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viernes, 28 de febrero de 2025

EL AYUNTAMIENTO, LA PLAZA DE LA CONSTITUCIÓN Y SAN ISIDORO EL REAL (OVIEDO/UVIÉU, ASTURIAS) EN LA PUERTA Y CALLE DE CIMADEVILLA, LA DEL HOSPITAL DE SAN NICOLÁS

Plaza de la Constitución y Ayuntamiento de Oviedo

Llegados al final de la calle Magdalena, en el 'Antiguo' o casco histórico ovetense, siguiendo el Camino del Salvador en sus metros finales ya, el viejo Camín Real, salimos a la gran explanada de la Plaza de la Constitución, antigua Plaza Mayor, dirigiéndonos de frente al Ayuntamiento, bajo cuyo arco central pasaremos, cual pasadizo, a la calle Cimadevilla, en dirección a la Sancta Ovetensis o catedral de San Salvador, de la nos separan únicamente unos 260 metros aproximadamente. Aquí estuvo antiguamente la Puerta de Cimadevilla ('encima' de la villa, es decir, zona alta de la población -antiguamente-) de la desaparecida muralla medieval, sobre la que se hizo esta casa consistorial en el siglo XVII, cuando ya dicha 'cerca' o defensa se consideraba inservible y servía prácticamente de cantera pública


Por entonces la ciudad ya salía de su cinturón amurallado tras reponerse del pavoroso incendio de la Nochebuena de 1521, que duró varias semanas y que arrasó con todas las casas, de madera salvo la catedral y la Casa de la Rúa, por lo que hubo de ser reconstruida. Su expansión se realizaba a partir de los antiguos caminos, algunos vías romanas tal que este, que confluían en la vieja colina de Outeao, sin duda pasos naturales y sendas prehistóricas ya existentes desde tiempos ancestrales que confluían en esta encrucijada del valle del Nora y a medio camino entre el mar y las montañas


Se hacía incluso ya una nueva puerta, símbolo de entrada a la creciente ciudad, más adelantada que esta, la Puerta Nueva llamada precisamente, unos metros más al sur del mismo Camín Real, formándose una nueva rúa, la calle de la Puerta Nueva, más tarde llamada de la Magdalena por el hospital y capilla de esta advocación sito en ella, acogida de pobres y enfermos, la cual era la prolongación de la calle Cimadevilla o calle Mayor, que seguía intramuros como vía principal de la ciudad amurallada


Por ello la puerta de su nombre pasó a ser llamada Puerta Vieja, hasta que se procedió a su demolición, junto con la de este tramo de muralla, a partir del proyecto del nuevo Ayuntamiento realizado en 1622 por el arquitecto Juan de Naveda. Él mismo construiría su cuerpo central, el que se hizo sobre la Puerta Vieja, y el occidental, a su izquierda, este junto con Pedro Tresaguas


El ala este, la de la derecha fue trabajo de Marcos de Velasco Agüero en 1659, dándose las obras por concluidas en 1671. Este mismo arquitecto estuvo al cargo de las obras de esta plaza, culminadas poco antes, sugerencia de ese mismo año del Gobernador de Oviedo y del Principado Lorenzo de Santos de San Pedro, comenzando las obras en el mes de abril con diseño del arquitecto Marcos Velasco Agüero y un presupuesto de 3.500 ducados que hubo que rebajar pues otro arquitecto, Juan de Celis, compitió por el remate de la obra


Antes había estado aquí el rollo o picota que, como era habitual en tantas poblaciones, era donde se colocaban las cabezas de los ajusticiados o se exponía a los maleantes como escarnio, a la vez que simbolizaba el límite de los correspondientes fueros urbanos 'de justicia y regimiento', es decir, juez y gobierno, propios por sus fueros


Había mercado, se celebraban romerías y festejos y, por un documento fechado el 11 de agosto de 1600 se sabe que hubo aquí un horno de pan, de los que se dispuso se estableciesen fuera de la ciudad, dado que uno de ellos fue la causa del incendio de 1521. Es posible que entonces desapareciese el cadafalso o baluarte de madera adosado, se supone, a esta parte de la muralla, que se menciona en un documento del siglo XIII


Se sabe que también existía por entonces en este rellano que cruzaba el Camino una fuente de cuatro caños, la cual permaneció en el lugar hasta mediados del siglo XIX, cuando fue demolida por razones urbanísticas cuando el agua corriente ya llegaba a las casas de la ciudad. Un león de mármol tallado en 1803 que se le colocó de remate, es lo que nos ha llegado de ella. Podremos verlo a la puerta del Ayuntamiento, bajo los soportales a la derecha


Antes, el Consistorio se reunía en un edificio de 1495 que estaría en el lugar en el que se haría esta plaza, en la calle del Carpio, a la derecha del actual Ayuntamiento y poco más abajo, siendo entonces cuando empezaría a llamarse al lugar Plaza de la Ciudad, al menos desde 1505, según se desprende de un acta municipal del mes de julio. Este primer tramo, al pie del consistorio, en bajada y justo antes de dicha calle del Carpio, es la calle Sol o del Sol, descrita así por el erudito escritor asturianista Fermín Canella Secades en El libro de Oviedo de 1887, a propósito de su nombre y de lo que dice el cronista Tirso de Avilés sobre las trifulcas que en esta calle acontecían con la guarnición aquí asentada en tiempos de las guerras de Flandes:
"Sol.—A su posición desahogada al oriente es probable que deba su nombre. Narrando Tirso de Avilés la llegada del ejército de 24 banderas dice: "Fuéron bien comedidos los más de los dichos soldados aunque eran muchos, de manera que no hubo desgarro en ellos ni entre ellos, que fuese notable, escepto el día que aportaron á esta ciudad que un alférez mató en la calle del Sol á otro alférez sobre una gineta ó venablo, que era insignia del alferazgo; el muerto pretendía era suya, sobre lo cual se alteró todo el ejército y el matador se acogió al monasterio de Santo Domingo. El Maestre de campo le hizo sacar y contra él procedió con censuras el obispo D. Diego Aponte de Quiñones, hasta que fué restituído á la iglesia".

El Concejo hacía lo mismo en un inmueble que hacía esquina entre las calles Jesús y del Peso, justo a la izquierda. Anteriormente el lugar de reuniones en el atrio de la iglesia de San Tirso El Real, al lado de la catedral. La calle del Peso se llama así por haber estado en ella el peso de la ciudad. Era acceso al Hospital de San Nicolás por un lado, mientras por el otro daba a la calle de Cimadevilla. De ella nos cuentan en la Enciclopedia de Oviedo:
"En la casa nº 13 de esta calle estaba situado el peso público de la ciudad para la harina, de lo que da cuenta una lápida que permaneció allí hasta 1861 y que actualmente puede admirarse en el Museo Arqueológico de Asturias. Fue conocida primero como Calle de la Harina y ya en el siglo XVII se la llamaba "Calle del Peso de la Harina". Comienza en la Plaza de la Constitución, haciendo esquina con la Calle Jesús, y termina en la Plaza de Riego. La Calle del Peso daba entrada al Hospital de San Nicolás, fundado por Alfonso II, el Casto. Hacia 1217, fecha en la que se instaló aquí la cofradía de zapateros todavía funcionaba como hospital. Se conservan documentos de sesiones municipales de 1657 donde se discute una propuesta de la cofradía de San Nicolás consistente en abrir un paso a través de la muralla por la Calle del Peso; al parecer se trataba en realidad de recuperar una puerta que había sido cegada y muy posiblemente el trozo de muralla que se conserva en la Calle del Peso, entre las casas 6 y 8, en el que se abre una puerta que da acceso a la Calle Cimadevilla fuera aquél."

La calle de Jesús, por su parte debe su nombre al antiguo templo del Colegio de San Matías, de la Compañía de Jesús que, desde 1770 y tras las expulsión de España de los jesuitas tres años antes, pasó a ser de San Isidoro El Real, al trasladarse aquí dicha parroquial, tal y como leemos en Wikipedia:
"Tiene sus antecedentes en la desaparecida iglesia románica de San Isidoro de la que actualmente sólo se conserva el arco de la portada de acceso, instalada desde el año 1925 en el parque de San Francisco de Oviedo. Según Ana María Herrero Montero, no existen datos sobre la fecha desde la que existe una iglesia bajo la advocación de San Isidoro en Oviedo ni de la fecha de construcción de la primitiva iglesia románica ya desaparecida. Documentos de los siglos XIII y XIV indican que la iglesia de San Isidoro fue la tercera establecida en Oviedo después de las de San Tirso y San Juan. El primer documento que da constancia de su existencia es del año 1217."

El colegio se construyó entre 1576 y 1587, es decir, unas décadas antes que el Ayuntamiento y de que se abriese esta plaza. Su benefactora, por disposición testamentaria, fue Magdalena de Ulloa, viuda del mayordomo de Carlos V, consejero de Estado y Guerra y presidente del Consejo de Indias Luis Méndez Quixada, padres adoptivos de Jeromín, el futuro Don Juan de Austria. La fundación efectiva se producirá más de medio siglo después:
"El 2 de junio de 1645 el Arzobispo de Granada, que anteriormente había sido obispo de OviedoMartín Carrillo Alderete (que se encuentra enterrado en la iglesia), suscribe el documento de fundación del Colegio de San Matías. El Arzobispo Carrillo Alderete fue embalsamado y colocado en una urna situada en un arcosolio de un lateral del presbiterio. 
El complejo se construyó durante el siglo XVII siendo entre 1646 y 1681 la época de mayor trabajo. En 1681 las obras son concluidas siendo inaugurada la iglesia. 
Los trabajos de construcción de la iglesia fueron dirigidos por varios arquitectos de los que se puede destacar al arquitecto avilesino Francisco Menéndez Camina. La iglesia posee nave única con planta en cruz latina y única torre exterior si bien en el proyecto inicial estaba previsto fueran dos. La falta de presupuesto, como ocurrió con otras iglesias ovetenses, incluida la catedral de Oviedo, acabó por dejarla en iglesia de una sola torre. Es monumento Histórico Artístico."

La iglesia, proyectada como neoclasicista, presenta elementos barrocos y realmente no se dio totalmente por terminada hasta el siglo XVIII. Dichos elementos barrocos son obra del arquitecto avilesino Francisco Menéndez Camina el Viejo, mientras que la torre, esta ya de dieciochesca, es de Francisco de la Riva. Posteriormente acontecería la marcha de los jesuitas y el establecimiento de la parroquia de San Juan El Real, de cuyo emplazamiento anterior y restos conservados nos informan en la Enciclopedia de Oviedo:
"Originariamente situada la parroquia en la actual Plaza del Paraguas desde al menos el siglo XIII, se trasladó a su emplazamiento actual en 1770, año en el que se cerró al culto, instalándose en ella una tahona . Esta vieja iglesia fue derruida debido a su mal estado en 1922. El Centro de Estudios Asturianos, presidido por Aurelio de Llano, compró la portada del templo y se la cedió al Ayuntamiento. El consistorio trasladó dicha portada al Campo de San Francisco."

Si bien la iglesia, aunque con distinta advocación, se conserva, el Colegio de San Matías, sito a la izquierda, fue derribado entre 1873 y 1885 para hacer, en su lugar, el mercado cubierto de El Fontán. De la calle del Peso, a su derecha, nos cuenta lo siguiente Carmen López Villaverde, directiva de la Sociedad Protectora de la Balesquida:
"La calle del Peso y la trasera, Cimadevilla, compartieron el hospital de San Nicolas, fundado (...) hacia 1271 y en él se estableció la sede de la cofradía de los zapateros. En la calle Cimadevilla estaba el hospital, pero la entrada se realizaba por la calle del Peso a la altura del número 8 que en Cimadevilla corresponde a los números 13 y 15. Es probable que la puerta que comunicaba ambas calles sea una puerta con 6 flores blancas de hierro que permanece hoy día en el trozo de la muralla conservada en la calle del Peso. La importancia de ambas calles era distinta. Cimadevilla, comercial y bulliciosa, importante en la ciudad por donde pasaban las procesiones. Pero la del Peso, además de tener pocos vecinos y estar ocupada en parte por la muralla, era el lugar de tránsito de los condenados que desde la plaza de Riego eran ajusticiados en la plaza Mayor, por lo que las procesiones no pasaban por ella.
La Capilla de San Nicolás, al que se le considera uno de los más antiguos de España, en 1217 ya estaba instalada allí la Cofradía de los zapateros, cofradía profesional, una de las principales de la ciudad ya que contaba con hospital propio. El edificio, con capilla y hospital, se conservó hasta 1844, pero sin las funciones para las que había sido creado. 
Como consecuencia del establecimiento de esta cofradía, estas dos calles fueron escenario del debate municipal en 1717 cuando se dictaminó que los dueños de las casas de San Nicolás y las inmediatas situadas en Cimadevilla, correspondientes con la muralla de la calle del Peso, debían de ocuparse de limpiar y reparar «todo lo necesario» en esa parte del muro. 


La iglesia es un edificio de tipología jesuítica con estructura de una nave de cuatro tramos con capillas laterales abiertas y destacadas entre sí. Una cúpula, que no vemos desde aquí, se cubre con cúpula. Consgrada en 1681, tras casi un siglo de obras, su proyecto inicial se atribuye al arquitecto Juan de Tolosa, cuya impronta se hace visible, para el Doctor de Historia del Arte Germán Ramallo Asensio, en la planta y en la parte inferior de la fachada. Leemos en Wikipedia:
"A lo largo de las obras intervinieron otros maestros de obra, como el citado Menéndez Camina. A este autor se le atribuiría el barroquismo de la fachada y la mayor parte del alzado interior. Para Ramallo Asensio, en el siglo XVIII el arquitecto Francisco de la Riva ejecutó el remate de la torre y la reforma de la cabecera en la que se incorporó la capilla de los Duques del Parque, en el lienzo de la epístola. La última fase del edificio fue realizada por Pedro Antonio Menéndez que construyó la capilla de la Escuela de María, año 1745, hoy desaparecida."

Sobre la portada y en una hornacina, San Isidoro, el patrón; más arriba y más pequeños el Arcángel San Gabriel a la izquierda, y a la derecha San Antonio de Padua


San Isidoro obispo de Sevilla entre los años 602 y 636, está considerado como el último Padre de la Iglesia de occidente. Un gran impulso a su culto vino de la mano del rey Fernando I en 1063, cuando recupera sus restos, según leemos también en Wikipedia:
"... comisionó a los obispos Alvito de León y Ordoño de Astorga y al conde Nuño para obtener los restos de las santas Justa y Rufina del rey de la taifa de SevillaAl-Mutadid, tributario suyo. No encontraron los restos de estas santas pero sí los restos de Isidoro, que fueron trasladados entonces a la basílica de San Isidoro de León, donde permanecen."

Una de las características singulares de esta iglesia son sus antiguos grafitis pintados en la fachada, dejados al descubierto tras las restauraciones. Son Los misteriosos mensajes ocultos de la fachada de San Isidoro, como los llama G. Guiter en La Voz de Asturias del 19-2-2022:
"No es una novedad para los restauradores de obras de arte y patrimonio la existencia, desde la antigüedad, de graffitis mucho antes de que esta palabra se inventara. Son conocidas las pintadas e inscripciones, por ejemplo, de soldados romanos en los milenarios monumentos egipcios. 
Y, más cerca en el tiempo, sobre la piedra dorada de la iglesia que se conoce como San Isidoro en Oviedo y a considerable altura, perduran varios misteriosos mensajes que aparecieron bajo espesas capas de suciedad cuando se llevó a cabo la limpieza y restauración de la fachada, en los años 90 del siglo pasado. La cantidad de polvo pegado a la piedra era tal, que resultaba imposible apreciar los mensajes que alguien había escrito al menos dos siglos antes. 
¿Si eran graffitis, por qué no se borraron? 
La iglesia actual formaba parte originalmente del colegio jesuita de San Matías, que fue demolido para levantar el actual mercado de El Fontán. Todo este complejo se levantó durante el siglo XVII, y la iglesia fue inaugurada en el año 1681. En esa fecha, obviamente, su fachada lucía el inmaculado color dorado de la piedra de Piedramuelle. 
Cuando el equipo dirigido por el arquitecto José Ramón Fernández Molina recibe el encargo de consolidar y limpiar la fachada (además de otras intervenciones en la cubierta del templo), se desconocía la existencia de las pintadas. Como él mismo cuenta, «en el proceso de limpieza descubrimos las inscripciones y decidimos dejarlas, como parte del paso de la historia por la iglesia». El motivo, explica es que «son documentos del paso del tiempo y no tenemos derecho a borrarlos».

Gran inscripción sobre la puerta de la izquierda de esta monumental fachada, con al menos dos corazones flechados y, bajo ella, otra más moderna, acaso de la década de 1940, que dice SE PROHIBER JUGAR A LA PELOTA EN ESTE SITIO:
"Los responsables de la iglesia consideraban que los balones eran una molestia y tal vez un peligro para alguna ventana, pero no repararon en el daño que hacían al escribir sobre un monumento. 
«Un edificio envejece y vale más dejarlo envejecer que no mixtificarlo o manipularlo, no caer en el falso histórico. Somos como médicos. Diagnosticamos, buscamos las certezas y queremos actuar con seguridad: nuestros pacientes son los edificios, queremos darles calidad de vida, no borrarles la edad», concluye Fernández Molina."

