La Lechera en Trascorrales |
La Pescadería. Al fondo la calleja de los Huevos |
La Calleja de los Huevos, paso de la calle Cimadevilla a Trascorrales, al fondo La Pescadería |
"La Caleyina, fundada en la década de los ochenta del siglo XIX, es el establecimiento hostelero más antiguo de Oviedo, junto con Casa Lobato, en el monte Naranco. Con Casa Lobato tiene otro punto de coincidencia: ambos establecimientos continúan administrados por descendientes de los fundadores, pero mientras Lobato está asentado en el mismo lugar donde se fundó, La Caleyina hizo un recorrido sobre el espacio ovetense, trasladándose desde la calleja de los Huevos a la muy próxima plaza del Fontán.
La calleja de los Huevos, traducida al lenguaje popular por La Caleyina, que rotula el veterano establecimiento hostelero, comunicaba Cimadevilla con Trascorrales, por decirlo rápidamente, ya que esta zona ha sufrido una importante modificación desde el siglo XVIII acá. Su nombre oficial era travesía de Cimadevilla, pero desde el siglo XVIII se la conocía por el nombre de la calleja de los Huevos. Observarán que en la plaza de Trascorrales y los alrededores predominan los nombres de productos alimenticios: la puerta de la Pescadería comunicaba esta plaza con la calle del Sol y cerca se encuentra la plaza de la Leche, evidentemente porque en ella se reunían las lecheras mucho antes de que un Ayuntamiento compasivo y sensible a las perturbaciones meteorológicas la cubriera con el enorme paraguas que le da nombre. El nombre de la calleja de los Huevos obedece a que allí se vendían huevos. Antes, los antiguos ovetenses, más sabios que los demagogos modernos, daban los nombres a las calles por lo que se hacía en ellas: donde se reunían las lecheras era la plaza de la Leche, y donde hubo vocerío, la plaza de la Escandalera, y donde se vendían huevos, era la calleja de los Huevos, y así evitaban tener que andar quitando del callejero los nombres de los que ganaron una guerra para poner en su lugar los de quienes la perdieron.
La calleja de los Huevos conducía desde el arco de Cimadevilla a los Trascorrales. Tuvo su momento de gloria la noche del 24 de mayo de 1808, en la que los alrededores de Oviedo se llenaron de fogatas y la ciudad estuvo bajo el sonido de las campanas para alertar a la población de que se iniciaba el levantamiento contra los franceses napoleónicos. Desde ella, una veintena de ovetenses se lanzó al asalto de la Casa de la Regencia, que se encontraba frente a la calleja, para disuadir a las autoridades afrancesadas que trataban de reprimir el movimiento de los patriotas. La ocupación de la Casa de la Regencia, donde se encontraba el general La Llave, recién llegado de Santander, era parte fundamental de aquella acción. «Era el plan apoderarse de la Fábrica y de los fusiles que en ella había, armar a la gente y dividirla en tres columnas, dirigirse éstas a la plaza Mayor por diferentes puntos; acometer una partida la casa-habitación de La Llave, arrestarle no conviniendo en lo que se le propondría, y tocar a rebato las campanas de la Catedral, iglesias parroquiales y monasterios, al disparo de unos cohetes para que saliese la gente de la población y aldeas inmediatas», escribe Ramón Álvarez Valdés, testigo presencial de aquellos hechos. Lástima que su pobre prosa no se acercara ni de lejos a la suntuosa de Toreno, que había presenciado la explosión del 2 de mayo en Madrid. La Casa de la Regencia fue ocupada sin dificultad por los vecinos procedentes de la calleja de los Huevos, pues los provinciales que hacían guardia fueron sorprendidos con los fusiles arrimados a la pared. Conviene señalar los hechos históricos que se produjeron en Oviedo porque no estaban las armas a mano: sin ir más lejos, el famoso «Desarme», conmemoración de la retirada del armamento de las milicias nacionales que tenían sus armas colocadas en pabellón en el patio del castillo-fortaleza mientras hacían la digestión de un guiso de garbanzos con bacalao y espinacas, seguido de callos y regado con vino en abundancia, al final de la primera Guerra Carlista.
Al final de la Guerra Civil pasada, que en Asturias duró de 1936 a 1937, la calleja de los Huevos fue ensanchada y con este motivo el bar y casa de comidas se traslada a la cercana plaza del Fontán, en la que a comienzos de siglo tenían fama los «cajones» donde las famosas guisanderas hacían sus platos de «carne gobernada», y en donde se cantaba una copla recordada por Indalecio Prieto, nacido en la vecina calle Magdalena:
Adiós, plaza del Fontán,
consuelo de mi barriga,
donde por tres cuartos dan
buenas «fabes» con morcilla.
La Caleyina se inaugura, ya queda dicho arriba, hacia 1880, siendo su propietario Manuel Viña, nacido en Biedes, al lado de Infiesto. Al principio, tan sólo vendía algunos productos del mar, como sardinas y merluza, y un poderoso y oloroso queso elaborado por los pastores de los Picos de Europa, imponentes macizos montañosos que se veían en la lejanía cubiertos de nieve, desde un poco más arriba de Biedes sin ir más lejos, todavía poco conocidos y explorados. A este queso imponente, que don Benito Pérez Galdós adjetivaba como «de pestífero olor», se le conocía por el nombre generalizado de «queso picón» (porque picaba) y tal denominación descriptiva acogía tanto a los quesos de Tielve como a los de Tresviso, que a mediados del siglo XIX dependía del Obispado de Oviedo. La denominación de «queso de Cabrales» es moderna. En cualquier caso, Manuel Viña fue de los primeros en difundir el queso de Cabrales en Oviedo, donde, con el tiempo, ya en la segunda mitad del siglo pasado y más adelante, tendrían algunos bares especializados como el Venecia, en la calle Doctor Casal, que lo servía en pinchos con acompañamiento de vino de tierra de León; en La Quirosana, en la calle de Fray Ceferino, y en el bar de Domingo, al comienzo de la calle del Arzobispo Guisasola. Y, naturalmente, vendía vino, que es compañía insustituible de un queso poderoso como el de Cabrales. Es inconcebible comer queso sin regarlo con vino. Comer queso con agua es una enormidad: más vale no beber nada, si no hay vino; o como interpreta José Luis Fanjul unos conocidos versos de Antonio Machado:
Donde hay vino, beben vino,
y donde no hay vino, cerveza.
Cuestión digna de menor estudio es qué clase de vino vendía. El vino tinto es el más universal: a falta de otro, vale para todo. Y las sardinas tienen suficiente sabor y consistencia como para resistir el acompañamiento del vino tinto. Otro cantar sería el de la merluza. Y hemos de suponer que el vino de aquellos años sería más bien de tralla.En Oviedo se diferenciaban bastante bien las funciones de los diferentes vinos: el blanco para el aperitivo y el tinto para la comida. Se salía a tomar vino blanco antes de comer, se comía con vino tinto y, por la tarde, a última hora, antes de la cena, se volvía a salir para beber vino tinto. Nunca se bebía vino blanco antes de la cena, y se cenaba con vino tinto si no había pescado, que siempre se consideró más apto para la cena que para la comida, porque se suponía ya entonces saludable hacer cenas ligeras, y el pescado era parte integrante de mucha consideración en las dietas de los enfermos y de los convalecientes. Cuando a algún enfermo le servían caldo de gallina y después pescado sin preparaciones barrocas, a ser posible sencillamente hervido, era indicación de que las cosas marchaban bien y podían ir mejor. Por otra parte, la sopa de ave con fideos y la merluza rebozada (que los cosmopolitas que nunca faltan denominan «merluza a la romana») eran la cena típica de los viajantes de comercio. Ahora ya no hay viajantes de comercio porque se compra por catálogo y apenas se cena por cuestiones dietéticas. Tal vez un poco de pescado o fruta, por aquello que decían los vaqueiros: el pescado es agua. Esto es, hoy se cena agua.
Las sardinas, la merluza, el queso de Cabrales o picón y el vino fueron los fundamentos de un negocio que sobrepasó con creces los cien años. En 1940, coincidiendo con el ensanche de la calleja de los Huevos, Emilio Martínez de Bien, sobrino de Manuel Viña, se traslada al Fontán, frente a la plaza cubierta, a una casa pequeña, de aspecto rústico y dos plantas, que daba a la capilla de la Magdalena, por la parte de atrás. En la planta baja estaban el bar y el comedor, y en la de arriba la cocina. Emilio de Bien era un señor muy serio, de poca estatura, muy pálido, con camisa blanca sin corbata y el botón del cuello cerrado, y chaqueta mahón, de pocas palabras y mucho respeto. Mantenía a raya a los borrachos, y eso que los había de mucho cuidado. Pero exigía a la clientela de su casa, embriagada o sobria, la máxima formalidad. En la cocina preparaban la carne gobernada, las patatas rellenas y, sobre todo, el rollo de verdura, el mejor de Oviedo con diferencia; y de postre, arroz con leche. En 1982, la casa rústica fue demolida y en su lugar se levantó un edificio cuyo bajo ocupa la actual Caleyina, dirigida por Viti, el nieto de don Emilio de Bien."
"....constituyó el primero de los más importantes mercados de la arquitectura ferrovítrea asturiana (el primer mercado cubierto moderno de Asturias), y serviría como modelo para posteriores mercados construidos en la región (como el de Jovellanos, en Gijón). El proyecto fue llevado a cabo por Cándido González en 1862, siendo finalizadas las obras entre 1866 y 1867. La finalidad del mismo era que la ciudad tuviera un espacio donde se pudiesen tomar medidas higiénicas para la venta de pescado. Aunque en un principio no se consideraba un sitio adecuado (en la parte trasera de la Casa Consistorial) por el posible olor y ruido, el proyecto salió adelante."
