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sábado, 3 de octubre de 2015

EL CAMINO PRIMITIVO EN EL CASCO URBANO OVETENSE (ASTURIAS) 1: DE LA CATEDRAL DE SAN SALVADOR A LA RÚA DE LOS ALBERGUEROS Y LOS ANTIGUOS HOSPITALES DE SAN JUAN Y SANTIAGO

Sancta Ovetensis, catedral de San Salvador

Al pie de la Sancta Ovetensis, la catedral ovetense de San Salvador, en la Plaza de Alfonso II El Casto, los caminos se unen y, a la vez, se separan. Llega a su meta el Camino llamado propiamente del Salvador o San Salvador (las dos denominaciones son correctas), procedente de León y llega, por su largo periplo, el Camino de Santiago del Norte, dando cumplimiento ambos a aquella máxima de origen medieval, la cual recorría toda Europa y que dice que "quien va a Santiago y no al Salvador visita al criado y olvida al señor". Otro camino además llega, y a la vez sale, pues está señalizado en ambas direcciones, el Camín de los Santuarios, que comunica con Covadonga y Santo Toribio de Liébana

Pero el 'gran Camino jacobita' que tiene aquí su comienzo es el Camino Primitivo, así llamado modernamente para señalar que se tiene por el primer Camino de Santiago de la Historia, el que seguiría el rey Alfonso II El Casto, cuya escultura se yergue también bajo la catedral, para verificar el hallazgo del que se tiene por el sepulcro de Santiago en Compostela, allí en algún momento del siglo IX, dentro de su largo reinado, según una tradición documentada, todo hay que decirlo, unos dos siglos y medio después 

No obstante, e independientemente del debate histórico en torno a esta cuestión, cierto es que es en esos tiempos cuando surge, con 'precedentes' anteriores' como los textos de Beato de Liébana y otros, la tradición del culto jacobita en el noroeste, la antigua Gallaecia y que un camino realmente primitivo, prehistórico tal vez, y romanizado como vía imperial, era el que enlazaba Lucus Asturum, en la actual Llugo de Llanera, unos 10 kilómetros más al norte, civitas acaso surgida tras la conquista romana en base a poblaciones castreñas anteriores, y Lucus Augusti, la actual Lugo gallega, de similar origen muy posiblemente


La estatua de Alfonso II El Casto, obra de Víctor Hevia de 1942, mira pues hacia la plaza de su nombre y a los peregrinos que llegan y/o que siguen Camino, bien hacia la costa por el Norte o bien hacia el interior por el Primitivo. De su obra y figura hemos hablado ampliamente en las entradas de blog dedicadas a la catedral, pues además de ser, tradicionalmente insistimos, tenido por el 'primer peregrino', al menos de nombre conocido, hizo de esta ciudad su sede regia, pasando a capital de Asturias, acogiendo en su templo de San Salvador, acaso ya fundado por su padre Fruela, las veneradas Reliquias del Arca Santa procedentes de Jerusalén y guardadas en el Monsacro, monte unos kilómetros más al sur, las cuales hicieron de la Sancta Ovetensis uno de los más visitados santuarios de la cristiandad, constituyendo un centro de peregrinación que llegó a competir con la misma Santiago

Este Camino, que aquí empieza, ante el Jardín de los Reyes-Caudillos y a la vista de la torre del monasterio de San Pelayo, al lado de la catedral, fue El Camín Real de Galicia y tenía diversos nombres locales, como era común, según por cada sitio que pasase, y dado que, enlazado con otras sendas norteñas, comunicaba con Francia, era llamado Camino Francés (todos los caminos con esa procedencia eran así llamados) y similares 'camino francisco, camino franco', etc., pasando por él numerosos viajeros, entre ellos peregrinos, francos (nombre que abarcaba a todos los centroeuropeos allende los pirineos en general) y estableciéndose numerosas fundaciones hospitalarias en su recorrido

En la explanada de la plaza, justo donde empieza la calle del Águila, una gran placa de bronce en el suelo señala el lugar de esta confluencia, y separación, de Caminos


En ella se lee, en la parte superior, CAMINO DE SANTIAGO; más abajo una composición de la Cruz de los Ángeles, legado de Alfonso II El Casto, símbolo de la ciudad que se venera en la Cámara Santa catedralicia, junto con una concha, emblema de los peregrinos jacobeos. A sus lados sendas flechas indican la dirección del Camino del Norte, de frente todo recto, y del Camino Primitivo, que irá a la izquierda en este primer cruce. Abajo se lee:
EN LOS COMIENZOS DEL SIGLO IX.
DESDE ESTA SU BASÍLICA DE EL SALVADOR.
INICIÓ EL MONARCA ASTUR
ALFONSO II EL CASTO
LA PRIMERA DE LAS PEREGRINACIONES
A COMPOSTELA
PARA VENERAR LA TUMBA
DE SANTIAGO EL MAYOR
Y FUNDAR ALLÍ, EN SU HONOR
LA PRIMERA BASÍLICA

MMX AÑO JUBILAR COMPOSTELANO

Junto con esta placa, la señalética viaria confirma esta bifurcación de estos dos importantes caminos en este lugar


Antes era esto un pequeño barrio, llamado La Rinconada del Rey Casto, construido tras el pavoroso incendio de 1521 que destruyó casi toda la ciudad (excepto la catedral y un par de edificios más de piedra) y que por atrás pudo llegar a la calle San Vicente, donde asoma la torre del convento de San Pelayo, considerada la 'hermana pequeña de la catedral'


Durante unas pocas decenas de metros pues, y frente al Jardín de los Reyes y torre de San Pelayo, ambos caminos coinciden, antes de separarse, un corto tramo por la calle del Águila, en el lugar donde antiguamente hubo una fila de casas incendiadas durante la Revolución de 1934. En 1935 el Ayuntamiento propuso comprar los solares para mejorar el entorno de la catedral, actuación que no se pudo hacer hasta acabada la Guerra Civil


La calle fue llamada de San Pelayo en este tramo que coincide con dicha parte posterior del convento, si bien a partir del siglo XVI comenzó a conocérsela como del Águila a causa de un escudo con un águila bicéfala que se puso entonces en la pared del monasterio, reedificado por aquel entonces sobre el viejo cenobio medieval


Ya en el siglo XIII estaba aquí el barrio de Las Posadas o de Alberguería, llamado así por ser abundante en alojamientos para peregrinos, tanto a Santiago como a San Salvador. Realmente lo que es la calle era llamada Gascona por ser donde se asentaron numerosos gascones, de Gascuña, Francia, parte de los muchos francos que se quedaron en la ciudad atraídos por las peregrinaciones y el fluir de gentes y marcancías, principalmente a partir del siglo XIII, especializándose sobre todo en artesanía y comercio, abriendo aquí sus tiendas y talleres todo hasta el fondo, donde estaban las murallas y la puerta llamada precisamente Gascona


La calle creció más allá de ella y ahora solo se llama Gascona al tramo que hay más allá de la calle Jovellanos, la que sigue el trazado de aquella antigua muralla ovetense. Por ello muchos documentos antiguos que hacen referencia a Gascona pueden referirse a esta calle del Águila, que estaba intramuros


Y aquí es el preciso lugar donde se bifurcan y separan los caminos: los peregrinos que caminan por el Camino Norte van a la derecha, siguiendo por la calle del Águila cuesta abajo. Quienes hacemos el Camino Primitivo nos dirigimos a la izquierda, por la calle Schultz (que habría de ser Schulz, como enseguida veremos), no sin antes no fijarnos en la terraza de La Belmontina, el bar de Oviedo donde los clientes se sienten como en casa, es como la periodista Esther Rodríguez titula su artículo dedicado a este veterano establecimiento que aquí abre sus puertas y saca sus terrazas a la calle del Águila, publicado en La Voz de Asturias el 20-3-2023 y que, además de la historia y exquisiteces del local, se nos informa de sucesos, curiosidades y anécdotas:

"Como el típico bar de pueblo, donde todo el mundo se conoce y el mobiliario es entero de madera, pero situado en pleno centro de Oviedo. Así, con esta frase, se puede describir la esencia de La Belmontina. Situada en la calle del Águila, a escasos metros de la Catedral, por las puertas de esta taberna se han visto pasar generaciones y generaciones de asturianos. Unos clientes que más que consumidores, «somos ya una familia», tal y como asegura Belén Rodríguez, propietaria de este chigre que lleva más de 60 años siendo el lugar de encuentro de muchos amigos y conocidos. Para algunos incluso se ha convertido también en su hogar. «Aquí se sienten como en casa», apunta la hostelera.  
Aunque en el toldo de entrada de La Belmontina figura que lleva abierto desde 1954, realmente el negocio nació muchos años atrás. «Antes de que lo regentase mi familia lo llevaban otras personas. Antiguamente no solo era bar, sino también pensión, y se llamaba Bar Muñiz La Belmontina. Después lo cogió un tío de mi madre y luego en el 76 pasó para mis padres», cuenta Belén Rodríguez, quien desde los dos años ya correteaba por el bar. «Me acuerdo de la Panadería Molinón, la imprenta que hasta hace poco estaba aquí, la tapicería Feijoo. Era donde yo jugaba, aparte de por la catedral», rememora a sus 50 la tinetense.  
Aparte de criarse y crecer en La Belmontina, donde antiguamente se podía aparcar delante del local, Belén Rodríguez trabajó en el bar «desde toda la vida». Siempre echó una mano a sus progenitores, tanto detrás de la barra como en la propia cocina. Por eso, cuando se jubilaron sus padres en el año 2009, decidió coger ella sola las riendas del negocio. También lo hizo motivada por su situación familiar. «Mi hijo pequeño empezaba el colegio; entonces, ya tenía más tiempo libre», confiesa la hostelera.  
Desde que La Belmontina abrió sus puertas «no ha cambiado absolutamente nada». «Está tal cual como antes y seguirá así porque los clientes no me dejan renovar ninguna cosa. No quieren que mueva nada de nada», confiesa Belén Rodríguez, antes de señalar que «lo único que puedo hacer es pintar para mantener las paredes limpias y poco más». Tal es así que la hostelera aún conserva una máquina registradora de las antiguas, que aunque «hoy en día podría funcionar perfectamente», forma parte de la decoración. «Tiene un valor económico, pero es más el sentimental, porque me acuerdo incluso de jugar con ella», rememora.  
Una «exquisita» comida para acompañar los tragos  
De la misma manera que el mobiliario es de toda la vida, la comida que se sirve en La Belmontina nos transporta a nuestra infancia. «Tengo poca cantidad porque son más bien tapas, pero es todo casero. Apenas uso especias porque me gusta la cocina antigua, la de nuestras abuelas», señala. La especialidad de este bar son los callos y la carne. También el plato de aldea —compuesto por patatas fritas, huevos y chorizo— gusta mucho a todo el mundo. «Y eso que cuando lo puse era por tener algo nuevo, porque yo personalmente no lo veía para un negocio», reconoce Belén Rodríguez, antes de apuntar que la cocina aún se sitúa en la parte de arriba del local, donde hay también mesas de comedor.  
Esto lleva a que los clientes, cuando entran por la puerta de este tradicional bar, «se sienten como en casa», y por eso siempre vuelven —pueden hacerlo acompañados de sus mascotas, puesto que se permite el acceso de animales al local—. «Ahora la clientela está renovándose porque la que tenía mi padre por desgracia se fue muriendo, pero ahora viene algún hijo o nieto de esta. Es gente que nació prácticamente aquí y los ves crecer. Además, esa nueva generación te va trayendo otro y también viene gente de fuera recomendada, que eso me enorgullece», afirma Belén Rodríguez, quien asegura que Fernando Alonso pasó parte de su niñez en La Belmontina. «Venía con su abuelo, que paraba mucho aquí. El hombre presumía de su nieto cuando todavía no era nadie», resalta la hostelera.  
«Siempre digo que La Belmontina sin los clientes o amigos no sería nada, por mucho que yo hiciera. Si no tuviera el respaldo de ellos, yo no seguiría con el bar abierto. Entonces, todo esto se lo debo y se lo agradezco a ellos», reconoce la hostelera, antes de reconocer que gracias a esa fiel clientela ha conseguido sortear la pandemia del coronavirus, entre otras crisis acaecidas. «Para mí la verdad que fue durísimo. Pero tuve clientes que me llamaban, se preocupaban, me mandaban fotos del local… estuvieron muy atentos. El contacto fue más de ellos conmigo que yo con ellos porque a mí me dio un bajón muy grande, pero en ningún momento me dejaron sola», destaca.  
Bajo esta premisa, Belén Rodríguez asevera que «fue cerrar las puertas y no tener ningún ingreso, mientras que los gastos seguías teniéndolos». Aún así,«aprendes de lo malo». «Yo empecé a vivir el día a día, a no pensar en el mañana. Además sabes la gente que tienes al lado y me sorprendieron mucho. Pero bueno, hay que reconocer que hubo locales que lo pasaron peor que nosotros porque aquí al fin y al cabo damos de comer a tres familias, pero hay bares en los que hay muchísimos más trabajadores. Además, para los locales de ocio nocturno fue terrible, porque estuvieron muchos meses cerrados», cuenta.  
No obstante, esta «dura» situación ya queda en el recuerdo de La Belmontina, que cuenta con muchas anécdotas. Una de las más llamativas es el crimen que lleva su nombre. «Ocurrió mucho antes de que mi familia estuviera aquí, por lo tanto sé lo que me contaron unos sevillanos porque yo nunca antes lo había oído. No fue el crimen aquí como tal, sino que este fue el lugar donde empezó la discusión. Unos hombres estaban jugando la partida y comenzaron a reñir. Uno de ellos era el limpiabotas y echó a correr. Pero fue apuñalado y acabó muriendo donde el Ovetense», cuenta Belén Rodríguez.  
Otro caso llamativo también tuvo lugar hace varias décadas. «Hubo un tiempo en el que mis padres dejaron de vender sidra aquí en el bar. Una vez llegó a Oviedo un ministro francés que vino a ver la catedral y se paró aquí para tomar una sidra. Pero no fue posible porque no la teníamos», relata la hostelera, quien señala que como anécdota está bien, pero lo acaecido después «no me pareció nada bien». Lo cierto es que ante ese suceso, «en la prensa pusieron que era una vergüenza que en el casco antiguo de la ciudad no hubiese ni un solo bar que diese sidra». Algo que «era mentira», porque «no eran todos, sino solo nosotros y eso daña a la imagen de los demás».  
Al fin y al cabo La Belmontina tiene mucha historia y Belén Rodríguez quiere seguir coleccionando momentos y poder escribir más capítulos en este bar de toda la vida. «Me gustaría jubilarme aquí, que acabe conmigo no lo sé. Yo quiero otro futuro para mis hijos, pero si quieren cogerlo, yo encantada y les ayudaré. Será la misma tristeza cuando cierre la puerta el último día por no volver que si no se vuelve a abrir más», resalta la hostelera, quien está eternamente agradecida a sus clientes. Es por ello que «siempre intento esmerarme más para darles más de lo que me reclaman».


