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domingo, 10 de junio de 2018

POR LA CALLE LA RÚA A LA CATEDRAL (OVIEDO/UVIÉU, ASTURIAS) DONDE ACABA UN CAMINO Y EMPIEZAN OTROS

 La Regenta recibe a los peregrinos del Camino de San Salvador a su llegada a la catedral

Esta es la Plaza de Alfonso II El Casto, ante la Sancta Ovetensis, la catedral de San Salvador, tal y como la ven los peregrinos que llegan a ella por la calle de la Rúa, viniendo por la de Cimadevilla y  finalizando aquí el Camino del Salvador, junto a la estatua de Ana Ozores, La Regenta, protagonista de la famosa novela de este nombre, de Leopoldo Alas, Clarín, desarrollada en esta ciudad a la que el autor denomina Vetusta que, por entonces, ya iba extendiéndose más allá de su viejo núcleo medieval hacia el Ensanche, la expansión de la ciudad al oeste, por donde sale de ella otro Camino, continuidad de este, el Camino Primitivo, de la misma manera que el Camino Norte lo hace en esa dirección, el norte, yendo de la plaza a la calle del Águila y Gascona a Foncalada

Final de la calle Cimadevilla; a la derecha y de frente sigue la calle la Rúa: a la derecha San Antonio

En nuestros últimos metros antes de llegar a la catedral nos acercamos a la calle la Rúa (a la izquierda de la foto), antigua Rúa Mayor Medieval, por el final de la calle de Cimadevilla, su continuidad hacia el sur, que fue la principal de la ciudad amurallada y en donde se originó, en la Nochebuena de 1521, el pavoroso incendio que, originado en un horno de pan, arrasó la población, que hubo de ser reconstruida. Ante nosotros tenemos, además, las primeras casas de la calle San Antonio, transversal a esta y a la derecha, antigua calle de Solazogue, 'debajo' o 'al pie del azogue', zona de mercados y comercio en la ciudad vieja, como nos dicen en la Enciclopedia de Oviedo:
"La calle de San Antonio comienza la final de la calle Cimadevilla. Se llamó primeramente calle de Solazogue por marcar el límite superior de los primeros espacios comerciales de la ciudad de Oviedo (plaza de Trascorrales), ya que a las plazas de mercado se las llamo antiguamente azogues. La calle de San Antonio termina en la calle Santa Ana y pueden encontrase en ella diversos comercios relacionados con el culto católico entre otro tipo de diversos establecimientos."

Desplazada como calle mayor de la ciudad cuando esta se extendió por el Ensanche por la calle Uría, la calle Cimadevilla conservó su importancia comercial hasta nuestros días, antes como arranque viario hacia la Carretera de Castilla desde finales del siglo XVIII, que sustituyó al Camín Real, ahora como vía peatonal y de paseos por el 'Antiguo' o casco histórico ovetense. En cuanto a la calle San Antonio que con ella se cruza, esta era así descrita por el erudito escritor asturianista Fermín Canella Secades en su obra El libro de Oviedo, de 1887:
"San Antonio.—Antes de So-el-azogue por estar bajo el azogue, que así se llamaba antiguamente por etimología árabe la plaza de trato y comercio público. El Sr. Fernández Guerra ha publicado una interesante escritura del Cabildo Catedral, del arriendo de una casa cabo la Çogue et con dos heras et una losa en 1291, y el mismo doctísimo académico, acusando en carta cariñosa el recibo de nuestro romance intitulado La calle de So-el-azogue—donde narramos una insegura tradición ovetense—nos decía: "Me llama la atención el nombre, pues "solazogue" no quiere decir al sinó por bajo de la plaza. Azogne, zoco y azoguejo no son otra cosa que el zog ó plaza donde se vendían víveres ó ropa; de aquel el zocatín de Granada, zocodóver de Toledo y el azoguejo de Segovia; de suerte que el mercado árabe de Oviedo estaba por encima de la calle de Solazogue". Terminaba esta corta calle en el Cantón de la Barbería antes de la regularización moderna que, por aquellas edificaciones simétricas donde influyen la calle en cuestión, la de Mon, la Canóniga y la de Santa Ana, denominó á este sitio Cuatro Cantones. Aquí vivió Alonso Suárez de So-el-azogue, procurador general de la ciudad que defendió los derechos de la misma en 1448 en nombre de D. Enrique, sexto príncipe de Asturias, contra el portazguero de Mieres. Bien entrada la época moderna la calle cambió su nombre por el de San Antonio á causa de una efigie del santo allí colocada."

Los edificios que vemos ahora son de hacia 1880, construidos sobre otros más antiguos, de piedra tras el incendio de 1521. Todos han sido restaurados, el de la derecha en llamativo estilo ecléctico. En su planta baja está la Heladería Puerta Real y, en el del edificio a su derecha,  los bajos están La Carta de Cimadevilla, especializado en gastronomía asturiana. De frente, entre las primeras casas modernistas, barrocas, eclécticas... al comienzo de la calle San Antonio, donde se encuentra el Restaurante Salazogue, destacado por el gastrónomo historiador Luis Antonio Alías en el periódico El Comercio del
19-10-2017:
"Atravesada la vieja Puerta del Mercado, ahora arco del Ayuntamiento barroquizado con tímpanos, escudos y largos laterales de ordenados balcones y soportales, nos abre Cimadevilla sus brillantes losas entre edificios singulares que, además, acogen tiendas y restaurante no menos vistosos. 
En Oviedo el estilo no se trae de fuera, lo crea e impone la propia ciudad, y basta ver los retratos de Alfonso II en el Libro de los Testamentos con sus ricas albas, togas, calzas, botines y corona, para darse cuenta que el cuidado de las formas y la alta costura vienen desde la fundación. 
Un estilo, el de las tiendas y restaurantes del barrio de La Regenta, que no envidia en fachadas modernistas, exotismos decó e interiores decorativamente llamativos, a la altura del Soho o Tribieca. 
Allí donde Cimadevilla se bifurca en San Antonio, La Rúa pone pasillo a la Catedral y Altamirano baja hacia la Universidad, el ‘so el azogue’ o bajo el mercado medieval, han puesto Fran y Paloma su ‘bistronomie’. ¿Yqué significa el palabro?Ellos mismos lo rotulan y explican: ‘bistronomie es la fusión de bistró y gastronomie; la unión entre un pequeño establecimiento donde se sirven cafés y comidas a precios económicos y la denominada ‘Haute Cuisine’:una explicación acertada que ahorra las nuestras. 
Entre la terraza callejera, justo donde transitaran francos, anglos y germanos camino del Salvador acompañados por un tropel de vendedores y albergueros, y el patio trasero entoldado, dispone Salazogue de espacios claros, toques nórdicos, maderas, tabiques de cerámica blanca, fotos, cajas de madera y latas de conserva componiendo figuraciones apropiadas y con su pizca de humor, mesas y sillas heterogéneas, balanzas de pesas y hasta un sofá: un mundo donde caben otros cuantos. 
Y lo que se ofrece y se sirve mantiene la unidad de una variedad que cambian las estaciones, los mercados y los ensayos, dejando tras de sí clásicos permanentes: por ejemplo la lasaña de espinaca con plancton marino cuyas láminas, fritas en vez de cocidas, crujen golosamente. O el humus y la muhammara a la marroquí que integran paisajes de jaima y caravana. O el bacalao con chutney de ratatouille y polvo de jamón, un collage sorprendente, intenso y gustoso. O la carne gobernada –un santo y seña de la capital asturiana– en crocante pan de Cerdeña acompañado de confitura de pimiento rojo. 
Cada semana hay, para que algún componente de la bodega lo riegue y exulte, un bouche, bocados gastronómicos pequeños y exquisitos que pueden abrir e integrar una carta rápida o enriquecer la ancha, larga y lenta de las reuniones, charlas y paladeos. 
Las ofertas se presiente en su lectura (ceviche de langostinos con spirelli de zanahoria y helado de apio y lima, milhojas de ensaladilla rusa con algas y huevas de wasabi, pollo al curry con dulce de canela, miel, velo de cilantro y aroz; bao de cordero con apio y aroma de anís) que mueven curiosidades y apetitos;lo prestoso no quita lo valiente, y lo valiente no quita lo rico a precio módico. 
Así lo ha querido y montado el matrimonio formado por Paloma y Fran. Ella de Pola de Lena y terapeuta ocupacional; el de Puerto de Vega y pubicista, pasaron de gastrónomos pasivos aunque exigentes a cocineros activos y profesionales tras estudiar técnicas de vanguardia en el Basque Culinary Center o en el Celler de Can Roca. 
Y en la aventura de construir un lugar pequeño, curioso, refinado, colorista, apto para corbatas de seda italianas y para camisetas heavy, se les unió Juan, que venía de Ca Suso. 
El mes que viene cumplirán cuatro años, y resulta evidente que vencieron porque convencieron, así que mejor reserve que la demanda suele superar el aforo."

En la casa barroca vemos, arriba, un blasón solariego


Entre los dos balcones, con yelmo y, debajo, una filigrana


Diversos investigadores suponen que aquí estuvo la Puerta de Santa María de la que fue la primera muralla ovetense, en tiempos de Alfonso II El Casto, que hizo de esta su capital, luego sustituida por otra, que abarcaba mayor diámetro, de Alfonso III El Magno, cuya Puerta de Cimadevilla estaba donde en el siglo XVII se construyó el Ayuntamiento, por cuyo arco-pasadizo hemos pasado para recorrer la calle homónima, del que dice también Alías...
"... arco que, hasta 1622, fue puerta principal de la muralla medieval, llamada de la Plaza por la que ante ella se abre, punto de unión con el Camino Real de Castilla que sigue la calle de La Magdalena. Dos grandes hojas abrían y cerraban el paso a las horas convenientes para que la ciudad durmiera en paz y, durante el siglo XVII, quedó como centro y paso de los cuerpos porticados del nuevo Ayuntamiento."




