El Camino llega a Paladín |
El Camino Primitivo de Santiago llega a Paladín, en el valle del río Sotu, río La Riera o Río Paladín, poco antes de que este entregue sus aguas al Nalón al sur de este pueblo de la parroquia de Valdunu, al que llegamos pasando bajo El Castiellu los Vallaos, antiguo castro astur que dominaba este territorio y sus caminos, así como el paso de los ríos, donde con la romanización estuvo la villae de un tal Palatinus que daría nombre al lugar, sito a unos 17 kilómetros de la catedral de San Salvador, comienzo del Camino Primitivo
"En el sitio y término que se dice de Laspra de Santa Eulalia de Valduno se halla otra casa de taberna que sirve asimismo de mesón y hospedaje para los caminantes y la provisión de vino, la que regulan por su arrendamiento en trescientos reales de vellón y la provisión de vino, comida, camas, hierba y cebada para el pasto de las caballerías corre a cargo de don Inocencio Álvarez Valdés, mayordomo de don Diego de Hevia, que es dueño de dicha taberna y mesón".
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José Manuel González y Fernández Valles. Fuente Wikipedia |
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Foto: Facebook Castros de Asturias |
El Camino de Santiago pasará luego detrás de ella, donde estuvo El Chigre Paladín o Casa Manolo Paladín, que tuvo bar y comercio, celebrándose en su época animados bailes
Más atrás asoma Villa Palatina, restaurante y albergue turístico especialmente vinculado al alojamiento de peregrinos, que nos acercaremos a visitar. Fijémonos en la máquina de bebidas existente en el cruce, donde se nos señala el desvío para ir allí
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Tirso de Avilés por Carlos María de Luis García-Montoto |
"De planta rectangular, su antigüedad viene atestiguada por la sobriedad y robusted de su factura, con empleo de sillares en las cadenas esquineras y en las marcaciones de los vanos, con perfecta simetría de ventanas en la planta baja y de balcones en el primer piso, con un corredor enrasado desde el que domina una amplia panorámica de la vega del río Nalón. El escudo familiar campea en la fachada principal."
El Camino baja suavemente a Paladín y, aunque pisando asfalto, es sumamente precioso y agradable de caminar: La Carrilona, aumentativo de 'carril', un tipo de camino de carros, como debió ser en su tiempo esta carretera local
"Florinda Álvarez, fundadora de Casa Florinda de Puerma (Las Regueras) falleció hoy casi centenaria, con 99 años. Nacida en Paladín el 6 de enero de 1922, se casó con José Suárez de Puerma. Tuvo una hija, Adamina, que quedó viuda hace pocos años y por lo que Florinda quedó muy apenada, una nieta, Begoña y dos bisnietos Pablo y Noelia. Florinda fue una mujer muy querida y admirada.
Procedía de una familia de nueve hermanos que quedaron muy pronto huérfanos de padre y madre y por este motivo asistió al colegio de monjas de Colloto junto a sus hermanas. Ya desde joven destacó por ser emprendedora. Era de «las lecheras del tren» como así se las conocía. Recogía leche por el concejo y utilizando la FEVE que pasaba cerca de su casa, la llevaba a vender por todo el recorrido. Empezaba en Trubia y acababa por los pueblos de la cuenca minera hasta donde llegaba el ferrocarril.
En 1960, ya viuda, abrió el bar Casa Florinda que en unos años se convirtió en un templo gastronómico con clientes de toda España e incluso hay emigrantes en distintas partes del mundo que acuden fieles a su cita con los fogones de Florinda, cada verano. La fabada, el pote, la carne guisada y el arroz con leche son sus platos estrella. Hace unos años que son su hija y su nieta las cocineras pero hasta hace unos días que tuvo que ser ingresada por un problema respiratorio, Florinda recibía en su sillón de mimbre a la izquierda de la puerta, a todos los clientes. Cuando pudieron abrir de nuevo tras los meses de confinamiento, le hicieron una protección con cristal en su sitio de siempre, desde donde era asidua lectora de La Voz del Trubia. Desde la redacción del periódico expresamos nuestras condolencias. En su negocio siempre quiso dar cabida a la familia y además de la directa, trabajan dos sobrinas desde hace 35 años."
La Güerta debe su nombre a que este terreno, el más fértil por cuanto próximo al río, debió ser en tiempos, efectivamente, una huerta. La especialización del campo asturiano en pastos hizo que ahora sea pradería de hierba para pasto y siega
Fijémonos, detrás de las casas, en la recta de la carretera AS-372 que, al pie del Palacio de Bolgues, sube hacia Puerma de Riba. Nosotros no iremos por ella sino que antes, cruzando el río Sotu por el puente al lado de Casa Manolo'l Paladín, iremos a la izquierda rumbo a Puerma de Baxo tomando el camino de Peñaflor
El Camino baja poco a poco hasta llanear al llegar a las primeras casas, con la del mesón de Laspra en primer lugar, después la de Manolo Paladín y fuera del Camino pero en la ruta a Villa Palatina, aquella donde nació José Manuel González. Esta es su biografía en la Real Academia de la Historia:
"Nacido en el caserío de Paladín, parroquia de Valduno (Las Regueras), de familia aldeana. Niño aún, ayudó a lavar piedras y a recoger restos arqueológicos de la cueva de La Paloma, próxima a su hogar, excavación emprendida por el geólogo E. Hernández Pacheco, el conde de la Vega del Sella y otros, pertenecientes a la Comisión de Investigaciones Paleontológicas y Prehistóricas de la Junta para la Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas de Madrid.
Se despertaron así, en su infancia, sus primeras inquietudes culturales. Cursó el bachillerato en el colegio diocesano de Valdediós (Villaviciosa) y se relacionó con distintos profesores del colegio y arqueólogos amateurs, que iniciaron la excavación de varios túmulos dispersos en la sierra plana de La Borbolla (Llanes).
De esta forma, José Manuel González aprendió la singularidad de dichos monumentos tumulares y su origen histórico. Su juventud le sorprendió en medio de los aconteceres de octubre de 1934 que le hicieron conocer la amarga experiencia de la voladura intencionada del instituto masculino de Oviedo y la muerte de varios compañeros del seminario, lo que le llevó a reconsiderar su presunta vocación eclesiástica y dedicarse a la docencia, primero como maestro nacional en los años de la posguerra en el colegio Hispania de Oviedo, con profesores depurados. A la vez, estudió por libre Filosofía y Letras (especialidad de Filología), obteniendo la licenciatura en la Universidad de Salamanca (1944). Pronto fue nombrado director del colegio de Grao y, en 1952, encargado de la cátedra de Fundamentos de Filosofía e Historia de los Sistemas Filosóficos en la Universidad de Oviedo.