Y dejando la calle del Águila, tomamos pues esta calle Schultz, antigua Rúa de los Albergueros, parte del antiguo barrio de Las Posadas o de La Alberguería, por donde sigue el trazado el Camino Primitivo, admirando estas puertas de arco de medio punto del edificio de La Belmontina. Calle rebautizada en 1887 en honor del Ingeniero de Minas Guillermo Schulz, por un error de transcripción del apellido ha quedado como calle Schultz (con 't' entre la 'l' y la 'z') pese a numerosas peticiones tendentes a su corrección


Y así, "Los peregrinos que penetraban generalmente en la ciudad agrupados, unos en carromatos o caballo y otros a pie, eran abordados por los albergueros que les ofrecían sus servicios y les acompañaban en el trayecto intramuros hasta las hospederías emplazadas en la Rúa de los Albergueros, al lado de San Salvador", escribe Víctor Manuel Rodríguez Villar, uno de los autores del libro El Camino de Santiago por Asturias. Topoguía 2. Ruta de la Costa, coordinado por la catedrática Mª Josefa Sanz  Fuentes
 

Sucesor de la antigua tradición hospitalaria de esta calle abre sus puertas en nuestros días La Hospedería de Oviedo, albergue de peregrinos en lo que más antiguamente fue parte del palacio de otro rey con sede regia ovetense y el último de Asturias, Alfonso III, cuyo edificio (s. IX) fue cedido en 1096 al obispo Martín por otro rey, Alfonso VI, para hacer de él el Hospital de San Juan, dedicado a albergar pobres y peregrinos en esta calle y barrio donde se abrieron numerosos albergues más para este cometido


"Ciertos romeros, enfermos o sin recursos, se acogían al amparo del Hospital de San Juan, institución que dependía del cabildo catedralicio", continúa Rodríguez Villar, "recibiendo el sugestivo nombre de "palatio frantisco", apelativo alusivo a gentes llegadas de más allá de los Pirineos".


Seguidamente a La Hospedería Oviedo está el edificio del Ilustre Colegio de Abogados de Oviedo, en cuyos bajos podremos ver, gracias a unas grandes cristaleras, restos y cimientos de dicho palacio real que luego fue el Hospital de San Juan:
"Como dependiente del cabildo catedralicio, éste nombraba al hospitalero, debiendo ejercer las funciones de mayordoma una mujer de buena fama a quien competía la administración económica (monetaria y en especie), debiendo rendir cuentas anualmente al cabildo, según consta en unas constituciones dictadas para su funcionamiento en el año 1300"


Las noticias del aspecto que tendría aquel Hospital de San Juan son, como los de tantos otros, del siglo XVIII, cuando ya estaría, como las mismas peregrinaciones históricas, en franca decadencia, y habría pasado además sin duda por sucesivas reformas y reparaciones. A finales de dicha centuria se sabe tenía dos pisos con nueve lechos en el piso alto y diez en el bajo y que "estaba instalado en un miserable edificio formado por unas paredes de aspecto lamentable, dentro de las que dispone de numerosas celdas que hacen las veces de dormitorios", escribía el viajero Joseph Townsend, quien lo visitó en 1786, plasmando tal afirmación en su libro, publicado en 1791, A journey trough Spain in the years 1786 and 1787; with particular attention to agriculture, manufactures, comerce, population, taxes and renvenue of that conuntry


San Juan era la advocación de la antigua iglesia también aquí ubicada por entonces, de ahí que en algún momento esta rúa fuese llamada en los documentos también calleja de San Juan, como la describe el erudito asturianista Fermín Canella Secades en El libro de Oviedo (año 1887), quien por cierto parece escribe correctamente el apellido del alemán:
Schulz.—Antes calleja de San Juan. Allí estaba la antigua iglesia parroquial de San Juan, cuya primitiva construcción ó altar fué donado á la Iglesia Catedral por Alfonso el Magno. El templo era el inmediato ó de servicio al hospital creado por Alfonso VI y tenia bajo moderno pórtico derribado en 1869, bella portada bizantina, de comienzos del siglo XII, adornada con molduras de agedrez, graciosos y variados capiteles y tres columnas por cada lado, que sostenían los decrescentes arquivoltos, bajo talladas ménsulas. Coetáneos de esa portada eran los fustes con capiteles arrimados á los machones del arco toral, por más que toda la iglesia había sido reformada posteriormente cual lo indicaban el ábside, las capillas interiores, dedicadas á populares cofradías, y un arco ojivo tapiado, cerca de la puerta, que parecía una sepultura del siglo XIV. No quedaba allí vestigio seguro del altar eregido por el obispo D. Pelayo, ni de antiguo sepulcro, donde sin fundamento alguno, no faltó quien dijera que se habían trasladado los restos del rey silo y su mujer Adosinda; pero sí había en tierra un panteón de la familia de Ordóñez. Declarada en estado ruinoso, la iglesia se demolió en 1882, numerándose las piezas de la artística entrada, que recogió la Comisión provincial de Monumentos y depositó, á disposición del prelado, en los almacenes municipales; y ensanchándose aquel recinto con destrucción de parte del hospital contiguo, quedó allí espaciosa calle que, por acuerdo municipal de 1887, lleva el nombre del sabio Ingeniero de minas, asturiano adoptivo, D. Guillermo Schulz, en recuerdo de gratitud al autor de los notables mapas topográfico y geológico de la provincia y de otras obras, trabajos y proyectos que aseguraron el renacimiento industrial de la provincia.—Ent.: San Juan.—Conc.: Lorenzana."

La iglesia de San Juan se construiría en el siglo XI o XII, como el hospital, sobre la estructura del palacio anterior, siendo derribada en 1882 ante el riesgo de ruina, siendo trasladados sus cultos. Sus cimientos aparecieron aquí en los años 2000 y 2001 al hacerse la nueva desde del Colegio de Abogados, cuya historia recogemos de su propia web:
"Desde antiguo figuran en la Historia provincial, los Defensores y Voceros ovetenses. En el siglo XVse obtuvo Real Provisión de los Reyes Católicos en 1495 y 1499 para que no ejerciese la abogacía ni alegasen en derecho los que no estuviesen examinados. 
Hay después un lapso de tres siglos y, cuando en 1718 se organizó la Audiencia, ésta ordenó que los abogados en ejercicio presentasen títulos, y así lo hicieron doce -dos Doctores, cinco Licenciados y cinco Bachilleres- llegando a diecisiete los que en 1775 fundaron un Colegio con ordenanzas aprobadas por Real Cédula de Carlos III en dicho año, y con filiación del de Madrid en 1777. 
Los principales fundadores era catedráticos y doctores del Claustro y Gremio de nuestra Universidad, en cuya sala se reunían los Colegiales y la Junta Directiva hasta muy entrado el siglo XIX. Se puso el Colegio en las primitivas Constituciones, bajo el patronato de la Virgen de Covadonga y de San Ivo, y tiene aquélla, entre otras, las siguientes disposiciones: los congregantes prestarán juramento de defender el dogma de la Concepción; celebrarán fiestas religiosas a los Santos Patronos, comulgando los colegiales a la misa mayor; la entrada en el Colegio era previa rigurosa información de ser "hijo legítimo o natural de padre conocido, no bastardo ni espurio", y ser también el pretendiente, su padre o abuelo "cristianos viejos, limpios de toda mala infección y que no tengan ni hayan tenido oficio ni ministerio vil, ni mecánico público". 
Los oficios era Decano, Maestro de ceremonias, Diputados y Secretario; había abogados de pobres; se reglamentaba el entierro de colegiales; se daban socorros a los compañeros pobres y enfermos; y en 1790 se creó Montepío para las viudas y huérfanos. 
En 1798 llegó el número de Abogados a 138 y esto motivó reclamaciones para que en Oviedo se limitasen a doce; en los concejos poblados a dos, y a uno en los de escaso vecindario. No se llevó esto a cabo, y, en el pasado siglo, alcanzaron al Ilustre Colegio todas las disposiciones que, muy principalmente desde 1838, hasta la vigente ley orgánica y Estatutos de 15 de marzo de 1895 se refieren al ejercicio de la Abogacía. 
En el año 1975, coincidiendo con la conmemoración del Bicentenario de la Fundación de este Colegio se habilitaron en el Palacio de Valdecarzana de Oviedo las dependencias colegiales, donde permanecieron hasta junio de 2005, cuando el Colegio se trasladó a la nueva sede en el número 5 de la calle Schultz, un moderno edificio  construido ex profeso para alojarle, que goza de espacio y medios para prestar los servicios colegiales y de representatividad suficiente para la Abogacía."


El llamado Palacio Magno, eran varios edificios que ocupaban gran extensión entre la muralla y lo que entonces era una pequeña ciudad episcopal y capital del reino. Estas construcciones se disponían en torno a uno o más patios


Habría una sala noble con un altar a manera de ábside dedicado a San Juan Evangelista que, ya en el siglo XI, pasaría a ser la iglesia del Hospital de San Juan, dedicado, recalcamos a acoger pobres y peregrinos, en una acepción más parecida a un hospital de caridad que a un centro sanitario, si bien se les proporcionaban, además de lecho, algo de alimento y lumbre, las pertinentes curas y atenciones según la disponibilidad y conocimientos de la época


Hoy solo podemos ver una mínima parte de lo que sería todo el complejo, que está extendido por el subsuelo de toda esta parte de la ciudad, entre la calle y el muro de la vieja muralla, desaparecida en este tramo. Estas cristaleras nos permiten contemplar estos cimientos que forman parte de la historia y origen de la ciudad y de su relación con los peregrinos


La ciudad llegó a contar, además de con este, con los hospitales de Santiago, mencionado en un acuerdo del cabildo de 1485, San Julián, San Sebastián, La Balesquida, San Nicolás y La Magdalena, que se unieron en una hermandad que fue disuelta en 1566


Fijémonos en aquella piedra en forma de pila de agua y detrás la que tiene un poco de ajedrezado románico, sin duda de la antigua iglesia de San Juan, llamada de San Juan El Real por estar en el terreno del antiguo palacio real del monarca. Antes de su derribo y ante el peligro de colapso del edificio sus cultos fueron trasladados de lugar varias veces hasta la construcción de una nueva iglesia, la Basílica de San Juan El Real en pleno ensanche ovetense, entre 1912 y 1915, la cual veremos pues frente a ella, por la calle Melquíades Álvarez, pasará pronto el Camino. Esta es su historia, explicada en su página web:
"La actual Basílica de San Juan el Real inicia su construcción en 1912 en un solar adquirido para tal fin con diseño del arquitecto Luis Bellido siendo finalizada en 1915. La iglesia tiene forma de cruz latina, con capillas laterales y cúpula.Consta por la historia, que Alfonso III el Magno edificó en el año 862 un altar dedicado a San Juan Bautista contiguo a su palacio, que en 1006 fue cedido por Alfonso VI para hospital de Pobres y Peregrinos, y vino a erigirse, en fecha no concretada, en la primera iglesia parroquial de esta feligresía de San Juan el Real. Estaba emplazada en la actual calle Schultz, ocupando parte de la acera izquierda. Era de estilo latino-bizantino, baja de techo, larga, oscura y estrecha. Tenía, si, hermosa puerta románica y es, previsiblemente, la que aún hoy se advierte en la tapicería e imprenta sitas en dicha calle y en las inmediaciones de la Catedral. 
Fue denunciada por ruinosa en los primeros meses de 1873, y a mediados de aquel año trasladado el culto, provisionalmente, a la Iglesia del Hospital provincial, antiguo templo del convento de San Francisco. 
Aquí comienza el peregrinaje de la Parroquia. 
Fue primero, como queda dicho, el traslado provisional a la Iglesia del antiguo Convento de San Francisco, fundación éste de Fray Pedro, apodado “El Compadre”, por ser compañero de San Francisco de Asís, y que falleció en 1120. Fue enterrado en la Capilla mayor de dicha iglesia, permaneciendo allí sus restos hastraraa el año de 1594, en el que Don Luis Carrillo de Mendoza, Gobernador del Principado, mandó hacer una urna dorada, con un pequeño busto encima, y en ella se depositaron los restos de Fray Compadre; urna que se colocó en una hornacina que había encima de la puerta de la sacristía, ignorándose el tiempo que estuvieron encerrados allí, así como su actual paradero. 
Dícese que al ser trasladados allí los cultos de San Juan el Real, el coadjutor de la misma, Don Manuel Suárez García, a finales de 1873, “quiso cerciorarse por sí” si existían todavía los restos de Fray Pedro. Y es dicho coadjutor quien testimonia : “La urna no estaba cerrada con llave; estaba, sí, colocada en dicha hornacina”, añadiendo que levantó la tapa, miró, y nada había en ella: ”no había hueso alguno”, para concluir que, “procurando informarse”, le dijeron que los franceses “en su vandálica invasión de mil ochocientos ocho” habían arrojado por el suelo los huesos que en la urna había y no supo después si alguien los había recogido o no. 
Quien acoge esta versión estima “que parece algo inverosímil en su segunda parte, pues, habitando aún en aquella época los franciscanos en el convento, de suponer es que habrían agotado todos los medios para recoger dichos restos”. Y añade por cuenta propia: “La urna continúa cerrada; pero está muy deteriorada”. Estaba sita esta Iglesia en el solar que ocupa actualmente la Junta General del Principado y era amplia, hermosa, en forma de cruz latina, con capillas laterales y ella sirvió de sepultura y lugar de enterramiento de próceres y otras muchas familias distinguidas de Asturias. 
Fue precisamente la Diputación Provincial, para erección del actual palacio de la Junta General del Principado, la que acordó el derribo del antiguo Convento de San Francisco, a la sazón Hospital Provincial y Parroquia de San Juan el Real de Oviedo. 
El abandono de la iglesia tuvo lugar en la primera semana de abril del año 1902, coincidente con la Semana de Resurrección, trasladándose el servicio parroquial de San Juan el Real a la iglesia de Santa María de la Corte y allí continuó hasta el mes de diciembre siguiente, fecha en la que un nuevo traslado la llevó hasta la iglesia de San Tirso el Real de Oviedo. Y aquí hasta el 24 de junio de 1915, fecha en la que tiene lugar la inauguración del actual templo parroquial que viene a poner fin al peregrinaje que había durado cuarenta y dos años."

El cabildo de San Salvador era el responsable del alojamiento de los peregrinos que aquí se hospedaban, al igual que del entierro y sepultura de los que aquí fallecían, siendo enterrados en el cementerio situado detrás de la Cámara Santa, que visitábamos al recorrer el claustro catedralicio. Era llamado por lo tanto Cementerio de los Peregrinos, si bien parecer ser que se enterraba también a personas que no tenían esta condición. Posteriormente las inhumaciones se hacían "desde 1734 en la capilla del hospital y tres décadas después en la iglesia parroquial de San Juan", prosigue explicando Rodríguez Villar:
"Es a partir de la baja Edad Media cuando en general las peregrinaciones, y en concreto las que se dirigían a San Salvador de Oviedo y el culto de las reliquias custodiadas en la Cámara Santa, experimentan un giro conceptual. Hasta entonces la peregrinación había sido un fenómeno religioso espontáneo y popular, a partir de ahora imperará el dirigismo de la jerarquía eclesiástica que favorecerá y promocionará los santuarios que en cada momento convenga. A un nivel inferior, el propio peregrino no iniciará el viaje con la intención de ver los afamados relicarios y obtener el perdón de sus pecados; su interés residirá en ganar las máximas indulgencias visitando los santuarios que más ofrezcan, o en su defecto, recorrer la multitud de iglesias situadas en el camino acaparando así todas las perdonanzas.

La ciudad de Oviedo se verá muy favorecida con la inyección monetaria que supuso esta reactivación peregrinatoria, continuándose las obras de la catedral, ya de estilo gótico.

Tras este período de prosperidad, la segunda mitad del siglo XIV y la primera del siglo XV trajeron una crisis económica profunda que afectó gravemente a la ciudad y sobre todo a la catedral, cuya construcción, aún en marcha, soportó una ralentización. La consolidación de la Cofradía de la Cámara Santa, creada en 1344, y las Bulas de Indulgencia que Clemente VI otorgó a la Sancta Ovetensis, hicieron que la peregrinación a Oviedo recuperara el pulso perdido.

