Por la calle Foncalada a cruzar la calle General Elorza para seguir por la Avenida Pumarín (enfrente) |
Saliendo de la catedral de San Salvador, la Sancta Ovetensis, el Camino Norte de Santiago se ha separado del Camino Primitivo en el mismo comienzo de este, en la calle del Águila, para salir de la antigua ciudad intramuros por la calle Gascona, pasando junto a la venerada Fuente Foncalada y, por el lugar y calle de este nombre llegar a la calle General Elorza, pasando a la Avenida de Pumarín, que atraviesa el barrio homónimo, cuyo topónimo, 'manzano pequeño', alude a esta antigua campiña ovetense que, hasta finales del siglo XIX y aún buena parte del XX, eran mayoritariamente prados, caserías, tierras de labor y pequeñas aldeas del extrarradio
La incipiente urbanización de estos barrios quedó seriamente afectada al formar parte de la primera línea de frente durante más de un año en la Guerra Civil, acabada esta, fueron reconstruidos con nuevas casas, no siempre todas de las mejores condiciones, las cuales fueron reformándose, o sustituyéndose por nuevos grandes bloques de pisos, a finales del siglo XX y principios del XXI, reurbanizándose toda la zona, que fue paso del ferrocarril, el cual iba sobre un puente sobre la avenida, conformando una muy característica estampa
Y esta calle General Elorza que nos disponemos a cruzar fue hecha en 1885 tras solicitarlo el Ayuntamiento al Ministerio de Fomento, según acuerdo plenario unánime del 6 de junio, empezando las obras en ese mismo año tras las gestiones del diputado Manuel Pedregal y Cañedo. Esta nueva vía nacía para comunicar la Fábrica de Armas de la Vega con la Estación del Norte, inaugurada en 1874. En 1887, aún en obras, se le puso el nombre General Elorza en honor a Francisco Antonio Elorza y Aguirre, militar liberal e ingeniero que fue director de dicha fábrica entre 1845 y 1909, quien fomentó la industria siderúrgica asturiana, guipuzcoano y ovetense de adopción, En El Libro de Oviedo de Fermín Canella, del mismo año 1887, se la describe así:
"General Elorza.—Gran vía en proyecto que arrancará desde la entrada principal de la fábrica de armas de la Vega y, atravesando las huertas y prados del N., terminará en la estación del ferro-carril. Por acuerdo municipal de 1887 llevará el nombre de aquel ilustrado general, asturiano adoptivo, reformador e impulsador de la industria siderúrgica en esta provincia, donde facilitó y extendió otros conocimientos y trabajos accesorios, contribuyendo con su iniciativa y enseñanza al fomento de la riqueza del país y á crear en él una población obrera. El celoso diputado bá Cortes Sr. Pedregal solicitó en el Congreso y obtuvo del gobierno la inclusión de esta vía en el Plan general de carreteras.—Ent.: Carretera de Santo Domingo."
Posteriormente, esta calle fue la principal entrada a la ciudad por la antigua Autopista Y para quienes iban en dirección a dicha estación y a los barrios al oeste de la población o, formando parte de la N-634 desde 1939, atravesar el casco urbano en dirección a Mieres y León, por un lado, o hacia el occidente asturiano, siendo así hasta que se hicieron las rondas de circunvalación. Así, tras cruzar General Elorza y dirigirnos a la Avenida de Pumarín pasamos delante de la emblemática Carnicería El Puente, uno de los negocios del barrio de los que escribe Pilar Gutiérrez para el periódico El Comercio del 16-10-2023:
"Al principio de la calle destaca la carnicería El Puente -en memoria de la estructura que antaño se encontraba ahí mismo y por donde pasaba el tren-, a cargo de Francisco Rodríguez, natural de Cangas de Narcea, quien lleva 38 años «con altibajos» vendiendo carne de calidad en Pumarín. «Vinimos a Oviedo a emprender en la vida e iniciamos esta aventura. Ahora ya es un negocio familiar, vamos por la segunda generación», declara mientras señala a su hija, Aida.
Ganadero en origen, le vendía los terneros a una pequeña carnicería que estaba ahí mismo y cuando llegó el momento, a los 25 años, cogió el local. «Me parecía un buen lugar para abrir un negocio y lo sigo pensando», apostilla mientras atiende a su clientela de toda la vida."
En esta encrucijada estuvo antaño el mítico Bar Transporte, a quien el escritor José Ignacio Gracia Noriega le dedica todo un capítulo de su serie Territorios perdidos:
"El bar Transporte se encontraba a la mitad de la calle General Elorza haciendo esquina a la avenida de Pumarín, cuando todavía Pumarín era el extrarradio, y, a la altura del primer piso de la casa cuyos bajos ocupaba, pasaba el tren y un sólido puente de hierro atravesaba la entrada de la avenida de Pumarín. Supongo que tiene que ser muy notable vivir al lado de la vía del ferrocarril: pero no a la altura de la puerta de la casa, lo que está al alcance de todo el mundo, sino a la de la ventana del primer piso. Lo he visto en películas americanas, pero lo que se dice en la realidad, sólo en la avenida de Pumarín. Aquel puente delVasco provocó siempre discusiones vivísimas, que en el régimen anterior, por menos idiota que éste en lo que se refiere a no llamar las cosas por su nombre, se decía «contraste de pareceres», aunque probablemente había más unanimidad que contraste: casi todo el mundo estaba en contra de aquel puente de hierro, no sé por qué les molestaba tanto.Yo, en cambio, toda la vida fui muy partidario del puente y, aunque hace más de treinta años que no voy a Pumarín, me da mucha pena que lo hayan tirado, convirtiendo la entrada de la calle ampulosamente denominada avenida en una avenida (por ceñirnos a la terminología municipal) corriente, como cualquier otra avenida de cualquier ciudad. El puente de hierro singularizaba un poco aquel barrio de aspecto más bien monótono.A mí me recordaba ni más ni menos que Nueva York: una NuevaYork de comienzos del siglo XX, que ya iba camino de ser la Gran Metrópoli y la capital del siglo que alboreaba, como París lo había sido del siglo XIX: sólo que en Nueva York era todo más grande, más desmesurado, más ruidoso, clamoroso, colorista y confuso. Los rascacielos y los trenes aéreos certificaban su condición de gran ciudad. ¡Qué impresión producía ir en el tren y ver las calles de NuevaYork a nuestros pies y todo alrededor de los rascacielos de la ciudad, hasta lo más alto del cielo, donde las luces de los rascacielos se confundían con las estrellas! Mi buen amigo José Luis García va a pensar que soy un paleto, porque nunca estuve en NuevaYork, pero lo he visto en las películas. Recuerdo especialmente el comienzo de «Música y lágrimas», de Anthony Mann, cuando James Stewart, que interpreta a Glenn Miller, y Harry Morgan, van a desempeñar una trompeta a la tienda de un anticuario interpretado por Sig Ruman (el prodigioso coronel de la Gestapo de «Ser o no ser», de Ernts Lubitsch), y un tren con las luces encendidas pasa por encima de sus cabezas, y todo ello en vistavisión, que fue la mejor manera de ver las películas con transparencia y claridad que jamás hubo.
Pero Oviedo no es Nueva York, a pesar del puente de Pumarín. Y ahora que tiraron el puente, sigue sin ser NuevaYork (menos mal) sin por ello ser más Oviedo. El bar Transporte» tampoco está y ahora se comen las fabes con almejas en todas partes: lo que no digo que sea bueno, porque las que se cocinaban en el Transporte eran superiores. Digo que eran superiores sin tener ningún punto de comparación, porque hasta que no se sirvieron en el bar Transporte, las fabes con almejas eran desconocidas en Oviedo. No he vuelto a tomar otras como aquellas, con su salsa marinera espesa y sabrosa, con las fabas, que son completamente terrícolas, impregnadas de sabor a mar.
Las fabes con almejas son un plato potente y un punto exótico, que reúne dos elementos dispares, las almejas a la marinera mezcladas con las fabes: lo que certifica que las fabes, sin tener la finura del arroz, casan bastante bien con muchas cosas. Fueron recibidas en Oviedo con sorpresa y agrado, porque la gente hasta entonces sólo conocía la fabada. Las fabes con almejas sencillamente no existían, por lo que es inútil buscar su receta en el recetario de la señora de Gijón de mediados del siglo XIX prologado por Evaristo Arce, ni en el «Libro de cocina», de las Hermanas Bertrand, que está publicado en Oviedo, en 1909. Bien es verdad que en estos dos monumentos gastronómicos tampoco figura la fabada, plato que, como repetía el difunto José Caso, es muy joven, de finales del siglo XIX o de comienzos del siglo pasado: lo suficientemente nuevo como para no ser admitida en los recetarios, que lo mismo que el diccionario de la lengua, van sobre seguro. También es inútil buscar la receta de las fabes con almejas en Magdalena Alperi, porque desde que se volvió «progre», calculo que tenderá a las dietas ligeras. El origen de las fabas con almejas, según me aseguró Magin Berenguer, se encuentra en el restaurante La Panera, de Collanzo: allí se guisaron por primera vez en los días de la Guerra Civil. Yo le conté esto a Jaime de Armiñán, y puso a Victoria Vera o a otra chica de ese estilo a guisar fabes con almejas en una película rodada en Asturias y en la que, seguramente agradecido por el dato, Armiñán pone a uno de sus personajes a leer mi libro «Indianos del oriente de Asturias», que yo le había regalado. Pero en el serial, por esa facultad del cine de agrandar o empequeñecer las cosas, según convenga, quien lee mi libro no tiene la edición del Archivo de Indianos, que es un librito de no muchas páginas y tapas azules, sino un libro enorme, como si se tratara de una edición gigante de la Biblia. Respecto a La Panera de Collanzo, fue uno de los mejores restaurantes de aquella zona, con una cocina sabrosa y cuidada, en la que no había repeticiones. Recuerdo, por ejemplo, la menestra de truchas, que era mucho mejor que otras preparaciones de truchas que comí en León, porque aquella era una verdadera menestra. Aunque cómo llegaban las fabes con almejas de La Panera al Transporte, no lo sé. El bar Transporte se encontraba frente a la desembocadura de la calle Foncalada, por la que bajaban ríos de agua cuando llovía en condiciones sobre Oviedo. El agua remansaba en la calle General Elorza y volvía a fluir como un río por la avenida de Pumarín, que lo mismo que Foncalada está cuesta abajo. Hay mucho desnivel en Oviedo. Seguro que entre la parte más baja de la avenida de Pumarín, a la altura de donde estuvo el cuartel de la Guardia Civil y los depósitos de agua del Cristo hay la altura de un formidable rascacielos.
El nombre de bar Transporte hace referencia a una época en la que los camioneros hacían parada en esta calle. Por aquellos años, Pumarín todavía era un barrio que conservaba algunas edificaciones típicas como el conjunto de casa de aldea que se encontraban a la entrada del camino de Fitoria y que sorprendente y milagrosamente sobrevivieron muchos años sin que la piqueta se acordara de ellas, hasta que al fin cayeron, y había numerosas zonas verdes, no porque hubiera parques sino porque todavía quedaban prados, como los que había en dirección al Hospital Militar o a partir de lo que ahora es la calle de FernandoVela, que llegaban hasta el cuartel del Milán. Con estos prados por detrás, se asomaba a la avenida el chalet de Fano Valdés, con cierto aire morismo, que le daba el aspecto de la residencia de un morabito.Y desde las calles de Pumarín se podían ver el Naranco y la carretera de San Esteban de las Cruces.A comienzos del siglo XX, la poetisa que firmaba con el pseudónimo de «Pumarín» cantó una zona enteramente rural, con pomaradas y prados sobre los que pacían vacas apacibles. Hoy ya no queda nada de aquel mundo rural. Todo está edificado y el único horizonte posible son casas y más casas, bloques de viviendas, centros comerciales, semáforos... En fin, el progreso.
Al bar Transporte se entraba por General Elorza y tenía una ventana quedaba a la avenida de Pumarín. Una puerta daba paso al bar y, con un portal por medio, otra al comedor. El bar tenía la barra enfrente de la puerta, varias mesas y una columna en medio: un pasillo a la izquierda conducía al comedor, con manteles a cuadros. Detrás de la barra actuaba Andrés, moreno y fuerte, y Manolo, el dueño, pasaba del bar al comedor con la naturalidad de quien está en su casa. Posteriormente, se dedicó a plantar fabes, y una vez me regaló un par de kilos y estaban muy buenas. Era un hombre muy servicial y tranquilo. Y aunque el plato estrella eran las fabas con almejas también tenían muy buena carne. Las chuletas eran de categoría con patatas fritas muy bien fritas en sartén. Toda una cocina de sabores auténticos.
Muy próximo a esta bar se encontraba el Berman, donde la legendaria Concha preparaba sus suculentas tortillas de merluza después del hundimiento de Casa Bango. De manera que durante unos meses, no muchos, pudimos hacernos la ilusión de que las cosas eran como antes, porque las tortillas de Concha eran como las de Casa Bango."
Al otro lado de la avenida vemos la Plaza de los donantes de Sangre y la explanada peatonal de la calle Picasso, dedicada al ilustre pintor, que a su izquierda tienen la de Ignacio Álvarez Castelao, ingeniero cangués que realizó numerosas obras en la ciudad
Allí está la escultura: Vida, del escultor Luis Antonio Sanguino, homenaje de la ciudad a los donantes de sangre en la plaza a ellos dedicada y que representa a una madre jugando con su bebé. Es de bronce y fue instalada en junio de 1999
En la entrada que sobre la estatua nos ofrece Wikipedia nos informan además que la calle y plaza se hicieron al quitarse las vías del tren que pasaban por aquí:
“Vida”, inaugurada el 11 de junio de 1999, siendo alcalde Gabino de Lorenzo; es una escultura simbólica, que sigue un estilo figurativo y purista, típico de Luis Sanguino. En ella se puede ver a una madre jugando con su hija a lanzarla al aire, las dos desnudas. A través de esta escultura, la ciudad de Oviedo homenajea a la Hermandad de Donantes de Sangre en su aniversario.
La plaza Donantes de Sangre, sita en el barrio de Pumarín, fue urbanizada por la sociedad Cinturón Verde, la cual suprimió el terraplén y la vía del tren y desmontó el puente de Pumarín, siguiendo la planificación municipal que pretendía aprovechar el espacio que la Ciudad ganaba al eliminar las vías férreas, las cuales oprimían el desarrollo de Oviedo desde su instauración en el siglo XIX."