A nuestra izquierda, Casa Tuero, una de las últimas de la calle, construida hacia 1905 con proyecto de Mariano Marín Magadán, estilo modernista


Hacia 1865 se produce un importante cambio arquitectónico, con los avances técnicos la piedra deja de ser el elemento fundamental de las casas burguesas y, aunque estas tendían a construirse a lo largo del Ensanche, también llegan a predominar en estas calles del Antiguo


Sin salir aún de la calle Cimadevilla ya vemos la calle la Rúa hasta su final, en el conjunto de edificios que, al fondo a la derecha, conforman el actual Museo de Bellas Artes de Asturias, el cual da paso a la Plaza de Alfonso II El Casto y a la catedral, el Palacio de Velarde, Casa de Oviedo Portal. En los bajos se ha hallado la famosa Fuente la Rúa, testimonio de una población más antigua que la que se tenía por fundada en el año 761 por los monjes Máximo y Fromestano en tiempos del rey Fruela, padre de Alfonso II El Casto


En la Enciclopedia de Oviedo se nos dice que en la Edad Media "era conocida como Tenderos o Cambiadores por la actividad comercial que en ella de desarrollaba". También al final de la calle veremos la única casa que no se quemó en el incendio de 1521, la Casa de la Rúa, por ser de piedra, como la catedral lo la muralla, añadiendo que "Tras el incendio los edificios que se construyeron en la calle son de tipo regional, con elementos añadidos en los siglos XVII y XVIII". Por su parte, en El libro de Oviedo  Fermín Canella le dedica una amplia descripción:
"Rúa.—Como su nombre lo indica, calle por antonomasia; pero aquí lo debe á la circunstancia de levantarse allí solariega y ovetense morada de antiguos señores. Dice Tirso de Avilés: "Los de la casa de la Rúa de la ciudad de Oviedo, son gente muy principal y tiénense por muy naturales de la dicha ciudad, y tomaron este apellido porque se dice que algunos hombres principales y caballeros de dicha ciudad se iban á ruar y contratar á la casa del Portal, que era una casa muy grande y principal de las de aquel tiempo, tras la iglesia de San Tirso; y porque estos caballeros hidalgos frecuentaban muchas veces la calle de la dicha casa fueron llamados los de la Rúa". La casa pasó por enlace á la de Vigil de Siero, elevada á marquesado de Santa Cruz de Marcenado por Carlos II, y se unió después por nuevo matrimonio á la de Navia-Osorio, pero no era éste motivo para perder á los ojos del municipio su carácter originario de casa de la Rúa y no seguir dando nombre á la calle; porque es de advertir que hoy se la coloca sin motivo alguno en otra vía haciendo que principie en ella la calle de San Juan. La casa en cuestión es notable por su estilo arquitectónico, su severa puerta de medio punto, su fachada con ajimeces, característica ventana de cruz, agrupados escudos y graciosa cornisa de rosario de perlas, toda de construcción anterior al incendio del siglo XVI tantas veces citado. El nombre de la calle es de los primeros de Oviedo; porque en 1242 cita el Sr. Fernández Guerra un documento por el que el cabildo donó una casa de la rúa mayor de Oviedo á Pere Bernal y su mujer. En los últimos años del siglo XIII fué teatro esta calle de un ruidoso acontecimiento. El Alcalde Alfonso Nicolás desacató violentamente al deán, y después obispo de Oviedo, Fernán Alfonso, arrojándole desde la mula al suelo y arrastrándole ignominiosamente por las calles. Con tal motivo se incoó voluminoso proceso, se impusieron á la atrevida autoridad severas censuras, ambas partes acudieron al rey y por fin, ya en años del siglo XIV, el Alcalde reparó con pública y solemne penitencia el desafuero cometido; pues con veinte de sus parientes más allegados, vestidos de sayal con soga al cuello, descalzos, con vela en mano, recibieron perdón del Prelado en 1306, arrodillados en el presbiterio de la Santa Iglesia, después de recorrer las calles teatro de la afrente al pacífico prebendado, dando además Alfonso Nicolás para sufragios por el Obispo 900 sueldos y sus casas de la Rúa. La num. 13 era la antigua de Ania, y en su portal cuando los obispos hacían su entrada primera en la ciudad, se apeaban de la mula, que regalaban al pertiguero, y vestían la capa coral. En la número 3 estaban la antigua cárcel de Oviedo y en la número 6 estuvo el café de Chúcharo, donde se reunieron y concertaron la revolución los liberales de 1820."

Rúa es sinónimo de calle, y a ella le dedica el escritor y cronista José Ignacio Gracia Noriega el artículo La Rua Ruera. Una calle noble repleta de literatura e historia, para su serie Territorios perdidos
y publicado en La Nueva España del 12-9-2009, tomando como base al novelista Ramón Pérez de Ayala que es quine la llama así, Rúa Ruera, en su novela Belarmino y Apolonio, inspirada en la calle y sus gentes:
"La calle de la Rúa es una de las clásicas de Oviedo, avalada por literatura de prestigio. Si «La Regenta» se desarrolla en Vetusta, «Belarmino y Apolonio», novela de Ramón Pérez de Ayala, se desarrolla en una calle de esa ciudad, que no otra cosa que Vetusta es Pilares, sólo que con otro alcalde. La novela parte de una idea excelente para un apólogo, sólo que Pérez de Ayala la estropea desde las primeras páginas, con su pedantería, su prosa alambicada, sus digresiones y pretensiones ensayísticas. Me parece que era Umbral quien decía que no hay cosa peor en la literatura en general que la novela con pretensiones ensayísticas, a veces exageradamente denominada «novela con pretensiones ensayísticas, a veces exageradamente denominada «novela filosófica», en cuyo cultivo, si Aldous Huxley era malo, Ramón Pérez de Ayala es peor. Y no dejan de tener gracia el enfrentamiento entre un zapatero remendón filosófico como Belarmino con su vecino Apolonio, poeta dramático, ni el léxico de Belarmino, mas el autor no les permite actuar por su cuenta, relegándolos a vagas sombras entre toneladas de paja. A mi juicio, «Belarmino y Apolonio» es la novela más frustrada de toda la literatura española, y la culpa de que no haya sido lo que pudo ser, la tuvo su autor, que era un pedantín.

La calle de la Rúa, en la novela, se denomina de modo aún más redundante, la Rúa Ruera, y el autor se apresta a describirla en el capítulo II, entre oleadas de pedantería vana; verbigracia: «Ahora mismo me apercibiría yo a describir la Rúa Ruera, de la muy ilustre y veterana ciudad de Pilares, en donde vivía Belarmino Pinto, llamado también monxú Codorniú, zapatero y filósofo bilateral, cuando, al pronto, en el umbral u orilla de mi conciencia se yergue el espectro Fraile enarbolando un tenedor de peltre que a mí se me ha figurado tridente de Caronte, ese Neptuno del mar de la antigüedad. Como Bruto a la silueta de César en la tragedia shakesperiana, digo a la sombra incorpórea del excelente don Amaranto: ¡Speak! ¡Speak!».

¿Es, por ventura, ésta, manera de escribir una novela? Y al cabo, ¿cómo es la Rúa Ruera? Según Pérez de Ayala, es un «callejón incongruente, hacinamiento de zahúrdas, que no viviendas, vergonzoso vestigio de tiempos ignorantes y supersticiosos. Quienes levantaron esas casas no pensaban vivir en ellas de asiento, sino de paso, de tránsito, mientras ganaban el cielo. No les importaba el estar, sino el «superestar», el sobrevivir en el otro mundo. No les importaba la humedad, el mal olor, la falta de aire, luz y agua, sino la salvación eterna. Todas las casucas se apretujan y amontonan por ponerse en contacto con el torso de la Catedral o, cuando menos, por situarse a la sombra de su torre». En esta descripción un tanto desfavorable, todos los elementos indican la mucha antigüedad de la calle, la cual consta ya en 1242 como «rúa mayor» en la donación de una casa por el cabildo a un Pedro Bernal y su mujer. Tolivar Faes conjetura si esta calle no sería la de las Tiendas, mencionada en 1256. Su casa más destacada es la de la Rúa, o del marqués de Santa Cruz, la más antigua de las que se conservan en Oviedo y la única anterior al gran incendio que arrasó la ciudad en 1522. Esta casa ya se encuentra fuera del encorsetamiento de la calle, dando cara a la Catedral a través de amplia plaza. A su sombra, una desafortunada estatua representada a doña Ana Ozores, regresando del templo sin tener en cuenta que la distancia más corta entre dos puntos es la recta y llevando un gran sombrero que recuerda un cesto cargado de sardinas y que parece que se le va a caer de un momento a otro. Tolivar Faes contempla la calle con menos ensañamiento que Pérez de Ayala, señalando en ella palacios y casas nobles y concluyendo que al igual que la inmediata calle de Cimadevilla, «fue la calle de la Rúa escenario que vio despertar el moderno comercio ovetense y el auge de los cafés y tertulias políticas del siglo pasado (el s. XIX: Tolivar escribió su imprescindible libro sobre los nombres de las calles de Oviedo en 1958). En la reconstruida casa número 6 estuvo el famoso café de Chúcaro, donde se fraguó la participación de Oviedo en la revolución liberal de 1820, y en la otra acera, muy próximas a Altamirano, tuvo la ciudad su casa, torre y cárcel».

El café de Chúcaro certifica el pasado hostelero de esta calle, a la que ya nos referimos a propósito del restaurante Malani, al que también dedicó otro artículo Carmen Ruiz-Tilve, cronista oficial de la heroica y levítica ciudad, recogido en la recopilación «Pliegos de cordel de comer y beber», publicada por los acreditados restaurantes ovetenses Casa Conrado y La Goleta. Me permitirá mi querida colega que añada algunos datos tomados de su libro a aquel artículo.

El restaurante Malani se encontraba en el número 22 de la calle. Tenía una trabajada reja pintada de blanco a la entrada, la barra a la izquierda (creo recordar), y al fondo el comedor, que Ruiz Tilve describe como «sobrio». Lo fundó Emiliano Ortega, de la cuesta de San Esteban de las Cruces, conocido por el nombre de «Malani» porque así pronunciaba «Emiliano» una vecinita de pocos años. La tradición hostelera la había inaugurado su padre, también llamado Emiliano Ortega, procedente de Palencia y cocinero del hotel Francés primero y del hotel Principado más tarde, que cocinó la boda del comandante Franco con doña Carmen Polo y un banquete multitudinario que se le dio a Melquíades Álvarez en el Bombé. Según Carmen Ruiz-Tilve, «Don Emiliano era cocinero vocacional, entregado a la magia de la cocina clásica, capaz de dar el punto complicado a algo aparentemente tan sencillo como una chuleta «vuelta y vuelta» o un pescado frito. Su merluza a la avilesina, con almejas, espárragos y salsina, era cosa especial, lo mismo que los fiambres de cabeza de jabalí y la gallina trufada. Sin olvidar la langosta, eran especialidad las perdices, que se servían todo el año, a base de conservarlas en aceite, en tradición castellana».El Malani abrió en 1959, y fue el primer restaurante de Oviedo en que se sirvió el pan envuelto. En los lavabos había toallas individuales, que tuvieron que ser sujetadas con una argolla, dada la incivilidad de algunos clientes. En los años sesenta, la tortilla de gambas costaba un duro; la merluza frita y el pollo, cuatro duros; la carne asada y los calamares en su tinta, seis duros, y la langosta, ciento sesenta pesetas.

Al Malani sucedió el restaurante Manuel, en el mismo lugar. Fue de efímera existencia, aunque interesante. Sus propietarios lo habían sido anteriormente de La Hacienda, y ofrecían una cocina entusiasta, hecha con buena mano y con platos que se salían de la rutina habitual de los restaurantes de Oviedo de aquella época. A veces la cocinera preparaba algunas sorpresas al margen de la carta, como los «tochos», que creo recordar que era una tortilla dulce, con melocotón, entre otras cosas. También disponía de una bodega muy notable.

