel II en 1858 el que alcanzaría gran repercusión. Fue entonces además cuando se dio el visto bueno para hacer el Dique de Santa Catalina, el primer espigón portuario de envergadura que protegió definitivamente el puerto gijonés. Después ya vino todo lo demás
En este contexto y época puede afirmarse pues que quien más popularizó los baños gijoneses fue la reina en su visita oficial del año 1858, quien, aconsejada por sus médicos para un problema de piel, se zambulló aquí en el Arenal del Pando desde su enorme caseta arrastrada por raíles hacia el mar y que contaba con dormitorio, tocador tapizado, sala de descanso, guardarropa y algunas dependencias más. Aún faltarían años para que se fundasen los primeros balnearios, como aquí en Pando lo hizo el promotor Faustino Fernández
Isabel II venía en visita oficial acompañada de su esposo Francisco de Asís, y sus hijos Alfonso, Príncipe de Asturias, y la Infanta Isabel, junto con un gran séquito en el que destacaban su confesor, el Padre Claret, el general O'Donell, presidente del Consejo y las duquesas de Alba y Bailén, según nos informa Oscar Muñiz en El Libro de Gijón, autor que nos dice que para el baño real hubo de construirse la majestuosa caseta con ruedas y raíles sobre la arena, diseño del ingeniero Nava, a la que nos hemos referido antes, caseta que se movía hacia atrás o adelante según subía o bajaba la marea, estando su parte trasera en el agua para que la reina se zambullese desde ella en la mar sin dificultades
Automáticamente, por imitación, todo el mundo acudió a bañarse a partir de entonces a este playón y el tirarse al agua, costumbre hasta entonces no tenida por propia de gentes "elevadas" se transformó en todo lo contrario, naciendo el turismo playero en nuestra ciudad, baños de ola reconfortantes y aconsejados por los facultativos de "los importantes", por lo que, a causa del fenómeno de emulación, empezó a ser practicado por personas de toda condición
Tanto fue así que en 1873 el alcalde Eladio Carreño publicó un bando prohibiendo que la gente se bañase desnuda bajo multa de cinco a diez pesetas, o que ambos sexos se bañasen juntos, pues entre la zona masculina y femenina habría de habilitarse una separación de 30 metros, señalándose que los usuarios empleasen vestidos "no escandalosos"
Un episodio este, el de las férreas disposiciones para evitar supuestas promiscuidades y falta de decoro en estas actividades playeras en las que, al menos para bañarse, había que ir algo más ligero de ropa, que queremos que sea de nuevo Hernán Piniella que nos lo cuente, continuando su relato:
"Don Eladio Carreño, el médico de los pobres, personaje de Gijón que vivió fiel a sus principios y por eso mismo murió en la mayor miseria, y nadie de su entorno lo llegó a saber hasta el momento de enterrarlo pobre entre los pobres.
Más su loable vida con sus luces y sus sombras merece capítulo aparte que acometeremos en otro momento.
Lo que señalaremos en esta ocasión es su energía vital durante su lamentablemente breve tiempo, al frente de los destinos de Gijón, en pro de la moral y la decencia;
“Se prohibía absolutamente bañarse en cueros, así como estaba terminantemente prohibido que mujeres y hombres se bañaran juntos, se habilitó que las mujeres usaren el trozo de la playa de Pando que estaba más cercano a la desembocadura del rio Cutis y los hombres lo hicieran en el trozo más cercano al muelle y que en ningún caso y bajo ningún concepto hubiera menos de treinta metros entre bañistas de uno y otro sexo.”
En la playa de San Lorenzo que comenzaba a usarse para baños de ola en ese tiempo, para uso de los varones se reservó el lugar que iba desde la rampa de San Lorenzo junto a la pescadería, hasta la actual Escalerona y las mujeres dispondrían de su espacio de allí en adelante en dirección al Piles, si bien los últimos quinientos metros del arenal nunca tuvieron uso balneario, ya que eran zona de enterramiento de animales muertos, gatos, perros, cerdos sin garantía sanitaria, reses y caballos.
Todo ello referente al decoro y su rigor fue refrendado en 1885, por el Comandante de la Marina de Gijón, autoridad última sobre las costas, que sable en mano sugirió que dejase de hacerse caso omiso de las órdenes municipales.
Prohibía también aquel enérgico bando que se lavasen en la playa, enseres, perros, cerdos y caballos, así como la costumbre de arrojar todo tipo de basuras al mar.
Infringir este bando conllevaba sanciones económicas o castigos físicos (un buen sablazo, dado con la parte plana del arma en la zona de sentarse, obraba milagros) todo a según el talante del agente del orden que sorprendiese a la persona infractora, que incluso podía ser obsequiado con una visita no guiada de una semana de duración al interior de las mazmorras de la cárcel pública, ubicada en lo que dicese fuera Palacio de Munuza, si es que estuvo en Gijón y antes y después de ello fue Alcázar de don Pelayo; la vieja Torre del reloj de cuadrante.
Ante tal disyuntiva municipal, la chiquillería después de recibir los primeros sablazos reeducadores, y que confirmaban que la alcaldía no estaba en plan de bromas, optaron por tomar las de Villadiego, que aquí en Gijón eso quedaba en dos lugares cuando menos idílicos, situados el uno en lo que se denominaba rio Viñao en Viesques donde el rio Piles tenía unos pozos que eran una golosina para zambullirse en pelota y el otro en La Guía llamado El Pielgu de la Estrella en una pradería de limites difusos, bañada por el mismo Piles y que se conocía como Las Mestas.
Allí tan lejos y tan cerca no llegaba la autoridad ni por supuesto el brazo armado del alcalde y se podía seguir con la costumbre de quienes no tenían siquiera para comprarse un bañador, haciéndolo tan feliz como impúdicamente en traje de Adán.
La temporada de baños iba del 15 de julio al 15 de octubre."
También copiando a la reina se pusieron unas casetas móviles para servicio de los bañistas. Sin embargo, todo aquel romántico idilio con la Mar de Pando terminaría a partir de 1872, al autorizarse a la Sociedad de Fomento la construcción de un muelle en el lugar y, aunque hubo seria oposición por cuanto conllevaba de "cargarse la playa" al final los muelles del Fomento y Fomentín ocuparían el frecuentado sable
Incluso hechos los nuevos diques mucha gente siguió yendo a esta apacible playa hasta que fue definitivamente transformada en puerto industrial y astilleros, desplazándose entonces los bañistas a la de San Llorienzo o San Lorenzo
Y es que El Playón era una playa enorme e idílica, de aguas mansas, que abarcaba toda esta gran franja costera occidental de la ciudad, desde la vieja dársena local hasta el Monte Coroña, playa bien resguardada del nordestazu o vientos del nordeste por el Cerro Santa Catalina, un verdadero lujo que hizo de esta la playa favorita por excelencia de la ciudad
Pero las necesidades de ampliar el pequeño puerto local, antes que se aprobase la construcción de un gran puerto en El Musel, al otro lado de la bahía, hicieron que en 1872 se concediese a la Sociedad de Fomento hacer unos muelles para el creciente tráfico carbonero y otras mercancías en este arenal de Pando, que prontamente fue llenándose de diques, dársenas y astilleros
En un principio, como hemos visto, la gente siguió acudiendo, algunos resistiéndose hasta el último momento pero, ante la práctica desaparición del arenal según se ampliaban dársenas y astilleros, con el consiguiente tráfico de buques, talleres y demás industrias instaladas que dejaban pocos espacios libres todos se desplazaron a San Lorenzo que triunfó prontamente como la gran playa gijonesa por antonomasia
Tanto llegó a ser así, que, con el transcurrir del tiempo, incluso la memoria de la existencia de Pando, o el Arenal del Natahoyo y El Playón, se perdió en las nieblas de la historia
Muertos los últimos mayores que la conocieron nada hacía sospechar de lo que había aquí antes de diques, astilleros y desguaces, solamente alguna porción mínima de arena que afloraba en bajamares o un gran pedreru de pesquines en El Castrillón podría delatar aquel antiguo esplendor playero al oeste de la ciudad
Así, salvo cronistas que estudiaban la historia o ciudadanos con inquietudes que la buscaban en libros, la vecindad llegó a perder incluso la noción de la existencia del Playón de la Mar de Pando, pese a su importancia para una ciudad que basa gran parte de su importancia en su condición de costera. Pero de ello, precisamente, de esos rescoldos, renació como ave Fénix el antiguo arenal, o al menos una parte, recreada de él, como playa artificial
Alrededor de siglo después de su desaparición, con la concentración definitiva de tráficos portuarios, en incluso pesqueros, en El Musel, las dársenas del Fomento y Fomentín pasaron, como el muelle primitivo o Dársena Vieja, a ser puerto deportivo, y el traslado o cierre de industrias y las reconversiones de los astilleros dejaron el lugar depauperado
Es entonces cuando se decide recuperar el viejo arenal y así en 1994 la draga James Ensor cubre las rocas con 800.000 toneladas de arena, resultando una playa que recordaría a la de Pando o del Natahoyo pero que, lamentablemente y pese a las propuestas en ese sentido, fue llamada de Poniente al igual que la de La Línea de la Concepción en Andalucía, ante Gibraltar
"Fue costumbre muy antigua que las gentes de los pueblos de «tierra adentro», cercanos a zonas de costa, se desplazaran a «pueblos de playa» para, durante 9 días, TOMAR BAÑOS. Esto se hacía a la madrugada y durante los primeros días de junio o de septiembre.