"Decir el mercado es sinónimo en Oviedo de El Fontán. No existe otro en la ciudad. Pero no hace tanto no era así. El pescado, por ejemplo, era cosa de Trascorrales. Fue exactamente hace 20 años cuando se concluyó la rehabilitación integral del mercado '19 de octubre', del ahora mercado de El Fontán, que pasó a centralizar la actividad gestionando también los puestos exteriores de la plaza de abastos. El edificio diseñado en 1882 e inaugurado tres años más tarde se remozó en diciembre de 1994 para ofrecer todo tipo de productos, los que antes andaban desperdigados por las plazas de la ciudad. Se convirtió en mercado de mercados. No podía ser en otro lugar, porque allí, en la plaza de El Fontán, comenzó todo. El mercado de los jueves existe en Oviedo, en El Fontán, desde 1523. Fue una concesión privilegiada de los reyes doña Juana y don Carlos para intentar paliar las desgracias que un año antes habían asolado la ciudad. Se notó en ese funesto 1522 un temblor en verano, seguido de lluvias torrenciales que en septiembre inundaron la región y dejaron «grandes perjuicios en la ciudad y en el concejo», cuenta Fermín Canella y Secades en 'El libro de Oviedo'. Pero lo que más destrozos causó fue el gran incendio que en Nochebuena devastó gran parte de la ciudad intramuros. «Quemaron las calles de Cimadevilla y Rúa, hasta la puerta de Socastiello y hospital de San Juan; el barrio de Chantría y Lonja hasta la puerta de la Gascoña; parte del monasterio de San Pelayo; la calles del Portal y San Antonio; el hospital de San Julián, la calle de la Herrería y gran parte de la iglesia Catedral». Los andamios de una de las torres del templo religioso quemaron dejando solo una torre para siempre.
La recaudación de impuestos por la instalación de un mercado franco podría aliviar las arcas municipales y rehabilitar la dañada ciudad, y por eso la concesión de los reyes a Oviedo. Pronto el mercado se extendió también a los domingos, pero con el crecimiento de la ciudad, el progreso de la industria, y la llegada de las vías de comunicación la actividad comercial se fue extendiendo a otras plazas. En El Fontán se quedaron los carros de leña, granos, madreñas, loza, zapatos de Noreña y cerdos. En Trascorrales se ubicaban las vendedoras de leche, tocino, carnicería, hortalizas y sardinas saladas. En la calle del Sol, los tratantes de sal al por mayor. En Flórez Estrada la sidra, y en La Universidad los muebles viejos y las ropavejeras. En Porlier se vendían las varas, maseras, duernos, camas, toda la cestería y el carbón. En La Catedral la fruta, aves y huevos. Y en el Campo de los Patos el ganado vacuno.
Los mercados dispersos obligaban a los comerciantes a vender a la intemperie y «dejaban bastante que desear», expresa Canella. Así se pensó en poner un remedio y nació la plaza de El Fontán en 1702. La idea era construir un rectángulo con 36 tiendas o casas bajas y soportales al exterior e interior, una construcción que fue variando y que no dio solución total a los problemas. Los tiempos cambiaban y Oviedo apostó por la modernidad. El primer mercado cubierto moderno de Asturias se instaló en la plaza de Trascorrales."
"Buena parte de los edificios que conforman las zonas de expansión urbana de Oviedo y Gijón desde la segunda mitad del siglo XIX hasta la primer tercio del XX son construcciones sin autor al modo en que hoy lo entendemos. Apenas una veintena de maestros de obras ha dejado su huella constructiva en toda Asturias en un período de gran demanda edificatoria que los pocos arquitectos de la época no conseguían cubrir. Edificios como el mercado de Trascorrales o las casas del Cuitu en Oviedo, buena parte de la calle San Bernardo en Gijón o lo que hoy es la de Escuela de Artes y Oficios en Avilés son el resultado del trabajo de ese reducido grupo profesional que el historiador Héctor Blanco González ha investigado en profundidad. A ellos está dedicado el libro "Arquitectura sin arquitectos en Asturias. Maestros de obras y otros autores (1800-1935)", elaborado a partir de la tesis doctoral del autor y editado por la Consejería de Cultura.
"Mucha arquitectura contemporánea asturiana no fue realizada por los arquitectos. Los maestros de obras fueron, durante el siglo XIX y las primeras décadas del XX, destacados productores de arquitectura tanto cuantitativa como cualitativamente, igualando e incluso superando en volumen de obra a los arquitectos", expone Héctor Blanco. El auge de estos maestros comienza con el desarrollo de los núcleos urbanos en esa segunda mitad del XIX, la planificación de los ensanches de la ciudades y, como refleja el libro del historiador gijonés, "el impulso que conoce la construcción por efecto de la ley de arrendamientos de 1842 como marco legal para el aprovechamiento mercantil del inmueble, junto al comienzo de la especulación con el suelo urbano y la constitución de la promoción inmobiliaria como inversión, transformando el sector de la construcción como una industria más". Estos especialistas están, así, en el corazón del auge de un nuevo segmento económico cuyo crecimiento desproporcionado es hoy una de las razones de la crisis económica en España.
Entre arquitectos y maestros de obras hay diferencias formativas y de competencias. Blanco apunta que "el título oficial de maestro de obras, que se obtenía tras cursar tres años de estudios y la superación de un proyecto de final de carrera, los facultaba para proyectar de manera autónoma edificios que no fuesen sufragados con fondos públicos o destinados a uso público, que eran los que quedaban como competencia exclusiva de los arquitectos". Ello no impide, sin embargo, que el mercado de Trascorrales en Oviedo sea un proyecto del maestro Cándido González. La falta de arquitectos propició que "acabaran haciéndose cargo de todo tipo de obras, incluyendo las municipales. Por ello realizaron también puentes, obras de urbanización, escuelas, mercados... Además incluso ocupan cargos dentro de la administración, en muchas ocasiones y durante largos periodos, asumiendo las competencias propias de los arquitectos municipales ante la falta de estos". El historiador constata que "en Asturias, como en muchas zonas periféricas de España, la presencia de la figura del arquitecto es muy escasa durante el siglo XIX y llama la atención que, aun en sus últimas décadas, apenas haya una decena de arquitectos establecidos en la región. Esta escasez de titulados superiores hizo que la figura del maestro de obras se convirtiese en un referente fundamental dentro del sector de la construcción y explica por qué muchos de ellos desarrollaron carreras muy brillantes, sin encontrar limitaciones a su ejercicio profesional".
Su momento de mayor esplendor fue también el de su extinción. La similar cualificación de arquitectos y maestros de obras llevó a la supresión de los estudios de estos últimos. El autor de "Arquitectura sin arquitectos" explica que "la justificación oficial fue que la actividad de maestros de obras y arquitectos era tan similar que no procedía dedicar recursos a dos titulaciones independientes que en la práctica venían a ser lo mismo, pero el trasfondo real era la evidencia de que los maestros acaparaban una gran cantidad de obra en perjuicio de los arquitectos".
Después de 1871 sólo permanecerán en activo "los titulados hasta entonces, que conservaban los derechos propios de su título, y se convierten así en un grupo profesional en extinción literal, aunque aún mantienen varias décadas de actividad hasta que progresivamente se van jubilando o falleciendo". Blanco González añade que "el último maestro de obras titulado de Asturias, Benigno Rodríguez, fallece en Gijón en 1932".
De ese tiempo queda "una obra dispersa por toda Asturias, pero con una concentración notable, sobre todo, en Gijón y Oviedo debido a la gran expansión urbana que conocen ambas ciudades durante la segunda mitad del siglo XIX. También es el conjunto de obra mejor identificado, por conservarse los proyectos en los archivos municipales". La investigación de Héctor Blanco le lleva a afirmar que "en general los maestros de obras destacan por su capacidad de diseño todoterreno, la calidad en la ejecución de las obras y su preocupación por el detalle. Muchos de ellos lo dejan patente ya en los planos que realizan, en no pocos casos los proyectos ya son auténticas obras de arte". No desmerecen, a juicio del historiador, la labor de los arquitectos, y "aunque hoy en día sean unos completos desconocidos, el conjunto de su legado evidencia que en modo alguno su labor fue secundaria o menor".
Su manera de trabajar, estilo e inquietudes no se diferencian de los de los arquitectos. "La arquitectura de los maestros de obras no cuenta con ninguna peculiaridad formal que la diferencie de la elaborada por los arquitectos. Se preocupaban por estar al día de las tendencias y novedades en boga, tenían que competir entre sí y a la vez con los arquitectos por contratar obra y eso llevaba a que, en conjunto, a simple vista, no sea posible apreciar diferenciación. La mayor o menor entidad de la obra realizada derivaba del presupuesto y entidad de cada encargo, no de su capacidad como tracistas", señala Blanco. Así, las constantes de su trabajo "son las propias del resto de la arquitectura realizada en el momento: atienden a los intereses de los promotores de la obra buscando aprovechar al máximo los solares para obtener buenos rendimientos y ateniéndose a lo que marcaban las ordenanzas municipales".