Por entonces pudo ingresar en la Diputación, siendo nombrado oficial mayor del Instituto de Estudios Asturianos del que, años después, fue desplazado para otro puesto administrativo. Tuvo que buscar la subsistencia material dando clase en colegios privados y asumiendo interinidades universitarias, aunque supo aprovechar domingos y festivos para iniciar una exploración metódica del Principado, delimitando territorios.
Por entonces redactó su Toponimia de una parroquia asturiana (1959) y un catálogo toponímico de Valduno (1947), a la vez que descubrió una enorme estela romana que regaló al Museo Arqueológico de Oviedo, cuya dirección asumió F. Jordá. Tiempo después, inició en Las Regueras prospecciones varias que le permitieron, durante los tres decenios siguientes, localizar centenares de túmulos prehistóricos, pero también castiellos y vallaos que le dieron pie para iniciar un gran inventario sobre los castra asturianos, ya de la Edad de Hierro, tras exploraciones varias, utilizando, sobre todo, como fuente de sus pesquisas el Diccionario de Pascual Madoz. En 1973, creada la Sección de Historia en la Universidad de Oviedo por iniciativa de Eloy Benito Ruano, se reincorporó a la docencia como profesor interino de Historia Antigua y también Prehistoria y, a la vez, dedicar su tiempo libre para identificar la que hoy se llama civilización castreña de Asturias, pareja a la ya desvelada en Galicia.
Así, su catálogo inicial de 1966 lo completó con una addenda espectacular, que causó conmoción en todo el noroeste, permitiendo conocer la Protohistoria asturiana. De aquí que J. Uría pudiera comentar: “Claro, José Manuel pateaba los montes mientras nosotros parloteábamos en los cafés”. Todos estos trabajos permitieron a su autor identificar casi un total de seiscientos castros indígenas, muchos romanizados en distintos lugares, ya en el litoral, ya en amesetamientos, ya en sierras peniplanizadas, que permitirían una nueva visión de la Asturias prerromana, incluso tras el fallecimiento de José Manuel González con la excavación y estudio de varios castros (Sanchuis, Narón, La Campa Torres, Morrión, San Isidro, Chao San Martín, etc.). Por otra parte, José Manuel formó alumnos singulares, como el finado J. L. Maya, Miguel Ángel de Blas Cortina —catedrático de Prehistoria en Oviedo— y José Adolfo Rodríguez Asensio —director general de Universidades e Innovación Tecnológica—, especializado en Paleolítico Inferior. También, en cierto modo, a A. Villa Valdés, feliz excavador del castro de Chao San Martín (Grandas de Salime).
Para un conocimiento bibliográfico de la obra puede consultarse la bibliografía que figura en el tomo II de Historia de Asturias de Editorial Ayalga (Asturias Protohistórica), coordinado por E. Benito Ruano (1978, passim). Por otra parte, los Coloquios de Arqueología en la Cuenca del Navia (Navia, 2002) (ed. a cargo de Miguel Ángel de Blas y Cortina y Ángel Villa Valdés), que fue una publicación dedicada a José Manuel González, amplía claramente su semblanza biográfica."
El historiador Ernesto Burgos, por su parte, le dedica este hermoso artículo en La Nueva España del 7-3-2017 titulado El caso del grabado escurridizo:
"José Manuel González y Fernández-Valles fue el padre de la arqueología moderna en Asturias. De sus enseñanzas bebieron los maestros que luego desarrollaron esta disciplina en las últimas décadas del siglo XX y se convirtieron a su vez en formadores de las promociones más jóvenes. Sus publicaciones de los años 70 siguen manteniendo su carácter de referencia indispensable para estos estudios, aunque lógicamente, los descubrimientos de nuevos yacimientos y los avances tecnológicos que él no llegó a conocer han forzado a actualizar o revisar alguna de sus tesis. Había nacido en Paladín, un lugar de la parroquia de Valduno, en Las Regueras, en 1907, y curiosamente sus estudios no se dirigieron a la historia, sino al magisterio y la filología. Se licenció en Salamanca en 1944, fue director del Colegio de Grao y responsable desde 1952 de una cátedra de Fundamentos de Filosofía en la Universidad de Oviedo, donde se doctoró en 1959 con la tesis "Toponimia de una parroquia asturiana". Luego, cuando se creó en 1965 la sección de Historia en la misma Universidad, se dedicó a recorrer a pie la mayor parte de nuestros concejos para buscar y reconocer sobre el terreno cientos de lugares susceptibles de interés arqueológico.
Sin embargo, su vocación por esta disciplina no llegó en ese momento. Según contó Miguel Ángel de Blas Cortina, uno de sus discípulos más queridos y dignísimo continuador de sus investigaciones, fue en agosto de 1947 cuando observó junto al muro de una huerta colindante con la iglesia parroquial de Valduno una piedra de más de 1,20 metros de alto que le llamó la atención. Mandó voltearla y se encontró con la estela funeraria de Sestius Munigálicus, datada en el siglo I de nuestra era, que donó al Museo Arqueológico de Oviedo; este hallazgo animó un interés por las prospecciones y la historia que ya no abandonó nunca. Basado en este incesante trabajo de campo publicó numerosos artículos en revistas especializadas. Relacionarlos en esta página es imposible, pero hay uno que por su importancia es preciso citar: la "Catalogación de castros asturianos", que vio la luz en 1966 dando validez científica a un periodo de nuestro pasado que hasta entonces solo podía suponerse.
Esta recopilación de yacimientos se completó en 1973 con "Castros del sector lucense y otros no catalogados" y un "Recuento de los túmulos sepulcrales megalíticos de Asturias", fruto asimismo de innumerables recorridos por las montañas regionales, dándose la circunstancia de que en aquellos años de efervescencia política sus descubrimientos trascendieron lo meramente histórico para convertirse sin quererlo en una de las referencias que alimentaron el nacionalismo asturiano, entonces en gestación. José Manuel González también estudió y clasificó yacimientos del Paleolítico Inferior y Medio, villas romanas, castillos medievales y piezas de todo tipo, sin abandonar los estudios de toponimia, lingüística o etnografía, compaginando la enseñanza universitaria y la vida académica con sus travesías por la montaña; así mismo fue miembro de número de la Real Academia de la Historia, del Instituto de Estudios Asturianos y de la Asociación Española de Etnología y Folclore. Pero ahora queremos detenernos en una de sus publicaciones, que incluyó en un volumen de la revista Archivum en 1975 con el título "Estaciones rupestres de la Edad del Bronce en Asturias".
