Ayuntamiento de Avilés en El Parche o Plaza de España. A la derecha la calle La Ferrería |
"Coincidió en su nacimiento con Antonio Machín y los primeros Ford. Y con el primer vuelo a motor. Ciento trece años en la vida de una villa son muchos, más para Avilés que apenas inauguraba su vertiginoso siglo XX de campanas, hornos altos y chimeneas, mientras el XXI nos va retornando al sosiego campestre de la desindustrialización.
Cuando abrió no se llamaba Alvarín; en tan largo trayecto vistió varios nombres Generoso, el Molinero, Armando por lo que actualmente debería llamarse Casa Ismael, lo apropiado para quien cumple cincuenta años dirigiendo el negocio, pero prefiere mantener el nombre anterior: así lo conoció él mismo desde niño, así lo conocieron casi todas las generaciones vivas avilesinas y asturianas, y así lo piensa transmitir a su hijo Carlos, que acabó magisterio, reflexionó, entró en la escuela de hostelería, asumió las bondades de un destino trazado con su nacimiento y ya gestiona el lugar.
El letrero se lee alto y claro en una fachada esquinera entre la calle de la Ferrería y la plaza de España, abierto centro ciudadano ribeteado de arquerías y soportales. Al llegar ante él hay que girar, seguir la flecha y meterse por el callejón bohemio y silencioso que conducía antaño al bodegón oscuro de planta baja, mesas grandes, vinos de granel, sidra, mejillones y patatas bravas, tal vez las mejores del mundo, ricas y asequibles para estudiantes escasos de recursos.
Aquel mesón nos facilitó encuentros, reuniones y noviazgos. Ahora, ascendido de categoría sin pérdida de identidad, se dedica a celebraciones, banquetes, comuniones y festivos, días en que los otros tres comedores, la selecta tienda licorera y vinatera y el acristalado zaguán rebosan de comensales.
La reforma general, emprendida treinta años atrás con el propósito de convertir el viejo y algo triste restaurante en referencia de consejos, apreciaciones y guías, le da al entorno aire de asador castellano, con piedra, ladrillo, muretes, cuadros de bodegones y paisajes y expositores donde se alinean clásicas e innovadoras botellas de vino, embutidos, quesos y especialidad principal de la casa y de Ismael jamones, los mejores del solar patrio, sellados por Jabugo y los aires de la sierra de Aracena.
Lo cortan a máquina, claro que propia del doctor Franz de Conpenhague, que separa sin desgarros o pérdidas de jugo, con total limpieza, permitiendo incluir en las raciones lonchas de maza, contra y babilla, todo el paisaje del pernil bellotero.
La pasión jamonera lógica en los avilesinos que hace un siglo vendían en Madrid miles de jamones tinetenses salados y curados por los valles luego siderúrgicos cede sitio a la pesquera, esa cien por cien local, que plancha, hornea o encazuela merluza, pixín, mero, lubina, virrey, xargo, dorada y lo que la rula disponga «siempre que lo permita la especie elegida, en piezas grandes, a partir de cinco o seis kilos, que ganan mucho en sabor», detalla Carlos.
¿Especialidades? Les fabes con almejes y los bacalaos, así de cuaresmales. Y los cuarenta principales de la cocina asturiana de siempre: ensalada de perdiz escabechada, arroz con bacalao, menestra de verduras y menestra marinera, pote de berzas, cachopines de setas, alcachofas con jamón, cardos con langostinos, cachopo de pluma asturcelta, carnes rojas, caza, setas silvestres por otoño y primavera, angulas al riscar la primavera, bonito ahora que toca, croquetas mantecosas, espárragos y cualquier vegetal farseable relleno de jamón.
«Disponemos de un equipo de cocina muy técnico que traduce lo que les proponemos punto por punto; ofrecemos platos avalados por la acogida y la tradición, incorporados en jornadas o menú mediante, según nosotros proponemos y los clientes demandan», detalla Ismael.
«La modernización llegó con el cambio de siglo, cuando logramos adquirir el local hasta entonces alquilado. La aventura la habían iniciado mi abuelo Abel y tres de su hijos. Pronto fue continuada solo por mi padre, y hasta hoy», añade Carlos.
Y de tal manera lo logran, que uno de los cocineros de este palacio del gochu es musulmán practicante y recibe el visto bueno por prueba y aplauso ajeno"
"Cuando un día de 1966 Ismael Rodríguez Díez decidió liarse la manta a la cabeza y adquirir con sus tres hermanos una sidrería en la calle de Los Alas, no estaba en su mente más que una idea tan prosaica como imperiosa: la de ganarse la vida trabajando como cualquier persona. Que el tiempo convirtiese a Casa Alvarín en el que probablemente sea el segundo chigre más longevo del casco urbano avilesino, y que él mismo llegase a ser el más veterano de los hosteleros locales «fue una cosa que vino sola, y seguramente tuvo que ser así», comenta el propio Rodríguez
Nacido en Valdelugueros (León) en 1943, Isma, como es conocido entre los suyos, no tenía entre su familia ningún precedente dedicado a estas tareas. Su llegada a Avilés, en plena construcción de Ensidesa, fue lo que le hizo empezar en la profesión, en una sidrería junto al viejo Banco de Santander, El Saleroso. «Era una casa con patio, muy de aquella época, que tenía su renombre y que acabaron derrumbando para hacer edificios nuevos», explica con un punto de nostalgia. En una época en la que la ciudad acababa en Las Meanas «porque de allí en adelante sólo había 'praos' y el río Tuluergo», el pasado se convertía en futuro con más rapidez de lo habitual. «Entonces había un poco de 'cosa' hacia los que venían de fuera, los que llamaban 'coreanos' y algunos chigres no servían al que no fuera 'de Avilés de toda la vida'», explica Rodríguez para ejemplificar lo mal que se llegaba a asimilar aquel crecimiento tan a trancas y barrancas.
