Eres el Peregrino Número

1159942

Buscador de Temas del Camino de Santiago

lunes, 10 de febrero de 2025

EL CAMINO PRIMITIVO EN EL CASCO URBANO OVETENSE (ASTURIAS) 3: EL ANTIGUO CONVENTO DE SANTA CLARA, LA JIRAFA Y EL ESTANCO DEL MEDIO Y DE ATRÁS EN LA CALLE COVADONGA

 

Antiguo convento de Santa Clara

Esta es la fachada barroca del antiguo convento ovetense de Santa Clara, cuya estructura dieciochesca empezó a construirse en 1703 sobre el monasterio primigenio anterior, románico, de los tiempos en que las monjas clarisas se asentaron en la población, en el siglo XIII, coincidiendo con la gran expansión de la Orden de San Francisco a la que pertenecen. Como gustaban, se establecieron en las afueras de la población, en lo que era a la vez un lugar apartado de la campiña circundante pero en uno de sus accesos principales, paso del Camín Real de Galicia y Camino de Santiago (entre otros nombres) y a escasa distancia de la ciudad amurallada, en concreto de sus puertas de El Campo y Socastiello, por donde pasa el Camino. De ello leemos en Wikipedia:
"El origen del convento de religiosas franciscanas de Santa Clara se remonta al siglo XIII cuando las monjas, siguiendo las reglas de la orden, eligen por emplazamiento unos terrenos libres a las afueras de la ciudad próximos a la cerca. De los antiguos restos románicos sólo nos restan una portada y unos capiteles situados fuera de Oviedo. En el siglo XVIII se llevan a cabo obras para realizar la fachada de la portería y el claustro, siendo éstos los únicos restos del edificio que se conservan en la actualidad in situ (...) 
La fachada de la portería se halla en la calle Covadonga, por donde antaño discurría el Camino de Santiago. Es obra barroca y se comienza hacia 1703, siguiendo trazas semejantes a las de la portada de la vicaría del vecino convento de San Pelayo." 
"Del convento original se conserva la portada de la primitiva fábrica románica (hoy en el palacio de Villabona de Llanera) y algunos capiteles."


Y es que, en el siglo XIX, con la desamortización eclesiástica, el monasterio pasó al Estado y por diferentes usos, como enseguida vamos a ver, hasta que, durante las obras acometidas en 1960 para hacer la Delegación de Hacienda en este lugar, fueron derribadas partes históricas del edificio. Además de la fachada de la portería, sita en la actual calle Covadonga y al paso del Camino, se conserva, muy transformado, parte del claustro, ejemplo del llamado barroco desornamentado, que en su momento fue el mayor de Asturias, obra de Pedro Muñiz Somonte entre 1750 y 1753, actualmente muy 'integrado' dentro de las reformas de los años 1960, obra del arquitecto Ignacio Álvarez Castelao. Como nota curiosa e importante el monasterio estaba colindante con el cementerio judío, sito justo detrás, donde ahora se encuentra el Teatro Campoamor, un interesante artículo de Guillermo Guiter para La Voz de Asturias del 13-12-2019 nos lo cuenta así:
"En un lateral del Campoamor existe una placa conmemorativa escrita en un extraño castellano: se trata de una copia del documento del año 1503 que atestigua que el teatro fue construido (siglos más tarde) sobre lo que había sido un cementerio judío
Según la comunidad sefardí, ese terreno que era colindante con el recinto del convento de Santa Clara, derribado en su momento y donde ahora está la sede de Hacienda, se llamaba La huerta de los judíos y en ella se ubicaron los enterramientos de esta comunidad. 
La carta de compraventa de los terrenos, propiedad de Mencía Fernández, hija del médico Yuçaf, y su marido Pedro Fernández Carrio dice así literalmente: «Vendemos [...] por nonbre et herencia de don Yuça, físico, mi padre [...] una losa de tierra cierrada de murio [...] en esta dicha cibdat de Ouiedo cerca del campo de los omes bonos, que disen la huerta de los judíos que yas en tales términos dela parte de la cima et de anbas las frentes caminos públicos del rey et de la otra parte, huertas de contra el monasterio de Santa Clara». 
Según recoge la web sfarad.es, un documento posterior, del año 1530, confirma que este solar era el cementerio judío. Tras la expulsión decretada por los Reyes Católicos, el concejo se incautó el cementerio, «pero lo dejó en estado de abandono, lo que fue aprovechado por algunos vecinos para entrar en él y labrar la tierra», por lo que el ayuntamiento reivindicó sus derechos. 
Se produjo un pleito en el que los propios vecinos declararon que el solar había sido cementerio para los judíos y que habían visto allí muchos monumentos y sepulturas. Se mencionaba a uno de los testigos, Juan González de Lampajúa, que informó de una conversación con alguien llamado Salomón, judío, que le había dicho que aquella huerta era sepultura de los judíos que solían vivir en la ciudad y que allí yacían sepultados sus antecesores. 
Otro testigo, Juan de la Podada confirmaba haber oído decir que la huerta siempre había sido sepultura de judíos y que vio allí seis o siete monumentos. Entre el cementerio y la judería, señalan los sefardíes, debió de haber, como mandan los cánones hebreos, «una corriente de agua que separara el mundo de los vivos del de los muertos» y que hoy seguramente discurre por el subsuelo. 
Las normas decían que el suelo tenía que ser tierra virgen, estar en pendiente y orientado hacia Jerusalén. Además, la judería debía tener un acceso directo al cementerio para evitar que los entierros tuviesen que discurrir por el interior de la ciudad. 
Los reyes autorizaron después de 1492 que las piedras de los cementerios judíos pudieran ser reaprovechadas como material de construcción. Así, no es extraño encontrar fragmentos de inscripciones hebreas en varias construcciones posteriores. 
Tras las ordenanzas del concejo en 1274, los judíos de Oviedo estaban obligados a habitar en el barrio de Socastiello, junto al Alcázar y las murallas de la ciudad, en la zona de lo que hoy día sería el edificio de Telefónica en la plaza Porlier. La judería de Oviedo ocupaba la zona que iba desde la puerta del Castillo hasta la Puerta Nueva de Socastiello. 
También podían habitar fuera de la muralla. Hay que tener en cuenta que en aquella época las casas ya habían rebasado el ámbito amurallado, y es probable que algunos judíos se hubieran establecido extramuros, pues en el siglo XV aún existían en la zona propiedades con el sobrenombre de los judíos. 
De esta judería, explican, no se ha conservado ningún resto material. «Tan sólo las mismas estrechas calles que compartieron cristianos y judíos en el antiguo Oviedo durante siglos y la documentación histórica que nos permite reconstruir e imaginar a los habitantes de aquella comunidad judía: Bartolomé Guion, notario; Beneito, cambiador; Adan Giraldiz, Pedro Giraldiz, cambiadores; Petro Giraldiz, texedor; Petro Michaeliz, pellitero; Aben Arsar, Asur Falconis, Bartolomé Alfageme, Don Symon, Annaias Tanoz y muchos más».

No deja de llamar la atención que, en una fecha tan extraordinariamente tardía, cuando se valoraban desde hace tiempo los grandes monumentos y se restauraban, especialmente tras la Guerra Civil, se acometiese esta obra que casi acaba con uno de los grandes monumentos barrocos ovetenses, pese también a la existencia de una firme oposición, como escribe, en su historia del convento, Carmen López Villaverde, directiva de la Sociedad Protectora de la Balesquida:
"En Septiembre de 1962 un grupo de asturianistas ilustrados firmaron un manifiesto para que no se llevara a cabo un derribo que suponía atentar contra un monumento histórico de la ciudad, como era el convento de Santa Clara.  
A lo largo de su historia el convento de Santa Clara, hasta su desaparición, pasó por dIferentes etapas.  Fue fundado en el siglo XIII por las Damas Pobres de Santa Clara de Asís a las afueras del pequeño núcleo urbano y del edificio original no se conserva más que la portada y parte del claustro que era el de mayores dimensiones del Principado. El convento siempre pasó necesidades económicas. 
En la segunda mitad del XV, Alonso Quintanilla, la personalidad más sobresaliente de Asturias en ese siglo, Contador de los Reyes Católicos, hizo una dotación económica a la comunidad para sanear la iglesia románica y colocar en ella las tumbas de sus padres. En el siglo XVI contaba con una comunidad de 70 monjas que en el XVIII quedaron reducidas a 26. Sus terrenos arrendados a particulares originaron diversos pleitos y en el barrio siempre fueron muy deseados por las autoridades, viéndose cada vez más cercado por construcciones, hasta tal punto  que la presión fue tan fuerte que obligó a la comunidad en 1837 a trasladarse a Avilés.
La huerta fue vendida al Ayuntamiento que la destinó a feria de ganado y mercado. En 1845 se les restituyó la propiedad y regresan a Oviedo mediante un acuerdo que reservaba una parte para la clausura. En 1868, desamortizado el convento, fueron exclaustradas y trasladadas a Villaviciosa, contaba sólo con 9 monjas. Rápidamente se parcelaron los terrenos y se vendieron. El convento se convirtió en cuartel de asalto, pasando también por prisión. Acusó los rigores del 34 y en los años 50 se celebraron en el patio partidos de baloncesto y multitud de actividades, quedando poco a poco semi abandonado.  
Los líderes políticos de la época, que no eran de la región, no sentían ningún interés por un edificio emblemático de la historia de Oviedo y no dudaron en pensar en el derribo y aprovechar el solar, aunque se pretendió adaptarlo para la Facultad de Química, no se llegó a nada concreto y aunque la Academia de la Historia reconoció la importancia histórico – artística, el Ayuntamiento aprobó la demolición de un cuerpo saliente del convento y en la década de los 60 se adoptó para la Delegación Provincial del Ministerio de Hacienda. El arquitecto cangués, Ignacio Álvarez Castelao fue el encargado de la remodelación. A penas se conserva la vicaria y tres secciones de los muros y arcadas del claustro. 
De «Casa Noriega», en el palacio de Valdecarzana, donde se reunía la tertulia a la que se la denominó «Los Clarisos» salió el manifiesto en defensa del viejo convento. Lo firmaron personalidades del mundo académico que encabezaba D. Juan Uría Riu, catedrático de Historia de la Universidad de Oviedo y (tercer Presidente de la Balesquida ), que mostraban un gran interés por conservar el patrimonio cultural asturiano, por lo que las autoridades del momento los tacharon de rebeldes.  El mote de Clarisos lo consideró el grupo como un orgullo."

Según nos acercamos al antiguo convento y actual Agencia Tributaria tras cruzar la calle Alcalde Manuel García Conde, otro edificio, situado un poco más atrás, nos llamará la atención por su altura y porte, es la parte más alta de La Jirafa, bloque-rascacielos construido en 1956 sobre un antiguo mercado, tal y como nos informa la Wikipedia:
"Ya en 1931 se piensa en ocupar mediante un nuevo edificio el espacio del mercado de "El Progreso", cerca del Teatro Campoamor. En 1944 el ayuntamiento abre el concurso de proyectos. El diseño se presentó en 1952 y en él tomaron parte varios arquitectos como Joaquin Suárez, Carlos Sidro (arquitecto de Correos), Gabriel de Torrientes y Fernando Cavanilles. Fue proyectado como hotel, palacio de congresos, sede de Correos y Telégrafos y comercios. En 2005 se realizó una completa rehabilitación dentro del proyecto "Jirafa Élite" adaptándose como apartamentos de lujo y oficinas. Sigue albergando Correos. 
La planta del edificio se adapta a la confluencia de dos calles. Inspirado quizás en el Banco de Roma (Milán), se trata de un edificio ennoblecido, racionalista, elegante, sobrio, gris, a caballo entre cierto clasicismo y la modernidad de la notable arquitectura asturiana de los años 50. La torre, de 19 plantas, se construyó en el punto más alejado del Teatro Campoamor, favoreciendo que no se empañase la perspectiva del edificio decimonónico. Su forma de "jirafa", al comienzo sobrenombre popular, hizo que se acabase reconociendo oficialmente con esta denominación. Es el edificio más alto de Oviedo tras la Torre Teatinos, la torre de la catedral y el Palacio de Congresos."

Desde aquí solamente vemos pues una pequeña parte del conjunto, estos pisos más altos de la torre del rascacielos, pues esta se asienta sobre un edificio más grande en extensión y con forma triangular, irguiéndose esta torre sobre uno de sus vértices. Se dice que se inspiró en otros edificios anteriores, con los que guarda un parecido razonable, de ahí el título de La Jirafa, ¿única en el mundo? que le pone D. Roig a su artículo para el periódico La Voz de Asturias del 25-4-2022:
"El icónico edificio bautizado por los ovetenses como La Jirafa, que se levanta en el solar que en su día ocupó el mercado del Progreso, fue inaugurado en el año 1956. A ojos de los vecinos de la capital asturiana, era sin duda singular: de ahí el sobrenombre que le endosaron. 
Sin embargo, otras ciudades europeas (y una española) ya contaban unos años antes con edificios con un parecido muy razonables: el Banco di Roma en Milán (1940), al que habitualmente se atribuye la inspiración del proyecto ovetense; y también otro que se inauguró simultáneamente en Belgrado, el Palacio Albania (1940). En España, el perfil de la Casa Sindical de Málaga (1944) también recuerda mucho a La Jirafa. 
Vayamos por partes. Según las hemerotecas, el ayuntamiento de Oviedo convocó en 1944 la construcción de un edificio que ocuparía un solar triangular junto al teatro Campoamor, con un ángulo agudo entre las calles Pelayo y Santa Clara (hoy calle Progreso). Los arquitectos Gabriel de la Torriente, Fernando Cabanilles y Joaquín Suárez Pérez-Fonseca se encargan del proyecto del peculiar inmueble, que fue inaugurado en 1956 y, más recientemente, reformado. La solución fue un chaflán cóncavo muy esbelto que se elevaba por encima del resto del cuerpo, de ahí el apodo de La Jirafa. 
Palacio Banco di Roma 
Unos 15 años antes nacía el Banco di Roma en Milán, según un diseño de Udine Cesare Scoccimarro (1897-1953). También en este caso, la plaza Edison donde se ubica fue creada a finales del siglo XIX con la demolición de la antigua zona estatal del convento de Bocchetto para luego ser poblada por una serie de edificios institucionales del nuevo distrito de negocios. 
La solución, dicen los expertos, fue compleja y Scoccimarro la consiguió precisamente con el diseño de una torre con fachada cóncava hacia la plaza. En la fachada, sobre el gran ventanal vertical que ocupa gran parte de la misma, un bajorrelieve que representa a la loba amamantando a Rómulo y Remo. 
 Palacio Albania 
Simultáneamente, Serbia construía su Palacio Albania, en este caso un edificio de viviendas que, dicen, fue el primer rascacielos construido en la Europa suroriental. Fue diseñado por Miladin Prljevi? y ?or?e Lazarevi?, basado en un proyecto creado en 1938 por Branko Bon y Milan Grakali?. Es decir, resulta imposible saber si los serbios se inspiraron en el italiano o viceversa. O fue simple casualidad. 
El caso es que, para los belgradenses, su jirafa también es una construcción icónica. Ubicada en un solar donde había un restaurante llamado Albanija Kafana (de ahí su nombre), durante mucho tiempo fue el más alto de la ciudad. 
Y tuvo su papel histórico: El 20 de octubre de 1944m una bandera roja colocada en el Palacio Albania declaraba que Belgrado había sido liberada de la ocupación nazi por el Ejército Rojo y los partisanos Yugoslavos. Los alemanes habían fortificado el Palacio Albania ya que era un punto muy alto de la ciudad, ideal como atalaya: tiene 13 pisos y 53 metros de altura. 
Casa Sindical Málaga 
La que fuera sede del Sindicato Vertical de Málaga se levantó entre los años 1948 y 1957, casi coincidiendo con la construcción de La Jirafa de Oviedo. El arquitecto fue el madrileño Luis Gutiérrez Soto, uno de los principales representantes del racionalismo español y autor de numerosos proyectos, especialmente en la capital. Precisamente otro diseño suyo de 1945, en la calle Pradillo de Madrid, utiliza también un chaflán cóncavo. 
Gutiérrez Soto levantó la Casa Sindical también en la confluencia de dos calles en ángulo cerrado. También constituye un cuerpo sobre el que se levanta una torre que, dicen los historiadores, «logra un carácter monumentalista y sobrio a la vez, propio de la arquitectura institucional y propagandística del régimen que combina referencias a la tradición histórica imperialista con un vocabulario extraído del lenguaje racional-funcional». Eso sí, original, original…"

Sea como fuere, La Jirafa sigue siendo un elemento que identifica en la distancia el centro de Oviedo/Uviéu y en concreto su zona del Ensanche, el crecimiento urbano experimentado por la ciudad en el siglo XIX fuera de su núcleo amurallado medieval primigenio, impulsado por la construcción de la Estación del Norte, inaugurada en 1874, hacia la que se extendió, si bien realmente había empezado unas décadas antes con el derribo de tramos de muralla por 'necesidades urbanísticas'


Desde la calle Alcalde García Conde cruzamos la calle Santa Clara y seguimos a la derecha por su paralela la calle Covadonga, encaminándonos por esta zona del Ensanche hacia la fachada de la portería barroca del antiguo convento, paso del viejo Camino, en base al que se trazó esta vía mediado el siglo XIX donde había una charca conocida como Estanco del Medio, que no era un puesto de venta de tabaco sino que es un topónimo vinculado con agua estancada (estanque), el cual ya existía en el siglo XIII, pues aparece en un documento de 1286 relacionado con un camino y un huerto allí situado, huerto adquirido poco después por el Concejo



La charca se formaba por dos arroyos que nacían uno al suroeste de la ciudad y otro en el Campo San Francisco que luego de pasar por El Pontón de la Galera y el Convento de Santa Clara remansaban aquí y en el Estanco de Atrás, actual calle Caveda, desecados ambos al hacerse esta calle, que en principio llevaría su nombre hasta que en 1869 pasaría a llamarse Covadonga, mientras que Santa Clara ya era un barrio extramuros mencionado documentalmente en la segunda década del siglo XIV, como nos dice la Enciclopedia de Oviedo:
"Su nombre alude, obviamente, al Convento de Santa Clara, fundado por las Clarisas de Benavente en 1287. Se sabe que al menos desde 1318 ya se conocía así a un barrio o calle de Oviedo situado en las inmediaciones del cenobio. El edifico conventual fue parcialmente derruido en 1958, haciendo caso omiso las autoridades franquistas a las protestas de eminentes autoridades como Juan Uría Ríu, reutilizándose algunas partes para el edifico de la Delegación de Hacienda."