Existe también una inquietud innovadora que queda patente en los edificios de los maestros de obra. "Benigno Rodríguez fue de los más avanzados a la hora de introducir patios interiores y distribuciones que mejoraban las condiciones de habitabilidad de las viviendas, cuando los promotores lo aceptaban, superando las disposiciones marcadas por las ordenanzas. En todo caso, los mejores proyectos siempre están vinculados a residencias unifamiliares o a los edificios residenciales de mayor presupuesto y empaque". "También se observa", detalla Blanco, "la introducción de novedades estructurales, primero el hierro y luego el hormigón armado. Así, Cándido González fue pionero en la implantación de la arquitectura del hierro en Asturias con sus mercados de Trascorrales y Jovellanos". Hay un empeño en estar al día en cuanto a técnicas constructivas que deja patente, entre otros maestros, Benigno Rodríguez, quien "comenzó a emplear ya en la década de 1910 hormigón armado en la estructura de alguno de sus edificios de viviendas, algo poco habitual en la región en esos años".
"El Fondín acaba de cambiarse (...), por lo que añade mármoles, maderas nobles, barra vinatera, mesas que la media docena con que contaba estaban demasiado reñidas y generosidad de espacio. Hablamos de esta misma semana y de apenas un salto, menos de cincuenta metros, desde la angosta y desnivelada esquina sur de Trascorrales, a la siguiente esquina girando para el Oeste, igual que John Wayne sólo que no se trata del Far West, sino del West inmediato entre la plaza y el pindio callejón de los Huevos:ahí los vendían las aldeanas in illo tempore, cuando el mercado también ocupaba Cimadevilla y la carretera de Castilla, con amurallada puerta principal donde el arco del Ayuntamiento.
La referencia vecina y grande a la que El Fondín se asoma y mira ahora y antes, es la Pescadería, sala municipal de cultura y exposiciones difícilmente tan importantes como las primeras y originales de pixines, reyes, lubinas, rodaballos, chopas y lo que llegara de la costa. Ya se sabe, Oviedo tiene a treinta kilómetros playa y puerto.
Dada la parquedad del salto y la permanencia del cuño y los ofrecimientos, el título de «espacio coqueto» que publicita su nombre se amplía pero permanece;tan solo adquiere aire más mesonero el comedor con aspecto de vieja fonda carbayona, y la espaciosa zona de entrada conseguida invita a copa y tapeo por espera, o porque sí.
Añádase el remocicamiento pinturero, la reluciente cocina vista precedida por la chapa frontal de carbón, el armario expositor, los cuadros con fotos familiares y la terraza, que abrirá próximamente bajo sombrillas si las temperaturas casi veraniegas que sufrimos (lo inapropiado se sufre) persisten.
Los guisos de El Fondín, tradicionales, lentos, elaborados, buscan sus ingredientes en un radio de pocos kilómetros entre la costa y la cordillera, con el Fontán, que anda vecino, por principal despensa. Son guisos elegantes, sabrosos, detallistas, para mantel de hilo y copa fina, que se visten indistintamente de asturianos, de modernos y de cosmopolitas, como los frixuelos de puerros y gambas al queso de Vidiago, el pulpo con almejas y panaderas, los canelones de mi madre o los calamares en tinta.
En temporada no faltan salteados de níscalos, boletus edulis, angula de monte, rebozuelos y otras espontaneidades de sotobosque acompañadas por jamón, huevos, almejas o foie; y en temporada tampoco faltan arbeyos, fréjoles, menestra, bonito, oricios y lo que la naturaleza ofrezca de consumo.
Fabada, fabes con almejas, pote, garbanzos con callos, callos caserinos con patatas, todas las bellezas tentaculares de calamares, chipirones y pulpos, y todas las bellezas que exhiben chuletas y chuletones antes de la plancha rojas de magro y marfil de grasa pueden dar una idea limitada y demasiado fija de una oferta gastronómica fiadora del momento y del depende, que Mari y Chema gustan guiarse por lo que la jornada propone y su inspiración dispone. Trabajada dulcería aparte, que construye tentaciones de chocolate, frutas, frutos y hojaldre.
Mari cocina. Herencias inmateriales de madre y de tía, la Laure propietaria esta última de Casa Laure, allí mismo: el ambiente intemporal, poético, plácido y vetusto de Vetusta que encierra y preserva Trascorrales, ejerce su continuado hechizo. Aparte, obtuvo título de la escuela del Campillín, afianzó saberes y solturas siete años en Casa Montoto y, tras conocer a Chema, unieron vidas y trabajo.
Lo de Chema demuestra que el destino, fuerza más misteriosa que casual, nos trae y nos lleva para bien y para mal; muy para bien en su caso. Barcelonés encargado de gerencias empresariales, se vino a Oviedo en plan aventura, pasó por Casa Laure, vio un anuncio pidiendo camarero profesión nunca ejercida antes, lo logró y estuvo diez años con ellos: de la bisoñez al doctorado. Y lo principal, conoció a Mari, sobrina ya quedó dicho de la propia Laure.
De los saberes y voluntades de ambos surgió El Fondín, trasladado hoy al amplio espacio de los paseos, las fotos y las esculturas la lechera, la pescadera y el vendedor de pescado donde el alma carbayona, por densa, resulta tangible."
"Lo visitamos pequeño y vecino aquí mismo, en la plaza carbayona de la Pescadería, mejor conocida por Trascorrales, recuerdo de las huertas y cuadras urbanas que ocupaban este patio tal vez desde Alfonso II hasta finales del XIX, casi mil años de un trozo aldeano en pleno cogollo urbano, lo normal, que pegado a la Catedral -y no digamos por el Campo de San Francisco o el Campillín- las berzas y los rosales alternaban. Hace unos años cambió a un local vecino y valió la pena. El Fondín sirve iguales sabores y presentaciones, los de Mari y Chema, que el bien avenimiento en la vida salta a los guisos, pero el cambio añadió barra vinatera, espacio, aparadores, muestrarios de productos, cuadros, espejos, techos de madera y una terraza confortable y evocadora.
Al lado, además de los espíritus materiales e inmateriales de la plaza mencionados, el levemente cuesto Callejón de los Huevos recuerda dónde las aldeanas los vendían, cuando todo el Oviedo de Pilares y de Vetusta era un gran mercado que iba del Fontán, la Escandalera y la plaza de la Catedral, a Cimadevilla y aquí, dentro y fuera de la muralla que abre el arco del Ayuntamiento.
Aunque la referencia vecina y grande a la que El Fondín se asoma es la Pescadería, sala municipal de exposiciones difícilmente tan importantes como las originales -el arte imita a la naturaleza- de pixines, lubinas, rodaballos, chopas y lo que llegara de la costa: ya se sabe, Oviedo reivindica playa y puerto propios a treinta kilómetros.
Reparando en el interior, las zonas de barra y comedor, a pesar de relucientes, poseen cierto aire de vieja fonda, y la entrada invita a copa y tapeo; añádase la cocina vista precedida por chapa de carbón, los expositores, los cuadros familiares y -razón de visita que ningún marco debe distraer la obra- los guisos.
Mari y Chema siguen la normativa de la tradición, de la cocción pausada, del aprovisionamiento cercano, del sabor hogareño; les gusta servir platos detallistas para mantel y copa fina que se visten de asturianos y de creativos, como los frixuelos de puerros y gambas al queso de Vidiago, el pulpo con almejas y panaderas, los canelones de mi madre o los calamares en tinta.
Por primavera y otoño no faltan salteados de níscalos, boletus edulis, angula de monte, rebozuelos y otras codiciadas surgencias de sotobosque que a veces se acompañan de jamón, huevos, almejas o foie; también aquello que las temporadas pertinentes, últimamente caprichosas y desquiciadas, aporten: arbeyos, fréjoles, cerezas, menestra, bonito, castañas y etcéteras de semilla, pluma, piel y escama.
Entre los imprescindibles se cuentan la fabada, las fabas con almejas, el pote, los callos caserinos, todas las bellezas tentaculares de calamares, chipirones y pulpos, todas las bellezas de los pescadinos a la espalda y salseados, y todas las bellezas de magro y marfil que exhiben chuletas y chuletones; y de dulcería, tentaciones de chocolate, frutas, frutos y hojaldre.
Mari adquirió las raíces del arte culinario de su madre Lita, y pronto se vio trabajando entre fogones y estudiando en la escuela del Campillín, un ora et labora productivo al que Casa Montoto proporcionó seguridad y madurez. Luego encontró a Chema, cruce que pareciera escrito por ese algo o alguien misterioso que nos traza el discurrir del presente y determina cómo un segundo, un cambio de semáforo, una elección intrascendente o el aletear de una mariposa china, altera planes y abre puertas al futuro, en este caso excelente: catalán de Barcelona, encargado de gerencias empresariales, se vino a Oviedo deseoso de aventuras juveniles, vio un anuncio pidiendo camarero cuando los fondos comenzaron a escasearle (profesión nunca ejercida antes), lo logró, pasó diez años en restaurantes y así coincidieron.
De la suma de los saberes y voluntades de ambos surgió El Fondín; y de paso Trascorrales, si tal fuera posible, mejoró un poco más."
"Ubicado en una de las plazas más emblemáticas de la ciudad de Oviedo, El Fondin se ha hecho mayor. No es que su oferta gastronómica haya evolucionado, su cocina de mercado sigue siendo fantástica, se ha hecho mayor en cuanto a tamaño y pronto cumplirá un año dando de bien comer en la nueva ubicación.
Unos metros más allá de donde originalmente estaba sito, había venido a sustituir a La Taberna del Buen Amor, en la Plaza de Trascorrales, ahora se ubica en parte del local que antiguamente correspondía al Raitan. Podríamos pensar que con el crecimiento sería más fácil conseguir una de sus preciadas mesas, nos equivocamos, muchas veces la demanda supera a la oferta así que recomiendo reservar con antelación suficiente.