Un poco más adelante vemos la terraza del Mesón Sin Nombre y, al lado, la medianera de un edificio de viviendas en el que estuvo el mural del italiano Agostimo Lacurci, del año 2017fruto del primer festival de grafiti y pintura mural Parees Fest celebrado en la ciudad
Representaba a un pumar, un manzano, origen como hemos dicho del topónimo del barrio, del que se veían sus frutos rojos, que lo identificaban, y abundancia de pájaros
Las aceras son bastante amplias y los árboles y las farolas isabelinas tan características de Oviedo/Uviéu conforman un bello bulevar lleno de bajos comerciales con tiendas, hostelería y otros negocios
Llegamos al cruce con la calle Fernando Vela, dedicada al filósofo, escritor y periodista ovetense Fernando García Vela, glosado por el también escritor y periodista Luis Arias Argüelles-Meres en su libro En torno a Fernando Vela y en el artículo Fernando Vela, mucho más que una calle, que publicó en el periódico El Comercio del 11-9-2016:
"El 6 de septiembre de 1966, Fernando Vela no pudo terminar la partida de ajedrez que jugaba en el Café Pinín de Llanes. Quedó inconclusa porque le sobrevino, allí mismo, la muerte. Juan Antonio Cabezas escribió una necrológica memorable acerca del hombre que, según Ortega, había sido «la cabeza más clara» que había conocido. Al final de la referida necrológica, Cabezas dejó escrito la frase que sigue: «Se murió sin haberle podido dar jaque el rey». Como fácilmente se puede barruntar, la frase de marras no salió en el artículo.
Pero, fíjense ustedes, Cabezas comenzaba su necrológica en el diario ‘Abc’ recordando que Fernando Vela era de Oviedo. Aunque el autor de ‘El Arte al Cubo’ tiene presencia en el callejero de nuestra heroica capital, podría asegurarse que, cincuenta años después de su muerte, es casi un desconocido en la ciudad que lo vio nacer.
Nacido en 1888, Vela, al hablar de su trayectoria, dijo que su vida había transcurrido entre dos muertes, la de Clarín en 1901 y la de Ortega en 1955. En efecto, aunque el autor de ‘La Regenta’ falleció en 1901, cuando nuestro personaje tenía sólo 13 años, el haber conocido a Clarín a resultas de la estrecha amistad que mantuvo con uno de sus hijos fue un hecho decisivo en el devenir intelectual de Vela.
Invito al lector a que se deleite transitando muchos textos de Vela. Por ejemplo, el que dedica a la vida cotidiana de Clarín en aquel Oviedo de finales del XIX. Por ejemplo, lo que escribió acerca de lo que representa el llar en las casas asturianas. Por ejemplo, el que aborda los trabajos y los días de Jovellanos por Gijón.
Puedo asegurar que quienes lean a Vela se asombrarán doblemente. Primero, por la calidad de su prosa Y, tras esas lecturas, se preguntarán cómo es posible que alguien que escribía con tanto ingenio y sutileza pueda ser, a día de hoy, casi un desconocido, también en la tierra que lo vio nacer.
Estamos hablando de un personaje que despertó la admiración de Ortega, hasta el extremo de que se convirtió en el alma de la publicación intelectual de mayor altura en la España del siglo XX, es decir, fue el secretario de la ‘Revista de Occidente’. Y estamos hablando también de alguien que fue editorialista de uno de los periódicos de mayor influencia en la historia de la prensa española, del diario ‘El Sol’, que, en su momento, contribuyó de forma decisiva a la proclamación de la segunda república.
Mucho más que una calle. Fernando Vela forma parte de la mejor Asturias, de la que siguió la estela de Clarín, de la que se sumó al melquiadismo en su primera etapa, de la Asturias que fue, como tengo escrito muchas veces, el principal vivero del orteguismo, afirmación que queda avalada por la nómina de discípulos del filósofo que nacieron en esta tierra.
Si Oviedo fue la ciudad que lo vio nacer, en Gijón la presencia de Vela fue notable, pues, por un lado, comenzó a escribir en el diario ‘El Noroeste’ en 1913 y además fue secretario del Ateneo Obrero. Añadamos a eso que fue en Gijón, en el verano del 14, donde se conocieron Vela y Ortega. En aquel encuentro se fraguó una amistad y colaboración que sería, por ambas partes, de por vida.
Y, sin salir de Asturias, Llanes, como su destino veraniego, también tiene un protagonismo importante en su biografía. Así, en el verano de 1955, Ortega anduvo por Asturias en compañía de Vela, pocos meses antes de su muerte, y se cuenta que el filósofo entendió que su colaborador se «perdiese» tanto tiempo por nuestra tierra.
Y también conviene recordar que hay un capítulo muy relevante en la historia del periodismo asturiano que apenas es conocido. Hablo del diario ‘España’, de Tánger, que, en su momento, fue una isla de libertad en aquella España de la más dura y represiva posguerra. Pues bien, en la redacción de aquel periódico estaban, entre otros, Fernando Vela, Juan Antonio Cabezas y Jaime Menéndez el chato, tres asturianos que forman parte del mejor periodismo español, tres periodistas asturianos que encontraron refugio y libertad en aquel rotativo.
Estamos hablando de una de las grandes figuras del periodismo y del ensayismo español del siglo XX.
Espero que algún día el Ayuntamiento ordene instalar una placa conmemorativa en el solar de la calle Uría donde nació Vela. Espero que el público lector descubra una obra periodística, ensayística y literaria que le asombrará."
"Tiene una calle en su ciudad natal, próxima al centro neurálgico de la vetusta ciudad, concretamente en el barrio de Pumarín", dicen por su parte de este escritor y su calle en la Enciclopedia de Oviedo, dentro de su biografía:
"Periodista, filosofo y escritor español nacido en Oviedo en 1888. Fue muy amigo de los hijos de Clarín, escritor al que siempre admiro y con el que compartió el ultimo día de vida del autor de La Regenta. Su padre era médico, carrera que comenzó el propio Fernando pero no llevo a término.
Consiguió por oposición un cargo en el Cuerpo Pericial de Aduanas. En Madrid compagina este puesto con el de redactor en el diario El Sol.
Al fundarse la Revista de Occidente (1923) es nombrado su secretario, cargo que ocuparía hasta 1936, si bien, cuando la revista reapareció, no aceptó la invitación para volver a su puesto de secretario.
Fue amigo y secretario de Federico García Lorca y de la afamada Revista de Occidente dirigida por su amigo José Ortega y Gasset . (...)
Regreso a su Asturias natal y falleció en Llanes, el 6 de septiembre de 1966."
También el mencionado José Ignacio Gracia Noriega escribía de él esta semblanza en Los cuadernos de Asturias conmemorando Los cien años de Fernando Vela:
"Próximos a cumplirse los cien años del nacimiento de Fernando Evaristo García Alonso, más conocido literariamente por Fernando Vela (y que en 1960 hizo oficialmente expediente de apellidos paternos, siendo desde entonces su nombre civil Fernando García Vela), le recuerdo en Llanes durante los veranos, pasando todas las tardes delante de mi casa en la Calle Nueva para ir a la tertulia del «Bar Venecia»; al «Café Pinín», donde jugaba la partida de ajedrez, o al cine, al «Teatro Benavente». del que era habitual. Era un hombre de aspecto físico algo pesado, cargado de hombros, que caminaba arrastrando los pies aunque su bastón de caña tan solo fuera un aditamento de su condición de veraneante; y cada año que pasaba, sus pies se volvían más lentos. Tenía la expresión hosca, con los labios muy juntos, como si estuviera haciendo pucheros. A mí, en sus últimos años, me recordaba las fotografías de Giovanni Papini en la vejez; pero en fotografías de época anterior, como algunas que le hizo Nicolás Muller, parecía un hombre más que huraño melancólico, aunque ya entonces sus labios tenían aquel pliegue característico. Solía vestir una sahariana clara, en uno de cuyos bolsillos había una gran mancha de tinta, y para leer se colocaba unas gafas de montura de carey, de modelo anticuado. Fumaba pitillos que liaba él mismo y que permanecían apaciblemente en la comisura de sus labios. La mancha de tinta sobre la sahariana era como una proclamación de su condición de escritor, la insignia de un oficio que él todavía ejercía de un modo artesano: una mancha honorífica.
Llanes fue un escenario importante de la biografía de don Fernando. Su padre, don José García Vela, procedía de su concejo, del Valle de Ardisana, una zona en la que las gentes, en lugar de emigrar a Méjico, lo hacen a otros lugares de España, y así, de aquí también procedía el abuelo del famoso torero Rafael Guerra, «Guerrita». El doctor García Vela fue director del Hospital Provincial de Oviedo, y en la capital de la provincia rtació don Fernando el 26 de octubre de 1888. Y la muerte le llegó en Llanes, la tarde del 6 de septiembre de 1966, mientras esperaba sentado ante uno de los veladores de mármol del «Café Pinín» a su compañero y contrincante para la partida de ajedrez que en esta ocasión no habría de jugarse, Felipe Vega Escandón, agregado cultural de aquélla en la Embajada de España en Pakistán y fino escritor de obra muy breve.
Don Fernando vivía en el Barrio de San Antón, al lado del mar y a la vista de la sierra del Cuera, junto al faro que le inspiró algunas de sus páginas, en una casa de aspecto normando, conocido como el Hotel de Otilia, que hubiera sido el escenario ideal para un film de Alfred Hitchcock. Muchas tardes, al pasar delante de ella, yo escuchaba el tableteo de su máquina de escribir. lQué estaría escribiendo, me pregunto ahora? Tal vez algún artículo, acaso un capítulo de «Ortega y los existencialismos». Quién sabe. Por las noches, de eso sí estoy seguro, escucharía el estallido del mar contra los acantilados y sentiría las acometidas del viento del Norte sobre las contraventanas de madera; y vería la luz del faro filtrándose a través de las rendijas en las noches de galerna. El faro le atraía poderosamente; así lo advierte Teófilo Rodríguez Neira: «Y el faro, almuecín de todas las costas que señala a los barcos con sus gritos luminosos el reposo del puerto, no podía faltar entre los recuerdos de Fernando Vela. Los faros de Llanes, Ribadesella, Gijón, llamaron insistentes su atención. Le traían a la conciencia inmensidades entre las que intercalaba su vigilancia individual e inquieta».
Cerca del faro estaba, y está todavía, la Caseta del Salvamento de Náufragos, tan solo un año mayor que don Fernando, por lo que su centenario tuvo lugar el pasado año. Es una construcción con dos galerías de cristalera que dan a la mar y al monte, y en una de ellas hay un telescopio sobre raíles; en la sala principal figura un cuadro tremendo, que representa el naufragio de un velero y a los sobrevivientes escapando en un bote, a golpe de remos, y de otra de las paredes cuelga otro cuadro multicolor que contiene las banderas de las naciones de otro tiempo, incluidas las del Imperio Austrohúngaro; y en la planta baja había jarcias, cabos, boyas, remos, un farol de bronce y una pistola de señales. Diversos llaniscos se reunían allí para hacer tertulia y para apostar si los barcos que pasaban por la línea del horizonte iban a Gijón, a Avilés o a Vigo; a Santander o a Bilbao. Cada socio tenía un llavín del edificio. Don Fernando era hombre de tertulias, al menos en Llanes, pero hablando poco; a veces se sentaba en un rincón, se calaba las gafas y se ponía a leer los periódicos. Siempre llevaba un montón de periódicos debajo del brazo, pero nunca le vi con un libro: sin duda pensaba que los libros deben leerse en casa. La Caseta del Salvamento de Náufragos, también llamada la Tijerina, porque en aquel lugar había estado establecido un sastre, tenía biblioteca en la galería de poniente: una mesa de madera enorme, cubierta de números y más números de revistas marineras, de las que podían obtenerse datos curiosos, noticias pintorescas y relatos de aventuras, de descubrimientos y de naufragios. Este era el Barrio de San Antón, al pie de la colina donde está la ermita de la Virgen de Guía, cuya imagen, como en tantas leyendas marineras. llegó por la mar y fue recogida por unos pescadores. Había también cuatro chalets al gusto de los años veinte, de los que sobreviven tres, lo que, en estos tiempos de especulación inmobiliaria, no es mala media; un tendedero para poner a secar las redes con una caseta para cocerlas, que el mar se llevaba periódicamente, cada vez que entraba con fuerza, y, en las cercanías, una o dos fábricas de conservas de pescado. En este lugar, que no ha cambiado demasiado, afortunadamente, pasaba don Fernando Vela los veranos, aunque solía ir todos los días al centro de la Villa. Como veraneante era tradicional: era de los primeros en llegar y de los últimos en irse, en aquellos tiempos poco menos que felices en los que las vacaciones estivales duraban los tres meses.
A pesar de su vinculación con Llanes, don Fernando hacía poca vida social. Paseaba con su hermano Luis, de mucha menor entidad física e intelectual que don Fernando, que estaba colocado en la Unión Española de Explosivos; y los amigos, cada vez que se disponían a encender un cigarro, le gastaban la misma broma:
-Apártese, por favor, don Luis, que voy a encender una cerilla y no sea que explotemos.
Y Luis, que era una gran persona, aunque algo ingenuo, contestaba siempre:
-Calle, hombre; cómo se le ocurre a usted que puedo llevar explosivos en los bolsillos, si yo además trabajo en las oficinas?
Muy sensatamente, don Fernando Vela no colaboró más que en una ocasión en el periodiquillo local, el semanario «El Oriente de Asturias», bastión de la santurronería, la cursilería y del aldeanismo retrógrado, y cuya norma de conducta es colocarse al sol que más calienta, precisamente con el artículo titulado «El faro», que ya había sido publicado en el volumen «El grano de pimienta» y que se reprodujo con varias erratas, según es norma en esa casa, lo que dio motivo al filósofo para negarse a colaboraciones posteriores. Aparte de escribir y de jugar al ajedrez, don Fernando iba al cine todas las tardes y solía colocarse siempre en la misma butaca, en la fila 6, pasillo. El «Teatro Benavente» era un cine antiguo, con plateas y butacas forradas de terciopelo, y un telón con múltiples anuncios comerciales que se bajaba en los descansos. En unos medallones en el techo, las pinturas de unas máscaras representaban el dolor, la miseria, la cólera, el espanto: en fin, las emociones humanas.
A pesar de su aparente displicencia, don Fernando Vela era, a su manera, un propagandista de Asturias. Gracias a él don José Ortega y Gasset pasó en Llanes el último verano de su vida. Llegó un buen día en compañía del arabista, académico y embajador Emilio García Gómez y de las esposas de ambos, y no se alojaron en San Antón, con Fernando Vela, sino en el «Hostal Peñablanca», recién inaugurado. Ortega, aunque tocado ya por la enfermedad que le llevaría a la tumba, hizo los honores al marisco cantábrico y acudió puntualmente a las tertulias en las que le introducía Vela. Por aquellos días, las tertulias en Llanes, como en todas partes, estaban más vivas que ahora, que están en trance de desaparecer; y acudía especialmente a la del «Bar Venecia», que está frente al hotel, aunque intervenía poco en las conversaciones. En una ocasión salió la cuestión de qué nombre recibía en español el cuarto nieto, y como los contertulios no se ponían de acuerdo, le preguntaron a Ortega, que contestó que no sabía. Los sacó a todos de la duda el médico llanisco Gabriel Sotres, muy aficionado a los crucigramas, que señaló que el cuarto nieto se le llama «chozno».