Las señoras y señoritas «pudientes» vestían trajes de baño enteros (de cuello a rodilla); las de «menos posibles» cubrían su cuerpo con un paño amplio a modo de sábana.
Las llamaban «bañistes del sábanu».
Y si no había «posibles», un saco blanco de los de azúcar, con un agujero para la cabeza, hacía de casulla-bañador.
Los ferrocarriles que llevaban turistas desde tierra adentro a localidades playeras se conocían como TRENES BOTIJO.
Unas personas paseaban por la arena mojada y después se bañaban en el mar (BAÑOS DE OLA) ; otras ,antes de meterse al agua, masajeaban su cuerpo con algas marinas (BAÑOS DE ALGAS), para prevenir o curar afecciones de tiroides (bocio, que llamaban «papu»); y las más exigentes lo masajeaban con ramas de carquexa cocidas en agua de mar y después se bañaban en las olas (BAÑOS DE CARQUEXA).
Así trataban dolores reumáticos, problemas de varices, afecciones respiratorias y purificaban la sangre mediante el sudor.
En algunos pueblos -y de esto tenemos constancia- había muchachos que ganaban unos dinerillos cociendo las ramas de caxigos al lado mismo de la playa y atendiendo a las peticiones de los y las bañistas. En las ciudades de playa de tronío, como Gijón, había balnearios en la línea de costa y ofertaban a su clientela baños de estos tres tipos citados, mediante un «módico pago». En Gijón, por ejemplo, en los años del cuplé, Las Carolinas y La Favorita (dos balnearios célebres) cobraban los BAÑOS DE OLA a O,50 PTA y los de ALGAS o CARQUEXA a 1,75 PTA.
Hoy nadie usa de la carquexa. Los trajes de baño se reducen a la mínima expresión («tanga») en el mejor de los casos y, cada vez con más frecuencia, se convierten en monokini («topless) o en cerokini (despelote total)."
"Tren botijo fue la expresión surgida en la década de 1870-80 para referirse a convoyes extraordinarios, al margen del servicio regular de pasajeros, que eran fletados para asistir a eventos concretos en ciudades o playas. Ofrecían precios bastante más baratos que las tarifas regulares, destinados a clases bajas y populares. Fueron el inicio del turismo de masas. Se les apodaba como botijos porque todo el mundo iba provisto de este recipiente para beber durante los larguísimos y calurosos trayectos, ya que la mayoría de expediciones ocurrían en épocas de calor.
Surgieron prácticamente al unísono en todas las ciudades de España que ya contaban con ferrocarril."
"...en el «Plano del Puerto de Gixon», de Andrés de la Cuesta (1776), se lee «Arenal llamado el paseo». En el «Plano de la Concha de Gijon», de Vicente Tofiño (1787), aparece «Arenal del Paseo». En el «Plano de la Villa y Puerto de Gijón», de Sandalio Junquera Huergo y Alonso García Rendueles» (1836), aparece como «Arenal de Nataoyo». En el «Plano de los terrenos robados al mar en la playa de Pando» (1872) o en el «Plano del abastecimiento de aguas de la villa de Gijón», de Ignacio Ferrín (1874), «Playa de Pando», igual que en el «Plano del Proyecto de Ensanche y Mejora de Gijón», de Javier Sanz (1900), o en la Guía ilustrada del viajero en Gijón, de R. Caballero y M. Palacios (edición de 1911). Como prueba de la coexistencia de denominaciones, Francisco Coello consigna en su «Plano de la Villa y Puerto de Gijon» (1870) «Arenal y Playa de Natahoyo ó del Paseo».
Ramón d'Andrés lamenta que, al hacerse la nueva playa artificial, no se haya recuperado alguno de sus nombres tradicionales, desconociéndose exactamente la razón de aquella decisión, que sigue siendo un misterio, aunque se supone, como hemos dicho, que es una imitación toponímica de origen mediterráneo:
"... el nuevo arenal que se construyó en los años 90 del siglo xx en la zona no coincide exactamente con el viejo Arenal de Pando, pero viene a ser su heredero. Entonces se barajó la posibilidad de ponerle al nuevo arenal el nombre de Playa de Pando o de Playa del Natahoyo, pero no se tomó ninguna determinación oficial. Esta indecisión dejó paso a que se difundiera cada vez más un topónimo de nueva creación, «Playa de Poniente», sin ninguna tradición. No son seguras las motivaciones de este nuevo nombre, pero es posible que evoque denominaciones populares de playas en regiones turísticas del Mediterráneo, como Benidorm (Alicante) o Águilas (Murcia), donde hay playas «de Levante» y «de Poniente». Por otra parte, es muy posible que en algún momento se diera la denominación Playa de Castrillón, motivada por la fábrica de sierras mecánicas «Castrillón y Compañía», que estaba instalada en el lugar desde el siglo XIX."
Además de una recogida de material toponímico fundamental relativo al sable o arenal, d'Andrés realiza un resumen histórico de su historia, transformación, desaparición y resurgimiento:
"... el nombre de esta parte de la ciudad se aplicó en un principio a L’Arenal de Pando o Playa de Pando, que era la más utilizada por los gijoneses hasta que se comenzó a popularizar la de San Llorienzo a finales del siglo xix y comienzos del xx 32. Se llamó también Arenal de la Trinidad en el siglo xvii (por la capilla de La Trinidad), Arenal del Paseo, Arenal de Nataoyo, Playa del Natahoyo y El Playón. La reina Isabel II visitó este arenal en 1858 y lo puso de moda en sus estancias veraniegas en Gijón. En la segunda mitad del siglo xix, Félix Valdés de los Ríos, Marqués de Casa Valdés, compró el arenal para urbanizarlo. En 1875 un Real Decreto le concede a la «Sociedad Fomento de Gijón» los terrenos que van desde El Barrio’l Carme hasta El Natahoyo. Entonces se rellena L’Arenal de Pando y se trazan las primeras calles en la zona, entre ellas la del Marqués de San Esteban. De esta manera, entre 1875 y 1885 L’Arenal de Pando va perdiendo terreno por el oeste, al construirse las dársenas de la «Sociedad de Fomento», el aserradero «Demetrio F. Castrillón y Cía.», después llamado «Compañía Gijonesa de Maderas» y más tarde «Maderas Bertrand». En 1887 nacen por el oeste los primeros astilleros, «Cifuentes, Stoldt y Cía.»; en 1889 se traslada el matadero municipal; en 1902, se instala la «Compañía Asturiana de Artes Gráficas»; y en los años 40 del siglo xx, «Astilleros del Cantábrico». Esta industrialización masiva hizo desaparecer el antiguo arenal. En los años 1993 a 1995, al desaparecer la industria, se reconstruye un arenal que puede considerarse heredero del viejo Arenal de Pando, y que viene llamándose «Playa de Poniente»"
"... encontramos en este topónimo el sustantivo asturiano pandu ‘llanura pequeña’, del adjetivo pandu -a -o, con dos significaciones contradictorias. Por un lado, quiere decir ‘llano, igualado y sin elevaciones’, pero por otro lado significa también ‘que tiene la parte más abultada en el centro (una superficie)’, ‘empinado, en pendiente’. Sin duda alguna, es el primer significado el que encaja con este topónimo. Es corriente en la Asturias central que un sustantivo acabado en -u quede fijado en -o cuando tiene uso toponímico."