Más a lo lejos, tras el cruce con Foncalada, la calle Caveda formaba parte, como esta zona, del Estanco de Atrás, pasando en 1887 a dedicarse al escritor, político e historiador José Caveda y Nava. Aquí a la derecha más cerca, en la calle Santa Clara, tenemos la Sidrería Marcelino, fundada en 1990, y Toro Parrilla, donde antes estaba La Nueva Marisquería


Más a la derecha, Más que Copas y, al fondo a la izquierda de sidrería Marcelino la panadería El Horno. No hacemos una guía comercial ovetense pero sí nos agrada reseñar lugares de interés para el peregrino, para comprar o tomar algo, desde hostelería a tiendas de alimentación, farmacias y servicios varios al paso del Camino


Continuamos por la calle Covadonga; lo que queda del claustro de Santa Clara está en nuestros días mirando a la Plaza del Carbayón, donde se plantó el gran carbayu o roble (carbayón) que reemplaza al grandísimo que había en la calle Uría, derribado con gran polémica el 9 de septiembre de 1879 durante las reformas urbanísticas de esa calle, hecha para comunicar la ciudad, mucho más pequeña por entonces, poco más que el casco medieval, con la citada Estación del Norte y en torno a la cual se fue articulando el o expansión de la población más allá de las murallas medievales, extendiéndose por los campos y aldeas de su entorno


Entre las dos calles, Santa Clara y Covadonga, hay un hermoso espacio ajardinado con bancos donde poder descansar. Estamos en una zona donde suele haber casi siempre mucho tráfico y gran trasiego de gentes


De frente, el Hotel Vetusta, en un hermoso edificio de época soberbiamente rehabilitado, con balcones y galerías mirando a este cruce de calles y al convento


Convento de Santa Clara, de cuyo origen, avatares y circunstancias nos cuenta el historiador Miguel Don Gil y Sánchez en Historia del convento de Santa Clara de Oviedo (Siglos XIII al XIX):
"En el año de 1217 se celebra el primer Capítulo General de la Orden, fundada por San Francisco de Asís (1182 – 1226)41. En la Edad Media la Orden de San Francisco cuenta con establecimientos masculinos en Oviedo, Avilés y Tineo y de manera efímera en Raíces, con un total de 5 monasterios y conventos. De ellos el eremitorio de Raíces, tendrá una corta vida como establecimiento franciscano y el resto sobrevive hasta el siglo XIX. De manera general cabe destacar que el espíritu sencillo de los hijos de San Francisco arraigó en unos territorios donde previamente los benedictinos encontraron una notabilísima difusión. Sobre todo, la villa de Tineo se convirtió desde una época temprana(siglo XIV) en un feudo de los franciscanos. Hay que destacar en este fuerte arraigo, el influjo de la ruta peregrinacional del Camino de Santiago, caminos que pudieron ser recorridos por el propio San Francisco o por alguna ramificación franciscana, derivada de la comunidad de la villa de Avilés y en relación con Fray Pedro el Compadre.

La pauta general en el establecimiento de los conventos y monasterios franciscanos asturianos será el asentamiento extramuros, en núcleos urbanos de cierta importancia. Las fuentes económicas de estos centros serán variadas: contribuciones municipales, las ayudas de la nobleza. A ello hay que sumar una gran cantidad de peticiones de enterramiento y aniversarios, con un peso económico indudable y que evidencia el éxito popular con el que contaron centros franciscanos. En cuanto a la Observancia, no adquirirá importancia decisiva hasta el siglo XVI, cuando Felipe II obligue a todos los centros monásticos y conventuales a adscribirse a ella. Por último las cofradías van a desempeñar un papel muy importante en los monasterios franciscanos. En todos ellos se documenta la Cofradía de la Tercera Orden, orientada para promover grupos de penitencia entre los laicos.

La rama femenina de los franciscanos

Las religiosas clarisas en Asturias

En relación con la Orden regular anterior, y como rama de aquella, la presencia de las monjas clarisas se reduce a Oviedo, en el siglo XVI. Dicho convento, como veremos posteriormente, fue fundado en el siglo XIII por las Damas Pobres de Santa Clara, Orden fundada por Santa Clara de Asís (1194- 1253). Las monjas, que llegaron a Oviedo alrededor de los años 1273-1287, fundan su convento a las afueras del pequeño núcleo urbano. Habrá que esperar al siglo XVII, en el año 1694, para que se instale en la región un segundo convento de clarisas: el Convento de la Purísima Concepción, de Villaviciosa. Si bien el convento de Oviedo se clausura definitivamente en el año 1868, el convento de Villaviciosa correrá mejor suerte manteniendo su vida claustral hasta la actualidad

El Convento de Santa Clara de Oviedo

Orígenes Medievales

Las monjas de Santa Clara llegaron a Oviedo alrededor de los años 1273-1287. El rey don Sancho IV de Castilla le dio a la primitiva comunidad privilegios de inmunidad, para que los que se acogiesen a él no fuesen apresados por la justicia, además les permitió enterrar difuntos en su iglesia45 y salvaguarda que las monjas puedan disponer con libertad de sus heredades al entrar en el convento. Estos privilegios dados a la comunidad de clarisas hay que inscribirlos dentro de la política proteccionista desplegada por este rey a favor de los franciscanos a fines del siglo XIII. La primera referencia documental precisa a este convento es una manda testamentaria contenida en el testamento de Roy Díez, maestrescuela de la catedral, en el año de 1300. Del edificio original románico no se conserva más que la portada y capiteles aislados, ambos descontextualizados y desmembrados. El conjunto conventual se encontraba en una vía de acceso a la ciudad, hacia Galicia, en el Camino de Santiago, que generará con el tiempo un barrio alrededor que se denominará de Santa Clara. En el siglo XIII e inicios del XIV las ventas que se producen en las XIV las compras y ventas serán de bienes inmuebles48. Con todo, parece que las clarisas de Oviedo debieron mantener el rigor de la observancia en materia de pobreza durante los primeros siglos de su existencia, ateniéndose a la regla escrita por Clara de Asís, que sólo les permitía a las religiosas tener una huerta cercana al convento y se excluía la posesión de bienes fundiarios. La práctica de vender bienes hereditarios o adquiridos a la entrada en el convento, era habitual y desde la concesión del privilegio de Sancho IV hasta fines del siglo XV son abundantes las referencias documentales sobre el convento, pero en ninguno de ellos se hace referencia a la explotación de bienes inmuebles, con la excepción de dos. En la mayoría aparece el cenobio como mera referencia geográfica para la ubicación de parcelas o inmuebles aledaños.

En varios documentos del siglo XIV el convento es objeto de concesiones de dinero en pequeñas mandas testamentarias. Durante el siglo XV dicha tendencia es más evidente y las dotaciones económicas aumentan en su cuantía, procedentes de autoridades públicas, eclesiásticas o de particulares49. Dentro de los particulares, en la segunda mitad del siglo XV, Alonso de Quintanilla, contador mayor de los Reyes Católicos, dotó generosamente a la comunidad, remozando su iglesia románica y cercando el convento, además de situar allí las tumbas de sus padres. La autorización de las monjas de Santa clara de Oviedo para realizar enterramientos en su iglesia nunca les reportó grandes beneficios, como en el caso de los franciscanos de Oviedo. Pocas personas elegirán esta iglesia conventual como lugar para su descanso eterno. Todo parece indicar que el convento siempre pasó necesidades económicas, como lo evidencia la documentación relativa a las obras que se tienen que ejecutar en el conjunto conventual. Un documento pontificio de Sixto IV hace referencia a la extrema pobreza del convento que hace que las monjas no puedan sustentarse con las rentas e ingresos que poseían, pero desde fines del siglo XV parece que esta tendencia cambia de la mano de un cierto alejamiento de la observancia, asumiendo prácticas similares a las del resto de cenobios de la región."


Hasta aquí la historia medieval del monasterio, pasamos ahora, con el mismo autor, a Los siglos de la Modernidad, las centurias del XVI, XVII y XVIII, esta última en la que se produce la gran reforma barroca a la que obedece la portada de la portería a la que nos acercamos:
"A partir del siglo XVI se hacen frecuentes los pleitos entablados entre el Convento de Santa Clara y ciertos particulares por las casas del monasterio que les tenía arrendadas. Generalmente las casas y propiedades del convento solían estar en el territorio circundante al mismo en el denominado barrio de
Santa Clara. Así, por ejemplo tenemos, en el año 1510 el pleito litigado por Alonso de Ventanielles, carpintero, vecino de Oviedo, con el convento de Santa Clara, sobre devolución de unas casas propias del convento de Santa Clara de Oviedo, que poseía aforadas el litigante. En la segunda mitad del
siglo XVI el convento recibirá varios bienes inmuebles del convento de San Francisco de Oviedo, cuándo este abraza la Observancia. Entre 1572 y 1574, las clarisas protagonizarán un conflicto referido a la relajación de las costumbres. Este tipo de escándalos es lo que producirá la imposición de la
Observancia en tiempos de Felipe II.

A inicios del siglo XVII este convento era uno de los más importantes de Asturias, según atestigua el padre Carvallo, contando con más de 70 religiosas, cifra bastante importante. No obstante, pese a esta mención, parece que el siglo XVII será de penuria económica para el convento, muestra de ello es el
acuerdo del Ayuntamiento de Oviedo del día 26 de Enero de 1607 de dar 400 reales, por una vez, a las religiosas de Santa Clara, por la gran necesidad en que se encontraban. Sigue habiendo evidencias en este siglo de una falta de respeto a la clausura propia de la comunidad conventual, lo cual queda patente en la sesión del Ayuntamiento de Oviedo del 8 de Agosto de 1681, cuando a consecuencia de una súplica realizada por la Madre Abadesa del convento, se procede a señalar por la ciudad el sitio por donde se habría de cerrar la cerca que se estaba construyendo en el prado inmediato al convento
para la clausura de las religiosas de Santa Clara.

En lo que respecta a las relaciones de la comunidad de religiosas con el Ayuntamiento de la villa, en la segunda mitad del siglo XVII las autoridades locales de Oviedo pretendieron erigir una cárcel lindante con los muros del convento de Santa Clara, lo cual produjo enseguida un enfrentamiento entre el Ayuntamiento y las religiosas clarisas. Éstas protestaron ante el daño que les supondría esta actuación y en un principio el Ayuntamiento comenzó a abrir los cimientos y traer materiales para iniciar las obras. Por suerte para las clarisas, sus protestas fueron atendidas y el Consejo les acabó dando la razón reconociendo que no era necesario hacer dicha cárcel en el campo de Santa Clara y que la construcción se realizase en otro lugar más adecuado. En ese mismo siglo el templo de la comunidad fue restaurado."

Y  de esta manera llegamos al edificio de la fachada de la portería del convento de Santa Clara, obra barroca que empieza a construirse en 1703 inspirado en el convento, también femenino, de San Pelayo, que acometía su gran ampliación barroca por entonces, la cual, hecha sobre la misma muralla, habrán visto los peregrinos que entraron en la ciudad procedentes de Siero por el Camino Norte. De esta obra barroca de Santa Clara nos dice Dongil lo siguiente:
Durante el siglo XVIII fue reformado y ampliado por Pedro Ruiz Somonte, obra de la que datan la portería y el claustro, el de mayores dimensiones del Principado, que son los únicos restos que se conservan en su emplazamiento. La pobreza del siglo XVII parece mantenerse en el siglo siguiente pues el convento continúa con problemas económicos. No es de extrañar que el 6 de septiembre de 1713 la Abadesa y la Comunidad de Santa Clara, estaban obligadas a celebrar con solemne novenario la canonización de Santa Catalina de Bononia, e invitan al Ayuntamiento de Oviedo a contribuir a los gastos. A nivel arquitectónico y artístico, en el siglo XVIII se lleva a cabo una importante ampliación del convento e importantes reformas, fruto de dicha ampliación son los restos conservados en la actualidad. La fachada de la portería es obra barroca y se inicia en el año 1703 y sigue patrones semejantes a las de la portada de la vicaría del convento de San Pelayo. El claustro fue construido entre 1750 y 1753, obra perteneciente al barroco desornamentado, que anuncia las formas neoclásicas y que quedará configurado como un gran bloque prismático, cuyos restos pueden verse en la actualidad. Las obras se concluyéndose en definitivamente en el año 1775, siendo abadesa María Clara de Llanes y Avilés.

Estas ampliaciones coinciden con un periodo en el que el monasterio se encontraba con serios daños estructurales, evidencia de lo cual la tenemos a finales de abril de 1750 cuando la Comunidad de Santa Clara solicita la concesión de un trozo de terreno, según se salía de la Iglesia en dirección al Campo de San Francisco, para evitar la ruina del convento por aquella zona. El Ayuntamiento acordará la cesión de ese terreno sin contraprestación económica alguna consciente como era de las dificultades económicas de la comunidad de clarisas. Como balance demográfico la religiosas de Santa Clara de Oviedo llegan a finales del siglo XVIII con una comunidad de 26 religiosas que representaban el 4,5% del clero regular de la región. La tendencia demográfica en los siglos de la modernidad es de claro signo negativo, con una disminución que se consumará en el siglo siguiente."

Y admirando esta hermosa obra barroca, de dos plantas con preciosa fachada, columnas, imagen de la santa y soportales de grandes arcos de medio punto, que se levanta sobre una base que salva el desnivel respecto al suelo de la calle y antiguo Camino, pasamos al capítulo siguiente de la existencia del cenobio como tal, el de la Desamortización y la exclaustración, con restitución momentánea incluida, el siglo XIX:
"Las dimensiones del convento y los terrenos que ocupaban las clarisas de Oviedo, eran muy apetecidos por muchos. Los enfrentamientos comienzan a ser cotidianos y todos ellos esconden claramente el deseo de ir apropiándose del solar. En 1831 la abadesa tendrá que dirigirse al Juez 1º, reclamándole un
depósito de escombros que vertían en terrenos propiedad del convento. Esta noticia nos muestra que las obras de construcción cercaban cada vez más esa pequeña isla que suponía el monasterio y sus terrenos. La presión ejercida desde varias instancias lleva a la comunidad de monjas a tener que trasladarse, forzosamente, en el año 1837 al convento de San Francisco, en Avilés que permanecía deshabitado desde 1836 por la Ley de Exclaustración. La huerta contigua en la parte Sur, fue vendida y cedida al Ayuntamiento. Este convento será el hogar de las hijas de Santa Clara.

Una Real Orden restituyó en 1845 el convento a sus monjas. En 1843 la huerta del convento fue destinada a para feria de ganados y mercados, lo que supone que entre ese año y 1845 fuese suprimida la cerca de la misma, convirtiendo el terreno del huerto en algo más parecido a un lodazal. La Real Orden de 1845 que restituía a las monjas su viejo convento no pudo hacerse efectiva de inmediato puesto que los intereses que se habían generado en torno al mercado eran elevados. Al final se convino que, sin detrimento del interés público que suponía la feria y el mercado, se devolviese a las clarisas únicamente la parte estrictamente necesaria del edificio, que exigiese su clausura y desahogo. Las religiosas elevarán entonces la petición al Ayuntamiento de que, al menos, se les señale el terreno que se había de cercar para ellas de la vieja huerta, a cambio de la cesión para uso público de la parte comprendida entre el Oeste del convento y la antigua huerta de don Pelayo Prieto. Definitivamente, las clarisas vuelven a su antiguo hogar en 1847 después de dos lustros en Avilés.