Don Fernando, aun durante el verano, no dejaba de escribir; ya dije que muchas veces escuché el sonido de su máquina al pasar delante de su casa de tejados grandes, inclinados, como normandos. A su muerte todavía dejaba dos artículos escritos para la sección «Historia», de «España Semanal», que venía desempeñando desde 1951, y que se publicaron póstumamente: «La cocina y la Historia», el 18 de septiembre de 1966, y «La perla de Asia. Aventuras de una joya única», el 25 de septiembre. José Carlos Meiner dice de ellos que son representativos de «una heroica contumacia en su oficio y de un peculiar modo de entender la Historia a través de la anécdota». Espero que esta «semblanza» suya, hecha a partir de anécdotas y ambientes, no ajena al espíritu de Vela, filósofo, biógrafo, traductor, prologuista, ensayista, periodista".
"Si hubiera que elegir el aspecto más destacado del gobierno de Gabino de Lorenzo al frente del Ayuntamiento de Oviedo, éste sería sin duda la transformación física de la ciudad con todo lo que esto lleva parejo, desde los resultados visibles (una ciudad más cuidada, limpia y habitable) y los menos visibles (la deficiente planificación de las relaciones con la periferia urbana y de los tráficos, que generan continuos caos circulatorios, o la mala ubicación de los equipamientos culturales que contribuyen a ese caos...) hasta los que no son tangibles, pero subyacen (cierto derroche de los dineros públicos, elevado endeudamiento municipal que motiva el que ocupemos el décimo lugar en el ranking de las ciudades españolas con impuestos más elevados, carestía de la vivienda...).
La opinión generalizada es que Oviedo es una ciudad agradable. El proceso de su transformación se inició en el segundo mandato del ex alcalde Antonio Masip, a él se deben las que pueden seguir considerándose como las más importantes «manchas verdes» de la ciudad -Parque de Invierno, el de Purificación Tomás y los parques de San Pedro de los Arcos y de San Julián de los Prados-, además del inicio de la plantación de árboles (tímida, considerando lo que se hizo después) en varias calles del casco urbano.
La gran transformación de la ciudad es obra del actual alcalde y tuvo lugar a golpe de «planes de choque»; el hito lo marcaría la remodelación, con peatonalización incluida, de la calle Gil de Jaz, actuación encuadrada en el segundo «plan de choque» (año 1992); el resultado causó un auténtico impacto en nuestra ciudad. «Preciosa», «excelente», «insuperable», «señorial», «prototipo de una calle comercial europea» fueron algunas de las opiniones que conocidos ovetenses vertieron desde las páginas de este periódico, que titulaba así uno de los varios artículos dedicados a las obras inauguradas por el Alcalde en olor de multitudes el 9 septiembre de 1992: «Las farolas isabelinas, uno de los elementos que más han gustado». Y empezó el delirio de la farola.
Uno tras otro, los «planes de choque» fueron llenando, y, en ocasiones, atiborrando la ciudad de mobiliario urbano; se construyeron grandes y costosas fuentes; se colocaron esculturas para todos los gustos; se instalaron barreras cercando las aceras; se acondicionaron zonas ajardinadas, se plantaron árboles en las calles de la ciudad, cuando no se suprimieron también, como ocurrió en la plaza Porlier. Y emergieron las farolas de hierro forjado, muchísimas farolas ... «isabelinas» fue la etiqueta más común. A partir de entonces el elemento que simbolizará la transformación de nuestra ciudad será, sin duda, la farola.
Farolas
Minusvaloramos hermosos edificios de finales del XIX y principios del XX, construcciones modernistas, de estilo ecléctico, y los derribamos, pero llenamos Oviedo de iluminaria con reminiscencias decimonónicas. Ese extenso y tupido «uniforme» de farolas que viste toda la ciudad, con sus múltiples mangas, algunas de las cuales a modo de tentáculos se extienden y penetran en el entorno rural, en donde conviven con praderías, pastos.... O también en esos grandes espacios de nuestra periferia urbana destinados a viviendas del siglo XXI (piensen, por ejemplo, en Monte Cerrao, en donde abundan los edificios minimalistas): se urbanizan, se parcelan, es de suponer que se dotan de la infraestructura más avanzada (no sólo en conducción de agua, de luz, también de telecomunicaciones, cable de fibra óptica...) e inmediatamente el primer elemento aéreo: un bosque de «seudofarolas del XIX», a tal punto que en ocasiones, como ocurrió por ejemplo en el polígono residencial de Villafría durante más de un año, estas urbanizaciones no son más que un fantasmagórico bosque de farolas iluminando únicamente a las estrellas.
En algunas calles árboles y farolas compiten por el espacio. Ganan los árboles -su abundante ramaje envuelve a las farolas- y pierde la iluminación, que se ve notablemente disminuida (un claro ejemplo: la calle Cervantes antes de la reciente poda de sus árboles, o la orilla del paseo de los Álamos que linda con la calle Uría). Y no hablemos de la suciedad que acumula este tipo de farolas, en buena parte debido a su diseño: o se limpian con frecuencia, con el consiguiente gasto económico, o la intensidad de la luz se resiente, que es lo que verdaderamente ocurre. Es decir, tiene lugar un auténtico despilfarro de energía eléctrica.
Las farolas se decoraban con el escudo de Oviedo, con la Cruz de los Ángeles las de un solo farol, y se ilustraban con la fecha de su colocación. La gran beneficiada de este despliegue «farolil» era La Nave, de Miranda de Ebro, fabricante exclusivo de las farolas al menos hasta 1997 (así aparece en su base). Fechadas las farolas, se podía hacer un itinerario cronológico de los «planes de choque» y sus efectos:1993, 1994, 1995, 1996, 1997... ¡1832! ¿un error? No. Retrocedemos en el tiempo: ahora farolas «fernandinas», no sólo por la fecha, sino también porque el escudo de Oviedo se sustituye por un escudo coronado y con el número VII en su interior. Aquí el fabricante es Estilo II, de Madrid (¿y para Madrid?). Hay farolas «fernandinas» por todo Oviedo, especialmente en las zonas más modernas y de expansión reciente de la ciudad: Villafría, Las Campas, tramo alto de la avenida del Cristo, Monte Cerrao (en donde las farolas tienen dos fechas: 1832 y 2002, fecha real de su instalación)... y en la calle Pedro Masaveu (resultado del XX «plan de choque», el último, ejecutado en 2006).
Sigan el itinerario de las farolas, se encontrarán con cosas curiosas: por ejemplo, cómo en la primera mitad de la calle Menéndez Pelayo, y en una misma acera, alternan farolas datadas en 1999 y en 1832, unas construidas por La Nave de Miranda de Ebro, otras por La Nave Berantevilla, de Álava. Las hay también sin autoría. En la novísima área residencial que está creciendo a la derecha de dicha calle y que se extiende hasta la falda del Naranco ustedes encontrarán farolas de diversa filiación y cronología. O lo que es ya más delirante, en la aledaña calle Almacenes Industriales, la finca correspondiente al n.º 6, edificio exento, tiene su perímetro jalonado de farolas que van desde 1832 a 2002 y 2003, con cinco (una sola y con escudo de Oviedo), tres y un farol y de distinta fábrica ¿Liquidación de existencias?
Lo dicho hasta aquí es sólo una muestra. El campo de exploración en todo el perímetro ovetense es inmenso. (...)
Un poco de historia
La fecha.- Para conmemorar el reciente nacimiento de su hija la infanta Luisa Fernanda, el rey Fernando VII ordenó la instalación de más de cien faroles de gas que alumbrarían únicamente el recorrido que la reina María Cristina habría de realizar, el 2 de marzo de 1832, desde el palacio Real hasta el teatro del Príncipe (parece ser que aún hoy existen en Madrid como testigos de aquel evento las llamadas «farolas fernandinas», en cuya base figura la fecha de 1832). Este alumbrado fue, por lo tanto, privado en cuanto que detalle del autócrata para con su esposa, el primer alumbrado de gas verdaderamente público de nuestro país data de 1842 y respondió a una iniciativa del Ayuntamiento de Barcelona; le seguirían Valencia en 1843 y Madrid en 1848".
En el Diccionario geográfico del concejo de Oviedo, del erudito periodista y escritor Adolfo Casaprima Collera, se nos dice así de este barrio de Pumarín, de su evolución histórica y de su situación en 2002, año de la publicación de dicha obra:
"Barrio del noroeste de la ciudad de Oviedo, antiguo lugar perteneciente a la parroquia de San Pedro de los Arcos. Se extiende entre La Foncalada y Pando, en una zona amplia levemente en cuesta donde antaño se levantaron caserías dedicadas a las actividades rurales; hasta no hace mucho todavía quedaban algunos edificios y algún hórreo que rememoraban el carácter rural del hoy poblado barrio urbano. Forma una parroquia propia, dedicada a San José, y cuenta con centro social, centro de salud, un pequeño parque público, un polideportivo, varios colegios y, al este, el campus universitario del Milán, levantando aprovechando los pabellones del antiguo Seminario Metropolitano y posterior cuartel militar Cabo Noval. El topónimo refiere las amplias pomaradas que existieron en el lugar, que crecían en extensos prados donde se celebraba una tradicional romería al día siguiente al Martes de Campo"
Prados, pumaraes de manzanos de sidra y campo de romerías era pues el Pumarín de antaño, hogaño su aspecto no puede ser más diferente en este abigarrado y populoso barrio urbano, dentro del Distrito 6 (barrios de Pando, Teatinos, Pumarín y Pontón de Vaqueros), que crece en población de año en año, pasando de los 15.000 habitantes de 2024. Antaño tuvo ambiente de soldadesca con la cercanía del cuartel y en la actualidad cierto aire estudiantil, con el Campus de El Milán, leemos en Wikipedia:
"Desde 1991 está en funcionamiento el campus universitario de Humanidades de la Universidad de Oviedo, que cuenta con las facultades de Filosofía, Filología, Geografía e Historia. Su apertura, en el antiguo acuartelamiento del Milán, contribuyó a renovar el barrio al traer muchos estudiantes, provocando la dinamización comercial de la zona. El barrio está bien comunicado por su proximidad a las autopistas A-66 y AS-II que unen Oviedo con Gijón, Avilés y la zona metropolitana y por la estación de autobuses de Oviedo, así como por diversas líneas de TUA que lo atraviesan. Las nuevas instalaciones del Hospital Universitario Central de Asturias, aunque se encuentre en el barrio contiguo de Teatinos, ayudaron a mejorar el mercado de compraventa y alquiler de viviendas por su proximidad".
El crecimiento en población de Pumarín se debe en gran parte pues a la existencia de dichos equipamientos, entidades e instituciones que tienen aquí su sede, así como su cercanía tanto al centro urbano como a algunas de las principales salidas-entradas de la ciudad, a ello se debe la construcción de muchos nuevos edificios y las correspondientes actuaciones urbanísticas. Ahora en este cruce llegamos a la intersección de la Avenida de Pumarín con las calles Doctor Melquíades Canal (a la derecha) y la calle Joaquina Bobela (a la izquierda), una de las heroínas del levantamiento de la ciudad contra los franceses en 1808, nos cuentan en la Enciclopedia de Oviedo:
"Juaca Bobela, Heroína española, 1785-1844.
Heroína de mayo de 1808 cuyo verdadero nombre era Joaquina González García Bobela, nacida en Oviedo el 19 de junio de 1759.
Tuvo un papel destacado en la lucha frente al invasor francés, llegando a ser recibida con gran afecto por Fernando VII que le otorgó, por Real Orden, una pensión de cuatro reales diarios.
Entre las hazañas de Juaca se cuentan, entre otras, la de ser una de las máximas agitadoras del levantamiento popular el día 9 de mayo de 1808, cuando la Audiencia pretendía publicar el bando de Murat. Fue la primera en alarmar a la gente cuando se sacaron las armas de la Real Fábrica. En la mañana del día 10 arrancó los edictos de los arcos del Regente y la Soledad. Participó en el desarme de los Carabineros Reales y el Regimiento de Infantería Hibernia.
Joaquina moriría en su Oviedo natal el 16 de septiembre de 1844 estando casada con Pedro Pascual Barredo."
En cuanto al Doctor Melquíades Canal, que desde 1998 da nombre a esta calle que vamos a cruzar ahora para seguir por la Avenida de Pumarín, es preciso decir que fue uno de los más celebérrimos médicos ovetenses. He aquí su biografía en la misma enciclopedia:
"Nació en 1910 en Oviedo. Estudió Medicina en Madrid y se doctoró en 1948. Comenzó a trabajar como médico en el Hospital de Beneficiencia Provincial de Oviedo, junto con el doctor Plácido Buylla, en la especialidad de neumología. Posteriormente ejerció su profesión en el Hospital del Rey como el profesor Manuel Tapia. Trabajó en los Hospitales franceses de Laennec y de Boucicau, gracias a la beca que la Unión Internacional contra la Tuberculosis para trabajar en París.
También fue miembro fundador y efectivo de la Sociedad Española de Cardiología desde 1947 y de la Asociación Internacional para el Estudio de los Bronquios, miembro de número de la Sociedad Española de Patología Respiratoria, del Real Instituto de Estudios Asturianos y de la Sociedad Española de Médicos Escritores. También fue académico de número de la Real Academia del Distrito Universitario y colaboró en la Academia de Doctores de Madrid. En 1968 le fue otorgada la Orden Civil de Sanidad. Falleció en su ciudad natal en el año 2003.
Previamente, el Ayuntamiento de Oviedo había otorgado el 15 de marzo de 1988 el nombre de Doctor Melquíades Cabal a una calle situada junto al Campus de El Milán y que desemboca en la del Teniente Alfonso Martínez."
Un poco más adelante se encontraba el gran edificio del cuartel de la Guardia Civil de Pumarín, construido cuando el lugar era un bosque, a un coste de un millón de pesetas, inaugurado en 1929, desalojado en 1993 y derribado poco después, del que traemos estos recuerdos que encontramos en el blog Bea la de Lola, en la entrada titulada Todas las patrias:
"Viví treinta años en Pumarín. Aún hoy cuando pienso en mi barrio pienso en Pumarín. Mi casa (que es y será la casa de mis padres por tantas cosas), mi colegio y mi parroquia, mis recuerdos y mi infancia. Todo está depositado en Pumarín, hasta mi trabajo le debo a este barrio. Allí crecimos a la sombra del Cuartel de la Guardia Civil, situado en medio de la avenida que da nombre a la zona donde antes que otra cosa hubo una pomarada. Cada mañana iba y venía del colegio por las calles paralelas a esta avenida principal, desde las que también se veía el cuartel. Un edificio enorme que ocupaba practicamente toda una manzana. Desde afuera parecía compacto. Una vez dentro, tras pasar una especie de portal, llegabas a algo parecido a un patio andaluz, con ventanas pequeñas y techos altos en los pisos, hogares humildes de los guardias y sus familias. En el centro jugaban los niños, aparcaban los coches, entraba y salía gente. Pasaba la vida de una España que despertaba a una nueva época. Se accedía a él por unas puertas de madera grandes sobre las que estaba izada permanentemente una bandera de España. He pensado estos días que aquellas puertas eran como de cartón piedra, enormes pero terriblemente frágiles. Un solo soplido del lobo del cuento hubiera bastado para echarlas abajo. Una mierda de puertas que sólo ponían en evidencia la vulnerabilidad de aquella casa cuartel en la que vivían tantas de mis compañeras, incluida la que fuera mi mejor amiga, Elena Bermúdez, a la que no he vuelto a ver nunca desde que a su padre le trasladaron deduzco a un destino más cerca de su tierra. Todos aquellos guardias (o la mayoría) eran extremeños, castellanos, andaluces. Estaban fuera de su tierra, de su patria."