Una vista de la playa a finales del verano o principios del otoño, cuando sigue habiendo buen sol pero ya las temperaturas del aire y del mar no invitan a chapuzones ni a andar escasos de ropa
A veces pueden verse en las bajamares Los Serrapios, rocas que afloran en la superficie del agua, El Serrapio de Tierra, El Serrapio de Fuera, La Piedra del Vendaval... al igual que la zona de baxíos o bajos de San Xusto, escenario de dramáticos naufragios como el de La Camareta, embarcación que se fue a pique con 23 pescadores de Cimavilla que faenaban en estas aguas, allá por el año 1874 tal y como nos relata el gran cronista Víctor Labrada en su libro Al Aire de Cimadevilla, publicado en 1971
Víctor Labrada también nos narra las andanzas del padre de Teresina Pucheru, célebre personaje del "barrio alto", cuando este andaba por aquí a oricios:
"Nacería (Teresina Pucheru) en el seno de humilde y numerosa familia marinera, en una vieja y desconchada casuca del "Barrio de Pesquerías". El padre, un mocetón como un castillo, ojos de mar y pescador a la "parte" de soltero, poseía por toda fortuna, un bote que hacía agua hasta el "carel"; un trasmallo con más "furacos" que mallas; una "fisga" que se caía a pedazos de puro pasada; un farol, herencia de su abuelo y que empleaba para la pesca del congrio; palangres y cordelones; la ropa de aguas con su "sudeste"; un armatoste en forma de catre y un amor a su Gijón que rayaba en la fantasía. Creemos decir bastante al asegurar que era "playu" de los pies a la cabeza.
En el verano, cuando no iba al "quiñón", utilizaba el bote para la pesca del "palagre, cordelón, sentir y calamar". En el invierno sacaba "buenes perres" arrastrando al carbón; de cuando en vez tentaba a la captura del rico y sabroso "oriciu" por el alte del "lampazu" en los veriles del "Serrapio". Gozaba de fama de maestro de la "esguila" en "les poceres" y conocía como a su casa las caladas del "bugre", andarica y "botón", en los bajos de la "Cordelera", "Piedra del río", "Cantu San Pedro", "Amosuques", "San Martín", "Aranzón" y los "Regatos", muchos de éstos bajos, fáciles de contemplar a marea baja o en días de rompiente, cómodamente acodados sobre el rompeolas o muro de Lequerica"
A lo lejos, la actividad industrial portuaria en los muelles de El Musel siempre está a la vista, ofreciendo un cierto contraste entre la placidez del descanso de los veraneantes y las labores de estiba, desestiba, pesca, singladuras de buques, salidas y arribadas, atraques...
Tras treinta años de disputas sobre donde hacer el gran puerto de refugio de Asturias, en incluso dentro de Gijón/Xixón sobre si en esta nueva zona portuaria del Fomento y El Natahoyo, o en la ensenada al abrigo de La Campa Torres, se decide por fin construirlo allí, donde ya los astures de Noega tuvieron puerto natural, al igual al otro lado en la Ría de Aboño, hoy totalmente industrializada, lugares en los que se refugiaban barcos y flotas en los temporales, existiendo otro precedente en aquel pequeño muelle de arribada en Piedra Lladra, Arnao, donde se había instalado una batería de cañones costeros y donde alguna fragata inglesa fondeaba como aliada durante la francesada. Las obras del Musel se iniciaron en 1893 pero la expansión portuaria de diques, muelles, dársenas... sigue hasta nuestros días
"La Ibense Astur remonta su actividad en la fabricación propia desde 1934 de la mano de Vicente Guillem Pina y familia. Fundador de la empresa y heladero procedente de Ibi (Alicante) ciudad heladera, que en época de verano viajaba a Gijón a “helar”.
Al principio se instaló en Somió compaginado la venta de helados con el trabajo en la tienda familiar de alimentación. Popularmente conocido como “Vicente el heladero” recorría el barrio y alrededores con la garrafa al hombro.
Fue en 1954 cuando se estableció en el barrio de la Arena centrando su actividad en la fabricación y venta de helados haciéndose conocida la empresa con el paso de los años por su calidad y servicios. Hoy en día contamos con distintos puntos de venta fijos y estacionales por toda la villa gijonesa.
Hoy en día, nuestra heladería sigue regentada por una tercera generación y contando con una cuarta que mantiene la tradición y conocimientos de una familia heladera con gran historia."
Por su parte, Jessica M. Puga, periodista del periódico El Comercio, les realiza este reportaje el 12 de enero de 2023 en el que realiza un repaso a su historia y trayectoria:
"Ibi es un pueblo de montaña del interior de la provincia de Alicante ahora famoso a partes iguales por los juguetes y los helados. La popularidad por lo del comer empezó primero; antes, incluso, de que hubiera neveras en las casas porque en la zona había neveros, es decir, pozos adonde los vecinos tiraban la nieve para hacer hielo y venderlo después. Así, esta pequeña localidad se convirtió con los años en cuna de sagas heladeras que llegaron a trascender las fronteras locales.
Vicente Guillem Pina fue uno de estos ibenses que probó fortuna en el mundo de los helados lejos de su localidad natal. A Gijón llegó en 1921 para trabajar para otra gente y, a principios de los 30, se asentó por su cuenta en Somió, en lo que hoy es la avenida de Dionisio Cifuentes, donde abrió una tienda de ultramarinos en la que en verano hacía helados. Con los años, optó por constituirse ya como heladería y se instaló en la calle El Molino (actual Emilio Tuya), donde a día de hoy sigue abierta La Ibense Astur al mando ya de la tercera generación.
Esta, representada por Toña García y José Manuel Martínez -viudo de María Jesús Guillem-, acaba de dar por finalizada una temporada de Navidad «más rara de lo normal», apunta él, en tanto ha detectado un consumo más bajo de lo habitual. La causa principal, piensa, está en que «las fiestas coincidan en fin de semana» a lo que hay que sumar «que cada vez hay menos niños en las casas». Aun así, la venta de helados «fue notable como es costumbre», reseña García, al tiempo que recuerda que, en La Ibense, estos se venden todos los días del año.
Fue precisamente la tercera generación la que decidió sumar el turrón a una oferta en la que el bombón de nata ocupa un lugar especial. «También nos tocó adaptarnos a las directrices de la Comunidad Económica Europea, que fue especialmente intenso por tratarse de lácteos», recuerda García, quien señala hacia lo que empieza ahora: la temporada por excelencia de la nata montada. «La de los helados se enmarca tradicionalmente entre el día del padre y El Pilar», ahonda Martínez.
Hace más de un siglo que Vicente Guillem Pina cambió Alicante por Asturias. A él le tocó preparar las maletas y hacerse un hueco en el mundo de los helados. «Él lo empezó todo, los demás hemos recogido su legado», apunta Toña García, mientras muestra el expositor que da cuenta de la historia del oficio familiar. Enseña un chambi, que es un molde con un muelle y un tirador con el que hacer sándwiches de helado. Muestra una máquina para hacer cucuruchos muy parecida a las actuales para preparar gofres que va aparejada a un rollo para darles forma y también un molde en el que se metían los bombones de nata. «Hace muchos años teníamos a un trabajador exclusivamente encargado de esta tarea», recuerda García.
La segunda generación, la de Vicente y Milagros Guillem Martí y sus parejas, fue «la que creó empresa». «Una empresa que no va a cerrar», matizan. Es lo que llevan un par de semanas explicando a sus clientes porque la que lo hace es otra ibense, esta sita en Cádiz. «Nada tiene que ver con nosotros», señalan.