Y, sobre la puerta de la derecha, JOSEPH DORADO. CATE DR. DE FILOSOFÍA, con un símbolo debajo y luego, otras inscripciones
"Según la Real Academia de la Historia, Joseph Dorado estudió letras en Oviedo y se graduó en la Universidad en 1705 como «bachiller artista». También estudió medicina y cirugía en Valladolid en 1708. Hace prácticas con su padre en Oviedo y en 1714 es nombrado médico titular de Villaviciosa en Asturias y, al año siguiente, médico titular de la ciudad y del Ayuntamiento de Oviedo, cargo que desempeñará hasta su fallecimiento.ç 
Cuando obtiene el nombramiento como catedrático de Filosofía en la universidad ovetense, «la superación con éxito de las oposiciones a cátedra fue celebrada por los estudiantes con el tradicional Vitor, que permanece grabado todavía en la fachada lateral de la iglesia de San Isidoro». Hay un error obvio, pues se trata de la fachada principal.ç 
El Vitor o víctor es un símbolo derivado del crismón o monograma de Cristo (XP, las dos primeras letras del nombre de Jesús en griego) del Bajo imperio romano, adoptado por los universitarios españoles desde el siglo XIV. El Crismón superponía la P a la X y se incorporó a la iconografía romana (y en época más reciente, a la franquista. Como señala Fernández Molina, aún queda alguno de estos otros vitores en el edificio antiguo de la Universidad)."

Las inscripciones inferiores son ya más difíciles de discernir para los especialistas...
"Molina desconoce qué significan las otras pintadas de la fachada de San Isidoro, aunque supone que también eran nombres de estudiantes que celebraban su licenciatura. Bajo el de Joseph Dorado se puede ver un graffiti que muestra abreviado el nombre «L. Santa Cruz» 

Más abajo y casi a la altura de la farola otras siglas se supone reflejen un nombre


Situados al pie de la iglesia y mirando al Ayuntamiento, a la izquierda, justo donde empieza la calle del Peso, una imagen y una inscripción


Fue colocada con motivo de la reconstrucción del consistorio en la posguerra y en ella se lee:
MUY NOBLE
MUY LEAL
BENEMERITA
INVICTA
HEORICA
Y
BUENA CIUDAD
DE OVIEDO
Se trata realmente de una frase-título existente desde el medievo para muchas poblaciones y que, en el caso concreto de Oviedo/Uviéu, se aplicó durante las guerras carlistas por su fidelidad. No obstante cierto es que en aquel momento querría sin duda evocar el asedio al que fue sometida en la contienda. Leemos en la página Facebook del Ayuntamiento de Oviedo:
"¿Sabías que Oviedo tiene seis títulos en su escudo? Muy Noble, Muy Leal, Benemérita, Invicta, Heroica y Buena
En antiguas cartas reales y documentos se le dan a Oviedo los dictados de Muy Noble, Muy Leal y de Buena Ciudad, como era costumbre, desde la Edad Media, en todas las ciudades y villas de cierto tamaño. 
En 1837 un decreto de las Cortes, rubricado por Isabel II, declara a la ciudad “Bien de la patria” (Benemérita) por las heroicas defensas que en 1836 hizo contra “el rebelde Sanz”. Años después, en 1938, un decreto concede a la ciudad de Oviedo los títulos de Invicta y Heroica. 
Desde 1866, por Real Orden, los concejales lucen una medalla con las armas de España en el anverso, y las de la ciudad en el reverso. Incluso llevaron durante años un fajín que, desde 1924, sustituyó a las bandas que, junto con las medallas, los ediles utilizaban en los actos solemnes. Los fajines, conservados en el Archivo municipal, fueron hechos por la casa Navas de Madrid especialista en gorras y uniformes."

Y arriba, en una hornacina, el emblema ovetense, de ciudad y concejo, la Cruz de los Ángeles. En Los seis títulos de la ciudad de Oviedo, Borja Zapico abunda en este tema en La Voz de Asturias del 12-12-2022:
"Oviedo ostenta los títulos de «muy noble, muy leal, benemérita, invicta, heroica y buena». Los seiss figuran en el escudo del municipio y en una placa situada en la fachada del edificio del Ayuntamiento. En el escudo de la ciudad la distribucción es la siguiente: «MUY NOBLE-MUY LEAL», en la parte izquierda, «BENEMÉRITA», en la zona superior, «INVICTA-HEROICA», en su lado derecho y para rematar con «BUENA» en su parte inferior. 
Los títulos de «muy noble, muy leal y buena ciudad» son títulos que aparecen en antiguas cartas reales, por las heroicas defensas que la ciudad ovetense realizó en octubre de 1836 contra el rebelde Sanz, que intentó invadir la ciudad en dos ocasionestiene el título de  ciudad invicta y heroica. 
El primer intento fue el día 4 de octubre entrando por el llamado Campo de Reyes, donde las tropas situadas en las torres hicieron que Oviedo no fuera invadida y posteriormente el segundo fue el día 19,  cuando el rebelde Sanz hizo su llegada por la carretera de Castilla, una batalla de cinco horas donde los carlistas salieron derrotados y huyeron hacia Siero.   El 9 de enero de 1837, un decreto de las Cortes, rubricado por Isabel II, declara a la ciudad bien de la patria, «benemérita». 
Debido a los intentos fallidos del rebelde Sanz en 1836, el 25 de marzo de 1938 Francisco Franco expidio un decreto que decía «Artículo único. Se conceden a la ciudad de Oviedo, los títulos de «Invicta» y «Heroica», que podrá ostentar en su escudo y añadir a sus lemas heráldicos» 
Medallas y fajines 
Desde 1866,  y por Real Orden, los concejales en Oviedo muestran una medalla con las armas de España en el anverso. Incluso durante muchos años llevaron un fajín que desde 1924, sustituyo a las bandas que junto con las medallas, los ediles utilizaban en los actos solemnes. Los fajines conservados en el Archivo Municipal fueron hechos por la Casa Navas de Madrid, especialistas en gorras y uniformes."

Desde aquí pues, y apartándonos ligeramente del Camino, podríamos visitar la plaza de El Fontán, empezando por el mercado cubierto, construido como hemos dicho donde estaba el Colegio de San Matías, para lo que invitamos a que veáis la entrada que le dedicamos en este blog: https://xurdemoran.blogspot.com/2018/06/de-san-lazaro-la-catedral-pasando-por.html


A la plaza y mercado se accede, insistimos, por la izquierda, tomando la calle Fierro, cuyo nombre está relacionado con las antiguas tiendas de clavazón, es decir, clavos, y otros objetos de hierro, tiendas ambulantes, de lona, que por ello eran llamadas les tiendes del aire. Antes El Fontán era, como su nombre indica, una charca o laguna extramuros donde, según costumbre habitual, se reunían los campesinos de las aldeas circundantes a vender los productos de sus caserías. Dado que, además de ocasionar problemas de insalubridad, se produjeron algunos ahogamientos, se decidió desecarla en una de las primeras medidas urbanísticas importantes acontecidas fuera de las murallas e inmediatamente después del incendio de 1521, tal y como nos describe así la Enciclopedia de Oviedo:
"El 19 de agosto de 1523 los regidores de la Ciudad y el Concejo resolvieron desecar el Fontán por ser un foco de infecciones y por haberse ahogado allí varias personas; las labores de desecación no culminarían hasta 1559 construyéndose entonces una fuente y un lavadero, que al parecer se intentó trasladar a la Plaza Mayor (ver: Plaza de la Constitución) en 1600, y otras infraestructuras públicas. 
En 1576 Magdalena de Ulloa, viuda de Luis Méndez Quixada, ayo del bastardo Juan de Austria, promovió la fundación en Oviedo de un Colegio de Jesuitas. Se eligió el Fontán como emplazamiento y en 1587, ya concluida la obra, se aprovecharon los materiales sobrantes para aderezar la plaza, que quedó configurada como una plaza cuadrada adecuada para la realización de mercados y romerías. El edificio del colegio, consagrado a San Matías, se alzaba en el solar hoy ocupado por el mercado cubierto y contribuyó a formar la Calle Fierro y la propia Calle del Fontán, que se extiende desde la del Fierro a la Calle Rosal. Poco después de la erección del colegio se realizaron las escuelas municipales que todavía se conservan y en cuya fachada puede admirarse un escudo de la ciudad instalado aquí en 1673, procedente de la torre de Cimadevilla que sería derruida en 1834."

Efectivamente, la construcción en el lugar del Colegio de San Matías tuvo mucho que ver en la urbanización del lugar, fue El ambicioso proyecto de los jesuitas que acabó con la charca fétida de El Fontán, como lo titula La Voz de Asturias del 13-9-2021:
"Cuando los jesuitas construyeron la iglesia de San Isidoro, ni se llamaba así, ni se proyectó como hoy la vemos. Pues, en realidad, el templo estaba (y está) dedicado a San Matías y la orden lo proyectó con dos torres, no una, lo mismo que ocurrió con la Catedral. También levantaron anexo a él, junto al entonces inhóspito Fontán, un gran colegio que ya no existe. 
Hay que remontarse al siglo XVI para recuperar esta historia. La orden de San Ignacio o canónigos regulares, a los que también llamaban frailes teatinos, estaban instalados cerca del Campo de los Reyes. Por cierto, de ahí que el actual barrio lleve ese nombre. 
Pero, según cuenta el experto Ernesto Conde en su minucioso trabajo El Fontán, laguna, fuente y túnel (X-XI ciclos de conferencias de la SOF, 2021-2013), el terreno quedaba muy alejado del centro espiritual y económico de Oviedo, por lo que los religiosos decidieron comprar varias fincas en la zona del Fontán, en la parte exterior de las murallas. En lo que hoy es el mercado cubierto, comenzaron a levantar a finales del XVI un conjunto de iglesia y colegio «que tardarían más de cien años en terminar por completo». 
Era una zona bastante poco salubre: en lo que hoy es la plaza porticada había una pequeña depresión con una laguna estancada donde la ciudad vertía todo tipo de deshechos, tanto de las casas como de las carnicerías de la calle del Fierro. Tan hedionda y cenagosa era, que el ayuntamiento finalmente se decidió a drenarla para permitir la expansión de la ciudad. 
Aquí es donde intervienen los jesuitas. Desde que toman la decisión, aún tardarán un siglo en levantar su gran colegio (hoy desaparecido) de cuatro plantas y el templo hoy conocido por San Isidoro, aunque «canónicamente sigue estando bajo la advocación de San Matías. Las leyes de la Iglesia determinan que no se puede cambiar el titular de los templos; ni reyes, ni obispos, ni el mismo Papa tienen facultad para hacerlo», señala Conde. 
Los problemas de salubridad no cesaron; de hecho, empeoraron con la construcción del colegio por el aumento de habitantes de la zona, y hubo que esperar aún muchos años antes de que las autoridades solucionaran el problema. Así lo señalan también Alejandro García Álvarez-Busto y Alberto Morán Corte en su publicación San Matías (Nailos, 2020): «será a partir de la llegada de los jesuitas cuando podamos comenzar a hablar de cierta urbanización, que no saneamiento definitivo». Estos investigadores, que también citan a Conde, hacen un estudio exhaustivo de cómo era el colegio y añaden incluso planos que muestran sus considerables dimensiones. 
Como es sabido, en 1767 los jesuitas fueron expulsados de España y sus bienes repartidos, por lo que el complejo fue entregado a la parroquia de San Isidoro, que se ubicaba donde hoy está la plaza del Paraguas y se trasladó al nuevo templo. 
García y Morán señalan que, hasta 1792, «varias depen­dencias fueron arrendadas como viviendas particulares a personalidades dis­tinguidas; otros cuartos, como el estudio de teología o el refectorio, los utilizó la Sociedad Económica de Amigos del País con el fin de realizar allí sus reuniones, así como para abrir una escuela de dibujo e instalar un museo de historia natu­ral; algunas zonas se emplearon como paneras y alfolíes de la sal, mientras que la botica parece que seguía existiendo». 
Así que, según esta investigación, el viejo colegio acabó ocupado en 1795 como cuartel por el tercer batallón del regimiento, aunque pertenecía al obispado. Más tarde, desamortizado, pasó a depender de Hacienda y entró en estado de ruina, de modo que habrá que esperar hasta la revolución de 1868 para que la junta revolucionaria, «extralimitándose en sus funciones, autorice el derribo del viejo colegio de San Matías», en opinión de Conde. El derribo se consuma al año siguiente. Un día, los jesuitas volverían a Oviedo, pero su colegio ya no estaba. 
Y, años más tarde, el Estado vende el solar al ayuntamiento y se construye el actual mercado metálico cubierto: diseñado bajo unos parámetros modernos en la época, alto y luminoso, fue diseñado por Javier Aguirre Iturralde e inaugurado en 1885. Cuatro años antes, salvando las distancias y el tamaño, que otra estructura metálica universalmente conocida: la torre Eiffel."

Siguiendo con la mirada todo el recinto de la Plaza de la Constitución vemos ahora los edificios a la izquierda de la calle Fierro y entre esta y la calle Magdalena, a la izquierda, por la que hemos venido, que como hemos dicho fue la prolongación de la calle Cimadevilla extramuros cuando la ciudad creció hacia el sur, entrada del camino procedente de León, el Camino del Salvador. Hay varias tiendas de recuerdos y además el Centro de Información Turística del Principado de Asturias. Antaño estuvo en la esquina la histórica Librería Martínez, luego trasladada a la calle Cimadevilla


Otros edificios notables, si bien no tan antiguos, cierran la plaza por el este, entre las calles Magdalena (derecha) y del Sol (izquierda), que da paso a la del Carpio, cuyo nombre y origen se sume en la nebulosa entre la historia y la leyenda; consultamos la Enciclopedia de Oviedo nuevamente... 
La Calle del Carpio, la más antigua de Oviedo, comienza en la Plaza de la Constitución y termina hacia el final de Calle Marqués de Gastañaga. El Pleno del Ayuntamiento de Oviedo del día 16 de julio de 1897 la rebautizó como Calle Guillermo Estrada, disponiéndose el restablecimiento de su nombre original cuarenta años después, el 11 de febrero de 1937, medida que no se hizo efectiva hasta que una nueva calle del Polígono de Buenavista fue bautizada como Calle Guillermo Estrada y Villaverde
Por detrás de la casa que el marqués de San Esteban tuvo en la Calle Sol está la Calleja del Carpio, que comunica la Calle del Carpio con la Calle Santo Domingo. A juicio de José Tolivar Faes, del Carpio es el nombre más antiguo de cuantos se usan para designar calles de Oviedo. Figura ya en un documento del 19 de marzo de 1197: «Pedro Paraias, canónigo de Oviedo, da a su sirviente Geloira lohannes una casa en El Carpió, de Oviedo»; y también aparece en la escritura de venta de una casa fechada el 24 de junio de 1217, donde se señala que el Carpio pertenece a la feligresía de la Parroquia de San Isidoro; en ese mismo año se vende una casa en las Carnicerías figurando como firmantes un Petrus Bonus de la Broteria y un Stefanus Pelaiz del Carpio. Carnicerías, Broteria y Carpio aluden aquí a calles de Oviedo, dos de ellas ya desaparecidas. En 1234 Fernando Gonzaluiz y su mujer, Velasquida Giraldiz —doña Balesquida— adquieren una casa en el Carpio. En el siglo XIII las edificaciones eran allí numerosas, como se infiere de un documento que da cuenta de la venta de la mitad de otra casa en la Rúa del Carpio, calle que aparecerá numerosas veces en todos los siglos siguientes.

Según la tradición en este antiguo barrio de Oviedo habría nacido el legendario Bernardo del Carpio, hijo del conde de Saldaña don Sancho y de Jimena, hermana de Alfonso II, el Casto, que venció a los francos en la Batalla de Roncesvalles en el año 808. 

El topónimo Carpio quizás pudiera remitir a una plaza o mercado de abastos que se localizase en la zona o acaso provenga, por tratarse de una zona muy soleada, que allí se recolectasen y desecasen frutos."


