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martes, 21 de junio de 2016

LA FERRERÍA: ANTIGUA CALLE MAYOR DE AVILÉS (ASTURIAS). EL PALACIO DE VALDECARZANA Y LA ANTIGUA IGLESIA DE LA VILLA

 

Ayuntamiento de Avilés en El Parche o Plaza de España. A la derecha la calle La Ferrería

El Camino Norte de Santiago entra en el corazón de Avilés y desde la calle Rivero y El Parche se dirige a la antigua Calle Mayor, actualmente de La Ferrería, nombre que evoca al gremio de ferreros o herreros que en ella se asentaba. Aquí estaba una de las puertas de la desaparecida muralla medieval avilesina, la de la Ferrería o del Alcázar, con sus correspondientes torres y ante la que se alzaba la picota, en la que se exponía a los malhechores para escarnio público, a la entrada del Camino de Oviedo


A su izquierda se construyó el edificio del Ayuntamiento, inaugurado al son de campana tañida el 22 de abril de 1277, hecho sobre un lienzo de aquella muralla, la cual empezó a derribarse a partir de 1818, tanto por intereses urbanísticos como por ser un símbolo del "viejo orden", pese a que protegieron a su población aforada de las apetencias de otros señoríos, laicos y eclesiásticos, tal y como comentábamos en la entrada de blog correspondiente a El Parche


Además de recorrer El Parche, hemos recomendado a los peregrinos que deseen conocer un poco más el casco antiguo, una visita a las cercanas calles de San Francisco (donde se alza el antiguo convento franciscano que es ahora parroquial) y Galiana hasta El Carbayedo. Por lo que, en ese caso, retomaríamos el camino señalizado aquí, a la derecha del Ayuntamiento, donde por El Parche se pasa de la calle de Rivero a esta de La Ferrería 


Esta calle constituía el acceso directo del camín real, procedente de la capital asturiana, al antiguo puerto, actual Parque del Muelle, al que se accedía desde la muralla al otro extremo de la calle por  la Puerta del Mar. La Ferrería formaba por lo tanto parte del llamado Avilés intramuros, popularmente La Villa, constituido también por las de La Fruta, El Sol y San Bernardo, ya que Galiana, Rivero y El Carbayedo, barrios nacidos en el siglo XVII, eran arrabales extramuros, así como el pueblo de pescadores de Sabugo, al otro lado del viejo muelle, separado de La Villa por el río Tuluergo


A aquella también desaparecida Puerta del Alcázar vino el antiguo reloj público instalado, al menos desde 1673 que se sepa, en la vecina la Puerta de Cimavilla (a la izquierda del Ayuntamiento), pues amenazaba desprenderse. Y aquí permaneció hasta 1821 cuando le tocó el derribo a este tramo de muralla. Llevado al antiguo convento de San Francisco, nunca volvió a funcionar bien


Si nos fijamos, algunas de las losas del suelo son más oscuras, es porque siguen el trazado de la antigua muralla o cerca y esta que fue una de sus puertas y torre. Por aquí estuvo la Barbería Clemente, cuyo dueño era llamado El Gorrión como apodo familiar del que no renegaba. Era un pequeño local de barbería con solamente dos sillones pero con una de las tertulias más animadas de Avilés

. Al comienzo de la calle un monolito con una placa nos informa del lugar por donde se extendían puertas y murallas



Existe en este momento un plan para recuperar, sacando a la luz, algunos de los cimientos localizados más destacados de esta antigua cerca, cuyo trazado alrededor de La Villa está bien investigado


A nuestra derecha está también el famoso restaurante Casa Alvarín (con entrada por la calle las Alas, primera a la derecha), fundado, si bien con otro nombre, en 1902, en lo que fue una parada y posta que conserva dentro de sus muros el suelo de la antigua fragua donde se herraba a los caballos de los viajeros que entraban y salían de Avilés. De Casa Alvarín escribe el 11-8-2016 el historiador y gastrónomo Luis Antonio Alías en el suplemento Yantar de El Comercio:
"Coincidió en su nacimiento con Antonio Machín y los primeros Ford. Y con el primer vuelo a motor. Ciento trece años en la vida de una villa son muchos, más para Avilés que apenas inauguraba su vertiginoso siglo XX de campanas, hornos altos y chimeneas, mientras el XXI nos va retornando al sosiego campestre de la desindustrialización. 
Cuando abrió no se llamaba Alvarín; en tan largo trayecto vistió varios nombres Generoso, el Molinero, Armando por lo que actualmente debería llamarse Casa Ismael, lo apropiado para quien cumple cincuenta años dirigiendo el negocio, pero prefiere mantener el nombre anterior: así lo conoció él mismo desde niño, así lo conocieron casi todas las generaciones vivas avilesinas y asturianas, y así lo piensa transmitir a su hijo Carlos, que acabó magisterio, reflexionó, entró en la escuela de hostelería, asumió las bondades de un destino trazado con su nacimiento y ya gestiona el lugar. 
El letrero se lee alto y claro en una fachada esquinera entre la calle de la Ferrería y la plaza de España, abierto centro ciudadano ribeteado de arquerías y soportales. Al llegar ante él hay que girar, seguir la flecha y meterse por el callejón bohemio y silencioso que conducía antaño al bodegón oscuro de planta baja, mesas grandes, vinos de granel, sidra, mejillones y patatas bravas, tal vez las mejores del mundo, ricas y asequibles para estudiantes escasos de recursos. 
Aquel mesón nos facilitó encuentros, reuniones y noviazgos. Ahora, ascendido de categoría sin pérdida de identidad, se dedica a celebraciones, banquetes, comuniones y festivos, días en que los otros tres comedores, la selecta tienda licorera y vinatera y el acristalado zaguán rebosan de comensales. 
La reforma general, emprendida treinta años atrás con el propósito de convertir el viejo y algo triste restaurante en referencia de consejos, apreciaciones y guías, le da al entorno aire de asador castellano, con piedra, ladrillo, muretes, cuadros de bodegones y paisajes y expositores donde se alinean clásicas e innovadoras botellas de vino, embutidos, quesos y especialidad principal de la casa y de Ismael jamones, los mejores del solar patrio, sellados por Jabugo y los aires de la sierra de Aracena. 
Lo cortan a máquina, claro que propia del doctor Franz de Conpenhague, que separa sin desgarros o pérdidas de jugo, con total limpieza, permitiendo incluir en las raciones lonchas de maza, contra y babilla, todo el paisaje del pernil bellotero. 
La pasión jamonera lógica en los avilesinos que hace un siglo vendían en Madrid miles de jamones tinetenses salados y curados por los valles luego siderúrgicos cede sitio a la pesquera, esa cien por cien local, que plancha, hornea o encazuela merluza, pixín, mero, lubina, virrey, xargo, dorada y lo que la rula disponga «siempre que lo permita la especie elegida, en piezas grandes, a partir de cinco o seis kilos, que ganan mucho en sabor», detalla Carlos. 
¿Especialidades? Les fabes con almejes y los bacalaos, así de cuaresmales. Y los cuarenta principales de la cocina asturiana de siempre: ensalada de perdiz escabechada, arroz con bacalao, menestra de verduras y menestra marinera, pote de berzas, cachopines de setas, alcachofas con jamón, cardos con langostinos, cachopo de pluma asturcelta, carnes rojas, caza, setas silvestres por otoño y primavera, angulas al riscar la primavera, bonito ahora que toca, croquetas mantecosas, espárragos y cualquier vegetal farseable relleno de jamón. 
«Disponemos de un equipo de cocina muy técnico que traduce lo que les proponemos punto por punto; ofrecemos platos avalados por la acogida y la tradición, incorporados en jornadas o menú mediante, según nosotros proponemos y los clientes demandan», detalla Ismael. 
«La modernización llegó con el cambio de siglo, cuando logramos adquirir el local hasta entonces alquilado. La aventura la habían iniciado mi abuelo Abel y tres de su hijos. Pronto fue continuada solo por mi padre, y hasta hoy», añade Carlos. 
Y de tal manera lo logran, que uno de los cocineros de este palacio del gochu es musulmán practicante y recibe el visto bueno por prueba y aplauso ajeno"