Su secreto para seguir al pie del cañón está en «proteger la tradición y cuidar de lo artesano. Nuestra esencia no ha cambiado en todos estos años, solo hay que saber adaptarse a los tiempos», explica Martínez, para quien «todo está inventado, tan solo luce diferente». Ahora, él ve cómo sus hijas, María y Ceci, empiezan a tomar las riendas del negocio familiar, que además del despacho del barrio de La Arena, tienen tres más repartidos por Gijón en las calles Marqués de San Esteban, Juan Alvargonzález y Brasil. Suya será la tarea de seguir velando por los bombones de nata, de los que elaboran cientos al día."
"En la localidad alicantina de Ibi hay una plaza dedicada a los heladeros, la Plaça dels Geladors. Allí, un monumento de Magin Picallo recuerda en granito negro el trabajo que varias generaciones de ibenses realizaron tradicionalmente dentro y fuera de Ibi, poniendo en el mapa a esta localidad como la cuna del helado en España. Tantos fueron los ibenses que salieron a ‘helar’ por todo el país, que nació una marca llamada La Ibense. La Ibense creció y se expandió por el territorio nacional, así que cuando comenzó a pertenecer de manera independiente a diferentes familias, se tuvo que diferenciar con el nombre de la zona en la que se encuentra.
Uno de estos primeros heladeros artesanos ibenses fue Vicente Guillem Pina. Llegó a Gijón desde su Ibi del alma para hacer la campaña del helado: comenzó vendiéndolos por calles y romerías con un carrito, hasta que en 1934 ‘Vicente, el heladero’ montó su establecimiento en Somió, un barrio gijonés. Vicente inculcó su oficio a sus hijos, Vicente y Milagros Guillem Martí, y a su yerno, Antonio García, que le ayudaron a impulsar el negocio: fue así como nació La Ibense Astur.
El éxito de los helados de los ibenses era y es tan rotundo en Gijón que la heladería hoy la dirige la tercera generación y la está trabajando la cuarta. Desde mediados del siglo pasado, cambiaron su ubicación y su obrador a la calle Emilio Tuya, 54, donde hacen sus helados con un proceso que en su mayor parte sigue siendo manual. Cuentan con dos heladerías fijas más además de cuatro puestos de calle. Por supuesto, cada vez son más los restaurantes gijoneses que incluyen el bombón helado de la Ibense en su carta de postres e incluso ya ha llegado a Madrid, donde podemos encontrarlo en Coalla.
El bombón de La Ibense Astur, nostalgia de chocolate y nata
“Un bombón de la Ibense, un paseo por la playa y ya tienes el día arreglado”. Dos euros y medio cuesta uno de los mejores planes en Gijón, según los gijonenses a los que me encomendé un día de julio por la tarde.
La Ibense Astur hace sus propios helados a granel y distribuye otros de la marca Alacant. Sus helados de fabricación propia son “helados de sabores tradicionales”, como dice José Manuel Martínez, yerno de la tercera generación de la Ibense Astur y administrador de la empresa junto a María Antonia García. “Los granel se venden muy bien, especialmente el de turrón, que es extraordinario, pero el bombón de nata es nuestro emblema. Está mal que lo diga yo, pero en Gijón preguntas por el bombón de la Ibense y todo el mundo lo ha probado”. No sólo todo el mundo lo ha probado, sino que todo el mundo habla de este bombón como se habla de aquello que te hace feliz.
El bombón de La Ibense Astur es un bombón de forma irregular, con la nata densa, de sabor intenso y de un blanco que casi amarillea, cubierta por una capa muy fina de chocolate. Al probarlo te transmite algo hecho a mano, un sabor tradicional. “Excepto la nata, que la montamos con una máquina, todo el proceso es artesanal y manual. Montamos la nata y se mete en unos moldes con el palo. Luego se mete a enfriar, se corta y lo bañamos en chocolate. Otro mete el bombón en la bolsa, otro la cose y otro lo mete en la cámara. Hasta las bolsas las abrimos a mano y en temporada alta hacemos entre ocho mil y diez mil a la semana, que son unos cuantos sólo para Gijón y alrededores”, dice orgulloso José Manuel.
Como se corta a mano, no hay dos bombones exactamente iguales. “No sé la suerte que habrás tenido cuando has comido el bombón, pero a veces uno sale más grande que otro. La gente lo acepta muy bien porque cuando te sale uno un poco más pequeño, compensa con la vez que te tocó algo más grande” dice riendo José Manuel. “Intentamos que sean todos igual, pero es muy complicado cuando el trabajo está hecho a mano”.
La nata es otro aspecto que destacar, y mucho. Es “nata-nata”, como dice el heladero. La compran a Lactesa, una empresa asturiana, y la montan en la heladería. “Lleva un 50% de grasa, algo que no se suele usar normalmente porque el coste es mayor. A nosotros nos gusta así, la rebajamos con leche y queremos que tenga un sabor intenso”, dice Martínez. De hecho, el chocolate lo ponen en capa fina para que no robe protagonismo a la nata, pero tenga el crunch tan placentero que le da la mordida de chocolate helado a una nata tan cremosa.
“Este bombón lo llevamos haciendo toda la vida”, recuerda José Manuel. “Primero se hacía sin palo y se envolvía como se envuelven los terrones de azúcar o un caramelo cuadrado, a mano y sin coser. Luego se empezó a coser la bolsa y nuestro envoltorio es especial, mucho más recio que los de los helados industriales”.
Un envoltorio que es casi bandera
El bombón de nata de La Ibense Astur tiene el don de llevarte al pasado incluso antes de clavarle el diente. El primer impacto retro es el visual. Esperas un helado envuelto en una bolsa de plástico fino, con un diseño sencillo, obviamente, porque ya te han dicho que es artesanal y no esperas la creatividad de las grandes marcas industriales, pero nada más lejos. Es mejor.
Te llega en una bolsa plateada, opaca, gruesa. “Una bolsa que nos cuesta una pasta”, dice José Manuel. “Es una funda característica. Es de un material especial que conserva mejor el helado. El diseño lleva décadas y décadas, no sé ni quienes lo hicieron”. Pregunto a Fátima Valle -diseñadora gráfica y asturiana- qué le transmite como profesional la bolsa del bombón de La Ibense. Es muy clara: “Cumple a la perfección el primer mandamiento de un buen packaging: un diseño reconocible y original. El diseño de este producto reúne las características gráficas para que resista en el tiempo”.
Sin embargo, aunque gráficamente le gusta, lo que destaca la diseñadora es, precisamente, lo que más valora el heladero, el material. “Al margen del efecto ilustrativo que transmite el conjunto, el acierto está en el material del envoltorio: el color plata y su textura verjurada. Combina estupendamente con los colores vibrantes del diseño, donde esa tipografía personal y festiva (propia del mundo publicitario del momento) contribuyen a que el packaging resulte muy identificativo y divertido. En definitiva, representa un momento congelado (nunca mejor dicho) en el tiempo. Pero no se queda sólo ahí, inmóvil como un envoltorio en un museo, sino que se mantiene vivo y participa de la historia de la ciudad y de los gijoneses. Los elementos juegan tan eficazmente que a ningún diseñador debería ocurrírsele rediseñarlo. Es un trozo de historia que no se debe tocar”.
Y esto es casi una promesa que se hace a sí mismo José Manuel Martínez durante nuestra charla: “Ese logo y ese envoltorio nunca se van a cambiar, vamos, mientras nosotros vivamos, no. Y estoy seguro de que los que vienen por detrás de nosotros pensarán igual”. Porque es un trozo de historia y sabor que no debes perderte si vas a Gijón."