Fuese como fuese, Ismael fue cogiendo los recursos del oficio en locales de prosapia como Casa Lin, hasta que llegó el momento de convertirse en industrial hostelero por cuenta propia. Fue en el año citado al principio, cuando la familia Velasco, anteriores propietarios de Casa Alvarín, decidieron traspasar el negocio fundado en 1903. Empezaba así una segunda época en la que, como si fuese un signo de los tiempos, también el local iba a cambiar como lo hacía todo lo que le rodeaba.
«Puede que lo único que siga igual sea el empedrado de la calle Los Alas», señala Ismael entre el humor y el orgullo. Han pasado 45 años desde entonces, con una cantidad ingente de turnos de trabajo, de proveedores de toda España y, naturalmente, clientes a espuertas. Junto a todo ello, varias reformas emprendidas en la casa han testificado asimismo el paso del tiempo entre estas paredes. Algo que, no obstante, es casi anecdótico comparado con eso que de verdad importa y que transcurre mientras nos dedicamos a los quehaceres diarios: la vida.
«Tengo la suerte de dedicarme a una profesión que, aparte de darme de comer, me ha permitido conocer bien a la gente», asegura Ismael para dar con las claves de su experiencia al otro lado de la barra. La misma que le hace decir sin dudar que «de la puerta para dentro, no hay distinción entre amigos o desconocidos; todos son iguales porque todos son clientes». Hasta el punto de que ningún allegado tiene privilegios ni barra libre. «Eso no puede ser cuando hablamos de sacar adelante un negocio, de hostelería o de lo que se trate», refiere. «Si no se aplica seriedad y trabajo duro, cualquier establecimiento se va al garete», razona con firmeza.
Puede que sea esa la explicación para haber aguantado los vaivenes que, al final de los años 70, trajo aquello de la reconversión industrial. «Se pasó de una época de bonanza a otra en la que todos los comercios tuvimos que ingeniárnoslas para poder seguir viviendo», relata. Lo que hizo que, ya que no se pedía ginebra o coñac y se volvía a la clásica pinta de vino, «porque era mucho más económica», se tuviesen que 'importar' ideas como el plato del día, la tapa para acompañar la consumición o las sopas de ajo en Nochevieja. «Ahora a nadie que monte un local se le ocurriría prescindir de cosas así, pero entonces no se sabía si iban a funcionar o no», razona.
Junto a estas cuestiones, Ismael no quiere dejar de lado que por Casa Alvarín han parado avilesinos y forasteros de todo tipo y condición. Desde Celia Gámez o Antonio Machín hasta Brad Pitt o Kevin Spacey, la cuota de famosos está en palabras del hostelero «bien cubierta». Pero en cuanto a ciudadanos de a pie, Ismael asegura que «son los que dan sentido cada día a esta casa». Y tiene palabras de mucho cariño para 'la peña del cientuco', «de los que por desgracia sólo debe quedar vivo Enrique Cuervo», lamenta.
Las anécdotas, naturalmente, se acumulan a uno y otro lado de la barra. Desde aquellas tardes en la que no había viento «y en cuanto te descuidabas, tenías una capa dos dedos de hollín en las mesas» hasta aquellas cenas de empresa «que parecían no terminar nunca». Pero Ismael recuerda especialmente el ingenio que tuvo un cliente espabilado para 'escaquearse' de abonar unas cuantas consumiciones: «se iba por la puerta y le dije 'Jefe, ¿qué hay de las 82 pesetas?'. Y él me respondió con toda naturalidad 'Para el bote, para el bote, que la ocasión lo merece'. Me entraban ganas de aplaudirle», explica Rodríguez a punto de soltar la carcajada.
Así, entre trabajo, risas y algún que otro gaje del oficio, pasaron los 80 y 90. Nueva bonanza de 2000 a 2007, y ahora otra crisis «mucho más seria, porque es fácil pasar del 600 al Mercedes, pero lo contrario no». El efecto Niemeyer «se ha dejado sentir y no hay que dejar que se pierda», reivindica. Su hijo Carlos, que ahora lleva gran parte del peso de la empresa, se ha comprometido hasta las cachas con la defensa del centro, e Ismael no deja de repetir con orgullo que «es mi relevo y además es mucho mejor hostelero que yo».
A sus 68 años, Ismael Rodríguez todavía conserva un claro acento leonés, pero se considera «totalmente avilesino, y muy enamorado de la ciudad». Y es que aquello de 'se es más de donde se pace que de donde se nace' es la lección favorita, y casi magistral, del decano de la hostelería local"
"Aquella fue una empresa llevada a cabo por una flota del rey de Castilla (aún no existía España como nación) al mando del almirante burgalés Ramón Bonifaz y en la que participaron destacados marinos cántabros, gallegos, vascos y Rui Pérez, en representación de Asturias, quien sobresalió en dicho trance histórico, cuyo relato ha llegado hasta nosotros mezclado con la épica legendaria tan propia de aquellos tiempos.