Cinco años antes el mismo periódico publicaba La lección del decano de la hostelería, donde se hace un repaso a la trayectoria e historia de los actuales propietarios:
"Cuando un día de 1966 Ismael Rodríguez Díez decidió liarse la manta a la cabeza y adquirir con sus tres hermanos una sidrería en la calle de Los Alas, no estaba en su mente más que una idea tan prosaica como imperiosa: la de ganarse la vida trabajando como cualquier persona. Que el tiempo convirtiese a Casa Alvarín en el que probablemente sea el segundo chigre más longevo del casco urbano avilesino, y que él mismo llegase a ser el más veterano de los hosteleros locales «fue una cosa que vino sola, y seguramente tuvo que ser así», comenta el propio Rodríguez
Nacido en Valdelugueros (León) en 1943, Isma, como es conocido entre los suyos, no tenía entre su familia ningún precedente dedicado a estas tareas. Su llegada a Avilés, en plena construcción de Ensidesa, fue lo que le hizo empezar en la profesión, en una sidrería junto al viejo Banco de Santander, El Saleroso. «Era una casa con patio, muy de aquella época, que tenía su renombre y que acabaron derrumbando para hacer edificios nuevos», explica con un punto de nostalgia. En una época en la que la ciudad acababa en Las Meanas «porque de allí en adelante sólo había 'praos' y el río Tuluergo», el pasado se convertía en futuro con más rapidez de lo habitual. «Entonces había un poco de 'cosa' hacia los que venían de fuera, los que llamaban 'coreanos' y algunos chigres no servían al que no fuera 'de Avilés de toda la vida'», explica Rodríguez para ejemplificar lo mal que se llegaba a asimilar aquel crecimiento tan a trancas y barrancas. 
Fuese como fuese, Ismael fue cogiendo los recursos del oficio en locales de prosapia como Casa Lin, hasta que llegó el momento de convertirse en industrial hostelero por cuenta propia. Fue en el año citado al principio, cuando la familia Velasco, anteriores propietarios de Casa Alvarín, decidieron traspasar el negocio fundado en 1903. Empezaba así una segunda época en la que, como si fuese un signo de los tiempos, también el local iba a cambiar como lo hacía todo lo que le rodeaba. 
«Puede que lo único que siga igual sea el empedrado de la calle Los Alas», señala Ismael entre el humor y el orgullo. Han pasado 45 años desde entonces, con una cantidad ingente de turnos de trabajo, de proveedores de toda España y, naturalmente, clientes a espuertas. Junto a todo ello, varias reformas emprendidas en la casa han testificado asimismo el paso del tiempo entre estas paredes. Algo que, no obstante, es casi anecdótico comparado con eso que de verdad importa y que transcurre mientras nos dedicamos a los quehaceres diarios: la vida. 
«Tengo la suerte de dedicarme a una profesión que, aparte de darme de comer, me ha permitido conocer bien a la gente», asegura Ismael para dar con las claves de su experiencia al otro lado de la barra. La misma que le hace decir sin dudar que «de la puerta para dentro, no hay distinción entre amigos o desconocidos; todos son iguales porque todos son clientes». Hasta el punto de que ningún allegado tiene privilegios ni barra libre. «Eso no puede ser cuando hablamos de sacar adelante un negocio, de hostelería o de lo que se trate», refiere. «Si no se aplica seriedad y trabajo duro, cualquier establecimiento se va al garete», razona con firmeza. 
Puede que sea esa la explicación para haber aguantado los vaivenes que, al final de los años 70, trajo aquello de la reconversión industrial. «Se pasó de una época de bonanza a otra en la que todos los comercios tuvimos que ingeniárnoslas para poder seguir viviendo», relata. Lo que hizo que, ya que no se pedía ginebra o coñac y se volvía a la clásica pinta de vino, «porque era mucho más económica», se tuviesen que 'importar' ideas como el plato del día, la tapa para acompañar la consumición o las sopas de ajo en Nochevieja. «Ahora a nadie que monte un local se le ocurriría prescindir de cosas así, pero entonces no se sabía si iban a funcionar o no», razona. 
Junto a estas cuestiones, Ismael no quiere dejar de lado que por Casa Alvarín han parado avilesinos y forasteros de todo tipo y condición. Desde Celia Gámez o Antonio Machín hasta Brad Pitt o Kevin Spacey, la cuota de famosos está en palabras del hostelero «bien cubierta». Pero en cuanto a ciudadanos de a pie, Ismael asegura que «son los que dan sentido cada día a esta casa». Y tiene palabras de mucho cariño para 'la peña del cientuco', «de los que por desgracia sólo debe quedar vivo Enrique Cuervo», lamenta. 
Las anécdotas, naturalmente, se acumulan a uno y otro lado de la barra. Desde aquellas tardes en la que no había viento «y en cuanto te descuidabas, tenías una capa dos dedos de hollín en las mesas» hasta aquellas cenas de empresa «que parecían no terminar nunca». Pero Ismael recuerda especialmente el ingenio que tuvo un cliente espabilado para 'escaquearse' de abonar unas cuantas consumiciones: «se iba por la puerta y le dije 'Jefe, ¿qué hay de las 82 pesetas?'. Y él me respondió con toda naturalidad 'Para el bote, para el bote, que la ocasión lo merece'. Me entraban ganas de aplaudirle», explica Rodríguez a punto de soltar la carcajada. 
Así, entre trabajo, risas y algún que otro gaje del oficio, pasaron los 80 y 90. Nueva bonanza de 2000 a 2007, y ahora otra crisis «mucho más seria, porque es fácil pasar del 600 al Mercedes, pero lo contrario no». El efecto Niemeyer «se ha dejado sentir y no hay que dejar que se pierda», reivindica. Su hijo Carlos, que ahora lleva gran parte del peso de la empresa, se ha comprometido hasta las cachas con la defensa del centro, e Ismael no deja de repetir con orgullo que «es mi relevo y además es mucho mejor hostelero que yo». 
A sus 68 años, Ismael Rodríguez todavía conserva un claro acento leonés, pero se considera «totalmente avilesino, y muy enamorado de la ciudad». Y es que aquello de 'se es más de donde se pace que de donde se nace' es la lección favorita, y casi magistral, del decano de la hostelería local"

Se dice que en una casa al empezar la calle, a la izquierda, vivió tras casarse Pedro Menéndez de Avilés, el Adelantado de la Florida y fundador en septiembre de 1566 de la que sería la primera ciudad de los actuales Estados Unidos, San Agustín, por lo que a Avilés se la conoce como La Villa del Adelantado. Tal vez fuese esta primera, o mejor dicho su antecesora, Aquí, donde ahora hay bajos comerciales y oficinas, vivieron su mujer e hijas, así como sus descendientes durante siglos


Sin duda por ello está en la fachada el escudo de Avilés, el cual es similar al de otras villas portuarias que participaron en la conquista de Sevilla con sus barcos y marinos al mando del almirante Ramón de Bonifaz, las cuales rompieron las cadenas que cerraban el acceso por el Guadalquivir en mayo de 1248