Se trata del resumen de cinco años de rastreo por los concejos de Asturias buscando las estaciones rupestres de la Edad del Bronce. Fundamentalmente grabados sobre roca; arte mueble, esto es el realizado sobre objetos sueltos y también pinturas, aunque estas, como pueden ustedes suponer, son mucho más escasas por que las inclemencias de nuestro clima y el propio paso del tiempo las han hecho desaparecer más fácilmente. En pocas páginas José Manuel González fue describiendo sus hallazgos, aportando las fechas de los descubrimientos, el nombre de sus acompañantes, algunos datos sobre las propias rutas y también las fotografías de los lugares más destacados. Así sabemos con relación a la Montaña Central, que el 25 de abril de 1971 encontró un cruciforme en un peñascal de las inmediaciones del Picaxu, en la sierra de Fayeu, que parte términos entre Oviedo y Langreo, y en otras dos ocasiones, ya en 1974, en la misma zona, primero otra roca con dos orificios y luego una más con otro cruciforme, algún canal y una cazoleta.
Los cruciformes, como habrán deducido por la misma palabra, son grabados en forma de cruz y las cazoletas pequeños receptáculos hechos por el hombre sobre la roca presentando diferentes tamaños, formas y profundidades, que muchas veces aparecen enlazados por pequeños canales, también de distinta anchura y calado. José Manuel González no aventuró ninguna teoría sobre la finalidad de estos orificios y actualmente los investigadores tampoco se ponen de acuerdo para resolver esta cuestión, dejando abiertas todas las posibilidades, ya que mientras algunos parecen servir para recibir algún líquido e incluso sustentar algún mástil, la escasa profundidad de otros lo hace imposible.
Igualmente, el 16 de noviembre de 1973 localizó la estación dolménica de Los Cuetos cercano a la campera del Españal, al norte de Blimea, y el 19 de mayo de 1974, acompañado por el lavianés Alejandro González Onís, en Peña Corián, en el alto del cordal que separa Villoria y la Pola de Laviana, más insculturas que calificó como muy notorias, repartidas en tres rocas, una de ella con 66 cazoletas. Ya en Mieres, el 25 de junio de 1974, en lo alto del cordal de Ablaña pudo ver una gran losa suelta con cazoletas profundas y algunos canales y un mes más tarde, en el Sierru Les Muries, en la ladera occidental del picu Polio, otra estación dolménica con más grabados y 200 metros al suroeste de estos restos un peñasco también cubierto de insculturas en la Peña El Rebullusu.
Junto a estos descubrimientos anotó en la frontera astur-leonesa limítrofe del concejo de Lena unas figuras muy pequeñas realizadas con trazo fino y difíciles de distinguir a primera vista. Pero en este listado de hallazgos hay uno que lleva décadas trayendo de cabeza a muchos mierenses, entre los que me incluyo, porque a pesar de que lo hemos buscado de todas las formas posibles y en repetidas ocasiones, no hemos podido localizarlo. Se trata de un antropomorfo, esto es un grabado que recuerda la figura humana, del que solo conocemos una fotografía y la reseña que sigue: "En una travesía por el cordal de Llongalengo, que separa los valles de Aller y de Turón, realizada el 4 de julio de 1974, localizamos en lo alto de un estrato de arenisca cerca del Pico Navaliego tres piedras con cazoletas que en total suman 11, de las que la más honda, abierta de arriba abajo ocupa el punto más alto del crestón. Finalmente en otra travesía complementaria de la que se acaba de indicar, partiendo del término de Pandoto en el propio cordal de Llongalendo, llevada a cabo el 12 de septiembre de 1974, localizamos sucesivamente marchando de Oriente a Occidente, varias cazoletas en rocas espaciadas, un antropomorfo y algún otro elemento en unas rocas situadas sobre el lugar de Grameo, en el concejo de Mieres, y otra estación con recipientes cuadrados y otros motivos en el Pico El Salguero, del concejo de Mieres".
El trabajo de la revista Archivum que hoy estamos comentando añade más datos de aquella subida a Llongalendo como la forma, profundidad y disposición de las cazoletas encontradas y el nombre de quien estuvo aquel día junto a José Manuel González -Alejandro G. García, uno de sus acompañantes habituales-, pero nada más sobre el pequeño ídolo de Grameo, cuya imagen se ha convertido poco a poco en un símbolo local, motivo de pegatinas y cabecera de panfletos asturianistas en los años 80, repetido en chalecos de grupos de baile y hasta emblema del polideportivo de Santa Cruz. Ya supondrán la importancia que puede tener cualquier noticia que alguno de ustedes pueda aportar sobre este grabado. El padre de la arqueología asturiana falleció el 20 de julio de 1977.
Según recuerda Miguel Ángel de Blas era un hombre infatigable, que cuando caminaba sólo se detenía para consultar sus mapas entelados o para comer sus frugales bocadillos de tortilla francesa, fruta o dar un trago de la cantimplora. Él lo había acompañado el 2 de marzo de 1977 en la que fue su última excursión, precisamente por los montes de Zureda, en Lena, visitando el castro de Las Coronas y los túmulos del Resechu y El Pando en el cordal Lena-Quirós, "En una jornada de sol que apuntaba la primavera, fue, después de tantas correrías durante decenios, la marcha más lenta y fatigosa de José Manuel. Hacía alto con progresiva frecuencia, llegando a tenderse algunos minutos sobre el anorak. Su organismo, entonces no lo sabíamos, estaba ya minado por un implacable cáncer de esófago". La muerte pudo con él, pero no con su obra que sigue alimentando nuestra historia".
Estamos pues en un lugar marcado por la biografía de dos excelsos personajes de la Historia y para la Historia de Asturias, José Manuel González en su pueblo de Paladín y Tirso de Avilés y Hevia en su palacio natal de Bolgues, que vemos ahora encima de Casa Manolo Paladín. Esta es la biografía del religioso historiador en la Real Academia de la Historia, que no obstante pone "¿Oviedo?" con símbolos de interrogación como lugar de nacimiento, así como 1537 como posible fecha del mismo y "21.XI.1598" como segura de la de su fallecimiento :
"Fue el primogénito de los diez hijos —tres hombres y siete mujeres— que tuvieron Gaspar de Avilés y Catalina Alonso de Hevia, naturales de Avilés y vecinos de Oviedo. Su padre fue alférez del concejo de Miranda, señor de la casa de Bolgues en el concejo de Las Regueras por él adquirida, regidor perpetuo de Oviedo y escribano de número de esta ciudad y de su audiencia episcopal. Los apellidos de su madre hacen pensar que procedía de familias del concejo de Siero, entre los que destacó el canónigo Juan de Siero.
