Viniendo de Nubleo, capital de Corvera, por La Consolación y El Portalgo, en Camino Norte de Santiago, en su ramal que visita la catedral ovetense de San Salvador, vuelve desde la capital asturiana hacia la costa entrando en Los Campos, parroquia corverana que forma ya parte del gran casco urbano en torno a lo que es propiamente la villa y ciudad de Avilés. El gran crecimiento causado por la creación de la gran empresa siderúrgica ENSIDESA multiplicó la población en pocos años y los extensos barrios obreros de desparramaron en todas direcciones, construyéndose en antiguas aldeas y campos, como fue este el caso
Precisamente a nuestra derecha vemos alguno de los campos que dieron nombre a Los Campos. A la izquierda Entrevíes, uno de los primeros barrios obreros que se construyeron para obreros y sus familias al asentarse la siderurgia
ENSIDESA comenzó su actividad en 1957 pero las obras de construcción de la inmensa factoría habían comenzado unos 7 años antes. Por entonces los primeros trabajadores dormían no solo en cuantas casas estuviesen disponibles, sino también en hórreos, cuadras, e incluso en varas de hierba. Luego llegarían los primeros barracones, ya desaparecidos, y a continuación varios tipos de viviendas obreras, hasta los bloques de pisos de cooperativas de viviendas y protección oficial
Más allá el gran embalse de Trasona, formado por el río Alvares y sus afluentes antes de desembocar en la Ría de Avilés. Fue hecho para proveer de agua y electricidad a ENSIDESA, ahora propiedad del gigante del arcero Arcelor-Mittal
En el embalse se practican diversos deportes náuticos y hay por ello varias instalaciones deportivas. Más cerca vemos la línea ferroviaria de RENFE, en lo que fue el ferrocarril que unía las minas de Villabona con el puerto de Avilés y San Xuan de Nieva, inaugurado en 1890
El embalse recibe también agua a través del Canal del Narcea, inaugurado en 1965, que toma agua del río Narcea en Quinzanas (Pravia), trayéndola hasta aquí
Los paisajes de prados y verde dan paso aquí a los de calles, plazas y aceras que constituirán nuestro entorno durante varios kilómetros, hasta salir de Avilés y pasar a Castrillón, y aún allí cruzaremos populosos barrios urbanos nacidos al calor de las industrias y las minas, así como poblaciones que han crecido de forma sustancial en estos concejos de la comarca de Avilés
A nuestra izquierda el I.E.S Corvera
Pasamos junto a esta quinta con sus jardines...
Estamos en el barrio de La Rozona
Cruzamos la calle Pepín de Pría de frente al Edificio Pradera
Seguimos la carretera AS-17, la que hemos seguido desde que entrábamos en Corvera por el valle de Solís
A la izquierda el Colegio Los Campos en La Rozona
Hay edificios de diferentes épocas y estilos
Nueva vista del colegio. A la derecha el polideportivo
Paso de peatones en la entrada a las viviendas
Edificio Costa Verde
Bancos, aparcamiento y arbolado
Edificio Horanso, de más reciente construcción
Edificio Bravo
La gasolinera, de frente
Panera en el parque...
A la izquierda el Parque Servando Velázquez
Y un monumento dedicado a Servando Velázquez poeta de Los Campos (1882-1972)
Ancha acera frente a una fila de viviendas unifamiliares restauradas
En este grupo hubo antaño algunos bares...
Este es el cruce con la Carretera de Trubia (AS-223)
Nosotros seguimos de frente por la acera adelante
En este cruce predominan las viviendas unifamiliares...
Y ante nosotros Les Vegues, otra gran área urbana del concejo de Corvera, la más pegada a Avilés
Más allá de Les Vegues está, en terrenos que fueron de La Xungarosa, el poblado de La Luz, en la ladera sur del monte de este nombre. Su origen parece ser se debe a que avanzando los años 50 pronto se vio que los barrios obreros nacidos para acoger a las familias de los trabajadores de ENSIDESA, principalmente el de Llaranes, iban a quedarse pequeños, máxime teniendo en cuenta los de otras empresas como ENDASA (Alcoa), Cristalería Española, o Asturiana de Zinc. Es entonces cuando el constructor Domingo López Alonso proyecta construir el "Nuevo Avilés" en este lugar, con 5.000 viviendas, rascacielos de 16 pisos, salas de fiestas, colegios, zonas deportivas, jardines, piscinas... presentando un proyecto que impresionó a las máximas autoridades y algunos estudiosos lo calificaron de "pequeño Manhattan"
A la hora de ponerlo en práctica, como suele pasar, la cosa era menos impresionante. Comenzado a edificar en 1959, se hicieron en total 2.056 viviendas en 95 bloques. ENSIDESA compra las viviendas y a su vez las reparte en alquiler a obreros que trabajen en la empresa y tengan familia numerosa
En 1964 se abre la posibilidad a que los inquilinos compren la vivienda, en unas condiciones, al mismo precio que el alquiler y a un plazo de 30 años, que hizo que en 1994 pasasen a ser propietarios. No tenían ascensor y su tamaño, entre 45 y 63 m2, eran condicionantes muy negativos. El instituto se inaugura en 1967 y los primeros colegios en 1970, pues hasta entonces las clases de daban en los bajos de los edificios. La iglesia es de 1971 pues las misas se daban en los bajos de la Plaza de Alvarado. En 1978 abre la biblioteca y el barrio afronta una rehabilitación integral en 2003
Cruzando la calle vemos algún hórreo, símbolo del reciente pasado rural de estos lugares
A la izquierda la urbanización El Bosquín
La avenida va ahora cuesta abajo
Junto a las urbanizaciones de pisos se ven algunas antiguas casas campesinas...