En la esquina con la calle del Carpio, está la Farmacia de Eduardo Arnáez Fernández, antes Farmacia Barriuso, parada de muchos peregrinos del Salvador, como bien reseñaba Miriam Villazón en La Nueva España del 5-9-2015:
"Pablo Barriuso regenta la farmacia que se encuentra en la plaza del Ayuntamiento. Por delante de su botica pasan los peregrinos que se dirigen a San Salvador para hacer su parada obligatoria del Camino de Santiago. "Vendemos muchos repelentes para mosquitos para los habituales de albergues y de campings", indica Barriuso. Otras peticiones habituales: "Muchos bálsamos para los pies cansados de los caminantes y cremas para dolores musculares, e incluso productos para dormir, por el cambio de costumbres que llegan a sufrir", precisa."
Y, a su derecha, el edificio del antiguo Banco de Oviedo construido hacia 1915 en piedra y hormigón, de tres plantas y ático con pilastras de gusto historicista. Se duda entre que sea autoría del arquitecto Julio Galán o del también arquitecto Manuel del Busto. Si la información no nos falla por aquella época el Banco de Oviedo ya estaba fusionado con el Banco de España, conforme resume su historia Carmen López Villaverde, directiva de la Sociedad Protectora de la Balesquida:
"Este edificio fue la sede del Banco de Oviedo que surgió por Real Decreto de 5 de Febrero de 1864 al amparo de bancos provinciales autorizados para la emisión de billetes al portador. Emitió billetes por un total de treinta y un millones de reales. Fue creado por un grupo de empresarios bilbainos encabezados por la Sociedad de Crédito Vasca a quien se unieron empresarios asturianos como Ignacio Herrero,  Pedro Masaveu y Martín Caicoya entre otros, siendo su comisario regio Atanasio de Ávila. Diez años después, el 22 de Agosto de 1874 el Banco de España inicia sus operaciones en Oviedo y en ese mismo año adquiere el monopolio de la emisión de billetes al portador mediante un Decreto ley del 19 de Marzo  en todo el territorio nacional y planteó a los antiguos bancos de emisión permanecer como tales sin poder emitir billetes o integrarse en la Red de sucursales del Banco de España. El Banco de Oviedo acuerda entonces fusionarse con el de España."

De la calle Carpio, que empieza, recalcamos, unos metros más abajo de la calle del Sol, nos cuenta asimismo Canella Secades en El libro de Oviedo de 1887:
"Carpio.—Siguiendo á inseguras y combatidas tradiciones dícese que aquí se crió ocultamente el famoso Bernardo, hijo de doña Gimena, hermana del Castro, y del conde de Saldaña: mas no satisfacen las relaciones del romance para la verdadera historia. Carpio, dice Covarrubias, que es lugar ó localidad en tierras de Castilla y Andalucía, donde se venden objetos y productos diferentes para las necesidades de la vida; esto es: plaza bien abastecida. Pudo ser mercado de extramuros el sitio en cuestión, antes de edificarse la manzana de casas entre esta calle y la de Santo Domingo; aunque sería esto en lejanos siglos, pues las edificaciones de los números impares á juzgar por las típicas escaleras de piedra dentro de cerrados patios ó corradas, ya acusan bastante antigüedad. Dijo también el sr. Amandi, en breves indicaciones sobre las calles ovetenses, que tal vez se derivaría el nombre del verbo latino carpo, para señalar una localidad despejada á propósito para secar ó madurar los frutos. Comenzaba en la Plaza y en la casa núm. 2, donde estaba la antigua Casa municipal de la ciudad. Por último en esta calle vivió el Maestro de campo Prado, injustamente exhonerado á consecuencia de la defensa de la Habana en 1762"

Por la calle Sol y a través de un pasadizo, el Arco de San José del edificio del Arco Iris, antigua tienda de chocolates, puede accederse a Trascorrales, otra histórica plaza ovetense, al igual que, siguiendo cuesta abajo hacia la calle del Carpio, al Palacio del Sol, ambos lugares a los que les dedicamos también las pertinentes entradas de blog


Nosotros vamos a acercarnos aquí al extremo oriental del Ayuntamiento donde, como advertimos, se encuentra, a la entrada del consistorio, el león que antes estaba rematando la desaparecida fuente de la antigua Plaza Mayor, el cual mira hacia la puerta


Es obra de Gabriel Antonio Fernández Tonín, hecha en piedra, verdadero guardián del consistorio que, por su forma y ubicación quiere recordarnos a los célebres Leones de las Cortes, si bien, le faltaría un 'compañero' para un parecido más completo


Cuando se colocó el león sobre la vieja fuente existía un interés por parte del Ayuntamiento por embellecer esta Plaza Mayor que, no muchos años más tarde, con las reformas políticas de 1812 de las Cortes de Cádiz, pasó a ser la Plaza de la Constitución, cuando el diputado Antonio de Capmany Suris y de Montpaláu propuso denominar así a todas las plazas de España donde se proclamase la Constitución recién promulgada, por lo que el Consistorio así lo dispuso el 16 de agosto de ese año. 


Luego, con la vuelta del absolutismo de Fernando VII pasaría a ser la Plaza Real. En 1820 con el Trienio Liberal vuelve a ser de la Constitución y tres años más tarde, tras la invasión de los Cien Mil Hijos de San Luis, regresa de nuevo el absolutismo y se repone Plaza Real hasta la muerte de Fernando VII en 1833 


En 1873 es llamada Plaza de la República con la proclamación de la Primera República Española pero esta dura tan poco que se restituye Plaza de la Constitución por la Constitución de 1869. Hay un intento infructuoso de llamarla Plaza Municipal. En 1937 los sublevados en la Guerra Civil restituyen el nombre de Plaza Mayor y, con la Constitución de 1978 vuelve una vez más a ser Plaza de la Constitución. Es rehabilitada en 1992 con proyecto de Francisco Pol, cambiando el asfalto por losas de piedra dado su nuevo carácter peatonal


Recorrida pues la plaza, retomamos nuestro camino hacia el Ayuntamiento para pasar por el Arco de Cimadevilla, que rememora el de la antigua puerta de la muralla, derribada para hacer el Ayuntamiento, cuya primera gran reforma de acometió en 1780 con el arquitecto Francisco Pruneda, quien "amplió el 
ala Este y cuidó la simetría. El edificio resultante puede encuadrarse en el clasicismo y presenta dos alas porticadas con arcos de medio punto y balcones separados por molduras y pilastras que centran la fachada donde se abre el balcón de honor. En el frontón se encuentran los escudos e inscripciones fundacionales, explican en la Enciclopedia de Oviedo, que nos explica así las fases de la obra de esta casa consistorial:
"La sede del Ayuntamiento de Oviedo fue diseñada por el arquitecto Juan de Naveda y emplazada sobre los restos de la antigua muralla y convirtiendo la antigua puerta de Cimadevilla o puerta de la Plaza del arco central. 
En la sesión del Ayuntamiento del 22 de diciembre de 1623, Juan de Naveda informa de la finalización de las obras de las Casas del Ayuntamiento de la ciudad de Oviedo, que comprendía el cuerpo del edificio desde el Arco de Cimadevilla hasta el principio de la Calle del Peso. Treinta años después se realiza una ampliación sobre lo construido por Juan de Naveda. La condición para esta ampliación era completar el edificio, de tal modo que se exigió que hasta los balcones fuesen idénticos a los construidos por Juan de Naveda, por lo que el arquitecto Marcos de Velasco no pudo introducir demasiadas innovaciones, excepto en la torre nueva. 

 «(...)Primeramente, es condición que el maestro en quien fuere rematada la dicha obra haya de hacer siete arcos con siete puertas ventanas según y de la manera conforme a la obra que está hoy día hecha en dicha Plaza. Los arcos han de ser con el mismo hueco y alto y grueso de pilastras y pilastrillas, con sus oquillas y zoco. Y las puertas ventanas han de ser a la misma hechura que están sobre los dichos arcos, con el mismo sabor y arte que tienen las que estén hechas, con el mismo grueso de las mochetas de los pies derechos y a la misma abertura, ancho y alto.» "Documentos", pág 16, en Las Nuevas Casas del Ayuntamiento de Oviedo, Oviedo, 2009.

El ala que construyó Marcos de Velasco, debía estar adosada a la muralla por lo que fue necesario derribar las casas que ocupaban este espacio. Este nuevo edificio, estaba formado por siete arcos, dos plantas y una torre nueva. En la primera planta se situaron la sala principal, el oratorio y el archivo. En 1661 se dio la obra por terminada. Desde esta fecha hasta 1663 (en que se daría por finiquitada la obra) se llevaron a cabo obras de carpintería en las seis tiendas proyectadas bajo los arcos del ayuntamiento. 
Siglo y medio después el arquitecto Pruneda y Canal amplió el ala Este y cuidó la simetría. El edificio resultante puede encuadrarse en el clasicismo y presenta dos alas porticadas con arcos de medio punto y balcones separados por molduras y pilastras que centran la fachada donde se abre el balcón de honor. El frontón se encuentran los escudos e inscripciones fundacionales."

La siguiente gran reforma se emprendió tras las destrucciones de la Guerra Civil, cuando se le añadió su torre del reloj , obra de 1940 del arquitecto Gabriel de la Torriente. Con motivo de los 350 años de su construcción, La Voz de Asturias publica Cuando el Ayuntamiento tenía tiendas y no daba la hora, artículo de Daniel Roig para la edición del 4-3-2021, donde resalta los avatares comentados y otros nuevos, vicisitudes de su construcción y curiosidades como el antiguo aprovechamiento de sus bajos para tiendas y comercios:
"El Ayuntamiento de Oviedo está este año de aniversario. Hace justo 350 años, en 1661, se concluyó la obra del primer edificio, donde ha estado desde entonces, si bien ha sufrido muchos avatares desde su construcción. El más grave, como muchos otros edificios del centro histórico, los daños que sufrió durante la Guerra Civil. 
Volvamos atrás, muy atrás. Alfonso VI otorga el Fuero de Oviedo, un documento que se ha perdido pero del que hay referencias posteriores del siglo XIII. En él se concedía una serie de derechos a la ciudad, tanto organizativas como legislativas y económicas. A partir de ahí, la importancia del núcleo urbano va creciendo y llega un momento en que la sede del poder municipal, que se encontraba antes en el atrio de la iglesia de San Tirso, se queda pequeña.    
De modo que el lugar elegido es un punto de la antigua muralla, en concreto la puerta de Cimadevilla, que coincide con el arco de paso que hay justo en el centro de la actual casa consistorial. Es decir, el edificio sustituyó parte de la muralla, pero respetando el paso extramuros, hacia la zona de El Fontán y la iglesia de San Isidoro (para entonces bastante nueva, ya que había sido construida en 1587).   
El encargo se le hizo al arquitecto cántabro Juan de Naveda, que completa una primera fase en 1623 pero, tal como explica minuciosamente Celso García Tuñón Aza en Las nuevas casas del Ayuntamiento de Oviedo, treinta años después Marcos de Velasco Agüero redacta las nuevas casas: albañilería, cantería y otros elementos como barandillas. La ampliación, no obstante, debía seguir la línea de lo diseñado por Naveda, excepto un elemento: la torre nueva. 
Según García Tuñón Aza, el ala que construyó Marcos de Velasco debía estar adosada a la muralla por lo que fue necesario derribar las casas anexas. El nuevo edificio estaba formado por siete arcos, dos plantas y la mencionada torre nueva. En la primera planta se situaron la sala principal, el oratorio y el archivo. En 1661 se dio la obra por terminada, aunque todavía se realizarían durante dos años obras de carpintería en las seis tiendas proyectadas bajo los arcos del ayuntamiento. 
Más ampliaciones y la devastación 
Hacia principios del siglo XIX el arquitecto Pruneda y Canal (maestro de obras de la Catedral) amplió el ala este. En la entrada de la casa consistorial, a la derecha, aún está un pequeño león de piedra que se encontraba en una fuente hoy desparecida que en el siglo XIX adornaba la entonces plaza mayor (plaza de la Constitución). 
Pero llegaron la revolución del 34 y la Guerra Civil y, como es sabido, gran parte de los edificios históricos sufrieron duramente las consecuencias, tanto en las revueltas como durante el asedio de las tropas republicanas a las tropas franquistas atrincheradas en la ciudad. El consistorio sufrió daños importantes y, mientras tanto, los ediles se trasladaron al palacio del Duque del Parque o del Marqués de San Feliz, por cierto el único de Oviedo aún habitado. Al terminar la guerra, como parte de las obras de Regiones Devastadas, en 1940 se restaura la casa consistorial y su interior bajo el diseño de Gabriel de la Torriente. Desde entonces ha seguido sufriendo reformas interiores para adaptarse a los tiempos, incorporando edificios anexos como el Café Español y trasladando algunos servicios a otros, como el de la calle Quintana."

Antes de pasar bajo el Arco de Cimadevilla vamos a reparar en los "escudos e inscripciones fundacionales" referidos que ostenta en el frontón triangular sobre dicho arco, encima del balcón central


El escudo del Reino, bajo la corona real de los Austrias, dinastía imperante cuando el Ayuntamiento fue construido


El escudo de Oviedo/Uviéu, la Cruz de los Ángeles, que podremos ver en la Cámara Santa de la catedral


Escudo de Antonio Chumacero de Sotomayor, Oidor de la Real Chancillería de Valladolid y Consejero de Castilla que ostentó numerosos cargos en el Reino, entre ellos y desde el 10 de abril de 1619 el de Corregidor de Asturias, es decir, poco antes de que se iniciase la construcción de este consistorio, de ahí su blasón aquí. La nobleza, antaño feudal, guerrera y terrateniente, se hacía cortesana en un proceso que culminaría en el siglo XVIII, confirma la Enciclopedia de Oviedo:
"Con los Decretos de Nueva Planta de 1717 y la formación de la Real Audiencia se uniformizan las estructuras concejiles. Los cargos municipales serán acaparados por la nobleza, reforzándose el poder de las oligarquías locales. Carlos III reforzará el centralismo en 1766 con reformas en el régimen local, acaparando el Estado competencias que anteriormente correspondían al municipio. 
Durante el siglo XIX fue parte fundamental en los cambios políticos de España: su juez José María García del Busto fue uno de los principales adalides de la resistencia frente a la invasión napoleónica. Asimismo, el 23 de Septiembre de 1812 el Ayuntamiento de Oviedo se convirtió en constitucional según lo establecido en la Constitución de Cádiz, habiendo sido el propio ayuntamiento ovetense uno de los primeros en eliminar los señoríos o derecho de los señores a nombrar los cargos municipales y la unificación de los sistemas de provisión común, estableciéndose así la elección democrática de los Ayuntamientos. En recuerdo de los acontecimientos de 1808, en la Casa Consistorial se encuentran varias lápidas conmemorativas del alzamiento ovetense de 1808 contra los franceses."

Inscripción de la izquierda de la puerta del balcón


Inscripción a la derecha de la misma puerta


Ambas inscripciones forman una sola, de ellas, de los blasones y de la construcción del consistorio escribe acertadamente quien fuera Cronista Oficial de Asturias Joaquín Manzanares Rodríguez Mir en su Itinerario monumental de Oviedo:



Y tal y como los peregrinos del medievo accedían a la civitas ovetense por el arco de la Puerta Mayor o de Cimadevilla, luego Puerta Vieja, entramos en la antigua ciudad intramuros por la que fue la calle o rúa mayor de la ciudad antigua, así descrita en la siempre a mano Enciclopedia de Oviedo:
"La calle Cimadevilla comienza pasado el arco de la casa consistorial, donde figuran las placas de re-edificación (1780) y de reconstrucción (1943). Se trata de una de las vías principales del antiguo Oviedo, ya que por ella ingresaban viajeros, peregrinos y comerciantes. 
Durante la edad media era una de las arterias principales de la ciudad, encontrándose al final de ella la Puerta de Cimadevilla de la muralla medieval.

En el siglo XIX era uno de las vías preferidas para paseos, fijándose como punto de encuentro y reunión. Esta situación de la calle como paseo de encuentro está bien recogida por el escritor Clarín en su novela La Regenta, donde Cimadevilla aparece descrita bajo el nombre de la Encimada. 

Hoy en día es una vía peatonal, en la que pueden encontrarse elegantes cafés y restaurantes, así como tiendas de recuerdos. Las fachadas de los edificios que conforman la calle están en su mayor parte restauradas encontrando diversos estilos arquitectónicos, principalmente barroco y modernismo."


Y, como siempre, recurrimos a Fermín Canella y a El libro de Oviedo, escrito en un momento en el que aún pervivía la memoria del antiguo Hospital de San Nicolás:
"Cimadevilla.—La calle por excelencia de Oviedo debe indudablemente el nombre á su posición en la cima ó parte superior de la primitiva ciudad ó villa—que eran entonces sinónimas estas palabras—sin necesidad de recurrir á la explicación que da el Padre Carballo, atinadamente combatida por el P. Risco y otros. [...] El terrible incendio de 1522 comenzó en esta calle, teatro en todas ocasiones de las conmociones populares. Cuando las fiestas de San Mateo de 1603 se celebró allí el juego de sortijas. [...]

De la capilla de San Nicolás—ayer demolida—hay esasas memorias, pero que debemos consignar aquí por tratarse del antiguo templo de Cimadevilla. El P. Carballo escribe que Alfonso el Casto "edifició y fundó (según algunos dicen) el hospital de San Nicolás", y ninguna otra noticia podemos aducir hasta el siglo XIV en que parece que allí tenían su cofradía los zapateros ovetenses, que habiéndose resistido á salir, según antigua costumbre, para hacer públicos juegos y suertes el día del Corpus, entablaron pleito con la justicia y regidores que fué ganado por la ciudad según ejecutoria de los Reyes Católicos en 1500. La ciudad, tenía el patronato del establecimiento y lo ejercía anualmente un regidor-administrador, siendo de 1680 la fundación de una capellanía en la "ermita de San Nicolás, feligresía de San Tirso", por Antonio Gómez, vecino de Oviedo. A últimos del siglo XVII fué reedificada la capilla, con fachada ornada con poco gusto y armas reales; pero ya entonces tenía pobre vida el hospital, al que se entraba por la calle del Peso, casa número. 8. También la calle tenía una fuente.