La Plaza de Trascorrales, también conocida como la Plaza del Pescado para los que peinamos canas, me trae muchos y gratos recuerdos. Aquella época donde no había tanto coche y no existían las calles peatonales recuerdo con nitidez, como esperábamos con mi padre aparcado a las puertas, a que saliese mi madre con la compra."
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Foto: El Fondín de Trascorrales |
"... son muchos los restaurantes de Oviedo que deberías visitar al menos una vez en la vida. Entre ellos, uno bastante famoso situado en el centro de la ciudad.
Para muchos, una de las opciones para comer que no te puedes perder si vas a Oviedo es El Fondín de Trascorrales. (...)
Entre sus platos de entrada se encuentra el pastel de cabracho y merluza, la ensalada de ventresca y tomate, las anchoas del Cantábrico con queso manchego y el tomate aliñado. También ofrecen croquetas de jamón, tortilla de patata y gamba y calamares frescos en su tinta
Otros de sus platos estrella son los canelones "de mi madre" (con carne y salsa de boletus), así como los raviolis rellenos de foie con salsa de queso y setas.
También tienen guisos tradicionales como fabada asturiana con compango, fabas con almejas y cebollas rellenas de bonito.
En cuanto a las carnes, tienen escalopines de ternera con salsa de queso cabrales, confit de pato, cachopo de ternera, muslo de pitu de caleya, entrecot de vaca vieja, solomillo de cava vieja, y paletilla de lechazo.
Y en lo que respecta a los pescados, disponen de calamares frescos en su tinta con arroz y patatas, salteado de pulpo de roca, merluza de Cudillero al horno.
También destacan sus postres, que son, tarta de la casa, tarta de queso afuega'l pitu, leche frita con helado de arroz con leche, helado de queso con miel y nueces, helado de turrón Diego Verdú, helado de mandarina, helado de chocolate, helado cremoso de limón y arroz con leche."
"El antiguo mercado de pescado, situado en la céntrica Plaza de Trascorrales y terminado de construir en 1866, se ha convertido en la actualidad en un espacio cultural municipal en el que encontrará actividad a lo largo de todo el año. En él se celebran citas internacionales como la Bienal de Pintura al Pastel, ferias con gran impacto económico para los comerciantes locales como LibrOviedo y un amplio abanico de exposiciones, entre las que destaca, por ser ya toda una tradición navideña, la muestra de belenes . Trascorrales se convierte también en escenario de ferias artísticas como la de Cerámica Creativa (CER.O) o Alma Gráfica y acoge diversas actividades solidarias como exposiciones y mercadillos."
Mesas en el suelo, aún sin desplegar, llegamos en los preparativos de alguno de estos eventos
"El Raitán, abierto desde el año 1988, es uno de los restaurantes más conocidos de la ciudad. La zona del comedor no es muy grande, pero como casi siempre se acude con reserva pues pocas veces hay cola o gente esperando.
Llama la atención que sus camareros van vestidos con el traje típico regional, así como el local está decorado recordando los enseres de labranza y del hogar de las antiguas casas asturianas.
En su amplia carta puedes escoger platos como cebollas rellenas de bonito, ensalada templada de pitu escabechado, mejillones a la asturiana en salsa picante, tabla de quesos asturianos, arroz con pitu de caleya, berenjena rellena de centollo y gambas, crema de nécoras, fabada, pote asturiano o de pixín, etc.
Como veis platos de auténtica gastronomía asturiana. No dejéis de probar sus postres, también tradicionales, arroz con leche, casadielles o frixuelos. La calidad de los productos es excepcional, pero por ejemplo aquí venden el entrecot más caro que probé en la ciudad y os aseguro que los restaurantes de su estilo tienen todos una estupenda materia prima, pero bueno, como lo pagamos pues así siguen los precios.
Si buscas donde comer y andas por la zona del ayuntamiento de Oviedo pregunta por el Raitán, poseen menú del día también y probaréis una cocina bastante buena."
"El Raitán es un restaurante de comida tradicional asturiana ubicado en Oviedo. Situado en pleno casco antiguo, enla Plaza Trascorrales (tras la plaza del Ayuntamiento) se encuentra este local acogedor, con decoración en madera simulando un hogar asturiano.
En estos tiempos que corren gastronómicamente hablando, en el que el buen restaurante es el que deconstruye la fabada o utiliza el nitrógeno líquido para enfriar hasta el agua, es de agradecer encontrarse con sitios con un ambiente encantador, buen servicio y sobre todo, calidad en su comida a buen precio y con recetas de las de toda la vida.
Hay dos locales, uno al lado del otro. Uno se llama "El Raitán El chigre", donde han habilitado una zona para fumadores y tiene un espacio de barra y otro es el Restaurante propiamente dicho, mucho mas bonito que el anterior y donde no está permitido fumar.
Antiguamente este restaurante disponía de un menú que denominaban “Largo y estrecho”, en el que se servía una degustación de hasta 15 platos típicamente asturianos. Actualmente, el menú degustación es más discreto y “únicamente” cuenta con 4 platos y 3 postres:
- Crema de andaricas (mas conocidas como nécoras fuera de Asturias)
- Pote Asturiano
- Fabada Asturiana
- Cebollas rellenas de jabalí
- Arroz con leche
- Frixuelos (similares a los crepes o filloas)
- Casadielles (una especie de empanadillas de nuez)
Por (...) € que cuesta este menú, sirven los 3 primeros platos en una fuente para que te puedas servir al gusto. De las cebollas sirven una por comensal, al igual que los postres. Recomendable no “comer por el ojo” y servirse discretamente de los primeros platos para poder cumplir el objetivo, que no es otro que llegar hasta el final en buenas condiciones.
Sin duda alguna, si tenéis oportunidad de pasar por Oviedo, este es un magnífico lugar para degustar buena cocina de la región."
"... familia léxica que presenta la misma base CORR- íntimamente relacionada con las construcciones de tipo circular abundantes en el noroeste de la Penín sula (...). Entre otras, todavía subsisten en uso: corru ‘construcción circular de los pastos altos’; corra o cuerria ‘construcción circular donde se almacenan las castañas dentro de los erizos durante un mes’; corripu o corripa ‘cuadra de cerdos’; corral ‘cercado de piedra junto a la casa o cuadra’; corra lada ‘corral delante de la casa’ o ‘gran corral’; acorrar ‘reunir en círculo’; acorralar ‘cercar, intimidar’.
"Trascorrales.—Dícese que debe el nombre á las escorias que se arrojaban en su recinto desde las antiguas fraguas ó herrería de la hoy calle de Mon; mas como también se la llamó escorrales, suponen otros que tiene el actual nombre por su posición tras de los corrales ó patios de San Antonio y Cimadevilla. Fué plaza ó azogue (v. calle San Antonio). Los pocos ovetenses que quedan como testigos presenciales de las luchas de la sotana y la polaina, refieren en esta plazuela el desgraciado fin de la bella Basa Escosura, muerta por una bala dirigida á uno de los estudiantes que con ella conversaba en su comercios á las primeras horas de la noche."
"Hasta su apertura al público (finales s. XVIII) era la parte de atrás de las calles Cimadevilla, San Antonio y Mon. Allí estaban los corrales de estas casas y el lugar donde las herrerías de la calle Mon (antes Ferrería) depositaban los subproductos (escorias). La mezcla de "corrales"y "escoriales"
fue el origen del nombre de la plaza de Trascorrales.
Aquí estuvo el mercado del pescado (ahora sala exposiciones). Tras la remodelación de la plaza en 1992, es una de los rincones más turísticos de la ciudad."
"Es un conjunto escultórico colocado, directamente en el suelo, con lo que se quiere lograr la cercanía y familiaridad que estas mujeres tenían con los ciudadanos a los que suministraban la leche."
"Mucho nos gustaba TraslaBurra, como cocina, pero también como local. Era una pena pasar por la preciosa plaza Trascorrales y verla con su principal local cerrado. Cuando nos enteramos que Iván Martínez, dueño de La Gran Vetusta, estaba detrás del proyecto y de su cocina, en seguida nos interesamos por su puesta en marcha.
Lo primero que nos chocó fue el nombre Floridita. Algo acabado en -ita en Asturies chirría, pero en cuanto nos contaron su filosofía comprobamos que el nombre va en consonancia con el proyecto. La decoración está inspirada en el famoso El Floridita de La Habana, famoso por los daiquiris de Hemingway.
Mantiene su imponente terraza en la entrada, aunque el día no invitaba a probarla. Zona de sofás, mesas altas y bajas para tomar algo. Perfecto para la primera copa. Y según nos contaron para meriendas y vermús.
Dentro, zona de barra para tomar algo. Mesa alta donde incluso puedes picar.
Pasando por un amplio pasillo, la zona de bodega. Y paso al amplio comedor. Muy guapo, y con decoración cubana.
Tienen además una zona de reservado o de salón secundario. La verdad es que la decoración está hecha con mucho gusto. El local sigue siendo mágico.
El concepto gastronómico no se queda atrás. Es una vuelta al mundo en 42 platos, pero con Asturies como epicentro. Quesos asturianos, vinos asturianos, sidra asturiana ... la declaración de intenciones es clara. Conocer, probar, pero apostando también por lo de casa.
(...) tienen un poco de todo, meriendas, repostería, comidas con menú, cenas, reservao, terraza espectacular y primera copa. Local impresionante, y cocina al centro para compartir paseando por medio mundo o quedándote en casa con buenos productos. Nos invitó la casa, pero Floridita es un sitio para volver y seguir probando cosas nuevas. "
"Un rinconcito cargado de buen rollo para los más disfrutones es lo que esconde la ciudad de Oviedo en pleno centro. “Alimentar el alma”, su principal deseo para con todos aquellos que los visiten.