Pero el restaurante Manuel acabó pronto y, después de una temporada en la que no recuerdo qué se hacía en aquel local, se hizo cargo de él Belarmino Álvarez Otero, el descubridor de las grandes posibilidades noctámbulas del Oviedo viejo. Belarmino era un tipo fuerte, de pelo rizado y bigote espeso, socarrón con su punto de amargura y universitario de aquellos años en los que la Universidad todavía mantenía cierto aire a la Casa de la Troya. A veces, con un par de copas, en lugar de proceder a insultos contra nobleza y clero, caía en un estado próximo a la melancolía y expresaba su propósito de marchar a Inglaterra para especializarse en derecho marítimo. No llegó a esa especialización, pero entre los hosteleros de Oviedo fue el más especializado en Pérez de Ayala. Primero tuvo el «Tigre Juan», bar de copas de la calle Mon, el primero en su género de aquella zona, y cuando tomó en traspaso el antiguo Malani, no dudó en rebautizarlo como la Rúa Ruera, y que pasó, transformó el negocio. Prescindió del comedor en la parte de atrás, dejando una especie de patio con mesas y sillas de sólida madera y un árbol en medio. La cocina, por el contrario, era enorme, y daba a un patio lindante con el palacio de Velarde desde el que se veía en escorzo la torre de la Catedral: rincón hoy destruido por la pedante incompetencia de unos arquitectos y por el afán de hacer gastos suntuarios e inútiles por parte de la Administración. Como decía Winston Churchill: muchas burradas no llegaron a hacerse en el mundo por falta de dinero. Lo que no reza para la España de las autonomías (según mandato constitucional). En la cocina hacía Belarmino sus pinitos, buen cocinero desde la época en que tuvo Barbacoa, aunque reduciéndose a los callos en temporada y a un soberbio pote de botillo o butiello. Le interesaba trabajar sobre todo la barra, las tapas y los buenos embutidos. Las paredes estaban encaladas, con espejos y las maderas pintadas de verde, las sillas de negro y los veladores de las mesas eran de mármol. Presidía la barra una gran cafetera de bronce, procedente del desguace de un barco. En este marco se desenvolvió Belarmino durante algún tiempo: no mucho. Su historia merece capítulo aparte."

Y, aún en la calle Cimadevilla, y a su final y haciendo esquina con esa calle Altamirano, en un edificio de 1892 del arquitecto Juan Miguel de la Guardia, nos encontramos con La Puerta de Cimadevilla, sidrería también glosada por Alías para El Comercio, de fecha 27-1-2024:
"En el corazón de la Cimadevilla ovetense, donde se cruzan calles peregrinas camino del vecino San Salvador, ocupa una esquina de la rúa principal con la de Altamirano esta Puerta de grandes cristaleras y marcos coloristas. Encima, un edificio regional que se parea con otros regionalistas, modernistas, renacentistas o medievales: aquí nace Oviedo y lo demás es tierra conquistada.
El chigre transfigura e innova su esencia. Se proclama restaurante local, pero abre nuevos horizontes. A sus fachadas abiertas en luz, a sus botellas componiendo verdes mobiliarios, a sus mesas de maderas y tabiques de troncos y a sus ajuares significativos, sea tabla que siluetea Santa María del Naranco, sea madreña, sean cazos de porcelana, une toques propios que nunca desfiguran o enmascaran; al revés, acentúan y distinguen. Y dan razón a su 'Vetusta de Oro' del último certamen por un pincho que marida oricio y coco, manzana y algas; o que su cachopo lleve el título de 'mejor IGP del 2023' (véase receta). 
Colombiano de nacimiento, con abuela cocinera, Diego, singular chef que desborda frescura, juventud, ideas y entusiasmo, agarró la afición temprano, y si bien vino a España para hacerse militar, acabó entre fogones. ¿Cambio drástico? «No», asegura, «una buena cocina y una buena tropa funcionan de igual manera, mediante disciplina, planes y maniobras». 
Titulado por Valladolid y Oviedo, ejercitado al lado de Arguiñano, subió meritoriamente de soldado a comandante. Y mientras ejerce, siempre encabezando la acción, en potas y sartenes, los cortes de ternera, las patatas rellenas de gochu, los huevos rotos, los calamares fritos, la carbayona tortilla de merluza, o la mismísima fabada, sin dejar su esencia cambian de presencia. Y presta."

Y en el paso hacia la calle la Rúa que es como decir "la calle de la calle", calle mayor de 1242 y durante muchos siglos (junto con su prolongación la calle Cimadevilla y, extramuros luego, la calle Magdalena), dejaremos a nuestra izquierda la calle Altamirano, llamada así en homenaje al Gobernador del Principado de este apellido que, según la inscripción existente en el nº 12, abrió esta vía: 
«Gobernando este Principado el señor Don Gerónimo Altamirano hizo abrir esta calle de su apellido.» Año 1681
En la Enciclopedia de Oviedo nos explican cómo aconteció dicho suceso...
"Dicha lápida conmemorativa se debe a las polémicas que en torno a la organización urbanística de la vía se dieron en el siglo XVII. Don Jerónimo Altamirano, por entonces gobernador del Principado de Asturias decidió demoler en 1681 varias de las viviendas para ensanchar lo que entonces era un peligroso callejón entre la calle de la Rúa y la calle Cimadevilla. Por motivos desconocidos el obispo se opuso al derribo de las viviendas y frenó los trabajos, provocándose un enfrentamiento entre la autoridad civil y la eclesiástica. Finalmente el gobernador ganó el pleito, consiguiendo la reorganización del espacio urbano, que primero se llamo calle Nueva, y más tarde en recuerdo de quien fue el artífice de su nueva ordenación, recibió el nombre de calle Altamirano."

En la misma esquina, una placa fue colocada conmemorando el alzamiento del 9 de mayo de 1809 contra la invasión napoleónica donde aparecen los nombres de sus principales protagonistas. Se lee así:
En este sitio
rechazó el pueblo ovetense
las órdenes del extranjero
e inició el alzamiento de Asturias
para defender la independencia española

Gloria y Gratitud

a Llano-Ponte · Busto · Peñalva
Reconco · Correa · Méndez-Vigo
Argüelles · Escosura · Jove
Joaquina G. Bobela
María G. Andallón
y más patriotas

Todo había empezado cuando, en la mañana del 9 de mayo de 1808, llegaba a la Plaza de la Catedral, donde se encontraba la Administración de Correos, el correo procedente de Madrid que daba aviso de los tremendos episodios contra las tropas francesas de los días 2 y tres de mayo, además de los nombres de algunos asturianos, familiares, amigos y conocidos de los presentes, fallecidos en los enfrentamientos, tal y como nos narra la Enciclopedia de Oviedo:
"Las autoridades, ese mismo día, recibieron también el bando de Murat, Gran Duque de Berg y Carnicero de Madrid con las disposiciones del Gobierno para contener al pueblo y mantener el orden público. La indignación se extendió, siendo los propios ciudadanos, mediante una algarada, los que impedirían la publicación del bando. 
Después de la lectura del correo, con los ovetenses ya enfurecidos, una comitiva que partió de la Real Audiencia formada por los magistrados y Nicolás Llano Ponte, Comandante Provincial, escoltados y con el necesario tambor, pretendieron publicar el bando de Murat. De la Escosura se dispuso a leerlo, pero la algarabía en las calles no le permitía hablar. Frente a la fuente de Cimadevilla, María Andallón y Joaquina Bobela, estallaron en gritos «¡qué no se publique!» A partir de aquí, otras personas se sumaron a la indignación, como el médico Tomás Reconco o el Conde de Peñalva que lanzaron la consigna : «¡A las armas!» Los sublevados rompieron el parche del tambor de la guardia que acompaña al comandante, lo cual impedía el formalismo de la lectura del bando (ley no promulgada, ley no válida), y comenzaron a tirar piedras, zarandear e insultar a los magistrados que retrocedieron y se refugiaron en la Audiencia. La escolta decidió no disparar contra el pueblo fundamentalmente por dos motivos, por encontrarse entre éste personajes de la alta nobleza (el Marqués de Santa Cruz), del clero y multitud de estudiantes universitarios y por verse ampliamente superados en número. Desde el balcón de la Real Audiencia, el obispo Hermida procuró sin éxito, calmar a la muchedumbre.
El pueblo de Oviedo seguía reclamando a gritos el bando de Murat para quemarlo. Cada vez más gente se arremolinaba en la puerta de la Audiencia. Una columna de estudiantes y otra de vascos, trajeron las armas de fuego, procedentes del asalto a la fábrica de armas. Tomaron al asalto la Real Audiencia entre gritos de «¡viva la religión!» y «¡Viva el Rey!» 
Comandados por el Procurador General y otros personajes de Oviedo el bando se quemó en el actual Parque de San Francisco. A las cinco de la tarde de ese mismo día, se reúnen representantes de las clases bajas y algunos diputados y entre todos deciden no reconocer más Rey que a Fernando VII y confiarse a la Junta, en lugar de a la Audiencia.

Esa misma tarde del día 9, el alcalde José María García del Busto, convocó la Junta General del Principado. En la reunión, los participantes en la Junta se dividieron en dos bandos, los partidarios de luchar contra el francés (García Del Busto y el Marqués de la Santa Cruz como figuras destacadas), frente a diferentes autoridades civiles y militares que pretendían colaborar con la invasión acatando el bando de Murat. Se impusieron los primeros y se aprobó la organización de un ejército asturiano que como primera medida mandaría expediciones a comprobar la situación existente en las provincias limítrofes de Galicia, Cantabria y León. (...)

No sólo con el apoyo de parte de la nobleza, éstas resoluciones también fueron realizadas bajo una fuerte presión de las clases populares y cuando ésta se hizo más soportable para las autoridades, cuatro días después, el día trece del mismo mes, la Audiencia las anuló. (...)

Sin embargo, la agitación popular continuó. Simultáneamente, un golpe revolucionario era preparado en la sombra por diversos personajes (García del Busto y Llano Ponte entre ellos), un golpe que sería llevado a cabo el día 25 de mayo de 1808 con la creación de una nueva Junta que no reconocería el poder de la Audiencia."


 En el bicentenario, año 2008, se ensalza también la Constitución de 1812, la de las Cortes de Cádiz


Sobre la calle Altamirano, que al principio fue la calle Nueva, decía en 1887 Fermín Canella Secades en El libro de Oviedo:
"Altamirano.—Siendo gobernador del Principado D. Jerónimo Altamirano hizo abrir esta calle en 1681 que llevó por nombre su apellido, según la inscripción allí colocada. Sin embargo se la llamó generalmente calle Nueva, volviendo á su primitiva denominación por acuerdo municipal de 1869. Verdaderamente esta calle es anterior al suceso del siglo XVII y era antigua vía desde la Rúa hasta terminar, por entre huertos, en la puerta de la muralla; pero las casas de la dicha calle de la Rúa fueron avanzando hasta Cimadevilla, dejando por toda comunicación un estrechísimo é incómodo pasillo que fué el que principalmente ensanchó el mencionado corregidor, con más las huertas por la parte de abajo, aunque no del todo, porque esta última obra es de 1853. En las casas y terrenos expropiados por el Sr. Altamirano debía tener foro ú otros derechos la iglesia; pues que el Provisor se opuso con censuras al derribo, haciendo que los obreros dejasen el trabajo al que volvieron por amenazas de la autoridad civil. Por esto y quizá por más el obispo San Martín censuró canónicamente al D. Jerónimo, anduvo con él en pleitos y por último le señaló día para absolverle solemnemente en la Santa Iglesia Catedral, á cuyo acto no compareció el Altamirano hasta que dispuso después el Consejo de Castilla que el prelado le absolviese privadamente."