Seguimos así por la Avenida Principado
Bulevar de árboles, un precioso paseo..
Mirando hacia La Xungarosa o Xuncarosa (zona de xuncos, juncos), no fijamos en lo alto del monte, donde hay un santuario de honda tradición avilesina
El santuario de la Virgen de Luz, copatrona de Avilés con San Agustín, en lo alto del pueblo de Lluera, donde se alza el palacio de este nombre, otro enclave de leyenda que se materializa en rituales de amor como el de la lleche preso y la xarra, jarra de barro con cuajada que el mozo tira al suelo el día de la romería del santuario; así en tantos pedazos como rompa tantos besos ha de darle a su amada
El templo actual se hizo a principios del siglo XVIII sobre otro mucho más antiguo. A sus pies está el Palacio de Lluera, en el lugar de este nombre, aldea en lo alto del monte en el entorno de la ermita. Se dice que los primeros señores de lugar de los que se tienen noticia fueron allá por 1360, don Pedro de Cascos y doña Estábanez, fundadores en testamento de mayorazgo y patronato. Bajo sus auspicios se construiría la ermita anterior a la actual, que a la vez se levantaría sobre otra anterior, y hacia atrás así sucesivamente, tal vez incluso cristianizando un lugar de culto precristiano al dios Lugh. Así escribe el gran erudito y párroco de Miranda José Manuel Feito, esta historia...
"Se pierde en la noche de los tiempos...», podríamos empezar diciendo al hablar de1monte de La Luz. No cabe duda de que hay montañas que tienen un poder mágico, exotérico, donde los dioses parece que han descendido y habitado. ¿Quiénes poblaron hace milenios este promontorio de 107,14 m. de altitud? ¿Qué ritos y costumbres tuvieron lugar en esta colina desde la que se divisa la hermosa ría de Villaclara? ¿Tuvo relación con San Balandrán la isla desaparecida, o con Argenteola la ciudad sumergida de los pésicos? Un día, posiblemente, encontraremos la verdadera historia de La Luz. Entretanto consolémonos con ir reconstruyendo, trozo a trozo, con el material de que disponemos, su historia y su folklore, sus leyendas y ritos.
HISTORIA
Según el Marqués de Ciadoncha, la primera familia de que se tiene noticia y que probablemente fue la que construyó o reconstruyó la ermita bajo la advocación de Ntra. Señora de Lluera o Luera se remonta al s. XIV (año 1360). Se trata del matrimonio don Pedro de Cascos y doña Estébanez, que crean en testamento vínculo, mayorazgo y patronato.
Doscientos años más tarde, en 1535, encontramos en la casa señorial de Luera a doña Magor Gómez de Avilés, casada con don Fernando de Valdés Arroyo. Les suceden don Hernando de Somonte, apellido procedente de Cenero (Gijón), don Menendo, don Alonso de Valdés, apellido este que se encuentra en casi toda Asturias y doña Mayor Menéndez, marquesa de Suárez Valdés, casada con don González de Rozas.
Hernando de Somonte muere sin dejar sucesión. Hereda en 1538 su sobrino, don Fernando de Somonte, natural de Avilés, que casó con doña Catalina de Reinoso, muriendo ambos sin dejar sucesión, no sin antes fundar en Madrid la Capilla de los Somonte, en el Convento de San Felipe, donde ambos colocaron sus bustos.
Hereda la casa y bienes, hacia 1585, su hermana, doña Isabel de Valdés Somonte, natural de Avilés, que contrae matrimonio en San Nicolás de la Villa con don García Menéndez de Valdés. Aparecen inscritos como hijosdalgo en 1585. Fueron vecinos de Cenero (Gijón) y después de Molleda, parroquia a la que pertenecía Villalegre y la ermita de Santa María de Luera, en donde pidieron ser sepultados. Tenemos constancia de dos de sus hijos: don Alonso de Somonte, que tomó el hábito de los dominicos en el Colegio de San Gregorio (Valladolid) y don Fernando de Valdés Somonte, señor y patrono de la ermita, según testamento que otorga en Madrid en 1589. También muere sin dejar sucesión.
Hacemos hincapié en esta pertinaz esterilidad precisamente por tener lugar en un monte donde todo parece estar protegido por la Mater Magna o diosa de la fertilidad: la fuente, el promontorio, la imagen dando a luz y las costumbres y ritos que luego veremos, vestigios seguramente de remotos cultos precristianos. Y por si esto fuera poco, lo corrobora la explosión demográfica habida estos últimos decenios y que desparramó por las laderas de la colina de LIuera o Luera el populoso barrio de San Pablo de La Luz, considerado como el hábitat de más densidad de población de Europa. No deja de ser una paradoja interesante.