Los enterramientos de Gaspar de Avilés y Catalina Alonso de Hevia, con escudos labrados y epitafios, están en el convento de Santo Domingo de Oviedo.
La investigación de José Argüelles demuestra, además de la fecha y el lugar de nacimiento de Tirso de Avilés —como circunstancias mucho más probables de lo que venía afirmándose hasta ahora—, el hecho un tanto singular de que fue nombrado por una bula del papa Paulo III en 1549, cuando tenía doce años de edad, canónigo de la catedral de Oviedo, para ocupar la canonjía que había sido de su tío materno, el citado Juan de Siero. Ello le permitió adquirir una formación intelectual notable. Al haber seguido la carrera eclesiástica, renunció al mayorazgo, al igual que su segundo hermano, por lo que éste pasó al tercero de los hermanos, Pedro de Avilés, en 1541. En el cumplimiento de sus obligaciones como miembro del Cabildo destaca la redacción, junto a otros canónigos, como Alonso Marañón de Espinosa, de los estatutos y constituciones para la Santa Iglesia de Oviedo, obra culminada el 12 de enero de 1587; la realización de apeos de propiedades del cabildo catedralicio en el concejo de Llanera, el informe de la comisión sobre el asentamiento de los jesuitas en Oviedo, dictámenes sobre pruebas de genealogía y limpieza de sangre, o que ejerciera como notario apostólico en el traslado del cuerpo de Pedro Menéndez de Avilés desde Llanes hasta la iglesia de San Nicolás en Avilés, donde fue enterrado el Adelantado de la Florida en noviembre de 1591.
Su trabajo en el archivo de la catedral ovetense favoreció que escribiera sobre heráldica, epigrafía e historia de Asturias, por lo que se considera a Tirso de Avilés como el primer genealogista asturiano. Su obra Armas y linajes de Asturias y antigüedades del Principado, que circuló manuscrita durante muchos años, fue redactada (c. 1590) poco después que el Viaje de Ambrosio de Morales y antes que las Antigüedades y cosas memorables del Principado de Asturias, de Luis Alfonso de Carballo. Fue testigo y narrador de acontecimientos que relata, como la llegada a Oviedo de los restos del inquisidor Fernando de Valdés Salas, fundador de la universidad, y de otros sucesos notables acaecidos en su ciudad de residencia. Fiel en la descripción de los hechos que conoce de primera mano, no resulta tan fiable en cuanto a las afirmaciones que hace sobre genealogías de apellidos nobiliarios, según las características de obras de este tipo.
Murió Tirso de Avilés en la fecha arriba reseñada y no el 9 de julio de 1599, como venía afirmándose hasta ahora y no como consecuencia de la peste que asolaba entonces la ciudad. Fue enterrado en la capilla de Santa Catalina de la catedral de Oviedo a la que donó el retablo de la Transfixión de Nuestra Señora, actualmente en la girola de una de las capillas de dicha catedral."
¡Ay de la fonte serrana!
¡Ay del penosu llugar,
qué sola ta la quintana!
Ya les mucines non van cortexar,
curre que curre, camín de la fonte,
onde se xunten, allegres, so’l monte
tan que les vieyes encarnen el llar.
Ya na quintana, detrás la llabor,
fala que fala, la xente non posa
de la que vida fo’ntós llaboriosa
y hoy non ye cosa que triste dolor.
Ya, mien que se oi la pipera ruxir,
friega que friega les fresques ferrades,
non canten, non, nin cortexen sentades
hasta que entaina la lluna a llucir.
Nin les esquiles que marquen el son,
dale que dale, del pasu l’hacienda,
nin los que lleguen de fer la mulienda,
nin la collecha que taba’n sazón.
Nada nin nadie de’ntós se ve ya…
¡Ay de la fonte serrana!
¡Quintana de soledá!
El lugar donde está la fuente se reconoce por su lavadero de piedra, de una sola agua y cercano a la casa natal y al camino a Villa Palatina
En la bifurcación de Casa Manolo'l Paladín el Camino sigue a la izquierda hacia el puente, del que vemos su barandilla, pero para ir a Villa Palatina iremos primeramente a la derecha
Un pequeño cartel señaliza además, a la derecha, la FUENTE LAVADERO LA SIERRA
José Manuel González y Fernández Valles nació además al pie de uno de los castros que él identificó, basándose en tradiciones y leyendas locales, hallando en base a ello sus restos materiales, el del Castiellu los Vallaos, situado en la corona de este promontorio, en el extremo meridional del Monte la Parra, que separa La Veiga Valdunu de este valle del río Sotu o Paladín
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Dibujo de José Manuel González. Fuente Ástures |
"Uno de los castros a los que José Manuel González dedicó unas líneas más en detalle que al resto fue este de Los Vallaos. Situado cerca de la localidad de Valduno, recuerda en su forma triangular a otros castros del centro de Asturias. Se eleva unos 135 metros sobre el nivel del mar en un espolón calizo que domina la vega del Nalón.
Posiblemente la toponimia, como ya apuntara José Manuel González, hace referencia a los restos defensivos de este castro. Os recomiendo la lectura del artículo que dedicó a tres «castiellos» del centro de Asturias, donde hace una pequeña reseña a cómo castro y castiello no siempre significan lo que pensamos. El ilustre reguerano conocía bien las defensas de este poblado.
Me detengo un momento a incidir en lo fascinante que es ver los dibujos de castros de José Manuel González. Tuve la oportunidad de ver alguno en la pequeña exposición que le dedicaron en el Arqueológico y en vivo son una maravilla.
Describe un foso en V que se divide en otros tres hacia el sector noroccidental. Hacia el este aparece otro ancho foso que se dirige hacia el Nalón. Los materiales recogidos en este castro parecen de época romana principalmente según González. Le atribuyó su fundación a un posible puesto de vigilancia de la vieja vía romana que seguiría el camino Real a orillas del Nalón.
La gente del lugar creía que era un «castillo de los moros» y también una mina romana. Lo cierto es que el yacimiento ha sido dañado en el siglo XX por la actividad agrícola y por la instalación de una torre de alta tensión. El trazado viario de la vecindad también ha dañado las defensas y hoy ya no se ve nada del mismo."
"En la Taberna de Paladín había baile los domingos, amenizado por una pianola. En 1935 se pagaba una perrona por entrar. En aquella época se bebía mucho y muchas veces acababan peleados, otras cantando. Entre los que cantaban destacaba Reinelio de Silvota, Vino de Flora y Silvino de Puerma".