En pleno centro de la ciudad de Oviedo, en el casco antiguo, encontramos este rinconcito, donde pasar un bueno rato y vivir una experiencia fantástica, sin salir de la ciudad.
La Floridita nace a raíz de un viaje de su propietario, Manu López a Cuba; es un homenaje a sus ancestros cubanos y a su enamoramiento del icónico local cubano con el mismo nombre, por ello decide recrearlo en Oviedo. Así mismo, Manu, es consciente a través de todos sus viajes que en Oviedo falta una casa gastronómica más especial, como las que él descubre en sus múltiples visitas a diferentes capitales europeas y en otros continentes. Era necesaria la creación de un lugar que marcase la diferencia con el resto, un lugar cosmopolita.La Floridita es un restaurante donde gusta comer y gusta estar, esto lo consiguieron gracias a un espacio funcional, amplio, luminoso y elegante, con una amplia terraza de la que a cualquiera le costará mucho marchar.
Con una cocina innovadora, multicultural, que logra que des la vuelta al mundo en 56 platos, al tiempo que le dan una vuelta de tuerca a la cocina asturiana más tradicional. Su propuesta gastronómica ofrece dos alternativas, siempre de la misma calidad; además ahora, con el menú del día que ofrecen, han querido reinventar una apuesta tradicional sin perder su esencia. La carta es algo variopinto y muy diversa, donde dan rienda suelta a la imaginación y al deseo de innovar.
Si visitas este lugar, no olvides que son especialistas en arroces y cuentan con ganadería propia para permitirnos disfrutar de las mejores carnes; tienen carta para celiacos y cuentan con una barra específica para que ejecutivos o profesionales que tienen que comer solos puedan, en esa misma barra, trabajar al tiempo que disfrutan de una buena comida. Los fines de semana y festivos no puedes olvidarte de probar y disfrutar su brunch si tienes la oportunidad.
El mismo grupo que posee este fantástico lugar posee también el Bolabana. Con la visita a estos dos lugares, que apenas están a 3 minutos a pie el uno del otro, ya disfrutarías de la experiencia completa, primero copa y cena en La Floridita y luego perderte en el Bolabana para disfrutar de la noche ovetense en un ambiente inmejorable.
No te olvides, disfruta de este Jardín – Restaurante en el centro de Oviedo y vivirás una de las mejores experiencias gastronómicas que puedas imaginar."
"Casa Laure nació en Sama de Langreo, primer capítulo de la aventura hostelera de Mili y Laure, un salmantino y una villamanina (¿cuál es el gentilicio de este vecino leones?) que hicieron las Asturias cocinando y escanciando primero a mineros, que de buen comer y beber saben mucho, luego a pescadores, profesores, noctámbulos y estudiantes, para los que Trascorrales era su Piazza Nabona. Y ponemos era, dado que la Plaza del Pescado, en uno de sus laterales, ejerce otros menesteres, si bien nobles, no mejores que los originales.
En la cuenca del Nalón dejaron nombre y recuerdo, en Oviedo la huella permanece. Llegada la jubilación a los fundadores, prolongan y ensanchan camino Iván y Paula, el hijo y la nuera. Vaya un entrañable recuerdo para Mili, que aún vestía mandil y empuñaba cuchillo y espumadera en nuestra anterior visita.
Añadiríamos lo de «ahora, junto a Laure, les queda viajar y disfrutar lo no disfrutado» si no fuera que vivimos tiempos de prohibiciones y quedas por un virus que casi ejerce de golpe militar: «La crisis económica nos avisó previamente: los pequeños negocios familiares debían bastarse a sí mismo. Y lo practicamos. Nuestro lema es invertir en calidad, elegir el producto , sea cada pieza de pescado, de los huevos o las patatas, y esta perseverancia ha logradoque quien hasta aquí se acerque lo haga seguro y convencido», puntualiza Iván, aprendiz desde los catorce años, chef no mucho después.
Probamos y registramos el vitello tonnato, finos filetes de xatín con salsa de atún según tradición piamontesa; la langosta con patatas y huevos, dícese originaria de Menorca; la tortilla rasa con papada ibérica según tradición de la Vía de la Plata; el salpicón de ñocla según dictaron grandes maestras como Carmina Fernández de la Rivera, y los arroces marineros, que en temporada el de pestañas de bonito duplica los mejores aromas de la costera, feliz 'xuntanza' cantábrico-mediterránea.
También la tortilla de merluza según honda tradición carbayona, o los pescados al punto de plancha, aceite y ajada para quienes los deseamos palpitantes de frescura y sencillez (los lujosos virrey o besugo, los dignos de ascenso tiñosu o raya). Y cuando hay caza, caza; cuando setas, setas, y cuando guisantes, como ahora, guisantes: certificado el producto, toma plaza la versatilidad en su preparación.
Y la casquería. Preparaciones lentas y deliciosas, de rabos y sesos a mollejas y lengua que, poéticos y sentimentales, nada tienen que ver con el cine de idem.
El local rebaja altura para hacerse casina de buhardilla y dos plantas, con terracina gloriosa ante los espaldares del monumento a la lechera y su burrín. Sus interiores sobrios y elegantes añaden a los contenidos descritos una inusual exuberancia en aperitivos, digestivos, destilados, cervezas, licores y vinos.
Tras catar uno antes del almuerzo, otro durante la comida, y el último en la sobremesa, la estancia y el regreso (por supuesto usando taxi, coche de San Fernando, autobús o tren) nos proporcionarán una feliz tregua con el presente."
"Antes que cocinero Iván Hernández, patrón de Casa Laure (Oviedo), es un gastrónomo de oficio. Su personalidad parece una síntesis de dos profesionales tan respetados en el mundillo hostelero madrileño como el famoso Sacha y Juanjo López de La Tasquita de Enfrente, gourmets redomadamente inquietos. Hernández selecciona los mejores productos, los conoce y los trata con tanta sencillez como sensibilidad en su cocina.
El cocinero sumiller
Hernández disfruta con el vino como pocos cocineros; conoce las zonas de producción, se prodiga en teorías sobre sus uvas favoritas, tipos, marcas y añadas, y se arriesga buscando armonías para cada uno de sus platos. Cuando los clientes se lo permiten sugiere ensamblajes que desconciertan. Quizá dos vermús italianos – Bitter Fusetti y Roger extra strong– en compañía de los famosos tomates amela granadinos a modo de aperitivo, conjunción de notas amargas y dulces que funciona. O bien un vino godello — La Salvación — con recuerdos de limón y pera confitada como compañero de su jugosa tortilla de merluza con puerros y perejil (30), un clásico de la casa. A la hora de elegir no basta con reparar en los enunciados de la carta, hay que dejarse llevar por las sugerencias del día que su mujer Paula Giraldo esboza de viva voz a sus comensales.
Producto escogido
Ninguno de sus ingredientes, de calidad irreprochable, desmerecen, ni tampoco sus recetas, de corte casero. Platos que a menudo se convierten en un reencuentro con sabores olvidados o perdidos. Siempre atento a las temporadas una de sus alusiones al tiempo de otoño lo marca su tortilla abierta de boletus edulis confitados con papada (28,50), una verdadera delicia. Y aparte, el jugoso taco de merluza rebozada con clara de huevo, sin yema ni harina que presenta con patatas chips y mayonesa, ambas de elaboración casera.
Es absolutamente cierto que los pimientos rojos asados devoran el sabor de la merluza rebozada cuando se toman como complemento, pero degustados por separado constituyen otro de los hitos de la casa. No menos sabroso que el golondru (pez rubio) asado al horno con patatas con un juguillo escaso de los que dejan huella. O el hígado de ternera encebollado (23,50), sonrosado al corte, suave, adictivo para los nostálgicos de esos platos alojados en el archivo de los recuerdos. En la línea de los riñones guisados con arroz blanco, sabrosos, limpios y sin tufillos extraños.
Llegado el final, los dulces de corte casero, aunque aspiracionales, bajan algunos escalones en relación con lo salado. Recetas sencillas (tarta de pera con almendras; tarta de higos pasos con helado; torrija de pan brioche; helado de almendras al amaretto y flan de la casa) que generan sensaciones alternantes. Como era de esperar, el pan y el café, cumplen como el resto. En suma, un pequeño gran tesoro en la plaza de Trascorrales, uno de los rincones de visita obligada en el casco histórico de la capital de Asturias. "
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Foto: José Antonio Holguin Acosta |
"Cuando volvimos de Madrid para instalarnos de nuevo en Asturias, lo hicimos en Gijón, sedientos de mar, pese a tener nuestro negocio en Oviedo. Esta circunstancia que hacía que saliéramos a comer o cenar, más veces en Gijón, es la causa fundamental de que “redescubriéramos” Casa Laure, hace tan solo tres años, al establecer nuestra residencia en mi ciudad natal.
Y, efectivamente, supuso para nuestra vida gastronómica, un descubrimiento.
Situado en uno de los rincones mas bonitos de Oviedo, desde su discreta esquina contempla la plaza Trascorrales, hogar histórico de la primera estrella Michelin de Asturias en el restaurante del mismo nombre, y a la que acudía con Charlie (nuestro Golden Retriever, que compartió sus 15 años de vida con nosotros) en mis visitas de fin de semana a ver a mis padres. Tenía por costumbre bajar y sentarnos a tomar unas cigalinas fritas en la terraza del pequeño restaurante marinero, propiedad también del tristemente desaparecido Fernando Martín, Bocamar.