A don Fernando de Valdés le hereda su hermano menor, don Juan de Valdés Luera Somonte, natural de Lluera y que debió de ser un personaje con una vida digna de novelar: fue familiar del Santo Oficio de la Inquisición, vio con amargura arder su palacio de Luera, suceso este digno también de ser descrito por Faulkner en su «Luz de Agosto». Reconstruye la casa, pero entonces deberá pleitear ante la Real Chancillería de Valladolid por mantener sus derechos y predios contra su litigante don Andrés de Valdés. Todo ello sucedía hacia 1600. Habiendo muerto, su esposa, doña Catalina de Prendes y Valdés de Carreño, casa en segundas nupcias con don Alonso Fernández Perdones. De este matrimonio, según el Marqués de Ciadoncha, nace don Fernando de Valdés Somonte, natural de Molleda, donde está bautizado el 1 de mayo de 1618, y sucede, por ser el hijo mayor, a su padre en el vínculo con mayorazgo y patronato de la ermita. Fue Caballero de la Orden de Santiago desde 1651. Por derecho de Patronato puso sus armas labradas en piedra sobre la puerta principal, hoy lateral, de la ermita. En sus cuarteles se hayan representadas las principales familias de Luera:
Los Valdés: en las tres fajas y diez roeles jaquelados.
Los Velarde: en el árbol y la sierpe alada a su izquierda atravesada por la lanza en ristre que esgrime un cabaIlero, y en lo alto una doncella.
Los Posada: en el halcón posado sobre una lanza que sale de un ventanal.
Los Quirós: en las dos llaves en pal, seis luneles y tres flores de lis.
Los Somonte: partido en pal con los cinco hierros de lanza ensangrentados puestos en aspa y las seis rosas de plata.
Sarandeses nos describe que los Luera pintan: «De gules con un castillo de plata sobre ondas de azur y plata. Sobre la torrecilla de la derecha, un gallo de sable. Y sobre la de la izquierda, una bandera de plata».
Según la obra de G. RamaIlo, «Escultura Barroca en Asturias», en los años 1690-
1702 aparece en Avilés un pintor: don Pedro Menéndez de Valdés Somonte, posiblemente emparentado con los Condes.
Con Fernando de Valdés la casona de Luera pasa a los Condes feudales de Nava.
Y probablemente es la primera Condesa de Nava la protagonista de alguna de las leyendas que corren de boca en boca, atribuidas, erróneamente, a los Condes de Velarde.
Fueron los primeros Condes de Nava en Luera don Francisco de Caso Estrada y doña Bernarda María Álvarez de las Asturias, que parece ser la que donó la imagen y promocionó la fiesta y devoción, debido a haber tenido un hijo tras años de esterilidad. De este tiempo data la Cofradía de La Luz y la Bula del Papa Clemente XIII (13-VIII-1763), coincidiendo con «La Luz de Agosto», en la que se concede a todos los romeros indulgencia plenaria ese día una vez cumplido lo preceptuado.
Fue el sucesor logrado -fruto de la promesa-, don Francisco de Caso Álvarez de las Asturias, que casó en 1709 con doña Catalina Juana de Miranda Ponce de León, padres a su vez de doña Joaquina de Caso Álvarez de las Asturias, Condesa de Nava y esposa de don Francisco de Nava Bolaño, casados en 1736. Su hija mayor, doña María Manuela de Navia Bolaño Osorio Álvarez de las Asturias, desposó con don Joaquín de Velarde Queipo, primogénito de la casa de su apellido, el cual, siempre según el Marqués de Ciadoncha, fue quien dio lugar al error de creer a los Condes de Nava como Condes de Velarde, título que nunca ha existido.
Hereda la casa su hijo mayor, don Joaquín María de Ve1arde Navia Bolaño Queipo y Caso Álvarez de las Asturias y Nava, que obtuvo del rey la conservación de su título feudal de Conde de Nava en título del Reino, por Real Cédula del 21 de agosto de 1835, siendo Teniente General de los Reales Ejércitos, quien tuvo el acierto de elegir para Vizcondado previo el Vizcondado de La Luz que le fue otorgado el mismo día, según anota el citado Marqués de Ciadoncha.
En el Archivo Parroquial de Molleda consta que los Condes de Nava ostentaron el Patronato de la ermita de La Luz los años: 1718, 1732, 1738, 1764y 1800.
Don Joaquín María de Velarde contrajo matrimonio siendo ya Vizconde de La Luz con doña Nicolasa Ramírez Cienfuegos, hija de los marqueses de Natahoyo. Le ssu-cede su hijo don Rafael de Velarde, que contrae matrimonio con doña Rufina Guisáosla Acevedo. Hija de don Rafael y doña Rufina, aparece como tercera Condesa de Nava, desde 1858, doña María Asunción Velarde y Guisasola. El último poseedor de que tenemos noticia es don Juan Bautista Pardo Pimentel y Velarde, que hereda en 1876.
Posiblemente haya lagunas o incluso errores. De todas formas, creo que nos puede dar una idea bastante aproximada de cómo se desarrolló el árbol genealógico del Palacio o Torre de LIuera y de la ermita de La Luz.
LEYENDAS
Se dice que detrás de una leyenda se esconde siempre un hecho histórico velado. Varias son las leyendas que tienen como protagonistas a los moradores del caserón de Luera. Uno de los sucesos corrió de boca en boca. Como en todas las leyendas, su historia «se pierde en la noche de los tiempos...».
En la colina de Lluera aún está en pie y habitado el viejo palacio o Torre desde cuyos ventanales se divisa claramente la ermita de la Virgen y su fuente.
Hace ya muchos años vivieron aquí unos Condes a los que la Virgen, por especia favor, les concedió un hijo después de esperarlo largo tiempo. Cada año, en agradecimiento a Nuestra Señora, regresaban de lejanas tierras, como las golondrinas, a celebrar «La Luz de Mayo» y a disfrutar parte del verano.