Según quieren algunos cronistas, como el marqués de Teverga, el capitán avilesino colocó en la proa de sus naves, que habría construido en los astilleros de Sabugo, con madera de Galiana y tal, un artilugio en forma de sierra que luego rompería, en Sevilla, una gran cadena de hierro que impedía la navegación por el Guadalquivir, franqueando así el paso a los navíos castellanos que cargados con soldados hicieron posible la conquista de la ciudad.
Pero al marqués lo cegaba la pasión localista. Pues diversas crónicas coinciden en que los dos barcos de la armada de Bonifaz, protagonistas del envite contra las cadenas y el puente de barcas –que tenían los árabes a la altura de Triana entre una fortaleza de este famoso barrio y la Torre del Oro– fueron construidos en Santander, bautizados como ‘Carceña’ y ‘Rosa de Castro’, y elegidos por ser los de mayor envergadura de la flota castellana, compuesta por 13 naves a vela y 5 galeras, después de haber ideado los cristianos un original plan de batalla a la vista de lo complicadas que estaban las cosas para tomar Sevilla por culpa de la dichosa cadena. Siguiendo el plan trazado, las dos naves fueron cargadas de piedras y armadas en la proa con ‘fierros aserrados’, ocurrencia de Rui Pérez, para mejor embestir. El almirante Bonifaz mandaba una y el capitán avilesino la otra. Todo fue cuestión de esperar viento a favor, que soplara de lo lindo y los lanzara contra la barrera fluvial. Cuando tal cosa ocurrió las naves embistieron y mandaron al carajo todo lo que encontraron por delante incluidas la cadena y el puente de barcas. Y ahí se acabó Mahoma y empezó la Macarena.
Tras la rendición de Sevilla, quiso el Rey que tal hazaña figurara en los escudos de las villas de los capitanes de las embarcaciones que habían intervenido en la conquista, cosa que hizo la mayoría incorporándolo como uno más a sus enseñas. Pero ninguno, excepto Avilés, lo convirtió en protagonista total como hoy se puede seguir viendo en este «escudo en campo de gules, y una nave armada, puesta a la vela, con una cruz en el palo mayor y una sierra en la proa, rompiendo una gruesa cadena prendida en sus extremos a dos castillos»
Reinando el ínclito rey don Fernandoel Santo, que llamaron en Castillapasó el de Aviléscon su nave serrandola fuerte y gran cadena de Sevilla
"La Ferrería, con cierto tono compostelano, presente ese aspecto oscuro y húmedo del urbanismo antiguo. Sus losas y sus edificios, demasiado altos para la anchura de la calle, invitan a recorrerla despacio, levantando la cabeza con decisión para descubrir, no sin dificultades, algún blasón o escudo interesante en sus casas"
"La que guarda más vestigios del Avilés inicial. La número uno, entre las que discurrían por dentro de las murallas, demolidas en el siglo XIX. Pasear por ella es ingresar en un pasmoso túnel del tiempo. Una misteriosa sensación, andar transitando por épocas pasadas, a la que te llevan sus edificios y su conformación urbana, confirmada durante siglos, como principio y final. Entrada y salida, de la Villa de Avilés, según se viajara por tierra o por mar.
Calle rápida. La única que iba de puerta a puerta de muralla. De la del Alcázar (inicio en El Parche) a la de La Mar, en la confluencia con la calle de La Muralla, a la vera de la iglesia, donde estuvo situado el puerto hasta el siglo XIX.
Traspasaba, como un puñal, la ciudadela medieval (conocida como La Villa). Era -y algo le queda- estrecha, con tramos oscuros y soportales, hoy cambiantes y asombrosamente fascinantes"
En comparación con los de las calles Rivero y Galiana, el pasillo porticado bajo las casas es bastante más estrecho, pero cumplía una misma función, permitir el paso de gentes a cubierto cuando llovía o castigaba el sol
"Al revés de lo que acaece en las grandes ciudades europeas y americanas, donde se vive en perpetuo afán y no hay tiempo para nada, en Avilés había tiempo para todo: si faltaba alguna vez no era ciertamente para el trabajo sino para divertirse. No existía la fiebre del dinero ni esa congojosa solicitud por el lucro que envilece las almas y entristece la vida. El comercio mismo, que por su naturaleza es sórdido, tenía en nuestra villa un temperamento noble y tranquilo. Los comerciantes recibían a sus amigos en las tiendas, departían y reían con ellos y apenas se curaban de la venta de sus artículos. Había un tendero llamado Braulio que poseía en la calle de la Herrería un bastante bien surtido almacén de quincalla. Pues este Braulio, cuando un amigo llegaba a invitarle a jugar al billar o a comer una langosta en el café de Tirita, se ponía el sombrero, cerraba la tienda y se marchaba tranquilamente con él. ¡Que aguardasen los parroquianos!"