Tuvo siempre la calle ovetense altísima consideración, y cuéntase un pleito del último tercio de dicho siglo XVII, ganado por vecinos de las parroquias limítrofes la Manjoya, Latores, Celagún, Perera, etc, amparándoles en la posesión que gozaban de feligresía y vecindad en la parroquia de San Tirso y calle de Cimadevilla. Allí estaban las históricas casas de Carreño, Lavandera, Cifuentes, Valdés, Peñerudes, Solis y otras casas solariegas de mucho arraigo y heráldicos privilegios; allí estaba la casa del Portalón, donde los antiguos señores se reunían y arreglaban la ciudad de la que casi todos eran Regidores perpetuos; allí tenía casa el gobernador del Principado y allí se trasladó la Audiencia en el siglo XVIII. Aquí hacían parada de rúbrica las procesiones de la Iglesia mayor en el Corpus y Santa Eulalia, y dícese que la del Sacramento era en el portal de Peñerudes, hasta que se perdió el privilegio porque un señor de la casa arrojó un alguacil por el balcón. Pero el recuerdo más insigne en la historia de Cimadevilla es la conmoción popular de 1808 cuando Juaca Bobela y Marica Andayón con otros patriotas, impulsaron la declaración de guerra á Francia.

La prensa local hizo en diferentes ocasiones descripción y silueta de esta calle, siendo curiosísima la de un ilustres escritor y maestro queridísimo. Efectivamente: en aquel embudo, que no otra cosa es Cimadevilla, estuvo y está le mentidero de la ciudad; aquel sitio es como vulgarmente se dice un coche parado, porque allí como en un kaleidóscopo aparecen lo ordinario y lo extraordinario de Oviedo. Es el corazón de la ciudad y el lugar de las grandes exhibiciones. Allí se inició el progreso moderno en sus principales manifestaciones de comercio, casas de banca, cafés y círculos políticos, con las tiendas del Bohemio, Cesconi, Moriní, Agosti, etc.; los cafés del Casín, Risón y más; las tertulias de apostólicos, liberales, moderados, progresistas, unionistas, radicales, republicacoines del viti y del vaite, etc., etc....."

Por su parte, el escritor-cronista José Ignacio Gracia Noriega habla ampliamente de ella y de su continuidad hasta la Sancta Ovetensis, la calle de la Rúa, en Entre el Ayuntamiento y la catedral, dentro de su serie Territorios perdidos (La Nueva España 8-3-2008):
"La calle Cimadevilla fue el centro comercial y social de Oviedo hasta que éste se desplazó a la calle Uría, que era el ensanche. El nombre le viene de su situación, en la zona más alta de la ciudad antigua, y su antigüedad la certifica que ya aparezca nombrada en un documento del año 1220. En ella se encontraban la puerta y torre de Cimadevilla, que Tolivar Faes recomienda no confundir con el torrejón del Ayuntamiento, el cual no tenía subida para los ballesteros ni vivienda para el Alcalde. Esa torre pasó al obispo de Oviedo, don Gutiérrez de Toledo, por orden del rey Juan, durante las turbulencias levantadas en Asturias por el bastardo Alonso Enríquez contra la Corona. No termina aquí la historia de la calle, ni la del torreón, cuyo último vestigio, el escudo, fue trasladado a la fachada de las escuelas del Fontán, derribadas en 1834. La calle Cimadevilla está unida a la historia heroica de Oviedo, y también a su historia trágica. Aquí saltaron las primeras chispas del incendio iniciado la Nochebuena de 1522, que destruyó la mayor parte de la ciudad. También en Cimadevilla se desató el pueblo de Oviedo contra el invasor napoleónico el 9 de mayo de 1808. Una lápida lo recuerda en la casa que hace esquina con la calle Altamirano: «En este sitio rechazó el pueblo ovetense las órdenes del extranjero e inició el alzamiento de Asturias para defender la independencia española. Gloria y gratitud a Llano Ponte, Busto, Reconco, Peñalva, Correa, Méndez-Vigo, Argüelles, Escosura, Jove, Joaquina G. Bobela, María G. Andallón y más patriotas. En el primer centenario, el Ayuntamiento de Oviedo». Y en 1936, la misma calle rechazó a otros invasores, más peligrosos que los napoleónicos. Ninguna lápida recuerda esa gesta en Cimadevilla, lo que evita el actual bochorno de sustituir los nombres de los que ganaron una guerra por los de aquellos que la perdieron, lo que certifica que lo más sensato es abstenerse de colocar en las paredes placas conmemorativas y poner a las calles rótulos con nombres de flores o de planetas, satélites y asteroides: así se ahorrarán revanchismos, resentimientos y otras monsergas. 
La calle Cimadevilla no sólo es una calle histórica, sino una calle en continua evolución. «En Cimadevilla se iniciaron el moderno comercio, las casas de banca y los círculos políticos, que tanto auge tuvieron en el siglo XIX» –escribe Tolivar Faes en su benemérita guía de la calle de Oviedo–. «Allí estuvieron las tiendas del Bohemio, Cesconi, Morini, Agusti (restos italianos de las tropas napoleónicas); los cafés del Casín y del Riscón; las tertulias de apostólicos, liberales y demás partidos políticos, y todavía hace cien años mostraba Cimadevilla tal actividad que se aseguraba que nunca acabaría cediendo a la ya manifiesta competencia de Campomanes y Uría. Sin embargo, aunque en el primer cuarto de este siglo aún vimos en Cimadevilla comercios y bazares suntuosos, y aunque actualmente conserva importantes actividades más la corriente de gente que siempre ha de pasar por ese embudo puesto en el arco del Ayuntamiento, Cimadevilla no es ya corazón ni cerebro de la ciudad, y hasta perdió mucho de su empaque y señorío desde que, hace siete u ocho lustros, desaparecieron los últimos caballeros que sabían pasear por allí con la solemnidad que la calle requería». 
La calle Cimadevilla bifurca hacia abajo en dirección a la Universidad por la calle Altamirano, y por la calle Canóniga a la Corrada del Obispo. En el palacio de Canóniga, de interiores viscontinianos, ofreció María Uría una cena que no olvida Hugh Thomas. En esta bifurcación termina la calle, que no llega a la plaza de la Catedral, como debiera ser, sino que se continúa en la corta, pero muy llena de sabor, ovetense calle de la Rúa, de nombre redundante (y mucho más redunda en la novela «Belarmino y Apolonio», de Ramón Pérez de Ayala, donde es la rúa Ruera). Su antigüedad no es menor que la de Cimadevilla: aparece nombrada en un documento de 1274, y otro de 1305 se refiere a la «rúa pública por do van de la rúa de los Tenderos para la iglesia de Sant Salvador». Pese a su brevedad, tiene prestigio histórico y señorial, y a partir de la novela «Belarmino y Apolonio», literario. En enfrentados portales de esta calle tenían sus cajones de zapateros remendones los inolvidables Belarmino, de condición filosófica, y Apolonio, de tendencia dramática. «Belarmino y Apolonio» es una novela frustrada, que no llega a ser, ni mucho menos, lo que anuncia, y certificación de la influencia, tal vez inconsciente, de Gustave Flaubert sobre el mundo literario de Oviedo: porque si algunos ven en La Regenta a Madame Bovary, Belarmino y Apolonio hubieran podido ser, que no lo son, Bouvard y Pécuchet. No obstante, la descripción de la rúa Ruera y Belarmino escuchando detrás de una cortina la disertación del filósofo Cleo de Mérode, de la famosa ciudad de Koenisberga (referencia cultista a Kant y jocoso varapalo a Ortega y Gasset, pues al de Koenisberga iban también a escucharle las señoras, para asombro y escándalo de Belarmino), compensan de que nuestro atildado Pérez de Ayala no haya llegado a ser Flaubert, un normando que conducía carruajes tirados por caballos sobre caminos embarrados, según le reprocha Sartre. 
La calle de la Rúa desemboca en la plaza de la Catedral, encarándose a su airosa torre desde el palacio del marqués de Santa Cruz o de la Rúa, la única casa conservada de Oviedo anterior al incendio de 1522. Su preciosa ventana dividida en cruz refleja sobre el asfalto mojado por la lluvia cuatro imágenes de la torre de la Catedral. Ante ella, la estatua de Ana Ozores, con un sombrerito que parece que se le va a caer, pertenece al reino de la ficción. Pero la torre de la Catedral, repetida cuatro veces en la ventana de la Casa de la Rúa, es perfectamente real: sólo hace falta para verla dar la espalda a la torre y mirar al palacio, como si miráramos una fotografía. Ahí tenemos, sin necesidad de movernos, la torre y su reflejo. 
En la acera izquierda de la calle Cimadevilla, poco después de traspasado el arco del Ayuntamiento y dejadas atrás las instalaciones municipales, en lo que fue el antiguo Café Español se alineaban tres bares: Los Tres Reyes, Garal y Sevilla, fronteros a Diego Verdú, una de las mejores confiterías no de Oviedo, sino de España, cuyos turrones son buque insignia de la pastelería ovetense, del mismo rango que los carbayones de Camilo de Blas. Los Tres Reyes, el primero para quien caminara desde la plaza del Ayuntamiento a la plaza de la Catedral, era estrecho, con la barra a la izquierda, abría temprano y recibía los tres periódicos, razón por la que un amigo mío se refugiaba en él en horas bajas. Garal tenía barra y bar en la planta baja y servicio de café en el piso. Era, como diría Hemingway, «un local limpio y bien iluminado » y, si la barra era más bien de gente de paso, en el café del piso, con divanes y dos balcones a la calle, se iba a pasar más tiempo: a jugar al parchís, a ver la televisión, a merendar o a cortejar. 
Allí vi muchas películas, cuando la televisión era todavía en blanco y negro y se proyectaban películas excelentes. Entonces, la parte de arriba de Garal parecía un cine club. No se escuchaba el zumbido de una mosca, y el silencio de cinematógrafo sólo se interrumpía para pedirle a Pepe otro coñac. Todavía se bebía mucho coñac, aunque yo confieso que en seguida me pasé al whisky, al que permanecí fiel durante casi cuarenta años, hasta que vinieron los doctores Baena y Sobrino y me mandaron parar. Vi películas de Josef von Sternberg que me fascinaron; también un ciclo dedicado a Clark Gable, que era uno de aquellos grandes tipos con mucho sentido del humor y mucha experiencia, que no hacía falta señalar que la tenía, como si se tratara de una película de Gonzalo Suárez, porque se le notaba. 
Por las tardes iban a Garal señoras a merendar o de tertulia, y entre los clientes habituales estaba don Eugenio Tamayo, con su cabeza leonina, el abrigo sobre los hombros y la carpeta de dibujo debajo del brazo. Se sentaba en un sofá, cerca de la ventana, sacaba el lápiz y dibujaba continuamente. Aunque su aspecto era hosco, le recuerdo como persona amable, con quien mantuve largas parrafadas. En cierta ocasión le pregunté si era cierto que había jugado una partida de ajedrez con Lenin en Ginebra, y me contestó que sí, que era cierto. También le pregunté cómo era Lenin. «Un chino», dijo. Y pasó a hablar de otra cosa. No se me ocurrió preguntar quién había ganado la partida. 
Garal tenía confitería. Cierta tarde, un canónigo muy gordo, cuyo nombre omito, meditaba ante una bandeja de «piononos». Se le notaba, incluso en el gesto de la mano, que a veces se disparaba inconscientemente hacia la bandeja, que mantenía una dura lucha interior. Por lo bajo murmuraba palabras ininteligibles. Al fin, se dijo en voz alta: 
—Como hoy es Santa Eulalia de Mérida, patrona de Oviedo... 
Y de una sentada acabó la bandeja de «piononos». 
Pepe, el camarero, con chaquetilla blanca y corbata negra, era delgado, de pelo rizado y muy sonriente y profesional; un gran camarero, especie que ya va camino de la extinción. 
En la calle de la Rúa había un restaurante llamado Malani, en el que se servían unos enormes «crêpes» rellenos, que la dueña (una señora muy jovial) llamaba «tochos». Guardo muy buen recuerdo de la cocina del Malani. Luego lo tomó en traspaso Belarmino Álvarez Otero, el inventor del Oviedo Antiguo, cuando se propuso cambiar el bar nocturno por el restaurante diurno, y allí comimos algún «botillo» sensacional."

Mirando ahora a los soportales de la derecha vemos al fondo la puerta del Ayuntamiento


Las columnas no nos dejan ver el león de la antigua fuente, pero sí dicha puerta y su escudo


Ahí sí que tenemos dos leones muy similares a los de Las Cortes, con el escudo real, este borbónico, pues forma parte de las reformas y ampliaciones de 1780 con Francisco Pruneda y, arriba, dos ángeles


Traspasando el umbral del Arco de Cimadevilla vemos toda la calle hasta su confluencia con las de San Antonio y Altamirano. Más cerca y a la derecha es la calleja de los Huevos, otro de los accesos a Trascorrales, antigua Travesía de Cimadevilla hasta que el Ayuntamiento decidió oficializar su nombre popular, relacionado con el mercado


Justo antes de salir del Arco de Cimadevilla una inscripción alude a las obras de Francisco de Pruneda de finales del siglo XVIII


Estaba antes en el dorso del escudo de España sobre la puerta del consistorio que acabamos de ver, se trata, dice Joaquín Manzanares, de "una bella cartela barroca" en la que se lee:
REYNANDO LA MAGESTAD DE DON CARLOS 
TERCERO 
SE REEDIFICARON ESTAS
CASAS,  A EXPENSAS DE
LOS PROPIOS DE LA CIV-
DAD AÑO DE
1780
Y en su orla la leyenda...
FRANCISCVS PRUNEDA ME FECIT

A la derecha, otra cartela, imitando a la anterior, plasma la reconstrucción de la posguerra


Se lee así:
SIENDO CAVDILLO
Y GENERALISIMO
DE LOS EJERCITOS
FRANCISCO FRANCO
SE RECONSTRUYERON ESTAS 
CASAS POR LA Don Gral D Rnes Dvdas  (Dirección General de Regiones Devastadas)
1943

Y ya en la calle Cimadevilla habría estado, se supone que aquí al principio, la citada Librería Martínez, que antes había estado en la calle Mayor esquina a Magdalena, "que era además almacén de papelería y de libros rayados y en blanco", nos recuerda el escritor y librero Alberto Polledo en La ciudad, una gran biblioteca, para La Nueva España del 11-12-2015:
"Igual que en la actualidad en Oviedo predominan las zonas de bares y sidrerías, en el padrón de Junio de 1833, podríamos decir otro tanto, sólo que en lo relativo a las abundantes librerías. 
(...) como fruto de la asociación de Cándido Lueso y Juan Martínez se abrió la Librería Martínez, en la Plaza Mayor, esquina a Magdalena, que además era almacén de papelería y de libros rayados y en blanco.ç 
Como el resto, debían de defenderse con la venta de papelería, impresos y libros oficiales, además de los libros de texto de la universidad. La Librería Martínez, a buen seguro, sería el lugar en donde paraba Clarín unos instantes, siempre, cuando iba de paso hacia la Universidad. Así lo cuenta Adolfo Posada en su biografía. 
La sociedad duró tres años escasos. Luego prosiguió en el mismo local y Martínez se estableció en la calle Cimadevilla, quizás en el número 1. El Correo de Asturias, del miércoles 2 de agosto de 1893, da cuenta de su traslado a "la planta baja de la magnífica casa señalada con el número 1 en la Plazuela de Riego".