Efectivamente, un helado en los arcos de Marqués de San Esteban o un piscolabis a la sombra de estas terrazas ante la playa son un pequeño gran placer al que es sin duda difícil resistirse
Después vienen unos "siglos oscuros", de la ciudad poco se sabe, muchas civitas languidecían pero las aldeas de los alrededores presentan notable actividad, erigiéndose abadías, iglesias y monasterios reseñados en los documentos de la Monarquía Asturiana. Por ellos sabemos que los vikingos asaltaron, o al menos se presentaron ante Gijón/Xixón, el 1 de agosto del año 844, unos 115 barcos con 5.000 guerreros aproximadamente que acababan de asaltar Nantes y que algún autor quiere hacer daneses de Vestfold (hoy Noruega)
A pesar de todo no tardaría la villa en verse disputada por los poderes feudales de una nobleza terrateniente y guerrera. Plaza fuerte, puerto seguro, fortaleza y bastión de lucha entre los Trastámara y sus oponentes al trono castellano, espolón amurallado en el que se estrelló la vanidad de reyes y pretendientes, la última esperanza de una dinastía y la venganza de otra, que se cobró cruel tributo al exigir que no quedase de ella "piedra sobre piedra", después de los terribles asedios de la baja Edad Media: era el fin de la ciudad vieja
"la hipótesis más probable es que este nombre provenga de la expresión *ĭn Attaŭlĭō [in attaúlio], literalmente ‘en Ataúlio’, aludiendo o a un sitio así llamado, o al nombre del dueño de una tierra. De *ĭn Attaŭlĭō se pasaría primero a *en Ataóyo, luego a *n’Ataóyo (igual que en + Asturies da lugar a n’Asturies), fusionado después en Nataoyo y perdiéndose la conciencia de que la n- inicial fuera la preposición en. De todos modos, el testimonio de variantes como Ataoyo o Lataoyo (procedente de *L’Ataoyo), es buena prueba de que el nombre latino Attaŭlĭō pudo conocer también una evolución en solitario, sin suponer una preposición delante. Las secuencias -lĭ- del latín dan como resultado asturiano una -y-, como mŭliĕrem, tripalĭum, que originan las palabras muyer, trabayu ‘mujer, trabajo’. El nombre Attaŭlĭus [attaúlius] sería la latinización de un nombre visigodo, semejante al que dio lugar al actual Ataúlfo o Adolfo, y provendría de la expresión germánica athal-wulf ‘lobo ilustre’"
Tras esta explicación etimológica, Ramón d'Andrés describe las referencias a este topónimo, que daba nombre también al arenal y que era la salida al mar de la antaño muy extensa parroquia rural de Ciares, antes que fuese absorbida esta su parte costera por el crecimiento urbano de la ciudad, al que se incorporó como uno de sus barrios:
"El Natahoyo es un lugar poblado del cual existe constancia desde época romana. La documentación medieval se refiere a un lugar junto al mar donde había huertos, prados, montes, fuentes, acueductos, pesquerías, salinas, etc. La capilla de San Esteban del Mar es del siglo xviii. Históricamente, El Natahoyo era un barrio de la tradicional parroquia rural de Tremañes. El nombre de El Natahoyo se ha utilizado también para llamar El Río Cuti (o Cutis), que desemboca en el lugar, y a alguno de los arenales occidentales situados entre L’Atalaya y El Monte Coroña (playa de El Natahoyo). La industrialización transforma totalmente la fisionomía de la zona: la fábrica de loza «La Asturiana» es la primera, en 1876, pero enseguida le siguen la de «Moreda y Gijón» en 1879, la refinería de Rufino Martínez en 1890, y tantas otras"
"en documentos medievales escritos en latín aparece «in Nataleo ecclesiam Sancte Eulalie» (Libro de los Testamentos, año 905); «de uilla nostra propria quam habuimus […] in Asturias, territorio Gigon secus Occeani maris, nominata Ataulio», «illa supradicta uilla nominata Ataulio» (Libro de los Testamentos, año 1078); «de uilla mea propria quam habeo in Asturias territorio Gegione, nominata uilla Ataulio» (misma fuente, año 1080); «Nataollo» (Libro Becerro, año 1281); «Nataollo» (documento de 1493). El Libro Ordinario cita en el año 1578: «E luego nonbraron en Tremañes a Gonçalo de la Caleya e a Juan de la Briega de Nataollo». En los Protocolos Notariales del Concejo de Gijón, año 1743, se cita: «En el coto d’El Nataoyo de el conzexo de Jixon». En el «Plano del Puerto de Gixon», de Andrés de la Cuesta (1776), se indica «Rio del Atahoio», para referirse a El Río Cuti, y «Arenal de Atahoy», para referirse a la playa situada entre El Río Cuti y El Monte Coroña. En el «Plano de la Concha de Gijon», de Vicente Tofiño (1787), figura «Rio Ataoyo». Jovellanos en su Diario escribe «Natahoyo». El «Plano del Puerto y Villa de Gixon en Asturias», de Ramón Lope (1812), consiga una barbacana «del Mar de Nataoyo» y otra «del Mar de S.n Lorenzo», expresiones en las que el sustantivo mar está usado en el sentido de ’entrante o zona del mar reconocible en un entorno determinado’ 31. En el «Plano de la Villa y Puerto de Gijón», de Sandalio Junquera Huergo y Alonso García Rendueles, de 1836, aparece «Arenal de Nataoyo» y «Aldea de Nataoyo». El diccionario geográfico de Madoz (1845-50) cita este lugar como «Natahoyo, lugar de la parr. de Ceares». Francisco Coello consigna en su «Plano de la Villa y Puerto de Gijon» (1870) «Arrabal de Natahoyo» y «Arenal y Playa de Natahoyo ó del Paseo»"
El Camino sigue todo recto y de frente hacia La Gloria, mientras que una tortuga grande (veremos varias en este recorrido) nos indica la ruta a la derecha para ir al acuario
Es una explanada en la que se celebran conciertos veraniegos, sobre todo en La Semanona o Semana Grande de las fiestas gijonesas de Begoña, en el mes de agosto, así como otros eventos. Desde el año 2022 lleva el nombre de Paseo del Alcalde Tini Areces, Vicente Alberto Álvarez Areces, bajo cuyo mandato se acometió la recuperación de esta playa y la transformación de la franja costera gijonesa dentro de un plan de reformas urbanísticas que abarcó a toda la ciudad, puerto y concejo
Hermosa arena de Gozón, en concreto de Antomero, unos kilómetros al norte de aquí, extraída del fondo marino, que fue donde se encontró el grano medio apropiado, de 0,45 milímetros, que los especialistas tuvieron por el adecuado para hacer esta "nueva vieja playa" a la que, institucionalmente, comprobamos que a veces tímidamente se la denomina ya Playa de Poniente o de Pando, algo que entendemos es de lógica y de justicia
Cierto es que, al principio, existieron fundados temores que no se acertase con la arena o, directamente, con todo el proyecto, pues nadie podía asegurar con total confianza que, por ejemplo, las corrientes marinas, las mareas, mareones o marejadas, la resaca o cualesquier otros fenómenos marinos arrastrasen la arena y se la llevasen al fondo
Fue la Autoridad Portuaria la que llevó a cabo, sobre todo al principio, los preceptivos estudios para comprobar que no se desplazaba la arena, no se descartaba, por ejemplo, el riesgo que se dirigiese al canal de entrada o bocana al Muelle y Puerto Deportivo. Por suerte las sucesivas catas mostraron que la arena prácticamente no se ha movido y que su pérdida es inapreciable
No es previsible que se necesiten aportes de arena pero siempre se presta especial atención al estado de las playas pues por ejemplo, la de San Lorenzo, siendo natural, hemos visto que, además de casi desaparecer en pleamares, en ocasiones tiene grandes desplazamientos de arena por razones que se discuten pero siempre relacionadas con las mareas y las corrientes del Cantábrico
La construcción de los diques de El Musel y El Muselón siempre ha dado sospechas para buena parte de la ciudadanía, que ciertos movimientos de las mareas, arrastres de arena y otros fenómenos, tenían que ver con ellos. No obstante los informes encargados lo descartan hasta el momento achacándolo a los temporales
Sea como sea el fenómeno no parece afectar mayormente a esta playa, para cuya construcción la citada draga belga James Ensor empleó 367 viajes según encargo de la Unión Temporal de Empresas (UTE) de Auxini S.A. y Sato S.A., que se adjudicaron la obra por casi 835 millones de pesetas
La operación de trasvase de arena comenzó el 24 de agosto de 1994 y finalizó 25 días después, fueron en total casi 800 toneladas, que garantizaría una playa seca de n61.565 metros cuadrados, cuya anchura sería variable según pleamares y bajamares de 50 metros en los extremos y 75 metros en el centro
La anchura máxima sería de unos 100 m frente al edificio de servicios, bien es verdad que una de las características de esta playa es que forma una cierta cuesta o rampa hacia la orilla, con una rasante que evita que pueda vérsela desde unos metros más atrás, por lo que los salvamentos adelantan sus torres sobre el terraplén
"A la vez, el Ayuntamiento, con Vicente Álvarez Areces de Alcalde, trataba de dar un cambio definitivo a la ciudad, de presentar una cara más amable y terminar con viejos problemas que el tiempo había convertido en casi endémicos. El final de siglo estaba muy cercano, pero en Gijón se seguían vertiendo las aguas negras al mar sin tratamiento alguno, no eran inhabituales las inundaciones y, además, había una zona de la ciudad tan céntrica como degradad, de imposible acceso, Poniente."