El escudo representa una nave, acercándose a la cadena (que rompieron con una gran sierra incrustada en la proa) y se dice se trata de la del capitán avilesino Rui Pérez o Rui González. Sin embargo, el gran erudito Alberto del Río Legazpi manifiesta otra cosa en sus Episodios Avilesinos de El Comercio-La Voz de Aviles:
"Aquella fue una empresa llevada a cabo por una flota del rey de Castilla (aún no existía España como nación) al mando del almirante burgalés Ramón Bonifaz y en la que participaron destacados marinos cántabros, gallegos, vascos y Rui Pérez, en representación de Asturias, quien sobresalió en dicho trance histórico, cuyo relato ha llegado hasta nosotros mezclado con la épica legendaria tan propia de aquellos tiempos. 
Según quieren algunos cronistas, como el marqués de Teverga, el capitán avilesino colocó en la proa de sus naves, que habría construido en los astilleros de Sabugo, con madera de Galiana y tal, un artilugio en forma de sierra que luego rompería, en Sevilla, una gran cadena de hierro que impedía la navegación por el Guadalquivir, franqueando así el paso a los navíos castellanos que cargados con soldados hicieron posible la conquista de la ciudad. 
Pero al marqués lo cegaba la pasión localista. Pues diversas crónicas coinciden en que los dos barcos de la armada de Bonifaz, protagonistas del envite contra las cadenas y el puente de barcas –que tenían los árabes a la altura de Triana entre una fortaleza de este famoso barrio y la Torre del Oro– fueron construidos en Santander, bautizados como ‘Carceña’ y ‘Rosa de Castro’, y elegidos por ser los de mayor envergadura de la flota castellana, compuesta por 13 naves a vela y 5 galeras, después de haber ideado los cristianos un original plan de batalla a la vista de lo complicadas que estaban las cosas para tomar Sevilla por culpa de la dichosa cadena. Siguiendo el plan trazado, las dos naves fueron cargadas de piedras y armadas en la proa con ‘fierros aserrados’, ocurrencia de Rui Pérez, para mejor embestir. El almirante Bonifaz mandaba una y el capitán avilesino la otra. Todo fue cuestión de esperar viento a favor, que soplara de lo lindo y los lanzara contra la barrera fluvial. Cuando tal cosa ocurrió las naves embistieron y mandaron al carajo todo lo que encontraron por delante incluidas la cadena y el puente de barcas. Y ahí se acabó Mahoma y empezó la Macarena. 
Tras la rendición de Sevilla, quiso el Rey que tal hazaña figurara en los escudos de las villas de los capitanes de las embarcaciones que habían intervenido en la conquista, cosa que hizo la mayoría incorporándolo como uno más a sus enseñas. Pero ninguno, excepto Avilés, lo convirtió en protagonista total como hoy se puede seguir viendo en este «escudo en campo de gules, y una nave armada, puesta a la vela, con una cruz en el palo mayor y una sierra en la proa, rompiendo una gruesa cadena prendida en sus extremos a dos castillos»

Sin embargo, la creencia oficial del protagonismo de Rui Pérez o González en esta estampa, ha llegada incluso en el romance que dice:
Reinando el ínclito rey don Fernando
el Santo, que llamaron en Castilla
pasó el de Aviléscon su nave serrando
la fuerte y gran cadena de Sevilla

Las casas de este tramo de calle son de los siglos XVIII, XIX y XX mayoritariamente, típica arquitectura urbana avilesina con sus soportales, estos de arcos de medio punto. El casco histórico fue recuperándose de manera integral a partir de 1997 principalmente después de décadas degradándose. Por suerte el crecimiento urbano lo respetó bastante bien, pues los nuevos barrios se extendieron por el antiguo extrarradio de la ciudad


Fijémonos en la concha del Camino. En este primer tramo los soportales se extienden por la derecha. Al final lo harán por la izquierda. De ella, Alberto del Río Legazpi y Juan Carlos de la Madrid, escriben en Avilés, de la colección El Viajero Independiente de Ediciones Júcar:
"La Ferrería, con cierto tono compostelano, presente ese aspecto oscuro y húmedo del urbanismo antiguo. Sus losas y sus edificios, demasiado altos para la anchura de la calle, invitan a recorrerla despacio, levantando la cabeza con decisión para descubrir, no sin dificultades, algún blasón o escudo interesante en sus casas"

La Ferrería fue el eje principal de Avilés desde la Edad Media, tal vez desde la construcción de la muralla sino antes, y siguió siéndolo hasta casi el siglo XX. En nuestros días es una de las rúas peatonales del casco antiguo que comunica sus dos extremos, por lo que es muy transitada por vecinos en su deambular diario y por numerosos visitantes llamados por la belleza de su patrimonio histórico. Por ello, Legazpi la llama la misteriosa, literaria e histórica calle de La Ferrería:
"La que guarda más vestigios del Avilés inicial. La número uno, entre las que discurrían por dentro de las murallas, demolidas en el siglo XIX. Pasear por ella es ingresar en un pasmoso túnel del tiempo. Una misteriosa sensación, andar transitando por épocas pasadas, a la que te llevan sus edificios y su conformación urbana, confirmada durante siglos, como principio y final. Entrada y salida, de la Villa de Avilés, según se viajara por tierra o por mar.
Calle rápida. La única que iba de puerta a puerta de muralla. De la del Alcázar (inicio en El Parche) a la de La Mar, en la confluencia con la calle de La Muralla, a la vera de la iglesia, donde estuvo situado el puerto hasta el siglo XIX. 
Traspasaba, como un puñal, la ciudadela medieval (conocida como La Villa). Era -y algo le queda- estrecha, con tramos oscuros y soportales, hoy cambiantes y asombrosamente fascinantes"

Tuvo varios nombres, como el de calle Mayor, pero el de La Ferrería, recuperado en el callejero en 1979, es el más indicativo, por los antiguos ferreros o por la existencia de una gran ferrería en su comienzo, de la que la ya citada que se sabe hubo en la actual Casa Alvarín pudo ser su último exponente. Tal vez en ella herrasen sus caballos los nobles flamencos Antoine de Lalaing, uno de los primeros cronistas del actual Camino Norte, y sus dos acompañantes, pues era su idea ir a Santiago vía marítima de aquí a A Coruña, "porque el señor de Monceaux estaba enfermo y sufría mucho cabalgando", cosa que al final no pudieron hacer por los vientos adversos, retomando el camino costanero terrestre y dejándonos sus impresiones a la posteridad...


En comparación con los de las calles Rivero y Galiana, el pasillo porticado bajo las casas es bastante más estrecho, pero cumplía una misma función, permitir el paso de gentes a cubierto cuando llovía o castigaba el sol


La estrechez de este tramo, para una persona, hace pensar que aquí los artesanos no expondrían sus productos afuera y, sobre todo, no sería zona de paso de ganados, que se quedarían extramuros. Recordemos que las ferias y mercados se celebraron un tanto alejadas de aquí, primeramente en Raíces, luego en el Campo Caín de Sabugo y luego en El Carbayedo


En los bajos hay tiendas y bastante hostelería. De sus antiguos comercios y el ambiente que en ellos se respiraba escribe Armando Palacio Valdés en La novela de un novelista,,,
"Al revés de lo que acaece en las grandes ciudades europeas y americanas, donde se vive en perpetuo afán y no hay tiempo para nada, en Avilés había tiempo para todo: si faltaba alguna vez no era ciertamente para el trabajo sino para divertirse. No existía la fiebre del dinero ni esa congojosa solicitud por el lucro que envilece las almas y entristece la vida. El comercio mismo, que por su naturaleza es sórdido, tenía en nuestra villa un temperamento noble y tranquilo. Los comerciantes recibían a sus amigos en las tiendas, departían y reían con ellos y apenas se curaban de la venta de sus artículos. Había un tendero llamado Braulio que poseía en la calle de la Herrería un bastante bien surtido almacén de quincalla. Pues este Braulio, cuando un amigo llegaba a invitarle a jugar al billar o a comer una langosta en el café de Tirita, se ponía el sombrero, cerraba la tienda y se marchaba tranquilamente con él. ¡Que aguardasen los parroquianos!"

Pese a un relativa estrechez, esta primera parte de la calle, la que históricamente era llamada propiamente La Ferrería o Principal, fue escenario antiguamente deportes hípicos, carreras de caballos y el llamado la sortija, actualmente más conocido quizás por cintas a caballo, enhebrar en una lanza una arandela pendiente de una cinta o cuerda desde la montura de un caballo al galope


En los pisos de los edificios, altos y relativamente estrechos, ventanas y balcones alternan en las fachadas. En este la planta más alta presenta una elegante galería restaurada. Una solución que triunfó a partir de 1880 con la industria del vidrio y que permitió integran balcones y corredores en el interior térmico de la vivienda


A partir de aquí el pasillo porticado tiende a hacerse más ancho y transitable


Un poco más allá, en el tramo final, la calle empezaba a ser llamada calle Mayor o calle de San Nicolás, al estar al lado del campo de la iglesia de San Nicolás de Bario o San Nicolás del Mar,cuya advocación y cabecera parroquial pasaron tras la Desamortización al convento de San Francisco


Los soportales de arcos de medio punto son de diferentes alturas según cada edificio, Este por ejemplo destaca también por sus largos balcones de hierro forjado que se extienden de parte a parte de la fachada, sobre la calle


Miramos ahora a la izquierda, a las casas sin soportales. En esta está el restaurante Punto de Encuentro La Madreña, por haber sido local de un artesano de madreñas, así de bien glosado también por Luis Antonio Alías para Yantar, suplemento gastronómico de El Comercio:
"Es una casa de comidas, dice Ángeles poniendo énfasis en un título que recuerda al viejo grabado de Jules Worms donde un grupo de asturianos bailan la media vuelta bajo el letrero ' se guisa de comer'.