Los actuales edificios son mayoritariamente de entre los siglos XIX al XX, si bien construidos sobre el emplazamiento de los antiguos, los cuales eran de madera y fueron desapareciendo, en su mayor parte a causa de los incendios de desolaron la ciudad. Los mayores se registran en la  Edad Media, sobre todo en 1385 con el asedio de Enrique de Trastámara, pero el más pavoroso fue el de la Nochebuena de 1521, por el que se obligó a panaderos, ferreros, etc. a ejercer su trabajo fuera al descubrirse que había sido ocasionado por la chispa de un horno en esta misma calle


Aquel incendio asoló toda la ciudad hasta la Puerta de Gascona, al norte de las murallas, arrasando varias iglesias y monasterios en torno a la Catedral de San Salvador, la cual también resultó afectada si bien permaneció en pie, pero quedando la ciudad tan esquilmada que hubo que renunciar a construir su segunda torre. Por si fuera poco al año siguiente hubo un terremoto en junio y en septiembre diluvio, por lo que en 1525 Carlos I otorga un mercado los jueves sin alcabalas ni impuesto alguno con el fin de recuperarse de tanto desastre


Entre los muchos edificios destruidos por aquel entonces estaba el Hospital de San Nicolás, fundado, según antigua tradición, por Alfonso II El Casto, el cual en el siglo XIV era sede de la cofradía de los zapateros, si bien fue reconstruido en el siglo XVII, con su capilla. En 1691 se sabe estaba también bajo la advocación de Santiago y que, aunque miraba a esta calle, su entrada era por la calle del Peso. Ya estaba en decadencia y desapareció en 1837 definitivamente, al unificarse los hospitales ovetenses en un Hospital General, en el sentido más moderno de centro sanitario que hospedaje de pobres, enfermos y peregrinos que fue el que prevaleció hasta bien pasada la Edad Media


A nuestra izquierda está el edificio de la Sala de Prensa del Ayuntamiento, antiguo Café Español, del que cuenta Carmen Ruiz-Tilve, Cronista Oficial de Oviedo, en De arte público y privado (La Nueva España 30-1-2011):
"... sala municipal de la ciudad, que dio vida a Cimadevilla antes de que se convertirse en un gran bar lo que había sido lugar comercial por excelencia, era el Café Español, que por su situación, su tamaño y su falta de barreras arquitectónicas era visitado por muchos ovetenses y forasteros, ejerciendo una gran labor social y didáctica. El Café Español, que había sido café e incluso café cantante, terminó como mueblería, cuando en Oviedo había mueblerías y no hacía falta salir del concejo para comprar un sofá."

Del mítico Café Español dice también así Carmen López Villaverde en el blog de la Sociedad Protectora de la Balesquida:
"En palabras de Carmen Ruiz Tilve en el diario La Nueva España (27-6-2011) «el Café Español hace mucho que no es café». Actualmente es la sala de prensa del Ayuntamiento y anteriormente un elegante bazar, Bazar Life.  
Como café, abrió sus puertas allá por principios de los años 20 en el número 3 de la calle Cimadevilla convirtiéndose en un punto de referencia en la ciudad. Se decía que era el más céntrico y cómodo de Oviedo, por lo que enseguida fue lugar de tertulias famosas como la de de la «Peña la Claraboya». Hubo una época que sirvió también comidas, siendo el plato estrella las alubias estofadas con salchichas y el dulce de cabello de ángel, todo por el «módico» precio de una peseta. 
Hacia 1927 tomó un nuevo giro ofreciendo diariamente espectáculos de varietés con una animada concurrencia. Actuaron en él variedad de artistas de todos los géneros, entre ellas Estrellita Castro y Lola Flores cuando estaba en camino de hacerse famosa.  Los amantes de la buena música podían disfrutarla, pues había conciertos diariamente y hubo un tiempo en que la orquesta tuvo al piano a Luis Ruiz de la Peña. Los espectáculos nocturnos adquirieron tal éxito que también los jueves y domingos había sesiones de tarde e incluso hubo una diaria de dos y media a tres,  conocida como la sesión «hortera» porque a ella acudían los empleados de comercio. Los llenos eran diarios en todo, lo mismo que las actuaciones de las sesiones familiares.
Pero como todo llega a su término, los espectáculos bajaron de calidad, por  lo que decreció la afluencia de espectadores lo que marcó definitivamente el cierre a mediados del XX. En el Archivo Municipal («clic para verlo) de Oviedo destacan los fondos y colecciones del Café Español compuestas por casi un centenar de imágenes de estudio de artistas, cupletistas y bailarinas,  así como diversos folletos. Todos ellos han quedado como testigos de las actuaciones que a lo largo de su existencia,  se sucedieron en este emblemático establecimiento. "

Y en el cruce con la calleja de los Huevos antes citada, la Arrocería La Genuina, fundada en 2001, de la que encontramos esta perfecta reseña en la web gastronómica Les Fartures de David Castañón, de fecha 5-2-2020 (entrad en su página para ver las fotos):
"Restaurante especializado en arroces en pleno centro de Uviéu. Ubicación inmejorable, entre el Ayuntamiento y la Catedral, en una calle peatonal de continuo trasiego. El local es grande, pero suele llenarse, así que, si quieres ir, mejor reserva.
Según entras, espacio muy amplio con barra enorme, y alguna antigua cocina de carbón rehabilitad a modo de mesa para apoyarse mientras tomas algo de pie. Al fondo, amplio comedor. En el piso de abajo, tienen también otro comedor. 
Decoración muy cuidada, mezclando elementos clásicos con decoración más moderna.
Comida de unas 20 personas, en el salón de abajo, casi entero para nosotros. Comenzamos con un poco de Pan con tomate y jamón ibérico. El jamón, por cierto, muy bueno. 
Unos Calamares. Ricos. Probamos distintos arroces. A mí me encantó el Senyoret. Con merluza, pixín, gambón y calamares. También probamos el de Pitu Caleya, muy rico. Después, un Cachopu. Con queso Vidiago. Muy rico. Acabamos con unos postres variaos. Para beber, en la parte de abajo no echan sidra, así que algunos tomaron Sidra Natural Viuda de Angelón con Tapón, y otros nos pasamos a esta maravilla. Prau Monga Brut Nature Reserva. Una sidra espumosa, con segunda fermentación en botella, que tiene un proceso de elaboración de 4 años para salir al mercao. Seca, con cuerpo, sin azúcar, y perfecta para acompañar los arroces.

De la calleja los Huevos, que dejamos a nuestra derecha, acceso como hemos dicho a Trascorrales, nos informan de su nombre, y de uno de sus avatares históricos durante la francesada o Guerra de la Independencia, en la Enciclopedia de Oviedo:
"Su nombre original era Travesía de Cimadevilla, pero al ser conocida popularmente como Calleja de los Huevos, desde al menos el siglo XVIII, el Ayuntamiento de Oviedo acordó en sesión del 11 de febrero de 1937 darle este nombre que seguramente aludía a la venta de tales comestibles. 
Por esta calleja pasó el 24 de mayo de 1808 la veintena de patriotas ovetenses que asaltó la casa de la Regencia, situada en la Calle Cimadevilla. Tras la Guerra Civil experimentó un notable ensanche."

Seguimos todo recto por la calle Cimadevilla, la Encimada de la celebérrima novela, cuyo escenario es la ciudad con sus rincones, La Regenta de Leopoldo Alas, Clarín:, si bien cambiando sus nombres como licencia literaria, también para esta "calle que desde la Edad Media hasta el siglo XIX fue ocupada por comerciantes y mercaderes", nos recuerdan en Oviedo inicio del Camino, "En la obra de Clarín sería el barrio de los más acomodados de la ciudad". Abunda en ello Raquel García en el periódico La Nueva España en Cimadevilla despide a la Vetusta más romántica el 17-7-2013, refiriéndose a la última de una serie de láminas de escenas históricas, Oviedo en la memoria, publicadas por el diario:
"La calle Cimadevilla figura como unos de los tramos preferidos para pasear, tanto para los propios habitantes de la ciudad como por visitantes. Este hecho ya lo refleja Leopoldo Alas, «Clarín», en su conocida obra «La Regenta», donde la vía aparece bajo el nombre de Encimada. . La lámina que cierra la colección «Oviedo en la memoria» muestra los tiempos en los que la zona aún podía ser transitada por vehículos. Algo que se mantendría durante varias décadas hasta la llegada de los planes de choque municipales de finales de la década de los ochenta y principios de los 90, cuando se peatonalizó buena parte del casco antiguo de la ciudad. Paralelamente a los planes de choque se llevó a cabo la rehabilitación de los edificios más emblemáticos del lugar. Las fachadas fueron restauradas. Muchas de ellas destacan por sus elementos barrocos y modernistas."

Calle peatonal enlosada, no pasan pues más que algunos vehículos de limpieza y de reparto (a horas fijas), de policía y otros servicios públicos y algunos autorizados, haciendo de toda ella un magnífico paseo, continuidad del de la calle Magdalena y Plaza de la Constitución, que se prolongará por la calle la Rúa (al fondo), la Plaza de la Catedral y buena parte del Antiguo o centro histórico


El gran escritor Luis Arias Argüelles-Meres, comparte sus vivencias en esta calle en Recuerdos de Oviedo: por la calle Cimadevilla, publicado en El Comercio del 20-8-2018, de la mano de la celebérrima novela de Clarín:
"Habíamos salido de clase a última hora de la mañana y dirigimos nuestros pasos a uno de los bares más clásicos de la calle Cimadevilla. Para darle al momento mayor omnipresencia vetustense, sobre la mesa que estaba a nuestro lado podía verse la edición de ‘La Regenta’ de Alianza Editorial. El mes de marzo, tan cambiante como de costumbre, estaba en sus comienzos. 
Hablamos, inevitablemente, de ‘La Regenta’, de la Encimada de Vetusta. Hablamos también de lo asombroso que resultaba que una calle tan pequeña tuviera no sólo tanto trasiego y tanto comercio, sino también tanto protagonismo, pasado y presente, en la ciudad. 
Era marzo, decía. Disfrutábamos del crecimiento de los días que, de vez en cuando, contaban con el añadido de un sol que se asomaba con un vigor que anunciaba anticipos primaverales. 
Pero, dentro de aquel bar, que tenía y sigue teniendo un sabor clásico acorde con esa zona de la ciudad, al tiempo que asistíamos al trasiego de entrada y salida, al runrún de las conversaciones en la barra y en las mesas, a aquellos vasos medio llenos o medio vacíos, según quisiesen verse, teníamos la impresión de que, en lo concerniente al movimiento de viandantes por la calle, que podíamos seguir desde dentro del bar, no era difícil de imaginar aquel otro tiempo que noveló Clarín en su obra maestra. 
Calle Cimadevilla, pequeña y atopadiza, como es propio de nuestra tierra y de nuestra ciudad. Calle en la que la historia y la literatura hicieron parada y fonda. 
Al fondo, ese arco que da paso al Ayuntamiento. Entre la plaza de la Catedral y Cimadevilla, la calle la Rúa, que en su día inmortalizó Pérez de Ayala en una de sus grandes novelas. Un poco antes del mencionado arco, se abre el paso al Oviedo antiguo. 
Así pues, no sólo un lugar de paso con mucho trasiego, que, por cualquiera de sus confines limita con el Oviedo más antiguo, sino que además, tiene reclamos para hacer parada y fonda, reclamos que siguen existiendo como los bares más clásicos. 
Y, yendo a un pasado no demasiado lejano, ahí estaba La Más Barata, un local de grandes dimensiones en una calle tan pequeña, un comercio que, al menos en mi recuerdo, solía estar lleno de gente. Un comercio en el que las personas de mi generación hemos entrado en compañía de nuestros mayores que hacían allí muchas compras. Y otra paradoja a anotar: era un local enorme que vendía cosas pequeñas, de las que hacían falta en las casas, en unos tiempos en los que la ropa no era sólo de temporada, no era de usar y tirar. 
Calle Cimadevilla, ese Oviedo en el que no es fácil distinguir la realidad y la literatura, esa Vetusta que vio y plasmó Clarín, esas idas y venidas, a veces a comprar, a veces a pasear, a veces, peregrinar, que de todo hubo y hay en la vía pública de la que venimos hablando. 
¿Y cómo no referirse a la antigua Banca Masaveu, como joya arquitectónica? Desde luego, no era fácil resistirse a la curiosidad estética que nos llevó en su momento a preguntarnos cómo sería su interior. Tanto fue así que en algunos casos, se entró a cambiar dinero por dar satisfacción a ese interés que despertaba conocer aquello por dentro. Se trata de un enclave que da cuenta de una voluntad de estilo de un tiempo y un país, de aquel siglo XIX que, en sus últimas décadas, tanto aportó en lo arquitectónico y en lo literario. 
De modo y manera, que estamos hablando de una calle tan pequeña y, al mismo tiempo, tan transitada y tan llena de referencias de todo orden. De una calle que da cuenta de un Oviedo que aún no había crecido aceleradamente, de unos tiempos en los que el mundo, incluso antes de Clarín, sesteaba. 
Una cremallera en La Más Barata. Unas tabletas de turrón de Diego Verdú. Un vermú en el bar Sevilla. Unas tertulias inolvidables e inacabables a la salida de la facultad. 
La Encimada clariniana, que tantas veces recorrimos con un ejemplar de ‘La Regenta’ en la mano, como una guía que abría el paso a un pasado imperfecto pero literariamente glorioso. 
Acaso estemos hablando también de la vía pública de Oviedo más concurrida hasta que alcanzó su esplendor el paseo de Los Álamos. 
Y, por otra parte, ¡cuánto atesora esta calle de tantos y tantos sucedidos y proyectos del siglo XX! Cuando conocí la historia del bar Sevilla, que, hasta la proclamación de la República, se llamó Los Tres Reyes, me percaté de que este establecimiento atesora mucho de lo que es el Oviedo contemporáneo. Fundado por un andaluz, terminó por ser regentado por tinetenses, es decir, por naturales de un concejo que tanta omnipresencia tienen, junto al de Salas, en la hostelería asturiana, singularmente en Oviedo. 
Un vermú en el Sevilla, ya a principios de los ochenta, con el ejemplar que la revista ‘Cuadernos del Norte’ dedicó a ‘La Regenta’. También era en marzo, y llovía en Vetusta. 
Una lluvia que parecía poner la música y el tono a la eterna novela clariniana. Una conversación inolvidable, un brillo en los ojos que no lo provocó el vermú, sino el intercambio de palabras. Algunas de ellas bailaban saliendo de fragmentos regentianos, bailaban y bullían. 
A la salida, hubo que abrir el paraguas, rojo, como el que había llevado Azorín a Oviedo. 
Y el viento, que no la lluvia, declaró una tregua que agradecimos mucho."

Bares y cafeterías sacan sus terrazas a la calle, extendiéndose linealmente por el medio de la rúa


A la izquierda, la emblemática tienda de turrones y dulces de Diego Verdú, que abrió sus puertas en 1878, fundada por Diego Verdú Monerris, venido de Jijona con la idea de vender sus especialidades turroneras y otras delicias confiteras que hacía artesanalmente. Primero estuvo en la calle Fruela esquina con calle Pozos pero enseguida vino a este mismo lugar de la calle Cimadevilla en el que ha permanecido desde entonces. Y así "Almendras, miel y azúcar es la receta de 1878", titula Idoya Rey su reportaje para El Comercio del 22-12-2014, en plena campaña navideña:
"Estos días las bolsas de Diego Verdú Monerris pasean en las manos de muchos ciudadanos que desde primera hora de la mañana hacen cola a las puertas del negocio de la calle Cimadevilla para comprar turrones y mazapanes. No es algo nuevo. Los ovetenses llevan adquiriendo los productos navideños a esta familia desde 1878. De hecho, Diego Verdú es el negocio de la ciudad que más años lleva regentado por la misma familia. En realidad, lo lleva desde su origen cuando el fundador que le dio su mismo nombre se aventuró a pisar tierras asturianas.
Dar al comercio su nombre y apellidos tenía todo el sentido del mundo, pues él, acompañado solo por unos turrones, decidió viajar desde su tierra, Jijona, a Oviedo durante la campaña de aquellas navidades de 1878. «Hacía el viaje en diligencia y tardaba más de una semana», cuenta Jesús Valdés López, quien a sus 28 años representa el futuro del negocio. La primera vez que Diego Verdú visitó la ciudad se instaló en la calle Magdalena. Al año siguiente alquiló en la calle Fruela y ya al tercer año se instaló en Cimadevilla. Justo donde ahora se ubica la tienda, aunque el fundador despachaba dentro de un portal en un pequeño puesto a los pies de la escalera. Así cada Navidad mandaba los turrones por barco desde Alicante y el se subía a aquella diligencia que le llevaba hasta Oviedo. 
Pasados los años, compró el local comercial y más tarde la casa, aunque no fue hasta después de la guerra civil cuando la familia se instaló definitivamente en Oviedo. Diego Verdú pasó el negocio a su hija y esta a su vez a la nieta del fundador, a Remedios Asensi Verdú, la última de la saga familiar que llevó el apellido. «Esa mujer era mi abuela, que junto a mi abuelo, se instalaron permanentemente en la ciudad sobre el año 1944», expresa Jesús Valdés. 
El joven, que suma la quinta generación tras el mostrador, recuerda que su abuela le llevaba a la tienda. «Me decía que íbamos a hacer unas almendritas y mazapanes, me dejaba un poco de masa y para mí era como jugar con plastilina», detalla. Y de ese modo tan natural siempre tuvo claro que se ocuparía del negocio familiar. «Yo no quería estudiar una carrera, pero mi madre se empeñó. Hice Económicas y cuando terminé empecé a trabajar aquí. Eso fue hace ya seis o siete años», comenta Jesús Valdés. 
Y su llegada se notó. Cuando la familia Verdú se instaló de forma permanente en la ciudad, tuvo que buscar algún otro producto que vender ante la estacionalidad del turrón y los mazapanes. Así comenzaron también a ofertar helados, con la especialidad de turrón, por supuesto. Valdés aprendió la técnica para fabricar los helados y con prueba-fallo consiguió diez o doce nuevos sabores. «El secreto del turrón es siempre igual: azúcar, miel y almendras, muchas almendras. No queremos que cambie, pero en los helados los niños piden nuevos sabores y hay que innovar», reconoce. 
Tiene la experiencia y las ganas de proseguir con el comercio, y hasta se ha instalado en la casa de su abuela. «Solo tengo que bajar unas escaleras internas para llegar al trabajo. Es un lujo», expresa. Aunque quiere dejar claro que los propietarios «son mi tío Vicente y mi madre Remedios». Anda convenciéndoles para abrir el año que viene una tienda online que atraiga nuevos clientes, aunque las generaciones en Verdú también se renuevan en el otro lado del mostrador. «Además de la clientela fiel, viene mucha gente joven y se nota la presencia en las redes sociales», cuenta Remedios López, la propietaria y madre de Jesús, que lleva desde los 24 años despachando. Son ya cinco generaciones y confían en que habrá una sexta entre dulces navideños."