En torno al caserón, diseminados por la ladera del monte, algunos caseríos de mísera estructura al estilo feudal daban albergue a los siervos que cuidaban de la hacienda de los Condes.
En uno de ellos vivía un matrimonio cuya hija, subía con frecuencia a la colina a dejar a los pies de Nuestra Señora de Luera la guirnalda de flores que había entretejido con primor en los días rumorosos del mes de mayo mientras cuidaba las ovejas. Era una pastora digna de que la Virgen María cualquier tarde le hablara desde una encina. No fue así.
Un día, mientras estaba bebiendo de bruces en la fuente, que aún hoy mana no lejos de la ermita, sintió cómo unos ojos la miraban. Antes de elevar los suyos, pudo ver un instante, reflejada en el agua, la figura apuesta de un joven, el hijo de los Condes, y que ella, por un momento, se imaginó el príncipe azul tan esperado.
Ambos se miraron tiernamente y el amor llegó puntual a su cita.
Cada tarde la fuente fue testigo fiel de mil y una promesas.
La Condesa observaba desde las ventanas de La Torre de l palacio de Lluera con preocupación, más de linaje que de madre, las idas y venidas de su hijo a la fuente, los cada vez más reiterados encuentros y el cariz que iba tomando aquella disparatada amistad
«Esperaremos al mes de agosto o a septiembre -le decía la condesa al Conde-. No debemos infundir sospechas. Nuestra marcha, a finales de verano, pondrá fin a este ridículo idilio. ¡Estaría bueno! ¡Nuestro único hijo casado con una vulgar desarrapada...!»
Aquel año, nadie supo por qué los Condes se fueron mucho antes de que se acabara agosto, apenas pasada la fiesta. Los dos enamorados lloraron de tristeza y se juraron eternas promesas de fidelidad y amor. El día de la despedida fue especialmente esperado y preparado. Se citaron, no junto a la fuente, sino junto a la ermita, donde ya alguna otra vez se habían visto.
Allí se coronaron de besos y promesas, casándose ante Dios y ante los muros, testigos: todas las estrellas. Y allí se prometieron fidelidad y una vez más eterno amor. El hijo del Conde arrancó la medalla que llevaba al cuello con su título e iniciales y la puso amorosamente al cuello de la joven: «Aquí tienes las arras. Guárdala como un recuerdo»
.
Pasó el tiempo y llegó de nuevo mayo Los Condes no llegaban. Ni tampoco el junio. Un buen día la pastora desapareció del caserío y cercanías. Nadie supo más de ella por más que padres y allegados la buscaron por montes y barrancas
¿Qué había sucedido? Cuando al cabo de un tiempo supo que iba a tener un hijo, temerosa del castigo de su padre, fiel servidor del señor de Luera, y queriendo evitar el escándalo con el desprestigio del Conde y de su hijo, ante la carencia absoluta de noticias de quien juró amarla eternamente y regresar de nuevo, huyó de casa una noche. Dicen que anduvo, anduvo, hasta el amanecer. Medio muerta de agotamiento se hospedó en casa de una buena mujer donde dio a luz un niño, muriendo ella al poco tiempo, no sin antes haber colgado la medalla al cuello del pequeño y haber dado alguna explicación a aquella mujer tan bondadosa que tan desinteresadamente la acogió
El niño creció sano y robusto, ayudando en las faenas del campo a su protectora. Cuando al fin del verano regresaron los Condes a cumplir la promesa, el hijo en vano interrogó a todos los labriegos del lugar y cercanías por la pastora. Nadie sabía nada o no querían saberlo por miedo al Conde.
Pasaron muchos años. Una mañana por el camino de la ermita subía un joven aldeano. También él tenía una promesa que cumplir hecha por su madre poco antes de morir: «Si logro este hijo mío, lo llevaré en promesa a la ermita de Nuestra Señora de Lluera».
El tomó sobre sí el compromiso. Cuando llegó a la ermita, rendido de cansancio y sediento, se acercó a la fuente para apagar la sed. Una gaita inundaba el valle con su monótona música entre ijujús y asturianadas. Cerca de la ladera norte los jóvenes rompían contra el suelo o monte abajo cazuelas de barro negro después de tomar la leche presa que en ellas se vendía, como un rito ancestral. «¡Cada pedazo, un beso!
¡Cada pedazo, un beso!...», se oía gritar entre el lógico regocijo de los protagonistas
Algunos romeros se habían ya sentado cerca de la fuente bajo los viejos robles que brindaban su sombra secular. El joven se arrodilló y bebió de bruces aquel agua que manaba clara y mansa. Cuando trató de izarse, la medalla cayó sobre la fuente
Uno de los presentes la vio brillar, miró fijamente al joven y, como movido por un resorte, se abalanzó hasta el agua y tomó entre sus manos aquel trozo de metal precioso aún pendiente del cuello. Era el hijo del Conde que cada día, en vano, se acercaba a la ermita y a la fuente, esperando volver a ver de nuevo cualquier día a la pastora.
Un grito incontenible se escapó de sus labios: «¡Hijo mío!». El joven aldeano se dio cuenta, al punto, de quién era aquel hombre, y sin dar crédito a su corazón, abrazándose al Conde, no pudo menos que exclamar: «¡Padre mío!»