Pese a un relativa estrechez, esta primera parte de la calle, la que históricamente era llamada propiamente La Ferrería o Principal, fue escenario antiguamente deportes hípicos, carreras de caballos y el llamado la sortija, actualmente más conocido quizás por cintas a caballo, enhebrar en una lanza una arandela pendiente de una cinta o cuerda desde la montura de un caballo al galope
"Es una casa de comidas, dice Ángeles poniendo énfasis en un título que recuerda al viejo grabado de Jules Worms donde un grupo de asturianos bailan la media vuelta bajo el letrero ' se guisa de comer'.Pues sí, es una casa de comidas afayaíza y gustosa. Y de bebidas, que hay variedad de vinos con diferentes espíritus, cuerpos y origen.Además se ubica en la avilesina calle de la Ferrería, que no es cualquier calle, frente a los soportales de los pares, y con la plaza Mayor a un lado y el palacio de Valdecarzana al otro, mostrándose nuevamente al paso de los peregrinos jacobeos que suben de la iglesia de San Francisco, fundada -aseguran leyendas merecedoras de recuerdo y credulidad- por el propio santo de Asis de paso hacia Compostela. Y si non è vero, è ben trovato.La piedra encuadra y domina. Fuera rodea recta y lisa el marco de entrada, dentro se descubre irregular, severa y alineada en los dos veces centenarios tabiques.También encuadra y domina la madera, vetusta en la barra, la alacena o la chimenea, adivinándose que fueron puertas, vigas y talameras rescatadas y felizmente reutilizadas de algún hórreo ruinoso.O de la propia historia del local, que aquí hubo una tienda de fabricación, reparación y venta de madreñas antes de su primer destino hostelero; el nombre no lo lleva, por tanto, al albur, y se multiplica en artesanías e imágenes, de la escarpia sobre el tronco de haya o castaño al Madreñogiro de Pinín, 'que de Pinón ye sobrín'.Largo y profundo de trazo, la entrada se reserva a vinos y tapas, y el resto lo ocupa el coqueto comedor donde se sirven una carta y menús de la casa según día y mercado. Disponemos de ensaladas imaginativas, sartenes variadas, croquetas de jamón ibérico suaves y sin ocultaciones, sanísimo pote de lombarda, carrilleras a punto de caramelo, carne guisada, lentejas con chorizo, cocido de garbanzos, patatinas con pescado, chipirones en tinta, merluza en salsa, alcachofas en tempura, bacaladas rebozadas, solomillo, menestra, setas al ajillo, bacalao a la vizcaína... Sábados y domingos se reservan para un menú asturiano incuestionable y rotundo: de primero fabada o pote, de segundo cachopo o callos y de tercero requesón o arroz con leche; siempre en cantidades antiguas y a precio antiguo: difícil no dormitar luego bajo las largas y cálidas tardes de la ya avanzada primavera.Ángeles reabrió y dio sus actuales contenidos a La Madreña hace año y medio. Pero comenzó mucho antes la dedicación. Hija de padres extremeños, y de las Hurdes, un paraíso recóndito sobre el que no cabe leyenda negra alguna y sí únicamente deslumbramientos, nació en Avilés y creció en Illas. Casada joven tuvo dos hijos y aprendió a cocinar por herencia materna e influencia de su hermana, propietaria de restaurante. Tiempo después se hizo cartera de aldeas hasta que, recién inaugurado Parqueastur, le ofrecieron trabajo en la conocida franquicia 'Cañas y tapas'.«Entré de ayudante y acabé de encargada; y puesto que me ejercité en trabajar cara al público, decidí abrir una vinatería en la calle Cabruñana, mi calle natal. Comencé con tapas y acabé preparando platos fuertes, por lo que decidí coger La Madreña y revitalizarla ayudada por Marta, mi mano derecha. ¿Que defina lo que hago y sirvo? Exactamente lo mismo que hacía y servía en casa para la familia», explica Ángles.Y el comensal siente, en muy bien avenido, el gusto familiar"
"Aquí, en plena calle de La Ferrería, a un paso de la Plaza de España, del Parque de Ferrera, del Centro Niemeyer, del mercado y de los principales atractivos de la ciudad se localiza el Punto de Encuentro, un local acogedor, con toda la calidez de las paredes de piedra y esa atmósfera de las antiguas tabernas y casas de comidas.
La responsable es Ángeles Azabal, una hostelera con un amplio recorrido a sus espaldas que ha sabido trasladar todo ese bagaje al restaurante. Ángeles trabajó durante años en otro local, una vinoteca que, a petición de sus clientes, fue creciendo poco a poco, derivando hacia el formato de restaurante de una manera natural. En ese momento Ángeles entendió que era preciso un cambio, buscar un local más amplio que acogiese lo que ella quería ofrecer a sus clientes y que permitiese dar un mejor servicio. Ahí nace la idea que acabaría por plasmarse en el Punto de Encuentro La Madreña.
Al encontrar este local, con una ubicación perfecta y el carácter que sólo dan los años, Ángeles entendió que ese era el sitio. También lo hicieron muchos de sus antiguos clientes, que la siguieron hasta aquí, como muchos vecinos del casco histórico, que poco a poco fueron sumándose a la nómina de habituales.
Los motivos son evidentes: El Punto de Encuentro La Madreña tiene una oferta reconociblemente local, una carta de raíz clásica asturiana que hace que el visitante de paso la encuentre atractiva. Pero, al mismo tiempo, consigue hacerlo sin caer en los tópicos enfocados al turismo de masas, dotando a la carta de un aire casero y tradicional que convence también al público local: croquetas caseras de jamón ibérico, chuletas, chipirones, carrilleras guisadas… No es difícil entender por qué el cliente de El Punto de Encuentro se siente aquí como en casa, ya que el eje rector de la carta del restaurante son los platos reconocibles, los que resultan más familiares. Aquellos que los ingleses conocen como comfort food.