Años después, ya sin Charlie, Ana y yo disfrutamos, siempre que podemos, de la acogedora terraza que Paula e Ivan despliegan en Casa Laure cuando algún tímido rayo de sol, aparece entre las habituales nubes.
La historia de este restaurante nace en Sama de Langreo en 1963. No es hasta 1996, cuando Laure y su esposa Mili, con un adolescente Ivan, se trasladan a la ubicación actual.
La sinceridad de su cocina, la elección de los productos con los que se elabora y el respeto por ellos en el cocinado, hace que el resultado no pueda ser otro que una oferta de platos coherentes, sabrosos, con toques que los diferencian de una cocina simplemente clásica: bacalao con trompetas de la muerte (excelente combinación, donde el resultado supera a los, ya de por sí, estupendos ingredientes), bocartes en escabeche (una nueva manera de comerlos), tortilla de merluza o abierta de gambas, arbejos (guisantes) con cocochas… En definitiva, apuesta firme por los productos de calidad y de temporada.
Tenemos que reconocer que nunca hemos visto la carta (que imaginamos que habrá). Siempre es Paula quien nos recita lo que el mercado ha deparado ese día, sin dejar de controlar, por el rabillo del ojo el resto de mesas, y quien, ante nuestras habituales dudas, nos hace alguna propuesta con la que acierta de pleno.
Nunca faltan las carnes y pescados, así como algún marisco (incluidas mis adoradas gambas rojas, cuando llegan a Asturias) cerrando una propuesta culinaria completa. Algún queso de los difíciles de encontrar, pero muy fáciles de comer redondean la oferta con tentaciones dulces caseras para los golosos.
Mención aparte merecen los vinos. Es Ivan, amplio conocedor de la materia, el encargado de seleccionar, aconsejar y explicar una carta que muestra claramente su pasión por ellos. Blancos, rosados y tintos nacionales y extranjeros, generosos, cavas y champagnes seleccionados con criterio y no sin riesgo, conforman una carta excelente y nada fácil de encontrar.
Es seguramente por todas estas cosas, por la que nos resulta tan sencillo decir “a Laure”, cuando nos preguntamos dónde ir algún día entre semana que queremos tomar algo rápido, o cuando queremos salir en fin de semana a comer o cenar solos o acompañados, o cuando vienen amigos de fuera…
Y es que a nosotros para definir Casa Laure, nos basta con la primera palabra."
Placa de esta calle "situada entre Trascorrales y la Calle Mon. Se la conoce popularmente como travesía de arriba de los Trascorrales. Antes de ostentar el nombre del grabador, se llamaba Callejón de la Ferrería. El 24 de septiembre de 1982 el Ayuntamiento acordó en pleno que el nombre del artista Adolfo Álvarez Folgueras debía figurar en una calle, que le fue asignada el 28 de junio de 1984", explican en la Enciclopedia de Oviedo.
"La peculiaridad es que la forma semicircular no coincide en anchura con la de los muros rectos, sino que es más estrecha; esto se debe a que fue colocada con la intención de adaptar mejor la construcción al espacio disponible."
"un ejemplo de mercado con dos ejes entrecruzados, que dan lugar a cuatro accesos. En el interior, los puestos de compra-venta eran ubicados en los muros, casi como si de capillas laterales se tratase, quedando colocados tras la columnata que aún a día de hoy sustenta la cubierta. El espacio que delimitan dichos soportes es el mejor iluminado, pues aquí llega la luz procedente de la elevación ya mencionada de la cubierta."
"Hace unos veintiséis años, los ovetenses despertaron un día con el anuncio de que la ciudad de Oviedo, huérfana de la brisa del mar y de olas por mandato geográfico, iba a contar con una playa artificial en el Parque de Invierno alimentada por el río Gafo. La idea del Gabino de Lorenzo terminó en un cajón del que no ha vuelto a salir. Un cuarto de siglo después; sin embargo, la capital asturiana sí que contará con una, aunque diferente. El empresario de la noche Sergio Fernández, 'Cheky' inaugurará esta semana La Mar Salada de Trascorrales, un local de noventa metros cuadrados junto a la mítica plaza del Pescado reconvertido en una suerte de arenal hostelero. Un bar cubierto de arena en lugar de embaldosado y con un lago artificial en la zona interior. Lo que no logró el popular lo va a conseguir un hostelero del ocio nocturno.
«Sé que la idea es un poco arriesgada, pero en uno de mis viajes tuve la oportunidad de entrar en un local con este concepto y fue un flechazo», explica el propietario. Amor a primera vista. La idea no es demasiado complicada. El establecimiento no se diferencia de los demás, enfocado a las copas y al tardeo en reservados interiores más que al ocio nocturno en sí. Lo que cambia es que los asistentes tendrán la oportunidad de descalzarse y pasear entre la arena y disfrutar del pequeño «lago» sobre el que Fernández ha ubicado un pequeño paso de madera que se asemeja a un puente.
«Con este -ya cuenta con varios pubs y una sidrería- buscamos orientarnos hacia un público más maduro», anuncia. Y es que la pandemia lo ha cambiado todo: «La gente ya no busca salir a emborracharse como antes, quieren algo más tranquilo, de tarde y con reservados». Por eso La Mar Salada no contará con pista de baile, al menos de momento. Un local al que no bañará el Cantábrico, pero donde «la arena sí es de verdad».
"Antes de la Herrería por la clase de industria de sus antiguos moradores, en las casas que estaban entre las dos actuales travesías que comunican la calle con el azogue ó Escorrales; y de 1264 y 1267 cita el Sr. Fernández Guerra la venta de dos casas en la rúa de la ferrería. Sufrió mucho en el incendio de 1521 que se propagó allí desde el llamado cantón de la barberia hasta el hospital de San Julián y de Santa Basilisa, que estaba donde hoy la casa núm. 13, y se desamortizó en 1809. También el incendio se pasó á la parte de enfrente, según Tirso de Avilés á las casas de Pedro Suárez de Poago. Terminaba la calle en el llamado arco de la Soledad, donde en una hornacina estaba la efigie de la Virgen en la triste actitud de esta advocación. En el presente siglo se destruyeron allí dos antiquísimas casas; una reemplazada por la actual número 8, que se decía con infundada tradición que había sido iglesia ó morada de Templarios, y otra enfrente, característica, llamada casa de los Linajes, reedificada hace pocos años y que hoy lleva el número 3. Sobre un cuerpo inferior tosco y macizo se levantaba otro de madera sostenido por grandes almanques, con gran volado y descomunal alero; sin que faltasen sobre la puerta de arco típicas y estrechas ventanas. En la casa núm. 20 nació, vivió y murió el célebre ovetense Don Alejandro Mon y por acuerdo municipal de 1881 lleva la calle el nombre de tan inolvidable patricio."
"El escritor norteamericano Ernest Hemingway comió aquí y , además, lo hizo con Gertrude Stein. A dos fartucones así la fabada les mejoraría ahora la vida
Se encuentra en pleno Trascorrales, capital pesquera de Oviedo durante un siglo. Ahí sigue el mercado reconvertido en sala de arte menor respecto al arte mayor que llegaba de las rulas de Gijón, Avilés o Cudillero. También la plaza ejerce de centro de vanguardias culinarias, y vaya nuestro recuerdo para Fernando Martín 'el Grande' que nos dejó hace seis años.
No se trata de un gato con mal fario. Incluso resulta conveniente cruzárselo un día de por semana, que los exteriores, los interiores, las sociabilidades y las enjundias cuelgan el 'todo completo' findes y fiestas. Disponen además terraza para ver pasar el aire entre el pasillo de fachadas y el cuerpo del mercado, plaza en la plaza que olía a sardinas, besugos, fañecas, panchos, pixines, chopas y demás perfumados de yodo, sal, roca y arena que un olfateador privilegiado -o sin duda un podenco- aún serían capaces de distinguir.
Tal vez de ahí el Gato Negro de Iván, que ya lo fue de otros y heredó el cabalístico nombre: donde hay pescado hay gatos, y los negros eligen tripas por aristócratas.
Iván, que dirige las funcionalidades y la sala, nació en el concejo de El Franco, esa pequeña cuña costera del occidente que añadió otra estrella gastronómica al acervo común, el Viavélez de puerto escondido y Paco Ron. Pronto supo qué la vida y la hostelería se le unían al tener su madre un pub en Navia. Pero Iván gusta del oficio, y al poco ya trabajaba por su cuenta, de auxiliar a propietario del Gran Café de Gijón o al Cibeles ovetense.
«Cuando pude encargarme del Gato Negro vi colmados muchos deseos por conseguir un rincón singular dentro de un cogollo de la ciudad», comenta Iván.
La arquitectura convierte el local en profundo, con líneas de cafetón vetusto (vetusto de Vetusta, permítannos la puerilidad) donde piedra y madera reparten y equilibran. La larga barra desemboca, escaleras abajo, en un primer comedor, y escaleras arriba en otro con puertas a Mon y su subida hacia la torre catedralicia.
Veremos taburetes, bancos corridos y sillas, botelleros modernos y pretéritos, murales de manzanas y pipas, gatos negros a lo Van Gogh o a lo sencillo, columnas centenarias y vigas. Y buena gente, que es lo común en el mundo salvo raras excepciones.