En fecha 6-7-2008, cuando Pumarín llegaba a los 15.000 habitantes, la periodista Marta Pérez publicaba en el diario La Nueva España el artículo Un barrio en 50 décadas, el cual nos permite hacernos una idea de su evolución desde la posguerra hasta los albores del siglo XXI:
"Los vecinos de Pumarín, como los de todos los barrios de Oviedo, tienen bien marcada la frontera con la ciudad. Si en Vallobín, La Argañosa, El Cristo o Buenavista se dice «bajar a Oviedo», en Pumarín el movimiento se resuelve con «voy» a Oviedo. Los de Pumarín ni suben ni bajan, ellos, simplemente, van. General Elorza es la frontera entre la urbe y un barrio que empezó como prolongación de la Foncalada y que hoy agrupa cerca de 15.000 vecinos, que han ido asentándose al otro lado de la desaparecida casa de flores Múgica, que marcaba territorio al inicio de la avenida Pumarín. Aún así, el verdadero Pumarín empezó un poco más lejos de este punto, en la zona alta, donde comienzan Aureliano San Román y la avenida de Pando.
A principios del siglo XX Pumarín sólo tenía 190 habitantes repartidos en 34 casitas. Así fue durante muchos años. Las primeras edificaciones no llegaron al barrio hasta la década de los sesenta, como complemento a las instalaciones militares y de seguridad que se instalaron en el barrio: el cuartel del Milán, donde hoy se ubica uno de los campus la Universidad de Oviedo; el cuartel de la Guardia Civil en la avenida de Pumarín, que ha sido sustituido por pisos; y el Hospital Militar, en cuyo solar se asienta en la actualidad la zona de servicios del barrio. Pumarín también estuvo siempre muy vinculado a los transportes, además de a las instalaciones militares. En la avenida de Pumarín paraban los autobuses Llanera y en la calle Llano Ponte se instaló la estación de Alsa.
A principios de los setenta las calles de Pumarín aún estaban sin urbanizar, como en la mayoría de los barrios de la ciudad. Los vecinos aún recuerdan que el trayecto hasta General Elorza lo hacían con unas bolsas de plástico cubriendo los zapatos para salvar el barro. Allí se las quitaban para adentrarse en la ciudad. La de los setenta es también la década de las restricciones de agua todos los meses de septiembre. Los vecinos iban a buscar el agua en cubos a los grifos públicos repartidos por las principales calles del barrio. Con la urbanización de las calles se produjo el primer boom urbanístico en Pumarín, con el consiguiente aumento de vecinos. También es la década en que empezaron a asomar la cabeza los primeros movimientos sociales. En este asunto jugó un papel importante el cine Palladium, un referente para los jóvenes de toda la ciudad. En los últimos años del franquismo en el barrio de Pumarín se abrió un cine de arte y ensayo donde los sábados por la mañana toda la juventud con inquietudes de la ciudad se reunía para ver la película y celebrar luego un coloquio. «El Palladium atraía al rojerío, y los que no teníamos mucha idea entonces de lo que era ser rojo, pero que teníamos inquietudes», recuerda una vecina. El barrio también fue la primera sede del Partido Comunista y más tarde del Partido Socialista.
Pumarín siguió creciendo como un barrio tranquilo y de vecindad. Su despegue definitivo se produce en los ochenta, cuando el ejército abandona el Milán y deja paso a la Universidad. En principio se pretendía que el Milán fueran sólo equipamientos universitarios, pero el ladrillo ganó la batalla y al final se construyeron también pisos. Eso sí, las nuevas construcciones fueron más cuidadas y de calidad que las anteriores y el barrio empezó a parecer elegante. La llegada de la Universidad al barrio fue el primer gran cambio de Pumarín. El segundo es, pero ya a partir de 2000, el asentamiento de inmigrantes en el barrio, hasta copar casi el once por ciento de la población de Pumarín.
Con Gabino de Lorenzo al frente de la Alcaldía, los años noventa en el barrio se recuerdan como la década de los servicios. Se construyeron el centro de salud, el centro social, el centro de día y el polideportivo, entre otros. Aunque la demanda de los vecinos siempre fue un gran parque, cosa que se sigue reivindicando en Pumarín, aunque ya no quedan muchos terrenos libres, y cada vez menos.
La Asociación de Vecinos «Fuente Pando Pumarín» se gestó en 1991 cuando un grupo de padres se unió para que el Colegio Novo Mier se abriese por las tardes para que los niños del barrio pudiesen jugar en sus canchas. Fueron ellos los que idearon la emblemática -al menos en el barrio- campaña del trapo verde. Todos los vecinos sacaron un paño de este color a la ventana para exigir todos estos equipamientos que poco a poco se fueron consiguiendo, excepto el parque, una piscina y un centro juvenil, que, ya sin una campaña orquestada, los vecinos siguen reclamando. Los vecinos creen que los edificios que hasta ahora albergaban las consejerías de Salud y Bienestar Social en General Elorza o bien el solar podría servir para acoger parte de estos equipamientos. En cualquier caso lo que no quieren es que se edifique porque entienden que lo que sirvió para acoger edificios públicos debe seguir siendo público. La asociación de vecinos recogió 4.000 firmas en este sentido.
El presidente de la Asociación de Vecinos «Fuente Pando», de Pumarín, José Ramón Sariego, cree que la expansión del barrio no se realizó de forma ordenada, sino en función de la disponibilidad de los terrenos. «No hubo un diseño de barrio y por eso ahora está muy densificado y falta espacio para nuevos servicios», explica. Asimismo, Sariego cree que, a cuenta de esta escasez de solares para equipamientos «Pumarín lleva ocho años estancado».
Y como les ha sucedido a otros barrios, la expansión y el aumento de la población en Pumarín han ido en detrimento de la personalidad del barrio, de su identidad. Además, el pequeño comercio, esencia de los barrios, sufrió un achaque en Pumarín con la apertura del centro comercial Salesas, que no sólo sirvió de atajo al centro de la ciudad, sino que provocó el cierre de muchas tiendas. La movida nocturna y la ordenación del tráfico se suman a la lista de problemas de un barrio donde no se da continuidad generacional por el elevado precio de las viviendas, otro síntoma de los nuevos tiempos, que también pasa factura."
Llegamos al Alto de Pumarín, una de las antiguas colinas del extrarradio que dominaban la vega que, desde la ciudad, se extendía hacia el Río Nora, regada por sus afluentes, múltiples regatos, ahora ocupada de edificios. Esta es la Plaza de Piñole, dedicada, como la calle del fondo, al gran pintor asturiano Nicanor Piñole, a quien le dedicamos una buena biografía en la entrada de blog correspondiente a su museo en la gijonesa Plaza de Europa. Ahora será Natasha Martín quien se ocupará de este barrio en La Voz de Asturias del 29-3-2018 con el reportaje Pumarín como en casa:
"En un mundo globalizado en el que impera un fuerte individualismo social, para los vecinos de Pumarín parece difícil encontrarse por las calles del barrio sin intercambiar los buenos días o breves detalles sobre la rutina. Sus habitantes llevan décadas trabajando para mejorar la zona promoviendo actividades, mejoras en las infraestructuras, incentivando la integración y luchando por construir lugares para que, tanto jóvenes como mayores, tengan todas sus necesidades cubiertas sin tener que desplazarse. Uno de sus signos de identidad, la Fuente Pando, considerada Monumento desde 1983, concita con frecuencia a varias personas con garrafas para proveerse de su agua de elevada calidad. Se dice que «Pumarín» viene del bosque que estaba en lo que hoy es la avenida que lleva el mismo nombre. «Allí había muchas pumaradas y se cuenta que el barrio adoptó esa denominación», comentan varios vecinos mientras se toman un vino en Don Vinazo, uno de esos bares de toda la vida donde las conversaciones y las tapas fluctúan con intensidad.
«El barrio ha cambiado mucho», cuenta José Ramón Sariego, presidente de la asociación de vecinos Fuente Pando. Las malas condiciones de la zona abarcaban desde calles sin asfaltar ni identificar a la ausencia de infraestructuras. «Al llegar los 70, gracias a la presión de la gente y a la unión de diferentes asociaciones, conseguimos que se se construyera, asfaltara y ajardinara la zona», explica. «Y el dinero para las calles vino de nuestro propio bolsillo», matiza Javier Ordás, miembro de la asociación. Hasta entonces, las pocas edificaciones que había en Pumarín lo habían convertido en un barrio puramente militar. Así, contaba con el cuartel del Milán (actual campus de la Universidad de Oviedo), el cuartel de la Guardia Civil (sustituido por bloques de pisos) y el Hospital Militar (espacio de la actual zona de servicios -centro de salud, polideportivo y centro de día-).
Un barrio multicultural
El cambio transformó el barrio en uno de los más multiculturales de la capital asturiana. Sariego detalla que «la universidad modificó la fisionomía de la zona y el tipo de gente que circulaba, para bien. Aquí conviven todo tipo de nacionalidades sin ningún conflicto». La nueva estructura social de Pumarín acercó a las personas, favoreció el intercambio cultural e introdujo nuevas costumbres. «Este es, tradicionalmente, un barrio de vinos en el que la gente sale a hacer su ruta», sostiene. «Con el factor multicultural se adaptó y ahora hay más oferta. En la barra ya ves a gente muy diversa».
Con más de 16.000 vecinos censados, la población extranjera del barrio apenas llega al 10%. El factor multicultural funciona únicamente como eje de tránsito, ya que entre sus habitantes predominan personas adultas y de edad avanzada. El cambio generacional se ha convertido en un tema preocupante debido a la fuga de jóvenes -y no tan jóvenes- en busca de mejores condiciones laborales y al consecuente estado de abandono de las que fueron sus viviendas, lo que dificulta la venta o alquiler.
La resistencia del comercio local
A pesar de estar enclaustrado entre dos grandes superficies comerciales (Salesas y Los Prados), en Pumarín aún se ven negocios de comercio local que logran resistir tras enfrentarse a los nuevos hábitos de consumo y a la fuerte competencia. Uno de estos es el «Mesón Sin Nombre», lugar de reunión de la asociación Fuente Pando desde hace 26 años; un local que parece escondido en una esquina de la avenida Pumarín pero que todo el mundo conoce. Nada más entrar, un cartel propone «empezar el día con una gran sonrisa», tarea sencilla de la mano de Olivia Pérez y su hijo José González, que desde 2012 están al frente del histórico bar. «Al principio fue más flojo pero hemos ido mejorando a base de hacer sentir a los clientes como en casa, de tú a tú», explica Pérez. «Aquí la gente es muy llana, los conocemos a casi todos y nos vamos haciendo querer». Ahora que ya son uno más, confían en seguir con la misma afluencia «durante muchos años».
Muy cerca del campus universitario está «Entre lanas, hilos y botones», un local regentado por Pilar Rodríguez desde hace 40 años que, gracias a su capacidad de adaptación, perdura y atrae a un sector variado de población. Con la ayuda de su hija, Nuria Rodríguez, y su nuera, Victoria Brítez, el negocio aspira a convertirse en un legado familiar. «Siempre trabajé de esto», cuenta Rodríguez, «y, con mucho sacrificio, puse mi tienda, hice mi clientela y la sigo teniendo; tanto que he vestido a hijos y a nietos». Aunque podría jubilarse, la situación de desempleo de su hija la llevó, hace cinco años, a invertir en la creación de un local más grande y mejor situado para no tener que externalizar los detalles. «Me gusta que todo quede en el barrio y antes tenía que mandar a los clientes a otro sitio para completar los encargos. Mi ilusión era poder hacerlo todo. Ahora, hasta vino bien que mi hija se quedara sin trabajo porque hemos montado esto y, mientras tenga salud, seguiré al pie del cañón».
Rodríguez trabaja por devolver el valor de lo artesano al día a día enseñando a sus clientes que no solo vale el consumismo de usar y tirar. «Confeccionamos una prenda única, a medida y de calidad; ahí está el valor». Mientras este objetivo a largo plazo se cumple, en su local también hay cabida para el aprendizaje. «Aunque con Youtube se puede hacer casi todo», cuenta, «aquí doy continuidad, les asesoro. La gente está ávida otra vez por que alguien les hable, enseñe y diga, a pesar de andar cada uno en nuestros mundos». A sus clases se apuntan muchos jóvenes del barrio y de otras zonas gracias al tránsito universitario. «Viene gente de todas las partes del mundo: Venezuela, México, Estados Unidos, Italia, etc. Y hasta se animan los chicos». Un aprendizaje recíproco que mantiene a Pilar Rodríguez «encantada» con su trabajo.
Problemas que resolver
La contaminación acústica afecta a Pumarín desde hace décadas. «Donde antes pasaba un tren de vez en cuando, ahora tenemos la autopista», cuenta Sariego. El exceso de ruidos y de humos derivado de la afluencia incesante de vehículos ha llevado a la asociación a tomar medidas: «Presentamos al ayuntamiento, hace ocho meses, una alegación al plan de ruidos». Acción, de momento, sin respuesta.
Partiendo de la población envejecida predominante, se ha de poner el foco en la falta de asistencia a los mayores que viven solos en una situación de precariedad. Desde la asociación de vecinos planean, junto a la concejalía de Atención a las Personas, que se encuentre en el barrio un asistente social ya que, de momento, quien necesite su ayuda se ha de desplazar hasta Teatinos o Ciudad Naranco. El objetivo es que sea el asistente social quien prevea estas situaciones y visite a estas personas para asesorarlas con antelación.
Un barrio lleno de vida
El pasado octubre Pumarín vistió de colores una de sus fachadas como parte del Festival de Intervención Mural de Oviedo. El italiano Agostino Iacurci fue el artista elegido y, para poder plasmar la esencia del barrio, recibió una clase de historia y guía por las calles de mano de los vecinos. «Por eso vemos pájaros de diferentes colores, que representan la multiculturalidad, que conviven en un mismo lugar: el árbol de pumares», cuenta Sariego.
Las actividades pueblan la zona. Dos veces al año, el coordinador del centro de salud, José Manuel Fernández Vega, organiza una obra de teatro vecinal. El último fin de semana de febrero tuvo lugar «Axuntándose en Pumarín», una jornada para fomentar la convivencia en la que hubo una exposición de fotografías antiguas, chocolatada, baile y música. Además de «Pumarín vive sus calles», un proyecto a largo plazo que busca favorecer el conocimiento del barrio mediante un recorrido interactivo para descubrir el porqué de cada nombre.