No faltan los platos más populares del recetario asturiano: el pote, los callos, la fabada, los fritos de merluza, la longaniza de Avilés o, por supuesto, el cachopo, capaces de atraer a locales y a foráneos. Y, junto a ellos, el clásico que Ángeles se trajo de su anterior etapa: el solomillo con salsa de setas y jamón que sus clientes le impiden retirar de la oferta.
Todo esto junto al trato familiar de Ángeles, una hostelera de las que saben hacer que te sientas cómodo desde el momento en el que atraviesas la puerta, y un local con encanto dividido en tres espacios -zona de barra, comedor y terraza- hacen del Punto de Encuentro La Madreña una opción apetecible para públicos muy diferentes.
El mobiliario antiguo ayuda a redondear la atmósfera, a darle una autenticidad que ya no se encuentra fácilmente; la pasión de Ángeles por el servicio y su atención al apartado de vinos y bebidas complementan una oferta amable, pensada para agradar, sin estridencias y con toda la solidez que le aportan una buena elección de la materia prima y los años de experiencia.
El Punto de Encuentro no es un lugar al que venir a sorprenderse. Por el contrario, es ese espacio al que el cliente local se acerca para estar a gusto, para disfrutar de lo reconocible, de lo cercano, de esa cocina que huele a casa; es el restaurante en el que el cliente visitante encontrará una cocina asturiana sin excesos, atemporal y acogedora. Algo aparentemente tan simple, pero que, sin embargo, cada vez cuesta más encontrar.
Todo se da la mano aquí para dar forma a una oferta redonda, para crear un lugar dedicado a la cocina casera y al trato al cliente, para ofrecer algo más que platos y bebidas. El Punto de Encuentro ofrece, sobre todo, un oasis en el que relajarse, desconectar y disfrutar de la cocina, la charla y el ambiente sin complicaciones; ese lugar que todos buscamos cuando salimos de nuestra ciudad y que tantas veces cuesta encontrar.
Ángeles ha dado forma aquí a un sueño, ha conseguido materializar todo lo aprendido en años de experiencia en la hostelería de la ciudad: el local arropa, la clientela de proximidad la ha acompañado, cuenta con el favor de los clientes de paso y su oferta, fiel a sus raíces, tradicional pero con algún pequeño guiño que la identifica, disfruta de un momento dulce.
Volver a El Punto de Encuentro es volver a ese Avilés que siempre ha estado ahí, pero que ahora se reivindica. Ese Avilés con un casco histórico de pequeñas dimensiones, pero de enorme encanto; ese Avilés que vive la cocina como un punto de encuentro con familiares, amigos o desconocidos que comparten una barra y una atmósfera. Es reconciliarse con esa cocina sencilla capaz de resultar atractiva y familiar tanto a foráneos como a la gente de la ciudad; es disfrutar del ambiente avilesino de siempre y redescubrir por qué hay que regresar a esta ciudad capaz de sorprender incluso con lo más cotidiano"
A la derecha, entre soportales de arco de medio punto, un soportal distinto, sostenido sobe columnas cuadradas
Es La Ferrería una calle normalmente más tranquila que otras del casco histórico, como Rivero o Galiana, pero como vemos muy visitada y recorrida a la hora del vermut y de comer, además de en las fiestas, con bastantes bares y casas de comidas
La calle es recta, y según la parte, de diferentes anchuras. El firme consta de un bello enlosado. En la esquina de la izquierda está el Centro de Servicios Universitarios de Avilés, de la Universidad de Oviedo
Terrazas y soportales constituyen una estampa característica de las calles peatonales del casco histórico. Estos, junto con los de calles como Galiana, Rivero, El Carbayedo y El Carbayo (Sabugo), son los más antiguos. siglos XVII y XVIII. Posteriormente, muchos nuevos edificios construidos en los siglos XIX y XX, fueron hechos también con soportales. Los kilométricos y generalmente artísticos soportales de Avilés, como dice Alberto del Río Legazpi:
"En rigurosa descripción académica, soportal es un espacio exterior cubierto, construido junto a un edificio, cuya estructura se sujeta con columnas y precede a las entradas principales; generalmente rodea una plaza o recorre una calle.
El soportal permitía, cuando no había electricidad, trabajar a los artesanos delante de sus talleres, resguardados de lluvia o sol. Lo mismo que a los vendedores de productos del campo, cuando el mercado de Avilés se desparramaba por todo el casco histórico de la ciudadela amurallada.
Nuestro mérito, contra lo que ha ocurrido en otros lados, está en haber sabido, querido y podido, conservarlos, a lo largo de los siglos.
Un paseo por calles y plazas de Avilés demuestra la calidad y cantidad de los soportales que hemos recibido -colosal herencia- de tiempos pasados y que seguimos incrementando.
Suman más de tres kilómetros, entre antiguos y modernos. Y adoptan gran cantidad de formas, colores y estilos"
"La diversidad de soportales que pueden contemplarse en las calles avilesinas es muy amplia, aunque se pueden distinguir dos tipos fundamentales: el que emplea columnas o pilares que soportan directamente el piso superior del edificio, y el que utiliza arcos paralelos a la fachada. En ambos casos la cubierta es de techumbre plana, sin bóveda. A partir de ahí, la variedad es enorme: columnas con y sin capitel, con basa o sin ella, pilares de distintos materiales y múltiples dimensiones, apoyados o no en un muro"
"Fue naciendo por partes. Primero se derribaron las casas bajas anexas a la actual oficina de Turismo y así unir Ruiz Gómez con la de calle Los Alas. En 1934 se inauguró el edificio (dos plantas) que albergó la Biblioteca Popular Circulante con un importante fondo de libros –dirigida magistralmente por el poeta Luis Menéndez ‘Lumen’– y que fue la primera que permitió el préstamo a domicilio. Un enorme avance cultural.