En ese periodo de ausencia, el recinto conventual fue utilizado como cárcel, al margen del uso público, que ya hemos referido, de la huerta. En su retorno a Oviedo la comunidad de clarisas recibieron autorización de las autoridades civiles y eclesiásticas de la región para llevarse las dos campanas mayores de la torre del convento de San Francisco de Avilés (la mayor y la de la cofradía de San Antonio), costeadas por devotos de la villa avilesina y que, al no quedar ya comunidad activa en el lugar, dejaban de tener utilidad. Pese a la oposición popular, las campanas fueron llevadas al convento de las clarisas de Oviedo donde se utilizarían para convocar al pueblo al rezo del Oficio Divino. En 1864 solicitarán a la reina Isabel II la devolución de toda la huerta y el Ayuntamiento resuelve defender sus derechos. Esta situación de vuelta a la “normalidad” acaba en 1868, ya que fueron exclaustradas definitivamente. Desde ese mismo momento comienzan las operaciones destinadas a la venta de los bienes de la antigua comunidad, es así como al año siguiente Carlos Bertrand logró comprar 2.652 metros cuadrados de terreno perteneciente a la huerta del exconvento.

La diáspora de las últimas religiosas

En ese año, las hermanas clarisas de Villaviciosa serán las encargadas de dar cobijo a sus monjas. El 14 de Noviembre de 1868 llegarán al convento de Villaviciosa, las clarisas ovetenses. Eran en total un grupo de 9 monjas entre las que se encontraba la anciana madre-presidenta. Antes de partir dejaron en San Pelayo de Oviedo a una monja muy anciana que no podía realizar el viaje. Las hermanas de Oviedo siempre esperaron su regreso, pero nunca se produjo. Al cabo de 10 años sólo quedaban 6 monjas de la vieja comunidad de Oviedo. A la altura de 1914 celebraron las bodas de oro de su profesión las últimas 4 monjas de Oviedo."

La última parte del trabajo de Dongil y Sánchez se titula El antiguo edificio conventual y trata de los diferentes usos y trato al que fue sometido a lo largo del siglo XX:
"Perspectiva actual: Como colofón a este sucinto repaso de la vida de la comunidad de clarisas de Oviedo, quisiera exponer en breves líneas el incierto futuro que les deparaba a los viejos muros claustrales, como así he hecho para el caso de las monjas del convento. Si los terrenos fueron rápidamente parcelados y vendidos al mejor postor, cosa más complicada era el aprovechamiento de aquel gran edificio. Después de barajar varias opciones, el viejo recinto fue convertido en cuartel de la guarnición ciudadana, hasta el año 1944. Respecto a sus fines militares, tenemos un expediente que abarca los años 1883-1887 sobre la reforma de la fachada Este del Cuartel de Santa Clara y su alineación con la calle, incluyendo el presupuesto y los pormenores sobre la reforma proyectada. Pero el presupuesto del Comisario de Guerra e Interventor de los edificios militares de la ciudad era tan limitado que solicitará al Ayuntamiento que se encargue de colocar la acera pública pegada a la fachada del cuartel.

En 1893 don Juan Miguel de la Guardia, Arquitecto municipal, hizo el presupuesto de las obras necesarias para habilitar el Cuartel de Santa Clara para el alojamiento de nada menos que de un Regimiento de Infantería, presupuesto que pasaba los 17 millones de pesetas. Las diferentes obras y adaptaciones que requerirá el edificio conventual para atender a sus fines militares se extenderán en el tiempo, aproximadamente, hasta 1914. Dos décadas después, en 1934, el ya maltrecho edificio conventual, sufrirá los rigores de la destrucción de Oviedo y en el patio del convento-cuartel mantuvieron detenidos a los revolucionarios, cómo pueden verse en algunas fotos de la época. En la década de los cincuenta el recinto fue destinado como cancha de baloncesto, deporte muy novedoso por entonces. Este periodo fue un tiempo convulso para aquel edificio, permaneciendo en un estado semi-abandonado y utilizado para multitud de actividades. Mientras el edificio se iba deteriorando, comenzó a surgir el debate de si sería conveniente su derribo para aprovechar el solar para nuevos usos y una tímida iniciativa de convertir el recinto en un edificio universitario destinado para la Facultad de Químicas, no tuvo el suficiente apoyo social para llevarse a término. Los temores ante el inminente derribo llevaron a la Comisión Provincial de Monumentos de Asturias a partir del año 1953 a preocuparse por el futuro destino del exconvento, acordando defender su conservación y restauración. Por su parte, la Academia de la Historia el día 25 de febrero de 1954, reconociendo la importancia histórica y artística del edificio, solicitó a la Dirección General de Bellas Artes que fuese declarado monumento histórico artístico, para protegerlo. A la altura de 1957 el edificio pertenecía al Ministerio de Hacienda y lo tenía usufructuado el de Educación Nacional.

El Ayuntamiento de Oviedo, por su parte, no tenía ningún interés en su preservación y en 1956 aprobó la demolición de un cuerpo saliente del convento, no estaba dispuesto a gastar dinero en mantener aquella ruina, aún a sabiendas de la declaración de monumentalidad. Finalmente en la década de 1960 fue objeto de una profunda remodelación para adaptarlo a su uso, que aún se mantiene, como Delegación Provincial del Ministerio de Hacienda. La intervención arquitectónica fue efectuada por Ignacio Álvarez Castelao que causó una gran polémica. Dicho arquitecto estaba conectado con las vanguardias y en su ampliación no respetó las líneas generales del edificio. El resultado fue letal para el convento y apenas se conservan intactas la vicaría, tres secciones de los muros y el patio, aunque al menos mantienen este legado del arte y la historia asturiana.

En el año 2006 el conjunto histórico-artístico será declarado definitivamente bien de interés cultural, con la categoría de monumento. La última actuación conservadora se ha iniciado en febrero de 2011, iniciativa encaminada a restaurar la fachada y portada barroca que daban acceso a la iglesia."

Otros investigadores, Isaac Cuello Rey y Juan Carlos García Palacio, publican en La Nueva España del 15-10-2024 el artículo de opinión Convento de Santa Clara: Cárcel y Agencia Tributaria, en el que ahondan en su historia


Y esta es la descripción arquitectónica de esta portería barroca en Wikipedia:
"El conjunto se erige sobre un alto basamento que salva la pendiente del terreno y coloca la planta baja que abre a la calle en tres arcos de medio punto y otro de idéntica flecha y luz en el lateral izquierdo. En vertical la distribución se hace en tres calles, la central en arimez concentra toda la decoración y el movimiento en planta. Se superponen columnas únicas sobre altos pedestales en las dos partes que forman la fachada en horizontal, empleándose el orden gigante para el piso noble y la segunda planta."

Arriba está la imagen de Santa Clara, en una hornacina entre dos columnas y arriba el escudo de la Orden, muy gastado:
"Una hornacina avenerada en el paño central del piso noble, flanqueada por pequeñas columnas, guarecida por frontones partidos y coronada por el desdibujado escudo de la orden, acoge la imagen de cuerpo entero de Santa Clara."

A la imagen le faltan las manos, que eran elementos aparte añadidos como articulaciones a la escultura de la santa, que viste su hábito y mira al frente sobre un pedestal


No deja de ser una buena oportunidad, pues aunque el santuario está extinguido aquí está la santa, para ponerle los huevos a Santa Clara y que el buen tiempo impere y nos acompañe en nuestra peregrinación recorriendo el Camino Primitivo


Realmente, esta tradición se mantiene pero no aquí, sino en otro rincón ovetense, Fitoria, en la falda del Monte Naranco y cerca del paso del Camino de Santiago del Norte, por eso Ruth Labbé titula Que no llueva por huevos su artículo a ella relativa para La Nueva España del 29-8-2017
"La tradición de llevar "huevos a Santa Clara" para que salga el sol el día de las nupcias es un clásico que ha ido persistiendo en el tiempo. Los conventos que existían de esta congregación eran los encargados de recibirlos por la propia pareja o por amigos de las mismas, para que las "hermanas clarisas" orasen por un buen día y sobre todo, por un matrimonio duradero. El paso del tiempo y el cierre de conventos de la congragación por falta de renovación, ha provocado que otras comunidades religiosas sean las que reciban las docenas de huevos o "La docena del fraile" (de trece). Pero pocas veces el número llega a las 240 docenas (2880 huevos) que ayer se encontraron las Carmelitas descalzas de Fitoria. 
La Sociedad Collotense de festejos (SOCOFE), formada por Iván Suárez, Pablo Blanco y Julián Riesgo, acudió al convento con un palé lleno de cajas de producto avícola. "Creo que nos hemos pasado un poco", comentaba el presidente de la comisión, Iván Suárez. Y es que, la cantidad de huevos que han ofrecido a la santa italiana es acorde a la ilusión y la esperanza del que el clima acompañe a los cinco días que durarán las fiestas. "Estamos que no dormimos", afirma Riesgo. 
Las Carmelitas de Fitoria no están acostumbradas a estas cantidades pero sí a las ofrendas para Santa Clara. Todas las semanas recogen las docenas de huevos de muchas parejaspara pedir buen tiempo en la boda. "Una vez vinieron de un programa de televisión que iba a grabar en exteriores y necesitaban que el clima les acompañase", comentaba ayer la madre superiora del convento, Elsa Campa."

Y es que Santa Clara es sin duda la "patrona popular del buen tiempo", como la califica la historiadora Carmen Gonzalo de Andrés en uno de los apartados, que aquí presentamos, de su extenso y pormenorizado artículo Meteorología popular: La tradición de ofrendar huevos a Santa Clara, que encontramos en Meteored:
"Clara de Asís es una santa muy carismática, casi mítica, que ha llegado a nuestros días como la figura femenina más representativa de la vida contemplativa medieval. Nació en Asís (Italia) en 1193, en el palacio paterno de Favarone. Siguió los pasos de su conciudadano Francisco de Asís, a quien había oído predicar cuando ella tenía dieciséis años. Dos años después huyó de su casa y renunció a los privilegios que le ofrecía su preclaro linaje, sus riquezas y su gran belleza. Eligió el penoso camino de la pobreza, con la ilusión de conseguir un mundo mejor, bajo el lema emblemático de Paz y bien. Hizo vender la legítima de sus padres cuyo importe repartió entre los necesitados. 
En 1212 fundo la Orden de Clarisas o Damas pobres, bajo la regla y estatutos de San Francisco y fue la primera mujer que creó una regla monástica en la Edad Media. Cuando murió, en 1253, el Papa Inocencio IV asistió a sus funerales y dos años después, Alejandro IV la canonizó. Fue patrona reconocida contra los asaltos de piratas, patrona también de los guardianes de faros, de los pescadores y de los navegantes. Cristóbal Colón encomendó a las clarisas de Moguer el éxito en su empresa en 1492 y, a su regreso, les entregó exvotos traídos del Nuevo Mundo. 
El 14 de febrero de 1958, Pío XII la proclamó Patrona de la Televisión. Santa Clara está muy metida en la entraña del pueblo, quien la considera patrona del buen tiempo. Es un patronazgo folclórico, por sus típicas ofrendas de huevos, cuyo origen se desconoce. Señal inequívoca de la veneración que suscitó, en España y en el mundo, son la multitud de islas, cabos, promontorios, lagos, ciudades, barrios, plazas, calles, centros de enseñanza, capillas costeras, museos, monasterios... que llevan su nombre. Y también nomina deliciosos dulces de repostería casera, antiguas canciones infantiles populares... y a muchas, muchísimas mujeres del mundo entero."

Además de especulaciones sobre los diferentes y muy extendidos rituales y creencias relativas al simbolismo del 'huevo cósmico' y otras acepciones relativas a su condición mágica o sagrada en numerosas religiones, dice la autora que no se dispone de una respuesta certera que nos permita conocer el origen de esta tradición de poner huevos a Santa Clara, patrona de este viejo convento ovetense que ahora dejamos atrás, ¿acaso algo relativo a su nombre y la clara del huevo, basada en ofrendas y limosnas en especie?:
"No existe bibliografía que informe sobre la particularidad que pudo presentar en su origen esta costumbre ancestral. Ignacio Omaechevarría O.F.M. y colaboradores, en la obra “Escritos de Santa Clara y documentos contemporáneos” publicada en 1970, aluden escuetamente a la tradición, diciendo que “según la creencia popular, buen tiempo claro se asegura por medio de la clásica ofrenda de una docena de huevos, con su clara, a algún monasterio vecino de clarisas”. Casi veinticinco años después, en 1993, año del octavo centenario del nacimiento de la Santa de Asís, la tradición ya había cambiado bastante. Eran muy raras las ofrendas de sólo una docena de huevos. Varios conventos de clarisas se habían cerrado por falta de vocaciones juveniles, pero la costumbre se había revitalizado. 
Las docenas de huevos empezaron a entregarse en muchos casos a los centros benéficos de caridad más próximos al oferente, atendidos por otras instituciones religiosas. Con frecuencia ya no se visitaba a las monjas, sino que se les comunicaba la fecha en que se deseaba la encomienda del buen tiempo y se les hacía llegar una limosna como compensación de las claras. Cuando estos encargos telefónicos, telegráficos o epistolares venían de muy lejos, las propias clarisas sugerían que la ofrenda de huevos, o su importe, fuera entregada a los pobres. Imperativos de orden social y exigencias prácticas, en muy pocos años habían hecho extensible a cualquier tipo de ceremonias, festejos y celebraciones aquella curiosa tradición de bodas."

Y así seguimos la recta de la calle Covadonga, llamada así "Desde acuerdo municipal de 1869. Antes se llamaba Estanco del medio . No sabemos si á esta calle ó la sinónima de atrás se refiere el antiguo libro de Razón del Ayuntamiento que habla del Estanco el viejo", según resalta El Libro de Oviedo de 1887, obra de Fermín Canella Secades


A continuación la calle Covadonga se cruza con la calle Alonso de Quintanilla, contador de la corte de los Reyes Católicos y benefactor que fue de este monasterio, llamada así por acuerdo del pleno del Ayuntamiento del 28 de mayo de 1887, considerando su vinculación con el convento. Fue abierta en terrenos de la antigua huerta monacal, expropiada hacia 1845


"Inicialmente era una calleja estrecha", nos dicen en la Enciclopedia de Oviedo, no tanto por la existencia de dos martillos urbanísticos en el edificio del convento como por las edificaciones que se permitieron en la acera de enfrente, como la Fábrica de Fundición y Construcción de Bertrand, de Charles Joseph Bertrand Demanet, empresario belga afincado en la ciudad, quien había adquirido también terrenos en la antigua huerta monacal, haciendo también su casa. Pero en 1931 fue ampliada y prolongada hasta la cercana calle Caveda antes mencionada, suprimiéndose dichos martillos y desapareciendo con ello la antigua Plazuela de los Vizcaínos aquí existente


La plazuela ya existiría desde antes de la desamortización, según este dato que nos proporciona Adolfo Casaprima Collera en su Diccionario geográfico del concejo de Oviedo, en el que nos informa de la prolongación del camino hacia el cercano barrio de Foncalada haciendo un paseo:
 "En 1803 se habilitó un paseo entre la plazuela existente frente al convento de Santa Clara (hoy sede provincial de la Hacienda Pública) hasta la entonces llamada carretera general al Gijón (que comenzaba en el cercano Pumarín, construyendo un canapé para rematar la obra y dejar constancia de la ejecución. El paseo permitiría a las casas de la aldea suburbana ir integrándose poco a poco en la ciudad, según esta fuese creciendo hacia el norte urbanizando los márgenes de la propia carretera"

En febrero de 1803, con la obra ya en marcha, el obispo Juan de Llano Ponte ofrece al Ayuntamiento fondos para contribuir a la misma "en agradecimiento a las rogativas en su favor que el Ayuntamiento había impulsado cuando padecía una enfermedad", nos dice la Enciclopedia de Oviedo . El 14 de agosto de 1930 la calle Alonso de Quintanilla fue rebautizada como Alfredo Cañal, "en honor del presidente del Casino Español de la Habana, asturiano de nacimiento", mientras se le daba el nombre de Alonso de Quintanilla a la de González Besada, pero esto duró poco, pues "ya con la II República, el 14 de agosto de 1932, juzgó conveniente el Ayuntamiento de Oviedo revocar la anterior decisión restituyéndoles a las calles Alonso de Quintanilla y González Besada sus denominaciones".