Pues sí, es una casa de comidas afayaíza y gustosa. Y de bebidas, que hay variedad de vinos con diferentes espíritus, cuerpos y origen.

Además se ubica en la avilesina calle de la Ferrería, que no es cualquier calle, frente a los soportales de los pares, y con la plaza Mayor a un lado y el palacio de Valdecarzana al otro, mostrándose nuevamente al paso de los peregrinos jacobeos que suben de la iglesia de San Francisco, fundada -aseguran leyendas merecedoras de recuerdo y credulidad- por el propio santo de Asis de paso hacia Compostela. Y si non è vero, è ben trovato.

La piedra encuadra y domina. Fuera rodea recta y lisa el marco de entrada, dentro se descubre irregular, severa y alineada en los dos veces centenarios tabiques.

También encuadra y domina la madera, vetusta en la barra, la alacena o la chimenea, adivinándose que fueron puertas, vigas y talameras rescatadas y felizmente reutilizadas de algún hórreo ruinoso.

O de la propia historia del local, que aquí hubo una tienda de fabricación, reparación y venta de madreñas antes de su primer destino hostelero; el nombre no lo lleva, por tanto, al albur, y se multiplica en artesanías e imágenes, de la escarpia sobre el tronco de haya o castaño al Madreñogiro de Pinín, 'que de Pinón ye sobrín'.

Largo y profundo de trazo, la entrada se reserva a vinos y tapas, y el resto lo ocupa el coqueto comedor donde se sirven una carta y menús de la casa según día y mercado. Disponemos de ensaladas imaginativas, sartenes variadas, croquetas de jamón ibérico suaves y sin ocultaciones, sanísimo pote de lombarda, carrilleras a punto de caramelo, carne guisada, lentejas con chorizo, cocido de garbanzos, patatinas con pescado, chipirones en tinta, merluza en salsa, alcachofas en tempura, bacaladas rebozadas, solomillo, menestra, setas al ajillo, bacalao a la vizcaína... Sábados y domingos se reservan para un menú asturiano incuestionable y rotundo: de primero fabada o pote, de segundo cachopo o callos y de tercero requesón o arroz con leche; siempre en cantidades antiguas y a precio antiguo: difícil no dormitar luego bajo las largas y cálidas tardes de la ya avanzada primavera.

Ángeles reabrió y dio sus actuales contenidos a La Madreña hace año y medio. Pero comenzó mucho antes la dedicación. Hija de padres extremeños, y de las Hurdes, un paraíso recóndito sobre el que no cabe leyenda negra alguna y sí únicamente deslumbramientos, nació en Avilés y creció en Illas. Casada joven tuvo dos hijos y aprendió a cocinar por herencia materna e influencia de su hermana, propietaria de restaurante. Tiempo después se hizo cartera de aldeas hasta que, recién inaugurado Parqueastur, le ofrecieron trabajo en la conocida franquicia 'Cañas y tapas'.

«Entré de ayudante y acabé de encargada; y puesto que me ejercité en trabajar cara al público, decidí abrir una vinatería en la calle Cabruñana, mi calle natal. Comencé con tapas y acabé preparando platos fuertes, por lo que decidí coger La Madreña y revitalizarla ayudada por Marta, mi mano derecha. ¿Que defina lo que hago y sirvo? Exactamente lo mismo que hacía y servía en casa para la familia», explica Ángles.

Y el comensal siente, en muy bien avenido, el gusto familiar"

Otra excelente semblanza la hemos localizado en Gastronosfera, en un extenso y pormenorizado artículo firmado por Jorge Guitián, del que extraemos esta parte:
"Aquí, en plena calle de La Ferrería, a un paso de la Plaza de España, del Parque de Ferrera, del Centro Niemeyer, del mercado y de los principales atractivos de la ciudad se localiza el Punto de Encuentro, un local acogedor, con toda la calidez de las paredes de piedra y esa atmósfera de las antiguas tabernas y casas de comidas.  
La responsable es Ángeles Azabal, una hostelera con un amplio recorrido a sus espaldas que ha sabido trasladar todo ese bagaje al restaurante. Ángeles trabajó durante años en otro local, una vinoteca que, a petición de sus clientes, fue creciendo poco a poco, derivando hacia el formato de restaurante de una manera natural. En ese momento Ángeles entendió que era preciso un cambio, buscar un local más amplio que acogiese lo que ella quería ofrecer a sus clientes y que permitiese dar un mejor servicio. Ahí nace la idea que acabaría por plasmarse en el Punto de Encuentro La Madreña.  
Al encontrar este local, con una ubicación perfecta y el carácter que sólo dan los años, Ángeles entendió que ese era el sitio. También lo hicieron muchos de sus antiguos clientes, que la siguieron hasta aquí, como muchos vecinos del casco histórico, que poco a poco fueron sumándose a la nómina de habituales.   
Los motivos son evidentes: El Punto de Encuentro La Madreña tiene una oferta reconociblemente local, una carta de raíz clásica asturiana que hace que el visitante de paso la encuentre atractiva. Pero, al mismo tiempo, consigue hacerlo sin caer en los tópicos enfocados al turismo de masas, dotando a la carta de un aire casero y tradicional que convence también al público local: croquetas caseras de jamón ibérico, chuletas, chipirones, carrilleras guisadas… No es difícil entender por qué el cliente de El Punto de Encuentro se siente aquí como en casa, ya que el eje rector de la carta del restaurante son los platos reconocibles, los que resultan más familiares. Aquellos que los ingleses conocen como comfort food.  
No faltan los platos más populares del recetario asturiano: el pote, los callos, la fabada, los fritos de merluza, la longaniza de Avilés o, por supuesto, el cachopo, capaces de atraer a locales y a foráneos. Y, junto a ellos, el clásico que Ángeles se trajo de su anterior etapa: el solomillo con salsa de setas y jamón que sus clientes le impiden retirar de la oferta.  
Todo esto junto al trato familiar de Ángeles, una hostelera de las que saben hacer que te sientas cómodo desde el momento en el que atraviesas la puerta, y un local con encanto dividido en tres espacios -zona de barra, comedor y terraza- hacen del Punto de Encuentro La Madreña una opción apetecible para públicos muy diferentes.  
El mobiliario antiguo ayuda a redondear la atmósfera, a darle una autenticidad que ya no se encuentra fácilmente; la pasión de Ángeles por el servicio y su atención al apartado de vinos y bebidas complementan una oferta amable, pensada para agradar, sin estridencias y con toda la solidez que le aportan una buena elección de la materia prima y los años de experiencia.  
El Punto de Encuentro no es un lugar al que venir a sorprenderse. Por el contrario, es ese espacio al que el cliente local se acerca para estar a gusto, para disfrutar de lo reconocible, de lo cercano, de esa cocina que huele a casa; es el restaurante en el que el cliente visitante encontrará una cocina asturiana sin excesos, atemporal y acogedora. Algo aparentemente tan simple, pero que, sin embargo, cada vez cuesta más encontrar. 
Todo se da la mano aquí para dar forma a una oferta redonda, para crear un lugar dedicado a la cocina casera y al trato al cliente, para ofrecer algo más que platos y bebidas. El Punto de Encuentro ofrece, sobre todo, un oasis en el que relajarse, desconectar y disfrutar de la cocina, la charla y el ambiente sin complicaciones; ese lugar que todos buscamos cuando salimos de nuestra ciudad y que tantas veces cuesta encontrar.  
Ángeles ha dado forma aquí a un sueño, ha conseguido materializar todo lo aprendido en años de experiencia en la hostelería de la ciudad: el local arropa, la clientela de proximidad la ha acompañado, cuenta con el favor de los clientes de paso y su oferta, fiel a sus raíces, tradicional pero con algún pequeño guiño que la identifica, disfruta de un momento dulce.  
Volver a El Punto de Encuentro es volver a ese Avilés que siempre ha estado ahí, pero que ahora se reivindica. Ese Avilés con un casco histórico de pequeñas dimensiones, pero de enorme encanto; ese Avilés que vive la cocina como un punto de encuentro con familiares, amigos o desconocidos que comparten una barra y una atmósfera. Es reconciliarse con esa cocina sencilla capaz de resultar atractiva y familiar tanto a foráneos como a la gente de la ciudad; es disfrutar del ambiente avilesino de siempre y redescubrir por qué hay que regresar a esta ciudad capaz de sorprender incluso con lo más cotidiano"