En 1960 el edificio ganó dos alturas, para instalar en él la Casa Municipal de Cultura que, integró a la Biblioteca, entonces rebautizada como ‘Bances Candamo’. Los dos nuevos pisos fueron destinados a salas de exposiciones, conferencias y proyecciones cinematográficas. Desde aquí se desarrolló una frenética labor de difusión cultural, que con el apoyo de José Martínez, concejal de Cultura, llevó a cabo un equipo de técnicos especializados en diferentes áreas (José María ‘Chema’ Martínez, Alberto del Río, Antonio Ripoll y Ramón Rodríguez). Eso ocurrió en las décadas de los años 70 y 80 y es un episodio aparte.
La calle también acogió, junto con La Ferrería, al nuevo edificio de Correos y, en 1962, se inauguró el hospital de la Cruz Roja que complementaba el único existente, entonces, el Hospital de Caridad"
A la izquierda la Plaza de Alfonso VI, rey que concedió a Avilés sus primeros fueros en 1085, origen del gran despegue urbano y económico de la población y su puerto en la baja Edad Media. La plaza se hizo dentro del plan de recuperación del centro histórico entre los años 1995 y 1999 en lo que eran principalmente las huertas del Palacio de Valdecarzana o de La Baragaña, el edificio civil más antiguo de Avilés, restaurado y reformado a la vez dentro de aquel proyecto de rehabilitación, siendo actualmente la sede del Archivo Histórico de Avilés, pero es a la vez centro de exposiciones, proyecciones, presentaciones, conciertos y conferencias, siendo por su ubicación uno de los más demandados de Avilés
"Valdecarzana también es conocido, aunque cada vez menos, como ‘Casa de La Baragaña’. Y eso tiene explicación en que las dos puertas, que hoy conocemos de la calle La Ferrería, daban acceso a la lonja comercial, mientras que a la vivienda de la planta alta se accedía por la, hoy, calle El Sol atravesando una antojana, terreno –generalmente con vegetación– que estaba delante de la casa. Y como también, en Asturias, a la huerta pequeña, estrecha y alargada, se la conoce como baragaña, así dieron en llamar al histórico edificio. E incluso a la plaza que hubo delante de él y que es episodio aparte.
Y a la historia, a veces, parece que la cargase el diablo. Pues resulta que uno de los últimos inquilinos que utilizaron Valdecarzana como vivienda, fue a finales del siglo XIX, un personaje apellidado Baragaña, cosa que descubrió la avilesina María Josefa (Pepa, para los amigos) Sanz, catedrática de Paleografía de la Universidad de Oviedo, hurgando entre la documentación del RIDEA (Real Instituto de Estudios Asturianos). Caso singular.
Otra cosa es el plural, al menos para otro historiador también amigo, que montaba en cólera, cuando oía o leía ‘casa de Las Baragañas’, como algunos autores y publicaciones nombran a este palacio. Decía que, aparte de falso, era indecente porque le parecía el nombre de una casa de putas. Y ponía verde –color acorde con el lenocinio terminológico que nos ocupa– a quienes bautizaban de tal guisa a la joya arquitectónica.
Decir Valdecarzana, en Avilés, es hablar del edificio civil más antiguo, que aguantó el paso del tiempo sufriendo dueños y daños, pero nunca perdiendo su cara gótica, una fachada de órdago, con vistas a La Ferrería, la pequeña gran calle medieval que terminaba en el puerto internacional de Asturias durante siglos"
Pasado el Palacio Valdecarzana llegamos al cruce con la calle Sol, también de origen medieval, que unía la calle de La Ferrería, que a partir de aquí era llamada Calle de San Nicolás o calle Mayor, con su paralela la calle Oscura, hoy de La Fruta, formando la famosa H del viejo Avilés intramuros
La calle del Sol fue también llamada del Azogue, palabra que viene a ser sinónimo de mercado, pues el antiguo mercado de los lunes, concesión de los Reyes Católicos para que este, libre de impuestos reales o alcabalas, contribuyese a la reconstrucción de Avilés tras el Gran Incendio de 1478, se celebraba en todas las calles de la población amurallada, las cuales, al ir especializándose en productos, también tuvieron un cambio de nombres. Esta del Sol pasó pues un tiempo a llamarse de la Pescadería, como la calle Oscura se transformó en la de la Fruta
"En el Avilés primitivo la zona más habitada estaba formada por cuatro calles. Dos parejas paralelas entre si, por un lado La Ferrería y La Fruta y por el otro, y también paralelas ambas y perpendiculares a las anteriores: El Sol y San Bernardo.
La Del Sol une –y forman entre las tres una H– a las de La Fruta y La Ferrería. Es calle de recorrido corto en metros, pues no llega a los cien, pero de un largo tiro histórico (...)
Su trazado sigue siendo, milagrosamente, el que ha tenido durante siglos. Apenas ha cambiado, aunque sí lo hiciera alguna de sus calles vecinas.