En la esquina de la izquierda está la Taberna A' Carballeira, por si alguien quiere ya degustar especialidades gallegas antes de llegar a Galicia y, a la izquierda, La Floristería de Cristina, para quien desee hacer un obsequio a sus acompañantes y empezar el Camino con buen pie y alegría


Seguimos todo recto por la calle Covadonga arriba, que seguiría más o menos el trazado del antiguo Camín Real de Galicia que salía de la Puerta de Socastiello y tomaba rumbo oeste


Si bien no es una calle muy ancha conforma todo un eje comercial con gran trasiego de gentes y vehículos, conformando con las calles aledañas toda una red viaria con abundantes tiendas de todo tipo, constituyendo una gran 'zona de compras' en el ensanche ovetense


A nuestra izquierda, el Hotel Covadonga lleva, además del de la calle, el nombre de otro antiguo hotel ovetense, histórico y desaparecido, si bien no aquí situado, el también conocido como Covadotel. De su historia nos cuenta Carmen López Villaverde, directiva de la Sociedad Protectora de La Balesquida:
"A finales del siglo XIX existían en Oviedo algunos hoteles de lujo que supusieron una moderna transformación en el hospedaje de viajeros. La clientela que se alojaba en ellos era muy distinguida relacionada con viajes de actividades comerciales importantes o de asuntos profesionales, lo mismo que también turísticos. 
Uno de ellos, muy renombrado y acreditado fue el HOTEL COVADONGA, «COVADOTEL». Así se anunciaba en su dirección telefónica y telegráfica en una época en que internet, imprescindible hoy día, estaba a años luz. 
Ofrecía servicio de telefonía urbana e interurbana en todas las habitaciones y además servicio de automóviles a todos los trenes. Sus elegantes dependencias reunian a toda la alta sociedad ovetense . Era uno de los más renombrados de Asturias. Al comedor, ubicado en el piso principal se asistía de rigurosa etiqueta y cada tarde, a las 5h, se servia té con pastas. Destacaba, este comedor, por su profusa decoración que contrastaba con la sobriedad del mobiliario. 
¿Dónde estaba situado? En pleno centro de la capital, en la calle Mendizábal haciendo esquina con San Francisco y compartía sus locales con el Banco Asturiano de Industria y Comercio, hoy BBVA, imponente edificio, obra de D. Miguel de la Guardia. El hotel ocupaba 3 plantas que miraban a la calle Mendizábal y a parte de la rotonda."

La calle sube suavemente en ligera rampa ascendente entre los altos edificios que proyectan su sombra sobre la misma, formando en ocasiones una cierta umbría


Las macetas y farolas isabelinas conforman el característico estilo Oviedo imperante en el mobiliario urbano aquí y en toda la ciudad y núcleos urbanos del concejo. A nuestra izquierda nos cruzamos con la calle Posada Herrera, político llanisco de la Restauración borbónica, antes llamada Milicias Nacionales, nombre que se conserva más arriba en la misma vía y que no tiene que ver con la Guerra Civil sino con la de la Independencia o francesada y la Carlista o carlistada, leemos en la Enciclopedia de Oviedo:
"El 3 de agosto de 1874 el Ayuntamiento de Oviedo otorgó el nombre de Milicias Provinciales, sustituido el 28 de mayo de 1887 por el de Posada Herrera, para darle definitivamente el 11 de febrero de 1937 el de Milicias Nacionales. 
Su nombre proviene de las Milicias provinciales, que eran fuerzas del Ejército regular, en desuso tras la guerra de la Independencia. Son diferentes de las Milicias nacionales, cuyo carácter era político y aparecieron precisamente a partir de aquella época, durante las guerras carlistas."

Este tramo de calle a nuestra izquierda sí mantuvo su nombre de Posada Herrera, y así lo explicaba en 1887 Fermín Canella en su Libro de Oviedo:
"Enagenado modernamente el antiguo cuartel de Milicias, á la calle que por el Norte limitaba el edificio y comunicaba con el Campo, en acuerdo municipal de 1874 se le dió el nombre de aquella gloriosa institución militar, que desde su instalación en 1598 tuvo memorables páginas en la historia asturiana. Mas por nuevo acuerdo municipal de 1887 se cambió la dicha denominación en honor del insigne repúblico D. José de Posada Herrera, presidente del Consejo de Ministros, del de Estado y del Congreso de los Diputados, verdadero organizador de la Administración provincial y municipal de España. Siendo el recuerdo justo y merecido para el célebre estadista asturiano pudo tener aplicación en nueva y más extensa vía y de este modo hubiera quedado la calle de Milicias con su significación histórica."

A nuestra derecha está la Plaza de Longoria Carbajal. Por esta zona, hacia la calle Caveda (al fondo a la derecga, fue donde estuvo el Estanco de Atrás, otra de las grandes charcas que se formaban en esta parte de la ciudad con los arroyos que se estancaban aquí. Fue, como la del Estanco del Medio, desecada a mediados del siglo XIX y el lugar era aún totalmente rural en 1883, con hórreos y quintanas, cuyos habitantes eran llamados fariñones dada la fama de las mujeres para hacer boroña, pan elaborado con harina de maíz. Consultamos nuevamente la Enciclopedia de Oviedo:
"El nombre de estanco parece ser una degeneración de estanque, alusivo a dos grandes charcas de agua que se formarían a partir de dos corrientes procedentes del Suroeste de la ciudad y del Campo San Francisco que tras discurrir por delante del Pontón de la Galera y la huerta del Monasterio de Santa Clara venían a remansar primero en lo que se llamó el Estanco del Medio y a continuación en el Estanco de Atrás."

Fue el 14 de noviembre de 1885 cuando 'nació' esta plaza de resultas de la aprobación del proyecto de comunicación entre esta calle Covadonga y la del Estanco de Atrás, actualmente Caveda. Más antiguamente estuvo aquí además el Hospital de la Universidad u Hospital de los Estudiantes, construido en 1614, seis años después de inaugurarse la Universidad de Oviedo, fundada realmente casi cuatro décadas atrás sobre el papel según disposición testamentaria del inquisidor Ferrnando Valdés Salas 


No obstante el hospital, en cuya fachada se leía, según la gramática del momento, "Esta casa es del ospital de la Unibersidad", no tuvo mucho éxito pues "como los estudiantes siempre resistieron curarse y recogerse en él", dice Fermín Canella, "el edificio y las rentas se agregaron al Colegio de Huérfanas Recoletas en 1768", siendo demolido a finales de la misma centuria


El Estanco del Medio y de Atrás es como titula su artículo al respecto de este rincón ovetense el erudito investigador Carlos Fernández Llaneza en su blog Es Oviedo:
"Son estas líneas de hoy fruto de un ejercicio que me place: jugar con la imaginación. Soñar con un Oviedo que ya no existe ¿Cómo sería aquel Oviedo anterior a todo lo conocido? Imaginar momentos y lugares que ni siquiera han perdurado en foto alguna. Tiempos con una realidad urbana totalmente desconocida. Zonas que hoy serían completamente irreconocibles. Y en estas, de vez en cuando, se te cruza algún texto, alguna página volandera que alimenta esa curiosidad insaciable y te lleva en a fantasear con escenarios que hoy son, sencillamente, imposibles. Y así me pasó hace días cuando hablando de la calle de Covadonga se cruzó de nuevo en mi camino la denominación "Estanco del Medio". No era la primera vez. Así que vamos a profundizar un poco más e intentar descubrir un paisaje en el que no era difícil encontrar, dentro de la propia ciudad, charcas o lagunas; no en vano, ¿qué era el Fontán más que una laguna? Para saciar esta curiosidad recurro a la obra de Jesús Antonio Pérez González "El barrio de Uría en Oviedo" (1977). También, cómo no, a Tolivar Faes y a su obra imprescindible sobre nombres de las calles ovetenses. Y así descubro que sobre las actuales calles de Covadonga y de Caveda, conocidas en tiempos como "Estanco del Medio" y "Estanco de Atrás" respectivamente, existía a mediados del siglo XIX un pequeño barrio obrero, casi rural. El origen de ese topónimo vendría de los remansos de las aguas venidas del Campo San Francisco y de los desagües de la ciudad, aguas que pasando por el pontón de la Galera (zona de la actual plaza de la Escandalera), seguían por la huerta del Convento de Santa Clara para remansar primero en el "Estanco del Medio" y luego en el "Estanco de Atrás". Sería, por tanto, una corrupción de la palabra "estanque".  
El 28 de mayo de 1877 el ayuntamiento acuerda que la calle "Estanco de Atrás" pase a llevar el nombre de "Caveda", en memoria de José Caveda y Nava. El 7 de agosto de 1869 se le otorgó el nombre de "Covadonga" a la conocida hasta entonces como "Estanco del Medio".  
Los nombres de Estanco de Atrás, Nuevo o Estanco de abajo no son ninguna novedad en el Oviedo del XIX. En un documento del 1 noviembre de 1286 aparece ya esta denominación. Por supuesto, en siglos posteriores se encuentran con facilidad numerosas referencias más.  
En otra obra imprescindible para conocer nuestra ciudad, "El libro de Oviedo" de Fermín Canella, también encontramos información sobre la zona: "Aquellos vecinos, generalmente labradores, echaban narbaso y otros rastrojos a ambos estanques que se quitaron en 1824 y antes se salvaban con un tránsito especial para la gente de a pie. Las mujeres del Estanco de Atrás se dedicaron con preferencia a amasar y vender boroña, por lo que se las llamaba "boroñeras" y "fariñeras", mote del que no se libró ni el San Bernabé de la capilla. Por eso se le cantaban estas giraldillas: Fariñines del Estanco / non bajéis a la Noceda / que vos la tienen jurada / les de la calle la Vega."  
En el próximo paseo urbano que nos lleve por Caveda o Covadonga, cerremos los ojos un segundo e intentemos imaginar aquel Oviedo tan distinto aunque, quizá, no tan distante."

Conchas de bronce en el suelo jalonan y señalizan el recorrido urbano del Camino de Santiago


A la izquierda otro hotel, el Longoria Plaza. No queremos dejar esta zona sin recordar en en la Plaza de Longoria Carbajal estuvo el Popular Cinema, del empresario Constantino María Fernández Arango (fundador de Cines Arango), que cerró en 1975, pasando luego a ser el Gran Cinema y, finalmente, Real Cinema hasta su final definitivo en la última década del siglo XX. De ellos y de otros desaparecidos cines ovetenses escribe José Ignacio Gracia Noriega en La memoria del cine de otro tiempo, para su serie Territorios perdidos: , que extraemos de la página del escritor pero fue publicado en el periódico La Nueva España del 27-10-2012:
"Leemos en La Nueva España la posibilidad de que cierren las últimas salas de proyección cinematográfica de Oviedo: lo que es una mala noticia, porque los cines animaban mucho a la ciudad, a cualquier ciudad, y en sus años de esplendor el exterior de los edificios destinados a cines era así tan mágico como lo que aguardaba en el interior. las fachadas iluminadas y parte de ellas ocupadas por enormes carteles que anunciaban la película proyectada dentro daban vida y colorido a las noches de nuestras ciudades, a las noches de Oviedo. Los cines eran el gran atractivo y la gran referencia de las ciudades, sustituyendo los nombres de las calles. Era corriente preguntar por una dirección y que le contestaran: «Eso queda cerca del Real Cinema» o frente al cine Principado o al Ayala. Con el tiempo, después de haberlo sido todo, los cines fueron desplazados de las calles del centro, pasaron a ser instalados en calles más alejadas y finalmente en el extrarradio. Los últimos cines en cerrar del centro de Oviedo fueron los Brooklyn en 2007. Ahora la amenaza se cierne también sobre los cines situados en Los Prados. Cines lejanos como los «Tambores lejanos» de la mítica Película de Raoul Walsh en la que Gary Cooper se afeitaba en seco y mataba a un indio bajo el agua, con la que se inauguró el Cine Colón de Gangas de Onís. 
Cuando los cines se encontraban en el centro le daban un gran aspecto a la ciudad. Se iluminaban maravillosamente para las sesiones nocturnas, que eran las más importantes, reservándose la de la tarde para un público infantil, destacando sus luces sobre las de los escaparates de los comercios circundantes. Si el cine era de estreno, la fachada estaba ocupada por monumentales anuncios de la película en cuya confección derrochaban su genio estupendos rotulistas anónimos con prodigioso sentido de la perspectiva y de la proporción. Aquellos grandes rotulistas captaban el momento esencial: a Clark Gable descendiendo su rostro hacia Vivian Leigh en «Lo que el viento se llevó», a Gregory Peck con una mano sobre Ann Blyth y otra sobre el timón de «La Favorita» en «El mundo en sus manos», a Errol Flynn con arco y sombrero de caza verde en «Robín de los bosques», a Gary Cooper caminando solitario en «Solo ante el peligro», a Gene Kelly, Debhie Reynolds y Donald O'Connor con gabardinas amarillas y felices bajo los paraguas en «Cantando bajo la lluvia», el tenebroso rostro de Boris Karloff en «Frankenstein»... Aquello era vida y era el sueño, y nos atraía poderosamente. 
Y no terminaban ahí las magias. En el exterior del local se colocaban carteleras: fotografías de las escenas culminantes de la película que se iba a ver. Uno podía imaginarse la película mirando la media docena o la docena de fotografías colgadas de la cartelera, aunque una vez dentro la proyección siempre ofrecía sorpresas inesperadas. Las carteleras más vistas eran las del cine Aramo, debido a que su contemplación su-ponía un breve reposo de los paseantes de la calle Uría, ritual ovetense desde las siete u ocho de la tarde hasta las diez de la noche. A la caída de la tarde, todo el mundo salía a pasear, llenando la acera derecha de la calle Uría. Se paseaba en gupos, las personas mayores al cnizarse con conocidos se saludaban ceremoniosamente, y entre la gente joven la separación de chicos y chicas se observaba tan escrupulosamente como en las clases de Religión de la Universidad dadas por el canónigo don Cesáreo. Las chicas iban cogidas del brazo y los chicos procuraban no toser con el humo de sus primeros cigarrillos. Si una chica mostraba interés hacia un chico era porque «refrescaba» por él. Al verle, como la chica iba enlazada con las amigas, éstas se reían, la chica bajaba los ojos y el chico se ponía colorado. En fin, aquello no era lo ele ahora, pero no me negarán que tenía su encanto. Y también su riesgo, pues de pronto so-naba una campanilla en uno de los pisos altos del edificio del cine Aramo o en el edificio de al lado y acto seguido caía un tiesto lanzado contra la calle por un vecino pintoresco. Desde otro de los pisos, el novelista José Luis Martín Vigil, vestido de jesuita y con un peluquín, escribía novelas «fuertes» sobre la «justicia social» y soñaba con efebos. 
Recuerdo haber visto en el Aramo mi primer «scope»: «El diablo de las aguas turbias», de la queme impresionaron dos escenas: la muerte de un chino a golpes de tina llave inglesa en la bodega del submarino y otra escena en la que el científico, al cerrar apresuradamente la escotilla, queda con el dedo pulgar aprisionado y Richard Widmark se lo corta con un cuchillo. En el descanso de esta película anunciaban la siguiente, «Coraza negra», distribuyendo aquellos inolvidables programas de mano, que en este caso era una coraza negra que se abría, con los nombres de los actores en letras rojas: Toni Curtis, Janet Leigh, Barbara Rush, David Farrar, Herbert Marshall. También proyectaban un tráiler, con el que pasábamos a tina Edad Media luminosa y azul desde las heladas aguas árticas por las que surcaba el submarino comandado por Richard Widmark. En la actualidad se han puesto de moda los tráileres o avances de las películas, debido sin duda a que como en el cine ya está todo hecho (el de hoy se reduce a efectos especiales) hay que vender como nuevas cosas antiquísimas. 
El cine Aramo tenía también la ventaja de estar constnrido en los bajos de un edificio muy sólido según Joaquín Manzanares, el cual tenía mucho respeto a las tormentas y cuando empezaba a tronar sobre Oviedo se refugiaba en el Hotel Principado o en el cine Aramo. 
El Real Cinema era el más intelectual (¡allí pusieron «El año pasado en Marienbad»!), antes de que abriera el Palladium, la intelectualidad suma. En el cine Ayala y el cine Principado se hicieron las primeras proyecciones de 70 mm. El Campoamor era el cine más señorial de la ciudad, aunque no el de mejor programación: allí vi «Hércules» con Juan LuisVigil y Valentín Monte la tarde que nos examinarnos de la segunda parte de la reválida de cuarto. Y el cine Filarmónica y el Santa Cruz eran de reestrenos, pese a estar en el centro. No se me olvidará la ocasión en que vi «La diligencia» en el cine Roxy, teniendo al lado a un incivil a quien le olían los pies. En el cine Asturias se proyectaban deliciosas películas de aventuras como «Kim de la India» y «Jíbaro». Tenía patio de butacas y anfiteatro muy decrépitos y en cierta ocasión unos espectadores de arriba arrojaron al patio de butacas tierra y piedras al grito de «¡Se cae el cine!», originando la consiguiente desbandada, porque podía ser verdad. 
Aquellos viejos cines que olían a desinfectante tenían un amplio vestíbulo al que se salía a fumar durante el descanso y en el primer piso estaba el ambigú, en el que se podía tomar una copa, un refresco, un bocadillo y comprar cualquier chuchería que amenizara la proyección de la película, ¡menos palomitas de maíz!! Lo de las paloititas de maíz fue una americanización posterior. Por lo general no se iba al cine a comer, sino a ver la película, de la misma manera que antes se iba a la plaza a ver los toros y no a merendar. Este país es absurdo: es el más norteamericanizado del mundo, pero sus gobernantes «progres» son, erre que erre, furiosamente antinorteamericanos; y la extrema derecha igual que ellos, porque nos ganaron en Cuba y nos echaron de allí por defender el proteccionismo catalán. Tres timbrazos alertaban a los espectadores que se encontraban fuera de la sala, fumando en el vestíbulo o bebiendo en el ambigú: al tercero empezaba la proyección después de que se apagaran todas las luces. Y se hacía la luz y veíamos en primer lugar el rugido del león de la Metro Goldwyn Mayer, el escudo de la Wamer, la antorcha de la Columbia, el planeta girando de la Universal, el monumental sello de la 20 Th.Century Fox con su trompetería muy adecuada para introducir en películas de romanos. Y la linterna del acomodador guiando a los rezagados. 
Los cines tuvieron una importancia considerable en la hostelería. Había sesiones a las cinco de la tarde, siete y media y once menos cuarto de la noche, a no ser que las películas fueran de duración desmesurada, como «Los diez mandamientos», «Ben Hur» y «Cleopatra», por lo que muchos espectadores al salir de la sesión de las siete antes de las once menos cuarto cenaban de restaurante. Cenar y luego ir al cine era el programa completo; o mejor cenar después de ver la película porque de ese modo no había que estar pendiente del reloj. Para los de la sesión de las cinco había grandes cantidades de pinchos dispuestos sobre las barras de los bares cercanos, como en el Barín, frente al cine Filarmónica. Hoy todo eso se ha perdido. Ya casi nadie sale a cenar por las noches (los restaurantes y las calles están vacíos a las diez), los cines han sido expulsados del centro de la ciudad y ahora están a punto de desaparecer y sólo quedan lugares para el vociferante «botellón». El mundo ha cambiado y no siempre para bien. Se quejaba Gonzalo Suárez porque la España de antes era «un país tristón». Pues como a ésta no la alegre él con sus películas deprimentes..."