Poniente, que sin embargo aún no se llamaba así, el citado filólogo Ramón d'Andrés, en su página El Miradoriu lamentaba y se preguntaba por la razón de esta denominación, la cual sigue siendo un misterio:
"En Xixón, la playa al oeste de Cimavilla vien llamándose, sin que nada lo xustifique, «playa de Poniente». Esti arenal construyóse artificialmente nos años 90 del sieglu XX, recuperando ―de manera aproximada― l’antigua playa de Pando o d’El Natahoyo, qu’a fines del s. XIX desapaeció baxo los astilleros. Pelos años 90, siendo alcalde Vicente Álvarez Areces, acuérdome qu’hebo ciertu debate públicu sobre qué nome-y dar a la nueva / vieya playa, y baraxóse llamala o bien playa de Pando o bien playa d’El Natahoyo, recuperando’l nome de tola vida. Pero un tercer nome, «playa de Poniente», empezó a ruxir metanes del debate. Nun sé quién punxo a rodar esti nome; pudo ser daquién de la prensa («La Losa» d’Uviéu foi creación de la prensa) o daquién del propiu Conceyu de Xixón, a saber.
De lo que nun tengo nenguna duda ye de que «playa de Poniente» ye una denominación turística que copia servilmente nomes de playes mediterránees, como les famoses de Benidorm (Alicante) o Águilas (Murcia), llamaes asina porque hai les respectives playes «de Levante». Ello ye que, pasu ente pasu, lo de «playa de Poniente» foi imponiéndose na práctica, pero, que yo m’acuerde, nun hebo nengún acuerdu municipal pa llamar esa playa con esi nome. Si eso ye asina, siempre taríemos a tiempu de recuperar el nome de «playa de Pando» y dexar de facer el ridículu queriendo emular la imaxe turística d’otres partes."
Sea como sea, cuando se empezaba a proyectar la idea de la "nueva vieja playa", dice Andrés Presedo que "Aquel terreno abonado a los conflictos, a la quema de autobuses urbanos, teñía los días contados", mientras el sector naval aún estaba en guerra el presidente de la Junta del Puerto de Gijón, Carlos Zapico Acebal, estudiaba un gran macroproyecto marítimo para la ciudad:
"Se trataba de crear en aquel pedregal, más parecido a una cloaca que a otra cosas, una playa artificial que, salvando las distancias, supusiera recuperar el viejo arenal del Natahoyo"
Arenal del Natahoyo, efectivamente, otro de los nombres que se planteó recuperar pero no se consiguió, siendo especialmente lamentado por buena parte de sus vecinos, pues veían además se produjese una nueva disminución territorial de un barrio que siempre se vio cuestionado en su entidad, identidad y términos con la expansión urbana e industrial en esta bahía
Así con El Natahoyo marca sus fronteras la corresponsal de La Nueva España Ana Rubiera titula esta noticia, a fecha 2-10-2009, en la que su asociación vecinal plantea esta problemática de sus menguantes territorios y la desaparición de sus topónimos:
"La Asociación de Amigos de El Natahoyo tiene un cita mañana, sábado. Su comida anual desde hace ya dieciséis años, además de incluir un homenaje a un vecino ejemplar, José Luis Álvarez Margaride -presidente de Thyssenkrupp-, va a tener en esta ocasión un tinte reivindicativo. Uno de los organizadores del encuentro, Joaquín Cipitria, capitanea el interés de muchos de esos vecinos del barrio industrial que peinan canas por hacer valer el nombre y los límites fronterizos que siempre tuvo El Natahoyo. Por eso mismo, a la reunión de mañana irán pertrechados con un plano oficial del barrio con el cuño de la Unidad de Integración Corporativa del Ayuntamiento.
«Estamos fartucos de discutir con algunos que Santa Olaya o Poniente son barrios de El Natahoyo. Y donde hay información, no hay discusión. Este año vamos a taparles la boca a unos cuantos secesionistas», sostiene Joaquín Cipitria. En el plano oficial del barrio -que acompaña esta información- se puede ver que El Natahoyo, a efectos de consideración municipal, empieza en la mitad de la playa de Poniente, coge el Museo del Ferrocarril, llega hasta Sanz Crespo, baja por la avenida Príncipe de Asturias, pasa Cuatro Caminos y entra a la playa de El Arbeyal dejando a un lado la Casa del Mar y al otro el edificio de la EMA. Los organizadores del encuentro también han estado recopilando citas y referencias históricas del barrio, donde entre otras muchas cosas queda patente que antaño la hoy golosa playa de Poniente era conocida como arenal de El Natahoyo.
«Tenemos que ponernos firmes porque, si seguimos dejando que diluyan nuestras fronteras, al final ocurrirá como con la playa, que, aunque hubo algunas voces que pedían que se respetara nuestro nombre, al final optaron por ponerle Poniente. ¿Si San Lorenzo no es la playa del Oriente, ni El Arbeyal la de Occidente, por qué a nosotros tuvieron que quitarnos la identidad?», sostiene Cipitria. No es el único que ha tenido que llamar la atención a algunas autoridades locales por el mal uso, en público, de los límites del barrio.
En el fondo, lo que late en la discusión es el interés de muchos natahoyinos por resaltar el valor del que fue «barrio industrial por antonomasia, el que acogió a más de 5.000 personas trabajando directamente en los astilleros, el que llegó a tener más de 60 empresas ubicadas en sus calles... un barrio que dio de comer a casi todo Gijón»."
Y es que, no en vano, el ya mencionado erudito conocedor de la intrahistoria gijonesa, Hernán Piniella Iglesias titulaba Los menguantes espacios de El Natahoyo uno de sus artículos en Gijón a través del tiempo (31-7-2016):
"Cada día se le hacen más ajenos al barrio, lugares que antaño fueron suyos, cuando desde la vieja estación del Norte, hasta mucho más allá de Coroña, era todo del coto del Natahoyo, con señor y sin señores, tan solo siervos de la gleba (para 1845 solo 38 vecinos y un total de 192 almas) que voluntariosos labraban las huertas de un vergel alimentado por las frescas aguas del Rio Cutis que mansamente acudía para rendir su cauce al mar al lado de la capilla de San Esteban.
Capilla erigida como lugar de culto allá por 1647, en la oportunidad de aprovechar las venerables piedras de otra capilla ya fenecida años antes, que había en el cercano Tremañes.
Capilla que fue ardiente, por las teas encendidas, cuando sobre un túmulo allí dispuesto reposó el cadáver del insigne hijo de Gijón, Jovellanos, a su regresó ya difunto por vez última a su “Llugarín de Dios,” en 1815, rumbo al por él designado lugar de entierro en el Cementerio de La Atalaya en Cimavilla.
En el Natahoyo hizo noche su cadáver y al día siguiente como se acostumbraba, acompañado por doce renteros de aquel coto del Natahoyo, portando encendidas teas y otros cuatro que llevaban sus restos en la caja de castaño que le abrigó en horas tistes de abatida procesión por las calles de la villa.
La capilla también tuvo siglos de ser el punto de referencia, de los pescadores que llegaban de alta mar buscando la bocana del puerto de Gijón. Y luego fue faro de los emprendedores industriales de Gijón en su búsqueda de lugares para instalar empresas y astilleros. Así vio nacer la Fábrica de Moreda en 1879, el primer gran astillero de ribera, justo al lado de la capilla, de Cifuentes, Stoldtz y Cía. en 1888, que antes había ocupado el espacio que va hoy del Mercado del Sur a la calle Fundición, cuyo nombre delata aquel pasado. De allí salieron los primeros barcos de Gijón arrastrándolos calle Corrida abajo en busca del mar, muchas veces se hizo necesario derribar balcones y esquinas para los traslados, lo que motivo que el último traslado fuera el de La fundición y astillero a un lugar más propicio a la vera del mar.