Pumarín forma parte de la historia de Oviedo pero su mirada sigue hacia delante. El arte grafiti que puebla espacios vacíos, una gran escuela de danza que triunfa en concursos internacionales y locales de nueva creación como Derrame rock school, un santuario con clases para todo tipo de edades y punto de encuentro entre músicos, son la respuesta al deseo de querer cuidar el pasado y convertirse en un eje esencial del futuro para que siempre sea posible sentirse en Pumarín como en casa."
La historia y evolución de Pumarín suscitan interés como ejemplo de Un barrio intercultural y unido, que es como encabeza su artículo para El Comercio del 14-3-2022 la corresponsal Covadonga del Nero, haciendo un repaso a su desarrollo y cómo era la vida en él en ese momento, sus instalaciones y servicios:
"Pumarín, como todos los barrios exceptuando El Antiguo, nace siendo la periferia de la capital asturiana y, poco a poco, sobre todo a partir de los años setenta del pasado siglo, crece hasta los límites que conocemos ahora -desde la plaza de Las Palomas, General Elorza y Pepe Cosmen-. Amplió su extensión y, por consiguiente, el número de vecinos, hasta los 15.708 que refleja el último censo municipal, aunque probablemente sean muchos más. Es hoy uno de los barrios más poblados de la capital.
La zona dispone de muchos servicios, entre ellos el centro de salud y acoge también la sede de la Gerencia del Área IV. En esta misma parcela también se ubica el polideportivo Luis Riera Posada, que acoge partidos del Oviedo Club Baloncesto, y por consiguiente, aficionados de alto nivel, ya que el OCB juega en la LEB Oro, la segunda categoría del baloncesto español. Un movimiento de aficionados al baloncesto que repercute en la vida del barrio, sobre todo los días de partido, en sus bares y alrededores.
En esta ubicación, en la calle Palmira Villa González-Río, en pleno centro del barrio, antes se ubicaba el hospital militar que Defensa acabó cediendo al Ayuntamiento durante el mandato de Antonio Masip (1983-1991). Durante esa época también se llevó a cabo la cesión, por parte del mismo ministerio, de la zona donde se ubicaba el cuartel del Ejército. Una parcela que actualmente, y desde 1991, acoge uno de los siete campus de la Universidad de Oviedo, El Milán, que alberga la Facultad de Filosofía y Letras, con varios grados del campo de las Humanidades. Este movimiento universitario es otro de los grandes activos del barrio, que también cuenta con los colegios públicos de Lorenzo Novo Mier y Pablo Miaja.
Un barrio que cuenta con una población multicultural, con vecinos de muy diversos países de los continentes como África y Sudamérica, sobre todo, y que anuncia esa interculturalidad en un mural a la entrada de Pumarín. Una zona cuyos vecinos están encantados, pero reclaman un centro polivalente, para poder, entre otras cosas, ampliar la biblioteca".
A lo largo de la avenida se ven muchos locales comerciales, "Pumarín es un lugar idóneo para abrir un negocio", afirmaba en el artículo uno de los comerciantes entrevistados por Covadonga del Nero:
"Francisco Noriega, 'Paco', es un «orgulloso» vecino de Pumarín, donde hace siete años decidió dar un paso más y abrió un local de reparación de teléfonos móviles, informática y nuevas tecnologías. Entonces, decidió que el mejor local para este negocio estaba en la avenida de Pumarín. Pero a los tres años, se mudó a su nueva ubicación: al número 14 de la calle Joaquina Bobela. «Pumarín es el lugar idóneo para abrir un negocio», asegura este comerciante del barrio.
Para él, esta zona en el nordeste de la capital asturiana «lo tiene todo». Empezando por los vecinos que residen en él: «Aquí brilla la diversidad: hay españoles, extranjeros, mayores y jóvenes». Un 'target' de negocio tan amplio no puede pasar desapercibido para un empresario. Además, que «es un barrio grande, cuenta con muchos vecinos»; más de 15.000, para ser exactos.
«Es una zona tranquila, con mucho tránsito de personas constantemente, aquí al lado está General Elorza y, a pocos metros, la estación de autobuses», indica Noriega. «La vida aquí está muy bien, contamos con todos los negocios necesarios para no tener que moverse a comprar a otras zonas», añade.
Eso sí, el único problema, y por el que cree ser uno de los últimos negocios en abrir, es el relacionado con las zonas de estacionamiento. «Muchos locales están vacíos y no remontan porque son zonas complicadas para que la gente aparque y vaya a tu tienda», explica. Y señala un local, frente al suyo, que «cerró a los pocos meses de que me trasladara aquí y sigue igual».
Se trata de una zona «llena de edificios, pero que tampoco puede crecer más: no se pueden construir nuevas instalaciones» por falta de solares vacíos.
Pero si algo cree importante destacar Paco Noriega es, sin duda, «el buen ambiente que hay, en los bares y restaurantes, y la amabilidad de los vecinos» de esta zona.
"Los vecinos del barrio son clientes del pequeño comercio"
Pilar Rodríguez Pastor trabajó «desde bien cría» en la industria textil; en aquellos primeros años lo hacía desde casa, por encargo para clientas y para otras tiendas. Hasta que hace ya treinta y cinco años decidió dar el gran paso y abrir su propio negocio. Un pequeño local de apenas quince metros cuadrados en la avenida de Pumarín, «mi barrio». 'Lanas Pilar' era conocido en toda la zona, por entonces de la periferia de Oviedo.
Pero en 2013, su hija, Nuria Díaz Rodríguez, que se dedicaba al sector de la construcción, sufrió el estallido de la crisis y su única opción era «un trabajo muy lejos y a una sueldo humilde». En entonces cuando decidieron unir fuerzas y convertir la tienda de Pilar en un negocio familiar, en el que también trabaja su cuñada. Cambiaron su ubicación a la calle Melquíades Cabal, número 5. También en Pumarín: «Nunca hemos querido irnos del barrio, aquí tenemos nuestra vida y nuestra clientela».
Ambas recuerdan cuando la zona «no era parte de Oviedo». «Pasaban las vías del tren, era el extrarradio; con los años peatonalizaron la zona y en unos minutos estamos en el centro de la ciudad», comenta Díaz. Pumarín, así lo ven madre e hija, es «como un pueblo, todos nos conocemos». Además, gracias al campus de El Milán y los colegios e institutos «hay movimiento de gente joven, incluso alquilan pisos por la zona».
«Pumarín es un barrio de siempre», aseguran. De hecho, Nuria es una de las alumnas que «estrené el instituto de Pando, recién construido». Pasados los años, y asentadas en la zona, aseguran que «de aquí no nos vamos a mover». Porque si algo tiene de bueno es que «los vecinos son clientes del pequeño comercio, algo que cada vez escasea menos». Así, 'Entre lanas, hilos y botones', como se llama ahora la tienda, es el resultado de una vida y de cumplir «un sueño» sin salir de Pumarín."
Llegamos a una bifurcación muy importante y de obligada explicación: el Camino de Santiago sigue de frente por la Avenida de Pumarín pero, hubo un tiempo, en que las señales jacobeas indicaban el cruce de la calzada para tomar a la izquierda la Avenida de Pando, pasando por el barrio de Tocote para subir, seguidamente, ladera del Monte Naranco arriba desde las Torres de Pando, saliendo prontamente del casco urbano hacia Villamexil, Toleo y Cuyences. Mantenemos no obstante una entrada de blog dedicada a esa ruta que ha dejado de ser camino oficial. Aquí estuvo la Casa la Morena, donde estuvo La Chata Pumarín, uno de los personajes ovetenses más populares de antaño. Escribe de ella E. Vélez en La Nueva España del 26-11-2014 con Tras las huellas de la "Chata Pumarín":
"El presidente de la Asociación "Prau Ferreros", Ramón Vega Martínez, vivió durante los primeros años de su infancia en el mismo edificio que una de las mujeres más famosas de la ciudad y cuyo apodo se ha convertido en una expresión típicamente ovetense. El pequeño Vega poco podía imaginar cuando coincidía en la escalera con Teresa Ciñera a principios de los cuarenta que aquella mujer de nariz aplastada que vendía baratijas en los mercados iba a estar en boca de toda la ciudad setenta años después.
La "Chata Pumarín" llamó la atención primero en su barrio, en concreto en la avenida de Pumarín -donde ocupaba la buhardilla de la casa La Morena- y rápidamente su fama se extendió por el resto del municipio aunque nadie sabe muy bien por qué. Unos dicen que fue por su cara peculiar y otros por sus meteduras de pata. Desde entonces, la frase "quedar como la Chata Pumarín" es tan de Oviedo como los carbayones de almendra. Una de las imágenes en blanco y negro de la VII Exposición de Fotografías Históricas que organiza la asociación presidida por Vega, cuenta esta historia. La ya derribada casa de la chata, en la esquina con la avenida del Pando y junto al también desaparecido bar Casa Lozano, puede verse hasta el viernes en el centro de día de Pumarín, de 10 a 20.30 horas, junto a un centenar de fotos desde el siglo XX hasta hoy. El responsable de "Prau Ferreros" explica orgulloso el contenido de la muestra mientras decenas de visitantes se agolpan frente a los paneles llenos de fotografías de personajes populares de Pumarín como "Belarma", que regentó un puesto de chucherías en la plazoleta del barrio con las chufas como producto estrella; de negocios olvidados; de fiestas y verbenas como las que organizó Enrique Colunga a mediados de los años cincuenta durante diez días seguidos; de familias; de amigos; o del paisaje urbano, como la inauguración en 1954 de las casas sindicales conocidas como "Tocote" y que dispararon el censo de Pumarín al acoger a unas 400 familias".
Nosotros, recalcamos, seguimos la ruta oficial sin desviarnos, aquí donde la Avenida de Pumarín da paso a la calle Aureliano San Román. Ambos caminos se reencontrarán en el lugar de Llaviada, parroquia de Villaperi, ya a la vista del vecino concejo de Llanera, al que pasaremos por La Ponte Cayés. Pero antes seguiremos plasmando historias de La Chata Pumarín, como esta del profesor y cronista José Antonio Fidalgo en Les histories de Fidalgo, que compartimos desde la Real Asociación Española de Cronistas Oficiales:
"en los años de la posguerra (década de 1940), en una buhardilla de la llamada «casa de La Morena», cercana al bar Casa Lozano, vivía una mujer, TERESA PIÑERA , que difícilmente sobrevivia con las escasas ganancias que obtenía con la venta de chuches y baratijas en los mercados y fiestas de los barrios ovetenses.
Se cuenta que su fama le vino por la simpleza de su habla, de sus dichos y de sus «meteduras de pata».Tanto es así que la expresión «ser como la chata Pumarin» es indicativo de incongruencia, tontería, simpleza…"
Vemos a la izquierda la Calle Oso, Calle El Oso o Calle del Oso; percatémonos cómo se van demoliendo los edificios antiguos para la construcción de nuevas urbanizaciones de pisos. Nada más empezar la calle Aureliano San Román, dejamos también, esta a nuestra derecha, la calle Historiador Juan Uría, dedicada a Juan Uría Ríu, muy mencionado en este blog, sobre todo por la obra de la que es coautor, Las peregrinaciones a Santiago de Compostela. He aquí su biografía en la Real Academia de la Historia:
"Fue uno de los cinco hijos nacidos del matrimonio entre el pintor asturiano José Uría y Uría y Amparo Ríu y Argüelles. La niñez de Juan Uría se halla ligada a la montaña asturiana; pasó largas temporadas en una casona propiedad de la familia, en las tierras altas donde los vaqueiros permanecían temporalmente con sus ganados, lo que muy pronto despertaría en él su vocación de historiador y cronista de dichos pastores tradicionales y de otros elementos y aspectos del folclore regional.
Licenciado en Derecho porla Universidad de Oviedo, en el año 1914, Juan Uría se trasladaría, más tarde, a Madrid, para iniciar, allí, estudios de Historia enSerá en dicha ciudad donde trabe relación con Luis de Hoyos y Telesforo de Aranzadi de quienes aprenderá la moderna antropología, y con Sánchez-Albornoz, ya, por aquel entonces, eminente medievalista. Fruto de sus inquietudes por cuanto se refiera a su tierra natal, Juan Uría Ríu fundaba, en el año 1920, junto con el conde de Vega del Sella, el marqués de la Universidad Central.la Rodriga y don Aurelio del Llano, el Centro de Estudios Asturiano.
El año 1924 marca el comienzo de su actividad literaria, con la publicación de sus primeros trabajos de investigación sobre la etnogénesis de algunos núcleos de población asturiana y supersticiones de los vaqueiros de alzada. En ese mismo año, casaba con doña Brígida Magna Carrizo, su inseparable compañera durante cincuenta años. Tras una breve estancia del matrimonio en Madrid, éste regresaba a Oviedo y allí repartiría el tiempo Uría Ríu entre las tareas de enseñanza y las de investigación. Se suceden luego diversos estudios ypublicaciones sobre los vaqueiros de alzada, las cuevas de Suano y Lledías y las fundaciones hospitalarias en los caminos de la peregrinación a Oviedo. Tras el dramático paréntesis impuesto por el estallido de, Uría Ríu publicó varios trabajos que versan sobre temas medievalistas; otros tratan de aspectos antropológicos o de historia de la arquitectura regional. la Guerra Civil
En el año 1961, con la llegada de su jubilación, en la cátedra de Historia enla Universidad ovetense, Uría Ríu no interrumpirá en modo alguno su fecunda actividad investigadora, volcándose, principalmente, en el desarrollo de diversos aspectos relativos a la etnografía astur. Nombrado, en el año 1968, cronista de Asturias, Juan Uría Ríu no dejó hasta su muerte, acaecida en el año 1980, de dar muestras de su clarividencia intelectual y de su amplio humanismo."
La placa de esta farola nos despeja dudas tras la citada bifurcación y nos indica efectivamente continuar de frente. En ella leemos CAMINO DE LA COSTA, que es como se llamaba mayoritariamente al Camino Norte, aunque sin embargo se trata de una denominación reciente, como las de casi todos los caminos de Santiago, en documentos antiguos era "el camino francés que va a Avilés", aparte de otros nombres de carácter local según cada tramo y lugar por el que pasase
La calle Aureliano San Román recibió este nombre en homenaje a quien fuera activo empresario, músico y concejal Aurelio San Román González, fallecido once años antes y cuya biografía extraemos también de la Enciclopedia de Oviedo:
"Nació en Oviedo el 5 de marzo de 1851. Fueron sus padres Pedro San Román Serrano y Rafaela González Pérez de Carbajo. Estudió en Francia en el colegio de Hasparren para seguir más tarde la carrera de Comercio en Oviedo. Desde muy joven se dedicó a los negocios siguiendo la estela de su padre, con el que trabajó, aunque más tarde él fundaría otros.