Resumido por la misma Idoya Rey, "Diego Verdú Monerris cruzó en 1878 media España subido en una diligencia para probar suerte con la venta de turrones fabricados en su tierra, en Jijona. Funcionó y ya repitió todas las Navidades. Su hija tomó el relevo y luego fue su nieta, Remedios Asensi Verdú, quien se instaló permanentemente en la ciudad en 1944". La siguiente fase de la historia la conocemos así de la mano de la propia web de Diego Verdú:
"Los medios de transporte desde otras zonas de España a Asturias en aquellos años eran verdaderamente escasos, por lo que mientras Diego se veía obligado a atravesar medio país en diligencia, sus productos viajaban por barco bordeando toda la península. Durante muchos años el negocio funcionó de modo estacional: Desde septiembre hasta enero permanecía en Oviedo realizando la campaña navideña, y tras las Fiestas se volvía a Jijona. El esfuerzo compensaba sobradamente, pues los productos Verdú eran cada vez más apreciados en toda la ciudad, y su fama iba en aumento. 
A finales de los años 30 se dio un paso más en la empresa, con la apertura durante todo el año en la ciudad, a la vez que se comenzaba a trabajar el mundo de los helados y a elaborar su famosa nata montada. Los descendientes de Diego Verdú Monerris han continuado año tras año con el negocio iniciado por su antepasado, siendo hoy en día la quinta generación de artesanos la que sigue en el trabajo iniciado por el fundador. Entre los turrones artesanos que se fabrican en la empresa, los más aclamados por los consumidores son el turrón de Jijona y el turrón de Alicante, elaborados con almendra marcona de origen nacional (la de mejor calidad del mercado), miel de romero y azúcar."

Nos acercamos al escaparate mientras seguimos consultado la relación de sus manjares en la misma página:
"Se elaboran prácticamente todas las variedades del turrón clásico, y  también los dulces de Navidad tradicionales, como los mazapanes, que se siguen fabricando a mano uno a uno, exactamente con la misma receta que se ha seguido en la casa desde hace más de 100 años. Las almendras rellenas tienen su lugar desde siempre entre los productos de Diego Verdú y son elaboradas individualmente con todo el arte y cariño del mundo. 
Los turronitos son una de las creaciones navideñas más recientes de la empresa y ya se han consolidado como un clásico cada navidad, pues su demanda crece año tras año. 
Comenzar con la venta de los helados supuso un nuevo reto para la familia Verdú, puesto que no existían los sistemas de congelación ni los métodos de almacenamiento de hoy en día. Había que ser muy cuidadoso con la fabricación de este tipo de productos para no estropearlo ni desperdiciarlo. 
Para hacer el helado se utilizaba una máquina heladora antigua con una cuba de madera que estaba instalada en la propia tienda. Al principio no existían los motores industriales y el producto se batía a mano, enfriándolo con hielo mezclado con sal que se colocaba alrededor de la cuba. Ya elaborado había que mantenerlo frío con la ayuda de unos grandes bloques de hielo que había que trasladar siempre junto al helado. También se usaban para este cometido unos recipientes forrados de corcho y metidos en hielo con sal que conseguían aguantar la temperatura fría unas horas. 
El famoso helado de turrón de Diego Verdú se sigue  fabricando en la actualidad de la misma forma y con el mismo cariño que al principio, sólo que ahora se utilizan modernas máquinas que ayudan en la elaboración. Unicamente se ha aumentado ligeramente hace unos años la cantidad de turrón de la receta original para darle un plus de sabor y hacerlo aún mejor. En los inicios de los helados artesanos de Diego Verdú se elaboraban además del de turrón, helados de sabores clásicos, como vainilla limón, fresa, nata, nuez, avellana, tutti frutti y también la mítica nata montada. 
Hoy en día la la carta de sabores se ha ido adaptando a las exigencias del publico actual, y se elaboran, además de los clásicos, otros gustos más actuales, pero igualmente deliciosos. 
Las últimas generaciones de artesanos de Diego Verdú encabezadas por Vicente, Remedios y Jesús, el hijo de ésta, son en la actualidad las piedras angulares de un negocio cuya tradición se mantiene hoy más viva que nunca, continuando con el buen saber hacer de su antepasado, y siempre tratando de mantener la excepcional calidad que ha caracterizado a la casa desde sus inicios."

Esther Rodríguez, en la Navidad de 2022, ahonda en La Voz de Asturias sobre las características de estas exquisiteces llenas de historia y que se pueden saborear todo el año:
"Actualmente, el producto estrella de Diego Verdú es el turrón. En el obrador, situado en la calle Cimadevilla, también elaboran una gran variedad de esta típica masa dulce. Desde el clásico de chocolate, al de nata con nueces o incluso de mazapán o de coco. También preparan el de Guirlache, el de Cádiz, el de fruta o el de yema. Sin embargo, «la joya de la corona es el Jijona, el blando», asegura Jesus Valdés, actual gerente del negocio, quien confiesa que «el de Alicante (el duro) también es de los más demandados». 
Todos ellos son elaborados artesanalmente. Además se mantiene la misma receta que cuando se puso en marcha el negocio a finales del siglo XIX. «Al turrón de Jijona lo que único que modificamos fue que añadimos más almendras y redujimos la cantidad de azúcar. Así, por ejemplo, ahora en una tableta de 500 gramos más de la mitad es almendra», confiesa Jesús Valdés, antes de señala que los ingredientes y el procedimiento sigue siendo el mismo. 
Para preparar el turrón de Jijona tan solo se necesita almendra Marcona de calibre 16, miel de romero y azúcar. Una vez obtenidos los ingredientes (que son los mismos que el del turrón de Alicante), «tostamos la almendra, dejamos que enfríe y después la mezclamos con miel y azúcar. Una vez que tengamos una pasta dura, la pasamos por la moledora que la deja como una especie de crema y la dejamos reposar. Al día siguiente en una máquina que es como una especie de mortero automatizado se echa la crema para que se vaya mezclando con el aceite que suelta la almendra mientras que por debajo se va cociendo. Una vez que el maestro turronero cree que está listo, se vierte en unos moldes, se deja enfriar y se corta». 
Otro de los dulces que se ha consolidado ya como uno de los clásicos de la Navidad en Diego Verdú y cuya demanda crece año a año son los turronitos. «Los llevamos haciendo toda la vida, pero se ha puesto muy de moda porque es un producto que está muy rico y no lo ves por ningún otro lado. A la gente le gusta mucho, además es un dulce muy para niños porque es muy fácil y es blando y crujiente al mismo tiempo. También permite matar el gusanillo de querer comer algo de turrón sin necesidad de comprar la tableta». 
Un sinfín de dulces navideños 
El catálogo navideño de Diego Verdú también permite elegir entre mazapanes, polvorones, polvorones sin gluten, almendras rellenas, glorias -mazapán relleno de dulce de frutas- o yemas, a parte de la torta imperial de almendras, los lorenzos, las peladillas, los piñones y las almendras garapiñadas de canela o caramelo. Además cuentan con bombones de roca y bombones de turrón cubiertos ambos por chocolate, que puede ser negro, con leche, blanco o incluso gold. 
Además, recientemente han incluido a su oferta navideña el panettone. «Llevaba un par de años aprendiendo a hacerlo. Parece fácil pero es de los productos más complicados que hay en panadería y bollería… Se tarda mucho en hacerlo porque tiene muchas fermentaciones, masas delicadas, debe de estar todo muy bien pensado y cuidarse muchos los detalles porque cualquier pequeño cambio en el amasado o en la temperatura de los ingredientes por ejemplo ya se estropea», confiesa Jesús Valdés, quien señala que este pan dulce«muy fácil de comer» y originario de Italia «ha venido para quedarse».Por el momento, tienen dos variedades. Por un lado el de cuatro chocolates (negro, con leche, blanco y dorado) y por otro el de fruta confitada, que lleva naranja, limón, mango, chocolate y«un poco» de albaricoque. 
Más allá de los dulces navideños, otra de las señas de identidad de Diego Verdú es el helado de turrón. La venta de este alimento congelado fue un auténtico reto para la familia, quienes a finales de los años 30 comenzaron a adentrarse en este mundo. Por aquel entonces no existían los sistemas de congelación ni los métodos de almacenamiento que hay en hoy en día, por tanto debían de ser muy cuidadosos con la fabricación de este tipo de producto para no estropearlo ni desperdiciarlo. 
Para su elaboración utilizaban una máquina heladora antigua con una cuba de madera que estaba instalada en la propia tienda. Al principio no existían los motores industriales y el producto se batía a mano, enfriándolo con hielo mezclado con sal que se colocaba alrededor de la cuba. Una vez preparado lo mantenían frío con la ayuda de unos grandes bloques de hielo que había que trasladar siempre junto al helado. También usaban para este cometido unos recipientes forrados de corcho y metidos en hielo con sal que conseguían aguantar la temperatura fría unas horas. 
Actualmente, el proceso de creación del famoso helado de turrón de Diego Verdú «está súper controlado». Este se se sigue fabricando de la misma forma y con el mismo cariño que al principio, «solo que ahora se utilizan modernas máquinas que ayudan en la elaboración». Tan solo han aumentado ligeramente hace unos años la cantidad de turrón de la receta original para darle un plus de sabor y hacerlo aún mejor. 
Además del de turrón, en Diego Verdú se elaboraron helados de sabores clásicos como el de vainilla, limón, fresa, nata, nuez, avellana y tutti frutti.«Nos hemos ido adaptando a las exigencias del público actual y ahora tenemos más de 50 variedades», resalta Jesús Valdés, quien señala que también cuentan con el helado de oreo, de kinder bueno, el de Málaga -«el típico de ron con pasas, el de toda la vida»- o incluso de mojito «que es el que más entra por el ojo a la gente joven». 
En el establecimiento disponen también de la mítica nata montada y el famoso helado de Peñasanta «que ahora lo hacemos con turrón» y cada vez tiene más demanda. Por eso desde Diego Verdú intentarán aumentar la producción de este dulce, al mismo tiempo que trabajan para elaborar el panettone de turrón y crear un nuevo sabor de helado para sacarlo en la nueva temporada de verano. De la misma manera seguirán especializándose en los troncos helados de Navidad, elaborados a partir de un helado de turrón, con una base de bizcocho, recubierto con chocolate y decorado con bombones. «Tenemos bastantes encargos y además los hacemos personalizados dependiendo del cliente», resalta el gerente de Diego Verdú. 
Al fin y al cabo Diego Verdú ofrece una variedad de productos que todos ellos comparten el mismo ingrediente: la calidad. «Es la clave de nuestro éxito. No la bajaremos nunca, la vamos a llevar siempre por bandera», resalta Jesús, quien señala que «hablando con mi madre y mi tio, que son los dueños del negocio, tenemos claro que por ejemplo si el año que viene cuesta el doble o el triple el kilo de almendra vamos a seguir comprándola. No nos planteamos la posibilidad de endulzar, es innegociable». Una calidad que los clientes«valoran muchísimo».«La gente entiende que nuestra tableta de turrón de 500 gramos cueste aproximadamente 18 euros porque no hay color en el sabor frente a una tableta mucho más barata», manifiesta Jesús Valdés. 
Todo ello sumando al trato amable y servicial, aparte de que «siempre intentamos adaptarnos a todo lo que nos piden», permite a Diego Verdú mantener una fiel clientela. «La mayoría es gente mayor que le gusta hacer la cola, pero últimamente desde que nos movemos por redes sociales y tenemos la página web cada vez nos acercamos a un perfil más joven». «Es una maravilla que la gente siga contando con nosotros en estas fechas tan especiales. Que estemos en sus mesas durante tantos años con nuestros productos es un orgullo. Seguiremos proporcionado a la gente momentos dulces en la Navidad», sentencia."

Lidiar con el peso de una saga familiar es como encabeza para el diario El Comercio su artículo Rafael Francés, dedicado al maestro turronero y confitero Jesús Valdés López, ahora al frente de Verdú...
"Su vida transcurre entre turrones, helados y deporte. Es la quinta generación de turroneros desde que Diego Verdú abriera en Oviedo en 1878. Sonriente, amable, trabajador, casi enfermo del 'crossfit' y antes del baloncesto. Define a la perfección las responsabilidades de una persona que conoce el apellido y la familia de donde proviene y que le ha caído sobre la espalda. «Antes me comía mucho la cabeza con la responsabilidad de Verdú y hubo momentos preocupantes. No puedes estar pensando 24/7 en ello. Mi novia me ayudó mucho a saber distinguir el momento». Responsable, guarda los amigos del colegio (Yayo, Alfonso, Toni, Moya, Pali o Donate) como oro en paño.
Jesús Valdés López (Oviedo, 1986) pasó su niñez «en el Campo San Francisco jugando al fútbol» y la juventud en «el colegio San Ignacio jugando al baloncesto». «Era estudiante de aprobar aunque no he sido muy fan de estudiar, era algo vaguete para eso». «De mi época en el colegio los mejores recuerdos están asociados al baloncesto, entrenar, jugar y la transformación de mis compañeros de equipo en amigos porque como no tengo hermanos...». «Ahora me he retirado del basket y me dedico al 'crossfit'» 
Siempre sin olvidar el trabajo, que le absorbe mucho tiempo «porque hay mucho que hacer. Yo estoy en el obrador, aunque tenemos tiendas en Cimadevilla, Milicias, en el paseo de Los Álamos y también en verano en la Feria de Muestras». Vamos, que hay mucho trabajo. Sólo un par de apuntes: «Del turrón de Jijona vendemos 8.800 kilos y de helado, 700 litros diarios en verano». 
Fuera del trabajo «me gusta estar en casa con mi novia Llarina y tengo dos gatos que son la alegría de la huerta». 
Hay una cosa que le vuelve loco, y es viajar. «Los dos últimos viajes, a Costa Rica y Belice», pero siempre sin olvidar el deporte, que «me ocupa seis días a la semana de gimnasio y salir a correr de vez en cuando. De hecho, corrí con mi novia la media maratón de San Sebastián a 4,55 el kilómetro, aunque el verdadero objetivo era acabar la media y luego tomar pinchos por San Sebastián. La verdad es que cumplimos muy bien ambas cosas». 
El trabajo y el deporte no le dejan mucho tiempo libre. Por eso, entre sus aficiones predilectas no se encuentran ni la lectura ni la música; «escucho música pero no soy fanático». Eso sí, el cine «me gusta mucho, sobre todo el cine de acción de los años 80 y 90», y se declara fan absoluto de 'Starship Troopers', película de Paul Verhoeven, «que es una película adelantada a su tiempo»; y de Michael Jordan, «el más grande, y su documental 'The last dance' es de visionado obligatorio». 
Jesús Valdés quiere «ser padre y mi novia también, pero hay que buscar el momento oportuno para los dos». Y añade: «Tengo ganas de ver todas las películas que adoro y muchas otras con mi hija o mi hijo». 
Mientras llega el retoño, vive entre turrones y gimnasios con una sonrisa franca que delata la presencia detrás de un buen tipo."

Deseamos también compartir el artículo Los helados de Diego Verdú, del blog gastronómico Las aventuras del capitán triglicérido, glosando otra delicia de la casa que, como el turrón, puede probarse aquí todo el año, si bien, y al contrario que este, triunfa en verano:
"La confitería Diego Verdú Monerris es toda una institución en Oviedo. Sus turrones y dulces navideños pueblan las mesas de media ciudad y las fantasías hiperglucémicas de varias generaciones. Pero en verano, como otros turroneros insignes que pueblan nuestra geografía, se visten de heladería y nos deleitan con un surtido de deliciosos sabores para refrescar la llevadera canícula de la capital asturiana. En comparación con otras heladerías no cuentan con un número muy elevado de opciones y sus sabores pueden definirse como tradicionales, pero en su favor está una centenaria tradición de buen hacer y la absoluta fidelidad de su clientela. Además de su tienda de la calle Cimadevilla cuentan también con un quiosco en el Parque de San Francisco. Cualquiera de ellas es visita obligada para todo el que pase en verano por la preciosa Oviedo.
El helado más tradicional de Verdú es el de nata aunque el de tuti-fruti es realmente delicioso y refrescante. Pero por encima de todos los helados hay que destacar el de turrón de Jijona. He catado muchos helados de turrón, debilidad confesa de esta irredenta adicta al dulce, pero sin duda el de de Diego Verdú Monerris no es solo el mejor helado de turrón es EL HELADO DE TURRÓN. Su perfecta textura cremosa solo se ve interrumpida por unos generosos trozos de auténtico turrón de Jijona igualito que el que despachan al peso en el mostrador de al lado. La mejor forma de aunar en un cucurucho lo mejor del verano y lo único bueno de las Navidades."