La cocina, se realza con las habilidades de Laura, que entre otros destinos estuvo aquí, en el Gato Negro, antes de que fuera su propia fábrica. Fábrica de artesanías pensada y reposada de pescados del día al gusto, de pixín a la plancha o con almejas, de merluza a la sidra y a la cazuela, de bacalaos variados, de entrecotes de buey y chuletones de ternera, de solomillos al foie, de cachopos señoriales, de zamburiñas, de pulpo a la plancha o guisado con patatinas, de la ovetensísima tortilla de merluza o de delicados cogotes, y de chipirones debidamente fritos o afogáos.
Iván me muestra un recorte donde se asegura que Ernest Hemingway y Gertrude Stein (el mujeriego y la lesbiana, el pobre y el rico, el izquierdista y la franquista) almorzaron aquí en 1928 deleitándose con el Cabrales; y cómo Juan Benet lo proclamó chigre absoluto.
Lo segundo parece más probable que lo primero; no obstante, si non e vero, e ben trovato. Y ben trovato asgalla."
"El bar más característico y clásico de la calle Mon era El Gato Negro, al que se entraba también por Trascorrales y por Mon. En la parte de arriba, entrando por Trascorrales, estaba el bar, que era de reducidas dimensiones, y por unas escaleras se descendía a la parte que daba a Mon, un amplio rectángulo con mesas a ambos lados, en las que se bebía el vino por botellas, se merendaba y se cantaba. Los cantares de El Gato Negro preludiaban los de Cecchini, un poco más abajo.
Los dos dueños de El Gato Negro eran de Villamarcel, en Quirós, y cuñados. Ambos vestían chaquetillas azules, y uno de ellos, Joaquín, atendía el bar, y el otro andaba por la parte de abajo, en la que servía muy eficazmente y con mucho humor Tuñón, que era de Pumarín y en tiempos había sido boxeador: un boxeador bastante bueno, como dice Gómez Fouz, que si no llegó a más, fue porque en aquella época había boxeadores muy buenos. Como camarero era excelente, dado el tipo de clientela que se reunía allí por las tardes. Bromeaba con todos, demostraba en algunos casos infinita paciencia y procuraba que no se pasara sed ni hambre en ninguna de las mesas."
"El Gato Negro tiene una decoración clásica de sidrería y fue remodelada en 2012. Dispone de un agradable salón-comedor para 70 comensales, una zona de barra con 6 mesas para tapear y una terraza exterior donde probar las especialidades de la casa acompañado de un culín de sidra. Un lugar con un ambiente muy acogedor, ideal para realizar desde una boda civil y un romántico banquete hasta eventos como comidas y cenas para grupos de amigos, encuentros familiares (bautizos, comuniones, cumpleaños, etc) o reuniones de empresa. El local está dotado con conexión Wifi y tiene accesos habilitados para discapacitados.
La Sidrería El Gato Negro le ofrece una cocina tradicional de recetas inspiradas en productos típicos asturianos, todo ello, para ofrecer una gran experiencia culinaria probando platos de cuchareteo como la fabada asturiana, de picoteo de la tierra y del mar, entrantes y ensaladas, pescados frescos del Cantábrico y carnes autóctonas asturianas, una selección de quesos y postres de elaboración casera. Todo regado del aroma y ambiente más tradicional de una sidrería asturiana tomando un culín o una amplia variedad de caldos tintos, cosecheros, crianzas, reservas y especiales, además de magníficos vinos blancos y rosados. En El Gato Negro tienen un menú diario muy completo y a un precio inmejorable, además los fines de semana también disponen del menú especial, para grupos (...), además de platos sin gluten y aptos para celiacos y alérgicos."
"Este restaurante se encuentra en pleno centro de Oviedo en una de las plazas más populares, La Plaza de Trascorrales, donde antiguamente se encontraba el mercado de pescado, y hoy está ocupada por bares y restaurantes.
Su asturiana decoración a base de madera y piedra, en una nave diáfana con unos originales tubos en el techo, de donde cuelgan las lámparas, le dan ese aire típico de antigua sidrería, eso sí, muy cuidada, con manteles, un detalle que abunda poco últimamente y que yo personalmente valoro mucho, y un banco corrido, pero con la suficiente separación entre las amplias mesas para tener una sobremesa más relajada, aislada de la conversación de los otros comensales. Si acaso para mi gusto sobra la televisión que, aunque sin volumen, le resta encanto al conjunto.
Su cocina, impresionante. Decir esto en Asturias es ya habitual, en cuanto a calidad y cantidad, así es que hacen honor a la fama y desde luego están a la altura de los mejores. Con una cocina tradicional, sus típicos platos están exquisitos. Tanto los que tomamos, como los que pudimos ver en las mesas adyacentes, invitaban a probarlo todo. Es famoso su cachopo, aunque en esta ocasión no lo probamos, nos apetecían más los pescados, para la próxima no lo descarto.
Nos dejamos aconsejar por el maître. Compartimos unas Almejas a la marinera ¡superiores!, con una salsa digna de embotellarla y llevártela a casa. Cuidadito con el pan porque no hay quien se resista.
Los pescados, recomendaciones del día, deliciosos y como no, rematamos con un Arroz con leche, como no podía ser menos, sublime.
En cuanto a la atención del personal, no podía estar mejor, amable y muy profesional. Me llamó la atención que en la acogida, cuando llegamos, nos preguntaron qué tal el viaje, lo que denota que en la reserva habían apuntado que veníamos de Madrid, este detalle aparentemente sin importancia es destacable, puesto que inmediatamente da al cliente una buenísima imagen y un trato desde el minuto uno, diferenciador.
"Ubicado en el 'Antiguo' de la ciudad, hermana las entrañables cualidades bulliciosas de una sidrería asturiana con maneras de restaurante hecho y derecho. Una retahíla de tapas elaboradas y mesas en la que dar buena cuenta de pescados como la merluza a la sidra (por supuesto), bacalao con pisto o a la bilbaína, pixín con almejas, cachopos en distintas versiones o unos contundentes chuletones de ternera y buey. Uno de los 14 mejores restaurantes de Oviedo."
"En el Gato Negro ofertan un Menú diario muy completo y a un buen precio, además los fines de semana también disponen del Menú especial.
Seleccionan los productos más frescos y representativos de su tierra, aúnan la tradición con lo mejor de la cocina contemporánea y todo ello para ofrecer una gran experiencia culinaria.
Ofrecen una gran variedad de «Tapas» todas ellas muy elaboradas y preparadas con mucho cariño, les encanta ver la barra y las mesas llenas de clientes de charla con los amigos o compañeros de trabajo.
Ve a conocerles y disfruta del aroma y ambiente más tradicional de una sidrería asturiana. Ofrecen además una amplia variedad de caldos tintos, cosecheros, crianzas, reservas y especiales, además de magníficos vinos blancos y rosados.
A todo esto se ha de añadir la cantidad de platos que ofrecen que son aptos para personas sensibles al gluten, que son numerosos."
Tanto las puertas como las amplias ventanas son de elegante arco de medio punto
Uno de los muchos eventos, de los más visitados y de los que más duran en el actual centro cultural de actividades y exposiciones es la exposición de belenes en Navidad, de la que adjuntamos este vídeo de Canal Prestosu
"La calle Mon es estrecha, recta y cuesta abajo, con una abertura hacia su mitad a la plaza del Sol, que comunica con la del Ayuntamiento. En rigor, se trata de tres calles: la de la Santa Ana en su tramo alto, hasta los Cuatro Cantones, donde se junta con las calles Canóniga y San Antonio, y la calle Oscura o de Santo Domingo, que sale a la plaza e iglesia de Santo Domingo, y llamada así, según Tolivar Faes, por su proximidad a esta iglesia: o por tratarse de terrenos que fueron propiedad de la Orden de Predicadores». Mas, por lo general, se conoce con el nombre de Mon a todo ello.
Situada, pues, entre la Catedral y la iglesia de Santo Domingo, fundada en 1518, con un gran claustro renacentista y un ampuloso pórtico según planos de Ventura Rodríguez realizados por Reguera, es una calle entre iglesias y otros menesteres a la que acaso se podría aplicar aquellos versos de Blas de Otero, no referidos a Oviedo, me apresuro a dejar claro, sobre una ciudad (tal vez cualquier ciudad prototípica del régimen anterior) llena de iglesias y casas públicas. Durante un período muy corto de mi atolondrada juventud no sólo fui rojillo militante, sino que en alguna ocasión, bien breve por cierto, para mi fortuna, me acometió el afán didáctico, y tomándome en serio aquellos versos de Gabriel Celaya que proclamaban la «poesía para el pueblo, / poesía necesaria como el pan de cada día», incurrí en el desafuero de leer algunas muestras eminentes de la llamada «poesía social» a algunos marineros de mi pueblo que eran acogidas con la más absoluta aunque cortés indiferencia, pues entre los marineros se encuentran los llaniscos mejores, lo más nobles, los de espíritu más abierto y los mejor educados y también, sin duda, los de mejor gusto literario. Los poetas comprometidos con la sacrosanta causa les traían al fresco; tan sólo el verso citado de Blas de Otero (no recuerdo si será exactamente así, porque cito de memoria) mereció el comentario del marinero más avisado. «Pues es verdad –dijo–. En todas las ciudades, los puticios quedan alrededor de la catedral».