Y en cuanto a la calle la Rúa, por donde proseguimos, otro genial y gran escritor, Luis Arias Argüelles-Meres escribe sus recuerdos en El Comercio del 31-7-2016, empezando también, como Gracia Noriega, con Pérez de Ayala y la literatura:
"Transcurrieron muchos años antes de que llegase a saber que estamos hablando de la calle en la que Pérez de Ayala da una lección magistral de perspectivismo en su novela “Belarmino y Apolonio”, donde Oviedo es, como en el resto de las novelas ayalinas que tienen como escenario nuestra ciudad, Pilares, y donde este entrañable enclave carbayón recibe el nombre de la calle Rúa Ruera. 
Transcurrieron muchos años, digo. Y es que, desde que tengo memoria, se trata de una de las calles de Oviedo que más y mejor recuerdo no sólo por su ubicación en el meollo de nuestra ciudad, sino también porque allí vivía una familia muy cercana a la mía por una amistad ya heredada . Era la familia Canga con la que mi madre mantenía una relación muy estrecha, diría que fraternal y, por tanto, resultaban muy frecuentes las visitas a aquella casa durante mi infancia. 
Calle estrecha, con mucho movimiento de gentes. La casa donde vivían los Canga era un edificio noble y notable que se percibía nada más poner los pies en el portal. Como las viviendas antiguas, techos altos y maderas que daban cuenta del paso del tiempo en sus estrías y vetas, lo que no significaba deterioro alguno. La cera y la limpieza las mantenían en perfecto estado. 
Por otro lado, tan pronto se llegaba a la plaza de la Catedral, el primer impulso, acaso forjado por la costumbre, era girar a la derecha y adentrarse en la calle la Rúa. Desde el primer momento, se avistaba también el final de la calle Cimadevilla que conducía al Ayuntamiento. 
Tiendas, muchas tiendas. La cercanía de la plaza del Fontán. Los continuos saludos de un Oviedo en el que casi todo el mundo se conocía. Mañanas lluviosas en las que los paraguas parecían saludarse entre sí como los señores de antes que lo hacían con aquellos inconfundibles movimientos que daban a sus sombreros. 
Cogollo de Oviedo, de un Oviedo muy antiguo y tradicional que, en la infancia, no sabríamos datar más allá del “siempre todavía” machadiano que aún desconocíamos. 
Calle la Rúa, como digo, infancia, tanto en las acostumbradas visitas a la familia a la que antes aludí, como también tránsito de camino a la plaza del Fontán, tránsito la mayoría de las veces grato y gozoso porque siempre había golosinas o algún juguete como premio y alegría. 
Calle la Rúa. Confieso que, hasta bien entrada la adolescencia, no había reparado nunca en una casa de comidas o restaurante, en el Malani, que se encontraba al principio de esta vía pública. Y, a decir verdad, no es de extrañar que, con ese rótulo, lo que más recuerdo es una abundante y sabrosa ración de macarrones que degusté en compañía de mi padre una de las veces que fuimos allí a almorzar. 
Fue una comida inolvidable y no sólo por los macarrones, sino por un personaje que estaba en la mesa de enfrente. Extraña y -debo confesarlo- hilarante la forma de comer la aquel hombre. Lo hacía muy aprisa, devorando los macarrones. Pero lo más llamativo del proceder de aquel ciudadano era que continuamente levantaba la cabeza, como si estuviera muy inquieto, como si se sintiese vigilado, como si temiese que no le iban a dejar terminar. 
Su posición a la mesa no guardaba el protocolo de estar erguido y elevar el cubierto antes de deglutir. Antes al contrario, poco le faltaba para meter de lleno la cabeza en el plato, cabeza, como digo, inquieta y en continuo movimiento, como quien está aquejado de manía persecutoria, como quien teme una irrupción inoportuna en cualquier instante. 
Aquello, como digo, no sólo fue chocante, sino también divertido y pintoresco. Y, al mismo tiempo, no pude dejar de preguntarme qué podía pasarle al personaje de quien les hablo, por qué tanto nerviosismo, por qué tantas prisas, por qué tanta vigilancia, al menos, en apariencia. 
Cuando salimos del Malani, le conté a mi padre la escena que había estado viendo y que él tenía de espaldas. Lo cierto fue que no le concedió la más mínima atención. Los comportamientos extraños no eran para él novedad. Cosas del paso de los años, por supuesto. 
Calle la Rúa. Antes de que se hablase del Oviedo antiguo, antes de que yo llegase a disfrutar de la lectura de “La Regenta” y de las novelas ayalinas, antes de que el Malani se convirtiese en una de mis muchas referencias a la hora de mi anecdotario vetustense, mucho antes de todo eso, fue para nosotros una cita familiar, un escenario continuo de nuestra infancia, un lugar de visitas que no eran de cortesía, sino muy distinta cosa. 
Calle la Rúa. No olvidaré nunca, volviendo a la novela ayalina “Belarmino y Apolonio”, la emoción con que mi padre contaba la anécdota que sigue: en una ocasión, en Cornellana, en la casa de un contertulio suyo a la que acudía con frecuencia, el anfitrión leía en el jardín de su casa la novela referida, y, cuando mi padre se incorporó a la tertulia, le dijo con ese asombro propio de un descubrimiento grato, que podía identificar muy fácilmente a los protagonistas de la narración ayalina que nos ocupa, incluso recordaba sus nombres. 
La referida anécdota databa de los años cuarenta. Mi padre puso mucho énfasis en ello, pues aquella tertulia era un islote de libertad en años muy duros para las libertades y también para la existencia y la literatura. El protagonista de la anécdota era un liberal de los de antes, republicano, espíritu libre e ilustrado que se evadía, como otros muchos, de aquella sórdida realidad mediante la lectura, unas lecturas que disfrutaba gracias a su extraordinaria formación intelectual. 
Calle la Rúa. Realidad y literatura. La infancia. El Oviedo de siempre. La adolescencia. 
Calle la Rúa, testigo de la historia carbayona y también de mi intrahistoria, la del niño y adolescente que tanto y tanto la transitó, casi siempre en compañía, de personas o libros. 
O de ambas cosas a la vez en determinadas ocasiones."

A nuestra derecha tenemos en primer lugar la Joyería Santirso, uno de los negocios señeros de la Rúa, famoso especialmente por su platería y azabache, del que escribe la periodista Esther Rodríguez en La Voz de Asturias del 26-4-2023:
"Corría el año 1927 cuando Manuel Santirso Alonso entró a trabajar con tan solo 13 años en una joyería de Oviedo. Tras tres décadas aprendiendo el oficio de orfebre, el ovetense decidió montar una tienda para vender sus propias joyas. Bajo el nombre de Joyería Santirso abrió las puertas de un local en la plaza de la Catedral en 1960. Un negocio al que se incorporó su hijo Florentino, más conocido como Tino, quien tras instruirse con su progenitor decidió emprender por su propia cuenta con el objeto de que el negocio familiar pudiese perdurar en el tiempo. «Estábamos de alquiler y sabíamos que tarde o temprano teníamos que marchar de ahí», asegura el artesano, antes de señalar que para ello se mudó en octubre de 1985 a un bajo en la calle Rúa. Desde entonces no solo ha mantenido el legado de su padre, sino que ha hecho que su orfebrería sea una de las más representativas de la capital, puesto que es de las pocas que trabajan el escaso azabache de origen asturiano que aún queda. 
En Joyería Santirso elaboran y preparan joyas con azabache. «Con lo que antes desechabas, ahora tienes que buscarte la vida y arreglarte para hacer piezas pequeñas porque grandes ya es imposible», lamenta Tino Santirso, quien denuncia «la vergonzosa» situación por la que está atravesando este material en Asturias. «No solo no se da a conocer este mineral autóctono que es considerado de lo mejor del mundo, es que para empezar no se está ni extrayendo. El Principado dio una concesión a una empresa o una persona y está parado porque se conoce que echó números y no le interesa el negocio, pero al fin y al cabo lo que se está haciendo es perder puestos de trabajo. Si la mina arranca se crearían empleos y nosotros igual podríamos generar alguno, ya que podríamos enseñar el oficio a las nuevas generaciones, puesto que se están muriendo los artesanos buenos, que esos sí pueden aprender a la gente a tallar», clama. 
En este punto el propietario de la Joyería Santirso pone por ejemplo a un artesano gallego con el que mantenía una buena relación. «Recuerdo que me encontraba mucho con él en Madrid, a donde íbamos a alguna que otra feria. En una de aquellas conversaciones me dijo que había metido dos chavales a trabajar y le pregunté por qué. Me comentó que no le costaba nada porque estaba todo pagado por la Xunta —por aquel entonces, gobernada por Manuel Fraga— con la única condición de que en dos años fuesen oficiales», señala Tino Santirso, antes de exclamar que «ahí está la clave, ya que así el oficio perduraría en el tiempo». 
«De hecho en Galicia, en la Escuela de Arte, según tengo entendido tienen un catedrático especializado en la talla de azabache», prosigue el joyero, quien lamenta que en Asturias para aprender este oficio hay que hacerlo con un artesano que «te dé clases y puedas aprender como se hizo siempre: sentado al lado, mirando y haciéndolo». Lo cierto es que trabajar con este material que proviene de la madera fosilizada no es tarea fácil puesto que es frágil y duro al mismo tiempo. Para poder crear obras de artes con él se requiere maña, dedicación y paciencia, dado que para conseguir una superficie sin poros y con su particular brillo, el proceso que hay que seguir es largo y complejo. 
Elaboración, venta y reparación de todo tipo de joyas 
Sin embargo, para Tino Santirso es como coser y cantar. Después de más de 50 años dedicándose a la orfebrería, el ovetense tiene la técnica más que controlada. Es por ello que la mayoría de las joyas que se venden en la Joyería Santirso están hechas en el taller que tienen en la propia tienda, donde además se hacen arreglos y se elaboran piezas de oro y plata. «También en el caso de que el cliente quiera algún diseño concreto pues se le hace. Eso no quita que compremos, pero mi principal objetivo es dar salida todo lo máximo posible al estocaje que tenemos», cuenta el artesano, quien reconoce que los productos estrella son los elaborados con azabache, las medallas y las cadenas. 
Respecto a la platería, aunque hubo un tiempo en el que tuvo su máximo esplendor, a día de hoy «es para limpiar». «La vajilla de plata ya no hay interés en comprarla. Si ves cómo tenía las vitrinas hace unos años, con fruteros, bandejas, candelabros, juegos de té y de café, de todo. Ahora esto según se va vendiendo ya ni te molestas en reponerlo. Es más, en muchos casos ni puedes porque son de fábricas que ya cerraron. Ahora mismo no tienes prácticamente dónde adquirir ese producto y lo compras a la gente que te lo ofrece. Pero bueno, todavía hay gente mayor que cuando hay una boda o una celebración regalan una bandeja o algún marco de plata. En cambio, los jóvenes tienen otras miras, sobre todo, respecto a la limpieza, porque antiguamente quienes tenían plata en su casa tenían un servicio para limpiarlo. Entonces como la mentalidad cambió lo que me queda es de hace tiempo», relata. 
Al igual que el perfil del cliente de la Joyería Santirso ha cambiado, el negocio también se ha adaptado a los tiempos. Para empezar el taller ha tenido un lavado de imagen, dentro de lo que cabe. «Ha ido evolucionado, no es el mismo que cuando estaba mi padre. De hecho gracias a mis hijos, cosas que antes se hacían a mano ahora ya es todo tecnológico. Mi hija por ejemplo hizo cursos de diseños por ordenador, de impresión 3D, que son ya otros procesos que a mi incluso me pillan muy lejos, pero que nos permiten evolucionar. Ahora hay un soldador que va por láser que va a ser nuestra próxima compra», afirma Tino Santirso, quien reconoce que saber adaptarse es parte de la clave del éxito de esta afamada joyería. 
De hecho gracias a esa capacidad de amoldarse el joyero ha conseguido sortear las crisis que se han sucedido desde que abrió las puertas de su comercio. «Ya cayó más de una» y ha conseguido esquivarlas al tener los cimientos bien forjados. Esto se traduce en «tener un local propio, género y todo pagado», ya que de esta manera el taller es rentable «para mantener el negocio y dar de comer». Además en la medida de lo posible los gastos hay que minimizarlos «todo lo que se pueda» puesto que de esta manera la solvencia económica será mayor. «Con la subida de la luz, lo que hice fue cambiar a LED para así no tener una factura tan elevada. Al fin y al cabo se trata de reducir los gastos y aguantar el tipo para que en el caso de que venga una crisis puedas abrir el paraguas hasta que pase el chaparrón», manifiesta Tino Santirso. 
Hoy en día, las joyerías no solo deben hacer frente a la subida de los precios sino que además tienen que competir con franquicias y adaptarse al cambio de modelo de consumo. Además, por si fuera poco, «hay mucho material que aparenta una cosa que no es. Hay cadenas con hilos muy finos que son un papelín o cadenas que no pesan ni un gramo y parecen la marimorena. Y eso es porque mucha gente solo se fija en el precio», lamenta Tino Santirso, quien gracias a ofrecer productos de calidad, además de contar con un trato cercano con el cliente, mantiene una fiel cartera de consumidores. «Aquí no solo vienen los de siempre, sino gente de fuera que también vuelve. Además estamos en una zona que hay mucho turismo y en la que los fines de semana, si no llueve, la calle está animada», apunta 
Por el momento, Tino Santirso disfruta de una jubilación activa. «Aún sigo trabajando porque mis hijos en un principio no iban a venir a la tienda, pero al querer entrar en el negocio pues aguanto para que ellos cojan el ritmo del mismo. Que se hagan con la gente, los conozcan y que ellos aprendan algo porque por donde va la cosa informáticamente ya lo manejan a la perfección», señala el artesano."