Los meses de septiembre, cuando el día 14 coincidía en viernes, fecha en que se celebraba el Jubileo de la Santa Cruz, atraían a Oviedo a miles de peregrinos. Ejemplo del bullicio vivido en la catedral, es la necesidad de treinta y dos confesores para administrar el Sacramento a los romeros venidos a la ciudad en el año de perdonanza de 1459, o el encargo del cabildo de 25.000 enseñas de peregrino a Gutier González de Mieres para el jubileo de 1481.

El auge progresivo del Protestantismo a mediados del siglo XVI, contrario a las peregrinaciones, coaguló la riada de romeros que llegaban del centro y norte de Europa. Unido a esto, multitud de pícaros, maleantes y vagos partían de sus tierras bajo la apariencia de peregrinos, con la única intención de pedir limosna y en ocasiones delinquir.

Pero a finales del siglo XVII la peregrinación a Oviedo experimentará su última pulsación. Es entonces cuando comienzan a llegar a nuestra tierra nuevos romeros alemanes, italianos, franceses, bohemios, etc, algunos de los cuales fallecerían en el trayecto que les conducía a Santiago y a San Salvador de Oviedo. De este ambiente se hacía eco Joseph Townsend: "Aunque la afición a las peregrinaciones ha disminuido bastante, aún hay gente que recuerda cuando estaba de moda entre todos los jóvenes animosos de Italia y Francia ir en peregrinación a Santiago antes de casarse; e incluso hoy día no es raro encontrarse con algunos pocos ancianos y con muchos grupos juveniles que recorren la misma ruta."

A nuestra izquierda está la parte posterior del antiguo edificio del Monte de Piedad y Caja de Ahorros, cuya fachada principal mira a la Plaza de la Catedral o de Alfonso II El Casto, a la que dedicamos toda una entrada de blog, donde antaño hubo todo un barrio con casas de soportales, demolido para ensanchar dicha plaza entre 1928 y 1930, pese a numerosas protestas, como explicamos en dicho artículo


El edificio se erigió tras el derribo de las casas y es una obra del prestigioso arquitecto Enrique Rodríguez Bustelo. Escribe de esta institución en su blog Carlos  Fernández Llaneza:
El Monte de Piedad de la Caja de Ahorros fue inaugurado oficialmente el 15 de enero de 1881. Su primera ubicación fue en el primer piso del n.º8 de la Plaza de Riego. En octubre de 1881 se traslada al n.º 9 de la desparecida calle Platería (¡ay esos viejos topónimos perdidos!) de donde se trasladó, en 1932, a la Plaza Alfonso II el Casto, con entrada por la calle Schultz, insertado en una parte del epicentro histórico de la ciudad, rodeado de piedras que podrían contar muchas historias de lo que fue palacio real, hospital de San Juan o la primitiva iglesia de San Juan. Este edificio, obra del arquitecto Rodríguez Bustelo, fue el primero propio del Monte de Piedad y Caja de Ahorros de Oviedo. Levantado en el solar n.º 6 de la plaza al que se anexionó una parcela cuya venta había sido solicitada al Ayuntamiento a inicios de 1930 y que fue comprada y cedida por el Marqués de San Feliz con la condición de destinarla a la construcción del Monte de Piedad. Esta fue su sede hasta 1945 en que se decidió la fusión con la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Gijón dando lugar al nacimiento de la Caja de Ahorros de Asturias en 1946. El Monte de Piedad permaneció en la sede de la plaza de Alfonso II hasta el 31 de octubre de 1960 en que se inauguró la sede de la Plaza de la Escandalera."

Tras el Hospital de San Juan estaba el de Santiago, el siguiente más importante de la ciudad, "ubicado en un solar anexo", dice Rodríguez Villar, sufragada su edificación con un aporte de 400 ducados, en el que se acogían "pobres naturales del Principado sanos o con enfermedades no contagiosas",  por lo que suponemos era de los que evolucionaba hacia el hospital en el sentido actual de sanatorio, el cual llegaría a fusionarse con el de San Juan y el de los Remedios,  leemos en la Enciclopedia de Oviedo:
"En la segunda mitad del siglo XVI se fundaron dos hospitales en Oviedo: el de Santiago y el Nuestra Señora de los Remedios
El de Santiago debe su fundación al obispo de Oviedo, Jerónimo Velasco, en 1563, y daba beneficencia a los pobres de la provincia. 
Se encontraba próximo al arco de Socastiello y al Hospital de Peregrinos de San Juan con el cual, según F. Canella, se refundió posteriormente en uno. Más adelante, en 1837, estos dos hospitales, junto al de Nuestra Señora de los Remedios se reunieron en un único hospital: el Hospital General, que en sus orígenes se ubicó en el antiguo Convento de San Francisco. 
En 1705, su director era el canónigo Juan Montero de la Concha Obregón."

A continuación está la calle Sanz y Forés, quien fuera obispo entre 1868 y 1881, patrocinador de la construcción de la basílica de Covadonga, la cual comunica con la Plaza de Alfonso II El Casto ante la fachada oriental del Palacio de Valdecarzana, del también que hablamos ampliamente en la entrada de blog dedicada a la Plaza de Alfonso II El Casto o de la Catedral, pues es donde está, como en el caso del edificio del Monte de Piedad, su fachada principal, la meridional, mirando la cuarta, la occidental, a la calle de San Juan, a la que llegaremos en el siguiente cruce


Fue edificado entre 1627 y 1629 para don Diego de Miranda, Marqués de Valdecarzana, linajuda estirpe asturiana que, afincándose en la capital, necesitaba afirmar su estatus social y económico construyendo un gran palacio en el que trabajaron los grandes maestros Juan de Naveda y Gonzalo Güemes Bracamonte


En 1768 la casa llevaba tiempo abandonada pues los marqueses se habían ido, es entonces cuando José Froilán de Heredia, canónigo de la catedral, la adquirió para sus sobrinos huérfanos encargando su rehabilitación a Manuel Reguera, quien derribó una antigua torre e ideó un patio central dándole a esta fachada, la sur, una mayor relevancia, conservando eso sí las tres alturas originales. Este arquitecto no obstante no fue quien acabó la obra pues tuvo un serio enfado con el marqués. Fue durante tiempo residencia de la familia y aquí vivió el alcalde Antonio Heredia Velarde. Luego perdió ese carácter palacial y pasó a ser casino entre el siglo XIX y 1931 y ahora es sede de la Audiencia Territorial de Asturias


Esta fachada, que da a la calle Sanz y Forés, es de cantería y, aunque no tan ostentosa como la principal presenta todo su original uso residencial, nada menos que con 15 huecos entre ventanas, en el piso bajo, y pequeños balcones de las habitaciones, en el de arriba. El muro norte, el más cerrado y sombrío como corresponde a su situación, es de mampostería y también presenta bastantes huecos, nada menos que doce, si bien más pequeños y concentrados en la parte central. La fachada occidental es similar a esta, mientras que la septentrional, a cuyo lado pasamos ahora, es la más sencilla y lisa


Aquí vemos el escudo de los Miranda y Ponce de León. Los segundos representados por el león que simboliza su ascendencia leonesa, mientras los primeros por cinco doncellas que sujetan sobre su pecho una concha de venera, testimonio de los legendarios orígenes de esta estirpe



Al fondo vemos la Plaza de Alfonso II El Casto; al otro lado habría estado antaño la calle de la Platería, tal y como vemos en el plano y gráficos que nos aporta Marta Alonso en El ensanche de la plaza de la catedral de Oviedo de 1927. Estudio y restitución gráfica. Se llamaba así por ser la calle de los plateros y orfebres y de ella escribe la cronista oficial Carmen Ruiz-Tilve en La Nueva España del 1-7-2009 con su artículo Tras las borradas huellas de la Platería:
"Entre las calles principales de Oviedo, por su historia y su belleza, debe figurar la de la Platería, que de tan venida a menos ha desaparecido del callejero, convertida únicamente en flanco de la plaza de la Catedral y en un recuerdo en la mente de los entrados en años. 
La calle de la Platería, por nombre y dedicación, se corresponde con otras similares existentes en otras ciudades españolas de fuerte influencia catedralicia y en esa calle platera se fabricarían y venderían objetos de plata y azabache para los peregrinos que por allí pasaban camino de la Cámara Santa, a la que se entró durante mucho tiempo por la puerta derecha de la Catedral, aunque no llegó a habilitarse como Nueva Cámara Santa la capilla de Santa Bárbara, en historia que ya contamos aquí. 
De esa calle dice Canella: «Calle antigua, que es probable debiera su nombre a las tiendas y talleres de plateros, allí establecidos para la fabricación y venta de alhajas de plata afiligranada, que los peregrinos a San Salvador tocaban y bendecían en la Cámara Santa de las Reliquias. Esta calle y las que rodean a la Catedral merecen muy detenido estudio». 
Los que imaginaba don Fermín era que todo aquello iba a cambiar mucho entre la fecha en la que él escribió (1887) y los años 30 del siglo XX, cuando tras polémica con final anunciado, como la de Los Pilares quince años antes, doña Piqueta, aprovechando el dinero dejado a la ciudad por don Juan Muñiz Miranda, hizo borrón y cuenta nueva de todo el antiguo caserío que hacía, desde siempre, que hubiera que acercarse a la Catedral por calles estrechas y no por la gran plaza, un tanto desangelada, que resultó de aquello, la actual plaza de la Catedral. 
Aquella calle clásica, que venía de la Rúa y terminaba en la plazuela de la Catedral, al pie de la torre, era popular y comercial, porticada en parte. 
En el comienzo de esa calle, por los impares, enfrente del palacio de Santa Cruz de Marcenado, estaba la casa de la librería Galán, de la que era dueño don Víctor Galán y Álvarez Santullano, que había nacido allí y era uno de los interesados en la conservación de aquellas casas. Tanto esa casa, que tenía el número 3, porque el 1 ya faltaba, como las restantes eran de fachada modesta, de un frente medio de 7 metros. La numerada con el 9 era el doble de grande que sus vecinas y su dueño era don Fernando Armada y Fernández-Heredia, conde de Canalejas. De él pasó en 1879 a don Antonio Sarri y Oller, primer marqués de San Feliz, para instalar el Monte de Piedad y Caja de Ahorros de Oviedo, de cuyo consejo de administración era presidente. A partir de la casa siguiente empezaba, con la esquina, la plazuela, con soportales y mercado de madreñas. Allí los número de las casas iban seguidos, 1, 2, 3, 4, 5. La número 5 era hasta los años 30 de doña Amalia Caballero de Tineo, casada con el arquitecto don Nicolás García del Rivero, autor de proyecto tan singular como es el palacio de la Diputación. 
La plazuela medía 45 por 24 metros y la plaza resultante, incluida la zona aledaña a la Catedral, proyectada por el arquitecto Rodríguez Bustelo, mide unos 4.000 m2. Esa plaza no vive ahora buenos tiempos, embarcada en diversas obras e intenciones. Un palacio que se reforma, el de Santa Cruz de Marcenado, otro que pide socorro, el llamado «de los Llanes», y todo lo que fue acera par de Platería, hasta la iglesia de San Tirso, nueve casas numeradas entre el 2 y el 18, entre la de la esquina con la Rúa, que ardió a principios del siglo XX y se reedificó, con planos de De la Guardia, muy hermosa hasta que le metieron mano. Paraban las casas en un callejón de la ciudad, que comunicaba con San Antonio. Desaparecidas entre la 6 y la 18, reconstruidas después de la guerra con lo que se ve, acaba de darnos aquella zona la sorpresa, en parte esperada, del cementerio de San Tirso, el taller de azabachería, la fuente romana y más. 
Todo aquello es lo que vio y rememoró el fuego sanjuanero de la noche del 23. A ver si el santo tiene influencia en los cielos o en los ministerios para acelerar las obras del Museo de Bellas Artes."

Vemos la fuente de la plaza y la calle la Rúa, otra de las antiguas calles ovetenses, por donde llega aquí el Camino del Salvador tras pasar bajo el arco del Ayuntamiento, donde estaba una de las puertas de la muralla, la de Cimadevilla. De frente tenemos uno de los edificios del Museo de Bellas Artes de Asturias, en cuyo subsuelo se halló la Fuente la Rúa, una de las fuentes de época romana descubiertas en la ciudad, la cual puede verse desde el exterior gracias a otra gran cristalera

 
Y esta es la fachada del Monte de Piedad y antigua Caja de Ahorros de Asturias que, como esta calle, dejamos atrás


Siguiendo por la calle Schultz y antigua de San Juan vemos al final de la misma algo del edificio de Telefónica, en la Plaza de Porlier, donde estuvo el castillo de Alfonso III El Magno, razón por la que antaño hubiese sido la Plaza de la Fortaleza, así como Puerta de Socastiello, 'debajo del castiello', otra de las de la desaparecida muralla, hacia cuyo primitivo solar nos dirigimos


La fachada norte del Palacio Valdecarzana, la menos vistosa artísticamente, queda a nuestra izquierda. A nuestra derecha, un edificio de apartamentos, el de Viviendas Oviedo Catedral, vendría a ser otro sucesor de la antiquísima tradición posadera de esta calle. Todos los monumentos, casas y calles del casco antiguo han sido objeto de restauración y rehabilitación urbanística


El Castiello fue erigido, según una inscripción que vimos en la catedral, para librar a la ciudad de los temibles 'piratas marinos', es decir, los 'hombres del norte', los normandos o vikingos, quienes además de asolar las costas se internaban muy tierra adentro


Esa fortaleza fue destruida accidentalmente por una explosión en 1716 a causa de un accidente con varios barriles de pólvora depositados por la Junta General del Principado. La situación del recinto fortificado ya venía siendo mala pues en 1640 se había tratado de su posible reconstrucción. Durante la francesada fue destruida  por el general napoleónico Jean Pierre François Bonet y luego, en 1818, fue construido un nuevo edificio llamado Real Castillo y Fortaleza en recuerdo del anterior, sufragado con impuestos por la Diputación, empleado como cárcel de hombres y del que se sabe tenía trazas barrocas. Leemos en Wikipedia:
"...en el año 1818 la Diputación recargó entre los vecinos del Principado la cantidad de 500.000 reales para reedificar el Real Castillo y Fortaleza con el fin de habilitarlo con destino a cárcel de hombres. Esta cárcel pública fue construida por Muñiz sobre las ruinas de la antigua fortaleza, su fachada principal estaba orientada al mediodía y conservó el nombre de «Real Castillo y Fortaleza»

El Real Castillo y Fortaleza fue derribado en 1909 tras el traslado de los presos a la nueva Cárcel Correccional de Oviedo, siendo el solar adquirido por la empresa Telefónica en 1925 para construir en 1929, coincidiendo con la reurbanización de la zona con el derribo de las casas de la vecina plaza de la catedral, el edificio que vemos actualmente, de estilo regionalista, proyecto del arquitecto Jesús Álvarez de la Meana y que nada conserva de la antigua fortaleza, cuya pormenorizada descripción hallamos en Mirabilia Ovetensia:
"Con su entrada orientada hacia la actual plaza de Porlier, donde se ubicaba -según los cronistas de época moderna que allí la vieron situada-, una inscripción conmemorativa de la fundación por parte de Alfonso III y su esposa Jimena, se penetraba en un estrecho patio, donde se ubicaban, posiblemente, unas caballerizas, y, probablemente, las escaleras de acceso a una serie de habitaciones situadas en el lateral E. 
Sucedía al patio de la entrada otro, rectangular, que contenía al O, posiblemente, una serie de dependencias, al N, la entrada a los calabozos, que eran cuatro, según se conoce por testimonios contemporáneos. En el lado E se situaba la escalera de acceso a los pisos superiores de la torrre, donde, según Jovellanos, se situaba otra inscripción, apócrifa, conmemorativa de la apertura de una puerta. 
Planta principal 
A este nivel del primer piso, se situaba la planta principal de la torre, y, según todos los indicios proporcionados por el dibujo de la planta conservado, anterior a su voladura por parte de los franceses del general Bonet, una serie de aposentos situadods en el lateral E, a los que se accedía desde las escaleras situadas en el antepatio. 
Existen testimonios de época moderna y contemporánea, anteriores a su destrucción, en el castillo existían un salón, y dos estancias, que se destinaban a alojar a los presos "notables" (es decir, represaliados políticos), las cuales, en nuestra opinión, tuvieron que situarse en esta planta principal, a cuya entrada, además, hemos situado un zaguán, que albergaría la sala de armas y el cuerpo de guardia. 
Ronda Almenada 
Con acceso desde la ronda cubierta situada en la planta anterior, tuvo que situarse inevitablemente, como culminación lógica en esta clase de construcciones militares, una ronda descubierta, almenada, con finalidad tanto ofensiva -fundamentalmente, posibilitar el lanzamiento de proyectiles y armas arrojadizas de mayor calibre que las flechas-, como de vigilancia, ya que estaría dotada de algún tipo de dispositivo para la realización de señales -un hogar, para hace un fuego y señales de humo, o bien un bastidor de madera forrado de metal pulimentado, a fin de generar señales mediante el reflejo de los rayos solares. 
Estos sistemas de señales son los típicos en la Alta Edad Media, y sirven para explicar la profusión de torres y atalayas, situadas en enclaves estratégicos y que posibilitaban una alarma eficaz en caso de peligro. 
Ronda Cubierta 
Por encima de la planta principal, de uso preferentemente habitacional -función esta necesaria, y muy probable, habida cuenta la inseguridad de la época, con frecuentes ataques por parte de los piratas daneses, y la inmediatez al palacio de Alfonso III-, se tuvo que situar la parte propiamente militar de la edificación, constituida, muy posiblemente, por una ronda cubierta, de finalidad defensiva, provista de numerosas saeteras, y que, además, tuvo que servir para almacenar los numerosos pertrechos consustanciales a la finalidad militar de la edificación. 
El posible hecho de servir de almacén de pólvora desde época moderna, pudo ser la causa de la destrucción de esta planta y la ronda almenada situada sobre ella, en la explosión fortuita ocurrida en el s. XVIII, ya que la misma no aparece en las fotografías conservadas de la fortaleza, de finales del s. XIX."