Fue un hombre de vasta cultura y clara inteligencia que se inclinó por las artes, especialmente por la música. Fue también promotor y el organizador mas entusiasta de la Cámara de Comercio de Oviedo de la que primero fue secretario y después presidente hasta su muerte en 1909. En aquellos tiempos la Cámara de Comercio de Oviedo fue uno de los centros donde se estudió las reformas legislativas en la esfera mercantil, los tratados de comercio, las medidas bancarias y todas aquellas disposiciones de orden práctico que contribuyeron a la prosperidad de las clases productoras, siendo los informes emitidos por Aureliano San Román objeto de preferente atención por la superioridad.
Orador elocuente y entre sus discursos cabe destacar el que pronunció en defensa de las aspiraciones de Asturias en relación con los proyectos del ferrocarril de Pajares y del Musel (1881). En 1883 logró para Oviedo una rebaja en la contribución de Subsidio, que no se hubiera conseguido sin su acertada gestión.
Fue concejal y teniente alcalde del Ayuntamiento de Oviedo, colaborando activamente en el asunto del nuevo abastecimiento de aguas, a propósito del cual escribió un opúsculo titulado Apuntes para la traída de las aguas de Morcín que logró mover la opinión pública a favor del proyecto.
Falleció en Oviedo el 24 de julio de 1909 y el 28 de mayor de 1920 aparece mencionado por primera vez su nombre en una avenida que el Ayuntamiento de Oviedo tuvo a bien dedicarle."
Al fondo a la derecha, la calle Luis Braille y el Parque Ismael Fuente, inaugurado en 1995 con la reurbanización del Campus del Milán, antiguo cuartel y más antiguo seminario, como se ha dicho. El Campus del Milán o Campus de Humanidades es uno de los siete de la Universidad de Oviedo y uno de los cinco que esta posee en la ciudad. Consta de diferentes edificios y de él extraemos lo siguiente en el amplio artículo que le dedica la Wikipedia:
"Este campus alberga la Facultad de Filosofía y Letras −fruto de la fusión de las facultades de Filología, Filosofía y Geografía e Historia en julio de 2010−, en la que se imparten los grados en Estudios Clásicos y Románicos, Estudios Ingleses, Filosofía, Geografía y Ordenación del Territorio, Historia, Historia del Arte, Historia y Ciencias de la Música, Lengua Española y sus Literaturas y Lenguas Modernas y sus Literaturas, además de dos másteres oficiales: el Máster Interuniversitario en Patrimonio Musical y el Máster Universitario en Estudios Avanzados en Historia del Arte: Investigación y Gestión. (...)
Historia
Seminario de Santo Tomás de Aquino (1895-1922)
"El germen del Campus de El Milán es el actual edificio departamental, una construcción de 24 000 m² de estilo ecléctico con planteamiento funcionalista y estética neogótica proyectada por el arquitecto Luis Bellido en forma de "peine". La obra integra en un solo edificio varios volúmenes comunicados entre sí, entre cada uno de los cuales se disponen patios abiertos. Su construcción comenzó en 1895 y fue inaugurado en 1903 como Seminario de Santo Tomás de Aquino.
Promovido por el obispo Ramón Martínez Vigil (cuya prelatura se desarrolló entre 1884 y 1904), su sobrino el sacerdote Maximiliano Arboleya y Claudio López Bru, II marqués de Comillas (vinculado a la industria asturiana del carbón), este seminario surgió en una época caracterizada por un auge en la fundación de seminarios. El Concordato firmado entre el Estado español y la Santa Sede en 1851 había mejorado las relaciones Iglesia-Estado, algo que favoreció la financiación para la creación de seminarios a través de las aportaciones económicas fijas del Estado y las rentas que se le permitió tener a la Iglesia.
Así, en 1851 el entonces obispo de la diócesis de Oviedo Ignacio Díaz-Caneja fundó en el convento desamortizado de Santo Domingo de la capital asturiana el Seminario Diocesano de Santa María de la Asunción. Sin embargo, tras su llegada a la prelatura en 1884, Ramón Martínez Vigil proyectó la construcción de un seminario más grande.
De esta forma, en 1894 se iniciaron las gestiones para la construcción del nuevo seminario, solicitándose a la Santa Sede dos millones de pesetas para la compra de un solar de seis hectáreas de extensión en la zona ovetense de La Vega, en el barrio y parroquia de Santullano. Tras la aceptación de Roma, en 1896 se colocó la primera piedra del nuevo seminario −uno de los sillares del manchón del lado del Evangelio de la capilla, bajo el cual se enterró una caja de plomo con objetos y una inscripción− en una solemne ceremonia amenizada por la banda municipal, la banda del Regimiento de Infantería «Príncipe» número 3 y el coro de la Catedral de Oviedo. En dicha ceremonia se cambió la advocación del seminario, que dejó de estar dedicado a Santa María de la Asunción en favor de Santo Tomás, patrono de las enseñanzas religiosas. El seminario entró en funcionamiento en el curso 1903-1904 con un altercado: a punto de ser rematada, la capilla se derrumbó. Además, no se celebró ningún acto oficial de inauguración.
La capacidad del nuevo seminario era de 1 104 alumnos, de los que 583 podían permanecer en régimen interno. Las normas impuestas eran muy estrictas: los alumnos, aunque no llevaban hábitos, debían vestir de oscuro e incluso, en los primeros años, se les llegó a tonsurar. Además, durante los recreos los estudiantes internos estaban separados de aquellos que no permanecían en régimen de internado, los cuales solo podían regresar a sus casas dos horas al mediodía para comer y al anochecer. El plan de estudios impartido en el Seminario de Santo Tomás de Aquino estaba dividido en tres ciclos: un primer ciclo de cuatro cursos de Humanidades (conocido como «Grado Latín») sobre Historia, Geografía, Griego y Latín; un segundo ciclo de tres cursos de Filosofía y Ciencias, homologable al Bachiller del Estado; y un tercer ciclo de cuatro cursos de Teología, dirigido a aquellos que quisieran realizar la carrera eclesiástica. Además, estos últimos podían cursar un quinto año que les otorgaba los títulos de Licenciado y Doctor en Teología, y tres cursos más con los que se graduaban en Derecho Canónico, titulación expedida por la Universidad de Deusto y, a partir de 1904, por la Universidad de Comillas.
De esta forma, los estudiantes que querían realizar la carrera eclesiástica tenían dos opciones: realizar una carrera menor de ocho cursos (los cuatro cursos de Humanidades y los cuatro de Teología) para ejercer el sacerdocio en pequeñas parroquias rurales, o una carrera mayor de once cursos (los de Humanidades, Filosofía y Teología) para optar a cargos más elevados.
Sin embargo, con la muerte de Martínez Vigil en agosto de 1904, las obras en el seminario se paralizaron, quedando inconclusa la capilla, los cobertizos del campo de recreo, los muros de cerramiento y los paseos y plantaciones del parque. Vigil fue sustituido en el cargo en abril de 1905 por Francisco Baztán, quien permaneció en el mismo hasta 1921.
Fue durante su prelatura cuando el seminario fue ocupado por el ejército. Durante la huelga general de agosto de 1917, que duró veinticuatro días y fue cruentamente reprimida, el edificio fue ocupado por el Regimiento de Infantería «Príncipe» número 3, conocido también como Regimiento de Infantería Milán o «El Osado», que había llegado a Oviedo en 1893 procedente de Bilbao, alojándose en el viejo convento de Santa Clara.
Para esta fecha de 1917 el seminario ya había sido ofrecido como cuartel al ejército. Además, el hecho de que en septiembre de ese año solo se matriculasen en el seminario 150 alumnos (suponiendo una reducción del 80 % del alumnado, pues había tenido más de 700 alumnos) hizo que se iniciasen los trámites de venta del mismo, generando un debate que terminó con la renuncia del obispo Francisco Baztán. Dicha venta se negoció de forma definitiva en 1920 y se ratificó en escritura pública el 17 de febrero de 1921, tres meses después de la renuncia del obispo. De esta forma, durante cinco años −entre 1917 y 1922− seminaristas y militares compartieron estancia.
Tras la venta al ejército, en 1922, ya con Juan Bautista Luis y Pérez como obispo (cuya prelatura duró hasta 1934), el Seminario Conciliar2 se trasladó de nuevo al convento ovetense de Santo Domingo. Tras arder este en la Revolución de 1934, el seminario fue trasladado temporalmente al Monasterio de Santa María de Valdediós y más tarde a Lugo, regresando a Valdediós en 1938. El actual Seminario Metropolitano3 se encuentra en Prado Picón (Oviedo), promovido por el obispo de origen vasco Justo de Echeguren en 1935.
Cuartel de Pelayo (1922-1987)
Llamado también Cuartel del Milán, el edificio proyectado por Luis Bellido tuvo funciones de cuartel militar desde su compra hasta el año 1987, cuando el ejército fue trasladado al acuartelamiento «Cabo Noval» en Siero.
Campus universitario (desde 1987)
En 1987 el Ayuntamiento de Oviedo adquirió la propiedad al Ministerio de Defensa, cediéndola a la Universidad de Oviedo con la condición de restaurar el edificio (convertido en edificio departamental), construir otro edificio anexo antes de 1992 (el aulario A) y destinar un tercio de la propiedad a espacio verde. Con esta cesión, el Ayuntamiento pretendía beneficiar al barrio de Pumarín, un barrio históricamente denostado en el que se encontraba el citado cuartel y la Fábrica de Armas de La Vega, además de la Cárcel Correccional de Oviedo (hoy Archivo Histórico de Asturias), situada a menos de un kilómetro al Noroeste del cuartel.
Con una inversión de 2 715 millones de pesetas (alrededor de 16 350 000 euros), la Universidad de Oviedo habilitó unas instalaciones capaces de albergar alrededor de 4 000 alumnos.
Ya reformado, el Campus de El Milán fue inaugurado el 28 de enero de 1992, en la festividad de Santo Tomás de Aquino, por Javier Solana, ministro de Educación y Ciencia en aquel entonces, y Juan López Arranz, rector de la Universidad en esa época.
Años más tarde, en diciembre de 1997 se inauguró el edificio de la Biblioteca y en octubre de 1999 el edificio del Aulario B, que hoy alberga también la Casa de las Lenguas. Finalmente, en marzo de 2004 se inauguró el Edificio de Servicios Múltiples que acoge, entre otras cosas, el Servicio de Publicaciones de la Universidad de Oviedo".
"El periodista Ismael Fuente Lafuente, de 42 años, falleció en la tarde de ayer en la República Dominicana, víctima de un accidente en el mar.Nacido en Oviedo en 1951, Ismael Fuente estudió periodismo en la Escuela Oficial de Periodismo de Madrid. Inició su carrera profesional en el diario Abc, de donde pasó a EL PAÍS, en el que fue jefe de la sección local y de El País Semanal. Tras su paso por la subdirección de la revista Interviú y del diario Ya, ingresó en Diario 16 como corresponsal diplomático, llegando a ser subdirector. Columnista de El Mundo y comentarista de la cadena COPE, pertenecía al grupo Crónica, con cuyo colectivo había viajado al país caribeño, donde sufrió el accidente.
Ismael Fuente, junto con Joaquín Prieto y Javier García, consiguió el Premio Pablo Iglesias de 1984 por Golpe mortal, libro escrito en 1983 por los tres redactores de EL PAÍS sobre el atentado a Carrero Blanco. Posteriormente publicó Aprendiendo a ser rey, sobre el príncipe de Asturias; El caballo cansado, semblanza del presidente Felipe González; Don Juan de Borbón, hijo de rey, padre de rey, nunca rey, además de La duquesa, sobre la duquesa de Alba. También escribió La novela del crimen de Los Galindos.
Miembro de una familia de 10 hermanos, estaba casado con Pilar Rodríguez, promotora de publicidad en este diario, y tenía dos hijos."
"Los que hicieron el servicio militar por los años cincuenta y sesenta del pasado siglo, sobre todo los que no eran de Oviedo, se acordarán de algunos bares de Santullano, Teatinos y Pumarín, que fueron muy famosos entre la soldadesca. Supongo que se acordará de ellos mi amigo Eduardo Lagar Canga, que alguna vez habla de hacer una asociación de antiguos soldados del regimiento de Milán. Este regimiento había sido del Príncipe y era de los más antiguos y gloriosos del Ejército español: le llamaban El Osado, y el membrete de Milán supongo que le vendría de las campañas de Italia del siglo XVI. Sin embargo, a pesar de tanta gloria, había perdido una bandera en no sé qué guerra, por lo que estaba arrestado a que los soldados hicieran las guardias con casco de acero, que era pesado e incómodo. En cambio, los oficiales, que digo yo que más responsabilidad habrían tenido en la pérdida de la bandera, estaban dispensados del arresto y hacían las guardias con un liviano casco de plástico.
El Milán era un solar enorme, que llegaba desde casi Santullano hasta asomarse a la calle General Elorza (que a pesar de su grado no era un militar de los que mandan regimientos, sino uno de los precursores y pilares del industrialismo en Asturias), y por sus prados se distribuían las compañías para hacer la instrucción. Como nadie segaba aquellos prados, se podía tener la impresión de que se estaba en las selvas de Vietnam. A veces las compañías iban a Rubín no recuerdo a qué, y al pasar por Ventanielles, los soldados observaban que no había prendas femeninas colgadas en los tendales. Aquello era obsesión, aunque no tanta como la que ahora muestran las cadenas de la TV, en las que parece que no se piensa en otras cosas que en el dinero y el sexo. Yo estaba en transmisiones, lo que me liberaba de cargar con el mosquetón Máuser. En su lugar debería llevar pistola; pero en lugar de pistola, rellenábamos la pistolera con papel de periódico para dar la impresión de que había algo dentro. De desfilar estaba también eximido, porque era incapaz de marcar el paso. Durante el tiempo que estuve en el cuartel del Milán padecí el acoso de dos militares profesionales: el teniente Camacho, que era un tipo presumido aunque no con ello ocultaba su condición aldeana, y el teniente Juan, un tipo alto, malencarado, rostro amarillento con gafas oscuras y expresión de permanente dolor de estómago, del que los soldados decían que era «muy militar», dando a entender que era implacable. Ambos tenían en cuenta que yo estaba haciendo la «mili» de soldado raso porque no había podido ingresar en las milicias universitarias a causa de mi ficha policial de «desafecto al régimen»: lo mismo que yo, José Antonio López Brugos, Guillermo Menéndez del Llano, Prisciliano Fernández, Álvaro Ruiz de la Peña, Antonio Masip y algún otro. El teniente Camacho, al llegar yo al Milán, me llamó aparte y me dijo que como estaba fichado por la Policía, si en aquella compañía pasaba algo raro o había algún indicio de descontento, ya sabía a quién buscar. Añadió que un oficial de academia militar como él tenía mayor formación que un universitario, porque además de recibir una cultura superior, habían aprendido disciplina y estaba en mejor forma física. De la formación física de este oficial, no dudo, pero en lo que a la mente se refiere, la tenía plana. Tanto Juan como él hicieron lo posible por convertirme en algo que nunca fui: un antimilitarista. En cambio, guardo muy buen recuerdo de los tenientes Enedino y Herrera, ahora coroneles, y con el último mantengo una buena amistad. Entre los suboficiales había uno llamado Vallejo, buena persona en general, salvo cuando alguien tarareaba la musiquilla que acompañaba al anuncio radiofónico de Muebles Vallejo. El coronel era Carlos Valdés, con quien luego tuve relación en Villaviciosa, y había dos tenientes coroneles: Brasa, un tipo tranquilo, y Prendes, personaje apresurado, cascarrabias y tiquismiquis. El físico proclamaba la forma de ser de cada uno: Brasa era grueso, de cara redonda y ademanes lentos; Prendes, en cambio, era delgado como una estaca, de poca estatura y con el rostro alargado, pálido y ceñudo.Y aquí quisiera recordar (en esta especie de «memoria militar» improvisada» a Benjamín, payariego de Llanos de Somerón y capitán castrense, que había sido compañero en las aulas de la Universidad de Oviedo (aunque, naturalmente, era de más edad que yo), y al comandante Marcelino Alas, tío de Juan Cueto y persona buenísima que me consiguió un destino muy cómodo en la Comandancia de Obras de Rubín, que me permitió leer las obras completas de Dostoievski en los tres tomos de Aguilar, y tomar mucho vino con el teniente coronel Riestra, personaje formidable, nacido en la Riera de Covadonga, y que había estado en África, en la Revolución del 34, en la guerra civil, y en la División Azul y en Sidi Ifni. En Rusia, un tanque le pasó por encima de un brazo: por fortuna, la nieve, haciendo de colchón, evitó que se lo hiciera papilla, pero le quedó como una tabla de lavar. Habitualmente vestía de paisano, íbamos al bar de Facio y tenía una pistola Luger que le había regalado un oficial alemán.