A la derecha, entre soportales de arco de medio punto, un soportal distinto, sostenido sobe columnas cuadradas

Es La Ferrería una calle normalmente más tranquila que otras del casco histórico, como Rivero o Galiana, pero como vemos muy visitada y recorrida a la hora del vermut y de comer, además de en las fiestas, con bastantes bares y casas de comidas


Unos se mantienen, otros abren, cierran, reabren cambian de nombre pero... ahí están. Hace un tiempo fue famoso aquí el Abilius


A la derecha tenemos El Círculo..., en una hermosa casa de piedra, con soportales como todas las de esa banda


La calle es recta, y según la parte, de diferentes anchuras. El firme consta de un bello enlosado. En la esquina de la izquierda está el Centro de Servicios Universitarios de Avilés, de la Universidad de Oviedo


Terrazas y soportales constituyen una estampa característica de las calles peatonales del casco histórico. Estos, junto con los de calles como Galiana, Rivero, El Carbayedo y El Carbayo (Sabugo), son los más antiguos. siglos XVII y XVIII. Posteriormente, muchos nuevos edificios construidos en los siglos XIX y XX, fueron hechos también con soportales. Los kilométricos y generalmente artísticos soportales de Avilés, como dice Alberto del Río Legazpi:
 "En rigurosa descripción académica, soportal es un espacio exterior cubierto, construido junto a un edificio, cuya estructura se sujeta con columnas y precede a las entradas principales; generalmente rodea una plaza o recorre una calle. 
 El soportal permitía, cuando no había electricidad, trabajar a los artesanos delante de sus talleres, resguardados de lluvia o sol. Lo mismo que a los vendedores de productos del campo, cuando el mercado de Avilés se desparramaba por todo el casco histórico de la ciudadela amurallada. 
Nuestro mérito, contra lo que ha ocurrido en otros lados, está en haber sabido, querido y podido, conservarlos, a lo largo de los siglos. 
Un paseo por calles y plazas de Avilés demuestra la calidad y cantidad de los soportales que hemos recibido -colosal herencia- de tiempos pasados y que seguimos incrementando. 
Suman más de tres kilómetros, entre antiguos y modernos. Y adoptan gran cantidad de formas, colores y estilos"

Como tantas veces evidenciamos, no existe un único modelo de soportal, sino varios. Estos por ejemplo son de arcos demedio punto que se sostienen sobre columnas. La variedad de los mismos dependía de la época y técnicas constructivas, arquitectos, maestros de obras, talleres, riqueza de los propietarios, materiales disponibles, gustos y modas, etc. En Avilés, la ciudad que puedes recorrer sin mojares (aunque llueva), de Myriam Mancisidor para La Nueva España (4-8-2021), lo plasma bien claro:
"La diversidad de soportales que pueden contemplarse en las calles avilesinas es muy amplia, aunque se pueden distinguir dos tipos fundamentales: el que emplea columnas o pilares que soportan directamente el piso superior del edificio, y el que utiliza arcos paralelos a la fachada. En ambos casos la cubierta es de techumbre plana, sin bóveda. A partir de ahí, la variedad es enorme: columnas con y sin capitel, con basa o sin ella, pilares de distintos materiales y múltiples dimensiones, apoyados o no en un muro"

En esta calle literaria nació el novelista Juan Ochoa y Betancourt el 4 de noviembre de 1864, hijo de quien fuera acalde de Avilés, Juan de Ochoa. Calle glosada como hemos visto por Armando Palacio Valdés, como muchas de Avilés, también escribe de ella, o la hace escenario de su novela Un pueblo donde no pasaba nada, novela del tiempo quieto (aunque cambiándole el nombre), el escritor avilesino-cubano Rafael Suárez Solís


En los tiempos en los que el puerto de Avilés era el principal de Asturias y estaba (desde la Edad Media a bien entrado y muy avanzado el siglo XIX) el trajín de gentes y mercancías yendo y viniendo por esta rúa sería incesante. Por otra parte, también para aquellos peregrinos y viajeros, arrieros, etc., que continuasen ruta, aunque había otros caminos interiores, seguía este del Camín Real de la Costa que cruza Avilés el paso principal, máxime teniendo en cuenta los servicios con los que contaba para la época, hospederías, tiendas, artesanos, mercado, posadas, hospitales de peregrinos (San Juan y la Asunción) y cómo no protección y fueros en tiempos revueltos


De frente la calle Jovellanos, donde está, en la siguiente esquina y ya sin soportales, el edificio del hospital de la Cruz Roja Española, inaugurado en 1962. A la derecha y con soportales, el de Correos, servicio postal que dejará paso al Conservatorio Municipal Julián Orbón. La calle se abrió en 1932 para unir La Ferrería con la calle Ruiz Gómez (popularmente de la Cárcel, construida allí a mediados del siglo XIX con piedras del Alcázar de la Villa, de la demolida Puerta de la Ferrería) y actual Oficina de Turismo) un antiguo camino que bordeaba las murallas. Antes de ser calle de Jovellanos (desde 1979) estuvo dedicada al prestigioso intelectual republicano Gumersindo Azcárate y luego, tras la Guerra Civil, al cofundador de Falange, Ruiz de Alda. Datos que sabemos, cómo no, de la mano de Alberto del Río Legazpi en sus Episodios Avilesinos:
"Fue naciendo por partes. Primero se derribaron las casas bajas anexas a la actual oficina de Turismo y así unir Ruiz Gómez con la de calle Los Alas. En 1934 se inauguró el edificio (dos plantas) que albergó la Biblioteca Popular Circulante con un importante fondo de libros –dirigida magistralmente por el poeta Luis Menéndez ‘Lumen’– y que fue la primera que permitió el préstamo a domicilio. Un enorme avance cultural. 
En 1960 el edificio ganó dos alturas, para instalar en él la Casa Municipal de Cultura que, integró a la Biblioteca, entonces rebautizada como ‘Bances Candamo’. Los dos nuevos pisos fueron destinados a salas de exposiciones, conferencias y proyecciones cinematográficas. Desde aquí se desarrolló una frenética labor de difusión cultural, que con el apoyo de José Martínez, concejal de Cultura, llevó a cabo un equipo de técnicos especializados en diferentes áreas (José María ‘Chema’ Martínez, Alberto del Río, Antonio Ripoll y Ramón Rodríguez). Eso ocurrió en las décadas de los años 70 y 80 y es un episodio aparte. 
La calle también acogió, junto con La Ferrería, al nuevo edificio de Correos y, en 1962, se inauguró el hospital de la Cruz Roja que complementaba el único existente, entonces, el Hospital de Caridad"

A la izquierda la Plaza de Alfonso VI, rey que concedió a Avilés sus primeros fueros en 1085, origen del gran despegue urbano y económico de la población y su puerto en la baja Edad Media. La plaza se hizo dentro del plan de recuperación del centro histórico entre los años 1995 y 1999 en lo que eran principalmente las huertas del Palacio de Valdecarzana o de La Baragaña, el edificio civil más antiguo de Avilés, restaurado y reformado a la vez dentro de aquel proyecto de rehabilitación, siendo actualmente la sede del Archivo Histórico de Avilés, pero es a la vez centro de exposiciones, proyecciones, presentaciones, conciertos y conferencias, siendo por su ubicación uno de los más demandados de Avilés