Foto: Far West

En Oviedo - Popular Cinema 1922-1932 / Gran Cinema 1932-1975 / Real Cinema 1977-1998, de Prospectos de cine de Paco Moncho,  se nos ofrecen las fechas y nombres de esta saga cinéfila en el antiguo Estanco de Atrás que ya era la Plaza de Longoria Carbajal y calle Covadonga:
"Popular Cinema (1922-1932), después Gran Cinema (1932-1975) y más tarde Real Cinema (1977-1998). El Popular Cinema fue el primer cine de la empresa fundada por don Constantino María Fernández Arango, inaugurado el 11 de noviembre de 1922 en la entonces llamada Travesía Calle Covadonga. Una sala poco adecuada que ya acomete la primera reforma en 1932, tras la que cambia su nombre por el de "Gran Cinema" como dice el diario Avance en su edición del 9-12-1932: "Reapertura de un cine. Hoy comenzarán las obras de instalación de un equipo sonoro en el antiguo local del Popular Cinema, propiedad de la misma Empresa que el Principado. Este local será además dotado de cómodas butacas y en él se presentarán tan buenos films como en los más caros salones. Bien venida sea la competencia, si viene sola.". Tras la reforma de 1932, el cine contaba con 200 butacas, ampliadas a 250 en 1954, siendo entonces el sobrino de Constantino, Manuel Fernández Aguirre Arango, responsable de la empresa. El Cinema reabría sus puertas con el estreno de la película Lili, dirigida por Charles Walters e interpretada por Leslie Caron, Mel Ferrer y Zsa Zsa Gabor entre otras grandes estrellas de la época. Además de estas mejoras en el local, al año siguiente, en 1955, el Real Cinema instala por primera vez en Oviedo la última tecnología del momento, el sonido estereofónico. En Octubre de 1975, casi sesenta años después de su apertura, el Cinema cierra sus puertas. TEXTO Y IMAGENES DE ; http://theendfarwest.blogspot.com
Colaborador: Davalet"
Foto: Far West

Siguiendo la reseña de Davalet nos encontramos con el blog Far West que, aunque aparece como "dedicado a los mejores westerns de la historia del cine" nos ofrece esta bella semblanza de los cines de la capital asturiana:

"El Popular Cinema fue el primer cine de la empresa fundada por don Constantino María Fernández Arango, inaugurado el 11 de noviembre de 1922 en la entonces llamada Travesía Calle Covadonga. Una sala poco adecuada que ya acomete la primera reforma en 1932, tras la que cambia su nombre por el de “Gran Cinema” como dice el diario Avance en su edición del 9-12-1932: “Reapertura de un cine. Hoy comenzarán las obras de instalación de un equipo sonoro en el antiguo local del Popular Cinema, propiedad de la misma Empresa que el Principado. Este local será además dotado de cómodas butacas y en él se presentarán tan buenos films como en los más caros salones. Bien venida sea la competencia, si viene sola.”.  
Cuando era un niño, cuando mis padres me llevaban al cine era sin lugar a dudas un premio y un gran día de fiesta para recordar. Tras décadas colmando de ilusiones a los espectadores, de nada les valió, invertir en el mejor sonido, en las mejores pantallas, en las mejores programaciones y en las mejores butacas, era el principio del fin de las salas clásicas de cine. Por los viejos cines de la ciudad de Oviedo pasaron películas muy buenas. Y en sus butacas mi memoria tiene muy buenos recuerdos, grandes carcajadas, grandes emociones, y sobre todo grandes tardes de entretenimiento. 
Recuerdo como si fuera ayer, cuando disfruté de los últimos grandes westerns rodados en los años 90: “El jinete pálido” (1985) de Clint Eastwood, “Bailando con lobos” (1990) de Kevin Costner, “Sin perdón” (1992), “Geronimo” (1993) de Walter Hill, “Tombstone: la leyenda de Wyatt Earp” (1993) de George Pan Cosmatos, “Wyatt Earp” (1994) de Lawrence Kasdan, y “Open Range” (2003) de Kevin Costner. Todas estas películas las disfrute en pantalla grande, en los cines urbanos de la ciudad de Oviedo. ¿Os acordáis de esa vieja sintonía que escuchábamos antes de comenzar nuestras películas en el cine?, creo que también se ha perdido junto con los cines."



Seguimos en suave cuesta arriba, se dice que la calle Covadonga son unos doscientos metros de calle y unos cuarenta locales comerciales, aunque no pocos están abiertos, pues así lo explicaba La Voz de Asturias del 25-5-2020 en La calle del centro que bate records: 20 comercios cerrados en un paseo de tres minutos:
"No llega a 200 metros, apenas un paseo de tres minutos. En ese tramo en pleno corazón de Oviedo acumula más de 40 locales comerciales y de ellos la mitad están cerrados. Varias son las razones del fracaso de la calle Covadonga, que sin embargo está a pocos metros de la zona comercial más cotizada de la ciudad.   
Los precios de alquiler, para el lugar y comparados con su entorno, son relativamente moderados: 1.200 euros al mes para un local pequeño de unos 30 m2 con almacén o planta baja de 50 metros; un local grande de 500 m2  cuesta solo 2.500 euros mensuales cuando en una calle cercana ese precio se duplica o triplica. 
¿Cuál es la razón de que la calle Covadonga sea, en general, un fiasco? La responsable de una agencia inmobiliaria que prefiere no decir su nombre da algunas claves: La primera es la visibilidad. Se trata de una calle estrecha y además, una de las pocas por las que sigue circulando el tráfico rodado, por lo que «tiene unas aceras que se han reducido al mínimo». Eso no permite tener perspectiva, ver por dónde pasa uno y tampoco pararse mucho a mirar escaparates. «No nos engañemos, no es una calle agradable para pasear», añade, como ocurre con otras peatonales cercanas. 
La agente inmobiliaria solo ve una solución inmediata: que el ayuntamiento decida peatonalizar Covadonga (y por tanto todo el eje que parte desde Uría, la calle Melquíades Álvarez). Pero hay un obstáculo polémico y casi insalvable: esa es de momento la única vía de entrada y salida al párking de Longoria Carbajal, por lo que la peatonalización resulta más compleja de lo que parece.  
En segundo lugar, muchos locales son en general antiguos, estrechos, con un escaparate muy reducido y una geometría difícil. «Hay muy pocos con el tamaño adecuado para una franquicia interesante, por lo que están abocados al pequeño comercio. Poca gente de este sector quiere o puede afrontar una reforma costosa». 
No hay un gafe a priori. Algunos de los negocios de Covadonga llevan años abiertos y funcionan; la gente los conoce y acude a ellos. Pero son pocos. La mayoría de los locales abre y cierra constantemente, «lo que de alguna forma impide que se consolide una imagen de calle que identifiquen los compradores. Todo el mundo recuerda donde está tal o cual marca, pero es difícil pensar qué hay en Covadonga», concluye. 
Las grandes marcas, según una conocida auditora, «tardan años en encontrar el local idóneo» por motivos de tamaño y ubicación, para ellas más importantes por su imagen, incluso que el precio. Obviamente nadie quiere perder dinero: según esa misma auditora, el alquiler debe suponer como máximo el 15 o 20% de las ventas, pero en una conocida firma de ropa esa cifra se alcanza con relativa facilidad… si el sitio es el adecuado."

A nuestra derecha La Casa del Bacalao y, seguidamente, la Pastelería Asturias, inaugurada en 1946, como nos informan en su página web:

"Nuestras puertas se abren y nuestros escaparates se llenan en 1946 de la mano de Rosa y Emilio José (Pepito). Rosa, hija del afamado pastelero lavianés, Gersán, creador en 1912 de uno de nuestros pasteles mas icónico , el Bartolo, y su marido Pepito , abandonan su querida Laviana y comienzan su andadura en solitario en Oviedo bajo el nombre de “Confitería Asturias”. 
La tradición ya está ahí y la modernidad comienza cuando su hija Manuela (conocida como Noli) y su marido Ataulfo toman las riendas del negocio. Con la mente siempre enfocada en el sabor de la tradición y la calidad en la materia prima, viajan alrededor de todo el mundo visitando ferias y exposiciones, Munich, Colonia, Dusseldorf, París, Berlín, Rimini, Viena, Las Vegas ,son una muestra de ellos, para incorporar tanto maquinaria, técnica y moldes mas vanguardistas. 
Precisamente de las manos de Ataulfo surgen nuestras famosas “Letizias”, la historia del nacimiento de ellas es curioso. Mientras Ataulfo y su amigo Luis Riera estaban viendo el compromiso de los Reyes, Felipe y Letizia, Luis le comenta a Ataulfo, tienes que hacer un pastel con el nombre de Letizia. Sin pensárselo 2 veces , al día siguiente Ataulfo ya estaba elaborando el pastel, pastel que el día de la boda lo coronamos de blanco y vendimos mas de 6000 unidades. 
Ahora su hijo Cesar es quien regenta la pastelería, ha complementado su formación en Francia, Lérida, Barcelona, Japón. 
Y ojo que su hijo Borja ya está en el negocio. Al igual que somos una Confitería de muchas generaciones, pretendemos seguir endulzando a varias generaciones de familias."

Foto: Pastelería Asturias

Las Letizias de la Pastelería Asturias son parte de El sabor dulce de Oviedo para la periodista Idoya Rey de El Comercio y con tal frase pone título a su reportaje de diversos pasteles singulares de las confiterías ovetenses que sale publicado en la edición del 15-5-2017:
"... un pastel que ideó Ataulfo Valdés con la colaboración de Luis Riera el mismo día en que el ya rey Felipe VI anunció su compromiso matrimonial con una ovetense, la reina Letizia. «Pensé que era un nombre muy guapo para un pastel y Luis me dijo que lo hiciera. Hice varias pruebas hasta que salió», cuenta Ataulfo Valdés, al frente de un negocio que montó la familia de su mujer en 1946.

El resultado de esos ensayos es un pastel de almendra escaldada, cubierto con una capa de yema tostada, un dulce que recorrió buena parte de las televisiones del mundo. Porque la noticia del enlace hizo que las Letizias se hicieran famosas. Máxime cuando Valdés anunció que el día de la boda se vestirían de blanco. La pequeña corona de chocolate que llevan como ornamento se vistió de boda y solo ese día en la Confitería Asturias se rozaron los 6.000 pasteles vendidos. A Valdés le consta que la reina que les da nombre los ha probado y unos cuantos años después sigue siendo uno de los dulces reclamados por los turistas."

Un poco más arriba, la discoteca La Moncloa, una de las que 'resisten' a los cambios del ocio nocturno, como cuentan en La Voz de Asturias del 8-5-2023:
"El ocio nocturno ha cambiado con los años, también en Oviedo. Pero hay locales grabados a fuego en la mente de muchas generaciones, pues entre sus paredes y al ritmo de la música de cada momento pasaron noches enteras de diversión. Dependiendo de cuál fuera tu año de nacimiento, recordarás nombres como el Canary, el Bombé, Whippoorwill o La Real. La Moncloa o la sala Estilo resisten y otras se han convertido en una referencia para las noches de fiesta de los más jóvenes, como el Salsipuedes o el Tribeca. También son muchos los pubs, algunos ya cerrados, que han marcado la vida de numerosos ovetenses."

Más conchas peregrinas en la acera. A la derecha la entrada a la Galería Comercial Núcleo