El bar de Facio era el más famoso de Rubín. Facio era de Luarca y había sido jugador del Real Oviedo en los primeros años cincuenta. Pertenecía a la generación intermedia entre la de Herrerita y Emilín (cuya vida futbolística se prolongó hasta aquellos años) y la de Marigil, Artabe, etcétera, que son los de la época en la que yo iba al fútbol. Algunos, después de retirarse del fútbol, pusieron bares, como Artabe en la calle de San Bernabé y Facio en Rubín, y el gran Falín, uno de los futbolistas más finos y caballeros que dio Asturias, que jamás perdía la sonrisa, ni las prisas al andar, llevaba la cantina del Vasco, la más hermosa del mundo. ¡Qué gran salvajada fue que la destruyeran los oficiantes del progreso urbanístico!
Facio preparaba montones de bocadillos para consumo de los soldados que hacían el servicio militar en Rubín. La mayoría pertenecían a la Caja de Reclutas; los de la Comandancia de Obras éramos poco más de media docena, y teníamos dos jefes de categoría, excelentes personas: el teniente Pereyro y el alférez Hidalgo, que era de Trubia, y todos los ejemplos que ponía se referían siempre a Trubia. Ambos eran personas de edad, vestían de paisano y eran pacíficos y civilizados. En cuanto a la tropa de la Comandancia, estaba al mando del cabo primero de reenganche Caballero, y de los que estábamos allí a «verlas venir», el de más categoría profesional era un ferrallista.
Facio era un hombre fuerte, con el pelo negro peinado hacia atrás: tenía una buena mata de pelo. Era locuaz y muy simpático, y estaba muy bien informado de tono lo que sucedía en Oviedo, y eso que apenas salía de su bar. Los bocadillos eran magníficos. El día que nos licenciamos encargamos allí una fabada que nos supo muy bien. Ese día me pagaron unos atrasos (a los soldados nos pagaban treinta y tantas pesetas al mes), que gasté en la Gran Taberna en un cóctel de gambas. Luego, calculo que habré vuelto a Rubín, para comer la fabada.
Cuando yo hice la «mili» en el año 1968 (así que no cuento que por esas fechas estaba en París tirando adoquines durante los fastos de mayo, porque evidentemente sería un anacronismo), ya el país daba muestras de estar «refalfiado», y una de las muestras de esa abundancia era el desprecio que los quintos hacían por el rancho. ¡En su casa comían muchísimo mejor! Tales alardes llevaron a la tumba a un pobre hombre de mi compañía en El Ferral, que obstinándose en no ingerir otra cosa que leche, murió al poco tiempo.Y había un gallego en mi compañía (el único gallego) que estaba muy mal visto, porque lo comía todo. Por lo general, los que hacían ostentación de tener dinero, en El Ferral salían a comer a los bares zarrapastrosos que se encontraban junto al campamento: a lo que se aunaba el espíritu aventurero, porque estaba prohibido comer en aquellos lugares, de manera que había que escaparse por un roto en la tela metálica que conocían la mayoría de los soldados, pero que inexplicablemente era desconocido por los oficiales. Los famosos «bares» de El Ferral eran auténticos chamizos que a veces no pasaban de tendejones con techos de uralita. Allí servían un invariable plato único de medio pollo con patatas fritas al precio también invariable de 50 pesetas. Si el cantinero tenía alguna hija lozana, la afluencia de mílites estaba aseguraba. Y no digo yo que en El Ferral se comiera mal, porque hice muchas cocinas, debido, ya digo, a que nunca fui capaz de marcar el paso. Una carne a la jardinera que formaba parte del rancho estaba bastante bien, y la paella, milagrosamente, no se pegaba. Otra cuestión eran los «rancheros», soldados veteranos vestidos con buzos, al cargo de la cocina, que nostrataban a los reclutas con altanería y desprecio. Uno de ellos, un guaperas que pretendía ser actor de fotonovelas, me dijo un día, señalando un cerdo que acababan de descargar sobre una mesa: «Despiézalo».Yo contesté que no sabía y entonces aquel fulano se puso a gritar como un loco: «¡Teniente Angelín, teniente Angelín, aquí hay otro testigo de Jehová!». Lo de testigo de Jehová lo decía porque había uno en el calabozo, que no queriendo vestir el uniforme militar, lo tenían encerrado en calzoncillos y camiseta. El teniente Angelín era medio enano con un cabezón enorme, y había estado en África: pero entendió mis razones: que una persona que nunca despiezó un cerdo no es la más apropiada para hacerlo por primera vez para el rancho del día siguiente. El guaperas cambió de actitud hacia mí cierto día que me dijo que aspiraba a trabajar en una película de Julio Coll. «¿Le conoces? », me preguntó. «Es amigo mío». A partir de aquel día, me destinó a pelar patatas. Había cuatro peladoras automáticas y nosotros sólo teníamos que meterlas en agua y trocearlas. Pero cierto día se estropeó una peladora, sobrecargamos las tres restantes, y al final no funcionaba ninguna. Tuvimos que estar pelando patatas hasta el alba. Brugos se acordará.
El bar el Nacional era el equivalente en Oviedo, muy próximo al cuartel de El Milán, de los «chiringos» de El Ferral. Estaba lleno de quintos, sobre todo a las horas de paseo. Muchos dejaban la ropa de paisano en él, se la cambiaban para ir a echar un vistazo a la calle Uría, y al cabo de una hora volvían a ponerse el «caqui» para regresar al cuartel. También eran ganas de andar cambiándose de ropa. Naturalmente, los que vivíamos en Oviedo no teníamos que echar mano de esos recursos. la comida de El Nacional gozaba de una gran popularidad entre el estamento militar subalterno, léase soldados sin graduación y clase de tropa hasta cabos primeros. El plato estrella y tal vez el único era como el de El Ferral: medio pollo, un platado de patatas fritas que rebosaban el plato y un par de huevos fritos. El precio era el mismo: 50 pesetas."
"Oviedo, como el resto de las ciudades, es la suma de varios oviedos. Aunque hay una tendencia creciente a la uniformidad y despersonalización de los barrios, cada zona tiene su peculiaridad, sus diferencias. Un espíritu distintivo que se ha ido conformando con el paso de los años.La década de los 60 supuso para toda Asturias un importante crecimiento. La autárquica economía nacional se transformaba poco a poco, siempre bajo el corsé del régimen franquista. Los arrabales de las ciudades comenzaron a poblarse con nuevas edificaciones y calles sin asfaltar. Era el precio del desarrollo. No nos pongamos sentimentales que era un precio justo. Las ciudades han sido fuente de oportunidades y el principal foco de innovación que han conducido al crecimiento económico y al desarrollo social.El barrio ovetense de Pumarín (así llamado por su origen en pequeños campos poblados de manzanos) fue un ejemplo de aquellos tiempos: lugar vivo de clase obrera, donde los nuevos e impersonales edificios iban ganando el terreno a las casas antiguas de una o dos plantas, que paulatinamente desaparecían con la expansión.Era la época del pluriempleo porque con el sueldo del primer empleo no daba para vivir, donde muchos adolescentes trabajaban y entregaban su jornal en casa, que la madre administraba con autoridad.Los colegiales acudíamos andando a lejanos centros escolares. Muchos de mis amigos caminaban encantados dos veces diarias el trayecto –ida y vuelta- al Colegio Loyola distante dos kilómetros del barrio, como el Hispania –hoy sede del colegio de arquitectos, junto al Campillín– o el San Isidoro, hoy sede del Colegio de abogados, junto a la Catedral. Con tanto “deporte” nadie parecía echar en falta zonas verdes. Los lentos (o inexistentes) instrumentos de planificación urbana de esa época permitieron sobrevivir largos años a bastantes solares donde jugar a la pelota horas y horas. O donde pasear perros sin collar, sin correa y sin tener que recoger los excrementos. La cercanía del Naranco (la Cuesta como lo denominaban coloquialmente nuestros abuelos) permitía el esparcimiento de quien no quería acudir al centro de la ciudad a ver los vanguardistas escaparates de la calle Uría.Al final de la zona urbanizada se encuentra la fuente de Pando, que aporta desde hace siglos agua mineral muy valorada por los vecinos, a quienes puede verse todavía hacer cola para llenar botellones. Una fe excesiva en sus pro piedades, desde mi escéptica opinión, en vista de la edificación actual del entorno. Un monumento de cantería, rodeado de un banco corrido de piedra donde descubrí el primer cigarro y el primer beso, donde las pandillas de la época recalaban al atardecer, con algún tocadiscos o radio. Cuántas conversaciones y confidencias habrá escuchado este monumento con el paso del tiempo.La década de los 70 trajo al barrio dos importantes “salas”, símbolo de los nuevos tiempos. Por una parte, el Palladium, cine de arte y ensayo con proyecciones que los pocos adolescentes que lográbamos pasar no entendíamos, más fascinados por ver algún desnudo que por la circunspecta interpretación del “mensaje”. Con el tiempo fuimos comprendiendo alguna cosa más. Sería injusto hablar de la transición política en Asturias sin homenajear aquellas iniciativas de sus promotores y de la Extensión Universitaria que la apoyó con descuentos para los estudiantes.Otra nueva “sala” fue la discoteca Brujas (hoy Estilo) donde se amontonaban los jóvenes con pantalón de pata de elefante en busca de chicas en tiempos en que se sacaba a bailar mientras bolas de colorines con música disco aturdían bajo el trasiego de cubatas. Con ello la fuente de altercados estaba servida, pero también estaba próxima la solución, con un Cuartel de la Guardia Civil cuyo viejo alzado y presencia surtía efecto apaciguador, y frente al cual transitaban por entonces los Seat 600, los 850, los 124… o sea un bingo de vehículos que no pasaban otra ITV que el amigo manitas que conseguía que no se parase.Pero no todo era fiesta, porque próximo estaba el Colegio La Inmaculada, con sus chicas de uniforme azul marino, vigiladas por monjas, y que salían de los muros del colegio en pos de los sueños de príncipes azules. Y, cómo no, la Parroquia de San José de Pumarín, donde los domingos debían desfilar las familias al completo.Otras salas muy frecuentadas eran los recreativos con billares, máquinas de bolas (pin-balls) y los maravillosos futbolines en dura rivalidad frente rufianes y desocupados de la época. Hoy, los chavales compiten desde el sofá del salón al fútbol virtual frente a aficionados del otro extremo del planeta, en pantallas de alta definición con jugadores que bien parecen reales. En plena expansión de la industria de los videojuegos, de los teléfonos inteligentes y de las redes sociales, nos evocan verdaderas piezas de museo, como las máquinas de discos que amenizaban el local entre los ruidos y el jaleo. Eran las tecnologías punteras de una época no tan lejana, tan sólo cuatro o cinco décadas.En “la economía de la identidad”, George Akerlof (premio nobel en 2001) explicó las decisiones individuales como resultado de pertenencia a un determinado grupo, sociedad o nación. Se ría interesante comprobar cómo habrá influido aquel estilo de vida en mi generación, en muchas decisiones individuales que sus autores tomaron porque creían sesudas y razonadas, cuando en realidad son emocionales fruto de su trayectoria vital.Pero permítanme terminar con dos recuerdos, entre muchos de aquellos años. Por un lado, los numerosos bares y tabernas, donde los chatos y las sidras con pincho de tortilla eran el lujo del trabajador, sin necesidad de máquinas tragaperras y un lugar donde leer LA NUEVA ESPAÑA. Por otro lado, en una desvencijada casa de planta baja en la avenida de Pando, la anciana señora Pilar vendía todo tipo de chucherías (incluidas las inolvidables pastillas de leche de burra), de revistas y también “cambiaba cuentos” por un modesto precio. Una práctica habitual en otros muchos lugares, que nos permitía una vez leído un tebeo (hoy diríamos cómic) o una novela gráfica, canjearlo por alguno de su fondo usado y ponerlo en circulación para que otro chaval hiciera otro tanto. El asunto obligaba a no deteriorar en demasía el producto -que tendría difícil salida- y nos permitió a los adolescentes leer cientos sino miles de ellos.Edward L. Glaeser, profesor de economía de Harvard (“El triunfo de las ciudades”) afirma que cualquier ciudad, por pequeña que sea, está dividida, de hecho, en dos: la ciudad de los pobres y la ciudad de los ricos. Nacer y vivir en la primera fue muy divertido, sobre todo gracias al ascensor social que en aquel momento significó la universidad. Hoy no diría lo mismo, pero eso es otra historia."
"A partir de los años sesenta, la primera de esas olas expansivas había intercalado retazos discontinuos de tejido residencial entre las infraestructuras e instalaciones de todo tipo que fragmentaban y salpicaban la periferia ovetense: vías y talleres ferroviarios, carreteras cada vez más llenas de automóviles, naves industriales, dependencias militares, sanitarias o penitenciarias, etc… Devaluados por la proximidad a esos focos de impacto negativo, segregados respecto al centro urbano y carentes de espacios verdes, dotaciones y servicios, los nuevos grupos y polígonos residenciales de promoción pública y las edificaciones de iniciativa privada fueron densificando las afueras de la ciudad hasta que en los años ochenta las primeras corporaciones democráticas afrontaron con los nuevos instrumentos urbanísticos el reto de mitigar las carencias de los barrios y dignificar su vida ciudadana.