A la izquierda pues sería la desaparecida plaza medieval de La Baragaña, que más allá, entroncando con la calle Oscura o de La Fruta, paralela a La Ferrería, daba paso a la también desaparecida Plaza de la Villa, donde estaba la antigua sede concejil de las Casas del Ayuntamiento, construidas en 1484 y en las que se almacenaba pan, grano, carne y demás alimentos, guardándose además documentos oficiales. Asimismo a ella llegaba una arqueta de agua potable desde los manantiales de Avilés


Solamente algunos edificios de piedra, como la iglesia de San Nicolás y este Palacio de Valdecarzana, aunque realmente del edificio original no queda más que la fachada principal (que no es poco), el único ejemplo de gótico civil en Avilés


 Las obras de restauración y adecuación se llevaron a cabo entre 1997 y 2000 dirigidas por el arquitecto municipal Julio Redondo


Muestra conservada de ese esplendor avilesino en el bajo medievo, arquitectura urbana gótica en lo que debió ser la residencia de un mercader que tenía abajo la tienda-almacén y arriba la vivienda. Se dice que el estilo está muy vinculado al gótico francés, cuya influencia debió de venir por mar dadas las intensas relaciones comerciales de Avilés con el puerto de La Rochelle. No es una casa-fuerte al estilo de la época ni una torre-palacio, sino un ejemplo de residencia netamente civil


Los arcos ojivales de la planta baja serían, además de acceso al interior, almacén comercial con entrada y salida de mercancías. El edificio debió de estar porticado con tejas y armazón de madera, según revelan los apoyos encima de estas puertas, lo que delata un antiguo gusto por los soportales en la arquitectura avilesina que se retrotrae al menos hasta la baja Edad Media


Por su parte, la que fue parte del palacio destinada propiamente a vivienda, el piso alto, muestra estas preciosas ventanas geminadas


Se asegura que en 1352 el monarca Pedro I El Cruel se hospedó en él tras levantar con su ejército el asedio impuesto a la villa por su hermano bastardo y aspirante al trono Enrique de Trastámara. Tal vez sea realidad o una de tantas leyendas, pero lo que sí es cierto es que de casa-tienda pasó a palacio y casa solariega en el siglo XVII cuando la compró el marqués de Valdecarzana, que le dio su nombre, siendo una de sus numerosas propiedades en Asturias, pues el nombre es común a numerosos caserones y palacios asturiano que fueron de esta familia y sus numerosas ramas


Los cambios económicos, sociales y políticos del siglo XIX, incluyendo desamortizaciones y reformas liberales, favorecieron su venta a un particular con posibles, Fernando Ochoa, en 1849 (llegaría a ser alcalde entre 1861 y 1864), que aprovechando su centralidad y su gran terreno, hizo de ella su casa familiar. En ella nació su hizo, el ya mencionado escritor Juan Ochoa y Betancourt, en 1864


Pasado un tiempo, la casa es alquilada, llega a ser local comercial y centro educativo de la llamada Escuela Manjoniana, siendo adquirido en 1933 por la Sociedad de Transportes Marítimo Terrestres, vinculada al comercio portuario y casas consignatarias de buques.


Tras la Guerra Civil pasó al Estado siendo sucesivamente dependencia del Ministerio de Trabajo, sede del servicio sindical portuario con sus oficinas y clínica. Abajo hubo además economatos laborales antes de pasar a ser titularidad del Ayuntamiento que lo aprovechó para sus actuales fines


Otra cosa es su otro nombre, o nombres, pues se la conoce también como Casa Baragaña, La Baragaña y Casa de las Baragañas, para desentrañar el porqué nos ponemos nuevamente en manos de del Río Legazpi con la parte correspondiente del extenso artículo que dedica a esta inmueble:
"Valdecarzana también es conocido, aunque cada vez menos, como ‘Casa de La Baragaña’. Y eso tiene explicación en que las dos puertas, que hoy conocemos de la calle La Ferrería, daban acceso a la lonja comercial, mientras que a la vivienda de la planta alta se accedía por la, hoy, calle El Sol atravesando una antojana, terreno –generalmente con vegetación– que estaba delante de la casa. Y como también, en Asturias, a la huerta pequeña, estrecha y alargada, se la conoce como baragaña, así dieron en llamar al histórico edificio. E incluso a la plaza que hubo delante de él y que es episodio aparte. 
Y a la historia, a veces, parece que la cargase el diablo. Pues resulta que uno de los últimos inquilinos que utilizaron Valdecarzana como vivienda, fue a finales del siglo XIX, un personaje apellidado Baragaña, cosa que descubrió la avilesina María Josefa (Pepa, para los amigos) Sanz, catedrática de Paleografía de la Universidad de Oviedo, hurgando entre la documentación del RIDEA (Real Instituto de Estudios Asturianos). Caso singular. 
Otra cosa es el plural, al menos para otro historiador también amigo, que montaba en cólera, cuando oía o leía ‘casa de Las Baragañas’, como algunos autores y publicaciones nombran a este palacio. Decía que, aparte de falso, era indecente porque le parecía el nombre de una casa de putas. Y ponía verde –color acorde con el lenocinio terminológico que nos ocupa– a quienes bautizaban de tal guisa a la joya arquitectónica. 
Decir Valdecarzana, en Avilés, es hablar del edificio civil más antiguo, que aguantó el paso del tiempo sufriendo dueños y daños, pero nunca perdiendo su cara gótica, una fachada de órdago, con vistas a La Ferrería, la pequeña gran calle medieval que terminaba en el puerto internacional de Asturias durante siglos"

Pasado el Palacio Valdecarzana llegamos al cruce con la calle Sol, también de origen medieval, que unía la calle de La Ferrería, que a partir de aquí era llamada Calle de San Nicolás o calle Mayor, con su paralela la calle Oscura, hoy de La Fruta, formando la famosa H del viejo Avilés intramuros


La calle del Sol fue también llamada del Azogue, palabra que viene a ser sinónimo de mercado, pues el antiguo mercado de los lunes, concesión de los Reyes Católicos para que este, libre de impuestos reales o alcabalas, contribuyese a la reconstrucción de Avilés tras el Gran Incendio de 1478, se celebraba en todas las calles de la población amurallada, las cuales, al ir especializándose en productos, también tuvieron un cambio de nombres. Esta del Sol pasó pues un tiempo a llamarse de la Pescadería, como la calle Oscura se transformó en la de la Fruta