Y llegamos así a la calle de San Juan, donde iremos a la derecha tal y como nos indican las conchas doradas en el suelo


Pero antes, tal y como hicimos con el Palacio de Valdecarzana, veremos estas fachadas este y norte del Palacio de Camposagrado, que dejaremos también a nuestra izquierda y del que hablamos tanto en la entrada dedicada a la Plaza de Alfonso II El Casto como en la de la Plaza de Porlier


Palacio que fue de la familia de los Bernaldo de Quirós, quienes empezando el siglo XVII emprendieron la reforma general de sus casonas, entre ellas las de Oviedo/Uviéu, siendo entonces cuando José Manuel Bernaldo de Quirós inicia su reforma en 1698, encargando las obras a los arquitectos Pedro Fernández Lorenzana y Domingo Suárez Solar, desestimándose no obstante su proyecto


Es entonces en 1719 cuando se escoge la idea de Francisco de la Riva Ladrón de Guevara, uno de los prestigiosos arquitectos cántabros, natural de Galizano, cuya trabajo se hizo patente en Asturias y otros muchos lugares, quien solo consigue hacer los cimientos, encargándose en 1744 Pedro Antonio Menéndez de Ambás de acabar las obras en el segundo piso respetando el proyecto del anterior salvo algunos cambios en el piso bajo y en el patio, dándose por terminado en 1752 si bien las rejas, balcones y obras de hierro se prolongaron unos cinco años más


Incendiado en 1934, fue restaurado en la posguerra por Enrique Rodríguez Bustelo (el de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad). Es actualmente sede del Tribunal de Justicia y su fachada principal mira a la Plaza de Porlier, siendo muy similar a la oriental, esta que vemos a la izquierda, con sus grandes balconadas, artística portada, rejería y abajo pequeños ventanucos picudos


Fijémonos ahora en el piso alto, donde veremos el escudo del reino


Las armas de Castilla y de León, sostenidas por dos leones y dos infantes, donde aparecen también otros elementos decorativos y simbólicos, todo ello rematado por una gran corona. La Audiencia, creada por Felipe V en 1716, vino a establecerse aquí en 1862, tras haber estado primeramente en el Palacio de Vistalegre y en la calle Cimadevilla. Hoy, recalcamos, es sede del Tribunal Superior de Justicia de Asturias


Sobre las puertas de los balcones se reconocen cabezas


Esta es la de un personaje fantástico parecido a un león, en el balcón más cercano al cruce de calles. Observemos cómo saca la lengua y, sobre la cabeza, parece portar un yelmo


Aquí en este, la cara de una mujer parece recordarnos a las que triunfarán siglos después en la arquitectura modernista


Otras dos cabezas sobre las puertas de los balcones más cercanos a la esquina de la Plaza de Alfonso II El Casto


Y en dicha plaza, en la esquina entre el acceso a la calle de la Rúa (a la izquierda) y el tránsito a la Plaza de Porlier, la capilla de La Balesquida, que visitábamos en nuestro recorrido por esas plazas, santuario  , de grandísima tradición romera, santuario de la Virgen de la Esperanza, que rememora a doña Velasquita Giráldez, en romance asturiano medieval Balesquida. Se trataba de una dama poderosa, de origen franco, memoria de los asentamientos en la ciudad de personas y familias venidas de la actual Francia y centro de Europa, atraídos por la vitalidad del lugar como gran centro de peregrinaciones (Las Reliquias del Salvador), lo que dio lugar a numerosas fiestas y ferias basadas en las célebres romerías. Leemos parte del artículo a ella dedicado en la Real Academia de la Historia:
"Perteneciente a un honrado nivel burgués, de hidalguía no contrastada aunque relativamente equiparada, como acredita el usual tratamiento de “doña”, junto al “don” de su esposo, Fernando Gonçalvis, que les asigna la documentación inherente a ambos. 
Su personal apellido, derivado del nombre de su padre Giraldo Pérez, revela sin duda la vinculación familiar originaria al núcleo de población de ultrapuertos afincado en tierras hispanas desde las relaciones político-militares exteriores de Alfonso VI de Castilla y León (1065-1109), incrementado ya de modo especial en las regiones peninsulares norteñas por razones civiles y mercantiles. Asentamientos que revelan la existencia de comunidades francas (no necesaria, aunque sí predominantemente francesas) en las dos entonces principales ciudades asturianas de Oviedo y Avilés, cuyos respectivos fueros de 1145 y 1155 promulgados por Alfonso VII el Emperador, ratificando las concesiones contenidas en fueros anteriores (hoy perdidos, de su abuelo y antecesor), de sendos merinos propios, entre los cuales cabe consignar muy anticipadamente un “Robertus”, juez de “illos francos” en Oviedo, en 1114. 
Términos personales y gentilicios por igual extranjeros son homogéneos de otros muchos suministrados por la documentación asturiana coetánea: Guillermo, Ivo, Bernardo, Beltrán, Giral, Giraldo, el propio Giradles, Bretón, Renalt, Tarascón, Franco. Así como otro tipo de denominaciones como las de Gascona y Rua Francisca, esta última conocida popular y oficialmente hoy como “Calle de la Rúa” en Oviedo."

Estos francos acudieron con sus negocios comerciales y artesanos o fundaron unos nuevos, y se hicieron vecinos plenos de la capital asturiana en poco tiempo. En el año 1232 Velasquita hizo donación en testamento a la cofradía de alfayates o sastres de muchas propiedades y bienes a cambio que estos sufragasen misas en su memoria y por su salvación. Nos lo cuenta así, en el apartado de Historia, la propia página de La Balesquida. Antigua Cofradía de Nuestra Señora de la Esperanza:
"El día 5 de febrero de 1232 (1270 de la Era Hispánica), la egregia dama Doña Velasquita Giraldez, instituye o funda una Cofradía integrada por los entonces llamados alfayates, que luego serían denominados sastres, y por «otros vecinos y buenos de la Ciudad de Oviedo», a la que hace donación, de un hospital, que le pertenecía, llamado de Santa María, ubicado en las proximidades de la capilla actual. También le dona, una serie de bienes con que hacer frente a los gastos de mantenimiento del hospital -dos tercios de una casa y otras varias fincas-, así como el ajuar del mismo, consistente en 10 camas con sus correspondientes ropas. 
Como contraprestación, la Cofradía se compromete, a perpetuidad, a hacer entrega, cada año, de quince maravedíes a un sacerdote de San Tirso para que celebre misa, víspera y maitines por su eterno descanso. 
Según costumbre anterior al siglo XV, sus cofrades, «el martes de Pentecostés», acudían en procesión a la ermita de Nuestra Señora de Mexide, en el ovetense barrio de El Fresno, y, tras la celebración de solemne misa cantada, se les entregaba como almuerzo, «un bollo de media libra de pan de fisga [escanda], torrezno y medio cuartillo de vino de pasado el monte».
La Cofradía, pasó a lo largo de los años por momentos difíciles, en los cuales estuvo al borde de la desaparición, pero afortunadamente, aún persiste para honra de la ciudad y de sus vecinos y siguen celebrándose anualmente, varias de sus antiguas tradiciones, como son la procesión con la imagen de la Virgen, el reparto del bollo el Martes de Pentecostés y la entrega de castañas asadas con motivo de la festividad de Nuestra Señora de la Esperanza, de la Expectación o de la O -las tres advocaciones son idénticas- en el mes de diciembre de cada año. 
Con fecha 25 enero de 2013 (festividad de la Conversión de San Pablo), ha sido erigida, dentro de la Archidiócesis de Oviedo, como Asociación Pública de la Iglesia con personalidad jurídica. 
Desde el mes de octubre de 2013 la Cofradía es propietaria exclusiva del nombre «La Balesquida» por lo que nadie, sin su consentimiento y autorización, pueda utilizar dicho termino, tal y como han declarado los Tribunales de Justicia en fechas recientes, so pena de incurrir en responsabilidades civiles y penales".

La romería de los cofrades, perfectamente documentada en toda su historia, dio origen a las fiestas de La Balesquida, anunciadas por heraldo a caballo y que culminan con el Martes de Campo, donde se reparte el bollu preñáu de pan relleno de chorizo, así como el vino a los socios de la cofradía, que sigue existiendo en toda su plenitud tras esta larguísima trayectoria histórica, siendo sus primeras ordenanzas conocidas del año 1450:
“En el ospital de nuestra señora doña Valesquida Giraldez a veinte de abril de sesenta años [1560], andando buscando yo el Licenciado Diego Morán las escrituras viejas de la dicha casa, entre ellas alle las ordenanzas siguientes las que puse aquí porque la regla y las ordenanzas de la casa dizen las llevo Pedro de Pravia y por memoria y orden son estas: 
Primeramente por nos y por todos los otros que después nos vinieren ordenamos en servicio de dios y desta casa y compañía y compañeros de nuestra señora doña Valesquida Giraldez las ordenanzas y Regla siguiente; 
1 Que se perdonen todos los errores y discordias que acaescieren entre los cofrades los unos a los otros y los otros a los otros de buen corazón y de buena boluntad y se amen como hermanos no yendo ni pasando contra mandamiento de justicia. 
2 Otrosi ordenamos que quando se llamare a cabildo sean obligados los compañeros estando en la cibdad y no teniendo justo impedimyento de yr a él so pena cinco maravedís y de caer en la pena de perjuro e juramento que hicieren. 
3 Otrosi que ninguno sea osado de salirse del cabildo ni casa con saña ni rencilla sin licencia del vicario juez o mayordomo so pena de cinco maravedís 
4 Otrosi que cualquiera que lebantase escandalo o Revuelta o renegase o ficiere cosas deshonestas que pague diez maravedís. 
5 Otro si que cualquiera de nosotros que quisiere decir o Razonar o Responder en nuestro Cabildo y pida licencia so pena de que el que hablare de otra manera pague dos maravedís y al que el mayordomo o su vicario mandase callar y no lo hiciere pague diez maravedís. 
6 Otro si ordenamos que cundo estuviéramos en algun solaz ninguno de nosotros no sea osado de fablar de ninguna cosa que pertenezca al cabildo so pena de pagar por cada vegada tres maravedís. 
7 Otros si ordenamos que cualquier compañero que con saña o despecho que aya de la compañía dixiese algo contra ella o contra algún oficial o compañero Della que le ayan por no compañero y pague beinte maravedis y le lebantes los oficiales publicamente y se le reprenda 
8 Otro si ordenamos que a la nuestra jantar que ninguno llebe moço ni moça e si lo llebare que lo tenga encima del onbro e pague veinte maravedis 
9 Otrosí ordenamos que la que los oficiales mandaren escanciar y serbir y no lo hiciere pague el vino que hubiere de beber 
10 Otrosi ordenamos que quando algun compañero recibieremos sean todos concordados y conformados y jure este regla y ordenanzas y pague su madexa sin la cual no se reciban y los que fueren en lo recibir la paguen ellos. 
11 Otrosi ordenamos que cualquier de nosotros compañeros o los que fueren de aque adelante que ninguno no sea osado de defender la prenda que se le tomare por las penas arriba dichas y por los demas y si la defendiere que pague diez maravedis. 
12 Otrosi ordenamos que cuando algun compañero o compañera entrase en la compañía de la agulla que no le recibamos menos de doscientos maravedis de la moneda que corriere e mas un solaz según costumbre e que el compañero que entrare en la dicha compañía sea tenudo de facer decir una mysa en la capilla del hospital a su costa e que los compañeros seasn llamados para estar a ella so pena de tres maravedis el que no viniere a la mysa. 
13 Estas son las fiestas que abemos de guardar y ordenamos se guarden Primeramente día de nabidad con su octabario, día de año nuevo, día de los tres Reis día de pascua con los suyos 
14 Todas las fiestas de santa maría que la iglesia mandare guardar y el día de la ascensión corpus cristi día de san Juan y los días de los apostoles y el día de todos santos día santa Lucía, todos los domingos y mas fiestas que la santa madre iglesia mandase guardar y so pena de juramento que han de faser que bayan a misa y no tabaxen so pena de otros diez maravedís allende de lo suso dicho pues nuestro dios la fizo para holganza de las gentes. 
15 Otrosi ordenamos que ninguno de nosotros no sea osado descubrir el daño que alguno de nosotros ficiere de alguna ropa que se aya estragado o fintado y quel tal daño se pague con el doblo e a nosotros del oficio que pague veinte maravedís de los quales no aya gracia ninguna 
16 Otrosi ordenamos que ninguno de nosotros no sea osado de fazer la ropa que alguno de nosotros tenga cortado sin licencia de aquel que lo corto y el que la tal ropa finiere que pague por pena doze maravedís y el que lo cortare y no lo quisiere fazer a su costa su dueño siendo nuestro compañero lo faga fazer. 
17 Otrosi ordenamos que cualquiera de nosotros que tomaren juramento sobre razon de alguna ropa que otro aya fintado o estragado quel tal diga la verdad so pena de allende las otras penas quinze maravedís para la compañía. 
18 Otrosi ordenamos que quando alguno de nosotros cayere en pena nuestro oficio o de mortuorio o misa o vigilia que quando el bicario dixiere fulano cayó en tal pena, que sea creido por su verdad y si el tal compañero lo contrahiciere que pague la pena con el doblo por mentir. 
19 Otrosi ordenamos y mandamos so pena de juramento que se hiciere y veinte maravedís de pena que cualquiera clerigo de misa que entrase por nuestro compañero sea obligado a por cada cofrade que muriere decir una vegilia mysa y responso y de otra manera no se reciban so pena que los que le recibieron queden obligados a ello 
20 Otrosi ordenamos que la mysas de los sabados que se dicen en nuestra casa y capilla los vicarios las hagan decir asta ora de que se pose prima en la iglesia mayor so pena de cinco maravedís. 
21 Otrosi ordenamos que los clerigos y legos cada uno sea obligado de tener facha 1 al tiempo de las oras. 
22 Otrosi ordenamos que cuando algun compañero que estubiere flaco y enfermo en cama o en la carcel que vayamos a lo visitar y beber con el dos maravedís de vino so pena de quatro maravedís cada uno que ANSI no lo hiciere. 
23 Otrosi ordenamos y mandamos que cuando algun compañero o compañera estuviere flaco o demandare ombres para lo velar quel bicario siendo requerido llame los mas cercanos del enfermoy ANSI de grado en grado fasta que todos los cofrades vayan y esten de dos en dos oras y el que no fuere a velarlo siendo llamado pague por pena veinte maravedís para que beban los otros. 
24 Otrosi ordenamos que cuando algun compañero o compañera murieren que seamos obligados a yr a su casa y cuidar el cuerpo hasta que lo lleben a la iglesia y alli esten a la misa cantada so pena de medio real cada uno. 
25 Otrosi ordenamos que cuando algun fijo y fija o criado o criada de algun compañero muriere que seamos tenudos de lo yr a enterrar y sacarlo y llebarlo de su casa a la iglesia y estar a la misa so pena de medio real al que faltase y el que quisire entrar y ayudar a lo llebar pague un real y no sea mas tenido por compañero pues todos somos obligados a ello para cera y vino los otros compañeros y sea creido el vicario por su juramento del que mando y no le obedecio. 
26 Otrosi ordenamos que quando alguno de los suso dichos finare y se requiriere el bicario llame compañeros que belen el cuerpo que tal bicario los llame y haga velar por oras de la noche so pena quel bicario que no lo hiciere no sea visto ser más bicario ni sea obedecido a cosa que mande ni ese tenga por compañero y los compañeros que fueren llamados y no fuere que de alli adelante no gozen de confrades ni se tengan por tales y paguen cada uno un real de pena por lo suso dicho. 
27 Otrosi ordenamos que el que no fuere con el cuerpo e no beniere a la buelta de la iglesia a onrrar al dueño que pague medio real para cera y vino a los otros cofrades que fueren y el bicario sea obligado a los acusar y hazer prendar so pena de que pague la dicha pena doblada. 
28 Otrosi ordenamos que cuando algún pobre muriere en el hospital siendo llamados seamos obligados a lo yr a enterrar y llebar a la iglesia so pena de que el que no fuere pague medio real de pena para cera y mysas".