"Historiografía
Descubierto por José Manuel González y Fernández Valles el 4 de julio de 1948, el mismo autor lo reconoció nuevamente en los años 1968 y 1976, publicando un artículo sobre el mismo en 1952. También ha sido descrito e incluido en 1995 en el Inventario Arqueológico del concejo por Leonardo Martínez Faedo y Fructuoso Díaz García.
Régimen de Protección Legal
Incluido en el Inventario del Patrimonio Cultural de Asturias (IPCA) el 23 de diciembre de 2013 y en el Catálogo Urbanístico del concejo.
Descripción Arqueológica
Se localiza en un promontorio o espolón fluvial en ladera, a 123 msnm, en el ángulo SW del Monte de La Parra.
Recinto de dimensiones pequeñas, unos 50 x 40 metros, de planta subtriangular, ligeramente buzonado hacia el S y superficie llana, sobre la que se aprecia abundante piedra suelta en su interior. En la cabecera NE, se documentó un montículo cónico definido por un gran derrumbe con forma de media luna, coronado por un hoyo de 7 a 8 metros de diámetro y 1 metro de profundidad, también interpretado como bastión. El sistema defensivo está compuesto por un monumental conjunto de fosos con contrafosos intermedios y trazado en ángulo. El foso interno, en su tramo más alto, en el sector NW, llega a medir 34 metros de ancho y 10 de profundidad. El segmentos que protege el flanco oriental desciende ladera abajo a lo largo de unos 150 metros, con un ancho de 10 a 12 metros. El segmento occidental se bifurca en dos fosos en la parte alta que descienden en paralelo por la vertiente NW. Después de un parapeto intermedio se abre un tercer foso, que con un trazado en ángulo discurre en paralelo a los internos (González y Fernández, 1964; Martínez Faedo, Díaz García, 1995; Fanjul Peraza, 2005, 2014).
Cultura Material
En la ladera meridional, en la heredad denominada La Viña el Pico, Gonzáles halló un docena de pequeños fragmentos de tégula y un ímbrice (González y Fernández, 1964; Martínez Faedo, Díaz García, 1995). Fernández Ochoa (1982), también recogió en superficie tejas y ladrillos romanos.
Periodización
Romana indeterminado (Maya, 1988).
Estado de conservación
El gran foso fue modificado por una pista forestal, una torreta de electricidad se levantó en el recinto, saqueo del bastión por buscadores de tesoros (Martínez Faedo y Díaz García, 2005).
Leyendas y tradiciones
Para los vecinos fue un castillo de moros, vestigios de explotaciones mineras y lugar donde había escondidos tesoros (González y Fernández, 1964; Martínez Faedo, Díaz García, 1995)"
Cuando Villa Palatina abrió sus puertas, la mencionada corresponsal de La Voz del Trubia Esther Martínez acudió también aquí para realizar este reportaje publicado el 28-5-2019:
"Villa Palatina tiene una puerta al río y está en la primera etapa del Camino de Santiago Primitivo, que transcurre entre Oviedo y Grado. Aunque pueda parecer por su nombre una construcción noble en realidad es una antigua y robusta, casona asturiana de los años 40 del pasado siglo, situada en el pueblo de Paladín, parroquia de Valduno, que se ha convertido por medio de una sociedad familiar en el primer albergue turístico de Las Regueras.
Rehabilitada con mimo y detalle por Tatyana Arango y Arantza Madrigal, hija y madre, que aún se emocionan al recordar las numerosas trabas burocráticas y de construcción y el apoyo incondicional de algún familiar, como su primo Víctor, que fue un pilar muy importante. Arantza, una vasca afincada desde hace cuarenta años en el concejo de Grado, que antes fue ganadera, tenía por cumplir su sueño, tener una casa de comidas pequeña.
Tras varios años trabajando en empresas turísticas en Cataluña y Canarias, Tatyana que es licenciada en Educación Física, máster en Ocio por la Universidad de Deusto, que completó con un Ciclo Formativo en Animación Deportiva, y con varios cursos de intérprete de lengua de signos y mediadora, decidió que ya era hora de aunar su experiencia laboral con su formación académica, volver a casa y emprender junto a su familia una aventura que estuviera relacionada con el turismo.
Hizo cursos de emprendimiento en Valnalón, en el Instituto Asturiano de la Mujer y empezaron a soñar en octubre de 2016 un proyecto que vio la luz a mediados del pasado mes de abril. “Tenía que ser en Las Regueras; después de hacer un plan de empresa y un estudio de mercado pensamos en un albergue de primera categoría, solo alojamiento, pero luego decidimos que ya puestos sería de categoría superior. Contaba con el gran apoyo y conocimiento de mi madre y como locas nos pusimos a buscar casas. A esta llegamos de casualidad y las negociaciones para su compra duraron siete largos meses”.
Recibieron ayuda de los fondos Leader para la inversión, por medio del Grupo de Desarrollo Rural del Camín Real de la Mesa.
La propiedad cuenta con treinta y siete plazas distribuidas en varias habitaciones, una de ellas adaptada para personas con movilidad reducida.
“Hemos dado trabajo a otras dos personas, una ayudante de cocina y una ayudante de camarera. Hemos apostado por ofrecer una cocina con lo mejor de la gastronomía vasco-asturiana”.
Arantza Madrigal ya piensa en hacer pucheros en olla ferroviaria, una costumbre arraigada en su tierra en la época de la construcción del ferrocarril. “Se trata de cocinar en una olla, atizado bajo un cono de hierro con carbón vegetal y todo ello hecho al aire libre. Ya estoy pensando en el próximo fin de semana que haga bueno, en una buena fabada”.
Tienen servicio de restauración, con menú diario y de festivo, y “bajo demanda, nuestros platos estrella serán la chuleta a la plancha de la ganadería de mi marido y el bacalao al pil-pil. Apostaremos también por los productos de proximidad, como las frutas y verduras que nos llegan de las huertas cercanas y los tomates los cultivamos en Casas del Monte, en nuestro propio invernadero”, afirman.
Sus primeras clientas fueron dos rusas que decían que tenían hambre, en la mañana anterior a la apertura, y se encontraron con la dificultad de que no las entendieron, aunque Tatyana habla inglés, francés y algo de alemán. “Recuerdo que pedimos una barra de pan en casa del vecino, y les hicimos unos bocadillos de salchichón que no les quisimos cobrar ya que estábamos en plena faena de la inauguración, que era esa misma tarde. Nos dejaron cinco euros de propina y nos apetecía enmarcarlos. Sus segundos clientes, fueron sus vecinos después del día mismo de la inauguración a la que asistieron unas sesenta personas.