Los dos quedaron largo tiempo abrazados en medio del oleaje inmenso de recuerdos y lágrimas, de sollozos y alegrías. Hubo que arreglar algún papel y cambiar unos apellidos. Se dieron algunas explicaciones, las imprescindibles. A partir de aquel día, el joven peregrino, que llegó a cumplir una promesa, fue el heredero de todo aquel Condado de Luera. Desde entonces las jóvenes del lugar, cuando llega La Luz de mayo, se acercan antes de amanecer al manantial y beben, beben agua milagrosa y clara de bruces sobre la fuente. Porque hay una copla que dice:
"Hay una fuente en La Luz
que nace al pie de un carbayo,
quien bebe en .La Luz de agosto
se casará en ..La de mayo»
Existen otras muchas leyendas como la que narra «el nacimiento del hijo» de los Condes de Nava, cuando ya sus padres La Torre o Palacio de Lluera en torno al cual se tejieron algunas leyendas eran de avanzada edad y la llegada de la imagen a La Luz, «los apuros del escultor» para representar a la Virgen dando a luz, etcétera
Por la ladera del monte hubo ermitas, y aún se conserva alguna, que, dado el santo a que se dedican, debieron de tener también hermosas historias: La de la Purísima (de nuevo el misterio de la concepción), la de San Roque (año 1599, el peregrino de Santiago siguiendo la Vía Láctea), la de San Miguel, advocación que tanto se prodigó por cerros y montañas (el arcángel que luchó y venció a Luzbel, el ángel de la luz), etc. Finalmente tenemos que mencionar la que recoge y novela don Manuel Álvarez Sánchez bajo el título de Salvador, en su obra Avilés, de parecida temática a las anteriores en torno al Conde.
DEL RITO AL MITO
El mito siempre es anterior a la leyenda. En la ermita de La Luz quedan fragmentos que, bien estudiados, podrían recomponer el cántaro de viejos ritos de fertilidad
No olvidemos que nuestros más antiguos ascendientes siempre han tenido predilección por las colinas y altozanos para rendir culto a los dioses de la vida. Aquellos lugares donde frecuentemente era la Magna Mater el objeto del culto, el cristianismo los bautizó y cristianizó, erigiendo en ellos ermitas que recuerdan, de algún modo, el origen. Y los asturianos en esto no hemos ido a la zaga
Avieno, en su obra Ora Marítima (s. IV a. de C.), nos habla de la región de Ofiusa o País de las serpientes, refiriéndose a Asturias, cuyos moradores tuvieron que abandonar sus tierras precisamente debido a estos ofidios. No se debe de olvidar que la serpiente fue siempre símbolo de la fecundidad desde los remotos tiempos de la Biblia. Avieno puntualiza poco después que los Seres, o siguientes pobladores de la región, tenían elevadas colinas en el campo de Ofiusa y que cerca de ellas colocaron sus lares los ágiles Luces. Estrabón, por su parte, nos habla del culto que los cántabros daban al dios Lug en las colinas. E incluso cita un santuario en nuestra costa dedicado a este dios cuyo rostro irradiaba tanta claridad que ningún mortal podía contemplarle cara a cara. No sé si la etimología de Luera tendrá que ver algo con esto. La colina frente a la ría, do-minando la ensenada, parece ideal. Sólo Lug podía manejar su lanza y usaba como escudo el Arco Iris. En Irlanda se llama aún a la Vía Láctea (o camino de leche) La Cadena de Lug.
La colina de La Luz mira hacia el mar como faro sagrado. Pero en su cima también hay una fuente. Siempre el agua fecunda y milagrosa. Y cada fuente tenía su diosa o xana y su cuélebre guardián de tesoros. Cuando en la cima de un monte nos encontramos con un santuario, un bosquecillo de roble o de laurel y una fuente, no es extraño que haya sido en algún tiempo lejano lugar de culto a desconocidas divinidades.
Los hombres del neolítico adoraban las cumbres, pues en ellas descendía, con más frecuencia, el rayo y la luz. Lo inaccesible de la altura, la música del viento (espíritu) en las ramas, etc., era interpretado como una presencia sobrenatural perenne a quien había que dar culto.
Así debieron de nacer religiones mistéricas, tales como la de Eleusis o Dionisos, donde la luz, el agua y el bosque tienen un papel tan primordial.
En la colina de La Luz hoy casi todo está perdido: los ritos, las danzas en honor a la Santa a la salida de Misa (siempre el baile estuvo unido al rito cultual), hasta la misma fuente que apenas mana, llena de maleza.
Sin embargo, allí sigue como testigo fiel. Hay una costumbre, ya en desuso, que tenía lugar en «La Luz de Mayo» que bien pudiera remontarse a épocas muy lejanas
Era la de romper una vasija de barro destinada a contener leche presa.
La rotura de un cántaro existe en todo el mundo como el símbolo de la rotura del vientre materno para dar a luz. El primer domingo de Cuaresma, en ciertos pueblos, aún se practica la rotura del cántaro de barro, por lo que vino el llamársele a tal domingo «El domingo de piñata» (Pignata, en italiano, olla)
En Oaxaca (México)la gente se reúne el día 24 de diciembre (hora del Nacimiento del Señor), a las doce de la noche, en el zócalo de la ciudad a romper los tazones de barro en que acababan de comer los buñuelos. En Egipto los faraones también rompían cántaros después de haber escrito en ellos algunos nombres
Finalmente en Asturias son múltiples los pueblos donde la gente se reúne a jugar a la piñata o romper el puchero. Con un sentido ritual lo recoge Aurelio de Llano al hablar del Antroxo. «Fulano, ¿antroxaste? Pues si no antroxaste, ¡antroxa!»
y rompían un puchero estrellándolo contra la puerta al grito de:
«¡Antroxo fuera!».