La Cofradía de la Balesquida nos aporta además estos datos explicativos referentes al texto anterior:
"Según señala don Juan Uría Ríu, en su artículo «Las Cofradías Ovetenses de los oficios», publicado en la Revista «La Balesquida» de mayo de 1972, las anteriores Ordenanzas «están tomadas del Libro segundo de Acuerdos y Cuentas existente en el Archivo de la Cofradía, en los folios 242 a 244 inclusive». 
El Diccionario de la Real Academia dice que esta palabra (facha) es también una forma anticuada de hacha. Se trataría por lo tanto de grandes cirios de sección cuadrangular llamados hachas."


Se sale a los campos y plazas de la ciudad y sus alrededores, o a los bares, restaurantes y sidrerías, a dar cuenta de los manjares de la tierra. Se celebran "a finales de mayo o principios de junio, coincidiendo con el primer martes posterior a Pentecostés, siendo día no laborable en la ciudad", nos dice Wikipedia, a lo que añade:
"La fiesta comienza con la lectura del pregón y la procesión de la Virgen de la Esperanza desde la Capilla de La Balesquida hasta la iglesia de San Tirso, ambas situadas en la plaza de la Catedral de Oviedo. Durante el día se reparte el bollu preñau (bollo relleno de chorizo) y la botella de vino entre los cofrades. Los ovetenses y visitantes de otros lugares pasan la jornada con comida y bebida en las zonas verdes de la ciudad o en la zona rural del municipio, siendo día no laborable"

Tal y como hemos dicho en el cruce iremos a la derecha, por la calle de San Juan, que rememora en su nombre la antigua iglesia y hospital, del cual sabemos que en 1499 tenía su patio ocupado por los zapateros y curtidores, cuyo instrumental para elaborar el cuero era tan ruidoso y los olores de las pieles tan apestosos que se les ordena, por Real Provisión del Consejo de Castilla, trasladarse más allá de las murallas. No tardarían mucho en seguirles los panaderos y los herreros, tras el incendio, ocasionado fortuitamente por una chispa, que arrasó la ciudad en la Nochebuena de 1521. Es el origen del apodo de los Gatos del Forno para los ovetenses, actualmente casi olvidado y del que nos escribe el erudito ovetense Carlos Fernández Llaneza en su blog Es Oviedo:
"He hecho una encuesta rápida al personal más joven de mi entorno; la pregunta era sencilla: ¿qué gentilicios conocéis de los naturales de la ciudad? La inmensa mayoría contestó lo esperable: Ovetenses y Carbayones. Correcto. Nada que alegar. Pero no menos cierto es que los hijos de la muy noble y muy leal también éramos conocidos de otra forma: gatos del forno. Y ninguno de mis encuestados lo había oído jamás salvo uno que le evocaba el nombre de un conocido grupo de música folk. Así que para estos lectores más jóvenes, voy a rebuscar información y así aprendemos juntos y, los que sepan la historia, pues no pasa nada, la reviven.  
Vamos a remontarnos al año 1521, concretamente a la Nochebuena, día en el que un voraz incendio arrasó buena parte de la ciudad: Cimadevilla y Rúa, hasta la puerta de Socastiello y hospital de San Juan; el barrio de la Chantría y la Lonja hasta la puerta de La Gascoña; parte del Monasterio de San Pelayo; las calles del Portal y San Antonio; el hospital de San Julián, la calle de la Herrería y gran parte de la iglesia Catedral, según recoge Canella. Quizá la ubicación de todos estos lugares diera para un escrito monográfico, pero bueno, a lo que vamos. Al respecto del incendio, Carballo escribió: "toda la ciudad se abrasó dentro de los muros, si no fue la Santa Iglesia que quedó libre en medio del incendio, aunque el maderage y andamios de una torre, que se iba haciendo, se quemó también". La culpa, que es huérfana y nadie la quiere, se achacó a alguno de los hornos de pan que, a partir de entonces, fueron desterrados extramuros, hacia la zona del Campillín, concretamente, donde se encontraba la Puerta Nueva. Por aquel paraje llegaban a la ciudad los que venían de parranda, pendones ellos, de la zona de San Esteban y aledaños, por donde había varios lugares de "dudosa reputación" y, claro, el que llega tarde ni oye misa, ni come carne? ni encuentra las puertas abiertas por lo que no les quedaba más remedio que quedarse al calorcillo de los hornos, lo que les valió el felino apelativo que hoy centra nuestra atención y a los que Canella -don Fermín, siempre esencial- definía como "gente ruidosa y desocupada que se recogía y descansaba de sus correrías en los hornos de extramuros, donde recibieron el apelativo de "gatos" tal vez porque arañaban hogazas de boroña y pan de bregadera".  
Con el tiempo la ciudad rompió sus costuras amuralladas, Panis, ¿se acuerdan?, jubiló los hornos (y otros muchos antes, claro?), nuestro totémico Carbayón y su historia cobró peso por derecho propio en la vida de la ciudad que, como bien dice otro ovetense esencial, mi querido José Ramón Tolivar Faes: "del afecto de los ovetenses por su árbol da una idea el que siempre tuvieran a gala ser llamados carbayones, no encontrando, en cambio, el mismo placer cuando también tradicionalmente, eran apodados gatos del forno" así que el apelativo gatuno se fue quedando en esas zonas más oscuras de la memoria colectiva. Eso sí, aún hoy quedan muchos "gatos del forno" que gustan de disfrutar de la luz de la luna y del abrigo de las estrellas pero no porque les cierren puerta alguna, sino porque les place el disfrute y contemplación, desde alguna altura naranquina, por ejemplo, de un firmamento límpido y de una ciudad que, a sus pies, como un mar en el que se reflejan mil y una luces, vive, siente y enlaza más allá del tiempo y del espacio con aquellos noctámbulos que hubo, hay y, no les quepa duda alguna, habrá por los siglos de los siglos."

 Aunque tampoco al lado mismo del Camino, pero sí a escasos metros, en la Plaza de Porlier abre sus puertas el mítico Café El Dólar, histórico ovetense, fundado en 1895 por Marcelino Suárez frente a La Fortaleza, cuando aún no se había construido el edificio de Telefónica. En diciembre de 2018, su entonces propietario Alfonso Rodríguez, que trabajó en él desde los 16 años, se jubiló y cerró, reabriendo en 2022 como restaurante gallego. Tras otro periodo de cierre vuelve a abrir en junio de 2024, también como restaurante, con Roberto González. El Dólar vuelve a abrir sus puertas, anunciaba Esther Rodríguez en La Voz de Asturias
"Oviedo recupera parte de su historia. El mítico café El Dólar ha vuelto a renacer por segunda vez. Después de varios meses cerrado tras ser regentado por un grupo gallego, el local que durante más de 100 años ha sido punto de encuentro y de reunión para los vecinos de la ciudad ha reabierto de nuevo sus puertas. Con nuevos propietarios al frente, el emblemático bar se ha convertido en un moderno restaurante que aún mantiene la esencia de lo que en su día fue el establecimiento. 
El responsable de este milagro y gracias al cual uno de los clásicos de la ciudad ha vuelto a recobrar vida es Roberto González. Este hostelero luanquín decidió hacerse con las riendas del popular negocio ovetense después de que la franquicia gallega Benboa pusiese fin a su actividad en este espacio de la plaza Porlier. «Me comentaron que los antiguos propietarios lo dejaban, entonces fui a ver el local. Al gustarme el sitio, la zona y también la historia del bar en sí aposté por cogerlo», cuenta. 
Tras dar un pequeño lavado de cara al local y recuperar el nombre de como popularmente se conoce al establecimiento en la ciudad, el hostelero inauguraba el pasado jueves El Dólar. Desde entonces, no paran de entrar y salir ovetenses entusiasmados por recordar viejos tiempos. «La acogida está siendo muy buena, estamos muy contentos», asegura el encargado del restaurante Iván Villar. «Al ser un local emblemático en Oviedo la gente le tiene mucho cariño», apunta Roberto. 
Es ese cariño el que los nuevos propietarios quieren «mantener» con su «saber hacer». También con su experiencia pretende «aupar» el negocio «a donde estuvo en su época dorada». «Queremos ser un referente dentro de la gastronomía de Oviedo, a nuestro nivel. Que la gente nos reconozca porque se coma bien, reciben buen trato y en definitiva porque estén a gusto», asegura el hostelero, quien busca de esta manera aportar su «granito de arena» a la capital asturiana. «Creemos que es una gran ciudad y, por tanto, queremos formar parte de ella», dice. 
Y para cumplir ese propósito, tanto en horario de comidas como de cenas, Roberto y su equipo ofrecen una cocina tradicional con toque vanguardista. Con los fogones a la vista de los comensales, preparan desde grandes clásicos asturianos como puede ser la fabada o el cachopo, hasta las elaboraciones más exquisitas como puede ser las anchoas con caviar de tomate y mantequilla ahumada, el steak tartar o el foie curado en sal con mermelada de aceituna y kalamota. 
Carnes de primera calidad y los mejores pescados y mariscos del Cantábrico forman parte de una carta en la que «el 90 por ciento de las elaboraciones son realizadas en el propio local». No falta tampoco la selección de quesos asturianos ni los postres caseros, entre los que destaca el lemon pie con helado de gin-tonic. Y todo ello maridado con la mejor selección de vinos. «Tenemos más de 60 tipos, también contamos con una variedad de champanes y cavas», señala Iván. 
El Dólar cuenta también con menú degustación para que los comensales puedan  probar todos los matices y una amplia variedad de las elaboraciones que figuran en la carta del establecimiento. En total son siete los platos, dos de ellos dulces, los que conforman esta oferta gastronómica que tiene un precio de 45 euros por persona. Un montante en el que las bebidas no están incluidas. 
Así es como resurge un clásico entre los clásicos. «Solo le hemos dado un toque más moderno» confiesa Iván, antes de señalar que el objetivo principal es que los clientes que en su día tenía El Dólar vuelvan a pasarse por el local para que rememoren viejos tiempos y sigan sintiéndose como en casa. También anima a los que nunca antes lo había hecho a dejarse caer por el establecimiento que a buen seguro volverá a ser el punto de reunión y de encuentro de muchos ovetenses. 
Sobre los orígenes 
Para conocer la historia de El Dólar tenemos que remontarnos al siglo XIX. El establecimiento abrió sus puertas allá por 1895 de la mano de Marcelino Suárez. Por aquel entonces, el local recibía el nombre de  Casa de Marica Uría y en vez de ser cafetería servía todo tipo de comidas típicas asturianas. No fue hasta mediados del siglo XX cuando recibió su nombre actual. 
A comienzos de 1962 el local pasó a manos del tinetense Manuel Rodríguez, quien después cedió la gestión del negocio a su hijo Alfonso. La segunda generación de la familia llevó las riendas del Café El Dólar hasta que en el 2018 se vio obligado a cerrar las puertas del mismo: le llegó el momento de jubilarse y no contaba con relevo generacional. 
Tras cuatro años cerrado, el centenario local acogió durante varios meses un restaurante de la franquicia gallega Benboa, Sus antiguos propietarios volvieron a bajar las persianas de nuevo y no fue hasta el pasado 5 de junio cuando se reabrieron de nuevo las puertas de este emblemático establecimiento hostelero con el fin de seguir haciendo historia en la ciudad."