Y esta es "la reconstruida casa número 6 estuvo el famoso café de Chúcaro, donde se fraguó la participación de Oviedo en la revolución liberal de 1820", de la que escribía Gracia Noriega


En la actualidad, en este edificio de arcos de medio punto en su planta baja abre sus puertas la tienda de souvenirs Librería La Palma, que como tal abría sus puertas aquí  puertas en 1995, su segunda sede, pues su primera tienda fue fundada en 1977 junto al Edificio Histórico de la Universidad de Oviedo, no muy lejos de aquí. En 2021 se produjo un cierre y cambio, publicando La Voz de Asturias esta semblanza:
"La Palma era un referente en la ciudad en varias secciones, como la de comic. Alberto Llavona (Oviedo, 1946) abrió hace cuarenta años la pequeña librería y kiosco de la calle Ramón y Cajal, en el inmueble donde nació. Y en los años noventa abrió la segunda en Rúa.

Los Llavona son una estirpe de comerciantes ovetenses que comenzaron en la época del auge de las fábricas de chocolate, que era el negocio original de La Palma, en la cercana calle San Francisco. Después la familia se trasladó a Ramón y Cajal.

Ahora, el local de Rúa, ubicado en pleno centro turístico de Oviedo, se destinará a una tienda de recuerdos."

Y aquí están la Casa de Oviedo-Portal, del siglo XVII, al igual que la casa siguiente, la de Carbajal-Solís, con la que comparte fachada, sede ambas, junto con el Palacio de Velarde, del Museo de Bellas Artes de Asturias. Más tarde fueron añadidos otros inmuebles, como la Casa de Omaña y varios más, alguno mirando a la catedral y su plaza. De su ubicación en esta calle nos dice así Wikipedia:
"La casa se sitúa en la Calle de la Rúa, que junto con la Calle de Cimadevilla, fueron las calles principales y comerciales de Oviedo desde el medievo hasta el siglo XIX cuando fueron desplazadas por la Calle de Uría. En esta calle, los principales linajes y familias ovetenses construyeron sus casas y mantuvieron sus negocios, como atestigua la Casa de la Rúa, la más antigua de la ciudad."

De la Casa de Oviedo-Portal se desconocen la fecha concreta de construcción y su arquitecto, pero sí sabemos que fue para el regidor de la ciudad Fernando de Oviedo-Portal, así como que el dueño de la otra era el también regidor Juan de Carbajal-Solís, siendo su arquitecto Melchor de Velasco Argïero, según unos documentos de obras y acuerdos fechados en 1660, suponiéndose que fue autor de las dos casas


En 1870 sus entonces dueños, los condes de Revillagigedo, la reforman para casa de vecinos transformando interior y fachada. En 1982 es adquirida para ampliar el citado Museo de Bellas Artes, inaugurado dos años antes en el Palacio de Velarde


La casa-palacio ocupa un solar bastante estrecho de solamente 9,5 metros cuadrados de frente, lo que fue el motivo para alargarla por detrás y aumentar su superficie, consiguiéndose una superficie de 400 metros cuadrados en una planta muy alargada:
"Un patio en el centro de la planta, ocupando todo el ancho de la casa, divide la parte noble recayente a la Calle de la Rúa del resto de dependencias de la casa en la parte trasera, asegurando además, iluminación natural a todas las habitaciones de la casa. 
El edificio tiene tres plantas, en la baja, además del zaguán de entrada, estaban situadas las cocinas, despensas, cochera y cuadra. En la primera estaba la parte noble con el salón, las habitaciones principales y el comedor, en la segunda se encontraban el resto de habitaciones y las de la servidumbre y finalmente un desván. 
La fachada, plana y sobria, está construida con piedra arenisca, con tres puertas-ventanas con balcón corrido en la primera planta y otras tres en la segunda, en este caso con balcones simples. En la planta baja se abre una puerta ancha suficiente para el paso de carruajes y dos ventanas a los lados. 
Antiguamente, en el entrepaño del segundo piso se ubicaba el escudo de armas de la familia que fue desplazado a la cornisa en la reforma de 1878 para abrir la ventana central actual. Asimismo, en esa reforma se rasgaron las ventanas de la planta baja para convertirlas en puertas, modificación que fue revertida cuando la casa se rehabilitó para su nueva función de museo."


El escudo de armas, en la cornisa


Es construcción estrecha pero con mucho fondo al ganar espacio detrás, de tres plantas. Abajo estaban las cocinas, cochera y cuadra, en la primera el salón, comedor y habitaciones principales, en la segunda más habitaciones y servidumbre y arriba el desván. Es de las casas de piedra, en este caso arenisca, que triunfaban en las clases más altas hasta finales del siglo XIX. Fue restaurada tras su adquisición por los arquitectos Fernando Nanclares y Nieves Ruiz entre 1985 y 1986, consolidándose su estructura y recuperando su aspecto palaciego, derribándose los tabiques interiores habilitados cuando en 1878 fue transformada en viviendas. Esta es la historia del inmueble en el apartado Los edificios del museo, de la web del Bellas Artes:
"Casa de Oviedo-Portal, edificio que se considera un perfecto ejemplo de cómo era la arquitectura palaciega ovetense del siglo XVII.
La Casa de Oviedo-Portal ocupa el número 8 de la Calle Rúa, la antigua Rúa de las Tiendas o de los Tenderos, una de las principales vías de comunicación interior de Oviedo, que mantuvo a lo largo de la Edad Moderna su carácter de calle mayor y que todavía es, a día de hoy, una de las más transitadas del casco antiguo. Fue construida para Fernando de Oviedo-Portal, regidor de la ciudad, y su esposa Jacinta de Estrada y Nevares hacia 1659-1660, según las trazas dadas, seguramente, por el arquitecto cántabro Melchor de Velasco Agüero (¿-1669), que había intervenido en la contigua casa del también regidor Juan Carbajal Solís (edificio que hoy ha sido integrado en la Ampliación). 
El palacio se eleva sobre un angosto solar de unos 400 m2 y cuenta con un frente de fachada de nueve metros y medio. Consta de tres plantas, que se articulan en torno a un patio de luces, que servía en sus orígenes para dotar de iluminación y ventilación natural a cada espacio y para separar las estancias nobles de la vivienda, situadas al oeste (sobre la vía pública) del resto de las dependencias ubicadas en la trasera. Este recoleto patio, adintelado y sostenido en su parte baja por cuatro columnas de orden toscano, servía además como distribuidor y daba al edificio su carácter palaciego. Es, además, después del medieval de la Casa de Rúa (hoy, Rúa 15) el más antiguo que conserva la arquitectura señorial ovetense. 

En la planta baja se ubicaban en origen las dependencias y servicios comunes: al frente la cocina, bodega, despensas, retretes, etc., y en la trasera la cochera y cuadra. La primera planta funcionaba como planta noble, y acogía en su parte oeste el salón, que daba a la calle, junto a dos pequeñas salitas que se usaban como gabinetes o dormitorios, mientras que hacia el este se distribuían las alcobas del mayorazgo y el comedor. El segundo piso era el de diario, utilizado para dormitorio de la familia y servidumbre, aprovechándose las habitaciones delanteras para cuartos de estar y de labor. Bajo las cubiertas, hoy ocupada una de ellas por la biblioteca, se situaba un desván. En cuanto a la fachada, estaba construida con sillares de arenisca y su alzado es sobrio y sencillo, sin apenas decoración (salvo por el escudo de armas de la familia) y con una distribución simétrica de los huecos, destacando la utilización de puertas-ventanas con balcones simples en la segunda planta y corrido en la principal. 

En 1878 se realizó una reforma de este inmueble, promovida por el conde de Revillagigedo, que convirtió este palacio en una casa de vecinos y confirió a la fachada su aspecto actual. Las alteraciones que sufrió entonces el alzado original fueron fundamentalmente tres, además de otras menores como el cambio operado en las armas del escudo: rasgado de las ventanas del zaguán, que quedaron convertidas en puertas pero que la restauración de 1985 devolvió a su primitivo destino; apertura de una puerta-ventana en el entrepaño que ocupaba el escudo y desplazamiento de éste a un romanato sobre la cornisa, en el eje axial de la fachada. 

No será hasta más de un siglo después cuando el edificio, abandonado y próximo a su destrucción, sea recuperado para Museo. La institución necesitaba ya entonces ampliar su superficie, y por ello se decidió adquirir este edificio, muy próximo al Palacio de Velarde. La escritura de compra-venta de la Casa de Oviedo-Portal fue firmada por la Fundación Pública Centro Regional de Bellas Artes el 18 de mayo de 1982 por un importe total de 21.100.000 pesetas, comenzando las obras de restauración del edificio a principios de 1985. Esta intervención consistió fundamentalmente en consolidar su estructura y devolverle el carácter palaciego, derribando los tabiques de divisiones internas construidos cuando fue habilitada para viviendas en 1878 y reconstruyendo, además, dos plantas bajo cubierta en la parte anterior y posterior del edificio. Inaugurado el 16 de junio de 1986, en 1993 se realizó una segunda intervención arquitectónica, que adecuó tanto este espacio como el del Palacio de Velarde a sus fines museográficos."