Cuando en 1892 el mercado ya dispuso de su plaza propia en terrenos ganados a la marisma entre Avilés (La Villa) y Sabugo, la calle pasó a llamarse de Pedro Solís en honor al fundador, en 1513, del Hospital de Nuestra Señora dela Asunción, albergue de pobres y peregrinos del que hablamos al pasar junto a su ubicación en la calle Rivero. En 1979 volvió a llamarse calle del Sol. Alberto del Río Legazpi dice que es "la más pequeñina y galana de las calles del Avilés medieval":
"En el Avilés primitivo la zona más habitada estaba formada por cuatro calles. Dos parejas  paralelas entre si,  por un lado La Ferrería y La Fruta y por el otro, y también paralelas ambas y perpendiculares a las anteriores: El Sol y San Bernardo. 
La Del Sol une –y forman entre las tres una H– a las de La Fruta y La Ferrería. Es calle de recorrido corto en metros, pues no llega a los cien, pero de un largo tiro histórico (...)
Su trazado sigue siendo, milagrosamente, el que ha tenido durante siglos. Apenas ha cambiado, aunque sí lo hiciera alguna de sus calles vecinas. 
Las noticias más lejanas nos dicen que El Sol comenzaba en la plaza de la Baragaña, en un lateral del palacio de Valdecarzana, y terminaba en la plaza de la Villa, ya desaparecida 
Por cierto y en cuanto a la denominación Baragaña –como también nombran algunos al palacio de Valdecarzana– escribió Justo Ureña: «Baragaña significa en bable, puerta, entrada o pequeña antojana, dando este nombre a la que tenía delantela Casade Valdecarzana, de don­de algunos bautizaron así el edificio. Pero no tiene sentido el plural: Las Baragañas». 
Como decía anteriormente, la calle del Sol desembocó hasta el siglo XVII,  en la plaza de la Villa, que se encontraba en la actual calle de La Fruta. Allí estaban las llamadas ‘Casas del Ayuntamiento’, dedicadas al suministro de productos alimenticios (pan, grano, carnes y vino). Y bajo estos edificios municipales –donde también se custodiaban documentos y el imprescincible patrón de pesas y medidas– estaba la arqueta que distribuía el agua pota­ble que –procedente de Valparaíso– llegaba al centro de Avilés. Pero las casas desaparecieron en el incendio de 1621. Con ellas también se esfumó, y nunca mejor dicho, aquella plaza de la Villa. 
Hoy, a la calle del Sol, da gusto verla. 
Primero por el palacio de Valdecarzana, que ha sido rehabilitado y recuperado por el Ayuntamiento a finales del siglo XX, y ejerce, tanto de cofre del tesoro de la morrocotuda documentación histórica de Avilés, como de centrocampista de actividades culturales varias. 
También ocurre que la calle está llena de vida y que hasta le ha nacido una plaza anexa: la de Alfonso VI. Y así de ser calle de paso, ha pasado a ser pasada de calle, con parada y fonda hostelera de terrazas sin terrazo, sino asentadas en firme medieval de piedra y losa. De forma que en esta rúa, tan pequeñina como galana, y tan galana como guerrera, puedes beber la historia en vaso de sidra. 
Y es que aquí, como nunca se estiró más el brazo que la manga, jamás entró el cemento de la tontería. 
La calle del Sol es tan auténtica y natural, como un viejo y hermoso tigre en reposo. 
Y a un tigre, por viejo que sea, nunca se le caen las rayas"

Un bello corredor se extiende por la fachada sur de la casa que hace esquina entre estas calles. A partir de aquí y hasta la Plaza de Carlos Lobo (antes de San Nicolás), los soportales de La Ferrería o antigua calle Mayor, van por el margen izquierdo. No se conservan ya más edificios medievales hasta la ya muy cercana iglesia de San Antonio de Padua, ya a escasos metros, antigua parroquial avilesina de San Nicolás, pero como suele suceder, estas casas fueron construidas sobre cimientos de otras anteriores, mucho más antiguas


Recordemos que, además de aquel Gran Incendio de 1478, la población sufrió también pestes y terremotos, si bien aquel supuso una destrucción tal que puede decirse que hubo de hacerse La Villa de nuevo, cosa que prácticamente se repitió en 1621, según nos informa también Legazpi:
 "El 14 de diciembre de 1621 la villa avilesina vuelve a sufrir otro voraz incendio, que se inició, según el primer historiador de Avilés (Simón Fernández Perdones), «en las casas de la Rúa Nueva (hoy calle de la Fruta), e impelido de grande y recio viento que luego sobrevino, salió y se pegó de unas casas y de una acera en otra, y pasó a la calle Oscura, que trabas y diligencias sobradas y necesarias hubiesen impedido, y en muy breve espacio se quemaron cuarenta casas, y se arruinaron y demolieron otras muchas para que el fuego no pasase a quemar los templos y más pueblo». Según el mismo autor, las llamas se iniciaron a las tres de la tarde de un lunes, ya que «las casas de concejo, pósito y panera de ella, pesos, medidas, soportales y calles quemadas era donde se hacía un mercado muy populoso al que venían de muchas y diferentes partes a comprar y vender mercaderías y mantenimientos de que era el lugar muy abundante, cercado de murallas, y el dicho incendio fue en la tarde que se hacía el mercado ('Anales de Avilés', 2009). Según Justo Ureña, cronista oficial de Avilés, «sólo sobrevivieron a este nuevo incendio unas 25 casas, lo que supuso un serio contratiempo y quebranto, al quedar otra vez la Villa postrada en la inanición, sin que se tengan noticias de cómo sería la, sin duda, lenta recuperación» ('Avilés y sus calles', 1995).
El rey Felipe IV, a 20 de abril de 1622, confirma el privilegio de mercado franco los lunes que habían otorgado los Reyes Católicos a Avilés, con el propósito de ayudar a la reconstrucción de la villa."

Comparado con estos desastres, incluso en famoso Terremoto de Lisboa de 1755 se sintió en la ciudad, pero puede decirse que en Avilés no pasó de un gran susto. Un escribano presente por entonces en la villa, Francisco Reconco, dio cuenta de ello:
 «En el día de Todos Santos de este año de 1755 que nuestra Madre la Iglesia celebra de precepto, estando el día muy claro, sosegado en calma y sin vientos, siendo entre diez y once de la mañana, se reconoció un temblor de tierra en esta villa, y después por noticias que vinieron fue general en todo el mundo». 
«... yo, Francisco Reconco, estando en la plaza mayor de esta villa, frente a la torre del reloj de ella, no siendo horas de dar campanadas, y con el motivo de este temblor, le oí dar siete campanadas chicas. Y de allí a una hora y media vi que los caños de esta villa, con el motivo de remudarse la tierra en su centro, se puso el agua por espacio de más de cinco horas más revuelta y turbia que el barro colorado, pues algunos decían que era sangre. Muchos vecinos de esta villa se salieron de sus casas, juzgando que caían sobre ellos, dando voces. En cuya ocasión estaba la ría vacía del todo, y en el pozo, junto a la puente, se levantó o vino del mar alta un golfo de agua que obligó a flotar los navíos que allí estaban y se dieron unos con otros y dentro de un cuarto de hora volvió a quedarse en seco toda la ría».

Continuidad de arcos y más suelo enlosado. Estos soportales, más anchos, seguro que sí guardaban a los ferreros, tenderos y artesanos cuando llovía o cuando castigaba el sol, en la antaño calle comercial por excelencia de la villa. Es muy posible que algunos de ellos fuesen contemporáneos de aquel y otros terremotos dieciochescos, como el del 31 de marzo de 1761, narrado por el mismo cronista:
«y a cosa de las doce y cuarto del día, a tiempo que estaba claro y sin vientos hubo un temblor de tierra bien reconocido en esta villa, y en España y Portugal, como después lo decían las cartas de muchos particulares, pero bendito Dios no hizo en este país ningún estrago. Y en el día 5 de abril de este año, salió en procesión y rogativa el Santísimo Cristo de San Nicolás y Nuestra Señora del Rosario, pidiendo todos, con mucha devoción, suspendiese tales castigos con que nos amenaza y avisa para que nos enmendemos de nuestros vicios. Y le suplicamos nos deje vivir y morir en su divina gracia»

Francisco Reconco fue sin duda un cronista de aquellos quebrantos que, repetimos, no debieron pasar del susto per que conmocionaron a la vecindad. Un año más tarde volvía a producirse:
«El día 18 del mes de febrero de este año de 1762 siendo las siete de la noche, y estando el tiempo en calma, se reconoció en esta villa y en otras varias partes, un temblor de tierra que muchos vecinos salieron de sus casas para la calle dando voces, temerosos si las casas se caían, pero bendito Dios no sucedió ningún agravio en gentes ni en las casas».