“Se nos pasó invitar a mucha gente por los nervios y queremos dejar constancia de que sentimos mucho no haber tenido más tiempo; al final vinieron unas sesenta personas, entre ellas el presidente de la Asociación de Amigos de la Ruta Norte del Camino de Santiago, Laureano García, de lo que estamos muy orgullosas”, comenta Tatyana.
Tienen en mente ampliación de servicios: transporte de maletas, taller y parking de bicicletas. “Lo que sí tenemos ya es espacio para los caballos, que nos han cedido unos vecinos, y en el jardín vamos a poner una zona de juegos con camas elásticas y de cara a la temporada baja, pensamos en la posibilidad de retiros de yoga y de fin de semana , conferencias y cursos para empresas, cumpleaños, etc. Queda mucho por hacer”, concluyen.
No falta detalle; un txoco, con barra interior y exterior, una palabra en euskera, que significa rincón o sitio donde se reúnen las asociaciones o las cuadrillas. Con una barra exterior con terraza y otra interior con chimenea. Una puerta al río en la que unos troncos a modo de asiento permitirán a los peregrinos refrescarse en las limpias y frescas aguas que nacen en los altos de Cogollo. “Mi hijo también forma parte de este proyecto”, apostilla Arantza Madrigal. “Y mi marido y mi padre”, afirma Tatyana, “han trabajado duro, tallando madera, pintando y estando pendientes de todo”. Un alemán era, en ese cálido día de primavera, el primer peregrino en pernoctar en Paladín, lugar que antaño fue también de descanso de caminantes que iban a Compostela. El Mesón de Laspra, situado entre los ríos Paladín y Nalón, era según consta en documentos hallados por el estudioso reguerano, José Manuel González y Fernández-Vallés, quien proveía a los peregrinos de comida y cebada y hierba para las caballerías. Hace varios siglos estaba arrendado por trescientos reales de vellón. Hoy Villa Palatina con un moderno sistema de calefacción de paneles solares fototérmicos, de suelo radiante con apoyo de aerotermia y manantial propio, rememora la historia hospitalera."
"A 299,5 kilómetros de Santiago, concretamente en la primera etapa del Camino Primitivo, los peregrinos que salen desde Oviedo tienen a su disposición el albergue turístico Villa Palatina. Se encuentra ubicado en el pueblo de Paladín, en el concejo de Las Regueras, siendo así el primer albergue turístico de la zona.
Su propietaria es la ovetense Tatyana Arango, que junto a su madre, Arantza Madrigal, natural del País Vasco, inauguró el albergue en el mes de abril. Un espacio en el que los peregrinos pueden encontrar cama y comida, las dos cosas imprescindibles para coger fuerzas durante las etapas.
«Era una necesidad básica, porque desde El Escamplero hasta Puerto de la Flor no había un lugar donde alojarse, a excepción del albergue municipal», explica Arango, que se embarcó en esta aventura después de estudiar Educación Física y un curso de Interpretación de Lengua de Signos; además de haber trabajado en animación y en la hostelería. La idea surgió a raíz de visitar el albergue que unos amigos tienen en Grandas de Salime. «Mis padres son ganaderos y queríamos ofrecer nuestro producto y dar un servicio que no daba nadie», indicaVilla Palatina cuenta con 37 plazas distribuidas en cuatro habitaciones colectivas, varias dobles y una triple, con todas las comodidades posibles. El albergue también está preparado para acoger a personas con movilidad reducida, o con dificultades auditivas -ella maneja el lenguaje de signos- o visuales. Además de dar cobijo a los peregrinos, Villa Palatina es una casa de comidas con menú diurno y nocturno, menú especial de fin de semana, y especialidades bajo reserva, como el entrecot y chuleta de ternera de la ganadería familiar, o el bacalao al pil pil, «haciéndole un guiño a la cocina vasca».
En el exterior, la antigua casona sobre la que está Villa Palatina cuenta con una zona de terraza al lado del río de Soto.
«Al final aquí toda la familia ayuda. Lo que queremos es ofrecer acogida a los visitantes. Queremos que se sientan como en casa, que solo les falten las zapatillas», apunta Arango, quien permanece de lunes a domingo, de 7.30 a 22 horas en el albergue, por el que han pasado 170 peregrinos «de momento».
"Situada en una casona rehabilitada de casi un siglo de antigüedad, en el pueblo de Paladín, Villa Palatina es un albergue turístico de categoría superior que quiere sumir a peregrinos o viajeros en la vida asturiana.
A tan solo 21 kilómetros de la Catedral de Oviedo pero ya en plena naturaleza, el albergue es un punto perfecto para hacer una parada, en el camino o en la vida.
El río Soto, que discurre junto a la casa, permite descansar y refrescar los pies tras una jornada de caminata por los encantadores senderos de la zona como “la senda del oso”, o tras una salida en bici por la comarca. Y en la casa de comidas se ofrecen platos típicos asturianos que reconstituyen cualquier esfuerzo.
El sonido de los árboles, el chapoteo del río, el confort que ofrecen nuestros servicios de alta calidad hacen el resto. Villa Palatina es el lugar para dormir cerca de Oviedo pero lejos de todo."
"Si de algo nos enorgullecemos en Villa Palatina es de nuestra casa de comidas, donde se traslucen todos los pilares de nuestra filosofía. Primero, porque si algo buscamos es la conexión con el territorio, la sostenibilidad del mundo rural en el que hemos crecido, y eso se deja ver en nuestros platos. En Villa Palatina contamos con nuestra propia ganadería y huerto, que nutren de productos a nuestra casa de comidas.
Además, nuestra creencia en el equilibrio, en el respeto a nuestra tierra y a quien la habita, no acaba en el mimo a nuestra materia prima. En Villa Palatina queremos ofrecerle la vía asturiana a todo el mundo, dar lo mejor de nuestra tierra a cualquiera que nos visite, y por ello siempre contamos con menús frescos y equilibrados. Todos están hechos a base de productos de la tierra, con opciones vegetarianas, veganas y adaptables a cualquier tipo de alergia, sobre todo la celiaquía.
Y, por último, en una aventura como esta, donde se mezclan dos culturas tan apegadas a la tradición gastronómica como la asturiana y la vasca, esa doble influencia se tenía que reflejar en nuestra casa de comidas. Es por ello que el cachopo y el bacalao al pil-pil, una bandera de la cocina asturiana y otra de la vasca, son nuestros platos más recomendados.