A la derecha la Droguería-Perfumería Syria, fundada en 1955 y que es otro de los comercios más antiguos de la calle y de la ciudad, "con más de seis décadas de historia" titulaba para La Voz de Asturias Esther Rodríguez el 28-2-2023:
"Aunque resulte utópico, el pequeño comercio vivió durante varios años su edad dorada. Una época que se queda en el recuerdo de muchos comerciantes que a día de hoy ven como sus ventas cada vez van a menos. La elevada subida de los precios, sumada al cambio de modelo de consumo y a la pérdida del poder adquisitivo de la mayoría de las familias lleva a que mantener las puertas abiertas de una tienda local sea un auténtico retoAntonio González Álvarez está totalmente convencido de que en menos de 10 años los negocios tradicionales habrán desaparecido. «Quedarán cuatro contados», asegura. No obstante, él sigue luchando contra viento y marea por continuar con la actividad de la Droguería-Perfumería Syria, en Oviedo, donde todavía es posible encontrar artículos de toda la vida como la espuma de Patrico, la cosmética de Bella Aurora o los productos de mantenimiento de madera de Avel. 
El emblemático establecimiento, situado en el número 19 de la calle Covadonga, cumple nada más y nada menos que 68 años en este 2023. Fue el padre de Antonio González quien tomó en el año 1955 las riendas de este negocio que antiguamente también era una droguería. «Mi padre trabajaba en una fábrica de pinturas y como antes en las droguerías se vendían muchas pinturas porque las personas se encargaban del mantenimiento de la madera, los muebles y las ventas, pues vio la oportunidad de cogerla», señala González antes de confesar que aunque su progenitor conocía «esa parte» de la tienda, los comienzos no fueron nada fáciles. 
«Tanto él como mi madre tuvieron que trabajar muchas horas. Además necesitaron pedir un préstamo porque la mercancía que ya había en la droguería la tuvieron que comprar. Vamos, que empezaron de cero y, como todos los principios, fue complicado, porque lo único que puedes hacer es intentar no perder dinero», resalta Antonio González. En este punto el droguero apunta que hoy en día es «difícil» entender la situación. «Yo, cuando a veces miraba lo que apuntaban en los libros, veía que solo habían vendido 35 pesetas en un día... Pero claro, no se puede comparar con el euro. De aquella, si te pones a pagar el alquiler, el préstamo y la mercancía, más lo que tienes que dejar para ti, las ganancias serían ínfimas», reconoce. 
No fue hasta el año 1995 cuando Antonio González se puso al frente del negocio familiar. Desde un primer momento mantuvo la misma línea de productos que comercializaban sus padres pero fue incorporando algunos nuevos para adecuarse a los nuevos tiempos y a la demanda. A día de hoy, de todos los artículos que se ofrecen en esta pequeña tienda del centro de Oviedo, los que más se comercializan son los de droguería. «No se venden todos los días porque es imposible, pero doy salida a muchos productos para el parqué, el suelo o para los muebles de madera de verdad. Además de limpiaplata o limpiametales. También la arcilla se vende muy bien», detalla Antonio González, antes de resaltar que «son cosas que tienen calidad y que no las encuentras en otros sitios».  
En cambio, en Droguería-Perfumería Syria se despacha muy poco de perfumería y cosmética, solo «cosas muy puntuales» porque «hay mucha competencia». «Tú vas al Mercadona y tiene una sección de perfumería, cremas y maquillajes a unos precios que son imposibles. Vas al Lidl y pasa lo mismo, incluso en el Alimerka», apunta. Además, «trabajar las líneas de color es muy complicado porque a los pocos meses cambian, tienes que mirar lo que vendiste y lo que no, volver a mandar a la fábrica que te los compra a mitad de precio, y es bastante complicado. Antes había casas que tenía muchas barras de labios, sombras de ojos, coloretes… y era terrible. Cuando te venía el pedido, sabías que había cosas que no ibas a vender, y estabas tirando el dinero», confiesa. 
La mayoría de los productos que se ofrecen en Syria son más caros que los que hay en las grandes marcas, pero la calidad no es la misma. «Hay gente que, por ejemplo, te dice que la cera es cara, pero claro, es de una casa que tiene todos los productos que parecen que son de lujo y cuyo resultado es muy bueno. Tú tienes un parqué o un mueble de madera bueno, de estos antiguos, y crees que con echarle cualquier cosa el mueble está superprotegido o lucido. Pues no. No se puede comparar el jamón de york con el jamón de pata negra porque no tienen nada que ver y eso hay gente que eso no lo aprecia, salvo la gente mayor que sí sabe qué es lo que realmente vale», lamenta Antonio González, quien a día de hoy vive momentos realmente complicados con la tienda. 
«Yo ya llevo 28 años al frente de la droguería y de ellos la mitad fueron de crisis. Si coges una época de 2 o 3 años de crisis y lo demás son años que poco a poco van mejorando, pues bueno, ni tan mal; pero claro, cogimos la crisis financiera del 2008, que fueron varios años muy malos, sin ningún apoyo. Ahí era "o pagas o cierra", porque no ayudó nadie: ni el Ayuntamiento, ni el Principado, y mucho menos el Gobierno Central. Salimos adelante solos hasta que llegó la pandemia del coronavirus, que sí que es verdad que tuvimos ayudas, y menos mal, porque si no, lo más seguro era que hubiese tenido que cerrar. Pero luego llegó la guerra, la subida de los precios y este año, aunque llevamos poco, veo que va a ser malo también», lamenta Antonio González. 
A pesar de ofrecer un trato más cercano y unos productos con una buena relación calidad-precio, lo cierto es que en la droguería, al igual que en resto de comercios de barrio o a pie de calle, transcurren las horas y «apenas entra gente». «Nunca me había pasado. Ahora ni siquiera vendo a principios de mes, que es cuando por lo general la gente tiene dinero porque acaba de cobrar, pero nada», confiesa Antonio González antes de resaltar que «cuando llegas a estas crisis, habiendo pasado la anterior en la que te quedaste descapitalizado porque todo lo que tenías lo gastaste, ya no te queda colchón y es duro». 
Una situación que cada vez asfixia más. «Ahora, este año pagas más de cuota de la seguridad social, el alquiler es más, con el resto de recibos pasa lo mismo y claro, vas sumando gastos, pero tú vendes menos y los márgenes que tienes son más pequeños, porque los productos subieron, pero tú no te atreves a subirlos porque sino no los consigues vender. Entonces, a final de mes es muy difícil. No sabes cómo apañártelas para seguir, porque no tienes ayudas de nada y lo único que te funciona es arriesgar tu patrimonio para pedir un préstamo y aguantar con eso, pero no puede ser», señala. 
Además, por si fuera poco, el relevo generacional «ya ni existe». «El comercio da igual de lo que sea, si tienes una tienda pequeña que te puede dar para comer, vivir sin grandes lujos pero tranquilo, no te lo coge nadie. Sinceramente es muy esclavo porque no tienes fines de semana. El sábado por la mañana trabajas, cierras por la tarde, pero cuando te das cuenta, ya es de noche. Lo único que te queda es el domingo, que muchas veces, sobre todo, en épocas de crisis estás todo el rato pensando ‘a ver si me llega una factura y no voy a tener dinero para ese día' o ‘a ver si el lunes vendo más para poder llevarlo al banco'. No desconectas casi nunca. Es un poco esclavo, pero bueno al final llevas toda la vida aquí ofreciendo un buen servicio». 
Es por ello que Antonio González reclama a «todas las instituciones» locales, regionales y nacionales que protejan, aunque sea un poco, al pequeño comercio tradicional. «Llevas toda la vida pagando impuestos, dando vida a la ciudad y prestando un cierto servicio y ni siquiera te valoran. Se les cae la baba hablando de nosotros pero no saben el sacrificio que cuesta que mantengamos abiertas nuestras tiendas y además demos un buen servicio», implora antes de denunciar que las entidades competentes «solo miran por las grandes superficies», a pesar de que «aunque vayan a crear muchos puestos de trabajo van a destruir otros tantos más». 
«Si no se hace nada, el pequeño comercio va a desaparecer», alerta el propietario de Droguería-Perfumería Syria, quien reconoce que al final de mes el rendimiento económico que se obtiene en estas tiendas tradicionales no da para «nada» y, por tanto, «no merece la pena estar tantas horas aquí rompiéndote la cabeza». «Normalmente es difícil que debas dinero a nadie porque siempre intentas pagar todo, pero ahora, como los beneficios son tan mínimos, hay momentos en los que no sabes qué hacer porque ves que no llegas a todo lo que hay que pagar. Y eso te mata mental y moralmente, ya que, como nunca te pasó, es muy duro», reconoce. Aún así, Antonio González sueña con poder jubilarse en su tienda. «Llevo toda la vida aquí y es lo que más ilusión me haría, pero veo que va a ser muy complicado. Aún me quedan ocho años y voy viendo que cada año que pasa es peor, así que no sé en qué parará esto», asegura."

El escaparate aprovecha al máximo el espacio, pequeño que da acceso a esta tienda, que no era la primera vez que captaba el interés de la prensa por su solera. Unos años antes, el 24-1-2008 ya aparecía en El Comercio esta entrevista a su propietario:
"Las droguerías son tiendas donde se venden artículos que contienen componentes tóxicos como jabones, pinturas o colonias. Hoy en día, una de las más antiguas de la ciudad es la Droguería-Perfumería Syria, ubicada en la calle Covadonga, que abrió sus puertas en los años 40. Hace tan sólo 6 que Antonio Diego González la heredó de su padre. Es un establecimiento pequeño, la parte de la tienda apenas llega a los 17 metros cuadrado, pero su espacio está aprovechado hasta el último rincón. 
-¿Cómo sobrevive un negocio de estas características? 
-Estos pequeños negocios ya no funcionan, la competencia de las grandes superficies está acabando con ellos y muchos proveedores no nos abastecen. Todo es cuestión de números. Además, vendo artículos de los que la gente puede prescindir. 
-¿Qué clientela le queda? 
-Son personas que vienen por productos muy concretos de antes y además buscan asesoramiento. Muchos dicen que si algo no lo encuentran aquí es que ya no lo hay en ningún sitio. 
-¿Por ejemplo? 
-Cremas antiguas, abeñula (un producto especial para las pestañas), rímel en caja, colonias a granel; en fin, aquellas cosas de la abuela. 
-¿Y sobre qué cuestiones buscan asesoramiento? 
-Sobre productos de limpieza. Algunos tiene muebles antiguos y no saben cómo mantenerlos.Yo les hago preparados de vaselina y trementina. Pero ya nadie tiempo para limpiar como debería hacerse. Al tratarse de un producto graso deben ponerse de rodillas para extenderlo, dejarlo secar para que la madera lo absorba y después limpiarlo. 
-¿Añora aquellos tiempos? 
-Hace 20 años, vendíamos 10 veces más que ahora. Recuerdo que antes, cuando teníamos libros para apuntar las cuentas, siempre nos debían dinero. Era cuando empezaba el consumo y la gente tenía mucha picardía para escaquearse de pagar. 
-¿Y qué más recuerda de cuando era niño? 
-Que teníamos muchos artículos de estraperlo, sobre todo medias y lacas de uñas para las prostitutas. Entonces la calle Covadonga era la calle de las putas. Teníamos que esconder muy bien esos productos."

Vaya descubrimiento pues, el que nos hace Antonio Diego González cuando nos acercamos al final de la calle, donde también se encuentra, a la derecha, la marisquería La Goleta, emblemático establecimiento, abierto en 1980 por Marcelo Conrado Antón (luego por sus hijos Laura y Javier Antón Riestra) y decorado por el artista Chus Quirós que ha reabierto varias veces desde su cierre en 2017. Dos años atrás escribía Miguel Llano para El Comercio lo siguiente:
"Si hay un templo del marisco y el pescado en Oviedo, ese es La Goleta, en la calle de Covadonga. 
Con un refinamiento en el servicio propios de los grandes restaurantes, como es éste, y una decoración cuidada, que casi logra transportar al comensal al mismo mar, a pesar de situarse en el centro de Oviedo. 
Aquí hay que disfrutar de cualquiera de los pescados que se ofrecen, porque desde siempre en La Goleta hay eso, simplemente el mejor de los pescados y mariscos del Cantábrico. 
Ostras, besugos, lubinas, merluzas... Y también un perfecto jamón de bellota o una tortilla de merluza de las que merece la pena pedir en cualquier situación. 



Foto La Goleta Oviedo

Cerrado el restaurante en marzo de 2017, a la vez que el totémico de Casa Conrado (del que hablamos en la Plaza Juan XXIII) fundado por el mismo Marcelo Conrado Antón, reabrió en septiembre de 2018 con el empresario leonés Francisco Luis Álvarez, pasando a ser La Goleta de Quico por su hipocorístico. Sin embargo cerró a los pocos meses, en enero de 2019 "tras su singladura más corta", como señalaba la prensa. Volvió a abrir una vez más posteriormente también como marisquería y con otro concepto


Al final de la cuesta, acaba la calle Covadonga, dando paso a la de Melquíades Álvarez, que es otra de "las más céntricas de la ciudad, siendo la continuación de las calles Covadonga y Palacio Valdés hacia Uría para desembocar en la actual calle Independencia", como bien escribe Covadonga del Nero en El Comercio del 21-11-2022; es decir, señalando de manera precisa nuestro siguiente tramo caminero. A la derecha estaba el Bar Ludi, puerta a otra calle, la de San Bernabé, de la que, aunque no pasa el Camino, tendremos que hablar ampliamente; de momento aportamos este interesante escrito de Jose Ignacio Gracia Noriega, que la llama La Senda de los Elefantes, imaginémonos porqué:
"A la calle de San Bernabé la llamaban «la senda de los elefantes» debido a que, según la voz popular, en ella se agarraban grandes trompas. En realidad se trataba de un chiste con título de película de Elizabeth Taylor, debido a que en esa calle, aunque corta, había muchos bares. Pero nunca vi borracheras verdaderamente grandes, debido a que la mayoría de los bebedores eran gentes de edad madura, tranquilos y pacíficos, y acostumbrados a beber su ración diaria, cuyos límites (tantos vasos como aperitivo y tantos antes de cenar) sobrepasaban muy pocas veces. Además, sólo se bebía vino: era raro que se pidieran otras bebidas más contundentes, y quien lo hacía, evidentemente no era un asiduo de la calle. Porque en esa calle había clientes asiduos, e incluso clientes especializados en determinado bar y que no visitaban los bares de al lado, y que recorrían dos o tres bares y saltaban a otros tantos, o que entraban en todos. Según los clientes y según los días. La calle San Bernabé tenía sus prolongaciones hacia la calle Covadonga (el bar de Ludi, uno de los más pequeños de Oviedo, y cuyo lema era «calidad por comodidad») y hacia la calle del Doctor Casal (La Armonía, el bar Venecia, famoso por sus pinchos de queso de Cabrales, y naturalmente la sidrería de Marchica). Todos aquellos bares cerraban tarde, y para los horarios de ahora tardísimo: a las 12 de la noche todavía había en la calle mucha animación. Además, beber no estaba mal visto socialmente, y la gente no estaba obsesionada por su salud ni por hacer deporte: toda la actividad deportiva se reducía a ir al fútbol y comentar los partidos del Real Oviedo. No es necesario añadir que el ambiente de la calle era unánimemente oviedista. 
No voy a ponerme a entonar el consabido «todo tiempo pasado fue mejor», pero no cabe duda de que toda época tiene sus ventajas y sus inconvenientes, e incluso su propia manera de entender la libertad. En los años sesenta y hasta la mitad de los setenta, los partidos políticos estaban prohibidos y no había elecciones libres, pero la gente podía beber libremente cuanto quisiera y fumar en donde le apeteciera, y no había peligro de ser atracado o simplemente molestado por algún gamberro cuando el bebedor regresaba a su casa a altas horas y en ocasiones dando bandazos. Hoy tanto beber como fumar han sido restringidos hasta extremos alarmantes; digo alarmantes, no porque tome partido en lo que se refiere a la disminución del consumo del alcohol y del tabaco, sino porque puede representar una invasión del ámbito privado por parte del Gobierno. En poco más de un cuarto de siglo España pasó de ser un país de bebedores a convertirse en un país de gente moderada y salutífera. Decía el obispo Magee en 1872 que prefería una Inglaterra libre a una Inglaterra abstemia. De momento, aquí tenemos una España abstemia, aunque los recortes en las libertades y el intervencionismo, también en el ámbito privado, resultan bastante significativos. No obstante, los ciudadanos se lo toman con mucha tranquilidad, ya que aceptan que todas esas medidas coactivas son en favor de su salud y de su seguridad en la carretera. El día que el Gobierno les explique convenientemente que la mejor manera de evitar el dolor es no tenerlo, veremos grandes colas ante las salas de gaseamiento. A fin de cuentas, como dice el Doctor Muerte de Gijón, ¿qué más da tomar el tren de las 7 que el de las 7.30? 
Estoy convencido de que el personal es capaz de sacrificarse por la salud, por la seguridad y en general por todo lo que tenga un aspecto más o menos moderno. Hoy día se va en camino de sustituir los gimnasios por las tabernas como lugares de reunión. No cabe duda de que los gimnasios son más saludables, pero cuentan con el inconveniente de que son mucho más aburridos. Además, no sé qué conversación se puede mantener entre los jadeos de sudorosos tarzanes que ejercitan el músculo. Bien es verdad que de una conversación entre borrachos tampoco se puede sacar mucha substancia, y esto se nota muy bien cuando uno se ha vuelto abstemio (por prescripción facultativa, no por miedo a la Guardia Civil; que conste) y tiene la mala pata de aguantar a un borracho: entonces se da uno cuenta de que los borrachos son pesadísimos. 
Insisto, de todos modos, que en la calle San Bernabé no había borrachos, sino bebedores. Y como por lo general la frecuentaban muy buenos bebedores, a los borrachos se los miraba con prevención por encima del hombro. Podía emborracharse algún ciudadano un día que le cayó el vino en el estómago torcido, o que comió queso que le sentó mal (como en un cuento de Dickens); pero si el cliente se presentaba borracho en los bares todos los días acababa siendo rechazado tanto por el resto de los clientes como por los camareros y los dueños de los establecimientos. Aunque fueran bares que cerraban tarde, predominaban la limpieza, la buena educación y las buenas costumbres. 
La calle San Bernabé era una calle muy típica del vino, en sus mejores momentos empezaron a acercarse a ella algunos elementos perturbadores que vamos a denominar la juventud y la modernidad. Los jóvenes que empezamos a estudiar en la Universidad a comienzos de la década del sesenta entramos en la calle de San Bernabé con alegre familiaridad, pensando que aquel territorio era nuestro por derecho de conquista, y estábamos muy equivocados, porque en aquellos bares bebían pacíficamente bebedores de mucha solera y de gran categoría. Por ejemplo, a aquellos bares nunca entraban mujeres, salvo a los que eran también restaurante. No porque estuviera prohibido, sino porque estaba mal visto y se consideraba como una falta de decoro, del mismo rango que una mujer fumara por la calle o vistiera pantalones. Aquellas medidas no formuladas, sino implícitas, eran respetables, porque tampoco se permitía entrar a las mujeres con pantalones en las iglesias. En este sentido, yo me considero un adelantado del feminismo local, ya que entré con María Eugenia Yagüe en El Manantial y la clientela calló de golpe. Con todo el ruido y rumor de conversaciones que había, se hizo un silencio expectante, y estoy por recordar que incluso se disipó el humo de los cigarros. Por aquellos años María Eugenia estaba guapísima. Ahora sigue estando muy guapa, aunque más delgada. 
La modernidad y el deporte llegaron de golpe, como los estudiantes, aunque algo más tarde. Hasta aquella fecha fatídica, la única posibilidad deportiva de la calle era el bar Artabe, que pertenecía a un antiguo y legendario jugador del Real Oviedo, el incombustible Javier Artabe. Pero cierto día se abrió en la calle Caveda el club de judo Takeda. El judo era un ejercicio japonés que consistía en agarrar al otro por las solapas y tirarle al suelo. Una noche, ya muy de noche, estábamos bebiendo vino en el bar Asturias (también conocido por El Mesón del Pollo, porque tenía una freidora de pollos en el escaparate), varios clientes noctámbulos, entre otros el Poitu, un personaje muy popular en el Oviedo de hace treinta años, que había sido boxeador aficionado y era una máquina contando chistes: quiero decir que empezaba a contar chistes y no paraba, y como es natural, cuando contaba el chiste setecientos ochenta y cinco ya no tenía la frescura ni la gracia de los primeros. De manera que nos estaba contando chistes cuando entró un japonés grande, algo cargado de hombros, acompañado de un individuo del lugar que ofició de introductor y lo presentó como profesor de judo. Poitu preguntó qué era el judo y el japonés le hizo una demostración práctica. Agarró al Poitu como si fuera a hacer con él un paquete y acto seguido, Poitu fue al suelo. Se puso en pie con mucha calma, aunque mirando al japonés con una expresión en los ojos que decía «ahora verás», y acercándose al japonés, le soltó un gancho al hígado. El japonés puso los ojos en blanco y cayó como un saco de patatas. El boxeo, que es lo nuestro, se había impuesto al exotismo, aunque de manera efímera, porque hoy practican el judo personas de mucha corrección política, en tanto que el boxeo está poco menos que proscrito. 
La calle de San Bernabé tuvo un origen piadoso, a diferencia de la vecina calle de Covadonga, que lo que tuvo piadoso fue el final. Pues en esa calle conocida por «la del estanco del medio», abundaban las casas de poca formalidad, razón por la que una vez que se trasladaron a otra parte, se colocó un azulejo con la imagen de la Virgen de Covadonga en una de las fachadas como desagravio. En el siglo XVIII, la cofradía de los Apóstoles San Bernabé y Santiago, constituida por hortelanos feligreses de la parroquia de San Juan el Real, hacían una procesión de los 11 de junio por la mañana hasta el lugar conocido por el Fresnín, en la parte alta del huerto de las Salesas, donde se edificó una capilla bajo la advocación de San Bernabé, que fue consagrada en 1745. La capilla se mantuvo con su párroco durante más de un siglo, pero cuando fue demolida en 1896 ya estaba abandonada y en estado ruinoso. Los vecinos de este barrio se dedicaban a la fabricación casera de pan, por lo que eran conocidos por el nombre de «fariñones», y haciendo gala del apodo, los 11 de junio, festividad de San Bernabé, convidaban con «fariñas» a todos cuantos pasaban por la calle. La cual, en la actualidad, parte de la confluencia de las calles Covadonga y Melquiades Álvarez y desemboca en la calle Caveda, frente al antiguo convento de las Salesas. Los alrededores del convento eran descampados por los que se bajaba hasta la calle del General Elorza y anexas al convento había una serie de viviendas populares de planta baja, con las modestas fachadas blanqueadas. La calle San Bernabé era de aspecto burgués de comienzos del siglo XX, corta y relativamente ancha, con casas de no mucha altura, dos o tres pisos, con miradores acristalados. Siendo lugar de mucho paso, los bajos estaban ocupados principalmente por bares. En la parte izquierda se sucedían Los González; la entrada al comedor de Marchica; el restaurante La Campana, de excelente cocina casera, aunque el dueño y su hijo Ramonín eran hoscos y desagradables, y El Manantial, que tampoco era un lugar de trato versallesco, pero estaba lleno a todas horas. Por la derecha estaban El Peñón (que fue el primero de los bares que cerró como negocio), el Artabe y el bar Asturias o Mesón del Pollo, y remataba la acera el chalecito donde vivía don Ramón Prieto Bances, catedrático de la Universidad que había sido ministro de Educación por muy poco tiempo durante la Segunda República, aunque no por tan poco como aseguraban las malas lenguas, que afirmaban que cuando llegó a Madrid para tomar posesión, ya había cesado. Otros establecimientos característicos de la calle eran la armería Eibarresa, la tienda de tejidos Juanita y la famosa Casa Víctor, de ultramarinos."