Una concha en el suelo nos confirma el Camino


Justo aquí, en la esquina de la calle de San Juan con la calle Schultz (veamos al fondo la torre del monasterio de San Pelayo, una pequeña placa de piedra en la fachada del edificio de apartamentos recuerda que aquí estuvo el Palacio de Alfonso III El Magno


En ella aparece la Cruz de los Ángeles, emblema de la ciudad y del concejo y, aunque algo deteriorada se lee:
ESCUDO MILENARIO
DEL PALACIO REAL
ERIGIDO POR ALFONSO III

La calle baja ligeramente, entre hostelería y comercios. Por allí saldrían de las antiguas y en este tramo desaparecidas murallas los peregrinos y viajeros de antaño por la Puerta de Socastiello, donde estuvo la alberguería de Santiago de los Hortelanos, desde el siglo XVI Hospital de Santiago, fundación dedicada a la atención a los peregrinos de la que ya hemos aportado algunos datos


A la derecha, el Bar Sidrería Restaurante y Hotel El Ovetense, "el templo del pollo al ajillo que mantiene la esencia y los sabores de antaño", como escribe y titula Cristina Centeno para La Voz de Asturias del 27-9-2023:
"Quizá no aparezca en las guías que recogen los platos típicos de la gastronomía asturiana, pero el pollo al ajillo ha logrado hacerse un hueco en el recetario tradicional de Oviedo. Y si alguien ha popularizado este producto es, sin duda, El Ovetense, una sidrería con 64 años de historia que mantiene la esencia y los sabores de antaño. Entre los comensales que a diario abarrotan sus mesas no falta nunca esta ración de pollo dorado y crujiente, que presentan coronada por ajo picado y perejil.  
Fue Serafín García el que convirtió el pollo al ajillo en seña de identidad del local de la calle de San Juan, hoy lugar de peregrinación para ovetenses y visitantes amantes del buen comer y beber. A su regreso de Barcelona, en el año 1959, abrió las puertas de El Ovetense en la misma ubicación en la que se encuentra hoy en día pero en una construcción diferente, una casa de planta baja y altillo donde empezó a trabajar. Diez años después se levantó el edificio en el que permanece y que regentan sus hijas Natalia y Ana. 
A lo largo de todos estos años, El Ovetense se ha ganado un puesto entre los grandes clásicos de la hostelería de Oviedo. Un punto de encuentro para clientela de toda edad y condición que no ha dejado de ser un negocio familiar. «Intentamos siempre que te sientas como en casa y pases un rato agradable», detalla Natalia García. Algo que logran a diario siguiendo la estela de su padre y de los negocios antiguos, «donde estar tranquilamente, sin prisa, disfrutando del comer y del beber con amigos o en familia».  
Ahí reside precisamente uno de los secretos de su éxito: «Somos de la filosofía de que cuando algo está bien hecho, déjalo», admite Natalia. «Tratamos de adaptarnos un poco a las cosas nuevas pero manteniendo lo tradicional, también en la cocina. Porque la gente está volviendo a eso, les apetece cada vez más tomarse una buena sopita o un plato de cuchara porque hay menos tiempo para hacerlo en casa, y aquí siempre hemos trabajado con eso», confiesa. 
Lo que permanece intocable son los platos más icónicos de esta casa. En El Ovetense, el pollo al ajillo o el jamón asado al estilo Serafín se hacen como siempre, con las «recetas de toda la vida» que llevan sirviendo más de seis décadas. Junto a ello, mantener la popularidad en el tiempo y que el establecimiento se llene a diario «ha sido posible gracias a mucho trabajo», asegura Natalia. Junto a su hermana Ana y los alrededor de 15 trabajadores —un número que varía según la temporada— forman «un gran equipo». 
Muchos llevan trabajando décadas en El Ovetense, algo que «gusta mucho a la gente por el trato que tienen y porque ya les conocen», elogia Natalia. «Tratamos de estar siempre al cien por cien y hacerlo con alegría y de la mejor forma posible para ofrecer a la gente un sitio en el que estén a gusto, disfruten, coman rico y se relajen. En eso ponemos siempre todo nuestro esfuerzo, trabajando con productos de la mejor calidad y estando ahí día a día», subraya.  
Tanto Ana como Natalia están al pie del cañón en El Ovetense y son grandes conocedoras del sector. «Como muchos hijos de hosteleros, cuando éramos pequeñas vivíamos en el negocio», recuerda. Así fue como su padre inculcó en ellas el buen hacer para mantener el local como un referente por el que todo vecino de Oviedo ha pasado alguna vez. 
Un negocio en el que cabe todo el mundo 
Fueron sus padres quienes elevaron a El Ovetense a la categoría de imprescindibles en la capital asturiana. Y lo hicieron abriendo las puertas de su casa a todos, sin distinción. «Mis padres mantuvieron un negocio donde cabía todo el mundo, de todas las edades, de todos los partidos políticos y de todas las clases. Paraban muchos estudiantes, mineros que cogían el autobús a las cuencas de aquí al lado, hasta te puedes encontrar al arzobispo, de todo. Eso es lo que siempre ha marcado mi padre: el afán por tratar a la gente bien, la cordialidad con todos y nunca excluir a nadie», presume Natalia. 
Esa esencia se sigue manteniendo a día de hoy, ya sin Serafín, que falleció en 2018 siendo un referente de la hostelería en Oviedo. Por eso tienen una clientela muy fiel, que pasa por allí casi a diario a comer o a tomar «un culete de sidra». «Tienes clientes en El Ovetense que ya son cuatro generaciones de la misma familia y es un orgullo porque formas parte de la vida de Oviedo, apostando siempre por Oviedo para seguir siendo un referente que todos tengan en su cabeza cuando les apetezca tomarse un pollo al ajillo, un poquito de jamón asado o unas parrochinas», celebra.  
Con muchos clientes la relación es «muy cercana» y de absoluta confianza: «Hemos crecido juntos y forman parte de nuestra vida». «Principalmente tenemos público de Oviedo, gente que ha venido con sus padres y con sus abuelos y que nosotras hemos conocido desde pequeñas, porque los hay que vienen casi todos los días a tomar algo o a comer. Es una clientela muy muy fiel gracias a Dios, a la que se va sumando gente nueva», aplaude. Muchos de ellos tienen marcados en el paladar «los sabores ricos que pruebas de pequeño y no se olvidan», cuenta Natalia. «Me acuerdo una vez de una niña que comió jamón asado y al día siguiente me dijo "es que no pude dormir del sabor tan rico que tenía en la boca", estaba alucinada y a mí pues se me cayó la baba, la verdad», rememora. 
La alegría con la que Ana y Natalia dirigen al equipo y atienden a los parroquianos refleja que queda Ovetense para rato. Con su pollo al ajillo, su jamón asado, su sidra, su menú del día y sus plazas de hotel en pleno centro de Oviedo. Una oda a «la cocina lenta», de elaboración casera y que mantiene los sabores de siempre para que todo el que cruce la puerta de este establecimiento se sienta «como en casa».

Jamón asado estilo Serafín y pollo al ajillo, el éxito de una sidrería popular, titula Pedro Zuazua su artículo para El País del 23-2-2024:
"Puede que sea una ilusión óptica. Puede, también, que sea verdad. Al mirar hacia la puerta de la sidrería El Ovetense se tiene siempre la sensación de que está permanentemente entrando gente. Que nunca sale nadie. “Si te soy sincera, yo tampoco me lo explico. En esta esquina se pueden meter 20 personas, todas juntas, mientras pican algo en la barra”, dice Natalia García Villanueva (47 años, Oviedo), propietaria, junto a su hermana Ana (51 años, Oviedo). Ambas dirigen este negocio familiar que fundó su padre, Serafín García. En este local, el ascensor de comida puede llegar a hacer 500 viajes en un día. Y eso que el plato estrella —el jamón asado al estilo Serafín (17 euros)— no viaja en el elevador. 
El Ovetense tiene ascendencia cubana. “Nuestro abuelo era un buscavidas. Se fue solo para Guantánamo cuando nació su primera hija. Iba mandando dinero y mantenía a las 32 personas que vivían en la casa solariega de Tineo. Cuando regresó, tuvo otros tres hijos. Uno de ellos fue Serafín, al que enviaron a trabajar en el Centro Asturiano en Barcelona. Se hospedaba en el hotel Majestic. Regresó a Oviedo y, en 1959, abrió el local como sidrería. “Al frente de la cocina estaba nuestra tía Celia y un cocinero cubano, cuya influencia se reflejó en la primera carta. Se hacía el chuletón a la criolla, con la cebolla y la grasa del jamón por encima. Y esa misma grasa se utilizaba con la plancha. Todavía hay algún cliente que lo recuerda”, cuenta Ana.

Serafín conoció a Loli, su mujer, de una de las formas más asturianas que hay: en la fiesta de El Carmín de la Pola. Era 1968. Ese mismo año tiró abajo el local y levantó el edificio actual, con sidrería en la planta baja, comedor y cocina en la primera y un hotel de 18 habitaciones. “Por la situación, siempre ha venido aquí todo tipo de gente. Se juntan jueces, abogados y acusados, concejales de todos los partidos, curas…”. En 1992, se hizo la última reforma. En el año 2000, Serafín hijo (hermano de Ana y Natalia) se puso al frente del negocio. 

“El negocio para el chiquillo, decían nuestros padres. Y le dio un cambio. Empezó a venir gente un poco más joven. Fue como un renacimiento. Salíamos a las tres de la mañana cantando a Los Panchos. Nosotras ya estábamos aquí, pero el visible era Sera”, recuerda Ana. 

Su hermano falleció de forma repentina en noviembre de 2010 y su padre —fallecido en 2018—, no volvió pisar la sidrería desde aquel día. Noviembre es el mes en el que El Ovetense cierra para descansar. “Me acuerdo de un señor que me crucé por la calle y que dio por hecho que no volveríamos a abrir. Dijo que nosotras no íbamos a poder con ello. Puede que nosotras también lo pensáramos en algún momento, pues aunque llevábamos años ayudando, no sabíamos ni escanciar sidra. Pero por nuestras narices que pudimos. ¡Claro que somos capaces!”, dice Natalia mientras cierra el puño enfatizando la última frase. 

Natalia y Ana —que estudiaron Filología Inglesa y Turismo y Ciencias Políticas, respectivamente— dirigen hoy un equipo de 20 personas con mayoría femenina. Quienes atienden al público —hay 36 asientos en la sidrería, 50 en el restaurante y 25 en la terraza— lucen la chaqueta blanca original que ya utilizaba su padre en 1959. A partir del mediodía, El Ovetense comienza a llenarse. El pollo al ajillo y con patatas fritas es uno de los platos más demandados (17 euros). Pero la estrella es el jamón asado. La preparación del plato otorga el estatus en El Ovetense. Únicamente lo preparan Natalia y Ana. “Primero fue nuestro padre, luego nuestro hermano y ahora nosotras”. Manejan cada día dos piezas de entre 8 y 10 kilos. “Las pedimos de ese tamaño porque son mejores para asar. Intentamos que sean jamonas, que son más tiernas y más ricas. Colocamos la pieza en un balde. Cuando nos piden una ración, situamos la pieza sobre la tabla y cortamos 16 lonchas. Utilizamos un cuchillo especial. Es como tocar el violín. Un amor total. Y encima mira qué manos, porque la grasa del jamón es muy sana y te deja la piel así de bien…”, muestra Natalia. “Antes de darle un toque de calor le añadimos las patatas y es entonces cuando llega la consagración: la salsa que vuelve loco a todo el mundo”, añade. 

-¿Y cuál es el secreto? 

-Agua, vino… un milagro, vaya- Y se ríe antes de cambiar hábilmente de tema. 

Al entrar por la puerta del restaurante, la pared que se ve enfrente aloja dos cuadros antagónicos. En uno, obra de Miguel Galano, se ve la paz del campo San Francisco, espacio verde en el centro de la ciudad. Y en el otro, pintado por Toño Velasco, se ve el bullicio del restaurante en cualquier noche. “Es una escena costumbrista de El Ovetense, con el pollo al ajillo en primer plano, Natalia al fondo, algunos personajes míticos de la barra… y yo con camisa de rayas”, descifra el artista. 

El Ovetense es, esencialmente, una sidrería. Llevan más de dos décadas con Viuda de Palacio. En un día como hoy se venderán 40 cajas. 480 botellas. Se darán unas 300 comidas. “Cada vez reducimos más la carta, porque sale lo que más le gusta a la gente”, señala Ana. Con el jamón y el pollo por delante, la carta ofrece calamares, chipirones, fritos de merluza, bocartes, hígado o croquetas. Y un primer plato fijo para el menú del día: martes, lentejas; miércoles, ensaladilla rusa; jueves, cocido; viernes, patatas guisadas con bacalao; sábado; pote asturiano; domingo, paella. 

“Este es un trabajo muy exigente. Renuncias mucho a tu tiempo. Pero también es una profesión muy agradecida. Vas conociendo a familias a las que ves avanzar y crecer. Y te das cuenta de que eres un referente para mucha gente, que cuando vuelve ve que todo sabe igual que siempre. Y se van siempre con una sonrisa. Eso es una gran satisfacción”, dicen. 

Son las dos de la tarde y la sidrería está ya a rebosar. Natalia y Ana se ponen en marcha. Empieza un nuevo día en este pequeño misterio carbayón: ¿cómo puede entrar tanta gente en El Ovetense?"


Unos años atrás, el 4 de junio de 2018, fallecía el popular propietario de El Ovetense, Serafín García, publicando su obituario al día siguiente para el periódico El Comercio Cecilia Pérez:
"Serafín García, el hostelero y propietario del restaurante y hotel El Ovetense, en la calle San Juan, falleció ayer a los 86 años tras «toda una vida dedicada a la hostelería». Compañeros de profesión se sorprendieron tras conocer la noticia y de éld destacaron su entrega, dedicación, generosidad y bondad. Cualidades que ha sabido transmitir a sus hijos, herederos de la tradición hostelera que él mismo inició en 1960 cuando aceptó el traspaso del local por 550.000 pesetas. 
«Fue un clásico de Oviedo, una gran persona, dedicó su vida a la hostelería, un hostelero de raza», valoró Francisco Colunga, presidente del Bulevar de la Sidra. Del propietario de uno de los locales más antiguos de la capital asturiana, reconoció el legado que ha dejado. «Fueron generaciones las que pasaron por ahí y todos satisfechos. Era todo humanidad, todo bondad sobre todo con el cliente porque siempre estuvo donde tenía que estar», incidió Colunga. 
Palabras de agradecimiento mostró Antonio Rodríguez, 'Toni, el del Pigüeña'. Recientemente jubilado y vinculado también a la Asociación de Sidrerías de la calle Gascona. «Hablo por experiencia porque cuando llegué a Gascona, él estaba ahí como sidrería referente en Oviedo y como persona me ayudó muchísimo. Ha sido un profesional de los de verdad», valoró. 
Desde la asociación de Hostelería y Turismo en Asturias, Otea, destacaron a Serafín García como «una persona muy querida que desarrolló un trabajo duro con mucha dedicación». De su trayectoria, la patronal recordó que además de la sidrería en Oviedo también regentó un hotel en Luanco. Una dedicación que «supo inculcar a sus hijos». Precisamente, hace ocho años, falleció de un infarto a los 35 años su hijo Serafín, gerente de la sidrería. Hoy son sus hijas Ana y Rosa quienes llevan las riendas del negocio. «Es toda una pérdida para la ciudad pero deja a sus hijas un trayecto ya marcado», apuntó Miguel Ángel de Dios, propietario del Bodegón de Teatinos. "

Lo mismo hacía dos días después y para La Nueva España Ángel Fidalgo en Adiós a Serafín García, el hostelero que daba amor a los demás:
"En su vida supo dar amor a los demás, como correspondía a su generosidad y nobleza". Así era Serafín García, el dueño de la sidrería El Ovetense, y así lo definió ayer, en una sola y acertada frase, el párroco de San Tirso el Real, Ángel Rodríguez, durante su funeral. 
Cientos de personas llegadas desde distintos puntos de Asturias arroparon a sus hijas, Natalia, Ana y Rosa, muchas de ellas llegadas desde Tineo, donde había nacido el popular y querido hostelero. Su esposa, Ana María Villanueva, está enferma desde hace varios años. 
El párroco recordó también durante el funeral otros de los muchos valores que demostró Serafín a lo largo de su vida con su inseparable discreción: "Ayudó a los que lo necesitaban, trató a todos los clientes por igual sin tener en cuenta su condición, y todo esto lo hizo siempre con una sonrisa en la boca y una palabra amable". Y es que Serafín García, además de una gran persona, siempre fue muy discreto. 
Entre los llegados desde el Suroccidente asturiano se encontraba el pintor Manolo Linares, que recordó el "afecto mutuo que se profesaban" y también las buenas horas que habían pasado juntos y que "lamentablemente ya no se repetirán". También el hostelero de El Crucero (Tineo) Álvaro Menéndez, de Casa Lula: "Hasta el último momento supo demostrar a todos su gran bondad". 
Además, con Serafín García se fue un hosteleros al que le tocó vivir tiempos difíciles para sacar adelante su negocio. Parecía algo imposible cuando Serafín cogió el traspaso del Ovetense en el año 1960 por nada menos que algo más de medio millón de pesetas. "Pero lo consiguió, igual que lo hicieron otros compañeros de esa generación, con mucho trabajo y una dedicación absoluta", recordó Alfredo García Quintana, expresidente de los hosteleros asturianos. Para ellos, las veinticuatro horas del día eran pocas. 
Y como el que siembra recoge, Serafín García deja a dos dignas herederas al frente de El Ovetense, Natalia y Ana, que supieron heredar de su progenitor el amor al trabajo y a una profesión muy sacrificada. Y lo hacen siempre con una sonrisa y una palabra amable. Hasta eso lo aprendieron de su padre."