Se reconstruyeron además dos plantas bajo cubierta en la parte anterior y posterior del edificio. Esta es su reseña arquitectónica y su función actual, tal y como nos informa también la web del Museo de Bellas Artes de Asturias:
"Se trata de un claro ejemplo de clasicismo tardomanierista, de gran arraigo en Asturias desde finales del siglo XVI hasta mediados del XVII. 
La Casa de Oviedo-Portal ocupa un angosto solar de unos 400 m² de superficie y se articula en torno a un patio adintelado, sostenido en su parte baja por cuatro columnas de orden toscano. Este patio es, después del medieval de la Casa de Rúa (hoy, Rúa 15) el más antiguo que conserva la arquitectura señorial ovetense. 
El edificio se distribuye en tres plantas: la baja, en la que se localizaban las dependencias y servicios comunes (cocina, bodega, despensas, retretes, cochera, cuadra, etc.); el primer piso, parte noble de la casa, en la que se encontraban el salón, los gabinetes y los dormitorios de familia e invitados, así como el comedor y las alcobas del mayorazgo; y el segundo y último piso, utilizado para dormitorio de la familia y de la servidumbre, cuartos de estar y de labor, y en el que todavía se pueden ver los vestigios de un antiguo retrete (actual sala 7). 
La fachada, estrecha y alargada, está construida con sillares de arenisca y su alzado es sobrio y sencillo, sin apenas decoración y con una distribución simétrica de los huecos. 
En la actualidad, la Casa de Oviedo-Portal acoge buena parte de las colecciones del siglo XIX del Museo, siendo la pintura asturiana del siglo XIX la principal protagonista. Así, la generación romántica está representada en la segunda planta (salas 7, 8 y 9) con obras de Dionisio Fierros, Ignacio Suárez Llanos, Luis Álvarez Catalá e Ignacio León y Escosura, entre otros; mientras que la generación realista, instalada en la primera planta (salas 12, 13 y 14) y patio, tiene en Luis Menéndez Pidal, José Uría y Uría, Juan Martínez Abades y Ventura Álvarez Sala a alguno de sus principales representantes. 
Otros espacios de este edificio se destinan a mostrar, con carácter rotatorio, una pequeña selección de los fondos de dibujo (segunda planta, sala 10), grabado (segunda planta, sala 11), fotografía (primera planta, sala 15), artes industriales (primera planta, sala 16) y carteles de cine (hall de acceso a la Ampliación)."



A la izquierda casas dieciochescas reformadas en los siglos XIX, XX y XXI, todas con sus bajos comerciales. En los siglos XX y XXI se acometieron en muchas profundas reformas, transformaciones, reconstrucciones...


Al fondo, ya en la Plaza de Alfonso II El Casto, vemos el edificio del Palacio de Valdecarzana-Heredia, del siglo XVII, asomando detrás algunos edificios del lugar donde estaba la Puerta de Socastiello, otra de las de la antigua muralla, llamada así por estar al pie del castillo de Alfonso III El Magno, ubicado en la actual Plaza de Porlier. Una de las puertas septentrionales de la cerca y paso del Camino Primitivo desde la Rúa de los Albergueros, actual calle Schultz; y calle de San Juan, advocación de la capilla del antiguo hospital de peregrinos y pobres allí ubicado, en el antiguo palacio del rey magno


Y esta es la Casa de Juan Carbajal Solís antes citada y construida a la vez que la de Oviedo-Portal, como hemos dicho. Esta tercera sede se inauguró en 2015, exhibiéndose en ella los fondos de arte contemporáneo del museo, siglos XX y XX, nos cuenta Claudia Granda en La Voz de Asturias del 21-7-2018 en su reportaje dedicado al Bellas Artes:
"Las obras expuestas en este edificio están colocadas siguiendo un discurso cronológico que comienza en la planta baja con la pintura iluminista de Joaquín Sorolla, seguido de la pintura y escultura de inicios del siglo XX, con nombres tan destacados como Regoyos, Anglada-Camarasa, Casas y Mir, entre otros. 
En la primera planta se sitúa la renovación postimpresionista, el Arte Nuevo y de vanguardia asturiano y español, con artistas como Evaristo Valle, Nicanor Piñole, Picasso, Miró o Dalí, entre muchos otros. Ya en la segunda planta, se encuentran las obras posteriores a la guerra civil española como las últimas manifestaciones del arte. Antonio Suárez, Bernardo Sanjurjo, Rivera, Oteiza o Equipo Crónica son algunos de los artistas. Además, cuenta con un espacio independiente dedicado al escultor asturiano José María Navascués en la planta -1."

En el subsuelo han aparecido numerosos hallazgos de la época, estudiados por Miguel Busto Zapico en su tesina Conjuntos cerámicos del Oviedo bajomedieval y moderno. Los materiales de la Casa Carbajal Solís. Por su parte, el origen del museo, el Palacio de Velarde, barroco de 1765 y obra del arquitecto Manuel Reguera, tiene su fachada mirando a la calle de Santa Ana y fue para otro regidor de la ciudad, Pedro Velarde


A la izquierda, otra de las tiendas de Santirso y, seguidamente a ella, la Farmacia de Lucía León Vázquez


Esta calle seguiría un camino ancestral, senda prehistórica acaso vía romana después, en medio de esta colina sobre el valle del Nora, bien amparada de los vientos del norte por el Monte Naranco, que propició la fundación de la ciudad en la alta Edad Media, a lo que parece sobre algún asentamiento, o asentamientos, preexistentes, castros y villae sin duda. La vía sería luego el Camín Real, transformado en calles a su paso por la ciudad y según esta crecía, y luego la Carretera de Castilla


Casa de Omaña, del siglo XVI, y otras de la margen derecha de calle la Rúa hasta el final, habilitadas dentro de las ampliaciones sucesivas acometidas en el museo, esta proyecto del arquitecto navarro Patxi Mangado y ejecutada por la constructora SEDES S.A., vencedores del concurso convocado en 2006, todo ello dentro de un proceso plasmado de esta manera en la web del museo, apartado de Ampliación:
"Se levanta sobre el espacio ocupado previamente por cinco inmuebles ubicados en los números 10 (Casa de Solís-Carbajal, s. XVII), 12 (Casa de Omaña, s. XVI), 14 y 16 de la calle Rúa y en el número 1 de la plaza de Alfonso II el Casto (finales del siglo XIX-principios del XX), que fueron obtenidos progresivamente por el Principado de Asturias. El primero fue la Casa de Solís-Carbajal, adquirida en 1997. Después se fueron incorporando por adquisición, permuta y expropiación los otros cuatro edificios."

Una de las características de esta rehabilitación del edificio es la doble fachada, "que adquiere una dimensión de telón urbano y que se adivina a través de los huecos desnudos de los edificios anteriores. Para Mangado este es un componente de gran intensidad formal, visual y funcional, donde se puede hacer una lectura en base a las diferentes capas de la memoria", seguimos leyendo en la web del Bellas Artes, que a continuación describe el interior resultante de esta obra:
"Tras ésta se conforma la escalera pública, que permite el acceso a todos los niveles del Museo. Los espacios de doble y triple altura de la entrada, en diálogo con las fachadas históricas en la medida que se acercan y alejan de las mismas siempre en el interior, muestran también un interesante juego de formas y volúmenes. 
Otro elemento reseñable en la Ampliación son los vacíos, especialmente los del gran lucernario o patio, espacio de referencia en el conjunto. Tanto en éste como en los lucernarios de la segunda planta se resalta una luz buscada, exquisitamente sutil. Además, los remates de éstos en la cubierta recuerdan, según el arquitecto, los cimborrios y capillas de la catedral."

En Luz verde para la ampliación del Bellas Artes M.F. Antuña publica en El Comercio del 23-2-2023 este plano que nos permite conocer la disposición de todos estos edificios y de su última gran ampliación interior, junto con su presupuesto y características


Y casi un año después, el 10-1-2024, en Un museo para este siglo (y los anteriores), es La Voz de Asturias la que plasma esta gran labor de expansión del espacio museístico:
"El museo de Bellas Artes de Asturias seguirá el próximo año con el proyecto de reforma que persigue hacer de la pinacoteca una referencia en el panorama cultural del norte de España. Las obras, con un coste de más de 6 millones de euros (la mayor parte de financiación estatal), consistirán en la construcción de un nuevo edificio anexo al palacio de Velarde, en la calle Santa Ana de Oviedo, para albergar servicios comunes del equipamiento cultural y conectar los dos inmuebles ya existentes. 
Los trabajos completan el proyecto diseñado por el arquitecto Patxi Mangado, cuya primera fase se inauguró en 2015. El nuevo inmueble contará con 1.838 metros cuadrados construidos que albergarán un salón de actos en la planta baja, el taller de restauración de obras en la primera, las oficinas y dependencias administrativas en el segundo piso y, finalmente, en la tercera planta, con vistas hacia la Catedral, la tienda del museo y la cafetería. 
El edificio se concibe como una pieza intermedia que dará servicio a las dos partes esenciales del museo: por un lado, al palacio de Velarde, con el que se relacionará a distintos niveles mediante puentes creados al efecto, y por otro, a la primera ampliación, cuyos recorridos expositivos se verán prolongados y permitirán conectar con el salón de actos y la cafetería. 
La idea es recuperar, en la medida de lo posible, la fachada del palacio de Velarde, tapada en su día con el añadido realizado en los años sesenta, que ocultó de manera casi íntegra la cara norte y que ahora se eliminará. El edificio dispondrá de itinerarios accesibles desde la entrada principal hasta los ascensores, preceptivamente señalizados, y todos los dispositivos de las zonas comunes (interruptores, pulsadores de alarma y dispositivos de intercomunicación) serán totalmente accesibles. 
El edificio albergará un salón de actos en la planta baja, el taller de restauración de obras en la primera, las oficinas y dependencias administrativas en el segundo piso y, finalmente, en la tercera planta, con vistas hacia la catedral, la tienda del museo y la cafetería. El proyecto aprobado por el Consejo de Patrimonio ha sufrido variaciones respecto a su versión inicial para adaptarse a las necesidades que la apertura y funcionamiento de la primera ampliación ha revelado a lo largo de estos años. 
La ampliación mantiene coherencia y continuidad en el uso de materiales respecto a la primera fase para su integración formal y la edificación se plantea con una estructura mixta de hormigón armado y hierro según las zonas. Los interiores serán neutros, con tabiques secos pintados de blanco, y los suelos de madera de roble en continuidad con el material utilizado en el edificio de la calle Rúa y las cubiertas, al igual que en el resto del conjunto, serán de zinc, mientras que las fachadas del inmueble, tanto la que da a la calle Santa Ana como la del patio posterior, se realizarán con piezas de piedra caliza de la región. 
El edificio dispondrá de itinerarios accesibles desde la entrada principal hasta los ascensores, preceptivamente señalizados y todos los dispositivos de las zonas comunes (interruptores, pulsadores de alarma y dispositivos de intercomunicación) serán totalmente accesibles."