Justo antes de la confluencia y cruce de estas tres calles nos encontramos con este antiguo edificio de los tiempos del ensanche urbano de la ciudad, pues figura como construido en 1870 y está hermosamente restaurado. Ha sido testigo de la expansión de la ciudad por las antiguas campiñas del denominado barrio de Los Estancos y el viejo Camín Real


En sus bajos tenemos la Cafetería El Tueste, con su terraza, que aprovecha bien el espacio de la acera


A la derecha aún había, antes de la Guerra Civil, "casas de carácter semirural del antiguo arrabal de los Estancos", explican en el blog Arquitectura de Oviedo 1850-1820. Nada más acabar la contienda, que tanto afectaron a estos barrios que prácticamente fueron el frente durante más de un año, se erigió este edificio de viviendas proyecto del insigne arquitecto Enrique González Bustelo


A la izquierda, "Las existentes en la esquina con la calle Palacio Valdés perduran hasta 1960, dando idea del lento proceso de renovación del caserío en este barrio, anterior a la apertura de la calle Uría en 1879", dicen en el mismo blog. Aquí está ahora, en este edificio en chaflán, la Panadería Covadonga, que mira a las tres calles en este cruce en el que siempre hubo puestos de pan, cuenta Esther Rodríguez para La Voz de Asturias el 21-4-2023:
"No cabe duda de que el pan es uno de los alimentos favoritos de todo el mundo. En Oviedo hay varios obradores que apuestan por elaborar este producto de forma artesanal dado que el resultado es de lo más exquisito. Tal es la calidad que ofrecen que alguno, incluso, se ha convertido en seña de identidad de la ciudad como es el caso del situado en el bajo número 31 de la calle Covadonga. En este local, salvo en contadas ocasiones, siempre hubo alguna que otra panadería, por supuesto con distintos nombres y dueños. En él incluso se albergó durante décadas la ya desaparecida y emblemática panadería Panis. A día de hoy el establecimiento lleva el nombre de la misma vía y es regentado por Igor Machado García, quien tras ocho años al frente del mismo ha decidido que ha llegado el momento de traspasarlo
«Lo decidí más que nada por ser autónomo. Al estar yo solo al frente de la Panadería Covadonga y trabajar de lunes a domingo es un poco esclavo. Al fin y al cabo estoy metido aquí todo el día y no puedo hacer nada más, apenas tengo vida. Entonces quiero buscarme el pan por el otro lado», asegura Igor Machado García, antes de confesar que su cometido ya está más que cumplido. Ahora tan solo desea que alguien coja las riendas de este negocio que «lleva aquí como 70 años porque yo ya tengo visto fotos en blanco y en negro rodando por internet». 
Fue en abril de 2015 cuando Igor Machado García tomó el mando de la Panadería Covadonga. Por aquel entonces llevaba un tiempo sin trabajo y, aunque nunca había estado en contacto con la industria panadera puesto que estudió empresariales, tras ver que se traspasaba el negocio no dudó ni un instante y entró al interior del mismo para preguntar. «Me puse de autónomo y hasta hoy. No sé si fue una buena o mala decisión pero lo que tenía y tengo claro es que: si algo no te sale por un lado, hay que ganarse la vida por otro», cuenta.

Desde entonces, Igor Machado García no solo ha continuado ofreciendo un pan «como el de toda la vida» que se ha convertido en un gran reclamo para los clientes, sino que además ha acercado a la población asturiana los productos estrella de la repostería cántabra. «Tengo sobaos pasiegos y quesadas de Joselín y también corbatas de Unquera», señala antes de manifestar que cuenta con otros dulces como suspiros o galletas «de todo tipo».

 «Al fin y al cabo tengo una amplia variedad de productos de calidad que no puedes encontrar en un supermercado. Como no puedes competir con las grandes cadenas porque en precio siempre te ganan, lo que te queda es meter un producto que sea mejor aunque este sea más caro. Galletas de un euro las encuentras en cualquier sitio», asevera Igor Machado García. 
Debido a apostar por ofrecer productos de la mejor calidad, la Panadería Covadonga cuenta con una amplia cartera de clientes dado que «la gente busca y valora los productos buenos y por tanto eso hace que siempre vuelvan», tal y como afirma el empresario, quien confiesa que al acudir todos los días y tener un trato diario con alguno de ellos se ha forjado incluso una relación de amistad. Es por ello que a la gran mayoría «les da pena» que Igor Machado García deje el negocio. Aún así, «cuando explicas por qué tomas la decisión lo comprenden». 
Gracias a esos fieles consumidores el negocio «es rentable» y ha permitido a la panadería sortear las crisis que se han sucedido en los últimos tiempos. «La persona que venga después si trata bien a los clientes como se está haciendo hasta ahora puede tener por seguro que estos seguirán viniendo», aconseja. Además, al estar ubicada en un sitio «estratégico» puesto que se juntan cuatro calles comerciales (Covadonga, Palacio Valdés, Melquiádes Álvarez y San Bernabé), «aquí hay mucho movimiento que es lo que se busca en este negocio». 
En este punto, Igor Macho García señala que quien esté interesado en coger las riendas de la Panadería Covadonga debe tener ganas de trabajar, «por supuesto», y contar con disponibilidad horaria, puesto que «la tienda requiere su tiempo y dedicación como todos los negocios». Mientras que aparece el relevo, el asturiano seguirá atendiendo a los clientes con su mejor sonrisa. Y en el momento que traspase el negocio, «intentaré buscar un trabajo que me de algo de libertad para vivir un poco más».

Volviendo al edificio de Enrique Rodríguez Bustelo, este supone un ejemplo de pervivencia del estilo racionalista, tan en boga hasta la Segunda República y del que el mismo arquitecto era todo un exponente. Dado que el régimen vencedor de la guerra no era un entusiasta de esta forma de arquitectura, lo adaptó "sutilmente a los nuevos tiempos, con la introducción del remate de la composición con un arco."


Nosotros continuamos ruta a la izquierda del edificio por Melquíades Álvarez, pero queremos decir que la de la derecha es la ya mencionada de San Bernabé, donde había una capilla de esta advocación en su confluencia con la calle Caveda, de la que nos ponen al día en todo su interés en Historia del ocio de Oviedo:
"La calle San Bernabé, principalmente recordada como punto de aglomeración juvenil en la década de los 70, cuando fue bautizada como “ruta de los vinos”, ya desde el siglo xix estaba dominaba por establecimientos de bebidas, lo que daba lugar a incidentes como el que publica La Opinión de Asturias en abril de 1893:

“Anteayer fueron detenidos y conducidos al depósito municipal varios individuos de esta ciudad, que completamente embriagados promovieron una cuestión en un establecimiento de bebidas, de la calle de San Bernabé”.

Uno de los establecimientos era el de Justo Álvarez Aguirre, conocido como Justo el madrileño, que aparece como concejal bajo el mandato de Donato Arguelles en El libro de Oviedo: guía de la ciudad y su concejo (de Canella y Secades, Fermín, ed. 1887). El hecho de ser concejal no libraba a la taberna de Justo de sufrir cuestiones en las que por lo visto, se desenfundaban pistolas como si se tratara de un saloon del viejo oeste americano. Lo vemos reflejado en El Progreso de Asturias del 8 de octubre de 1901:

“A las cinco de la tarde de ayer, se promovió una cuestión entre dos individuos que se hallaban en la taberna de Justo el Madrileño, en la calle de San Bernabé. Uno de ellos haciendo uso de un revólver hizo varios disparos á su contrario sin que afortunadamente le hiriese; pero al huir de su agresor dislocó un pie á causa de un mal paso. En un carro fué conducido á la Casa de Socorro, donde le prestaron los auxilios necesarios, siendo después conducido en el mismo vehículo á su domicilio”.
Foto: Disfruta Oviedo