Serafín García era pues propietario de El Ovetense desde 1960, pues el negocio es bastante más antiguo. Estamos verdaderamente ante uno de los históricos de la gastronomía asturiana y por ello el escritor José Ignacio Gracia Noriega en su serie Territorios perdidos: para La Nueva España del 29-12-2007:
"Después de un recorrido por los alrededores de Oviedo, rápido aunque substancioso, ya estamos de vuelta al centro de la ciudad. Situémonos en su parte monumental a comienzos de los años sesenta del pasado siglo. Hasta el tejado del bar Ovetense llegaría la sombra de la torre de la Catedral si no fuera por los dos palacios que se interponen en la primera línea de la plaza catedralicia. Subiendo desde la calle Argüelles por la calle San Juan, se desemboca directamente en la plaza de la Catedral, una de las plazas más hermosas de España y más ricas en historia y arte, con palacios y viejas iglesias y edificios más modernos, con abuhardillamientos de aspecto germánico, razón por la que en ella se rodaron las escenas de la boda real en una película española de hace medio siglo, «Cariño mío», que explotaba el éxito de «¿Dónde vas, Alfonso XII?» y «¿Dónde vas, triste de ti?», con un Vicente Parra que, al pretender parecer romántico, resultaba cursi y una Paquita Rico ceceante, y se desarrollaba en un imaginario reino centroeuropeo, a la manera de Ruritania de «El prisionero de Zenda», de Anthony Hope, o de Grunewald, de «El príncipe Otón», de R. L. Stevenson. En esta plaza, además de la Catedral, se encuentran las iglesias de San Tirso y de la Balesquida, el palacio de Valdecarzana y la Casa de la Rúa, con su fachada del siglo XV y la preciosa ventana gótica sobre cuyos cristales se ve la torre de la Catedral repetida. En los bajos del palacio de Valdecarzana se encontraba uno de los clásicos de la mejor cocina de Oviedo, Casa Noriega, y por la fachada a la calle de San Juan una acreditada «casa de poca formalidad» (que diría José Pla), El Colmado Aragonés, y encima los destartalados locales de Educación y Descanso, donde por cuatro perras mal contadas se forraban los asiduos y los que no lo eran tanto de pinchos de tortilla y vino peleón. Por aquel tiempo había tanta golfería como ahora o más, sólo que con mejores modales, y los clientes de las «casas de poca formalidad» preguntaban por ellas empleando el eufemismo de «establecimientos con camareras», y algún burlón envió al aldeano que venía a descargar a Casa Noriega, donde Tina y Queta (Argentina y Enriqueta), camareras de toda la vida con ropa negra y delantal blanco, ponían el grito en el cielo cuando escuchaban los tratos de aquellos extraños clientes que no iban a comer las patatas rellenas y a tomar un vaso de vino. «¡Ay, si se entera don Enrique!», exclamaba Queta. Y es que don Enrique, situado a la derecha de la corta barra con una compuerta delante, era un señor muy serio, y Tina y Queta eran modelos de seriedad y buen oficio, y Casa Noriega el establecimiento más serio que se podía uno imaginar. 
El bar Ovetense se encuentra a mitad de la calle San Juan, que no es una calle larga, aunque sí bastante ancha, en un edificio que hace esquina con la calle que lleva el nombre del ingeniero alemán que trazó el primer mapa geológico de Asturias. Aquí se levantó el palacio de Alfonso III, y una lápida sobre la fachada lo recuerda: «En el solar de la actual calle de Schulz, en el que estuvo situada la iglesia de San Juan, se han de encontrar todavía, en parte al menos, los cimientos del antiguo palacio», escribe don Juan Uría Ríu. Es posible que algunos de los muros, correspondientes a las capillas del lado norte de la referida iglesia, que aparecen dibujados en planos del pasado siglo, hubiesen pertenecido al antiguo palacio. En uno existente a los pies de dicha iglesia se abre un hueco -hoy macizado, aunque visible- o entrada de arco de medio punto todo de ladrillo, muy semejante a otros que se han encontrado en la iglesia de Bendones, que es de la época de Alfonso II. 
El bar Ovetense, en este marco ilustre, a punto de cumplir el medio siglo bajo la dirección y propiedad de Serafín García, se ha ganado merecidamente el prestigio de ser uno de los buenos restaurantes «de toda la vida ». Restaurantes sin pretensiones de figurar en la guía «Michelin» y otras sofisticaciones más o menos pedantes que encubren el honesto arte de dar bien de comer con el camelo más o menos descarado, más o menos delirante, han mantenido su nivel desde la fundación hasta la actualidad y una excelente relación entre el precio y la calidad, sobre todo gracias a sus carnes, que siempre fueron de primerísima categoría y siempre figuraron entre las mejores que se sirvieron en Oviedo. No diré que son las mejores carnes de Oviedo, pero sí que son tan buenas como las mejores. Y a las carnes se unen otros productos asimismo excelentes, los estupendos embutidos, y una cocina sencilla y sabrosa, que se aplica en el principio fundamental de la cocina, sin el cual no hay cocina o la cocina se convierte en otra cosa: las viandas saben a lo que son y parecen lo que son, y nunca se ha dado gato -digo, camelo- por liebre. Si uno pide un chuletón, ve un chuletón sobre el plato y sabe que está comiendo un chuletón, sin que sea necesario que el camarero le explique qué está comiendo, como suele ocurrir en la mayoría de los establecimientos agraciados por la guía «Michelin» (establecimientos en los que, por cierto, nunca se sirven chuletones, seguramente porque los consideran groserías que le gustan a todo el mundo, cuando de lo que se trata es de pasmarse ante las retóricas culinarias de un Ferrán Adriá, pongo por caso, personaje, por cierto, que si cocina tan mal como habla, están aviados los «snobs» del universo mundo). Pero desde el momento en que los cocineros se convirtieron en una variante de «prima donna», al igual que desde que los políticos profesionales, en su ansia totalizadora, ocupan también las páginas horteramente glaumorosas de las revistas cardiacas, el mundo da claras muestras de desquiciamiento, y es de temer que pasen muchas generaciones hasta que vuelva a recuperar el juicio. Juicio, por cierto, que jamás han perdido los fogones del Ovetense. Por este motivo, me acuerdo de la ya muy veterana «nouvelle cuisine», que es estrictamente contemporánea del Ovetense, porque prefiero con creces la cocina del Ovetense. 
Antes de que Serafín García se hiciera cargo del Ovetense, el bar ya estaba suficientemente acreditado por un profesional de la categoría de Enrique Quintana, que anteriormente había tenido el bar de Educación y Descanso, y después de traspasar el Ovetense a Serafín, se trasladó a la calle de San Bernabé, que empezaba a ser la de los vinos, donde abrió otro estupendo establecimiento: el bar Asturias o Mesón del Pollo. Serafín García, un joven de veintipocos años, recién llegado de Barcelona, donde había trabajado de camarero, se hizo cargo del Ovetense en 1960, pagando por el traspaso 550.000 pesetas, una cantidad importante en aquella época. Y desde el primer día mantuvo la buena línea de Enrique Quintana, hasta la actualidad. 
Serafín había nacido en San Salvador, cerca de Obona, en Tineo. Tineo gozó de fama de buenos cocineros, según explica Jesús Evaristo Casariego: «Esta fama del buen y honrado guisar tinetense tuvo mucho crédito en Madrid en los siglos XVIII y XIX, donde los mayordomos y los cocineros de la tierra de Tineo adquirieron especial y merecido prestigio por su fidelidad, esmero y saberes culinarios y ocupaban primeros puestos en los palacios de los grandes señores. También tuvieron, y siguen teniendo, fama algunos establecimientos tinetenses en Madrid, Oviedo y Gijón, dedicados al sabroso menester de dar honradamente buena comida y bebida a sus semejantes: ahí está, por citar un ejemplo vivo, el caso del gran Conrado, con su nombre y talante de dignatario del Sacro Imperio Romano Germánico». Por un fleiz azar, Casa Conrado, uno de los mejore restaurantes de Asturias, se encuentra a pocos pasos del Ovetense. 
Baldomero García, el padre de Serafín (de aspecto igual que él, sólo que más pequeño y con boina), tenía el bar Jardín, en la calle Caveda (que por entonces acogía hermosos bares con boleras en la parte de atrás). Serafín fue algo aventurero en su juventud: marchó a Barcelona a trabajar como camarero, y allí conoció a Kubala, a Luisito Suárez, a Ramallets y a Mandi. Pero desde que en 1960 se hizo empresario, literalmente no salió de detrás de la barra del bar. El Ovetense tenía la puerta de madera pintada de verde con cristales y un altillo que servía de comedor. Serafín, rubio, afable, fuerte, con el pelo muy corto, recordaba al astronauta Glen. Las especialidades de la casa eran memorables: el pollo al ajillo, el lacón y el jamón asado, las patatas bravas con un picante de elaboración propia, el chuletón fastuoso... Por fortuna, nada ha cambiado en este bar en casi medio siglo: el pollo al ajillo continúa siendo el mejor de Oviedo, y Serafín García sigue detrás de la barra cortando embutidos."

Son numerosas las reseñas en artículos gastronómicos en diarios, revistas, blogs y webs, como la de David Castañón en Les Fartures, donde resalta lo siguiente:
"Uno de los sitios más icónicos de Uviéu, una sidrería clásica situada en pleno centro, a dos pasos de la catedral, y con una amplia terraza en una calle peatonal de mucho tránsito. 
Hotel-Restaurante, que abrió sus puertas en 1959, y en el que siguen al mando las hijas de Serafín García. Seguramente no haya asturiano que alguna vez no comió y tomó una botellina de sidra en el Ovetense, lugar donde se encuentran personas de más edad, jóvenes antes de salir de fiesta y turistas, muchos turistas. El local mantiene su esencia maravillosa de chigre de siempre, con buena sidra y bien echada. "

También queremos compartir parte de lo apuntado en la web culinaria Fuego de Mortero:
"Ubicada en el número 6 de la calle San Juan, fue inaugurada en 1959 y forma parte del hotel que lleva su mismo nombre. A un paso de la Plaza de la Catedral esta sidrería congrega diariamente a numerosa clientela fija que se mezcla con turistas despistados que sin saberlo han entrado en un templo del disfrute. 
No podemos dejarnos engañar con la idea preconcebida que tenemos de los restaurantes de hotel, esta sidrería es un punto y a parte y goza de tanta autonomía que si cerrase el hotel seguiría siendo un éxito asegurado. 
El local consta de tres zonas con diferentes ambientes, en la planta primera hay un comedor más formal, con un ambiente más sosegado aunque dependiendo del día puede ser bullicioso. En la planta baja tenemos el comedor de la sidrería, una larga barra siempre llena que nos invita a tomar una botellina picando una ración en plan informal y que a veces se traduce en una espera amena para terminar ocupando una de las mesas. Desde cualquier sitio tenemos visión de la calle pues sus amplios ventanales permiten ver el tránsito, ver y ser vistos ya que a menudo los locales nos dejamos caer por allí a ver si hay alguien y tener la excusa perfecta para beber unos culinos.
Ya en la calle si el tiempo lo permite hay una terraza que ocupa todo el frente del local, jalonada por unos barriles es muy recomendable reservar si estamos en fin de semana o incluso un jueves. El Ovetense es una sidrería con mucho, mucho ambiente y los Carbayones (dícese de los habitantes de Oviedo en referencia a un vetusto roble o Carbayu de gran porte que existió en la calle de Uría) lo sabemos. 
El ambiente es muy familiar y distendido pero de gran profesionalidad, llevar 55 años en el sacrificado mundo de la hostelería no se consigue instalándose en la mediocridad porque al final el cliente es el que manda y si no se encuentra a gusto no repite. 
Como si de un mal alumno se tratase, me encuentro entre los repetidores y es por ello que deseaba compartir con vosotros mi experiencia y visión de este clásico que sin estar en la concurrida Gascona se merece estar en el Top 3 de las sidrerías de Oviedo. 
Independientemente de que todo lo que encontraremos en la carta está bueno, para mi y mis amigos dejarnos caer en El Ovetense supone apostar por una baza ganadora y para aquellos que sepáis jugar con la baraja española al Tute, en este caso hablaríamos de tener un Tute de Reyes. ¿Cuáles son esas cartas mágicas?, a saber: tortilla de patata, pollo al ajillo, jamón asado al estilo Serafín y ensalada LTC (lechuga, tomate, cebolla) aunque a veces complementamos con unos calamares, pimientos del Padrón, cachopo de ternera…… 
Rey de Oros, el pollo al ajillo un pecado estar allí y no pedirlo, jugoso, crujiente y ajo bien picadito a dolor. Rey de Espadas, el jamón asado al estilo Serafín, esa salsa con sus patatas impregnadas quita el sentido. Rey de Espadas, el jamón asado al estilo Serafín, esa salsa con sus patatas impregnadas quita el sentido. Rey de Bastos, la simplicidad de esta ensalada cuya clave está en una buena lechuga y tomate, aquí no sirven esa Iceberg y para los que aún sabemos como sabe una lechuga de huerta estas ensaladas básicas son un manjar si el producto es bueno. (la foto es de una mixta porque la persona que pidió se confundió). Jugar a las cartas sabiendo que tendremos garantizada una mano ganadora es un privilegio, y en Oviedo somos muchos los tahúres que sabemos hacer trampas."

Nada queda de la Puerta de Socastiello en nuestros días, ni del hospital en el que el gremio de los hortelanos tenía aquí su cofradía de Santiago y San Bernabé que celebraba romería el 11 de junio, sacando a los santos hasta un lugar llamado El Fresnín (actual calle Nueve de Mayo, frente al Centro Comercial Salesas), dejando allí las imágenes hasta por la tarde, razón por la que empezaron a guardarlas en el cercano convento de Santa Clara, por donde vamos a pasar seguidamente, hasta que contaron allí con su capilla propia de San Bernabé, derribada tras larga ruina en 1896 a consecuencia del crecimiento urbano


A nuestra izquierda, tiendas y comercios en la calle de San Juan, que nos lleva a la Plaza de Juan XXIII, solar de la antigua Puerta de Socastiello, salida al norte de la antigua ciudad intramuros que antaño, con la de Cimadevilla, al sur, formaban entre ellas un importante eje viario que atravesaba la población, el cual posibilitó "el nacimiento de una ciudad civil, fuera del control episcopal que caracterizaría todas las actividades desarrolladas dentro y en el entorno inmediato de San Salvador", leemos Mirabilia Ovetensia


En torno a esta Plaza de Juan XIII y antigua Puerta de Socastiello existen también numerosos establecimientos históricos ovetenses. Dada su importancia y trascendencia le dedicamos la entrada de blog correspondiente al siguiente tramo urbano del Camino Primitivo saliendo de la 'Ciudad del Salvador', descrita como 'Origen del Camino', el Primitivo y plasmada en los escritos de romeros y viajeros como los que nos presenta en Víctor Manuel Rodríguez Villar:
"Entre la literatura de viajes, algunos relatos de peregrinos y viajeros incluyen el tránsito por tierras asturianas y la visita obligada a Oviedo, capital del Principado y causa de la llegada a nuestra región de los peregrinos jacobeos.