En el siguiente inmueble y desde la calle podremos ver, en el interior del museo y a través de una gran cristaleraLa Fuente la Rúa, encontrada durante las obras de ampliación y que, como hemos dicho sería muy anterior a la fundación de la ciudad por Máximo y Frómista a partir de un pequeño cenobio bajo el reinado de Fruela, pero eso no quiere decir que, como es sabido, en algún momento no hubiese habido asentamientos más antiguos, pues en la ciudad y sus inmediaciones se han localizado villas romanas y castros astures

La Fuente la Rúa podría estar relacionada con la de La Foncalada, más allá de Gascona, al norte de las murallas, como una fuente caminera pues estaríamos en la calzada a Lucus Asturum (Llugo de Llanera), un poco más al norte, donde parece haber estado el importante enclave de ese nombre, ese sí datado en tiempos de Roma. Sobre la roca madre se construyeron, en la alta Edad Media, viviendas de madera, apareciendo los hoyos de su estructura, lo que implicó la desaparición de la estructura de la fuente, datada entre los años 240 a 420 d. C., situada a la derecha de este espacio

Esta fuente, junto con otra localizadas en las inmediaciones, en el claustro del monasterio de San Vicente, permitieron discernir la existencia de una población anterior a la que se tenía como fecha de fundación de la ciudad, en base a dicho monasterio, por los monjes Máximo y Fromista o Fromestano en el año 761, reinando Fruela I, el padre de Alfonso II El Casto, que establecería aquí la capital tras haber estado en otros lugares desde su originaria sede canguesa, luego llevada a Pravia y acaso al actual concejo de Samartín del Rei Aurelio antes de asentarse aquí, donde siguió siendo capital de Asturias hasta nuestros días. En la web histórico-arqueológica Mirabilia Ovetensia se nos ofrecen, además de plano y recreación del aspecto que tendrían esta fuente y su entorno, esta explicación de los hallazgos:

"La fuente de la calle de la Rúa, en Oviedo, de la que ha recibido su nombre, constituye un reciente hallazgo arqueológico, y el primero de un monumento de cronología romana en el casco antiguo de lo que fue el Oviedo Altomedieval. Se encuentran pendientes de publicación las conclusiones de los expertos, por lo que las reconstrucciones que aquí ofrecemos, fruto de la información publicada, están sujetas a posibles futuras revisiones. No así las hipótesis que ofrecemos acerca del carácter e interpretación del monumento, fruto de nuestras investigaciones -realizadas a lo largo de un ya dilatado período de tiempo-, acerca de la ciudad Altomedieval y los antecedentes de poblamiento existentes en su entorno en época romana. Será por tanto en torno a este estudio histórico, en el que nos centraremos para ofrecer al visitante hipótesis verosímiles en torno a este importante monumento, que viene a confirmar las sospechas de los expertos en cuanto a la importancia de la zona de Oviedo en época romana, como nudo de comunicaciones -donde se cruzaban las calzadas León-Gijón (S-N), con otra procedente de Galicia y que se dirigía al oriente de Hispania (O-E)-, y como escenario de un relativamente denso poblamiento en su entorno -atestiguado por los numerosos topónimos alusivos a la existencia de villas romanas: Constante (Naranco), Villamorsén, Loriana, Vidayán, Lúgido; y restos arqueológicos romanos: Murias de Paraxuga, Fitoria, Villamejíl-, sin llegar a la existencia de una ciudad (Ciuitas) romana en la zona, como así lo atestiguan, tanto la ausencia de urbanismo en el Oviedo antiguo, como la ausencia de mención de Ciuitas o Mansio (estación, venta o parada), alguna, en los itinerarios romanos de la época, ubicable en la citada localidad. 

En cuanto al monumento en sí, éste se sitúa al pie de la vía, al E de la misma, con su eje principal orientado en sentido O-E, ocupando una zona rectangular de unos 6 (S-N), por 12 (O-E), metros, configurada en plataforma tallada en la roca, en la que se sitúan tanto la caja practicada para situar los muros del edículo por el que afloraba el manantial, como otras, más profundas, que enmarcan la ubicación del caño para la recogida del líquido, y, más al E, el canal, tallado a dos niveles, por el que discurre el desagüe.

Actualmente se conserva la mencionada plataforma donde se encuentran tallados los citados elementos de la infraestructura del monumento, habiendo desaparecido el edículo, presumiblemente de fábrica, así como el remate del engarje entre dicho elemento y el manantial por el que afloraba el agua. 
La configuración de dichos elementos perdidos, ha de basarse, necesariamente, en el estudio comparativo de monumentos semejantes, ubicados al pie de vías romanas, y con función de infraestructura de servicio de las mismas. Afortunadamente, dichos monumentos existen, en el contexto geográfico de calzadas romanas ubicadas en la meseta castellano-leonesa, y concretamente en la provincia de Zamora, en las comarcas occidentales de Sayago (trayecto de la Vía de la Plata, de Cádiz a Astorga, ¿o tal vez hasta Gijón?), y Aliste (trayecto de la vía XVII Veniatia, de Zaragoza a Braga), así como en la oriental de Villafáfila (vía Palencia-Intercantia). Entre todas estas fuentes viarias, son mayoría las que presentan un edículo de fábrica, por el que aflora el agua, de dimensiones análogas al ovetense, es decir, unos 2 x 2 m. En muchas de ellas, los muros rematan en bóveda de cañón, análoga a la de Foncalada, y en algunas, sobre el trasdós de la bóveda se dispone un tejado a dos aguas, también análogo al de la fuente ovetense. Justificada así la morfología del edículo, su reconstrucción no ofrece problema alguno de interpretación como no sea el del remate del tejado sobre la probable bóveda, la cual no ofrece problema constructivo alguno si se plantea con bloques del oportuno tamaño, cargando sobre sillares que presumimos de proporciones similares a los de Foncalada (monumento de no descartable origen romano situado a menos de un km al NE de nuestra fuente), que soportarían perfectamente el escaso empuje de una bóveda de tan reducida luz. Por tanto esta hipótesis de reconstrucción es perfectamente verosímil en todos y cada uno de sus aspectos morfológicos, técnicos y constructivos, aunque su carácter de hipótesis la haga evidentemente matizable."

La situación de esta fuente al lado mismo del Camino que luego fue rúa no pasó desapercibida desde el primer momento, una antigua vía mencionada en la Edad Media pero de origen bastante más antiguo, como escribe el historiador Javier Rodríguez Muñoz al calor de este hallazgo en ¿Qué cambia en la historia de Oviedo la fuente de la Rúa?, artículo para La Nueva España del 7-7-2008:
"La cronología romana de la fuente hallada hace apenas dos meses junto a la calle de la Rúa puede dar un vuelco total a lo que hasta ahora era la historia conocida del Oviedo urbano. No debiera sorprendernos que dentro del espacio que ocupara la urbe medieval, el delimitado por la muralla de Alfonso X, aparezcan unos restos arqueológicos de época romana. En el entorno de Oviedo ya eran conocidos testimonios de esa cronología y, en las dos últimas décadas, con la intensificación de las prospecciones arqueológicas, se han multiplicado. 
Cuando a comienzos de los años setenta del pasado siglo, José Manuel González escribió el capítulo de la «Historia preurbana» para «El libro de Oviedo», señalaba que por el futuro emplazamiento de la capital asturiana había pasado una vía romana que comunicaba Asturica Augusta (Astorga) con Lucus Asturum (Lugo de Llanera). Este último lugar era por entonces uno de los yacimientos tópicos de lo romano en Asturias, donde ya desde el siglo XIX se venían produciendo hallazgos fortuitos y, desde luego, uno de los muy escasos núcleos asturianos mencionado en las fuentes documentales. 
En los entornos de Oviedo, los restos de mayor entidad eran los de la villa de Paraxuga, descubiertos por el citado José Manuel González y excavados de urgencia antes de que quedaran enterrados definitivamente bajo el edificio de la Facultad de Medicina. En Paraxuga se constató la existencia de un establecimiento del siglo IV-V, que se puso en relación con la vía que atravesaba Oviedo. En época imprecisa se localizó en la iglesia de San Miguel de Liño una estela funeraria romana dedicada a un tal «Cesarón, hijo de Tábalo», y en un muro de contención cerca de la puerta de Santa María del Naranco otra estela dedicada a un personaje llamado Quinto Vendirico por su hijo Agedio. Estas dos estelas, junto con el hallazgo de restos de tégulas (la característica teja romana plana) y ladrillos, hizo suponer que en Liño había existido una villa romana. Otros restos imprecisos y la toponimia nos hablaban también de una notable romanización en la ladera del Naranco y en otras zonas del entorno de Oviedo.
Desde que José Manuel González escribiera el citado artículo hasta la actualidad, la arqueología vino a confirmar su buen ojo arqueológico. En Paredes (Lugones), donde también había señalado la existencia de una villa romana, se excavó hace unos años una necrópolis bajorromana, de la que parte aún se conserva en la zona de aparcamiento del centro comercial Parque Principado. El castro de Llagú, al sur de Oviedo, reveló que además de una potente y larga ocupación prerromana, también fue habitado en época romana, hasta mediado el siglo II. En Priañes, en términos del concejo de Oviedo, se localizaron los restos bastante arruinados de una villa romana con cronología en torno al siglo IV. El puente de Colloto, sobre el Nora, ya hace algún tiempo que se constató que su cronología original era también bajorromana. Posiblemente, el puente de Olloniego también sea en su construcción original de la misma época romana. 
Fuera de los términos de Oviedo, pero dentro de la zona central articulada en torno a esa vía de Asturica a Lucus, los hallazgos han sido aún más importantes. Al ya viejo hallazgo de la villa Memorana en Vega del Ciego (Lena), de la que se recuperó un completo mosaico que se instaló en el Museo Arqueológico, y varios hallazgos de fines del siglo XIX en Ujo (Mieres), se vinieron a sumar en los últimos años otros yacimientos. Los hornos de fabricación de material de construcción de Venta del Gallo (Llanera), la excepcional y temprana villa de Valduno (Las Regueras); una larga ocupación en el territorio de Lucus Asturum, junto a la destruida y desaparecida iglesia de Lugo; la villa de Veranes, que, aunque conocida desde hacía tiempo, sólo en los últimos años se ha descubierto en toda su magnitud e importancia; la Campa Torres, posiblemente la ciudad prerromana de Noega, pero que fue ocupada por los romanos desde el momento mismo de la conquista, y donde debió de existir un faro romano, en forma de torre, como el de La Coruña. Y, por último, la ciudad de Gijón, cuyas murallas, termas, fábrica de salazones, y otros múltiples hallazgos, nos hablan de una ciudad de gran importancia en el norte hispano en los siglos bajorromanos. 
Hay muchos más hallazgos (Beloño, Andallón, Bañugues...), pero no vamos a hacer ahora un mapa de la ocupación romana en Asturias. Hoy nadie con un mediano conocimiento de nuestra historia Antigua puede sostener que Asturias no fue romanizada intensa y extensamente. Clarín no podría empezar hoy su cuento Doña Berta tal y como lo hizo hace ya más de un siglo: «Hay un lugar en el Norte de España adonde no llegaron nunca ni los romanos ni los moros...». 
Este largo discurso introductorio nos sirve para hacer ahora una pregunta: ¿Nunca aparecieron restos romanos en el solar del Oviedo medieval? 
Y la respuesta es: sí. Pero no los quisimos ver o no los supimos interpretar. Máximo y Fromestano nos vendieron tan bien la historia de su presura de un Oviedo, yermo y deshabitado, que desde siempre se consideró imposible la existencia en ese lugar de otra presencia humana anterior al siglo VIII. En el Museo Arqueológico se conservan al menos dos hermosos capiteles corintios romanos y algún fuste de columna que se supone proceden del palacio de Alfonso III, y que pudieron ser efectivamente aprovechados para este edificio, pero que a la luz de lo que ahora conocemos pudieron ser tomados de alguna construcción romana preexistente en el mismo solar. Hay otro capitel del mismo estilo y procedencia, al parecer, en el Tabularium Artis Asturiensis. Más excepcional aún es el conocido como sarcófago de Ithacio, cuya tapa, labrada en mármol blanco, contiene diversos motivos vegetales y otros que entroncan con el mundo artístico bajorromano y cristiano de los siglos IV-V, y que se encuentra en el llamado Panteón de los Reyes de la capilla del Rey Casto, en la Catedral. Una tradición, que recogió José Cuesta en su pionera Guía de la catedral de Oviedo, y cuya antigüedad se desconoce, dice que en esta urna fueron trasladados los restos de Alfonso III a Oviedo desde Zamora. 
Hace ya casi veinte años que en una «Historia de Asturias» (tomo 11 de la Enciclopedia Temática de Asturias), y en el capítulo referido al periodo del Reino de Asturias cuestionábamos la idea generalmente aceptada de que varios restos visigodos que se conservan en las iglesias de ese periodo hubieran sido traídos de fuera. «Resulta inconcebible la idea», escribíamos entonces, «de que tan pesadas piedras formasen parte del botín de las expediciones guerreras asturianas por territorio de la Meseta». Lo mismo podemos decir del valioso sarcófago de Ithacio. No hubo que traerlo de ningún sitio, muy posiblemente estaba allí al lado, junto a otros muchos restos escondidos bajo el subsuelo de la Catedral y de otros antiguos edificios, o que desaparecieron para siempre reaprovechadas sus piedras en otras vetustas construcciones. Debemos concluir en que no hemos sido finos en la apreciación de restos evidentes que teníamos ante nuestros ojos. 
Pero volvamos ahora al engaño de Máximo y Fromestano. Está fuera de duda de que el documento que recoge el pacto monástico suscrito por el abad Fromestano y su sobrino Máximo, con Montano y los otros monjes, sobre la fundación por ellos del monasterio de San Vicente, es falso. Isabel Torrente ha puesto de relieve últimamente las incongruencias y anacronismos del mismo. Podemos seguir pensando que a mediados del siglo VIII, en 761 si queremos una cifra exacta, unos monjes se instalaron en el solar donde luego creció y se expandió el monasterio de San Vicente. Otros más lo hicieron en el solar de esa vieja colina, de cuyas fundaciones apenas si nos queda la mención del nombre de sus monasterios. Lo que hoy ya no se puede creer es que Máximo encontró aquel lugar desierto. El lugar, que según dice el documento llamaban «Oveto», no era «nemine posidente» (no poseído por nadie) como se dice en él. No era un solar desierto y lleno de maleza que con sus siervos fue desbrozando Máximo, algo había allí, y posiblemente muy importante, aunque en algún momento haya podido estar deshabitado. 
En realidad, la evidencia ahora constatada de la existencia de un «Oveto» anterior a Alfonso II y a los otros reyes de la monarquía asturiana explica mejor o aclara el porqué de la elección de ese lugar como capital de su Reino. Y también la anterior decisión de su padre, Fruela I, de fundar allí una iglesia dedicada a San Salvador y vivir en ese lugar por algún tiempo, pues no se olvide que el futuro Alfonso II nació en Oviedo. Él mismo lo dice en el documento suscrito el 16 de noviembre de 812, por el que hizo a la Iglesia de Oviedo una generosa donación. Este documento, conocido en la bibliografía medieval como el «testamentum» de Alfonso II, no es más que eso, una donación por la que confirmaba la que anteriormente había otorgado su padre Fruela a la misma Iglesia, «para alcanzar perdón para él y el venidero para nosotros», muy posiblemente, como apunta Isabel Torrente, para alcanzar el perdón por el crimen cometido al haber matado con sus manos a su hermano Wimara, «por rivalidades en torno al reino», explicaba la Crónica Albeldense. Sin justificación ni fundamentación documental alguna, se sostiene por algunos que ese año de 812 fue el momento en el que se fundó o estableció la Corte de Oviedo, de lo que no hay ninguna mención en este testamentum, pese al discurso histórico que le precede."