Por su parte, Gracia Noriega le dedica, además del ya reseñado, otros dos artículos más a esta calle, reparemos pues en su importancia:
Por otro nombre, San Bernabé (I) 
La calle de San Bernabé, también conocida como la Senda de los Elefantes por los muchos bares que en ella había, fue de las más animadas de Oviedo durante los años cincuenta y sesenta, hasta que en los años setenta la animación se hizo insostenible, al convertirse en auténtica invasión por hordas juveniles y estudiantiles. Es lo que sucede cuando mucha multitud se concentra en espacios reducidos, como pueden serlo, en su versión urbana, la calle San Bernabé en los años setenta y la del Rosal poco después: aunque estas calles volvieron a regenerarse al retirarse los invasores y recobraron su aspecto pacífico y civilizado, en tanto que donde invade el hormigón con la complicidad de un Ayuntamiento complaciente, como en mi antiguo pueblo, no hay recuperación ni salvación posible. 
En los años sesenta las avanzadillas estudiantiles en la calle de San Bernabé no fueron traumáticas, debido a que los jóvenes vestían igual que los viejos, iban bien peinados y afeitados, y si se les ocurría decir palabrotas eran rechazados por el entorno: no porque hubiera una dictadura, sino porque había mejor educación. Se consideraba «melenudos» a los «Beatles», cuando en la época más delirante del desmelenamiento aquellos flequillos eran pelo corto, y por el otro extremo, no había personas que se rasuraran la cabeza, excepto Yul Brynner y Telly Savalas en las pantallas cinematográficas, y don José María Martínez Cachero en la Universidad, un catedrático muy respetable y en algunos aspectos muy conservador. Naturalmente, Cachero no se proponía ser un adelantado de la moda, sino que consideraba más lógico que un calvo lo fuera del todo a ser un calvo vergonzante como el separatista Anasagasti. Yo recuerdo una sesión cinematográfica en la que me encontraba sentado detrás de él y veía la película reflejada en su calva magnífica: fue algo formidable. Tampoco se usaban esas medio barbas de tres días que ahora parecen la apoteosis del dandismo a lo macho, pero que entonces sencillamente indicaban que el sujeto llevaba varios días sin afeitar, por lo que no debía extrañarse si lo llamaban marrano. Barbudos, lo que se dice barbudos, había muy pocos, pero iban en imparable aumento. Se trataba de «progres» que manifestaban por evidencia capilar el entusiasmo que les producía la revolución castrista, que en aquellos momentos liberaba a los cubanos proporcionándoles un paraíso marxista y feliz, y debido a la irrenunciable tendencia del «progre» al gregarismo y la uniformidad, pronto la barba, las gafas, la bufanda roja y la trenca o «trinca», como decía Pin el Rucu, se convirtieron en sus inequívocas «señas de identidad». En cuanto a las mujeres, no estaban bien visto que vistieran pantalones ni que fumaran por la calle. 
Durante algunos años hubo convivencia pacífica entre los jóvenes advenedizos y los veteranos clientes de la calle de San Bernabé. Pero cuando los jóvenes empezaron a vestirse y comportarse como ellos entendían que habían de ir vestidos los jóvenes y la Universidad se masificó (que ahí estuvo la madre del cordero), la calle perdió todo su carácter apacible y burgués, y se convirtió en una selva. Selva literal, porque los jóvenes ocuparon la totalidad de la calle como si fuera maleza, y dada esa disposición juvenil a preferir que los empujen a apartarse, a las horas punta no se podía transitar por San Bernabé. Hasta entonces, como ya he apuntado arriba, la calle era muy animada, pero la animación estaba en los bares, no en las aceras, que como en toda ciudad civilizada se destinaban para uso exclusivo de los peatones. Con el tiempo los jóvenes empezaron ocupando las aceras, y luego la calle misma, al tiempo que los veteranos clientes buscaban otras zonas más apacibles. En esta ocupación abusiva de las calles está, ni más ni menos, el precedente «táctico» del «botellón». El fundamento «intelectual» y «ético» lo proporcionó aquel personaje cínico y desvergonzado que fue alcalde de Madrid (aunque lo que le hubiera gustado habría sido ser presidente de la III República por toda la eternidad), que por pura demagogia, o por aborrecimiento de los convencionalismos burgueses, convirtió las más hermosas zonas de la capital de España en el patio de atrás de una mala taberna. Como la juventud es inquieta y trashumante, no tardó en cansarse de la calle de San Bernabé, trasladándose a la calle del Rosal, e incluso a las inmediaciones de la Universidad, calle de Altamirano arriba, dejando la calle de San Bernabé mustia y vacía durante algunos años, y cuando parecía recuperarse, resultó que los españolitos se hicieron abstemios por «corrección política», y se cambiaron las tabernas por los gimnasios. Y en la calle del Rosal sucedió lo mismo, porque las hordas, en sus migraciones (y el paso de la calle de San Bernabé a la del Rosal revistió las características de una verdadera migración), usan caballerías de la reconocida cuadra de Atila, que donde ponen la pezuña no vuelve a crecer la hierba. 
Al final de la calle Covadoga se encontraba el primer puesto avanzado de la calle San Bernabé: el bar de Ludi, al que ya nos hemos referido al ocuparnos de los «bares mínimos», cuyo lema era «calidad por comodidad». Desde la barra casi se tocaba con la mano la pared de enfrente: razón por la que en «horas punta» algunos clientes bebían su vaso de vino en la calle, pero no con ánimo de ocuparla porque les daba la gana y por armar más follón como no tardarían en hacer los «jóvenes invasores», sino porque adentro no se cabía. Ludi era un tabernero de categoría, de poca estatura, calvo, regordete y muy tranquilo. Servía los vasos de vino con imperturbable precisión e intervenía en las conversaciones no sólo porque el bar era muy pequeño, sino porque la mayoría de los clientes eran sus amigos. 
Ya entrada la mañana, bajaba Clara, su mujer, con la tortilla de patata en un plato cubierto por una servilleta azul, para venderla troceada en pinchos, y Ludi aprovechaba para dejarla un rato en la barra mientras se iba a tomar vinos con los amigos a la calle de San Bernabé, para lo que no tenía que hacer otra cosa que doblar la esquina. 
En los tiempos de Ludi ya había cerrado El Peñón, que era el primer bar de la acera derecha de la calle, con la barra a la izquierda y un altillo al fondo, y que servía buen caldo de pescado. Inmediatamente seguidos se encontraban el bar Artabe, con escaparate y puerta, y el bar Asturias o Mesón del Pollo, con puerta al bar, escaparate con frigorífico para el pescado y los mariscos, y puerta al comedor. Aquí se terminaban los bares de esta acera, que acababa, haciendo esquina a la calle Caveda, en el chalecito de don Ramón Prieto Bances, catedrático de Historia del Derecho de la Universidad de Oviedo y ministro de Educación de la II República, en un Gobierno me parece que de Chapaprieta, formado después de la Revolución del 34. Las malas lenguas decían que cuando don Ramón llegó en tren a Madrid para tomar posesión ya había caído el Gobierno. Era un hombre alto, cargado de hombros, bigote blanco y sombrero; usaba un gran abrigo pardo que le llegaba a los tobillos y caminaba arrastrando los pies. Recuerdo haberle visto en el patio de la Universidad con don Juan Uría (también con abrigo y sombrero) y don José Serrano, alto, delgadísimo, pálido y huesudo, de rostro cadavérico, con sombrero de ala ancha y abrigo negro perfectamente abrochado, lo que le daba un aire a los anuncios de Tío Pepe. Aquellos ilustres catedráticos habían conocido a Clarín, a Buylla, a Posada: habían vivido como alumnos los momentos de gloria de la Universidad de Oviedo, habían sido amigos de Ramón Pérez de Ayala y de Melquíades Álvarez, y para nosotros, jovencitos petulantes y estúpidos, embadurnados de elementalidades marxistoides, no significaban nada. Me dan ganas de llorar cuando escribo esto. Naturalmente, una vez muerto don Ramón, su chalecito no tardó en seguirle, demolido para construir en el solar un edificio moderno. 
El bar de Artabe era claro, con la barra a la izquierda. Tenía su clientela fija (Manolo el de la Caja de Ahorros, hermano de la poetisa avilesina Marián Suárez, y su mujer, rubia y guapa; Manolín Villanueva y muchos más), y detrás de la barra o fuera de ella, charlando con los clientes, haciendo tertulia con ellos o comiendo cualquier cosa que traían preparada de sus casas, como si se tratara de una sociedad gastronómica vasca, estaba el gran Javier Artabe, uno de los futbolistas legendarios del Real Oviedo, moreno, con el pelo rizado, pacífico y encantador, y, sobre todo, «buen rapaz». A veces, detrás de la barra, se movía como si acabara de hacer una gran jugada en el Carlos Tartiere y estuviera recibiendo el aplauso del público. El pintor Floro (bigotudo y siempre vestido de negro) decoraba las paredes con preclaras muestras de su inhabilidad pictórica. 
La calle San Bernabé II 
Vamos a ver si acabamos de visitar la calle de San Bernabé; pero con tanto bar como había, es natural que nos demoremos. Después de los González se encontraba la entrada al comedor de Marchica, cuya entrada principal estaba en la calle del Doctor Casal, frente a la iglesia de San Juan. Muchos asiduos de la calle San Bernabé utilizaban esta entrada para ahorrar tiempo y caminata y tomar un vaso de vino en la sidrería. Por cierto: en la calle de San Bernabé no había sidrerías. La más próxima era ésta que digo, la de Marchica. Por entonces, todavía no se consideraba a la sidra como «hecho diferencial», ni las personas bienpensantes (incluidas las que lo son en el sentido de «políticamente correctas») ni los «fanfarrones de la templanza» (que diría Baudelaire) se disculpaban para beberla en el sentido de que su condición folclórica disimulaba su graduación alcohólica, ni las locutoras de la televisión regional (que no había) decían «sidrina», ni los «progres» del tipo de Nacho Quintana pedían sidra a voces, para demostrar lo paisanones que eran. En rigor, había muy pocas sidrerías en Oviedo, y en mi generación tampoco había «sidreros». Los buenos sidreros eran de generaciones anteriores, y los sidreros por «hecho diferencial» todavía no habían nacido, y a los progres que entonces estaban en activo no se les había ocurrido que la sidra, como motor separatista, pudiera tener aplicación revolucionaria. En consecuencia, yo nunca le tuve mucha simpatía a la sidra, y mucho menos desde que un tal Cosme Sordo declaró a este periódico que él era abstemio, aunque por el verano y algún día que salía a pasear con la camisa rosa y el bastón de caña, podía tomar «un culín de sidra». ¡Qué paisanón! Pero en mi opinión, nada que le guste a ese Sordo puede ser bueno. 
La calle de San Bernabé, digo, era de vino: ni de copas ni de sidra. De vino blanco o tinto (preferentemente, blanco por la mañana y tinto o clarete por las tardes y noches). El vino tinto era oscuro y en el Cabo Peñas empezaron a traer un vino de Toro que era espeso y negro. Luego se divulgó en otras barras un vino negro que no era de Toro y que resultaba más bien insípido. El clarete era tirando a colorado y dejaba un toque metálico en la punta de la lengua: por lo general venía de León. Era el acreditado vino de tierra de León, que en Oviedo tenía tres santuarios: El Manantial, Casa Lobato, al final de la calle Cervantes, y La Perla, frente al teatro Campoamor. En cuanto al vino blanco, se dividía en dos grandes categorías: el blanco superior y el blanco corriente. Éste era pálido, aguado, sin sabor: algunos clientes le llamaban «blanco de guisar ». El «blanco superior» o de la Nava era otra cosa. Era un vino poderoso, y su categoría se apreciaba a simple vista por la coloración. Había un vino oscuro, casi como coñac, y que efectivamente tenía la contundencia del coñac, aunque más turbio, y lo que yo consideraba el verdadero blanco de la Nava, que era claro, casi amarillo, y con hermoso sabor. El blanco de la Nava oscuro era muy cabezón y el amarillo entraba muy bien, aunque después de cuatro o cinco se ponía también muy cabezón. La manera ideal de beberlo era un vaso de cristal grueso y tallado, que tenían en muy pocos establecimientos: en Los González, en La Campaña, en Lobato y en El Ferroviario, donde Luis (el dueño, hombre jovial y buen tipo), decía que tal vaso era la medida para el blanco según la norma de Heliodoro (uno de los grandes distribuidores de vino de la época, que poseía en Collanzo un hermoso bar, ahora cerrado. Si transit..). Con el tiempo se popularizó la «pinta», que era echar el vino (blanco, tinto o clarete) en un vaso de sidra. Y si el vaso era de sidra, ni tan malo. Porque pronto se pusieron en circulación unos vasos de boca ancha, más pequeños que los de sidra y de cristal de muy mala calidad porque enseguida se ponían blancuzcos por los bordes. De todos modos, el vaso ancho es siempre mejor que el estrecho, porque permite la entrada de la nariz. Aunque en los vinos de los que estoy hablando no se captaban grandes aromas y es posible que no tuvieran ningún aroma, salvo el buen blanco de la Nava, claro es. Algunos clientes de paladar fino empezaron a pedir rioja en las barras, pero los taberneros eran reacios a servirlo, porque alegaban, con razón, que no merecía la pena abrir una botella para servir un solo vaso, porque corrían el riesgo de que se les picara el resto. Por entonces empezaban a circular algunos riojas dignos de precio asequible, como «Preferido», «Carta de Plata», etcétera. Del Viso, a quien todos llamábamos Fernández, solía elogiar el mucho servicio que hacía Berberana. También salieron medias botellas rotuladas «Bandita», que en el Mesón del Pollo tenían expuestas rellenas con vino cuartelero con sifón para que no posara el vino, y cuando un cliente pedía «Bandita», nunca le daban aquel que tenían a la vista, sino el que subían de la bodega. 
En Marchica no tardaron en prohibir la entrada a la sidrería por el comedor, de manera que quien quería ir allá tenía que dar la vuelta por la calle Melquíades Álvarez o por abajo, por 9 de Mayo. De manera que pasamos de largo Marchica y entramos en La Campana, que era restaurante, con una barra a la izquierda, pequeña, alta y rematada en curva. La cocina era buena, lo mismo que el blanco, pero los dueños, tanto el dueño, Ulpiano, como Ramonín, el hijo, eran sumamente antipáticos. Por las noches se reunían a cenar en una mesa frente a la barra (siempre la misma mesa) varios amigos: Julián Clavería, Armando Álvarez y su hermano Lito (ambos excelentes micólogos y Lito, además, gran cocinero), Diestro, alto, calvo y colorado, que había sido un buen jugador del Real Oviedo, y algunos otros que no recuerdo, y daba gusto verlos cenar. 
El otro bar y restaurante de la calle era el Bar Asturias o Mesón del Pollo, que fue el primero de Oviedo en ofrecer pollos asados a granel, por así decirlo. El escaparate era una asadora de pollos: los pollos estaban ensartados a unas barras metálicas que daban continuamente vueltas, y si alguien que pasaba por la calle quería un pollo para comerlo en su casa, el camarero lo sacaba con un tenedor de dos púas muy largas, se lo envolvía, lo cobraba y buen provecho. El dueño, Enrique, fue uno de los grandes profesionales de la hostelería de Oviedo. Anteriormente había sido el encargado del hogar de Educación y Descanso, en el primer piso del palacio de Valdecarzana (en el bajo estaba Casa Noriega), en la plaza de la Catedral, y después había tenido el bar Ovetense hasta que se lo traspasó al padre de Serafín. En consecuencia, Enrique era un gran especialista en carnes, aunque era nativo del concejo de Cudillero, y una vez que se jubiló se dedicaba a pescar por el litoral, desde un bote con motor. 
Hemos cruzado la calle para ir desde La Campana al Mesón del Pollo, y ahora la cruzamos otra vez para entrar en El Manantial, probablemente el bar más representativo y conocido de la calle. La entrada era por San Bernabé y hacía esquina a 9 de Mayo. Era un local grande, con altas ventanas veladas por el polvo, columnas y mesas de madera oscura y sólida. La barra era recta y larga, y al fondo el local se estrechaba, hacia los servicios y la cocina. Alguna vez oí decir que tenían el bacalao remojando en una tartera a la entrada de los servicios de señoras, que utilizaban los mismos que los del personal de la casa, porque no hará falta que repita que a estos bares no solían ir señoras. No obstante, los pinchos de El Manantial eran excelentes: de tortilla de patata, de bacalao frito y los inmejorables bollinos preñaos individuales, con muy buen chorizo y la envoltura perfectamente trabajada. Al extremo de la barra, junto a la puerta y al lado del teléfono, se colocaba Ramón, el dueño, fumando en boquilla. Le auxiliaban dos sobrinos, bajos pero altaneros, que menos atender al cliente eran capaces de cualquier cosa. Ramón tampoco se desvivía. Una vez un cliente se exasperó: «¡Es la tercera vez que te pido un vaso!». A lo que respondió imperturbable: «¿Y qué te crees, que estoy sordo? Te oí las tres». En cambio, Chispa (pequeño, rápido, activo, muy simpático), no se concedía reposo atendiendo las mesas y a veces la barra, sirviendo vino rojizo y pinchos magníficos. Trabajaba por Ramón y toda la parentela, y nunca perdía la sonrisa ni el sentido del humor. En este y en otros sentidos me recuerda a Javi, el pequeño gran camarero del bar Cantábrico, ahora propietario de El Puente, a la entrada de ciudad Naranco. ¡Qué formidable actividad la de los dos! Del mismo modo que Tuto no permitía fumar tabaco rubio, a Ramón el tabaco de pipa le parecía mariconada y le producía dolor de cabeza. Y vigilaba el teléfono, no fuera a ser que alguien llamara para preguntar por don Miguel de Cervantes o don Marcelino Menéndez Pelayo y lo agarrara alguno de los sobrinos."

Pero no nos equivoquemos, insistimos; nosotros vamos seguir de frente por la calle Melquíades Álvarez, dejando a nuestra izquierda la de Palacio Valdés, que se une aquí a esta, en el lugar en el que estuvo La Fuente las Dueñas, que acaso pudiese tener que ver con las monjas de Santa Clara o las de San Pelayo, de lo que escribe Carlos Fernández Llaneza en La Nueva España del 27-3-2014:
"Es lo que tiene andar todo el día revolviendo en el cajón de las historias de la ciudad; buscas una y, claro, al sacarla sale otro montón. Eso fue lo que me pasó cuando, buscando otras cosas, me encontré con la calle Las Dueñas, nombre que tenía la calle conocida hoy en día como Palacio Valdés. Muchos de los que tiempo ha éramos un poco más jóvenes que ahora conocíamos sobradamente la ferretería Las Dueñas, negocio fundado en 1927 por Saturnino Camarero y en actividad hasta 1982; pero eso, a un guaje de entonces, le decía e importaba más bien poco. 
Posteriormente relacioné el nombre de la ferretería con el que había llevado la calle; supongo que mi padre, que trabajaba en aquella estupenda mueblería que era Casa Viena, ubicada en Melquíades Álvarez, me habría sacado de la ignorancia. Y luego, como comparto con Einstein eso que decía de que "no tengo talentos especiales, pero sí soy profundamente curioso", pues empecé a preguntarme cosas y cosas sobre Oviedo. Ese mismo cosquilleo fue el que me llevó a interrogarme sobre tantas cuestiones con relación a San Pedro y a convencerme de que igual merecía la pena intentar contestarlas en forma de libro, que ya era ser osado... 
Pero la curiosidad es, sin duda, una fuerza motriz imparable. Carmen Ruiz-Tilve fue una de las personas providencialmente decisivas en ese empuje inicial. Otra persona a la que acudí fue a José Tolivar Faes. En mi casa era don José, nuestro médico de cabecera, con ese don de respeto, admiración y cariño. Recibí buenos consejos y orientación, y en su libro "Nombres y cosas de las calles de Oviedo", encontré no pocas respuestas. Y de ahí, entre otras fuentes, fue de donde saqué la respuesta completa a la calle Las Dueñas. Tolivar nos cuenta que: "En una escritura de trueque entre la Iglesia y la Ciudad, otorgada en 1534, se habla ya de la Fuente de las Dueñas (...) La fuente que, que ya vimos databa cuando menos del s. XVI, estaba en la plazoleta cuadrada que existe al final de la calle (...). Aunque la relación del nombre de esta fuente con la monjas o dueñas del monasterio de San Pelayo parece más que probable, hay también la posibilidad de que las dueñas de la fuente sean entes mitológicos, como mitológico era, sin duda, el nombre de Mariblanca que llevó la fuente que existió en la Escandalera. Aunque el nombre de las Dueñas había sido siempre el más usado para designar esta calle, resulta interesante señalar que en los padrones de 1681 y 1705 se alude a ella bajo el nombre de "Estanco de Arriba", con lo que viene a explicarse, al fin, que la calle Covadonga haya podido ser conocida siempre como "Estanco del Medio" cuando, aparte de éste, no conocíamos otro Estanco que el de Abajo (Caveda). El nombre de Dueñas es el que correspondía a las monjas del monasterio de San Pelayo, propietarias de los terrenos próximos a la fuente, monjas que tenían el título de dueñas o señoras, como se pone de relieve en los privilegios y donaciones otorgadas por los antiguos reyes Alfonsos y Fernandos a la Abadesa, y es que, así como en algunos conventos podían profesar indistintamente personas de familias nobles o de cualquier clase social, otros estaban reservados a familias ilustres o de conocida nobleza, siendo llamados éstos "Monasteria Dominarum", calificativo que tuvo el convento de San Pelayo durante muchos siglos y por eso sus monjas eran llamadas Dueñas o Señoras".

Avanzando por Melquíades Álvarez, otros dos edificios singulares a la derecha y al fondo: primero, en la esquina con la calle del Doctor Casal, el construido entre finales del siglo XIX y principios del XX (por lo tanto de los originales del Ensanche), proyectado por el maestro de obras Ulpiano Muñoz 


Y a continuación, asoma ya una de las torres-campanario de la iglesia de San Juan El Real, construida entre los años 1912 y 1915, según proyecto del arquitecto Luis Bellido, para la histórica sede parroquial ovetense que se estableció aquí tras un deambular por diferentes localizaciones, la primera y primigenia junto al antiguo Hospital de San Juan, para pobres y peregrinos, de la antigua Rúa de los Albergueros (actual calle Schultz), un lugar llamado El Real por haber estado antes el palacio real de Alfonso III El Magno, de ahí su advocación, que nunca perdió, pese a sus cambios de lugar, de San Juan El Real, conocida de manera rimbombante como La Catedral del Ensanche








No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por tu visita y contribuir con tu comentario... Únete a la Página Oficial en Facebook para descubrir nuevos contenidos....Ultreia!