Ya sea para profundizar en el descanso de cuerpo y mente que te ofrece nuestro albergue, o para hacer una parada gastronómica en tu recorrido, la casa de comidas de Villa Palatina será un placer para tus sentidos.
Si tuviésemos que definir el menú de nuestra casa de comidas en una sola palabra, esa sería el mimo. Porque mimo es lo que nuestra chef le pone a cada plato que sale de su cocina. Porque mimo, calor, confort es lo que quiere transmitir nuestra estancia de comidas, con un ambiente tradicional y relajado. Y porque mimo, también, es lo que ofrece todo el personal a cualquiera que entre por la puerta de la casa de comidas.
Además del mimo, el otro concepto que define a la casa de comidas de Villa Palatina es la fusión de nuestras dos tradiciones: la vasca con la asturiana. Dos culturas muy apegadas a la buena comida, a la gastronomía, y que estábamos obligados a honrar en nuestro menú. Es por ello que nuestros platos más destacados son hijos de esa fusión..."
"Tatiana Arango, moscona de nacimiento, se define como "una loca de la vida". Junto a su madre acabó, de pura casualidad, en el pueblo reguerano de Paladín, abriendo el albergue turístico Villa Palatina.
Licenciada en Educación Física, Tatiana trabajó durante 15 años en Animación Turística en varias empresas del Mediterráneo. Tras hacer un Máster en Bilbao y un breve paso por Lanzarote, decidió regresar a casa y emprender su proyecto. El primer paso, reformar una casona con casi 80 años de historia.
Villa Palatina abrió en la primavera de 2019, con siete habitaciones, capacidad para 38 personas, servicio de restauración y enfocada a todo tipo de turistas. Sin tiempo casi para echar a andar, llegó la crisis del coronavirus.
Tatiana cursó el Ciclo Formativo de Intérprete de Lengua de Signos, servicio por el que apuestan en el establecimiento.
Tras reabrir sus puertas hace unas semanas, Tatiana ve el futuro más inmediato con optimismo. Potencial en Las Regueras, dice, no falta. Rodearse de un buen equipo y grandes dosis de ilusión son las claves del emprendimiento rural para esta trotamundos del sector turístico, que ha encontrado en Paladín su proyecto de vida".
"No pueden hacer mejor tándem a la hora de atender al público que se acerca hasta el albergue y restaurante Villa Palatina en Paladín (Valduno, Les Regueres), que el formado por Tatiana Aranda Madrigal y su madre Arancha Madrigal Loza. Ambas mujeres son unas enamoradas de su trabajo y del trato cercano con las personas que se acercan hasta la hermosa casona restaurante donde tiene su sede este albergue turístico de categoría superior."
"Las tres piezas de viñas, la una que habían plantado de nuevo debajo de dicha casa de cinco días de bueyes de heredad. La otra nombrada de Nabes de quatro o cinco días de bueyes, con la de La Baragaña... otra pieza de viña llamada El Tego de los Cestos... así la propiedad de heredad y cepas... Viña del Reguero... Viña Nueva de San Miguel..."
"La bolera del batiente tiene varias partes. En primer lugar está la zona de carrera donde el jugador toma impulso para lanzar la bola, que mide unos 14 o 15 metros. En segundo lugar está la canal, hecha en la tierra, era preciso que estuviese la tierra muy bien asentada, tanto en el fondo como en los laterales, con el fin de que la bola no encontrase obstáculos en su recorrido hacia los bolos. Unos metros más adelante se colocaba una tabla en la canal, a ras del suelo, muy bien asentada, que es adonde hay que pasar la bola para que el tiro sea eficaz. Esto es la tabla de posar o batea. Al final de la canal está situada una losa en forma de rampa y en la parte superior lleva una regadura que es donde se colocan los bolos, en agujeros ya hechos en el suelo, situados a una distancia entre 10 y 14 cm. Se llama solera. Se colocan dos listones o palos, uno a cada lado de la losa y un cable desde uno hasta el otro para colocar los bolos. A esto se le llama batiente. Los bolos tendrán que estar un poco inclinados hacia delante en la parte superior del bolo y hacia atrás en la parte inferior. Así cuando llegue la bola a ese punto, los bolos saldrán volando hacia el armazón de palos, llamado portillo, que está situada a cierta distancia y a una altura considerable. Luego está la cava y la barrera. Los juegos se contabilizan cuando los bolos pasaban por encima de esta barrera de palos, entonces valían 50 puntos, aunque se cuenta también cuando los bolos no llegan al armazón, pero tiene menos valor. En el juego “mano a mano” se gana al hacer 2000 puntos, pero si se juega por equipos hay que ganar dos partidas, cada una con 3000 puntos.
El batiente mide unos 20 o 25 metros de largo, aunque los había de distintas medidas. Los bolos miden entre 11 y 14 cm Son de madera de roble o de acebo y las bolas de madera de encina con un diámetro de 10 ó 12 cm y para los más corpulentos de 14 ó 15 y un peso de 3 a 5 kilos. Los jugadores de batiente para que destacaran tenían que asentar muy bien la bola sobre la tabla que está en el fondo del canal y, al mismo tiempo, imprimirle mucha fuerza. Así saldría la bola con precisión hacia la rampa donde están colocados los bolos y estos volarían por encima del armazón.
Había una persona encargada de armar la bolera, normalmente un chavalín, que también cantaba los tantos. Era una tarea pesada. En el lenguaje popular se dice que alguien armó la bolera, quizás queriendo decir que la desarmó, cuando organiza una bronca, un enfado poco común. Lo que destaca de este juego es la enorme afición que despertó desde antiguo, siendo desplazado por el fútbol y la televisión. También influyó notablemente el descenso de población. En los años 50, que era cuando más se jugaba, había muchos jóvenes en las casas; a partir de entonces, comenzaron a trabajar fuera y las familias no tenían tantos hijos. Ello coincidió con la llegada de la televisión y los partidos de fútbol televisados, que ganaron muchos adeptos a este deporte.
Algunos testigos de esta época dorada refieren que se juntaba más gente en la bolera o batiente que en la romería. Jugaban los sábados y los domingos, y junto con el baile semanal, eran el ocio de la zona rural, sin tener que salir del concejo o de la comarca.