Seguidamente está aquí la Sidrería + El Antiguo, de sidra como su nombre indica y excelencias culinarias asturianas, ubicado donde antaño estaba el Sevilla, famoso por sus tertulias de antaño y reuniones universitarias. Se encuentra donde antiguamente estuvo la capilla del Hospital de San Nicolás, derribada en el siglo XIX, siendo comprado su local por un sevillano, José García Aragón, hacia 1926, inaugurándolo con el nombre de Los Tres Reyes hasta que, unos años después y proclamada la Segunda República (1931) lo cambia para llamarlo Sevilla según corrían los nuevos tiempos


En la posguerra lo traspasa a José Díaz Vázquez, "que entre 1940 y 1960 convirtió el local en una referencia de elegancia", escriben en la Enciclopedia de Oviedo, "Posteriormente el negocio fue regentado por los hermanos Salvador y José Manuel Fernández. En 2003 toman el relevo en la cafetería María Begoña Castaño y Celestino Rodríguez, que conservan la tradición que inaugurase José García Aragón del chocolate con churros". En Historias del ocio en Oviedo se nos ofrece esta versión de su historia a 16-11-2017:
"Cerca de 100 años llevan Diego Verdú y el Bar Sevilla pegados el uno al otro, en la calle Cimadevilla. El paraíso de los helados y los turrones mantiene el mismo nombre desde su apertura. No así su vecino, que comenzó en fecha no muy lejana a la de Verdú como modesto bar de cuyo nombre nadie quiso acordarse. Sabemos que en 1927 ya se llamaba Bar Recreo Asturiano y que su propietario era Vicente González. Aproximadamente en 1929, el negocio se traspasa y vemos que se anuncia como Los Tres Reyes. No es que su nuevo propietario, el sevillano José García Aragón (más conocido como Pepillo), fuera precisamente monárquico, más bien al contrario. El nombre Los Tres Reyes lo había elegido en recuerdo a un bar de Sevilla llamado así, al que tenía mucho aprecio. Al proclamarse la República en 1931, decide con buen criterio prescindir de tan inoportuno título y cambiar el nombre por el de Bar Sevilla.  
Pepillo, que no disimulaba sus simpatías por la izquierda, se vio forzado a dejar Oviedo una vez finalizada la guerra. Mediante el consiguiente traspaso, se hace cargo del negocio un tal José Díaz Vázquez, quien consigue que el Sevilla alcanza reconocido prestigio. En 1968 los hermanos José Manuel y Salvador Fernández, que a la sazón llevaban ocho años regentando el bar Viuda de Basilio de la calle San Francisco, adquieren el edificio y se ponen al frente del Sevilla, manteniendo tanto las instalaciones como el prestigio del establecimiento. En 2003 toman el relevo María Begoña Castaño, sobrina de José Manuel y de Salvador, y su marido Celestino Rodríguez, quienes han conservado ese prestigio, así como la tradición iniciada hace ya casi 100 años por Pepillo (y no muy extendida en Oviedo) de servir chocolate con churros."
Foto: Bar Sevilla

Cinco años antes era Chus Neira quien publicaba en La Nueva España el artículo Las dos caras del Sevilla, donde repasa los vaivenes del lugar desde los tiempos del antiguo hospital de San Nicolás:
"En la ciudad hay una muralla. En la muralla, una puerta. En la puerta, seis flores blancas de hierro. Al otro lado, una escalera. Y si uno la subiera y caminara cincuenta metros en línea recta, atravesaría un almacén, una cocina y llegaría a la barra del bar Sevilla, donde esta mañana José Manuel Fernández Fernández, «Pepe el del Sevilla», está tomando un vino con un amigo. 
Él y su hermano Salvador compraron la casa y cogieron el negocio el 1 de enero de 1968, después de haber estado ocho años al frente de Viuda de Basilio, en San Francisco, 25, con éxito enorme en sus patatas picantes -hasta dos sacos diarios despachaban- entre Casa Tuto y el Bar Azul. 
Mucho antes, a finales de los años veinte, José García Aragón, «Pepillo», natural de Alcalá de Guadaira, al lado de Sevilla, había abierto en Cimadevilla Los Tres Reyes, un nombre que prefirió cambiar por el actual con la llegada de la II República. Y sin más problema, porque Pepillo, que también había abierto La Giralda, en la calle Magdalena -hoy el Aller-, era de extrema izquierda y le gustaba hablar. Mal asunto si uno está del otro lado de la barra. Así que la Guerra Civil y Oviedo convertido en fortín nacional hicieron que el sevillano desapareciera y que los propietarios tuvieran que volver a alquilar el negocio, que en manos de José Díaz Vázquez vivió buenos tiempos en los que la cafetería ocupaba la mitad, atrás había salón, arriba fonda y en la parte de atrás, contaban los parroquianos de mayor edad, a puerta cerrada se sacaban las barajas para militares y notarios, que entraban y salían del local utilizando la puerta de atrás de la carbonera, la de la calle del Peso.
Pepe tiene presente en la memoria otras historias, de principios de los sesenta, como cuando allí se alojaban los jugadores del Real Oviedo y Ricardo Vázquez-Prada escribía: «Vi a León entrenándose en El Sevilla. No parece tan fiero ese León». 
Pero la historia del Sevilla y también la de la puerta de la carbonera, que durante muchos años dio servicio de almacén a los repartidores, es anterior. Del Hospital de San Nicolás, fundado por Alfonso II, con entrada por la calle del Peso, hay constancia en 1217, con la cofradía de zapateros ya instalada allí y parte del hospital todavía en funcionamiento, según relata Tolivar en «Nombres y cosas de las calles de Oviedo». Ernesto Conde ha estudiado bien la historia de lo que también se conoció como capilla de San Nicolás, y llega a la conclusión de que el solar no era exactamente el del Sevilla, sino el vecino. La trasera, no obstante, es otra cosa, y admite que allí se extendían huertas y otros terrenos que podían estar vinculados también a San Nicolás y que, sin duda, la puerta pertenecía a la cofradía. 
Así se puede comprobar en las actas de las sesiones municipales de 12 y 15 de marzo de 1657: «Los comisionarios de la Cofradía de San Nicolás, fundada en su capilla de la calle de Cimadevilla, solicitan permiso para abrir y franquear una puerta que estaba en lo antiguo mirando a la calle llamada de la Harina, por el lucimiento que resultaría de su apertura. Se accedió a la petición, con cláusula de romperla en el mismo parage (sic) donde había señales de una puerta de arco de cantería, así interior como exterior, atravesando el grueso y macizo de la muralla». Salvador, el hermano de Pepe, conoce bien el documento. Él mismo lo consultó en el Archivo Histórico. Porque Salvador, que como Pepe dejó pronto el negocio, que ahora llevan los sobrinos, publica libros «sobre historia y geología de las zonas humildes, de las zonas rurales», explica por teléfono. Y también ayuda mucho en el Archivo Histórico Diocesano a su director, Agustín Hevia Vallina. Y ejerce de guía en la Catedral. Y organiza grupos de visitas por el Oviedo antiguo. No para. Es el más joven de los dos, diez menos que Pepe, que tampoco descansa mucho de su vida social, todavía a la barra del Sevilla, aunque ya del otro lado."
Foto: Bar Sevilla

Y es en los tiempos del café-restaurante especializado en chocolate con churros cuando el historiador y gastrónomo Luis Antonio Alías le dedica una buena reseña en El Comercio del 20-5-2015:
"Estudiantes, profesores, escritores, artistas, bohemios, deanes, matrimonios de edad, parejas primerizas, fieles de la hora del vermú y de la hora del chocolate: el Sevilla lleva noventa años acogiendomás que a Oviedo a Vetusta o Pilares con citas, reuniones, tertulias y soledades alrededor de sus cafés, chocolates, licores, combinados, vinos y tapas. 
Todo comenzó allá por 1926 cuando el sevillano Pepillo, o José García Aragón, abrió en la calle que fuera paso de jacobeos cumplidores con el deber de visitar al Salvador antes que al Criado, el café Los tres Reyes. Con la República prefirió un nombre menos monárquico y lo cambió por su provincia natal.

Pero al estallar la guerra Pepillo quedó en el bando equivocado. Tricolor y parlanchín en la invicta ciudad bicolor, fuése y le sucedió José Díaz Vázquez, que hizo del café un cafetón, aumentativo que implica por encima del tamaño comodidad, acogimiento, y clasicismo. Las marqueterías, la larga barra y las mesas de mármol, los espejos, los apliques y lámparas y otros grandes y pequeños detalles hicieron que pudiera pasar por delegación del de La Colmena. El local pasó luego a los hermanos tinetenses Salvador y José Fernández, y actualmente lo llevan María Begoña Castaño y Celestino Rodríguez, tinetense ella y cangués él, sobrinos de los anteriores, en una prolongación conservadora. 
Así, el chocolate con churros continúa tintando bigotes y aceitando dedos mientras la cocina versátil, de la fabada y el rabo de toro estofado orgullo de la casa a los platos combinados y los sándwiches, convocan comensales variopintos. 
Almorzar o cenar en un espacio largo y profundo que alcanza las murallas de Alfonso II, antaño capilla del Hospital de San Nicolás, y del que gustaran Rafael Altamira o Emilio Alarcos no es cualquier cosa."


Enfrente, esta es una vivienda unifamiliar construida hacia 1945 con proyecto del arquitecto Julio Galán Gómez sobre un edificio afectado por la guerra. Esta relacionado con el de Banca Masaveu, al lado y más antiguo, de 1883, arquitecto Javier Aguirre


Era toda ella una vivienda unifamiliar con acceso en sus plantas con la citada sede bancaria anexa, por lo que se supone perteneció a algún propietario o personal de confianza de la entidad


Banca Masaeu fue fundada en 1870 por Pedro Masaveu Rovira, nacido en Castellar del Vallés en Barcelona en el seno de una pequeña familia burguesa, que muy joven, con solamente 13 años, se desplazó a Asturias con la idea de embarcarse y emigrar a América, cosa que no hizo, pues empezó a trabajar en el negocio textil Barrosa, Fernández y Compañía, casándose con la hija del propietario, Carolina González Arias-Cachero a la muerte de este, como leemos en Wikipedia:
"A los 13 años se trasladó a Asturias con el objetivo de embarcarse a Cuba, pero en Oviedo comenzó a trabajar en el establecimiento textil «Barrosa, Fernández y Compañía». A la muerte del propietario, se asoció y casó con la viuda y heredera Carolina González Arias-Cachero. Hizo prosperar el negocio, motivo por el que hace venir otros castellarenses, como Doménec Boadella Albert, Martí Comas Farrell y sus sobrinos Elías Masaveu Rivell y Vicente Masaveu Rivas. Creó los primeros grandes almacenes de Oviedo y la primera galería de arte de Asturias. En 1864 participó en la creación del Banco de Oviedo y en 1870 creó la compañía «Pedro Masaveu y Cía», núcleo del «Grupo Masaveu», posteriormente llamado Corporación Masaveu. El sucesor de Masaveu Rovira, su sobrino Elías Masaveu Rivell, fundó en 1898 «Tudela Veguín», la primera empresa de cemento Portland de España."

Banca Masaveu era heredera de un negocio prestamista de los Masaveu, la Casa Masaveu, con actividad desde décadas atrás, que en 1870 pasó a ser Pedro Masaveu y Cía, registrándose en 1892 como banco como Masaveu y Cía con su sede aquí


En 1975, cuando era su presidente Pedro Masaveu Peterson, bisnieto del fundador, se transformó en Sociedad Anónima Banca Masaveu, adquirida en 1982 por el grupo de empresas Rumasa que, expropiada al año siguiente, provocó que sus negocios pasasen por adjudicación a otras entidades, en el caso de la Banca Masaveu al Banco Herrero, que lo dedicó a banca de negocios como Banco de Inversión Herrero (Invherbanc):
"En 1990 se traspasó al grupo asegurador Mapfre y se convirtió en el «Banco Mapfre», con sede primero en Oviedo y luego en Madrid. En 2002 se cedió una participación a Caja Madrid que pasó a denominar a la entidad como «Banco de Servicios Financieros» (BSF) y en 2010 tomó el nombre de «Banco de Servicios Financieros Caja Madrid-Mapfre». (...) 
La familia Masaveu construyó a partir de la Banca Masaveu un conglomerado industrial, actualmente denominado Corporación Masaveu, que inició Elías Masaveu Rivell, creando en 1898 la primera fábrica de cemento Portland de España bajo el nombre de Sociedad Anónima Tudela VeguínPedro Masaveu Masaveu, presidente de la entidad posteriormente, constituyó la Fundación Masaveu en 1956, obra social benéfico-docente de Corporación Masaveu, que construyó el Colegio Fundación Masaveu inaugurado el 24 de septiembre de 1962 (cuya dirección está cedida a la Pía Sociedad de San Francisco de Sales) donde se comenzó impartiendo estudios de maestría industrial y oficialía industrial y actualmente estudios de Formación Profesional."


El edificio de Casa Masaveu es de estilo clasicista y fue restaurado en 1997 por los arquitectos Alfredo y Alejando Miranda, rehabilitado como edificio administrativo con Holding Masaveu S.A. como promotor, según su ficha en el Catálogo Urbanístico del Concejo de Oviedo. Se conserva su fachada original, aunque su interior, salvo la plantaba baja, ha sido totalmente transformado:
"El edificio anteriormente existente ha sido completamente demolido en su interior, a excepción de la planta baja, y conservándose asimismo las dos fachadas que han perdido su función portante. Se trata, por tanto, de una estructura de nueva construcción, por lo que su estado de conservación es bueno."

Dispone en su parte posterior con fachada secundaria mirando a la Plaza Trascorrales y esta construcción es resultado de la unión de varios inmuebles para hacer este "edificio mixto comercial-financiero y residencial" de los Masaveu "que destaca por el empleo de materiales nobles y el cuidado con que se ejecutó cada una de sus partes", describe Juan Carlos Aparicio Vega, Doctor en Historia del Arte por la Universidad de Oviedo, en El Salón de Arte del Bazar Masaveu de Oviedo(1918-1927), del que hablaremos también enseguida


Al final de la calle y cuando da paso a la de la Rúa diversos especialistas habría estado la Puerta de Santa María de la primer muralla ovetense, la de Alfonso II El Casto, que guardaba un recinto bastante más pequeño que la de Alfonso III El Magno por cuyo antiguo umbral hemos pasado en la Puerta de Cimadevilla. Leemos acerca de ello en Mirabilia Ovetensia:
"En el s. XI subsistían en Oviedo dos murallas -o restos de ellas- altomedievales: una atribuible a Alfonso II, conocida como "muro antiguo", en contraposición con otra diferente, que sería posterior. La consulta de la documentación alto y plenomedieval permite identificarlas, diferenciándolas. La consulta de la misma, así como la presencia de restos arqueológicos puntuales atribuibles a dichas cercas permite reconstruir su trazado con un razonable margen de fiabilidad."

A la izquierda, en el número 11 de la calle, un elegante edificio de fachada de piedra donde estuvo el Antojos y ahora la Barra de Cimadevilla, especialista en pinchos. Tengamos presente que muchos establecimientos cambian de nombre y/o gerencia


No es nuestra intención hacer una guía comercial pero sí reseñar algunos negocios con historia, existan ya o no, así como lugares donde los peregrinos pueden parar a hacer compras, sobre todo alimentación y farmacias, pero también otros, o tomar algo, bares, sidrerías, restaurantes, cafeterías, etc. Así como otros servicios de interés. Todo depende también de la información que podamos hallar de cada uno en concreto


Llegamos entonces a otro local hostelero que ha cambiado también varias veces de nombre, en un edificio de notable historia y arquitectura, llamando especialmente la atención sus arcos de medio punto en la planta baja


Es de estilo modernista y ecléctico, de tres plantas pero con la apariencia de dos. Fue en origen de Almacenes Masaveu, construido entre 1910 y 1915 según proyecto también atribuido al arquitecto Julio Galán. Tiene también una elegante fachada mirando, al otro lado, a la calle del Peso. Aquí estuvo el antes referido Salón de Arte del Bazar Masaveu, del que nos informa Aparicio Vega en su estudio:
"El Salón de Arte establecido por la familia Masaveu en la ciudad de Oviedo formó parte del reducido número de galerías de arte primiseculares que con carácter pionero se instalaron en España fuera del ámbito catalán y madrileño, como claro reflejo del auge comercial y de la existencia de una burguesía coleccionista también en zonas industrializadas periféricas (...)