Las tiendas de recuerdos delatan que estamos en las zonas más visitadas y turísticas de la ciudad. Estas casas aprovechan el espacio a lo alto y al fondo, pues muchas no suelen tener demasiado mirando a la calle


Como contraste, dos grandes caserones, de diferente época y estilo, flanquean el final de la calle y su salida a la gran Plaza de Alfonso II El Casto, el de la izquierda de noble fachada de piedra de sillería y balcones de hierro forjado


El de la derecha, de finales del siglo XIX y cuya entrada principal mira a la plaza, es otro de los numerosos proyectos del arquitecto Juan Miguel de la Guardia y forma parte de los rehabilitados y reformados para la ampliación del Museo de Bellas Artes de Asturias, según proyecto de Francisco José Mangado, de la que también nos cuentan así en Descubrir el arte: a fecha 12-4-2005, al acabarse estas obras:
"El pasado 31 de marzo se inauguró, tras ocho años de obras, el edificio de la ampliación del Museo de Bellas Artes de Asturias en Oviedo (en la fotografía superior), un proyecto del arquitecto Francisco José Mangado. Este nuevo edificio comprende el espacio ocupado hasta el momento por cinco edificios: casas de Solís-Carbajal, del arquitecto Melchor de Velasco, y de Omaña, de los siglos XVII y XVI, respectivamente, los números 14 y 16 de la calle de la Rúa y el número 1 de la plaza de Alfonso II el Casto de finales del siglo XIX, arquitecto Juan Miguel de la Guardia. Hasta ahora el museo ocupaba tres edificaciones vetustas: las casas Oviedo-Portal y Carbajal-Solís y el palacio de Velarde. 
En su propuesta, Mangado respeta la fisonomía de las edificaciones incorporadas; preserva la imagen urbana conservando sus fachadas que, como él describe: “adquieren en el nuevo proyecto dimensión de telón urbano, indiscutible y aceptado, dentro del cual se construye un nuevo edificio que posee su propia fachada. Fachada que se descubre, se adivina, a través de los huecos desnudos, desposeídos de cualquier carpintería, que constituye el tributo ciudadano. Desde el exterior se podrá contemplar una gran construcción luminosa, mitad vítrea, mitad de aluminio, que se proyectará al exterior superpuesta a la historia urbana elaborándose así una imagen fuerte pero compleja para el nuevo Museo de Bellas Artes de Asturias".

A la izquierda aún tenemos un edificio más, el añadido barroco a la Casa de la Rúa, adosado a su edificio original en el siglo XVIII, ampliando la superficie de este histórico palacio que veremos a continuación


Según avanzamos asoma la Casa de la Rúa propiamente dicha, noble edificio de piedra construido en el siglo XV que, por ser de piedra, fue el único que no quemó, aparte de la catedral, de la ciudad en el incendio de la Nochebuena de 1521


Su nombre se debe no directamente a la calle, que era la Rúa Mayor, sino a ser residencia de la familia de la Rúa, mandada construir por Rodrigo de la Rúa, que era contador ('contable' de la Hacienda del Reino) de los Reyes Católicos, si bien sobre un edificio anterior, que por marcas de cantería conservadas era del siglo XIII, que se sabe pertenecía a su padre Alonso Fernández de la Rúa, caballero y fiscal de la Orden de Santiago


Es todo un ejemplo de cómo la nobleza antes feudal y guerrera se hace cortesana, pasando sus edificios de torres defensivas a residencias principales, conservando elementos como las saeteras, acaso más como muestra de antigüedad y abolengo que como elemento bélico práctico. De su etapa como torre defensiva conserva esta fachada principal con su portada de arco dovelado


Acabando el siglo XV, perdido ya su carácter defensivo, se le abre a la torre la Ventana de la Cruz


En esa época se le añade oro elemento, las bolas decorativas de la cornisa


Fijémonos asimismo en los ventanucos característicamente góticos, picudos, en lo alto


Y en los escudos, en el siglo XVIII, pasó a llamarse Palacio de los Marqueses de Santa Cruz del Marcenado tras el matrimonio de Isabel Bernardo de la Rúa con Sebastián Vigil de Quiñones, caballero de la Orden de Calatrava y primer marqués del linaje, distinguido así por Carlos II, por eso se ven estos blasones de la orden en la fachada, siendo entonces cuando se le añade el cuerpo adosado barroco antes citado


A su derecha, la Casa de la Marquesa de San Juan de Nieva, construida en 1899 por uno de los grandes arquitectos del momento Juan Miguel de la Guardia Ceínos, arquitecto municipal que trajo a la ciudad el eclecticismo francés. Ahora es sede el Colegio de Notarios. De estos y de todos los edificios de la Plaza de Alfonso II El Casto hablamos en la entrada de blog a ella dedicada


A la catedral de San Salvador, la Sancta Ovetensis, meta de este, le dedicamos toda una serie, visitándola por fuera y por dentro paso a paso, hacia ella nos dirigimos, no sin antes acercarnos al monumento a Ana Ozores La Regenta quien recibe ante la catedral a todos los que aquí se acercan, especialmente a los peregrinos del Camino de San Salvador, que se topan con ella de frente


La Regenta, obra en bronce de Mauro Álvarez Fernández, es una de las tan destacadas estatuas de la capital asturiana, idealización física de la protagonista de la novela de Leopoldo Alas Clarín en la que criticaba la hipocresía social de las influyentes capas medias y altas de la capital asturiana en la época decimonónica, pero tan extrapolable a otros tiempos y lugares que se dice que, de no haber existido El Quijote, sería La Regenta la novela por antonomasia de las letras españolas


Detrás de ella se extendía, hasta finales de la década de 1920, la calle de la Platería, uno de los conjuntos de casas derribados para hacer esta gran plaza, no sin serias protestas populares apoyadas por personalidades y defensores del patrimonio, como explicamos en la citada entrada a ella dedicada


Al fondo a la derecha, llegan a la catedral los peregrinos del Camino de Santiago del Norte por la calle de Santa Ana procedentes de la Travesía de Santa Bárbara, al pie de la torre románica (que no vemos desde aquí) y de la Corrada del Obispo, a los que nos uniremos al pie de la torre gótica catedralicia, si bien bajo la otra, la Torre Vieja o románica, está la Puerta de la Perdonanza, por donde entran tradicionalmente los peregrinos del Jubileo de la Santa Cruz, promulgado por el papa Eugenio IV en 1438, lo que intensificó aún más las peregrinaciones salvadoranas ya bien propagadas por el dicho, célebre en toda Europa de "quien va a Santiago y no al Salvador, visita al criado y olvida al Señor"


Más a la izquierda hay una torre, llamada la 'hermana pequeña de la torre de la catedral', que es la del convento de San Pelayo, frente a cuya fachada principal llegan al Antiguo los peregrinos del Camino del Norte, pasando seguidamente delante del de San Vicente, este desamortizado, cuya iglesia es ahora la de Santa María la Real y su claustro el Museo Arqueológico de Asturias


Y enfrente de la torre, delante de la capilla barroca de Santa Eulalia, una de las añadidas a la catedral gótica, se encuentra la estatua de Alfonso II El Casto, obra del artista Víctor Hevia a la puerta del Jardín de los Reyes, dedicado a los monarcas asturianos


Se ve al rey mirando hacia esta 'su' plaza y, directamente, a los peregrinos que a ella llegan por el Camino del Salvador...


También a los que vienen por el Camino del Norte y prosiguen a sus pies hacia las calles del Águila y Gascona o, comenzando el Camino Primitivo, hacia la Rúa de los Albergueros o calle Schultz. Y es que aquí, en el suelo, se encuentra la famosa placa de bronce que señala esta unión de caminos, donde uno acaba, otro prosigue y un tercero empieza...








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