Y ese lugar fue el Natahoyo, años más tarde la empresa seria adquirida por Duro Felguera y la conoceríamos como El Dique. En 1900 nació la Constructora Gijonesa, luego adquirida por la familia Juliana, en 1906 en El Arbeyal se fundó Astilleros Riera y el último grande fue Astilleros del Cantábrico en 1935. Ya para entonces El Natahoyo era un hervidero de empresas grandes y pequeñas, de entrañables pequeños talleres de artesanos, tahonas, curtidoras, no hubo palo laboral que no se tocase, nacían unas empresas y morían otras. Al igual que los usos y costumbres, de la Fuentina al lado del cine ya nadie se acuerda de haber ido a buscar agua fresca, del cine tampoco hay demasiada memoria, al igual que del lavaderu sobre el mismo cauce de un ya oculto rio Cutis.
Los espacios abiertos a prados y huertas iban desapareciendo en perjuicio del ocio infantil, que usó el Prau Manin, como pequeño Molinón, después de ser eliminado el campo frente a la fábrica de Cerveza, la playina seminudista de Coroña, ¿Quién era el guapu que tenía para un traje de baño entonces? Ropa interior y gracies y cuando no había moros en la costa en pelota picada, los más valientes se lanzaban en acrobáticos saltos desde la otra punta de Liquerique, que de Coroña entra al mar, protegiendo los diques de la Constructora.
La “Fábriquina” de La Gloria ese amor del Natahoyo que dos veces saciaba les “fames”, al dar trabajo a muchas madres y después al verter sus desechos al cercano mar y acercarse allí en multitudinario tropel les codiciades Chopes y los socorridos Muiles, pescados con presteza por avezados pescadores, entre otras especies de roca, que acabarían en la sartén de algún hogar del Natahoyo. Los Tubos que se llenaba al son de las mareas y estaben repletos de Sapes, de Andariques en menor cantidad y si ya queríes una Ñocla, debías ir dique afuera, al pedreru de los paisanos.
Al final desparecieron casi todas las fábricas y sus puestos de trabajo: La Aceitera, La Estrella de Gijón, Avello, Maderas Lantero, Maderas Castrillón y Bertrand, Artes Gráficas, el Mataderu, Bridas Llera, Industrial Alonso… los Astilleros masacrados por el progreso uno a uno, se mudaron otras muchas, La gloria, Esmena, Moreda…del viejo barrio fabril ya solo nos queda el barrio, mostrándonos muy a su pesar los escombros de su alma, el progreso inmisericorde le dio alas a la avaricia empresarial, le dio pábulo a su brutalidad y no atendió a las razones de humanidad que deben privar en las relaciones entre humanos. Del viejo barrio obrero, tan solo se ve ya, algún viejo abuelo adorable que pasea por aquellas calles o una abuelita queriendo oír una sirena llamando al trabajo, buscando un prau, una huerta, un recuerdo de un pasado que sobre un pedestal de roca, abocetaron las espumas, mientras lo golpeaban las olas."
Por su parte, la escritora Pilar Sánchez Vicente, usuaria de este arenal, se manifiesta, en una entrevista concedida a verAsturies.com, también partidaria de sus topónimos originales:
"Poniente ye la mio playa d’usu diariu, onde voi pasiar pa refrescar la cabeza cuando m’arde d’escribir. Yo prefiriera que mantuviera’l nome d’Arenal del Paséu, como se llamaba nel sieglu XVIII o Playa del Natahoyo, yá nel XIX. Ehí taba la playa de Pando, onde veníen a baños la reina Sabel II y dempués la fía, la Chata, hermana d’Alfonsu XII y tuvo casetes enantes que San Llorienzo. ¡Que se sepa!"
Como dijimos, no es caseta, es casetona, y es más, se trata de todo un edificio base de los salvamentos el que se halla en medio del paseo de la playa, sede de sus servicios de vigilancia, salvamento y primeros auxilios, coordinados con la Central de Salvamentos sito en la Escalera 12 de la Playa San Lorenzo
Su singular silueta destaca en la explanada,, disponiendo de amplias cristaleras dando vista a esta concha y, arriba, ático con barandillas que forman parte de su puesto de observación
La Chimenea de Basurto y los edificios en cuyos bajos se encuentra la famosa sidrería Tierra Astur, el "tercer servicio turístico más competitivo de España", titula, nombrando a este galardón concedido a este negocio el diario El Comercio al dar la noticia el 22-1-2024:
"La sidrería gijonesa Tierra Astur Poniente ha sido galardonada con el tercer premio al establecimiento turístico más competitivo de España por la Secretaría de Estado de Turismo en los XIV edición de los premios SICTED.
La categoría Servicio SICTED más competitivo reconoce, según las bases publicadas por la propia Secretaría dependiente del Ministerio de Industria, Comercio y Turismo «el logro realizado en materia de competitividad gracias a la mejora continua en la calidad operativa en el servicio turístico a sus clientes».
Tan sólo catorce establecimientos en toda España habían sido preseleccionados a este premio, un único de la cornisa cantábrica (Tierra Astur Poniente) y, de todos ellos, tan solo tres restaurantes.
El socio fundador y director gerente de Tierra Astur, César Suárez Junco se ha mostrado muy contento ante la concesión de este galardón ya que «reconoce uno de los empeños diarios de la empresa, que es la mejora continua y la obsesión por dar un servicio de la máxima calidad a los más de dos millones de clientes que visitan nuestras sidrerías cada año. Además, nos hace más ilusión todavía dado que es la propia Secretaría de Estado la que toma la decisión de nominarnos a este galardón y poder ser los únicos representantes del norte de España».
Visita Gijón/Xixón ha apoyado la candidatura y ha valorado el esfuerzo de esta sidrería por la innovación y la calidad. El premio reconoce la trayectoria de Tierra Astur y visibiliza el esfuerzo de las empresas de Gijón/Xixón por ofrecer productos y servicios de calidad.
Con estos premios, la Secretaría de Estado de Turismo, SETUR, y la Federación Española de Municipios y Provincias (FEMP) buscan destacar el esfuerzo realizado para la mejora continua en los servicios turísticos, el trabajo para recuperar la actividad en los destinos turísticos y la integración del programa nacional de calidad (SICTED) junto con otros proyectos y políticas de sostenibilidad que fortalezcan la gestión de la crisis en el ámbito del destino."
Entre los primeros esbozos del proyecto de hacer la playa y el primer aporte de arena en agosto de 1994 pasaron cinco años. Después le tocó el turno a la de L'Arbeyal, "Diez años después, ambas están consolidadas y forman parte del paisaje urbano", escribía Andrés Presedo en 2004, quien afirma que Carlos Zapico "fue el principal impulsor de esta obra" y el que tuvo que "esquivar los primeros recelos", pues no pocos pensaban que era una manera de liquidar el astillero y poner en marcha una muy sabrosa operación urbanística
Carlos Zapico manifestaba a Andrés Presedo que la idea recuperar las playas al oeste del concejo en un momento en el que estas estaban desaparecidas, La Calzada se había quedado sin la del Tallerón y La Casera o L'Arbeyal era un lugar insalubre. La actuación coincidía con lo más enconado del conflicto del naval y era preciso obrar con mucha cautela:
"Pese a ello, estudiamos distintas posibilidades y pensamos que lo ideal era volver a recuperar una playa tras el dique curvo de Fomento, donde nunca existió, porque la de Pando estaba más cerca del puerto deportivo. Así surge la idea de las 'playas de Poniente', porque inicialmente se pensaba en una doble concha con una especia de 't' en medio, a modo de rompeolas, y dos conchas a cada lado, porque los técnicos pensaban que quizás el mar no te permitiese estabilizar la arena"
"Con el proyecto muy maduro, Carlos Zapico recuera que "le presenté la idea a Pedro de Silva, que era el presidente del Principado; a Tini Areces, que era alcalde de Gijón; a Pedro Piñera, que era el presidente de la Confederación Hidrográfica y a Manuel Ponga, que era el delegado del Gobierno. Creo que era el año 1990. Les dije que el puerto podía financiar la obra, aunque sería mejor hacerlo con ayudas, pero que era imprescindible el saneamiento de la zona y ahí surge el plan de saneamiento integral, que se firma en 1991. La locomotora de ese plan, que todavía se está desarrollando, era el proyecto de Poniente."