En la web de La Piedriquina se citan, todos aguas arriba, El Molín de Cilia, el de La Olla, el del Xastre, el de La Chamica, El Molín de Palaceros, El Molín de Xilo, el de Casa Galán, el de Ca Benitu, El Molín de Padrún y el de La Collada; estos entre los que se conservan, sean restaurados o permanezcan arruinados. De otros dos, el del Monasteriu y el de La Pandiella ya no queda nada
Ventanas, balcones y miradores se orientan hacia este río en el que se dice sigue habiendo buenas truchas
Volvemos la vista atrás y nos despedimos de Paladín dando vista al puente por el que acabamos de pasar
Y así, con el río a nuestra izquierda, del que nos separa una franja de hierba, seguimos recto y bajando suavemente saliendo de Paladín en dirección a Puerma, otro de los barrios de esta parroquia reguerana de Valdunu
Pero también, desde Casa Felicitas (izquierda) sube el sendero que, desviándonos del Camino, puede llevarnos a Casa Florinda (derecha) si queremos probar su espectacular fabada y/o otras excelencias culinarias asturianas que son su especialidad
A medio camino pasaríamos por la casería de Xandru y Paz, un conjunto de gran interés etnográfico con hórreos restaurados, tanto en su estructura arquitectónica como en sus viejas tallas y pinturas
Y antes de llegar a Casa Florinda también pasaríamos por la vieja capilla del Palacio de Puerma, arruinada pero que conserva sus muros y fachada, aunque desde aquí no la vemos
El historiador y gastrónomo Luis Antonio Alías visitó Casa Florinda en 2019, por lo que conoció en vida a su fundadora. Fruto de aquella memorable jornada es este su artículo para el diario El Comercio publicado el 22 de febrero de aquel año:
"En la entrada, la mismísima Florinda suele dar la bienvenida al recién llegado desde su sillón de mimbre. Y ya suma 97 primaveras claras de cabeza y fuertes de cuerpo. Algo tendrá que ver el aire, el agua y el paisaje verde y reposado, de colinas suaves y castañéos renovados donde vuelven a florecer las incomparables castañas valdunas, con la suavidad de su acogida.
O con la energía mostrada cuando el guión de la vida se lo exigió: mediado el pasado siglo redondeaba los magros ingresos de José, su marido, práctico en la Trubia, trasladandose por tren a los mercados de Grado u Oviedo, y vendiendo directamente, «de la lechera al cazu», leche de las vaquerías vecinas.
Demasiado trabajo y demasiado tiempo:«Mejor construyamos una casa en terreno familiar para que, con toda mi ayuda, allí cocines», le dijo José un día.
Gran idea la del bar. Florinda guisaba (¡y guisa!) maravillosamente, y de vecino a paisano, y de paisano a forastero, lo que allí se servía produjo visitas de cada vez más lejos, incluidos cazadores y peregrinos jacobeos. Unos para festejar y aprovechar las piezas cobradas, otros para continuar animados y fortalecidos.
En ese ambiente de honradez y destreza creció Adamina, la hija y continuadora por deseo propio, que tras acabar estudios prefirió quedarse en el pueblo y reforzar el negocio de sus padres; y otro tanto ocurrió con la nieta, Begoña, tercera generación: «viví en Oviedo, me hice administrativa, y finalmente regresé, una decisión acertada para mi y para mis hijos».
Probablemente hablemos en un futuro de cuarta generación.
Hoy por hoy, igual que hace casi sesenta años, de lo que seguimos hablando es de dos cocinas exclusivamente alimentadas por carbón y leña donde el pote y la fabada, fijo el primero los miércoles, y fijo la segunda los jueves, bullen lentamente sobre la bruñida chapa. Y de corderín guisado con patatinas, pitu caleyeru, carne guisadina, cocido de garbanzos, callos, platos de la güela, tarta de queso, arroz con leche…
Y en cuanto cantidades, dadas las calidades, si usted pertenece a la generación 'no dejes nada en el plato, rapacín', repetirá y le costará llegar al pan pringado. «Les fabes, los compangos, las verduras, las carnes, prácticamente todo, lo compramos a los mismos vecinos, o a sus hijos y nietos, de por aquí mismo», apunta Begoña.
Un aquí mismo notable con Candamo a un lado, al otro Peñaflor, cerca el sólido puente de piedra sobre el Nalón y sus fértiles vegas y de cocorota la sierra del Pedroso. Desde la terraza paraventada de Casa Florinda, su chigre de entrada o su pulcro comedorín, el concejo de Las Regueras nos coloca a medio camino de un montón de poblaciones importantes aunque permanezca tan fragoso y fragante como solitario e incógnito."
La orilla es casi selvática, y los cantos rodados forman en algún punto diminutas playas fluviales de guijarros
Paso a paso nos acercamos a Casa Felicitas, viendo ahora mejor su panera, grande y de corredor. Hay también una nave de ganado. Justo delante de la casa y a la derecha del Camino sube el ramal que va a Casa Florinda
Casa Florinda sigue siendo también otra de nuestras referencias visuales en este tramo cuesto del Camino en el que, tras una curva a la derecha, sigue otra a la izquierda
Las vacas pastan apaciblemente en los prados que se extienden en esta cuesta entre la casa y el Camino, El Prau Bayu y otros
Dejamos a la derecha la entrada a la finca y seguimos subiendo por el camino asfaltado en dirección a Casa Felicitas
La señal nos anuncia que estamos en Puerma, cuyo "caserío se distribuye a ambos lados de la carretera (AS-234)" (que es la actual AS-372, la que pasa más arriba, por Casa Florinda) y "sobre el antiguo camino real que unía Grado con Oviedo" (que es este), leemos en el Diccionario geográfico de Asturias. Ciudades, Villas y Pueblos, a lo que añade:
"Esta disposición del caserío, parte sobre la ladera del barrio de Bolgues y parte sobre una pequeña planicie sobre el río Nalón, hizo distinguir dos nombres, Puerma de Arriba (Puerma Riba) y Puerma de Abajo (Puerma Baxu), núcleos ambos citados en el Catastro de Ensenada pero no recogidos en el Nomenclator".
Más allá de Casa Felicitas, cuando el Camino vuelva a bajar, veremos Puerma Baxu y dicha vega naloniana luego de pasar al otro lado de esta colina, siguiendo por allí la ruta a Peñaflor
El Camino de Santiago, como hemos dicho y recordamos, sigue ahora todo de frente por lo asfaltado, pero, enfrente de la casa y a la derecha, donde está el contenedor, sale el camino hacia Casa Florinda para dar cuenta de sus manjares, viendo de paso, recordamos, la quintana de Casa Xandru y Paz y las ruinas del Palacio de Puerma con su capilla de San Antonio
Vayamos por donde vayamos, la panerona de Casa Felicitas nos da la bienvenida a Puerma, donde nos detendremos primeramente a admirar su decoración ancestral...
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