Este tramo final de La Ferrería es evidentemente el más estrecho y umbrío, justo antes de salir a la luminosa plaza, pero también especialmente coqueto  

Seguimos admirando buenas muestras de arquitectura de época, edificios porticados y de largos balcones de forja

Estos soportales son antiguos, muy posiblemente barrocos, las viviendas debieron pasar por algunas reformas a lo largo del tiempo


Bares y mesones hacen célebre también esta parte de la calle, como la Taberna El Adelantado, El Calendoscopio, donde se celebran a veces certámenes poéticos, o El Tabernario


A la izquierda asoman a la calle dos magníficos balcones-corredores de madera. En estos últimos metros antes de la Plaza de Carlos Lobo la vieja rúa se asemeja a un patio de vecindad


Es llamada calle rápida, pues era la única que iba directa de una puerta a otra de la muralla, desde la del Alcázar o de La Ferrería a la de la Mar, que estaría justo al fondo, donde ya vemos los árboles del Parque del Muelle, construido en terrenos ganados al río Tuluergo, sus marismas y el antiguo puerto, de ahí su nombre


Prosiguen a la izquierda los arcos de soportales y, con ellos, ya hacia el Café Bar Theo, el Don Pasquale, y L'Alfarería, este ya al final de los soportales. Junto con Galiana y Rivero, La Ferrería fue uno de los lugares de moda en La Movida Avilesina que ya es historia, si bien siempre hay iniciativas para revivirla adaptándola a los nuevos tiempos


La calle con sus terrazas dispuestas enfrente de la línea de bares, arrimadas a los soportales


Tanta fue la repercusión de aquellos años 80 y 90 del siglo XX que, alrededor de 2009, se puso en marcha toda una nueva oferta de ocio que demuestra su añoranza y el deseo de revivirla. así es como lo plasmaba para El Comercio-La Voz de Avilés Alberto Santos en el artículo de llamativo encabezado: Vuelven los 90...
"¿Quién no recuerda aquellos años de la 'movida de Avilés'?, ¿quién no recuerda aquella imagen de La Ferrería llena de gente desde el Alvarín hasta las Cubas?, ¿alguno ha olvidado las copas en el Dulcinea, las cucharas de las Cubas, los semáforos del Correo...?, ¿qué pasó con Rivero, el Marchica...?». Con esta expresión de nostalgia de los años 90, Juanjo Sánchez, un avilesino que tiene 36 años y vive fuera de Asturias desde los 18, decidió abrir en la red social de internet Facebook un grupo de debate al que se han agregado ya más de 700 personas, la mayor parte de ellas residentes fuera de Avilés. El éxito de la iniciativa se plasmará el próximo 2 de mayo con una original 'KDD' para rememorar la 'movida de los 90' en los bares que aún siguen abiertos en las calles de Rivero y La Ferrería 
Sánchez matiza que «la movida, más que de bares, era de calle. Ahora la gente pasa la noche dentro de los locales, pero antes éramos más de estar en la calle bebiendo"


Efectivamente en Avilés están bien marcadas y a la vista todas las etapas históricas de la ciudad desde el medievo a nuestros días, pudiendo comprobarse paso a paso la evolución de la sociedad, sus gustos y usos a través de sus calles


 En escasos pasos se pasa de los barrios residenciales más recientes a los obreros nacidos con Ensidesa, la etapa del Avilés del Fuero, los ensanches renacentistas y barrocos y la historia comercial, basada en su puerto, a través de sus calles y plazas, desde los antiguos alfolís de sal hasta los años de La Movida, el Antroxu o Carnaval, los festivales y los concursos gastronómicos


Dentro de ese apartado, la revitalización de las rutas jacobitas, esa del Camino Norte especialmente a partir de 1994, ha recuperado el trazado de los viejos caminos con su efectiva señalización y divulgación, siendo este del Norte uno de los más transitados, si bien no somos partidarios de entrar en los consabidos bailes de cifras más propios de un paquete turístico al uso


Los peregrinos, adaptando también el significado de peregrinación a los nuevos tiempos, vuelven a recorrer estos milenarios senderos de la historia que, en el caso de Avilés, surcan estas emblemáticas rúas


De esta manera, una de aquellas primeras guías para aquellos primeros peregrinos del recuperado Camino, la realizada con la dirección de la catedrática María Josefa Sanz FuertesEl Camino de Santiago por Asturias. Topoguía 2. Ruta de la costa, dice del entramado caminero avilesino:
"... el caminante, lógicamente dentro de las variantes que aporta el callejero urbano, podría optar como solución más directa por atravesar en antaño recinto murado por la calle de La Ferrería para descender al puente viejo y ascender nuevamente al barrio de Sabugo..."

Y en el Gran Atlas del Principado de Asturias, de Ediciones Nobel, se plasma así Avilés y su idiosincrasia:
"Esta ciudad, por su situación privilegiada a orillas de la ría de Avilés y en el centro de la zona costera asturiana., fue tierra, desde antaño, de marineros y comerciantes, primer puerto de Asturias y, sobre yodo a raíz de la instalación del complejo de Ensidesa en los años cincuenta (...), uno de los más importantes de toda España. Su intensa y rápida industrialización trajo consigo una masiva afluencia de emigrantes y un espectacular crecimiento demográfico, dando lugar a la creación de grandes poblaciones o barrios obreros como Llaranes, Versalles y La Luz. Así, Avilés es en la actualidad una de las tres ciudades más importantes de Asturias, y la tercera, en cuanto a población se refiere, dentro del Principado.

El casco antiguo de Avilés, con todo, se mantiene bastante bien conservado, y ha sido declarado Conjunto Histórico-Artístico. En la villa se encuentran interesantísimas obras arquitectónicas, tanto de carácter religioso como civil. Calles como Galiana de Galiana, Rivero, La Ferrería y  San Francisco son aún hoy testigos de buena parte de la historia de la ciudad, con magníficos edificios de diversas épocas, y muestran con su s típicos soportales elevados sobre las calles una manera de construir adaptada a las características del clima y la geología de Asturias"

Otra hermosa fachada hermosamente balconada. Lo cierto es que hay que mirar tanto abajo como arriba en estos casos en los que recorremos calles como la de La Ferrería


Un blasón solariego luce en la parte más alta, símbolo y emblema de las linajudas estirpes de La Villa, el viejo Avilés intramuros


Con un pasado "milagrosamente conservado en su casco histórico" como escribe Legazpi en su libro-guía Avilés de la serie El Viajero Independiente (Ediciones Júcar), el cual ha sabido recuperar, rehabilitar y poner en valor, esta villa ofrece en su casco antiguo numerosos rincones y lugares donde el peregrino sensible se deleitará con su patrimonio y con "la oferta gastronómica más alta por kilómetro cuadrado de Asturias, unos parques públicos modélicos, y sobre todo unos habitantes que tienen un sobresaliente sentido de lo lúdico"


"La hospitalidad de sus habitantes y la diversión tranquila la tiene asegurada el viajero en Avilés", añade asimismo Alberto del Río Legazpi, "Compruebe por sí mismo que ésta es una ciudad incapaz de defraudar porque la historia ha estado siempre con ella. Y en ella sigue"


Por aquí salimos a la Plaza de Carlos Lobo. En este lugar, en un edificio que ya no existe, nació Pedro Menéndez de Avilés (que luego vivió al principio de la calle, como hemos visto) el Adelantado de La Florida


Sin embargo popularmente se atribuye a otra, más antigua y sita al lado del cercano Palacio de Camposagrado, ser su casa natal. Escribe Legazpi en sus Episodios...
"Los historiadores norteamericanos, que vienen a beber de las fuentes de los archivos históricos de Avilés, se asombran -e impresionan- con lo que ven y palpan en esta calle, donde nació el Adelantado de La Florida (en casa que estuvo en el actual edificio número 29). Y donde está enterrado (iglesia de los Padres). Y, hasta, donde vivió de casado (al inicio de la calle, margen izquierda)"

Allí está la iglesia de San Antonio de Padua, hasta no hace mucho de los Padres Franciscanos, antes parroquial de Avilés, cuando estaba bajo la advocación de San Nicolás de La Villa, o de Bari, construida como la muralla entre los siglos XII y XIII, pero sobre un templo más antiguo, prerrománico, dedicado a San Juan Bautista


Delante de ella baja la rampa que por la Puerta del Mar daba acceso desde la ciudad amurallada al viejo muelle comercial y puerto avilesino, ganado a la ría, al río Tuluergo y a las marismas en el siglo XIX,  actual Parque del Muelle, por donde continuará el Camino hacia Sabugo


En esta iglesia, joya románica a la que se le fueron añadiendo capillas góticas y barrocas, están enterrados el recitado Pedro Menéndez de Avilés, Pedro Solís, fundador del hospital de peregrinos de la calle Rivero, así como otros personajes de históricos linajes, como León Falcón, los Alas, etc. 


Dada la gran trascendencia de la que fue durante siglos parroquial avilesina, su patrimonio histórico y monumental, así como toda la plaza, estimamos dedicarle una muy especial entrada de blog: la antigua iglesia de San Nicolás de la Villa y la Plaza de Carlos Lobo...




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