"Era una "actuación de costa", una terminología muy de moda en medios portuarios en aquellos años y que suponía algo así como el compromiso de los puertos de recuperar la franja marítima para uso público. La operación de Poniente, pese a ser en la periferia, tuvo un reconocimiento nacional con un premio urbanístico, aunque no tanto como la transformación del puerto de Barcelona, pese a que su repercusión en la ciudad fue, en el caso de Gijón, muy superior a lo sucedido en la capital catalana.Estas actuaciones supusieron, en el caso gijonés cambiar la fisonomía de la ciudad y recuperar la mitad de la franja costera de la zona oeste, secularmente la más industrializada de la ciudad desde la segunda mitad del siglo XIX, a causa de factores tales como la cercanía al entonces pequeño, pero creciente, muelle local y, de resultas de ello, la proximidad de la estaciones ferroviarias del Norte y del Langreo, que aportaban sus cargamentos al muerto. Más adelante, la ampliación portuaria hacia El Fomento, los astilleros del Monte Coroña y, acabando dicha centuria, El Musel, confirmaron esa configuración de la zona oeste de la ciudad (y concejo)como la industrial por excelencia
"El Musel es conocido desde antiguo como un abrigo de barcos, gracias a la mole de El Cabu Torres, que protege de los vientos del noroeste. Este abrigo, desaparecido por la construcción del puerto moderno, se conocía en general por el nombre de Ensenada del Musel (ver apartado siguiente), y estaba situado entre las también desaparecidas Peña Lladra o Punta del Musel (donde están las ruinas del castillo de Arnao), y Punta l’Otero. Los primeros proyectos para construir un puerto remontan a 1752. En 1889 el Ministerio de Fomento aprueba el proyecto de construcción, y las obras comienzan en 1892. En 1907 se inaugura el puerto de El Musel, siendo el «Dalbeattie», de Noruega, y el «Jovellanos» los primeros barcos que atracan en él (...).(...) en los mapas de la costa gijonesa desde el siglo XVIII, aparecían dos accidentes geográficos barridos por el puerto moderno, que llevaban el nombre de El Musel, uno referido a una ensenada (que es la que justifica el nombre actual del puerto), y otro referido a una punta o cabo junto a esa ensenada. En el primer caso, los mapas recogen en general la denominación «Ensenada del Musel» (por ejemplo, años 1752, 1776, 1867, 1879), pero a veces pueden aparecer otras, como «Muelle del Musel» (año 1787), que es buena prueba del aprovechamiento naval que se le daba al lugar. En el segundo caso, encontramos denominaciones como «Punta del Musel» (año 1754) o «Punta de Tierra del Musel» (años 1752, 1776), que quizá sea la misma que se conocía como Peña Lladra, hoy en la orilla interior de la carretera portuaria. Gregorio Menéndez Valdés escribe en 1779: «Su concha la mas pacífica, limpia y amparada del Promontorio de Torres donde, aunque la furia del mar y de los embravecidos vientos se empeñe en sumergir las naves, siempre en la misma Concha y sable de el Musel salvan sus vidas y haciendas, sitio el mas proporcionado a la construcción de un Puerto para armadas de mayores buques y utilísimo a la Monarquía».
"Etimología: origen desconocido sobre el cual se pueden emitir varias hipótesis que no están probadas. En primer lugar, y de acuerdo con X. Ll. García Arias, es posible que tenga relación con el sustantivo latino muscĕllum [muskél·lum] «mejillón», sea en alusión directa a que abundaran estos moluscos en el lugar, o a alguna característica del terreno que evocara la forma de ese molusco. En segundo lugar, también se podría pensar en un derivado *muscĕllum, diminutivo de muscus ‘musgo’, quizá en referencia a alguna característica de las rocas del lugar. También se puede aventurar algún derivado del nombre masculino latino Mussius. En cualquier caso, habría que averiguar primeramente qué es lo que recibía el nombre de El Musel antes de construirse el puerto moderno, que desfiguró completamente esta parte de la costa gijonesa. Por lo que sabemos por la cartografía y testimonios históricos, con el topónimo El Musel se designaban dos accidentes geográficos: una pequeña ensenada que servía como abrigo de barcos (que es la que justifica el nombre del actual puerto); y una peña, punta o cabo cerrando esa ensenada por el norte, llamada Punta del Musel, Punta de Tierra del Musel o Peña Lladra, en la que se conservan las ruinas del castillo militar del siglo XVIII. Se puede dudar de qué fue primero El Musel, si la ensenada o la peña. Ésta, que se conserva ya no a la orilla del mar, sino al borde de la carretera portuaria, sigue destacando en el perfil de la costa. No sería nada inverosímil que esta peña, tan característica de ese micropaisaje, hubiera sido la primera en recibir el nombre de El Musel. Vistas así las cosas, no se resuelve la incógnita etimológica, pero se abren nuevas y posibles vías interpretativas. Y así, se podría quizá relacionar El Musel con topónimos de montaña, como La Muesa (en Ḷḷena) o Amuesa (en Cabrales), que García Arias supone originados."
en el latín mŏrsum ‘mordido, mordisco’, aplicado en sentido metafórico al terreno, o bien en el verbo mostrare, por ser lugares altos, expuestos o mostrados a su entorno. La terminación -el parece remitir a un sufijo diminutivo latino -ĕllum, pero en este caso se esperaría un resultado *-iel (como Valboniel en Castrillón, del latín vallem Bonĕlli). Esto haría pensar que su origen estaría más en una forma primitiva *Muxel (de significado desconocido), en la que *-iel se reduciría a -el por ir precedido de consonante palatal (igual que caxiellu dio caxellu ‘colmena’), para luego despalatalizarse en la actual «s». Así pues, El Musel sigue siendo uno de los topónimos enigmáticos en el ámbito gijonés y asturiano."
Hermosa vista de Cimavilla con el promontorio de L'Atalaya, La Talaya o Cerro de Santa Catalina, recuperado para la ciudadanía en 1982 tras ser muchas décadas, "el Gibraltar gijones", como se le llamaba, al ser terreno militar totalmente cerrado con alambradas. En 1997 fue musealizado con proyecto del arquitecto Francisco Pol, existiendo búnkeres y antiguos emplazamientos artilleros, que, ya en el siglo XVII, tuvieron su precedente en la batería situada sobre los acantilados, la Casa les Pieces o Casa Guindones, también recuperada y restaurada con dos cañones originales que, como tantos otros, se habían reaprovechado como postes de amarre de embarcaciones en del puerto (noray)
En lo alto estuvo la capilla de la advocación que da nombre al lugar, Santa Catalina, sede de la Cofradía del Gremio de Mareantes de la que era su patrona, agrupación gremial que fue la más antigua y poderosa de la antigua villa marinera. Al ser el santuario reconvertido en polvorín, lo que provocó su desaparición, la cofradía se trasladó a la capilla de la Soledad, germen de uno de los dos barrios de Cimavilla, el de los pescadores propiamente dichos, que mira a estos muelles, siendo, el otro, el de los Remedios (por la capilla del Hospital de la Villa u Hospital de Corraxos -peregrinos pobres-), de artesanos de la piedra, labrantes y mamposteros, además de la casa hidalga de la familia del ilustrado Jovellanos
La playa en su esplendor veraniego, con todo el paseo de la calle Rodríguez San Pedro, por donde hemos venido desde los Jardines de la Reina (a la izquierda de la foto) por El Fomentín y El Fomento, con el edificio de la antigua Sociedad de Fomento sito a la derecha de dichos jardines. Ahí estaría el Arenal de la Trinidad, el primero que desapareció, antes incluso que se hiciesen estas dársenas, con las primeras ampliaciones portuarias en el viejo muelle local. Llamado así por la capilla de esta advocación, anexa al Palacio de los Jove Huergo (actual Museo Barjola), estuvo en el lugar la primera Puerta de la Villa, acceso a la aún muy pequeña población
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