Las noticias más lejanas nos dicen que El Sol comenzaba en la plaza de la Baragaña, en un lateral del palacio de Valdecarzana, y terminaba en la plaza de la Villa, ya desaparecida
Por cierto y en cuanto a la denominación Baragaña –como también nombran algunos al palacio de Valdecarzana– escribió Justo Ureña: «Baragaña significa en bable, puerta, entrada o pequeña antojana, dando este nombre a la que tenía delantela Casade Valdecarzana, de donde algunos bautizaron así el edificio. Pero no tiene sentido el plural: Las Baragañas».
Como decía anteriormente, la calle del Sol desembocó hasta el siglo XVII, en la plaza de la Villa, que se encontraba en la actual calle de La Fruta. Allí estaban las llamadas ‘Casas del Ayuntamiento’, dedicadas al suministro de productos alimenticios (pan, grano, carnes y vino). Y bajo estos edificios municipales –donde también se custodiaban documentos y el imprescincible patrón de pesas y medidas– estaba la arqueta que distribuía el agua potable que –procedente de Valparaíso– llegaba al centro de Avilés. Pero las casas desaparecieron en el incendio de 1621. Con ellas también se esfumó, y nunca mejor dicho, aquella plaza de la Villa.
Hoy, a la calle del Sol, da gusto verla.
Primero por el palacio de Valdecarzana, que ha sido rehabilitado y recuperado por el Ayuntamiento a finales del siglo XX, y ejerce, tanto de cofre del tesoro de la morrocotuda documentación histórica de Avilés, como de centrocampista de actividades culturales varias.
También ocurre que la calle está llena de vida y que hasta le ha nacido una plaza anexa: la de Alfonso VI. Y así de ser calle de paso, ha pasado a ser pasada de calle, con parada y fonda hostelera de terrazas sin terrazo, sino asentadas en firme medieval de piedra y losa. De forma que en esta rúa, tan pequeñina como galana, y tan galana como guerrera, puedes beber la historia en vaso de sidra.
Y es que aquí, como nunca se estiró más el brazo que la manga, jamás entró el cemento de la tontería.
La calle del Sol es tan auténtica y natural, como un viejo y hermoso tigre en reposo.
Y a un tigre, por viejo que sea, nunca se le caen las rayas"
"El 14 de diciembre de 1621 la villa avilesina vuelve a sufrir otro voraz incendio, que se inició, según el primer historiador de Avilés (Simón Fernández Perdones), «en las casas de la Rúa Nueva (hoy calle de la Fruta), e impelido de grande y recio viento que luego sobrevino, salió y se pegó de unas casas y de una acera en otra, y pasó a la calle Oscura, que trabas y diligencias sobradas y necesarias hubiesen impedido, y en muy breve espacio se quemaron cuarenta casas, y se arruinaron y demolieron otras muchas para que el fuego no pasase a quemar los templos y más pueblo». Según el mismo autor, las llamas se iniciaron a las tres de la tarde de un lunes, ya que «las casas de concejo, pósito y panera de ella, pesos, medidas, soportales y calles quemadas era donde se hacía un mercado muy populoso al que venían de muchas y diferentes partes a comprar y vender mercaderías y mantenimientos de que era el lugar muy abundante, cercado de murallas, y el dicho incendio fue en la tarde que se hacía el mercado ('Anales de Avilés', 2009). Según Justo Ureña, cronista oficial de Avilés, «sólo sobrevivieron a este nuevo incendio unas 25 casas, lo que supuso un serio contratiempo y quebranto, al quedar otra vez la Villa postrada en la inanición, sin que se tengan noticias de cómo sería la, sin duda, lenta recuperación» ('Avilés y sus calles', 1995).
El rey Felipe IV, a 20 de abril de 1622, confirma el privilegio de mercado franco los lunes que habían otorgado los Reyes Católicos a Avilés, con el propósito de ayudar a la reconstrucción de la villa."
«En el día de Todos Santos de este año de 1755 que nuestra Madre la Iglesia celebra de precepto, estando el día muy claro, sosegado en calma y sin vientos, siendo entre diez y once de la mañana, se reconoció un temblor de tierra en esta villa, y después por noticias que vinieron fue general en todo el mundo».
«... yo, Francisco Reconco, estando en la plaza mayor de esta villa, frente a la torre del reloj de ella, no siendo horas de dar campanadas, y con el motivo de este temblor, le oí dar siete campanadas chicas. Y de allí a una hora y media vi que los caños de esta villa, con el motivo de remudarse la tierra en su centro, se puso el agua por espacio de más de cinco horas más revuelta y turbia que el barro colorado, pues algunos decían que era sangre. Muchos vecinos de esta villa se salieron de sus casas, juzgando que caían sobre ellos, dando voces. En cuya ocasión estaba la ría vacía del todo, y en el pozo, junto a la puente, se levantó o vino del mar alta un golfo de agua que obligó a flotar los navíos que allí estaban y se dieron unos con otros y dentro de un cuarto de hora volvió a quedarse en seco toda la ría».