En las fiestas de La Luz de Mayo, en Luera, se practicó esta costumbre con algunas variantes. El puchero se compraba lleno de «llechi preso» y, después de haberlo consumido u ofrecido, se estrellaba el puchero contra el suelo, o se le hacía rodar monte abajo. Si se estrellaba contra el suelo el mozo debía recoger después los pedazos y podía dar por cada pedazo un beso a su pareja. Es el novelista Palacio Valdés quien recoge en «El cuarto poder»esta costumbre ya venida en su tiempo a menos: «Alrededor de la ermita las mujerucas de los contornos... vendían leche en pucheros de barro negro... La gracia de aquella romería estribaba en tomar leche por la mañana en la ermita, jugar luego con loS pucheros y romperlos al fin haciéndolos rodar monte abajo. Pablito compró más de una docena de pucheros con leche... con que obsequiar a sus conocidas. Luego retozó con ellas largamente...»
A Palacio Valdés, que nos aporta el dato de que los pucheros eran de barro negro, posiblemente de los alfares de Miranda, se le escapó anotar que se trataba de «leche presa», la cual se vendía en dichos pucheros cubriéndola con una hoja de higuera, como si de algo pudoroso, en un jardín de Edén, se tratase
En Asturias la leche y la manteca del mes de mayo está considerada como dotada de ciertas virtudes curativas: «La manteca de mayo / es buena para todo el año»
Por otra parte, entre los campesinos, la vaca no deja de tener algo de animal sagrado. Aurelio de Llano recoge la costumbre de «correr la cuajada», que tenía lugar al terminar la recolección entre los mozos para ver quién era el afortunado que llegaba corriendo a coger la última espiga de la «estaya». El vencedor «comía la cuajada».También se ha perdido en La Luz el folklore, música y danza de sus ritos. Algo hemos podido recoger referente a este rito de la leche presa, como aquella invita que reza:
"A La Luz, al llechi preso,
que hay llambiones para eso»
Una de las estrofas que aún se canta en la Danza Prima por San Juan recuerda también el rito:
"Por madrugar a la leche
en La Luz por la mañana,
por mucho que madrugué
amanecióme en la cama.»
CONCLUSIÓN
Historia, leyenda, tradición y mito. Algo debe de esconder esta colina santa hoy tan falta de admiradores, salvo la ermita en días de fiesta y boda. María dando a luz -una de las pocas imágenes en la que la Madre de Dios adopta este misterio- es sólo el eslabón final de una cadena.
Es un riesgo aventurar hipótesis que suenan a ciencia ficción, pero por lo dicho, sí parece desprenderse que el promontorio de La Luz está por estudiar. Quizás algún fenómeno tuvo lugar en sus cumbres desde un tiempo que «se pierde en la noche de la historia...». Algo de magnetismo encierra aún hoy, pues aún siguen brotando mensajes de su cumbre, unicornio metálico, pararrayos de Dios a la inversa (esparce en «ondas populares», sus rayos de palabra hecha luz por toda Asturias rompiendo con sus voces el cántaro de cielo para llegar con su mensaje, Vía Láctea adelante, más allá de las estrellas. y algo misterioso debió encerrar parra el hombre del Neolítico, cumplidor de viejos ritos en las cumbres"
Según bajamos perdemos la perspectiva del monte y se va ocultando a la vista el santuario de la Virgen de la Luz, al ir tapándose por los edificios
Vegas de Les Vegues. Una larga recta en descenso nos lleva de Los Campos a Les Vegues, continuidad urbana de lo que era en 1950 una aldea de 210 habitantes dedicados al trabajo en el campo o en industrias artesanales como la vidriera fundada en 1925 por el indiano Víctor Py Rapp o la tejera de Maribona
A nuestra derecha, en Los Campos, Les Binades y Santa Cruz
Calle de los Donantes de Sangre...
Nuevas urbanizaciones de pisos
Aquí dejamos Los Campos y entramos en lo que es propiamente Les Vegues
Sigue a la izquierda la urbanización El Bosquín
A lo lejos montes de Villa e Illas, con La Reboria (422 m) y Biñugas (369 m)
Villa, en la lejanía, al oeste de Corvera
A nuestra izquierda los montes de Villanueva. Allí están la Casa de Cultura de Corvera, el Polideportivo Toso Muñiz, el Centro de Salud, y las piscinas municipales
Seguimos en bajada...
Aquí cruzamos la calle de los Donantes de Sangre...
A la derecha La Estrada. Por allí pasa el ferrocarril, la que fue la línea inguaurada en 1890 que comunicaba Villabona con sus minas con el puerto de Avilés y San Xuan de Nieva, después integrada en RENFE en la posguerra
En Les Vegues nos adentramos ya en un entorno netamente urbano
Bajos comerciales, bares, cafeterías, tiendas...
Aparcamientos y farolas
Es el kilómetro 3 de la carretera AS-17
En medio de los edificios una de las antiguas casas del barrio. de las anteriores a la construcción de ENSIDESA
Se ha dejado la fachada a piedra vista
Frente a ella sigue la acera cuesta abajo
Zona de tráfico intensísimo
A partir de aquí vemos algunas viviendas construidas en los años 50, coincidiendo con el gran despegue industrial siderúrgico
Una de ellas la del que fue popular comercio de ultramarinos y mercería La Estrella
El firme aquí se torna llano...