Y si hay en Oviedo un ejemplo paradigmático en el que la descripción anterior encaja perfectamente, es el de Pumarín-Teatinos, donde además del Cuartel del Milán, aislado en el centro del barrio, se encontraba también el Cuartel del Rubín, el Hospital Militar, el Cuartel de la Guardia Civil, el Hospital Psiquiátrico y el Matadero Municipal. Instalaciones ya obsoletas en su mayoría, que ocupaban grandes cantidades de suelo público en una posición relativamente mucho más céntrica que cuando se habían construido, décadas atrás, en una corona exterior prácticamente despoblada y que brindaban ahora la posibilidad, previa clausura o traslado, de acoger nuevas funciones y contribuir a la regeneración urbanística del sector oriental de la ciudad.
La primera intervención tuvo lugar precisamente en el área del Milán a partir de 1987 cuando, en paralelo a la redacción del nuevo PGOU, el Ayuntamiento y el Ministerio de Defensa firmaron un convenio que permitió adquirir al primero por 500 millones de pesetas las seis hectáreas del recinto castrense, así como el espacio del Rubín, del Hospital Militar y otros terrenos dispersos, también pertenecientes al ejército. La operación estuvo favorecida por la construcción de un nuevo acuartelamiento en Pruvia (El Cabo Noval) al que se trasladaron las unidades militares de Oviedo y Gijón en un proceso de reordenación general de ejército tras la entrada de España en la OTAN (Plan META).
La actuación más notable en la nueva unidad de gestión urbanística fue, desde luego, la del campus universitario con la rehabilitación del edificio primisecular y la construcción de nuevas dependencias para aulario, biblioteca, cafetería-comedor, administración y servicios, así como el acondicionamiento de un aparcamiento y de espacios abiertos, zonas ajardinadas y deportivas de uso público, compartidas entre la universidad y el vecindario.
Pero también se desarrollaron en los terrenos sobrantes y en otros del entorno que estaban sin edificar u ocupados por almacenes y cobertizos, otras unidades de gestión con una visión de conjunto. Sobre un nuevo viario amplio y regular se fueron construyendo edificios de mediana altura y elevado estándar de calidad en manzanas cerradas y semiabiertas para dedicación residencial y terciaria privada, aunque sin olvidar la dotación de más equipamientos públicos (escuela, teatro) y espacios libres que limitaban la densidad de ocupación del suelo y equilibraban el aprovechamiento social con el lucrativo.
Sin entrar en los pormenores de cada acción, es necesario destacar los ejes principales de un enfoque estratégico que alcanzó resultados encomiables: la compacidad e integración urbana frente al crecimiento disperso y deshilvanado que le había precedido, la articulación y permeabilidad entre las distintas piezas que configuraron el conjunto de la nueva trama física, la mejora ambiental y paisajística en un área previamente degradada, el respeto e incorporación del patrimonio arquitectónico, la apertura hacia el entorno contribuyendo a su desarrollo económico y a una mayor integración y diversidad socio-profesional y la creación de un nuevo polo de centralidad con alcance metropolitano.
Aquella intervención urbanística ha dejado, en definitiva, una huella innegable y constatable sobre el terreno, pero hay que recordar que en el mismo periodo se llevaron a cabo o quedaron iniciadas también otras actuaciones con una impronta parecida en otras partes de la ciudad, debiendo destacarse el incremento de los espacios verdes que, en solo cinco años desde 1985 a 1990, multiplicaron por seis su superficie al pasar de 74.098 m2 a 429.653 m2. Estos espacios se situaron igualmente en áreas periféricas, especialmente en el oeste (Parque de Invierno, Purificación Tomás) pero también en algún caso hacia el este, como ocurre con el Parque de Santuyano. Aquí, como en el Milán, las inversiones públicas en infraestructura verde y equipamientos asociados propiciaron desarrollos urbanísticos de calidad y contribuyeron a mejorar el entorno paisajístico de la ciudad."
Como vemos, en estos entornos netamente urbanos de barrios nuevos tenemos también una historia intensa, digna de ser contada y conocida, lo que constituye sin duda un aliciente para recorrerlos y 'ver' más allá de los bloques y edificios que, por lo general, no suele ser el paisaje que más suelen preferir los peregrinos, pero que también forman parte del Camino
"Saturnino del Fresno Arroyo nació en Oviedo, el 2 de noviembre de 1867, siendo hijo del escultor, profesor de dibujo y uno de los primeros fotógrafos de Asturias, Ramón del Fresno y Cueli (1894-99). Inició sus estudios de solfeo con Antonio Iglesias, y piano con Sáenz Canel. Completó su formación en la Academia de Música de San Salvador, en Oviedo. Se matriculó en el Conservatorio de Madrid, donde terminó sus estudio de Piano, y obtuvo el primer premio.
Entre 1889 y 1891, fue el director de Banda Municipal de Música de Pravia. Llegó a actuar en un par de ocasiones en el Palacio Real. En París, fue alumno de Louis Diémer. De 1896 a 1899 dio conciertos tanto en España como en varias capitales europeas. Además, acompañó al piano al violinista Pablo Sarasate y al violonchelista Pablo Casals, entre otros músicos.
A inicios del siglo XX, regresó a su localidad natal, para dedicarse en exclusiva a la enseñanza, convirtiéndose en 1903 en profesor de Piano de la Academia de Bellas Artes de San Salvador, posteriormente conocida como Conservatorio Superior de Música de Oviedo, llegando a ser director de dicha institución durante años. En 1907, fue uno de los impulsores de la fundación de la Sociedad Filarmónica de Oviedo.
Falleció en Oviedo el 31 de enero de 1952. Su hijo Manuel del Fresno y Pérez del Villar también fue un compositor, pianista y profesor."
Calle Albéniz, otra de las dedicadas a los músicos, esta al compositor y pianista Isaac Albéniz, que cruzamos para llegar al Colegio de la Inmaculada, de las Misioneras Claretianas, fundado en 1942 y cuyo germen era un centro benéfico, llamado La Providencia, destinado a educar a las huérfanas de la Guerra Civil
Fijémonos en las flechas amarillas pintadas en la base de las farolas isabelinas
Las aceras siguen siendo anchas a lo largo de toda la calle. El Colegio de la Inmaculada ocupa una importante extensión de la misma. A la izquierda, la calle Obispo Manuel Fernández de Castro, otra de las de la cuesta de La Cota Pando. Este prelado ovetense, pero que ejerció en Mondoñedo (Lugo, Galicia) fue el traductor al asturiano del Evangelio de San Mateo. De él nos ocupamos ampliamente en las entradas de blog correspondientes a esa ciudad, una de las antiguas capitales de las que fueron siete provincias del antiguo Reino de Galicia
En la esquina el célebre Bar Eskar, "el de los pollos", como se le suele llamar
La entrada al colegio. Cuando cumplió los 75 años desde su fundación se celebró un encuentro de alumnos y docentes, así documentado para El Comercio del 18-1-2017 por Cecilia Pérez:
«Cuando le digo a mis alumnos que el colegio en sus inicios estaba rodeado de praos, no se lo creen». Lo recordó Carlos Álvarez, director de Educación Infantil y Primaria en el colegio La Inmaculada. Ayer este centro escolar, ubicado en el corazón de Pumarín, comenzó con las celebraciones de su setenta y cinco aniversario. Se inauguró con una misa en la Catedral y con un ágape en la plaza de Trascorrales.
Un reencuentro entre generaciones de alumnos y profesores pasadas y presentes. Un pasado que se inició en plena época de la posguerra. Era el año 1942 cuando la congregación religiosa de las Claritianas creó un internado femenino para acoger a 148 pequeñas del Tribunal de Protección de Menores: «Se habían quedado huérfanas durante la guerra o sus padres no podían hacerse cargo de ellas porque tenían más hijos», explicó Carmen Conde, directora general del colegio. «Eran años difíciles, alrededor solo teníamos el cuartel de El Milán y un poco más alejada la fábrica de armas de La Vega, que ayudaban al centro con rifas y donativos», añadió Conde.
De aquellas 148 niñas de los años de posguerra se ha pasado a los 820 alumnos actuales. No solo ha cambiado el número sino la forma de concebir la enseñanza. «Andábamos como velas y le tratábamos de usted», recordó Marta Pedregal a su antiguo profesor de Matemáticas. El protagonista en cuestión se llama José Ramón Argüelles y no se perdió ayer la celebración. «Empecé a trabajar con el BUP y terminé con el BUP», explicó este profesor jubilado. Cuando entró en el colegio tenía veinticuatro años. «Mi alumna más mayor tenía 17», recordó.
Tiempos en los que era un colegio solo de niñas. «Fui bienaventurado entre todas las mujeres», afirmó. Los chicos llegaron al centro educativo en 1988, tres años después de que la actual directora comenzara como profesora. Conde pasó por todas las etapas de La Inmaculada. «En 1967 empecé como alumna y en 1985 como profesora de Matemáticas y Naturales», detalló. Desde hace cuatro es la directora general de La Inmaculada, que continuará con diversas actividades durante todo lo que resta de año para celebrar el setenta y cinco aniversario de un centro que unió ayer su pasado, presente y futuro para seguir sumando años."
La capilla del colegio y otro bloque de aularios, que llega la calle Granados; de nuevo un músico y compositor, Enrique Granados, cuya figura fue estudiada, siguiendo su correspondencia, la musicóloga de la Universidad de Oviedo Miriam Perandones
A la izquierda, la calle Tirso de Avilés, cronista e historiador del siglo XVI muy mencionado en este blog por sus noticias de aquel entonces. Traemos su biografía de Wikipedia:
"Tirso de Avilés y Hevia (Bolgues, Las Regueras, 1530 - 21 de septiembre de 1598) fue un historiador y religioso español.
Se dedica a la carrera eclesiástica renunciando a sus derechos como primogénito en favor de su hermano. Se convierte en canónigo de la Catedral de Oviedo y juez del Cabildo catedralicio.
Su reconocimiento llega gracias a sus estudios heráldicos de epigrafía y de historia de gran importancia pues es de las pocas informaciones que ha llegado a nuestros días en ese campo dentro de Asturias si bien muchas de sus obras hoy en día se encuentren desaparecidas.
Entre sus obras cabe destacar «Armas y linajes de Asturias y Antigüedades del Principado» si bien se han conservado otras entre ellas los manuscritos del «Sumario de algunas antigüedades en letreros y lápidas de Asturias del tiempo de los romanos y reyes que están sepultados en su Principado desde el señor don Pelayo y Vida de don Diego Menéndez Valdés, llamado El Valiente». Su estudio Antigüedades que hay en el Principado de Asturias fue elogiado por el geógrafo Acisclo Muñiz Vigo, en su obra Asturias: Referencias geográfico-históricas, quien señaló: "Libro interesantísimo por la variedad de materias que contiene, narrando los sucesos más notables acaecidos en Asturias hasta su siglo, sin olvidar la historia de las casas solariegas [...] sin faltar otros datos muy curiosos, como el arribo y desembarco en Villaviciosa del emperador Carlos V, y su viaje por tierra a la villa de Llanes, donde pernoctó la noche del 25 al 26 de septiembre de 1517; de las epidemias de 1573-1576; de la aparición de un cometa en 1578, que duro setenta días; de un terremoto de aires en 1590; de un ejército de 3 000 hombres y a los que, por los daños que debieron causar, les llama la plaga de la langosta". El RIDEA publicó Armas y linajes de Asturias y antigüedades del Principado"
"Avilés y Hevia, Tirso. ¿Oviedo? (Asturias), c. 1537 – 21.IX.1598. Historiador y canónigo de la catedral ovetense.
Fue el primogénito de los diez hijos —tres hombres y siete mujeres— que tuvieron Gaspar de Avilés y Catalina Alonso de Hevia, naturales de Avilés y vecinos de Oviedo. Su padre fue alférez del concejo de Miranda, señor de la casa de Bolgues en el concejo de Las Regueras por él adquirida, regidor perpetuo de Oviedo y escribano de número de esta ciudad y de su audiencia episcopal. Los apellidos de su madre hacen pensar que procedía de familias del concejo de Siero, entre los que destacó el canónigo Juan de Siero.
Los enterramientos de Gaspar de Avilés y Catalina Alonso de Hevia, con escudos labrados y epitafios, están en el convento de Santo Domingo de Oviedo.
La investigación de José Argüelles demuestra, además de la fecha y el lugar de nacimiento de Tirso de Avilés —como circunstancias mucho más probables de lo que venía afirmándose hasta ahora—, el hecho un tanto singular de que fue nombrado por una bula del papa Paulo III en 1549, cuando tenía doce años de edad, canónigo de la catedral de Oviedo, para ocupar la canonjía que había sido de su tío materno, el citado Juan de Siero. Ello le permitió adquirir una formación intelectual notable. Al haber seguido la carrera eclesiástica, renunció al mayorazgo, al igual que su segundo hermano, por lo que éste pasó al tercero de los hermanos, Pedro de Avilés, en 1541. En el cumplimiento de sus obligaciones como miembro del Cabildo destaca la redacción, junto a otros canónigos, como Alonso Marañón de Espinosa, de los estatutos y constituciones para la Santa Iglesia de Oviedo, obra culminada el 12 de enero de 1587; la realización de apeos de propiedades del cabildo catedralicio en el concejo de Llanera, el informe de la comisión sobre el asentamiento de los jesuitas en Oviedo, dictámenes sobre pruebas de genealogía y limpieza de sangre, o que ejerciera como notario apostólico en el traslado del cuerpo de Pedro Menéndez de Avilés desde Llanes hasta la iglesia de San Nicolás en Avilés, donde fue enterrado el Adelantado de la Florida en noviembre de 1591.
Su trabajo en el archivo de la catedral ovetense favoreció que escribiera sobre heráldica, epigrafía e historia de Asturias, por lo que se considera a Tirso de Avilés como el primer genealogista asturiano. Su obra Armas y linajes de Asturias y antigüedades del Principado, que circuló manuscrita durante muchos años, fue redactada (c. 1590) poco después que el Viaje de Ambrosio de Morales y antes que las Antigüedades y cosas memorables del Principado de Asturias, de Luis Alfonso de Carballo. Fue testigo y narrador de acontecimientos que relata, como la llegada a Oviedo de los restos del inquisidor Fernando de Valdés Salas, fundador de la universidad, y de otros sucesos notables acaecidos en su ciudad de residencia. Fiel en la descripción de los hechos que conoce de primera mano, no resulta tan fiable en cuanto a las afirmaciones que hace sobre genealogías de apellidos nobiliarios, según las características de obras de este tipo.
Murió Tirso de Avilés en la fecha arriba reseñada y no el 9 de julio de 1599, como venía afirmándose hasta ahora y no como consecuencia de la peste que asolaba entonces la ciudad. Fue enterrado en la capilla de Santa Catalina de la catedral de Oviedo a la que donó el retablo de la Transfixión de Nuestra Señora, actualmente en la girola de una de las capillas de dicha catedral."
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por tu visita y contribuir con tu comentario... Únete a la Página Oficial en Facebook para descubrir nuevos contenidos....Ultreia!