El anónimo peregrino florentino de 1477 nos dejó sus impresiones del tránsito por la desviación del camino francés principal y su estancia en la ciudad: "Oviedo, una ciudad pequeña en la que está la iglesia de San Salvador que ahora se reconstruía. En dicha iglesia hay una capilla que se llama Cámara Santa, donde hay muchas preciosas reliquias, entre las que está una cruz de santos que hicieron los ángeles. Y hay tres ángeles pintados en el muro, que es cosa admirable de ver. Y hay un bello crucifijo, dicen que lo hizo Nicodemo, muy hermoso. Y en la iglesia hay un recipiente: dicen ser aquél donde Jesucristo hizo del agua vino. Y todavía nos mostraron muchas y bellas reliquias más.

El señor de Montigny, Antonio de Lalaing, fue uno de los chambelanes que llegó con Felipe el Hermoso en 1501 en su primer viaje a España. Partiendo de Burgos el 19 de febrero, acompañó al monarca en peregrinación a Santiago y a San Salvador. Llegaron a Oviedo el 24 del citado mes, una vez tomada la desviación que comenzaba en León. Al día siguiente oyeron misa en la catedral y visitaron la Cámara Santa, describiendo Lalaing algunos de los objetos y reliquias que allí se custodiaban.

El obispo Mártir de la ciudad armenia de Arzendjan inició en 1480 una peregrinación a Roma para visitar la tumba del Apóstol San Pedro, pero una vez allí siguió ruta hacia Galicia para ver la tumba del Apóstol Santiago. Salió de Roma en 1491 y tras pasar por Aquisgrán, París y Bayona tomó el camino costero que le trajo a Oviedo, sin duda atraído por las noticias que había oído de su espléndido relicario.

Bartolomé Fontana, que partió de Venecia en 1583 en peregrinación a Santiago, llegó a la ciudad desde León en 1607 para completar su formación. Visitó la península en 1611, entrando en nuestro país el 1 de marzo del citado año. De su itinerario por Asturias, sólo menciona Oviedo, "capital de Asturias, es ciudad antigua, los españoles como los peregrinos extraños, la tienen en mucha veneración por una cruz de grandes milagros que hicieron los ángeles, según se dice; muchas reliquias hay allí, y estos son los motivos de tanto respeto para aquel lugar".

En 1672, Antoine Jouvin publicó su itinerario titulado Le voyagueur d'Europe ou sont les voyagues de France, d'Italie et de Malthe, d'Espagne e de Portugal, cuyo segundo tomo está dedicado a la península. Auténtica guía de viajes, comienza con una descripción general de cada nación, a la que sigue un completo itinerario. Aunque Jouvin no estuvo en nuestro país, según manifiesta R. Foulché-Delbosc, su obra es un compendio elaborado a base de relatos de otros viajeros de los siglos XV y XVI. Hace una descripción de la ciudad de Oviedo, de sus reliquias e incluye noticias históricas sobre ella, escribiendo que "los campos de los alrededores son fértiles en mucha clase de frutos y forman un gran valle con ondulaciones y paisaje muy grato de ver".

El picardo Gillermo Manier, sastre de profesión, natural de Carlepont, en el obispado de Noyon, inició el 26 de julio de 1726 un viaje de peregrinación a Santiago y Roma acompañado de tres amigos, Juan Hernand, Antonio Vaudry y Antonio Delaplace. A la vuelta de Santiago dirigió sus pasos hacia Oviedo, siguiendo la ruta costera, que enlaza con la interior en Grado, llegando a la ciudad el 16 de noviembre. Su descripción de la ciudad es la más completa de todas las que conocemos, de ella extractamos estas frases: "esta ciudad es comerciante, bastante poblada. Es de tamaño mediano. No tiene nada de raro, sino la iglesia mayor, que es San Salvador. La torre de la iglesia es en flecha pero fue rota por la mitad por un rayo". A continuación pasa a hacer una exhaustiva enumeración de las reliquias allí guardadas y una descripción de la iglesia. El día 18 visitaron la Cámara Santa tocando con sus rosarios las Santas Reliquias, costumbre frecuente entre los peregrinos.

En los días que permanecieron en la ciudad se alojaron en el Hospital de San Juan. Comieron en dos ocasiones en el convento de San Francisco, donde probaron el famoso chocolate que ofrecían al peregrino y antes de emprender su viaje recibieron del obispo dos cuartillos de ayuda.

Jean Pierre Racq, peregrino francés natural de Bruges, nos ha dejado un itinerario de su peregrinación a Santiago en 1790. Tomando la desviación que desde León llegaba a Oviedo, menciona en su relato la iglesia de San Salvador, donde admiró su relicario y adquirió un inventario de las mismas.

El último relato que aporta alguna noticia sobre la peregrinación a Oviedo es el del ya mencionado Joseph Townsend, reverendo británico que pasó por Oviedo en 1786 con ocasión de su viaje por nuestro país. Como otros peregrinos y viajeros, Townsend visitó la Cámara Santa, haciendo una sucinta memoria a la leyenda del Arca Santa y de las reliquias en ella contenidas.

La impresión negativa que le produjo el Hospital de San Juan, ya comentada, se ve complementada por la de un inventario realizado veinte años después en el que describe la falta de muebles y el deterioro del ajuar de sus camas.

El edificio alojó a un buen número de clérigos franceses que desde 1793 llegaron a nuestro país huyendo de la persecución a que eran sometidos por el terror jacobino y si Constitución Civil del Clero.

Refiriéndose a esos años don Juan Uría Ríu escribió (...) estas palabras: "la hospedería era un caserón destartalado y sucio que no prestaba utilidad alguna.

La peregrinación a Oviedo había terminado."
Si bien, añadimos nosotros, las romerías salvadoranas en peregrinación a la catedral continuaron más tiempo como peregrinaciones locales; más tarde, a partir de los años 1990 sobre todo, se recuperarían dentro de los caminos de Santiago principalmente al raíz del famoso Xacobeo'93


Habríamos de añadir a esta relación al obispo austriaco y peregrino Cristopher Gunzinguer, quien recorrió Asturias y visitó San Salvador durante su peregrinación de los años 1654 y 1655, de quien nos habla así la Xacopedia:
"Peregrino y prelado de la catedral de Wiener Neustadt, Austria (1614-1673). Comenzó su peregrinación el 1 de marzo de 1654 y regresó el 24 de enero de 1655, después de un periplo piadoso que, además de llevarle a Santiago de Compostela, le permitió visitar Caravaca de la CruzFisterra y su Virgen de Santa María das Areas, A Nosa Señora da Barca en Muxía, el Salvador de Oviedo y, tras pasar por Nuestra Señora de Covadonga, acercarse también al monasterio de Santo Toribio de Liébana, en Cantabria
Es un auténtico viaje devocional largamente esperado por el propio Gunzinger, que hace una verdadera declaración de principios en el relato que nos legó al confesar que un peregrino le regaló una vieira a su madre cuando él era niño; tras caer gravemente enfermo, sólo el agua bebida a través de esa concha le hizo sanar. Este milagroso suceso lo llevó a “un deseo incontenible de al menos un día encontrarme en Compostela con Santiago, como uno de mis verdaderos intercesores ante Dios, para mostrarle mi agradecimiento”. 
 
Inició su andadura cruzando los Alpes y desde Génova llegó en barco a Alicante. Tras visitar Caravaca, y por Madrid, se incorpora al tradicional Camino Francés en Astorga, para seguir el clásico camino de los peregrinos a Santiago, no sin antes sufrir los padecimientos de la subida a O Cebreiro, por la que llama “mala faba”. Se detiene para escribir en su diario el milagro eucarístico de O Cebreiro y entra en Santiago en vísperas de la fiesta del Apóstol, el 21 de julio de 1654, donde se emociona ante la tumba del Apóstol que lo había curado en su infancia. 
Se entretiene largamente Gunzinger en describir las fiestas de Santiago, donde todo le es grato; resalta, además, que se le permitió decir misa en la catedral, pero precisa que no lo hizo en el altar mayor, ya que sólo estaba reservado a seis canónigos con tratamiento y rango de cardenales. Se asombra con el botafumeiro, que lo deja verdaderamente estupefacto, y del que hace una descripción altamente ilustrativa: Durante la procesión (cosa que a mí me era totalmente desconocida, pero que allí sin embargo era un uso practicado desde antiguo), se mueve, colgado de una gruesa soga nueva, un pesado ancho y gran incensario lleno de brasa, que, por medio de un mecanismo de ruedas [...], es izado en la cúpula y puesto en movimiento por cuatro hombres [...] de tal modo que vuela colgado de esta soga [...]. A decir verdad, esto da miedo verlo y hace marear a uno.” 
  
Continúa Gunzinger, guiado por su gran devoción mariana, hacia las vírgenes de Fisterra y A Nosa Señora da Barca, donde no deja pasar la descripción de las milagrosas piedras que bañan el santuario. Vuelve a Santiago y comienza su retorno recorriendo lo que hoy llamamos Camino Inglés hasta Betanzos, para desde allí seguir la ruta del Camino Norte, con jugosos comentarios de los diversos pueblos y villas que recorre, dejando constancia de las corridas de toros y carreras de caballos de Mondoñedo -a donde había llegado en un estado bastante penoso, por lo que no deja de alabar su farmacia- o los excelentes bizcochos con que le obsequian las monjas en Ribadeo tras decir una misa. 
Deja noticia impagable de tradiciones tales como la antiquísima danza prima, en Peñaflor, cerca de Grado: “No lejos de allí, fuera de la ciudad, al otro lado de un puente hay una preciosa iglesia en la que un domingo los hombres y mujeres solteros, formando un círculo de dos partes, dándose unos las manos a otros y cantando maravillosamente, dan vueltas durante largo rato.” 
Prosigue nuestro peregrino hasta el Salvador de Oviedo, donde no deja de admirar -como otros devotos y viajeros- las innumerables reliquias que atesora la catedral de la capital del viejo reino astur. Curiosamente, sigue por el santuario de Covadonga -es uno de los pocos peregrinos históricos que dejaron testimonio del tal paso- para llegar a Santo Toribio y postrarse ante el relicario Lignum Crucis. Desde allí se incorpora al Camino Francés en Burgos para retornar a su patria por Toulouse y Lyon, alcanza Ginebra y logra superar, en un duro invierno, Ausburgo, Munich, Bad Ischl y Mariazell. Llega felizmente a Wiener Neustadt el 24 de enero de 1655"

Si bien no relacionado directamente con las peregrinaciones, estos relatos podrían completarse con el de George Borrow, Jorgito el Inglés, viajero políglota que llegó a la ciudad el 27 de septiembre de 1837, cuya narración nos ofrece cómo era la ciudad cuando ya habría pasado la época de las grandes peregrinaciones históricas. El erudito etnógrafo, escritor y periodista Ramón Baragaño ha recogido y explicado sus andanzas en El viaje por Asturias, en 1837, de "Don Jorgito el inglés", con el que llegamos a esta Plaza de Juan XXIII y antigua Puerta de Socastiello...
«DON JORGITO» EN OVIEDO 

El 27 de septiembre llega Borrow a Oviedo. Pero dejemos que sea él mismo quien nos lo cuente: 

«Oviedo está a tres leguas de Gijón. Antonio fue en el caballo, y yo, en una especie de diligencia que hace el servicio diario entre las dos poblaciones. El camino es bueno, pero montuoso. Llegué sin novedad a la capital de las Asturias, aunque en época más bien desfavorable, porque hasta las puertas de la ciudad llegaba el estruendo de la guerra y se oía «la exhortación de los capitanes y la gritería del Ejército». Por la fecha a que me refiero, Castilla estaba en manos de los carlistas, que habían tomado y saqueado Valladolid, como habían hecho poco antes con Segovia. Se esperaba verlos marchar contra Oviedo de un día para otro; pero no hubieran dejado de encontrar resistencia, porque contaba la ciudad con una guarnición considerable que había erigido algunos reductos y fortificado varios conventos, especialmente el de Santa Clara de la Vega. Todos los ánimos se hallaban en un estado de ansiedad febril, muy especialmente por no recibirse noticias de Madrid, que, según los últimos informes, estaba en poder de las partidas de Cabrera y de Palillos». 

Borrow visita al «pequeño librero» de la capital asturiana, Longoria, y le entrega todo el material propagandístico que le quedaba: un fardo de cuarenta Nuevos Testamentos y unos cuantos carteles. 

«El librero me aseguró que, si bien se encargaba de la venta muy gustoso, no había esperanzas de buen éxito, porque llevaba ya un mes sin vender un solo libro de ninguna clase, debido a lo revuelto de los tiempos y a la pobreza reinante en el país; estas noticias me desanimaron mucho». 

Esa misma noche recibió Borrow, en su habitación de la posada, la visita de diez misteriosos embozados, quienes, al mando de un jorobado, se interesan por su labor propagandística y le agradecen el haber traído a Asturias ( «el terreno más favorable, a su parecer, para nuestros trabajos, de toda la Península») el Nuevo Testamento protestante, que todos ellos portaban. Tras la breve entrevista, se despidieron del viajero en correcto inglés y, envolviéndose en las capas, abandonaron el recinto. Borrow se congratula en su libro de esta escena, sin entender que se trataba, muy probablemente, de una broma de gentes ilustradas, quizá estudiantes o jóvenes escritores locales. 

Don Jorgito se alojó en Oviedo «en un apartado aposento, grande y mal amueblado, de una antigua posada, que fue en otros tiempos palacio de los condes de Santa Cruz», en la calle de la Rúa. Aunque, como ya hemos dicho anteriormente, no precisa las fechas en sus escritos, se puede deducir que Borrow permaneció en la capital de Asturias desde el 27 de septiembre hasta el 4 de octubre de 1837. La ciudad le mereció el siguiente comentario: 

«Oviedo tiene unos quince mil habitantes. Está en una situación pintoresca, entre dos montañas: el Morcín y el Naranco; la primera es muy alta y escabrosa; durante la mayor parte del año se halla cubierta de nieve; las vertientes de la otra están cultivadas y plantadas de viñedo. El ornamento principal de la ciudad es la catedral; su torre, extremadamente alta, es quizá uno de los más puros ejemplares de la arquitectura gótica que existen hoy en día. El interior de la catedral es decente y apropiado, pero muy sencillo y sin adornos. Sólo vi un cuadro: la Conversión de San Pablo. Una de las capillas es cementerio, donde descansan los huesos de once reyes godos. ¡Paz a sus almas!». 

A Borrow le enseñó las cosas más notables de la ciudad un comerciante ovetense, para quien era portador de una carta de recomendación que le habían dado en La Coruña. Una de las visitas que hicieron ambos fue al abogado Ramón Valdés, quien poseía un buen retrato del benedictino fray Benito Feijoo. 

En Oviedo Borrow se vuelve a encontrar con el suizo Benedicto Mol, misterioso personaje que andaba a la búsqueda de un fabuloso tesoro escondido en Santiago de Compostela y que llegó a la capital asturiana, indigente y maltrecho tras las desventuras pasadas en Galicia, en pos del viajero inglés, que le socorrió. De este episodio típicamente romántico, escribe Borrow: 

«Benedicto es un hombre extraño -me dijo Antonio a la mañana siguiente, cuando, acompañados por un guía, salimos de Oviedo-. Ha llevado una vida extraña y le espera una muerte extraña también: lo lleva escrito en el rostro. No creo que se marche de España, y si se marcha, será para volver, porque está embrujado con el tesoro. Anoche envió a buscar una sorciere y delante de mí la consultó; le dijo que estaba destinado a encontrar el tesoro, pero que antes tenía que cruzar agua. Le puso en guardia contra un enemigo, que Benedicto supone que será el canónigo de Santiago. He oído hablar mucho del ansia de dinero de los suizos; este hombre es una prueba. Por todos los tesoros de España no sufriría yo lo que Benedicto ha sufrido en estos últimos viajes»








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