No se trata aquí de recordar puticios, aunque también los había ya casi en la desembocadura de Santo Domingo. O por lo menos, establecimientos de nombres exóticos, como Sandokán, o ya en la fachada de la calle Marqués de Gastañaga el famoso Cabricano, cuyo ajetreo nocturno contemplábamos desde las altas ventanas del colegio como si se tratara de una gran película de aventuras. Se cuenta de esta casa un hecho singular y magnífico. Una cafila de golfos, de los que uno poseía por herencia o por cualquier motivo un hábito de dominico, determinó gastar una fastuosa broma a los frailes, para la que emborracharon a un conocido limpiabotas, al cual una vez que hubo perdido el control le encasquetaron el hábito y llevaron al colegio en volandas y a altas horas. Abrió el portero, circunspecto y servicial y al contemplar el espectáculo de un padre borracho lo consideró caso de fuerza mayor y llamó al rector. Éste acudió presuroso. Los golfos le dieron detalladas explicaciones. Habían encontrado al buen padre en aquella casa de enfrente, y señalaban hacia el Cabricano; el rector asintió:
—No me digan nada.
—Y como nosotros somos muy católicos, nos dijimos: Este padre será del colegio. Por lo que le traemos aquí.
—No, no es del colegio –se apresuró a explicar el rector–. Pero, de todos modos, no comenten este desagradable caso con nadie.
—No, no lo comentaremos, porque somos muy católicos –aseguran los golfos.
—Debe ser un padre transeúnte -conjeturaba el rector.
—Sí, vea usted, padre, trae maleta y todo –asentían los golfos, y le mostraban la maleta en la que habían transportado el hábito.
—¡Claro! –decía el rector–. Habrá entrado a tomar un café...
—Y como en esa casa no sirven café...
—Es verdad –dijo el rector– ¡Pobrecito!
Y los golfos repitieron a coro: «¡Pobrecito!». De este modo, el limpiabotas durmió aquella noche en celda de fraile, y no sabemos qué conversación habrá mantenido con el rector al día siguiente, cuando fue a pedirle explicaciones por la borrachera.
Al comienzo de la calle Mon estaba el bar Los Caracoles, que era más bien del tipo de los de la calle de San Bernabé que de los de esta zona, y más abajo, cuando ya el Oviedo antiguo empezó a ponerse de moda, hubo un establecimiento de copas con espectáculo, cuyo nombre no recuerdo. En cierta ocasión, durante la formación del PPRA, partido delirante aunque efímero, del que daré alguna noticia, fuimos unos cuantos después de cenar, entre ellos Atanasio Corte Zapico, que por entonces era senador, a tomar unas copas y bajar la cena, y como además actuaba un mago, a solazarnos con su arte. Una de las habilidades del mago consistió en sacarle el sujetador a una señorita sin desabrocharle la blusa. El senador Corte Zapico se quedó cavilando unos instantes y al fin dictaminó:
—Aunque está muy bien hecho, ese número tiene truco. (...)
Frente por frente de El Gato Negro estaba un bodegón enorme y algo destartalado, con grandes toneles alineados detrás de la barra y con poca luz. En esta parte de la acera se encontraba también la tienda anticuaria de Esperanzona, y la de mayor solera de Oviedo, en la que era una aventura entrar. Digo, porque yo siempre mantuve una gran amistad con el nieto de la dueña, Carlos García Valledor, compañero del Colegio de los Dominicos y ahora que va para mayor tiene un buen aspecto de Clint Eastwood maduro. A veces llevaba a algunos amigos a recorrer la tienda, y un recorrido por las diversas dependencias excitaba la imaginación. Allí había veleros colgados del techo, tricornios emplumados, sables con la empuñadura dorada, pistolas de chispa, cuadros al óleo que representaban batallas o galernas y marinos uniformados con predominio de azules y blancos. Al salir de allí, le entraban a uno ganas de escribir una novela de aventuras marineras, del tipo de «El buque fantasma», de Marryat; «Las aventuras de John Davys», de Dumas padre, o «Las inquietudes de Shanti Andía»; pero como lo que estaba de moda era el «realismo socialista» (también conocido por «realismo de la berza»), no quedaba más remedio que contenerse.
En una de las calles laterales que descendía hacia el Postigo abría sus puertas Casa María en un caserón destartalado. Era una taberna que parecía sacada de una novela rusa, con una clientela decrépita y oscura. Uno de aquellos clientes murió un día en brazos de Luis Cecchini. Pues las gentes de La Quintana y de otros establecimientos del centro de Oviedo empezaban a frecuentar el Oviedo viejo (antes de que Belarmino se ocupara del asunto), en dirección al Cecchini, o simplemente en busca de «color local» (más bien tenebroso). El Cecchini era un bar grande, con mesas corridas a lo largo de la pared y barra a la derecha, según se entraba. La clientela era predominantemente joven, o vagabundos de la zona, y se les permitía pintar en las paredes; claro que si quien pintaba era Carlos Sierra o Fernando Alba, mucho mejor. Se bebía vino peleón por hectolitros y se podía tomar la mejor cecina de Oviedo. La gente iba al Cecchini en grupos y una vez dentro se ponían a cantar a coro. Allí gozaba de lo lindo Serrano Tobalina, a quien llamábamos el doctor Toba, por Eduardo Toba, entrenador del Real Oviedo y médico. Tobalina siempre fue de tendencia muy cantarina, lo mismo que Gloria, su futura mujer, y cuando oía cantar, entraba en frenesí y cantaba de todo. En cierta ocasión se puso a cantar «Gaudeamus igitur», y el camarero le llamó la atención: «No me cantes cosas de iglesia, no sea que nos busquemos un lío». La dueña, Angelita, se pintaba los labios, era indulgente con la clientela y aficionada a la ópera. Una auténtica mecenas, que vendía vino barato y permitía que la clientela desahogara cantando o pintando las paredes."
"En el corazón del Oviedo antiguo, en la plaza de Trascorrales, se encuentra la terraza del Café La Forja. Un entorno singular y privilegiado en el que se puede disfrutar del buen tiempo en pleno centro de la capital del Principado, pero separado del bullicio de las calles comerciales principales. Desde un café ecológico preparado con mimo a un delicioso vermouth, un refrescante cóctel o una de sus variadas cervezas, La Forja posee una oferta amplia y de calidad, acompañando siempre las consumiciones con una tapa cortesía de la casa. También cabe destacar que el servicio en terraza no conlleva recargo en los precios, algo que siempre es de agradecer. Un lugar muy recomendable que siempre invita a repetir, tanto a plena luz del día como ya entrada la noche."
"No anda el Oviedo clásico sobrado de espacios libres ni de edificios exentos, como ocurre en Trascorrales, donde hace mucho que desaparecieron los «orros» y los montones de escoria de las fraguas de la calle de La Ferrería, la actual Mon.
Trascorrales fue un espacio bullicioso, con buen mercado incluso antes de edificarse la plaza del pescado, pues allí y en la acera de Cimadevilla que se enfrenta al Ayuntamiento se vendió el primer pescado de la ciudad, con puestos ambulantes.
Tiene Trascorrales mucha historia que contar y cuatro puertas para ir y venir. Una, seguramente abierta en el siglo XVIII, sale a Mon, y aunque se llamó siempre travesía de Trascorrales, ahora es del pintor Folgueras, que bien merece calle, pero no ésta, porque el callejero popular no debe cambiar de nombre. Otra, paralela a la anterior, pasa por detrás del edificio que fue mercado, ahora polivalente, y entronca en la parte baja de Mon, al lado del Postigo, allí donde estuvo el arco de La Ferrería o de La Soledad, por la capillina que lo adornaba. De Cimadevilla sale la calleja de los Huevos, que antes era mucho más estrecha y es territorio histórico de nuestra particular francesada. En la parte baja de las Consistoriales, camino de la calle del Sol, se abre el arco de la Pescadería o de San José, y de él queremos hablar, porque anda ya en la octava de su santo, aunque él no aparece por ningún lado. Ese arco no servía, como otros de la ciudad, para cerrarla al atardecer, sino para facilitar a la gente la entrada y salida a aquella zona muy comercial, naturalmente emparentada con el Fontán.
Salen del arco hacia abajo unas cuantas casas que formaron la calle del Sol, bien soleadas y con su origen en el siglo XVI, cuando se pide que se haga «una calle y casas en la pedrera que va para Santo Domingo arrimada a la cerca desde la Pescadería cerca de los Trascorrales a la puerta de la Herrería». Y así desde 1576. La muralla quedó escondida entre las casas, y allí sigue.
Aquello fue durante siglos un ir y venir de gentes que compraban, vendían o miraban, y hasta hace medio siglo duró por allí la venta de muebles viejos y ropa usada.
El 8 de marzo, jueves, día de mercado, fui hasta Trascorrales para entrar por el arco de San José y saludarle. Era mediodía y sonaba el campaneo de las torres cercanas. Pasado el arco, silencio y soledad. Bajando por donde antiguamente rodaban las cajas de los salazones, cuando había «agarradiella», cerrado lo que fue comercio de ultramarinos de Cardín, ahora restaurante, y cerrado lo que fue el genuino Trascorrales de Fernando Martín. Desaparecidos el Gato Negro y la Cestería, hay algunos bares que no tienen horario de mañana, todavía con las ojeras de la noche. Delante de lo que fue plaza del pescado, dos bronces intentan evocar lo que aquello fue, sin conseguirlo, la rotunda pescadera, de mucho mayor tamaño que el molde original, es de Sebastián Miranda, ovetense, y el pescador enjuto es obra de Llonguera.
El arco de San José también esta contagiado del ambiente. Donde estuvo el Arco Iris -chocolates y cafés- y luego una librería, el local espera mejores tiempos, en un edificio que cumple este año noventa, obra de Casariego. Al otro lado, el local que pasó por mil dedicaciones, incluso como floristería -buena cosa libros y flores-, es ahora un bar, que forma cadena con todos los de la zona, Sol abajo.
Desde el número 22 de Trascorrales me despiden las cabezas de hierro, únicas en Oviedo, que adornan los balcones vacíos."
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