A la derecha hay alguna vivienda unifamiliar con un pequeño terreno para jardín
Pasamos entre la tapia del chalet y la barandilla de la acera
Talleres a la derecha
Aquí la acera se estrecha un poco...
Pasamos bajo el corredor de una vivienda de estilo tradicional, la del bar El Páramo
A la izquierda un bloque de casas de época, alguna en ruinas, testimonio del paso del tiempo...
La primera era una de las antiguas zapaterías del barrio
Seguimos caminando entre edificios de pisos
Seguimos por la Avenida Principado
Y llegamos enseguida al puente sobre el río Arlós, frontera entre Corvera y Avilés
A Avilés pertenecen ya las casas que tenemos enfrente, en concreto al barrio de Villalegre
Nada más entrar en Avilés, a la derecha, una quinta en ruinas
La vemos según pasamos el puente, casa-palacio de la calle Santa Apolonia, llamada de esta manera por la capilla existente detrás del caserón, en pésimo estado también. Villalegre, entonces en una zona plenamente rural fuera del casco urbano avilesino, fua a partir del siglo XIX el lugar preferido por los indianos que regresaban, sobre todo de Cuba, para construir sus quintas de recreo. Luego el desarrollo urbanístico de la industrialización hizo que gran parte del barrio, casi su totalidad, fuese edificado con numerosos bloques de pisos, fundamentalmente viviendas obreras
El río Arlós, frontera de concejos, visto desde el puente
Y el comienzo de la calle Santa Apolonia, con la quinta. Antes de la industrialización traída con ENSIDESA, Villalegre estaba dividido en diferentes aldeas y quintanas entre las vegas del río y la subida a L'Alto'l Vidriero y La Luz. Existió como precedente industrial una cobrería en el lugar denominado El Martinete, como en Cancienes, y a posteriori L'Azucarera Villalegre, que trabajó solamente unos pocos años, entre 1898 y 1906
Muestra del antiguo pasado rural y residencial de Villalegre son algunas de las casas que encontramos en estos primeros de calle, nada más entrar en Avilés: esta con su gran galería, donde abajo se ubicaba otro zapatero
Y esta otra con un largo corredor, formando entre ellas una pequeña plaza o patio
Plaza o patio situado ante la citada capilla de Santa Apolonia, que vemos al otro lado de la calle, junto al palacio en ruinas, también bajo la advocación de San Roque
Según su conservada lápida fundacional fue construida en 1589 por encargo del regidor de Avilés y Corvera
Cada poco tiempo existen peticiones en favor de recuperar este importante entorno histórico, fundamental pues son algunos de los elementos más antiguos de este barrio de Villalegre, puerta de la ciudad por el Camino Norte de Santiago
En nuestros días sigue siendo una de las más transitadas entradas y salidas entre Avilés y Corvera
Tras este núcleo de casas tradicionales, sujetas a especial protección y que aguardan una rehabilitación integral, avanzamos hacia el norte, observando las diferentes clases de edificaciones, con distintas trazas y volumetrías, construidas en Villalegre en los años del boom industrial
Este es el cruce con la calle Reyes Católicos
A la derecha, siguiendo la calle Santa Apolonia, la casa de otra antigua zapatería artesanal de Villalegre
Sin desviarnos de momento seguimos ruta por la calle Santa Apolonia
A nuestra izquierda el Parque de Villalegre
Y la Plaza de la Huerta...
Otro par de casas de época
Aquí llegamos a El Foco, donde llegaba la terminal del tranvía, muy cerca de la estación de tren de Villalegre, situada unos metros a nuestra derecha. Este tranvía, inaugurado a finales del siglo XX, fue también un legado de los indianos
Ya en 1890 había llegado el tren a Avilés y, aunque ya existían tranvías de mulas en Oviedo/Uviéu y Gijón/Xixón, fue en Avilés en 1893 donde se inauguró el primer tranvía de vapor de Asturias con la Compañía Tranvía del Litoral Asturiano. Según Alberto del Río Legaspi en sus Episodios Avilesinos, el denso humo "achocolatado" del vapor de la máquina le dio este apodo. Luego, el ingenio se haría eléctrico en 1921 y en 1923 llegaría aquí, a Villalegre
El 31 de diciembre de 1961 el tranvía dejó de circular sustituido por el autobús, que tiene aquí su parada
El Foco debe su nombre a una farola que alumbraba esta pequeña plazoleta, paso a la calle La Estación
Aquí vamos a dejar la Avenida de Santa Apolonia para subir a la izquierda, por la calle del Carmen
América se casó con Silverio Fernández de Cotarelo Ovies, Marqués de Campo Ameno y fueron grandes benefactores del barrio, con diversas iniciativas como la construcción de la actual iglesia parroquial del Sagrado Corazón. La casa fue albergue juvenil y ahora es Centro de Servicios Municipales
Al pasar frente a él, antes de proseguir calle del Carmen arriba, admiramos su arquitectura
Las flechas amarillas nos indican la ruta, junto a las verjas de la quinta...
Esplendor de los indianos de Villalegre
A la izquierda la Casa de los Vila, en su fachada que da a esta calle
Esta vía ha sido adoquinada y es semipeatonal
Alzamos la vista contemplando toda esta fachada
Y ya avanzamos calle arriba...