Continuidad de arcos y más suelo enlosado. Estos soportales, más anchos, seguro que sí guardaban a los ferreros, tenderos y artesanos cuando llovía o cuando castigaba el sol, en la antaño calle comercial por excelencia de la villa. Es muy posible que algunos de ellos fuesen contemporáneos de aquel y otros terremotos dieciochescos, como el del 31 de marzo de 1761, narrado por el mismo cronista:
«y a cosa de las doce y cuarto del día, a tiempo que estaba claro y sin vientos hubo un temblor de tierra bien reconocido en esta villa, y en España y Portugal, como después lo decían las cartas de muchos particulares, pero bendito Dios no hizo en este país ningún estrago. Y en el día 5 de abril de este año, salió en procesión y rogativa el Santísimo Cristo de San Nicolás y Nuestra Señora del Rosario, pidiendo todos, con mucha devoción, suspendiese tales castigos con que nos amenaza y avisa para que nos enmendemos de nuestros vicios. Y le suplicamos nos deje vivir y morir en su divina gracia»
«El día 18 del mes de febrero de este año de 1762 siendo las siete de la noche, y estando el tiempo en calma, se reconoció en esta villa y en otras varias partes, un temblor de tierra que muchos vecinos salieron de sus casas para la calle dando voces, temerosos si las casas se caían, pero bendito Dios no sucedió ningún agravio en gentes ni en las casas».
Este tramo final de La Ferrería es evidentemente el más estrecho y umbrío, justo antes de salir a la luminosa plaza, pero también especialmente coqueto
Seguimos admirando buenas muestras de arquitectura de época, edificios porticados y de largos balcones de forja
Estos soportales son antiguos, muy posiblemente barrocos, las viviendas debieron pasar por algunas reformas a lo largo del tiempo
A la izquierda asoman a la calle dos magníficos balcones-corredores de madera. En estos últimos metros antes de la Plaza de Carlos Lobo la vieja rúa se asemeja a un patio de vecindad
Es llamada calle rápida, pues era la única que iba directa de una puerta a otra de la muralla, desde la del Alcázar o de La Ferrería a la de la Mar, que estaría justo al fondo, donde ya vemos los árboles del Parque del Muelle, construido en terrenos ganados al río Tuluergo, sus marismas y el antiguo puerto, de ahí su nombre
"¿Quién no recuerda aquellos años de la 'movida de Avilés'?, ¿quién no recuerda aquella imagen de La Ferrería llena de gente desde el Alvarín hasta las Cubas?, ¿alguno ha olvidado las copas en el Dulcinea, las cucharas de las Cubas, los semáforos del Correo...?, ¿qué pasó con Rivero, el Marchica...?». Con esta expresión de nostalgia de los años 90, Juanjo Sánchez, un avilesino que tiene 36 años y vive fuera de Asturias desde los 18, decidió abrir en la red social de internet Facebook un grupo de debate al que se han agregado ya más de 700 personas, la mayor parte de ellas residentes fuera de Avilés. El éxito de la iniciativa se plasmará el próximo 2 de mayo con una original 'KDD' para rememorar la 'movida de los 90' en los bares que aún siguen abiertos en las calles de Rivero y La Ferrería
Sánchez matiza que «la movida, más que de bares, era de calle. Ahora la gente pasa la noche dentro de los locales, pero antes éramos más de estar en la calle bebiendo"
"... el caminante, lógicamente dentro de las variantes que aporta el callejero urbano, podría optar como solución más directa por atravesar en antaño recinto murado por la calle de La Ferrería para descender al puente viejo y ascender nuevamente al barrio de Sabugo..."
"Esta ciudad, por su situación privilegiada a orillas de la ría de Avilés y en el centro de la zona costera asturiana., fue tierra, desde antaño, de marineros y comerciantes, primer puerto de Asturias y, sobre yodo a raíz de la instalación del complejo de Ensidesa en los años cincuenta (...), uno de los más importantes de toda España. Su intensa y rápida industrialización trajo consigo una masiva afluencia de emigrantes y un espectacular crecimiento demográfico, dando lugar a la creación de grandes poblaciones o barrios obreros como Llaranes, Versalles y La Luz. Así, Avilés es en la actualidad una de las tres ciudades más importantes de Asturias, y la tercera, en cuanto a población se refiere, dentro del Principado.El casco antiguo de Avilés, con todo, se mantiene bastante bien conservado, y ha sido declarado Conjunto Histórico-Artístico. En la villa se encuentran interesantísimas obras arquitectónicas, tanto de carácter religioso como civil. Calles como Galiana de Galiana, Rivero, La Ferrería y San Francisco son aún hoy testigos de buena parte de la historia de la ciudad, con magníficos edificios de diversas épocas, y muestran con su s típicos soportales elevados sobre las calles una manera de construir adaptada a las características del clima y la geología de Asturias"
"Los historiadores norteamericanos, que vienen a beber de las fuentes de los archivos históricos de Avilés, se asombran -e impresionan- con lo que ven y palpan en esta calle, donde nació el Adelantado de La Florida (en casa que estuvo en el actual edificio número 29). Y donde está enterrado (iglesia de los Padres). Y, hasta, donde vivió de casado (al inicio de la calle, margen izquierda)"
Allí está la iglesia de San Antonio de Padua, hasta no hace mucho de los Padres Franciscanos, antes parroquial de Avilés, cuando estaba bajo la advocación de San Nicolás de La Villa, o de Bari, construida como la muralla entre los siglos XII y XIII, pero sobre un templo más antiguo, prerrománico, dedicado a San Juan Bautista
Delante de ella baja la rampa que por la Puerta del Mar daba acceso desde la ciudad amurallada al viejo muelle comercial y puerto avilesino, ganado a la ría, al río Tuluergo y a las marismas en el siglo XIX, actual Parque del Muelle, por donde continuará el Camino hacia Sabugo
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