La fundación de galerías de arte está en relación directa, en su albor, con el apogeo comercial propio del período de entre siglos. Estos novísimos comercios del arte animaron el panorama cultural y contribuyeron a identificar, para un público creciente, a numerosas personalidades que operarían en el ámbito de la creación plástica y de la imprescindible intermediación económica y de representación. (...)

El interés de la burguesía local hizo que, animados por un período de prosperidad, algunos comerciantes se decidiesen a instalar (...) salones de arte donde presentar el trabajo de pintores locales y foráneos de forma regular y cobrar así un precio fijo en concepto de comisión por cada venta efectuada. Además, esa actividad expositiva y comercial vino acompañada de la edición de catálogos y de crónicas en la prensa, entonces muy diversificada y más interesada en recoger y apoyar la labor de artistas y promotores.

La calle ovetense de Cimadevilla acogió varios negocios que solían presentar el trabajo de los artistas locales en sus escaparates desde el siglo xix, aunque fue desde 1916,9 año en que se celebró la Primera Exposición de Bellas Artes, cuando las muestras temporales de pintura comenzaron a tener una mayor entidad. La segunda mitad de los años diez del siglo xx fue un momento especialmente dinámico en lo que a actividades artísticas se refiere. (...)"
La pequeña población barcelonesa de Castellar del Vallès es el lugar de procedencia de la familia Masaveu, instalada en Oviedo a partir de 1840.12 El origen de la casa está en un negocio de pañería cuyas modestas instalaciones se encontraban en el núcleo de la ciudad histórica. Posteriormente, la apuesta por otras actividades económicas, especialmente la banca y las industrias cementeras, harían prosperar enormemente a la sociedad familiar. 

Al margen de la dedicación industrial, la familia continuó evolucionando en su faceta comercial. De este modo, Elías Masaveu Rivell (1847-1924) fundó el Bazar Masaveu y uno de sus hijos, Pedro Masaveu Masaveu (1886-1968), destacaría posteriormente como coleccionista. Por tanto, en el verano de 1904 abrieron los grandes almacenes en sustitución de un recién construido teatro que fue transformado en una lujosa galería comercial. No aparece claramente referida la fecha de cierre del bazar,16 tras un claro período de hegemonía en el panorama ovetense y asturiano. El proyecto del Bazar Masaveu ha de relacionarse con el conocimiento adquirido en los magazines y boutiques parisinas, lo que emparentaría el caso asturiano con negocios del tipo de la firma Serrurier & Cie,18 ubicada en 1904 en el emblemático bulevar Hausmann de la capital francesa. (...)

En sus cuidados anuncios se publicitaban la tienda principal de Oviedo y la emplazada en Gijón, que, situada en el número 29 de la calle Corrida, estaba próxima al club social y cultural del Real Club de Regatas.

Cabe reseñar que en los escaparates del negocio de los Masaveu se mostraron muy pronto pinturas24 de artistas asturianos y foráneos. Así, las exposiciones de cuadros debieron de iniciarse en relación con la inauguración del edificio de Aguirre, pues el sofisticado frente que presentaba destacaba por sus espléndidas lunas. Se trata del período en que comenzó a afianzarse la pintura en Asturias y el coleccionismo daba sus primeros pasos en el período de la Restauración tras un largo período muy convulso e inestable

Se desconoce la fuente directa de inspiración para la propuesta de instalar un salón de arte en el interior de tan moderno establecimiento. Es obvio que el modelo comercial de la casa y, por tanto, del salón es foráneo y no estaría alejado de lo parisino y lo catalán, salvo en el alcance e influencia de lo que se mostrase. La región asturiana fue mucho más permeable en ese tiempo a la llegada de influencias extranjeras. Así, se instalaron técnicos suizos y belgas para trabajar en las fábricas de vidrio y loza y el ferrocarril lo construyeron empresas de capital foráneo. No era un tiempo globalizador, pero Asturias era una tierra con posibilidades económicas y ello atrajo también a industriales catalanes, vascos y leoneses. Masaveu, perteneciente a ese contexto, es uno más de los comerciantes que llegaron atraídos por la primera industrialización de la región y que contribuyeron grandemente, poco después, a su vitalidad. Además, se trata del primer establecimiento en que se comercializó el cuadro a mayor escala. Esto mismo es aplicable al Bazar de Benigno Piquero, el segundo comercio más famoso operativo en Asturias,26 que abrió casi al unísono y también contó con un salón expositivo.

Próximas en el tiempo al Salón Masaveu están las barcelonesas Galeries Dalmau, fundadas en 1906 por Josep Dalmau, o las del malogrado Santiago Segura i Burguès29 (Sabadell, 1879 - Valencia, 1918), las célebres Galeries Laietanes, situadas en la Gran Via les Corts Catalanes, 615, desde 1915."

La historia del inmueble actual es pues anterior a esta construcción, pues viene de los tiempos del Teatro Ovies, proyectado por el Luis Bellido, del que también se ocupa Juan Carlos Aparicio Vega, diciéndonos que sus ruidos propiciaron que su propietario transformase el negocio y vendiese esta parte a los Masaveu:
"El Teatro Ovies, obra del arquitecto Luis Bellido, fue inaugurado el 24 de mayo de 1899. El estreno estuvo a cargo de la Compañía Loreto Prado y Enrique Chicote, con Mari Juana y La tonta de capirote. En 1948* el edificio ya estaba ocupado por unos almacenes de droguería. Véanse los portfolios Ferias y fiestas de San Mateo en Oviedo. 1899, Oviedo, 1899, pág. 7, y San Mateo 1948, op. cit., pág. 22. Consúltese también: García, 2002: 25. El inmueble era propiedad del «empresario de teatro y cine llamado Gregorio Ovies, carpintero de profesión y natural de Avilés, que había fijado su residencia en Oviedo para instalar una tienda de muebles». Ovies adquirió entonces el negocio denominado El Vapor, dedicado a sastrería y camisería, y lo adaptó para un teatro de más de cuatrocientas localidades. Al final, dadas las molestias que ocasionaba el ruido, el avilesino decidió alquilar el Teatro Campoamor en 1902 y dejar el inmueble del núm. 17 de la calle de Cimadevilla, que puso en venta y fue adquirido por la familia Masaveu. Antes de convertirse en el gran bazar de los Masaveu, el teatro, que duró poco tiempo, se convirtió en cine y posteriormente en el Salón Ramírez (de baile). (...). Las obras de construcción del teatro dieron comienzo en 1898 y finalizaron al año siguiente. (...) La fecha de la apertura la ha precisado recientemente el investigador José María Rodríguez-Vigil Reguera ..."
*1948: entendemos se trata de una fecha errónea, debe referirse a uno de los primeros años del siglo XX)


He aquí una foto del edificio anterior, que encontramos en la página Negocios Carbayones, que nos explica asimismo la historia del desaparecido Teatro Ovies:
"El cuarto teatro de Oviedo, tras la Casa de Comedias del Fontán, el teatro-circo de Santa Susana y el Campoamor, fue el Teatro Ovies, inaugurado el año 1899 en la calle Cimadevilla. Su promotor fue el industrial avilesino Gregorio Ovies, quien ya antes había solicitado permiso para abrir un teatro-café-restaurante en La Rosaleda del Campo San Francisco, permiso que le fue denegado. 
El Teatro Ovies se levantó donde habían estado la capilla de San Nicolás y el edificio adyacente, cuyo bajo hasta su traslado ocupaba el comercio “El Vapor”. El escenario caía a la calle del Peso y las 400 localidades fueron distribuidas en un patio de butacas rodeado de palcos, plateas y gradas en el primer y segundo piso, correspondientes a galería y gallinero. En un artículo de I. Costillas publicado por La Hoja del Lunes en 1957 se recuerda la historia del teatro: 
"Se inauguró el día 24 de mayo de 1899 con la compañía de género chico de Loreto Prado y Enrique Chicote, que pusieron en escena “La nieta de su abuelo", “La Mari-Juana” y el monólogo “Loreto”. El coste de la entrada en aquel estreno fue de una peseta butaca y cincuenta céntimos galería, precio elevado para entonces, cuando el "café, café" con cuatro terrones de azúcar de Cuba valía un real, y las cajetillas redondas, de 25 cigarrillos de buen tabaco, mucho mejor que el "caldo" de ahora, tenían el importe de cuarenta céntimos. Por el Ovies desfilaron compañías de Comedia y Zarzuela que hacían temporadas en Gijón y Avilés. Hacia el mes de enero, comenzaban los bailes, los cuales tuvieron, al principio, bastante éxito. Se cerraba esta clase de fiestas con las del Carnaval, a las que iba mucha gente que habla desertado del desmantelado y un tanto licencioso teatro del Fontán, que sólo se utilizaba para bailes y proyecciones de "cámara mágica". No fue un buen negocio el "Teatro Ovies", y al cabo de pocos años se cerró. El edificio lo adquirió la Casa Masaveu, que estableció en él su gran bazar, uno de los mejores de España. Este estupendo establecimiento, cuya visita, sobre todo por los Reyes, era un verdadero espectáculo, es bien conocido. Cuando los Masaveu concentraron sus actividades en otros negocios, lo cedieron a Ceñal y Zaloña."

Fue pues en 1904 cuando pasó a ser el Gran Salón-Bazar de la empresa Masaveu establecida, como hemos visto, al otro lado de la calle, donde tenía banca y almacén de tejidos. Luego llegaría la reforma de Julio Galán y su función también como sala de exposiciones, de cuya organización nos habla asimismo Aparicio Vega:
"En la sala de Oviedo, Martín Masaveu Masaveu (Oviedo, 1890 - Santa Ana de Abuli, Oviedo, 1937) se encargaba de todo lo referido a las exhibiciones artísticas. Suyas son, pues, las anotaciones contables aún conservadas, donde se puede rastrear no solo la programación habida durante cerca de una década, sino también las ventas efectuadas, el nombre de los compradores y hasta la comisión obtenida por cada transacción.

Desgraciadamente, no se conserva la planimetría primitiva del espacio expositivo propiamente dicho, ni tan siquiera sabemos el lugar concreto que ocupaba dentro del inmueble, una vez ensayada durante varias décadas, la presentación y venta de cuadros en los escaparates de la Casa Masaveu, situada al otro lado de la calle. Apenas se poseen informaciones acerca del aspecto del local dedicado a presentar exposiciones, si bien, tal y como se deduce de la valiosa fotografía (...) publicada en un conocido diario local en noviembre de 1927 (...)  este debía de ser de reducido tamaño y parece claro que sus paredes estaban reenteladas con tonalidades oscuras. En el salón había sillas y hasta una pequeña mesa para colocar los catálogos de mano que la firma editaba con regularidad de todas sus exposiciones.

A pesar de las referencias a la actividad expositiva publicadas en la prensa local, se conservan pocos testimonios sobre este asunto, incluidos los escasísimos catálogos conocidos. No obstante, la fuente principal son las anotaciones contables que Martín Masaveu efectuó, entre octubre de 1918 y noviembre de 1927, en un libro de registro custodiado en el archivo de la Casa.

En el Salón se presentaron habitualmente «obras de pintores contemporáneos, tanto asturianos como levantinos y andaluces, predominando el gusto por lo costumbrista».

Así, la primera temporada del Salón se abrió el 30 de octubre de 1918 con una muestra de un desconocido pintor llamado Magy, en la que la firma obtuvo el 10% en concepto de comisión por ventas, once cuadros en total. A esta presentación siguió la protagonizada por Michelet, que supuso el ingreso de algo más de un 14% y que sirvió para confirmar el funcionamiento del negocio, pues se colocó en el mercado otra docena de pinturas. 

En el año 1919 es clara la consolidación del Salón Masaveu como principal referencia en el naciente circuito comercial del arte asturiano. La otra plaza correspondía al Bazar Piquero. En el mes de enero el Salón Masaveu acogió una exposición individual de Evaristo Valle y el negocio se quedó solamente con el 10%, mientras que el pintor percibió 5.220 pesetas por los cinco cuadros vendidos. Tras este expositor, repitió en la programación Michelet, que presentó un conjunto de retratos y vendió otros diez cuadros. En marzo el Bazar Masaveu organizó una exposición-homenaje al desaparecido pintor José Robles (Madrid, 1843-1911). Incluso hubo «colas para poder penetrar en el salón» y algunas obras pertenecientes a la viuda del artista fueron adquiridas por familias ovetenses. No obstante, en el registro de Martín Masaveu solamente se consigna la venta de un cuadro. Después de Robles, ocupó el Salón otro pintor foráneo apellidado Cersa, pero no se señalan más datos, con lo que no debió de venderse nada. La siguiente muestra estuvo protagonizada a un tiempo por tres notables representantes de la pintura asturiana, Menéndez Pidal, Zaragoza y Medina, pero el responsable de la sala no anotó ninguna referencia en su libro. 

Resulta llamativo que, ya en el invierno de 1919, se organizaran exposiciones alejadas, por tanto, de las fechas en que la ciudad acogía ferias y la concurrencia de público estaba garantizada. De este modo, en noviembre de ese año, se presentó en el Salón Masaveu de Oviedo la muestra de los señores Almela y Ortiz. En esta ocasión se constata la publicación de un catálogo. Además, la exposición «también incluye obra de diversos autores antiguos». La prensa alabó la labor de la firma comercial ovetense señalando las «iniciativas de la Casa Masaveu para difundir la afición a las obras artísticas y dar a conocer a los pintores de reconocida fama». De la muestra de Almela-Ortiz, inaugurada el día 25 de noviembre de 1919, se conoce que vino acompañada de una selección de pinturas retrospectiva de otros artistas y que al menos se vendieron cuatro cuadros. 

Los pintores Eugenio Tamayo y Crisanto Santamarina llenaron la sala con sus trabajos en enero de 1920. Se vendieron siete dibujos y tres cuadros. Seguidamente, Aurrecoechea expuso sus acuarelas y dibujos desde el 20 de febrero de 1920. Masaveu adjudicó trece trabajos a coleccionistas locales. 

En mayo se presentó monográficamente el arte de Enrique Vera. Se colgaron cincuenta obras de temática principalmente toledana. El catálogo de mano fue impreso en la ciudad castellana e incluía los precios de las obras, que estaban entre 1.200 y 200 pesetas. Se adquirieron once obras. 

Cecilio Pla protagonizó una de las muestras más relevantes del Bazar Masaveu, donde expuso desde el 10 de septiembre de 1920, pero tan solo consiguió vender una obra por 400 pesetas. Octavio Bianqui ocupó el local al mes siguiente y un cuadro suyo pasó a manos del banquero Ignacio Herrero por 2.000 pesetas."

Unos 15 o 20 años después de su gran reforma pasó a ser de Ceñal y Zaloña, sociedad anónima creada en por Ramón Ceñal y Fernando Zaloña, de droguería-perfumería y productos del hogar. "No es posible precisar por el momento la fecha exacta del cierre del bazar", dice Aparicio Vega


Con el paso del tiempo el edificio pasó por multitud de dueños y negocios, bolera americana, discoteca, cafetería, etc. Esta fachada de la calle Cimadevilla es la de "de un edificio con cerramientos verticales de fachada principal con funciones estructurales, con un acabado de morteros pintados en un buen estado de conservación", nos dicen en el Catálogo Urbanístico del Concejo de Oviedo


Desde aquí, sobre los tejados de los edificios de enfrente, sitos en la transversal calle San Antonio, un detalle muy significativo aparece a nuestra vista


Es el remate de la torre gótica de la catedral de San Salvador, cuya finalización en 1557 supuso el remate de la obra catedralicia comenzada tres siglos atrás sobre la estructura anterior románica y prerrománica. No obstante un rayo destruyó este remate en 1575, por lo que hubo de contratarse al maestro cantero Rodrigo Gil de Hontañón, que para su reconstrucción empleó elementos góticos y renacentistas (una de las escasas concesiones a este estilo), "en un ejercicio de elegante genialidad, rematado en la aguja calada, que elevó la altura de la torre en unos diez metros. Dirigieron estas obras Diego Vélez y Juan de Cerecedo el Joven", leemos en la web de la Sancta Ovetensis


Otro rayo la afectó en 1723, siendo restaurada entre 1729 y 1733. Una tercera restauración se acometió tras la Guerra Civil, finalizada en 1953, con Luis Menéndez-Pidal y Luis Moya Blanco


Escudo del edificio de la calle San Antonio nº 3, antigua calle Solazogue, que significa 'debajo' o 'al pie' del azogue, es decir, plaza de mercado y comercio público. Fue llamada de San Antonio cuando se colocó una imagen del santo en la misma

Aquí, en este cruce de las calles, se forma una explanada por la que nosotros seguiremos hacia la ya muy cercana catedral de San Salvador todo recto y de frente por la calle de la Rúa, que en la Edad Media fue denominada de los Tenderos o de los Cambiadores por su actividad comercial. Ahí están la Fuente de la Rúa, testimonio de un tan enigmático como probado pasado romano de la antigua colonia de Ouetao, y la Casa de la Rúa, la única que no quemó, por ser de piedra, como la catedral, en el incendio de 1521 que se cebó especialmente en estas calles, donde comenzó...
















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