Tiene todo el aspecto de haber sido una antigua calle mayor de Villalegre, no en vano es el paso del secular Camín Real que comunica con la capital asturiana. La carretera y el ferrocarril se trazaron más al este, ya en las vegas del río Arlós, pero sin duda en tiempos pasados eran propicias a inundarse con las crecidas fluviales, por eso el camino antiguo pasa por aquí, ganando altura
No es una cuesta muy larga pero sí bastante continua
Las casas, mayormente unifamiliares y de estilo popular, han sido casi todas muy bellamente restauradas
Este es el cruce con la calle del Casino, otra de las fundaciones de los indianos, así como la iglesia parroquial, dedicada al Sagrado Corazón de Jesús, la cual vemos desde aquí. Fue la que costearon América y Silverio, los de la quinta de El Foco. Nosotros seguimos de frente hacia arriba todo recto
Farolas isabelinas jalonan el recorrido
La traza de las viviendas, entre lo urbano y lo residencial, llama la atención
También hay algún edificio de factura más reciente, como el que tenemos un poco más adelante a la derecha, con bajos y pisos
Cruce con la calle Zaldua: nosotros continuamos recto por la calle del Carmen, a la derecha
La calle se asemeja a un verdadero patio de vecindad
La cuesta, al menos lo más fuerte, acaba cuando lleguemos a aquella palmera...
Fila de "casas gemelas"
Cruzamos con la antigua travesía de la iglesia y seguimos de frente
Calle arriba, acabando casi ya la cuesta, las filas de casas dan paso a los terrenos de antiguas quintas
En el portón de una de ellas vemos la concha xacobea
En la finca hay una cancha de tenis. Al fondo vemos de nuevo la iglesia del Sagrado Corazón de Villalegre
Durante un trecho nos parecerá volver a lo rural caminando junto a una sebe y unos prados en dirección a más quintas indianas que le dieron en su momento a Villalegre el apodo de La Pequeña Habana
De frente a nosotros la Casa de los Ibáñez y a su derecha Casa de Culera
Subiendo a la Casa de los Ibáñez pasamos frente a una hilera de antiguas viviendas tapiadas
Al cruzarnos con la calle Avemaría, aunque sigamos de frente por la del Carmen, no dejemos de mirar a la derecha
Allí está Villa Julita, hecha sobre una casa anterior que compró el emigrante a Cuba Manuel Valdés Álvarez, quien la compró poniéndole el nombre de su mujer Julita Valdés Haro. Destaca su torre-mirador, que de aquella sería una atalaya sobre Villalegre y sus campos
Gran mirador, en forma de galería acristalada y orientado al sur, es el de la ya mencionada Casa de los Ibáñez, cuyo propietario era también indiano emigrado a Cuba
Al otro lado llama la atención su esquina en chaflán
Nos asomamos a la verja
Espléndido jardín
Cruzamos la calle Santa Cecilia
Así llegaremos al Alto'l Vidriero o Alto Villalegre pasando a El Pozón
A la izquierda están las antiguas escuelas, en el cruce con el camino al santuario de La Luz, En esta zona están las casas más antiguas del barrio, La Llamosa. Nosotros seguimos de frente por la calle del Carmen
Ahora sí que se acaba la cuesta y empezamos a bajar
Sigue siendo la calle Carmen, solo que ahora cuesta abajo. Empieza el descenso junto a este antiguo caserón de piedra de sillería en vanos y esquinas
Hay algunas viviendas unifamiliares
Y a la derecha el Parque El Pozón, solar de antiguas mansiones que pasó a uso público en 1988.
Caminamos junto a los viejos muros...
Árboles plantados en lo que era el interior de las antiguas casas
Seguimos junto a la verja
Y vemos su frondoso arbolado
Abundante hoja suelta
Según bajamos empezamos a ver edificios de pisos. Nos acercamos paso a paso al centro urbano avilesino
Hermosos parterres en el parque
Muros de antigua mansión
Los Pisos, gran bloque de viviendas, referencia visual y geográfica
Al llegar aquí tenemos una perspectiva muy interesante que hemos de comentar
Nos acercamos a Entrecarreteres. Abajo al final de la cuesta están Los Canapés, más allá La Texera y, en la lejanía, los altos de San Cristóbal
Por los altos de San Cristóbal se sale de Avilés rumbo a Castrillón siguiendo el Camino Norte: allí hay dos edificios notables junto a los que pasa el Camino
El que vemos más grande, a la derecha es la Residencia Santa Teresa de Jornet, en el barrio de Solaiglesia
A la izquierda la iglesia parroquial de San Cristóbal de Entreviñas, construida hacia 1790 sobre un templo anterior del que ya existen referencias en la Edad Media. La tradición popular afirma que en el pasado dormían peregrinos en su cabildo
Continuamos en descenso por la calle del Carmen
Cruzamos la calle Padre Arintero
Pequeñas casas de vecindad a la derecha. A la izquierda unos adosados
Pasados Los Pisos todo este tramo es de viviendas de no más de dos alturas
A la izquierda unos chalets
La Llamosa a la izquierda...
Aquí hay un grupo de casas un poco más altas....
Seguimos el enlace que vuelve a salir a la calle Santa Apolonia (AS-17)
Y cruzamos los dos pasos de cebra, el del enlace...
Y el de la calle Santa Apolonia. Nos dirigimos ahora a ese pequeño parque o plaza con palmeras
Aquí está uno de los mojones camineros
Viejas ruinas y enfrente una fila de casas populares, supervivientes de todas las que formaban esta calle, la Avenida de Oviedo
Una fuente y bancos para un pequeño alto en el camino y merecido descanso antes de entrar en el centro urbano de Avilés. Estamos llegando a Los Canapés, un lugar de honda historia caminera, como enseguida vamos a ver
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